Para el año 104 a.C. Mario fue reelegido cónsul por segunda vez, celebrando su triunfo sobre Yugurta. En ese momento, dice Salustio, todas las esperanzas y todos los recursos de Roma estaban depositados en él. Las amenazas de los bárbaros en la Galia habían alcanzado un nivel trágico tras las sucesivas derrotas de los ejércitos romanos y Mario era el hombre providencial en el que todos confiaban, el único capacitado para hacer frente al peligroso bárbaro que se cernía no sólo sobre la Galia, sino sobre la propia Italia. Poco tiempo después de la creación de la provincia de la Galia Narbonense, algunos pueblos de origen germánico habían penetrado en la Galia y hecho prácticamente intransitable el comercio hispano-itálico a través de la Vía Domitia, que unía los Alpes con los Pirineos. Entre estas tribus destacaban las de los cimbrios, probablemente oriundos de la península de Jutlandia y desplazados hacia el Sur por causas desconocidas. Su presión sobre la provincia gala hizo necesaria la intervención del ejército romano que, en el 113 a.C., sufría una estrepitosa derrota en Noreia. Posteriormente, otros ejércitos consulares (los de M. Junio Silano y Q. Servilio Cepión) fueron también derrotados por razones principalmente de ineptitud en el mando. Particularmente grave había sido la derrota del 105 a.C. en Arausium (Orange), en la que las tropas conjuntas de los cónsules Cepión y Máximo fueron prácticamente aplastadas, sucumbiendo, según las fuentes, más de cien mil hombres. La tensión en Roma era extrema. La opinión pública volvía a poner en entredicho la capacidad y la honradez del Senado para dirigir la política exterior de Roma y de nuevo el pueblo recurrió a la práctica de los procesos públicos. En esta ocasión fue Cepión el que sirvió de víctima propiciatoria. Acusado de haber robado las reservas de oro acumuladas en Toulouse, fue desposeído de su mando y condenado por un tribunal. Ciertamente, desde la época de los Gracos, la vida política se fue tiñendo de una violencia cada vez mayor. Fue también el pueblo quien confió a Mario la dirección de la guerra contra los pueblos germánicos. El Senado, que años antes había temido a Tiberio Graco, aceptaba hoy sin remedio que el pueblo le impusiera la autoridad de un hombre que disponía de un ejército cuyos vínculos hacia él eran tal vez más fuertes que hacia la República. Mario se dirigió hacia la Galia Narbonense y cuando los teutones se presentaron en la Alta Provenza en el otoño del 102, los acometió en Aquae Sextiae obteniendo una aplastante victoria sobre ellos. Al año siguiente, año en el que Mario era designado cónsul por quinta vez (lo cual no sólo era contrario a las leyes, sino carente por completo de precedentes), dirigió su ejército hacia el Norte de Italia y en la batalla de Vercelli (101 a.C.) logró aplastar definitivamente a los cimbrios. A resultas de esta victoria, 150.000 esclavos fueron vendidos en Roma e Italia. Mario volvió a Roma aclamado como salvador y nuevo fundador de Roma y, en el año 100, fue elegido cónsul por sexta vez. A pesar de su inmenso prestigio militar, Mario, en el terreno político no demostró estar a la altura del primero y, prácticamente, no fue sino un instrumento en manos de los activistas populares, C. Servilio Glaucia y L. Apuleyo Saturnino. La ambigua alianza entre L. Apuleyo Saturnino y Mario se basaba principalmente en el interés del primero en atraerse a su favor al orden ecuestre que respaldaba a Mario, agradecido por las victorias de éste en Numidia y en las Galias que habían permitido salvaguardar sus intereses financieros. Además de obtener, así, el apoyo de los soldados provenientes principalmente de zonas rurales deprimidas y que intervenían como tales en las contiendas políticas. La compensación de este apoyo, para Mario, fue la Lex Appuleia agraria, que el tribuno Apuleyo Saturnino logró y que suponía conceder a cada soldado licenciado -los veteranos de Mario- cien yugadas de tierra en territorio africano