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Como consecuencia de la introducción del comercio como actividad lucrativa y del mercader como promotor del progreso y la prosperidad, la plena Edad Media asistió a la configuración de una nueva forma de ciudad, la ciudad-estado de los mercaderes y los negocios, que tuvo en Italia y norte de Europa su mayor auge; si bien en el resto del continente hubo asimismo manifestaciones similares en versión reducida según las circunstancias. Pero dicho fenómeno hizo que las ciudades surgidas en Europa con una motivación o un respaldo comercial presentaran una fisonomía muy diferente a la que hasta entonces ofrecieron las precedentes del mundo antiguo o de la transición, incluida la Europa carolingia. En muchos casos, estas ciudades mantuvieron un importante contenido nobiliar, de forma que en algunas fue la nobleza la que se introdujo en los negocios y en otras fueron los mercaderes los que acabaron ennobleciéndose. Pero cabe recordar aquí cómo fue desde el siglo X cuando comenzaron a surgir los prototipos de ciudades-república italianas con fundamento mercantil, y de que manera a lo largo de los siglos XI y XII las "comunas urbanas" dominaron todo el espacio comprendido entre la cordillera alpina y el espacio romano, actuando con independencia jurídica y comercial desde muy temprano, aunque el reconocimiento oficial de dicha independencia no les llegara hasta el siglo XIII en algunos casos. Posiblemente el éxito del autogobierno de estas ciudades fue parejo con el triunfo mercantil de la hegemonía italiana en el Mediterráneo y en buena parte de Europa, rivalizando con otras ciudades del norte que, como Colonia o Lübeck lograron asimismo independencia política y predicamento comercial. En medio Flandes y al este los principados mercantiles de origen varego-eslavo constituyeron los extremos de la cruz espada del gran comercio continental que tuvo además en Inglaterra y en España otras localizaciones, con especial incidencia en esta última cuando en el siglo XIII se ocuparon Valencia y Baleares por Aragón y Andalucía y Murcia por Castilla. Estos centros urbanos mercantiles rivalizaron, no obstante, con las grandes ciudades políticas y administrativas, como París, Londres, etc. Sin embargo, estas últimas generaron igualmente un potencial comercial que hizo de las mismas un conjunto armónico de ciudad protegida por la realeza y a su vez abierta a la actividad lucrativa de la artesanía desarrollada y del comercio regional. Situación que se reprodujo, también a menor escala, en otras ciudades que mantuvieron un potente soporte financiero-mercantil suficiente pare eludir la estricta dependencia del realengo o del señorío, ejercido estrechamente en muchas poblaciones de gran rango político pero de escasa capacidad de maniobra (Toledo, Burgos, etc.). En conjunto, incluso en las pequeñas ciudades preservadas por derechos especiales que las diferenciaban de las simples aldeas, la presencia de mercaderes, tiendas y reducidos negocios de artesanía e intercambio alimentaron un comercio y hasta algún mercado periódico de acuerdo con el entorno y las condiciones propias de dicha ciudad. De ahí la gran diversidad que presenta el fenómeno urbano-comercial en el panorama de una época indefinida todavía en cuanto a fronteras políticas pero interrelacionada por la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios. En buena parte de las ciudades europeas era frecuente encontrar lo necesario pare el consumo cotidiano del entorno, y salvo los artículos de lujo, el resto era producido in situ. La mayor o menor disponibilidad de medios fue mejorando el nivel y la calidad de vida de las gentes de ciudad, y el mercader sustituyó en buena medida al noble en cuanto al reconocimiento de su actividad como beneficiosa y protectora, pues proporcionaba desde medicinas hasta alimentos variados que mejoraban y enriquecían la dieta habitualmente monótona. En resumen, la democratización del consumo en la ciudad era posible por el estímulo provocado por los mercaderes en la producción de