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Tanto el partido conservador como el liberal compartieron un intenso sentimiento nacionalista español que era parte fundamental de la herencia del liberalismo. El proyecto político de Cánovas -el sistema de la Restauración- puede ser entendido como un proyecto regeneracionista "avant la lettre" de la nación española. La presencia del nacionalismo también fue muy profunda entre los republicanos, como ha puesto de manifiesto un estudio reciente de Andrés de Blas. No fue el caso del primer PSOE -que nació precisamente en un banquete de significado universalista un 2 de mayo, precisamente, en Madrid- ni, por supuesto, de las organizaciones anarquistas. En los primeros años de la Restauración surgió una interpretación de la nación española que habría de tener gran repercusión en épocas posteriores. Se trata de la España identificada con el espíritu católico -Luz de Trento, martillo de herejes- que Marcelino Menéndez Pelayo expuso en su Historia de los heterodoxos españoles, y que sería adoptada oficialmente por el primer franquismo. A fines del siglo XIX, sin embargo, esta interpretación, aunque acogida inicialmente con entusiasmo por los católicos, no tuvo gran trascendencia. La obra en que aparecía expuesta levantó fuertes controversias entre distintos sectores eclesiásticos. Su autor, por otra parte -que pronto evolucionaría hacía posiciones ideológicas y personales más amplias y tolerantes-, fue despreciado por los integristas como mestizo, al seguir a Alejandro Pidal en su ingreso en el partido conservador. Las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX fueron un período de fuerte expansión nacionalista en toda Europa; se ha considerado como la apoteosis de la invención de tradiciones -elaboración de mitos, creación de símbolos, erección de monumentos, inicio de ritos y ceremonias- que tenían por objeto fomentar en las masas el sentimiento de pertenencia a la nación. En España todo este proceso tuvo una intensidad menor. Tampoco la escuela y el ejército tuvieron entre nosotros los efectos de aculturación nacionalista que ejercieron en otros países, como Francia. No obstante, como ha señalado Juan Pablo Fusi, encontramos en estos años en España algunas importantes manifestaciones masivas de carácter nacionalista; así, las celebradas en numerosas ciudades españolas en 1885, con motivo del conflicto con Alemania por las islas Carolinas -que anticiparía lo que habría de ocurrir en 1898- o, en 1890, en torno a Isaac Peral y su invención del submarino. A estas pruebas de patriotismo se podrían añadir otras dos: la manifestación que tuvo lugar en Madrid, en 1883, en apoyo de Alfonso XII, a la vuelta del viaje de éste a Francia, donde había recibido una acogida hostil (que contrasta con la insultante indiferencia que, según fuentes diplomáticas, rodeó a la monarquía al comienzo de la Restauración); y las manifestaciones de 1893, con motivo de la guerra de Melilla. Entre los principales medios que crearon una identidad nacional española y la difundieron entre las masas, en esta época -al menos relativamente- está, sin duda, la obra del novelista Benito Pérez Galdós -especialmente sus Episodios Nacionales, exponente de un patriotismo liberal y populista-. Pero probablemente, como ha escrito Juan Pablo Fusi, nada tuvo tanta influencia en aquel hecho como la consolidación de la fiesta y la música más nacionales: los toros y la zarzuela, respectivamente. Los toreros Lagartijo y Frascuelo (a quien el poeta asociaría a la Virgen María como objeto de la devoción española) alcanzaron una extraordinaria popularidad, llegando a torear cerca de cien corridas al año; a su fama contribuiría decisivamente la proliferación de una prensa taurina especializada -con periodistas que, de acuerdo con Fusi, crearon un lenguaje y un estilo nuevos y diferenciados- y que, junto con el desarrollo de la erudición en torno a la fiesta, dieron a los toros el fundamento cultural y la "respetabilidad intelectual" que antes no tuvieron. Aunque su nombre era antiguo, la zarzuela -composición dramática, parte de ella cantada, en definición de Barbieri- había surgido, a mediados del siglo XIX, con el propósito de crear una música nacional, como reacción al absoluto predominio de la ópera italiana. La zarzuela tuvo su centro principal en el Teatro Apolo de Madrid, con funciones por horas y butacas a real, y su público en las clases medias y populares: para el frac y la corbata blanca, la opera italiana, para la chaqueta y la gorra, la zarzuela, escribió el vasco Antonio Peña y Goñi. "La ocasión, el pequeño formato del género chico, lejos del pompierismo oficial que bañaba los montajes operísticos del Real -en palabras de Lloren Barber- hace que el público identifique como suyo lo que ve y oye en el escenario". Los éxitos de Barbieri, El barberillo de Lavapiés (1874); Chueca, La Gran Vía (1886); Bretón, La verbena de la Paloma (1894) y Chapí, La Revoltosa (1897), entre otros muchos, crearon un casticismo popular, preferentemente madrileñista. Por otra parte, el catalán Felipe Pedrell, autor del ensayo-manifiesto Por nuestra música (1891), sentó las bases, con sus obras y su magisterio, del nacionalismo musical español -Albéniz, Granados, Falla- que habría de culminar en las primeras décadas del nuevo siglo.
obra
Entre 1739 y 1750 se construyó en Londres el puente de Westminster, cuyo coste fue de 400.000 libras, empleando en su construcción un nuevo método para situar los pilotes, que se combinaba con compuertas al construir las pilas de piedra. Este puente sería reemplazado por el actual en 1862. La mayoría de las obras de Samuel Scott están centradas en el tramo del Támesis cercano a Westminster, interesándose especialmente por la construcción del puente, todo un hito en el Londres victoriano. En la izquierda podemos contemplar un embarcadero de madera en el que se disponen a atracar una gabarras cargadas de madera mientras que en la derecha observamos a un pescador trabajando con su red. En el centro del río y ante los arcos del puente, se sitúa la barca ceremonial del alcalde de Londres. Al fondo podemos contemplar la abadía de Westminster y el tejado de Westminster Hall, recortadas sus siluetas ante unas nubes grisáceas. La influencia de Claudio de Lorena se muestra en la luminosidad del cielo de atardecer, poniendo de manifiesto la admiración de los paisajistas ingleses por los maestros del Barroco francés. El ambiente general de la composición recuerda las obras de Canaletto al detenerse Scott en la representación de una escena cotidiana de la vida del río. El lienzo fue encargado por sir Edward Littleton, reconociendo el propio autor que las obras realizadas para este cliente "se consideran como los dos mejores cuadros que he pintado nunca".
obra
Tal paisaje de penumbras, inhóspito, hace honor al nombre del puente, las montañas son moles de piedra que ocultan la luz que promete estar al fondo, y parecen imponerse apesadumbradamente sobre la siesta de los obreros que han hecho un alto en el trabajo. Estos elementos hostiles nos ubican en los valores del placer negativo que surge de aquello que espanta, como se nos explica en las investigaciones dieciochescas sobre la poética de lo sublime. El tema majestuoso de la montaña produce sentimientos encontrados de atracción y repulsión, y para este efecto requiere que exista una dualidad previa, un distanciamiento entre objeto y sujeto como el que propicia el pintor al contrastar fuertemente el poder informe de las colosales montañas con la precaria condición del trabajo del hombre, sobre el que se ciernen estas formaciones como un salvaje reto.