y, posteriormente, también en las Galias. De este modo, Saturnino y Glaucia iniciaron, respaldados por Mario y los caballeros, una política anti-senatorial que llegó a amenazar el orden jurídico-institucional de la República. El carácter político de Glaucia y Saturnino corresponde más al de agitadores o demagogos que al de líderes populares con un programa social coherente. Su actitud anti-senatorial contrastaba, además, con el hecho de que ambos personajes fueran senadores. Tal vez senadores empobrecidos, si atendemos al hecho de que el censor Metelo les excluyera en el 103 a.C. de las listas del Senado, hecho que no puede explicarse sólo por el deseo del Senado de castigar a ambos personajes. Entre las iniciativas que llevaron a cabo cabe destacar, en primer lugar, la aprobación de la Lex Servilia iudiciaria (anulando una ley anterior promovida en el 106 por el cónsul Cepión) que restituía a los caballeros el dominio total de los tribunales. La presión conjunta de los caballeros y la asamblea popular lograron, además, la aprobación de otra ley en el 103 que creaba un tribunal especial destinado a juzgar aquellos delitos que atentaran contra la dignidad del pueblo romano. A partir de su expulsión del Senado, estrecharon sobremanera el cerco sobre éste, siempre arropados por las masas populares. Se sucedieron acusaciones de que el Senado había sobornado a los enviados de Mitrídates, rey del Ponto, se adoptaron medidas contra la piratería en el Mediterráneo Oriental y su interés en los asuntos de Asia ponía en entredicho la capacidad del Senado para decidir en política exterior. En las elecciones para el año 100, en las que Mario fue cónsul por sexta vez, Saturnino y Glaucia -el primero como tribuno y el segundo pretor- fueron elegidos por imposición del pueblo. En ese año, además de la distribución de tierras a los veteranos de Mario en las Galias, fundaron diversas colonias en las provincias de África, Acaya, Macedonia, Cerdeña y Sicilia. Probablemente colonias de componente itálico, lo que indicaba que no eran colonias romanas. Bajo amenaza de destierro a quien se opusiera, el Senado hubo de dar el visto bueno a esta medida y Mario se encontró en la incómoda situación de presentar al Senado, como cónsul, unas leyes que habían sido aprobadas en medio de la violencia y bajo amenazas al Senado. Mario, que no participaba en absoluto de una política que intentase despojar al Senado de sus tradicionales prerrogativas y cuyo único punto de acuerdo con Saturnino y Glaucia había sido la distribución de tierras a sus veteranos, comenzó a distanciarse de estos líderes populares. En el año 100, en la preparación de las elecciones para el 99, Saturnino optó al tribunado de nuevo, mientras Glaucia se presentaba como cónsul. La violencia se desató, puesto que ninguno de los dos dudó en utilizar bandas de seguidores armados que llegaron incluso a matar a C. Memmio, también candidato al consulado. No dudó Cayo Mario entre las dos opciones que se le presentaban. Como cónsul decidió restablecer el orden, apoyado por los caballeros y, como no podía ser de otro modo, por el Senado. También la plebe urbana secundó la acción de Mario, cada vez mas distanciada en sus exigencias de la plebe rural itálica, que era la que se había visto principalmente favorecida con las medidas coloniales de Saturnino y con las leyes agrarias de veteranos. El peligro de ruptura de las instituciones congregó, en última instancia, a todas las capas sociales contra la plebe rural, que equivale a decir contra latinos e itálicos. Los enfrentamientos en el Capitolio supusieron la muerte de Saturnino y Glaucia junto con muchos de sus partidarios. Mario, que había jugado durante este período un papel ambiguo y que no había ni optado por los populares ni quedado al margen de la política anti-senatorial, se encontró en una situación delicada. Su decisión de irse a Asia le permitió posteriormente, durante las guerras contra Mitrídates, recuperar el prestigio puesto ahora en entredicho.