calidad y adecuación a un bienestar al que no se había podido aspirar hasta entonces. Si las grandes ciudades se hacían eco de los resultados y ventajas del gran comercio internacional, el resto empezaron a contar con manufacturas propias que satisfacían el consumo interior y rivalizaban con algunos productos que ofrecían como genuinamente representativos del lugar. Es el caso, por ejemplo, del fustán (tejido de lana y algodón) de Cremona, los brocados de seda de Lucca, los paños de lana de muchas localidades flamencas, inglesas, italianas o españolas. Asimismo, la demanda de materia prima privilegiaba la lana británica o la seda oriental que se exportaba desde países musulmanes, bizantinos y extremo-orientales. La demanda de colorantes y mordientes pare fijar los tonos completaba el panorama de lo que empezaba a constituir lo que podríamos denominar como la industria pesada de la Baja Edad Media: los textiles en las grandes áreas de concentración económica y los modestos paños en cualquiera de los telares de los múltiples puntos de producción del viejo continente. De igual forma el comercio de alimentos como el trigo, el pescado o el vino, junto con el de los minerales utilizados para diversos fabricados, completan el amplio espectro de productos que las ciudades y los mercaderes traficaban continuamente, generando una actividad inusitada hasta entonces y descontrolada por el poder feudal. La ciudad-mercado fue, por tanto, la gran novedad de estos siglos, ya fuera el caso desarrollado de ciudad-estado italiano o alemán, ya fuera el ejemplo de ciudad-burguesa de Francia o de Castilla y Aragón. La regulación foral o la propiamente mercantil se convirtió, además, en el instrumento protector del intercambio y de quienes vivían profesionalmente de ello.
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Se había recomendado en las "Ordenanzas" de 1573 no elegir lugares marítimos para las nuevas ciudades, salvo que hubiera buenos puertos, y de estos "solamente se pueblen los que fueren necesarios para la entrada de comerçio y defensa de la tierra". Así se había hecho y así se iba a seguir haciendo: Cartagena de Indias, La Habana, Portobelo, Veracruz, Callao, Santo Domingo, San Juan de Puerto Rico...Lo que diferenció siempre a estas ciudades fue que estuvieron fortificadas debido a que eran los lugares de llegada y partida de las flotas y por tanto los más expuestos a ataques. Como además esos ataques no iban a ser de indios, sino de barcos europeos con piezas de artillería, las fortificaciones tuvieron que ser pronto semejantes en cuanto a su envergadura a las que se construyeron en Europa a lo largo de la época moderna. En un puerto como fue San Juan de Puerto Rico a fines del siglo XVI se reseñaba la existencia de hospitales, conventos, iglesia... pero también de las fortalezas que desde el comienzo fueron necesarias para guardar la ciudad, a pesar de que su crecimiento se paralizara pronto al ser la población atraída hacia el continente por las mayores posibilidades que ofrecían Nueva España y Perú para obtener riquezas.En estas ciudades hubo frecuentemente dos plazas, una en el centro de la ciudad y otra al borde del mar. Dos plazas tuvo Cartagena de Indias y también se señalan dos plazas en un plano de Panamá de 1673. Lo más importante fue no obstante la defensa y, así, el plano que acabamos de citar fue hecho para mostrar cómo se iba a cerrar la ciudad por la parte de tierra. Esta nueva ciudad de Panamá fue el resultado de la decisión de trasladarla de lugar después del ataque de Morgan de 1671 y se fue construyendo a lo largo del siglo XVIII en una península que fue fortificada con proyectos debidos sucesivamente a los ingenieros Ceballos y Arce, Herrera y Sotomayor, Lazaga, etc.La Habana estuvo tan excelentemente situada que con una cadena se podía cerrar la entrada de su puerto, guardado ya en el XVI por el castillo de La Fuerza. El ser un puerto fundamental para el comercio, "llave de toda la contratación de las Indias", la convirtió en una ciudad extraordinariamente fortificada: La Fuerza, El