Busqueda de contenidos
contexto
Consulta que Moctezuma tuvo para dejar a Cortés ir a México No quería Cortés reñir con Moctezuma antes de entrar en México; mas tampoco quería tantas palabras, excusas y niñerías como le decían. Se quejó vivamente a sus embajadores de que un tan gran príncipe, y que con tantos y tales caballeros le había dicho que era su amigo, buscase maneras de matarle o dañarle con mano ajena, por excusarse si no te sucedía; y que, puesto que no guardaba su palabra ni mantenía la verdad, igual que quería ir antes amigo y de paz, determinaba ir ahora como enemigo y de guerra; que o sería con bien o con mal. Ellos echaron sus disculpas, y rogaron que perdiese la saña y enojo, y que diese licencia a uno para ir a México y volver con respuesta pronto, pues había poco camino. Él dijo que fuese muy enhorabuena. Fue uno, y a los seis días volvió con otro compañero que fuera poco antes, y le trajeron diez platos de oro, mil quinientas mantas de algodón, gran cantidad de gallinas, pan y cacao, y un vino que ellos elaboran de aquel cacao y centli, y negaron que hubiese entrado en la conjuración de Chololla, ni ésta había sido por su mandato ni consejo, sino que aquella gente de guarnición que allí estaba era de Acacinco y Azacán, dos provincias suyas y vecinas de Chololla, con quienes tenían alianza y comparaciones de vecindad; los cuales, por inducción de aquellos bellacos, urdirían aquella maldad; y que de allí adelante sería buen amigo, como vería y como lo había sido; y que fuese, que en México lo esperaría: palabra que agradó mucho a Cortés. Moctezuma sintió temor cuando supo la matanza y quema de Chololla, y dijo: "Ésta es la gente que nuestro dios me dijo que había de venir y señorear esta tierra"; y se fue entonces a visitar los templos, encerrándose en uno, donde estuvo en oración y ayuno ocho días. Sacrificó muchos hombres para aplacar la ira de sus dioses, que estarían enojados. Allí le habló el diablo, animándole a que no temiese a los españoles, que eran pocos, y que, cuando llegasen, haría de ellos a su voluntad, y que no cesase en los sacrificios, no le aconteciese algún desastre; y tuviese de su parte a Vitzcilopuchtli y Tezcatlipuca para guardarle; porque Quetzalcouatlh, dios de Chololla, estaba enojado porque le sacrificaban pocos y mal, y no fue contra los españoles. Por lo cual, y porque Cortés le había enviado a decir que iría en son de guerra, pues de paz no quería, otorgó que fuese a México a verle. Ya Cortés cuando llegó a Chololla iba grande y poderoso; pero allí se hizo mucho más, pues en seguida voló la nueva y fama por toda aquella tierra y señorío del rey Moctezuma, y de que como hasta entonces se maravillaban, comenzaran de allí en adelante a temerle; y así, por miedo, mas que por cariño, le abrían las puertas a dondequiera que llegaba. Quería Moctezuma al principio hacer con Cortés que no fuese a México, poniéndole muchos temores y espantos, pues pensaba que temería los peligros del camino, la fortaleza de México, la muchedumbre de hombres y su voluntad, que era muy fuerte cosa, pues cuantos señores había en aquella tierra, la temían y obedecían, y para esto tuvo gran negociación; mas viendo que no aprovechaba, lo quiso vencer con dádivas, pues pedía y tomaba oro. Sin embargo, como siempre porfiaba en verle y llegar a México, preguntó al diablo lo que debía sobre tal caso, después de haber tomado consejo con sus capitanes y sacerdotes, pues no le pareció bien hacerle la guerra, que le serviría de deshonra emprenderla contra tan pocos extranjeros, y que decían ser embajadores, y por no incitar la gente contra sí, que es lo mas cierto; pues estaba claro que entonces estarían con él los otomíes y tlaxcaltecas, y otras muchas gentes, para destruir a los mexicanos. Así que se decidió a dejarlo entrar en México simplemente, creyendo poder hacer de los españoles, que tan pocos eran, lo que quisiese, y almorzárselos una mañana, si lo enojaran.
contexto
¿Es la cultura de masas un producto de la sociedad de consumo? Porque parece que la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado contra el que hoy se clama defendiendo la primacía de la sociedad civil, y la absorción de toda espontaneidad social han terminado poniendo en manos de las masas consumidoras un considerable poder económico. También se observa que el fuerte incremento de la sociedad de consumo se ha desarrollado en simetría con la emergencia y consolidación de una cultura de masas. E, igualmente, parece hasta cierto punto verosímil que los consumidores han logrado una autonomía en la dirección de su comportamiento ante la adquisición de bienes y servicios; que pueden obtener lo que les plazca sin más límites que los impuestos por el dinero o el crédito. Gozan, por tanto, de la posibilidad de escoger libremente en el abanico de bienes que ante ellos se despliegan; y parecen convertirse en reyes de la economía cuando, manipulados o no, tienen en sus manos la última decisión. A veces, y no hace mucho, el imperativo del consumo se ha visto convertido, tanto en Estados Unidos como, de forma más reciente, en Alemania, en un deber patriótico; aunque, por otra parte, esos nuevos santuarios del consumidor, los hipermercados, ofrecen y permiten, en poco más de media hora, oler y palpar la mayor cantidad de productos de todo el mundo. De todas formas, manipulado o no, el consumidor goza de un poder real; y de forma semejante a cualquier otro producto, la cultura de masas, quizá en cuanto producto de la sociedad de consumo, consigue fabricar a escala masiva, con técnicas y procedimientos industriales, y que se venden en el mercado, ideas, sueños e ilusiones, estilos personales, y hasta una vida privada en gran parte producto de una técnica, subordinada a una rentabilidad, y a la tensión permanente y dinámica entre la creatividad y la estandarización; apta, por supuesto, para poder ser asimilada por el hombre medio, de gustos típicos. Es el efecto de un sincretismo, de un eclecticismo, de una homogeneización, que aseguran, ante estímulos similares, respuestas netamente paulovianas. Hace años que el filósofo francés E. Gilson denunciaba la manipulación a que sometía a sus lectores la gran industria del libro. Salía de su terreno específico y tendía a dirigir ella misma, y según sus principios, la elección de los libros que se deben leer. De esta manera, concluía él, enseñanza y lectura tenderían a organizarse en función de los libros editados; y no, como parece lógico, al revés: la publicación de los libros, en función de la enseñanza y de la cultura deseadas. Con una cultura dominada por imperativos de la industria y de la rentabilidad, esta cultura, como concluye E. Morin, es la última criatura de la producción de masas. ¿Es objetiva, o útil, una visión apocalíptica de esta realidad y del futuro que a gran velocidad se acerca? ¿O sería quizás más real y oportuna una visión integrada, más positivista y a la vez más positiva? La primera, la visión apocalíptica, como U. Eco ha descrito, es la de quienes sobreviven gracias a las teorías sobre la decadencia que a diario elaboran; mientras que los segundos, los integrados, sin apenas teorización consciente, emiten cada día sus mensajes y hacen amable y liviana la absorción de nociones y la recepción de información: se realiza finalmente a un nivel extenso, con el concurso de los mejores, la circulación de un arte y una cultura "popular". La visión apocalíptica fue rechazada por el gran teórico de la comunicación, A. Moles, para el que la norma de nuestro tiempo no es otra que la diversificación. Para él, la diversificación ha inundado todos los campos, proyectos y saberes: los minicines, las revistas, los canales de televisión, las emisoras de radio y sus múltiples frecuencias, los nuevos diarios, las formas diversas de cocina; y hasta las formas de absorber e integrar la cultura en la propia personalidad: "El hombre que vive inmerso en la vorágine de los medios -concluye- acaba incorporando una cultura de retazos, absorbida en pequeñas dosis, sin estructura, orden ni jerarquía, muy lejos de la cultura lineal y estructurada de la escuela y de la universidad clásicas" (La sociodinámica de la cultura, 1962). La comunicación de masas cumple funciones esenciales en una sociedad que emplea una tecnología