Morro, La Punta, La Cabaña, El Príncipe, Atarés... son los nombres de algunos de los fuertes que la guardaron a lo largo del tiempo, si bien la ciudad no se amuralló por completo hasta fines del siglo XVII y comienzos del XVIII.Otro de los grandes puertos fue Veracruz, ciudad que siempre estuvo ligada al castillo de San Juan de Ulúa, frente a ella, que protegía la llegada y partida de las naves. Portobelo fue proyectada a finales del siglo XVI por el ingeniero Bautista Antonelli que, cuando se comprometió a hacerlo, escribió: "tiraré las cuerdas y pondré las estacas de la nueva ciudad", palabras que sintetizan el sencillo acto de dibujar sobre el terreno que marcaba el nacimiento de una nueva ciudad. No se llegó a hacer, pero en su proyecto estaba amurallada, con torres defensivas en los ángulos, con plaza mayor con soportales para el cabildo, cárcel e iglesia y otra plaza en la que se ubicarían la Contratación y Casas Reales, cercana a la Puerta del Mar. Su carácter comercial -de ahí partían y a ella llegaban las flotas del Perú- y de plaza fuerte condicionó su imagen urbana.Dos fuertes guardaban la entrada a la bahía de Guanabara donde estaba Río de Janeiro y en muchos de los puertos hispanoamericanos ese había sido también en un principio su sistema de defensa, aunque con el tiempo a los dos fuertes enfrentados para guardar la entrada de un puerto se fueran añadiendo otras fortificaciones.
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A. Rossi, al plantear interrogantes sobre la estructura de un hecho urbano, admite su semejanza con la obra de arte, lo cual va unido a su análisis y a su definición. La concepción de la ciudad como obra de arte ha sido planteada explícitamente y de manera científica, entre otros, por Levi-Strauss, demostrándose que la ciudad surge entre el elemento natural y el artificial, que es objeto de naturaleza y sujeto de cultura. La ciudad como manufactura, como obra de ingeniería o arquitectura plantea en la Edad Moderna, y sobre todo a partir del análisis teórico, valores muy profundos. La reglamentación ha podido ser total o ha podido reducirse a puntuales episodios artísticos. El todo es más importante, pero no siempre se puede hablar de urbanismo en totalidad, aunque en ocasiones, algunas partes pueden acercarnos a la clasificación de un hecho urbano en su modernidad.En cada fenómeno urbano el hecho histórico es preeminente. La ciudad viene a ser una síntesis de valores desde el plano individual y colectivo. La llegada a España de la monarquía borbónica promueve un cambio importante en la vida del país, con destacables consecuencias tanto en el orden político, económico y cultural que en su día Maravall resaltó con rigor y acierto, insistiendo en el cambio de gusto a través de la entrada de nuevas ideas, planteándose la imposición de una cultura opuesta a la preexistente. Ello estará propiciado por pensadores, políticos, críticos y, en lo referente a la cultura artística específica, por la presencia en la Corte de artistas de primera magnitud procedentes de otras cortes europeas, como F. Juvara, De Cotte (que aunque no pisó suelo español envió sus ideas), Bonavia, Carlier, Sachetti, etc. que se han considerado. En esta modernización de lo artístico se destaca el cuerpo de ingenieros militares que, al hilo de Europa, inician proyectos de arsenales, ciudades industriales o poblados de colonización, reordenación del territorio, incluidos los Sitios Reales, puentes, caminos, etc. Es el caso de Stillinguert, Nangle, Rodholphe, Marchand, Brachelieu, Verboom y un grupo de españoles. En el siglo XVIII, la capital desarrollaba toda su potencia. Su significado, su permanencia, preocupa a Felipe V, por lo que basándose en el concepto del ornato, intentó enriquecerla sin dañar la trama urbana existente. Se identifica la propuesta de reforma con el modelo de capital aplicado en el ámbito europeo, París. En la primera mitad del siglo XVIII, el arquitecto municipal Pedro de Ribera será el responsable de importantes remodelaciones. Pone en marcha una operación urbana que se mantendrá