especializada y compleja para controlar el medio ambiente, y para transmitir, de generación en generación, la herencia de la sociedad. Desde un punto de vista científico-social no parece, sin embargo, sostenerse que el auge de las comunicaciones masivas necesariamente lleve a una sociedad indiferenciada, falta en general de articulación, e incapaz de tomar decisiones colectivas. Son, eso sí, instrumentos de control y del cambio social, que pueden tener consecuencias positivas o negativas según sea su organización o su contenido.Ya en los años treinta las observaciones empíricas y los experimentos realizados supusieron un desafío a las apariencias y una contradicción a las ideas aceptadas o preconcebidas respecto a la influencia del cine. Aunque los análisis realizados a instancias de la Fundación Payne, en Estados Unidos, pusieron de manifiesto que el cine producía efectos definidos, con frecuencia socialmente indeseables, en el comportamiento de los jóvenes espectadores asiduos del mismo, las conclusiones del estudio, dirigido por W. W. Charters, no le atribuían, sin embargo, una influencia determinante en la configuración de la cultura de la juventud norteamericana. No llegó, por tanto, a confirmarse su papel de opio óptico (R. Gubern), ni siquiera en los regímenes totalitarios, donde los estudios específicos llevados a cabo durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella revelaron que, una vez adueñados los dictadores del poder, la persuasión de las masas constituía un elemento de importancia menor como base de control. Y este descubrimiento de sus limitaciones se vio, además, reforzado con estudios sobre la moral militar y civil en Alemania y en Japón durante la Segunda Guerra Mundial, que pusieron de relieve cómo la ideología tuvo una importancia reducida, y cómo la propaganda hostil sólo pudo operar dentro de límites muy precisos. Cierto es que los datos de que se dispone abarcan sólo una parte de un proceso muy complejo; y que los resultados empíricos se deben evaluar con arreglo a un marco de referencia sistemático. Los medios de comunicación de masas, a la vez que reflejan la estructura y los valores de la sociedad, operan como agentes de cambio y control social. Son a la vez causas y efectos: entrañan tanto un proceso de transmisión de símbolos y de sus efectos en los distintos públicos, como la influencia de estos últimos en el informador o comunicante. Comprenden, pues, invariablemente una acción recíproca. Son comunicaciones interpersonales; los informantes esperan, o cuentan, con las respuestas del receptor, que condicionan al comunicante en la producción de mensajes y en sus contenidos; y anulan o aumentan la influencia de éstos sobre los distintos públicos. Se vuelve, así, de forma inevitable, al planteamiento famoso de Lasswell: "¿Quién dice qué, en qué canal, a quién y con qué efecto?" Al análisis de las alternativas, al estudio de modelos de persuasión de los medios de masas, dedica M. L. De Fleur, dos sugerentes capítulos de su Teoría de la comunicación de masas. Plantea la importancia y actuación de los modelos psicodinámico, sociocultural e integrado; y en sus conclusiones, buscando una postura intermedia entre el todos o ninguno, insiste en la relación entre los "media" y los sistemas sociales: "Los medios de masas -concluye- no sólo carecen de poderes arbitrarios de influencia, sino que su personal carece de libertad para iniciar una conducta arbitraria en la comunicación. Tanto los medios como sus públicos son partes integrales de su sociedad. El contexto social circundante aporta controles y restricciones, no sólo sobre la índole de los mensajes de los medios, sino sobre la índole de sus efectos sobre sus públicos". O dicho de otra manera, se da una interdependencia, de necesidad mutua, entre los "media" y los otros sistemas sociales. Los "media" controlan recursos, factores, de información y de comunicación que los sistemas políticos, económicos, culturales o religiosos necesitan para poder funcionar de forma eficiente en las sociedades modernas, que son por esencia complejas, y recurren, por la propia interdependencia vital permanente, a técnicas y formas de comunicación que colaboren a asegurar lo conseguido y a proyectar, previniendo fallos y errores, un futuro y porvenir que en gran parte ya viene, o conviene que venga, dado.
contexto
La variada producción de lujo encontraba su salida al exterior a través de los intercambios con Japón e Insulindia. La plata y las especias, de estas procedencias, eran algunos de los géneros importados a cambio de los propios. El comercio conoció un gran auge en el siglo XV, tanto en el interior, al desarrollarse la economía monetaria, como en las rutas que llevan hacia el exterior. Las incursiones marítimas por el Pacífico se amplían hasta Jidda, en el Mar Rojo, ya en 1433. Pero nunca se construyó una buena flota china que pudiese competir con los comerciantes japoneses o con los portugueses que aparecieron a comienzos del siglo XVI. Esto provocó una actitud defensiva en sus relaciones con el exterior, que hizo poner todas las trabas posibles al comercio japonés, derivado en piratería, y al más reciente de los europeos. Fueron, como ocurriera en otros lugares, los portugueses los que iniciaron las relaciones de los pueblos occidentales con China. Los primeros contactos se habían llevado a efecto entre comerciantes de ambas procedencias en el mercado de Malaca, al ser conquistada por Alburquerque en 1511. En 1517 se produjo la embajada de Tomas Pires en Cantón y desde entonces los portugueses pudieron mantener relaciones comerciales con esta plaza. Sin embargo, las relaciones con el mundo occidental fueron desde el comienzo tensas y teñidas de desprecio recíproco. El sentimiento de superioridad chino y la actitud arrogante y prepotente de los sucesivos pueblos europeos que llegaron a este área del mundo, no podían dar como resultado más que el desconocimiento mutuo. Desde 1533, los portugueses se vieron forzados a circunscribirse a Macao, conquistada en 1550, con el permiso de ir a Cantón una vez al año, previo pago de una tasa aduanera. Una muralla levantada por los chinos separaba a los occidentales del resto del país, lejano e inaccesible. A los portugueses les siguieron los españoles, asentados a partir de 1571 en Filipinas, desde donde a través del galeón de Manila practicaban intercambios que afectaban a tres mundos. Los chinos aportaban el hierro, los animales y los alimentos necesitados por la población filipina, mientras que sus sedas, porcelanas y demás artículos de lujo eran reenviados a Nueva España, a cambio de plata americana. La seda china llegaba, pues, a Europa a través de la ruta que partiendo de Macao, alcanzaba Sevilla pasando por Manila, Acapulco y Veracruz. La ruta se rompió con la independencia portuguesa de la Monarquía española y la competencia holandesa. La VOC consiguió en 1624 libertad de comercio en Taiwan, desde donde interceptaba el comercio español y controlaba el tráfico con China, hasta su expulsión en 1662. Por su parte, los ingleses ya habían conseguido en 1584 autorización portuguesa para establecerse en Macao, licencia que se acaba ampliando a todos los extranjeros. En 1702 se autorizó a los europeos a instalarse en Cantón a cambio de derechos arancelarios. El Imperio chino no hizo más que entreabrir una puerta para el comercio con el exterior y se mantuvo decididamente hostil a cualquier intercambio cultural, debido al desprecio sentido por los chinos, y posteriormente también por los manchúes, hacia los pueblos bárbaros. La dinastía Qing continuó con la política de puertas cerradas de los últimos Ming. La única excepción fueron los jesuitas, desde el momento que decidieron conocer el idioma y la cultura china y presentarse como embajadores, no de unas potencias codiciosas, sino de la ciencia occidental. Los miembros de la Compañía pudieron extender su doctrina al ser respetados por sus conocimientos científicos y su interés en el estudio de la civilización china. Por una vez, los europeos no fueron despreciados como bárbaros comerciantes, sino respetados como ilustrados. La Compañía de Jesús inicia su campaña evangelizadora en China ya a finales del siglo XVI. Sus intentos de extender la enseñanza por el Continente se habían visto continuamente rechazados y hubo que esperar a que la iniciativa personal del P. Ruggiero comenzase un proceso de síntesis de la religión cristiana con el confucianismo, al ser aceptado por el culto mandarinato por su conocimiento de la lengua, etiqueta y usos chinos. En 