a lo largo del siglo, al propiciar la extensión de la capital a través de la reordenación de sus periferias. Entonces se gana para la ciudad el Paseo del Prado Nuevo que bordea el Manzanares hasta enlazar la Puerta de San Vicente con la Puerta de El Pardo. También se constituye el Paseo de la Virgen del Puerto con sus fuentes, ermita, y alamedas, circunscribiendo el camino nuevo que une el Puente de Segovia con la Tela. Se avanza hacia la glorieta de las Pirámides, buscando caminos en radialidad desde el puente de Toledo. La ciudad se transforma rápidamente en su sector periférico sur-occidental tanto en el suelo como en los monumentos. A la par que surge el Palacio Real Nuevo de Felipe V, su arquitecto dimensiona su perspectiva con un episodio urbano de destacado relieve, el camino axial, cruzado por puentes, rotondas, plazas y hemiciclos que une la Plaza de la Armería del citado Palacio con las Vistillas de San Francisco, salvando la vaguada de la calle de Segovia.Se apunta la necesidad de modificar la estructura del casco urbano antiguo, con los alineamientos nuevos de algunas casas y corrección de algunas antiguas para reordenar la calle, corrigiendo sus quiebros. Al mismo tiempo la ciudad cambia de imagen con la presencia del monumento, al que se le acondiciona con una mejor visión perspectiva. Surgen edificios como el Cuartel del Conde Duque, el Hospicio de San Fernando, las Escuelas de San Antón, los templos de San Miguel (S. Justo y Pastor) o Salesas Reales, el Palacio Nuevo, las pretendidas reformas del Buen Retiro o nuevas plazas y puertas de acceso. Se proyectan zonas ajardinadas y se comienza la programación territorial-urbana de los Sitios Reales próximos a la capital. En el vasto programa urbano-arquitectónico, el incendio del viejo Alcázar en 1734 y la construcción del nuevo palacio borbónico es uno de los principales hitos del reformismo europeizante de aquella etapa en la capital. No sólo constituye una página artística de esplendor el levantamiento del edificio, sino cuanto se modifica en su entorno, rodeado de jardines, indicativos de la definición de la ciudad desde su integración con la naturaleza. Esta idea sería imitada por la aristocracia que, al norte y al sur de la ciudad, construye sus nuevas residencias rodeadas de parques y jardines, como es el caso de los Infantados en las Vistillas o Príncipe Pío y Osuna en las que se llamarán tierras de la Florida en el siglo XVIII. Es en la primera mitad del siglo XVIII cuando se comienzan las obras de gran envergadura para crear nuevos caminos que enlacen la capital con los Reales Sitios. El camino de Castilla, el de Aranjuez, El Pardo, aglutinan la labor de arquitectos e ingenieros a la par que se comienza la gran tarea de canalizar el Manzanares o el tender sobre él en su recorrido, próximo a la capital, diversos puentes. El de Toledo, San Fernando, Viveros, Verde, Trofa y otros, en manos de Ribera, Sachetti, Bort y otros arquitectos e ingenieros de prestigio, señala la actividad creciente de esta época en la capital de España.Tanto Fernando VI como Carlos III prosiguen la tarea de ennoblecimiento de la capital. En la segunda mitad del siglo, la operación periférica se centra en el Paseo del Prado Viejo, en el largo camino que une la Puerta de Atocha con la Puerta de Recoletos. Artistas de gran celebridad como F. Sabatini, J. de Villanueva, Ventura Rodríguez o José de Hermosilla intervienen en la labor. Fueron los proyectos, más ambiciosos que lo que se pudo llevar definitivamente a la práctica, sin embargo, el nuevo Paseo del Prado se convertía en un núcleo aglutinador y neurálgico de la capital, por constituirse en un sector de la Ciencia, Museo de Ciencias Naturales (actual Museo del Prado), Jardín Botánico, Observatorio Astronómico, Fábrica de Porcelana del Buen Retiro, y también de nuevos edificios de la aristocracia, porque en torno al Paseo se levantan los palacios de los Villahermosa, Medinaceli, Tepa, Alcañices Alba, etcétera. Antiguos conventos serán remodelados, y aquella zona considerada de límite o extrarradio, pasa