1580 Ruggiero llegó a Cantón, desde donde un grupo de jesuitas pudo conseguir licencia para visitar otras ciudades, y en 1601 el P. Mateo Ricci logró entrar en Pekín. El nuevo siglo se abría con la esperanza de un gran avance en la evangelización. El P. Johann Adam Schall von Bell había conseguido quedarse en Pekín a la caída de la dinastía Ming y la aceptación de la nueva dinastía. Se le encargó la reforma del calendario al modo occidental y se le nombró vicepresidente del Servicio del Sacrificio Imperial. En 1651 consiguió que se edificase en Pekín una iglesia y en 1661 fue designado preceptor del príncipe heredero Kangxi. Teniendo en cuenta la gran importancia dada por los chinos a la astronomía y su influencia en la vida privada y de los pueblos, las rivalidades surgieron pronto. En el mismo año sus rivales astrónomos y letrados consiguieron que fuera condenado a muerte, aunque fue indultado y nombrado sucesor otro jesuita, el P. Verbiest. Un decreto de 1662 autorizó oficialmente la religión cristiana. En estas fechas se calculan unos 300.000 bautizados en China, cifra reveladora del enorme avance obtenido en pocos años, sobre todo si tenemos en cuenta que en gran parte pertenecían a las clases dirigentes. El mismo Kangxi era instruido en el Cristianismo. Los problemas vinieron desde el interior de la Iglesia católica, donde los métodos de asimilación de los jesuitas fueron rechazados, sobre todo por franciscanos y dominicos. En 1645 Inocencio X había condenado los ritos chinos, y desde entonces las opiniones serán contradictorias, hasta que en 1704 se prohibió la alteración de la ortodoxia. La rivalidad entre las diferentes órdenes misioneras provocó el disgusto de los chinos, los nuevos métodos puristas fomentaron el nacionalismo xenófobo y los jesuitas acabaron perdiendo su preeminencia en la Corte, hasta que finalmente el sucesor de Kangxi, Yong-tcheng (1723-1735), expulsó a todos los misioneros católicos. Las puertas se cerraron en China, no sólo para la religión cristiana, sino para la cultura occidental. Sin embargo, en Europa los conocimientos sobre el mundo chino se ampliaron enormemente más allá de las noticias de Marco Polo; y la curiosidad, admiración e incluso idealización del mundo chino ejercieron su influencia sobre la Filosofía, el derecho y las artes occidentales. Pese a todos los intentos de aislacionismo, los diversos mundos no permanecían estancos.
Personaje
Arquitecto
Participó en la organización de la Exposición universal de París en 1889. Con Dutert proyectó la Galería de máquinas, un edificio de cristal y hierro. Esta construcción y la Torre Eiffel fueron las dos construcciones más destacadas del momento, por las innovaciones que presentaba.
Personaje
Político
Mujer noble inca, esposa secundaria de Huayna Capac y señora de Huaylas. Su hija Inés Huaylas fue amante de Francisco Pizarro, con quien tuvo una hija llamada Francisca. Después Inés se casaría con otro conquistador, Francisco de Ampuero. En tiempos de la llegada de los españoles Cotarhuacho se convirtió en su aliada, prestándoles ayuda. Posiblemente envió algún tipo de ayuda o información a su hija y a Pizarro contra los ataques de Manco a Lima, bajo la resistencia de éste contra los españoles, en 1536. Los cronistas hablan de ella como señora de Ananhuaylas, lo que denota un tipo de cacicazgo femenino.
fuente
Proyectado en 1908 y completado en 1914, se esperaba del Conte di Cavour que superara las prestaciones ofrecidas por el Dante Alighieri. En esta primera etapa operó en misiones de guerra en el Adriático y, en 1919, realizó un viaje a Estados Unidos. También participó en 1923 en la toma de Corfú por las tropas italianas, como barco de apoyo. Posteriormente se le realizaron diversas mejoras, como la instalación de una maquinaria más moderna y la prolongación del casco. En Tarento resultó hundido por la acción de aviones británicos procedentes del Illustrious, aunque después fue reflotado y llevado a Trieste. Reparadas sus averías, el armisticio entre Italia y los aliados hizo que fuera requisado por los alemanes en septiembre de 1943. Un ataque aéreo acabó por hundirlo de nuevo en 1945. Otra vez reflotado, fue desguazado tras la II Guerra Mundial.