a engrosar el urbanismo de la capital con valores monumentales, nuevos en su propio estilo. Este centro de gravedad se convertirá en alternativa de aquel que se asienta en torno al Palacio Nuevo. La línea que une ambos núcleos urbanos, calle Mayor, Puerta del Sol, incrementa su propio valor de tránsito. La Naturaleza ha ido filtrándose en la capital de manera constante. El fondo de tales ideas parecen apuntar a Laugier, cuando escribe: "aquel que sepa dibujar un parque, sabe dibujar una ciudad".Estas ideas generales repercutieron en la trama urbana de muchas ciudades de España, tales como Barcelona, Valladolid, Málaga, Sevilla, etcétera. En el núcleo barcelonés, la crisis agraria da lugar a que gran número de campesinos lleguen a la ciudad. Por problemas de vivienda o cambio de imagen, Barcelona, por impulso del capitán general Conde Ricla y del ingeniero militar Pedro Martín Cermeño, experimenta cambios profundos de carácter monumental y urbano. Había nacido la nueva Barcelona como experiencia ortogónica renovadora. Se derriban las murallas y se reordenan las Ramblas. Se adecuan zonas abiertas, y se dictan ordenanzas dando paso a una infraestructura profundamente renovada.Lo mismo acontece en Valladolid, dignificándose la ciudad con nuevos accesos y puertas o nueva construcción de paseos como el Campo Grande o el Espigón. Pero no cabe duda que la empresa borbónica todavía adquiere mayor eficacia en la segunda mitad del siglo XVIII como consecuencia de las ideas de la Ilustración. Se promueve el concepto sistemático del ensanche dando opción a una ciudad distinta de la preexistente, mientras que en la mayor parte de las actuaciones anteriores se procuró trabajar más en la idea de continuación. Nuevos equipamientos se ensayan en Santander, en Tarragona, Vigo, Ferrol y Alicante, con el incremento del tráfico portuario o la actividad industrial. Los nuevos ensanchamientos servirán para situar aduanas, almacenes, pesquerías y otros establecimientos en relación con cada actividad. No obstante, todavía se cultiva el deseo de establecer una continuidad de la ciudad vieja con la nueva, como es el caso de Vigo, o de proyectar un paseo o alameda que una las dos partes, antigua y nueva, como es el caso de Málaga. Lo que sí varía sustancialmente es el lenguaje arquitectónico, apegado ya resueltamente a un clasicismo de nuevo cuño, como se hace muy sensible en el caso de Vitoria o el de Sigüenza.El reformismo borbónico sobre el campo y la agricultura repercutió también en el desarrollo urbano de aquella época. Para promover la economía en este campo hubo que estudiar y potenciar la situación de algunas regiones. La importancia del campo y de su producción fue preocupación constante de ministros y economistas. Jovellanos lo manifestó en diversas ocasiones por ser la agricultura un elemento en España de primera magnitud en cuanto a su natural riqueza. Los reformadores se enfrentan a las zonas despobladas y fomentan una política colonialista. Lo hicieron sobre todo en tres zonas específicas: Sierra Morena, la parte baja de La Mancha y una región situada entre Salamanca y Ciudad Rodrigo. Para ello se puso en marcha una política de canales y de caminos llevando a cabo una red de comunicación, a la par que se favorecía el tráfico de mercancías y ordenación y distribución de la riqueza.Para llevar a cabo tan vasto proyecto se inició una reforma administrativa que se denominó Nuevas Poblaciones de Andalucía y Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, al tiempo que se establecían las Excartaciones de Vizcaya. Como ha estudiado con rigor C. Sambricio, el sector oriental quedaría capitalizado en La Carolina y el occidental en La Carlota, quedando formada la nueva provincia con 27 feligresías y aldeas la oriental y 19 la occidental. Así se desarrolla la idea de organizar pequeños núcleos que sirvan para ordenar un territorio y crear riqueza. Se contrata en principio a campesinos alemanes y flamencos que se asientan en torno a los ejes de tráfico. Las obras de estas nuevas poblaciones comienzan en 1746 bajo normativas muy rigurosas, que fueron recopiladas en el llamado Fuero de las Nuevas Poblaciones. Surgen bajo la exclusiva idea de reordenar un territorio para generar nueva riqueza. En sus trazados, como ha señalado Chueca, persiste la idea barroca de crear un eje principal en el que aparecen sucesivas plazas, y un cuidadoso estudio de perspectivas y de edificios monumentales. Es un hecho que se analiza como extemporal y contradictorio en un planteamiento propio de una política ilustrada.M. Capel ha considerado a Nebroni como el arquitecto de las nuevas poblaciones, mientras que T. Reese los adscribe a los ingenieros franceses Isaba y Desnau. En cualquiera de los casos, los planteamientos de nueva población son propios de una mente teórica que conoce a fondo las nuevas ideas sobre funcionalidad urbano-arquitectónica.Tales ideas, unidas a las de uniformidad y norma, son llevadas a cabo por numerosos ingenieros con proyectos también de gran alcance, como puede ser el originado en la isla de Tabarca. Ideas que también se extienden a los planteamientos de canales y caminos como las del Canal Imperial de Aragón para organizar la cuenca del Ebro y establecer así también una vía de enlace con el Mediterráneo. Así como también el de Murcia, Castilla, Campos, Guadalquivir o Manzanarés.Surgirían por todo ello comunidades de nuevo tipo dotadas de núcleos de vivienda y de trabajo: Tabarca, San Carlos de Cádiz, Monte Torrero, o poblaciones para arsenales como El Ferrol o la citada de San Carlos y Cartagena, esta última realizada en el reinado de Fernando VI. Surge la ciudad-fábrica, con su nueva tipología basada en ideas europeístas. Tabarca, la Isla Plana o de San Pablo, en las proximidades de Alicante, plantea la construcción de una plaza de pescadores autosuficiente, con su arsenal, su puerto, su hospital, sus fábricas de velas y su casa del gobernador ubicada en el propio casco urbano. El Lazareto de Mahón, que surge también en virtud de una serie de funciones pragmáticas. También el proyecto pentagonal de San Carlos de Cádiz que, en definitiva, y oponiéndose a la traza de Sabatini, plantea con prioridad la función a la representatividad monumental. En el último tercio del siglo, con el cambio económico, y sobre todo con los ideales que se han ido desprendiendo del espíritu de la Revolución Francesa, comienza una era de nueva valoración arqueológica. La valoración de la Antigüedad comienza a plantearse desde una nueva óptica que pueda servir y aplicarse a nuevos conceptos de la arquitectura y el urbanismo. Como ha sido bien indicado, se pasa desde una opción anterior erudito-arquitectónica a una manifestación interpretada como ideal de costumbres. Bajo el título de nueva Roma, comienza a destacarse un nuevo sentido de la ciudad, no como lugar basado en su propio embellecimiento o como carta de representatividad de unos poderes monárquicos, sino como lugar para asiento de grandes espacios comunitarios, lugares públicos a modo de ágoras en los que la colectividad pueda congregarse.Ejemplos significativos pueden considerarse en esta línea el trazado llamado Nuevo Carteya, la reconstrucción de San Sebastián según proyecto de Silvestre Pérez o la Nueva Atenas en Andalucía.No obstante, Silvestre Pérez volvería a retomar el trazado longitudinal que partiendo de la Armería enlazaría con la iglesia de San Francisco el Grande, lugar que quiso convertir en Salón de Cortes del país. La idea de dimensionar el Palacio en un entorno y de encuadrarlo en el monumentalismo propuesto por Sachetti, aún pervive, aunque el lenguaje estructural con el que plantea llevarlo a cabo, en lo arquitectónico sea de naturaleza diferente. En este caso los arcos de triunfo, obeliscos, rotondas o hemiciclos resultan evidentes también en su conexión con la Antigüedad clásica, con la Roma de los Emperadores.La constitución de los hechos urbanos en esta última etapa del siglo XVIII, abre un nuevo camino hacia la conquista de los grandes espacios colectivos, lejos ya del entendimiento de la ciudad como un sistema de ejes y de diseño formal exclusivo.
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Sin embargo, una de las propuestas de más amplia difusión en la cultura urbanística y arquitectónica contemporánea fue la de E. Howard con su idea de la ciudad jardín, formulada en "Tomorrow: A Peaceful Path to Real Reform" (1898), vuelto a editar, en 1902, con el título de "Garden Cities of Tomorrow". En esos libros, propone la superación de la oposición entre ciudad y campo, en un intento de proporcionar una respuesta planteada en función de asentamientos urbanos autosuficientes económicamente, con un número de habitantes limitado, con una imagen idílica y, además, organizados desde una perspectiva pragmática que supone cierta verosimilitud en cuanto a su financiación económica, lejos de la utopía. No sólo las New Towns inglesas a partir de 1945 recibirían esa influencia, sino que ya a principios del siglo XX las ideas de Howard tuvieron amplia difusión y algunas aplicaciones concretas, atendiendo tanto a asentamientos urbanos como a la propia ordenación del territorio, mecanismo ineludible si tenemos en cuenta la forma de crecimiento prevista por Howard para esas ciudades.En 1899 funda la Garden City and Town Planning Association que iniciará la construcción de Letchworth y, posteriormente, la de Welwyn. Su modelo teórico preveía una ocupación máxima de treinta y dos mil habitantes, con dos mil cuatrocientas hectáreas, de las cuales cuatrocientas estaban destinadas a la edificación de la ciudad jardín, organizada en forma circular, con construcciones que definen anillos concéntricos atravesados por avenidas radiales. En las afueras de la ciudad se sitúa un cinturón verde de carácter agrícola y en el Centro lo que él mismo llamaba Cristal Palace, en recuerdo de la famosa construcción de J. Paxton. El centro de su ciudad ya no es, como había querido la tradición, ni político ni sagrado, sino económico ya que el Cristal Palace era, a la vez, invernadero y centro comercial.El crecimiento de la ciudad estaba previsto con la creación de asentamientos semejantes, distanciados del central y comunicados por ferrocarril, con lo que pretendía devolver a su ciudad la medida humana perdida en la metrópoli. El ferrocarril también sería el eje a partir del cual Arturo Soria pretendió ordenar su idea de ciudad lineal, invención española, como él mismo la denominaba. Aunque en su propuesta los medios de transporte no sólo comunicaban ciudades, sino que definían su forma. La Ciudad Lineal suponía una forma de asentamiento urbano e implicaba una forma de comunicación y ordenación del territorio entre las que Soria llamaba ciudades-punto o ciudades históricas. Es más, él mismo estaba convencido de que el proceso urbanístico había seguido una secuencia lógica desde las viejas ciudades a la ciudad-jardín, para culminar en la ciudad lineal. Una ciudad que, sobre todo, era un problema formal, según sus propias palabras, ya que la ciudad lineal estaría constituida por "una sola calle de 500 metros de anchura y de la longitud que fuera necesaria, entiéndase bien, de la longitud que fuera necesaria, tal será la ciudad del porvenir, cuyos extremos pueden ser Cádiz y San Petersburgo, o Pekín y Bruselas".No puede olvidarse, con independencia de otras contradicciones, que se trata de una consideración moderna de la ciudad en tanto que ésta es entendida en función de la calle, definida, a su vez, como resultado de la importancia concedida a los nuevos medios de transporte y comunicación. Durante los primeros treinta años del siglo un fragmento de la Ciudad Lineal fue construido en Madrid y, paralelamente, el proyecto atrajo la atención de arquitectos y urbanistas europeos, sobre todo gracias a la actividad difusora de Hilarión González del Castillo, que llegó a proponer una síntesis entre la ciudad lineal y la ciudad-jardín.Este problema, nunca resuelto satisfactoriamente, de las relaciones entre ciudad y campo, ya fuera a través de la ciudad-jardín o de la ciudad lineal, una forma indirecta de ruralizar lo urbano, tuvo un tratamiento con importantes implicaciones en dos movimientos norteamericanos, el Park Mouvement y el de la City Beautiful, que guiaron numerosas intervenciones en las más importantes ciudades de los Estados Unidos, convirtiéndose también en un modelo de expansión imperialista, contemporáneamente a la construcción del Movimiento Moderno. Un modelo que tiene algunos de sus ejemplos más célebres en el Central Park de Nueva York, de F. L. Olmsted y en la Exposición Colombina de Chicago, de 1893, de Olmsted y D. H. Burnham.Las propuestas mencionadas hasta ahora, a las que hay que añadir la de la Cité Industrielle de T. Garnier y las alternativas utópicas de las mismas vanguardias históricas, tenían, sin embargo, su campo de comprobación en la realidad de la metrópoli. Una realidad que parecía obligar a que casi todas esas propuestas coincidieran en una postura que cabría definir como antiurbana, intentando construir espacios armónicos al margen del desorden de lo real. Recordemos, por el contrario, cómo algunos de los arquitectos más radicales del Movimiento Moderno habían propuesto forzar el caos de la metrópoli hasta darle forma. Una forma que era un gesto violento, aunque con frecuencia mudo, y radicalmente diferenciado de la forma y de los lenguajes históricos de la ciudad. También hay que considerar el hecho de que, en otras ocasiones, esas manifestaciones de rechazo se ven acompañadas por intentos de asumir como datos objetivos en el proyecto lo existente en la ciudad histórica. Es la misma diferencia que separa los lenguajes arquitectónicos de figuras como Wright, Le Corbusier o Mies van der Rohe. Entre esas posturas cabe considerar como aportaciones decisivas en la configuración de una urbanística racionalista y funcional, implicada con la metrópoli, las planteadas en Centroeuropa por medio de las Siedlungen, en Austria con los Höfe o las nuevas ciudades socialistas de la Unión Soviética. En Europa, la gestión socialdemócrata de la ciudad fue la que favoreció un mayor número de experiencias efectivas: el racionalismo parecía haber encontrado el marco ideal de actuación al comprometerse con una política de racionalización del capitalismo que contaba con el apoyo del movimiento obrero y de los sindicatos.
termino
acepcion
En la Grecia Clásica, estado con base en una ciudad, que domina los territorios que la rodean, con un gobierno soberano y unificado.
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El indicador más claro sobre el volumen de ciudadanos romanos y latinos de la Hispania republicana se encuentra en la atención al número de ciudades privilegiadas. Hay una salvedad que hacer siempre: no toda la población libre domiciliada en el ámbito territorial de una colonia o municipio disfrutaba de los mismos derechos. Existían los que, siendo ciudadanos por otra ciudad, tenían derechos de residentes, los incolae. Lomas ha resaltado la necesidad de ampliar el sentido de ese término para referirse a otros contingentes de población local que quedaron incluidos en el territorio colonial pero marginados y poseyendo su estatuto anterior de peregrinos: éstos poseían las tierras marginales que les permitía la subsistencia, mientras que las tierras mejores fueron repartidas y asignadas a los colonos, quienes poseían además los plenos derechos ciudadanos. Y frente a esta situación, encontramos también la de grupos de ciudadanos romanos o latinos residentes en ciudades que tenían un estatuto peregrino: uno de estos conventus civium Romanorum sirvió de base para la primera organización de Corduba como colonia. En todo caso, el listado de colonias y de municipios es siempre un buen reflejo del grado de difusión de los derechos privilegiados en el ámbito local. El rango de los ciudadanos romanos de Hispania era muy diverso. Hasta fines del siglo II a.C., eran casi exclusivamente personas de rango decurional o bien pertenecientes a bajos estratos sociales. En las ciudades de mayor actividad comercial fue apareciendo una capa de ciudadanos que poseía grandes fortunas. Una pasaje del geógrafo griego Estrabón (III, 5, 3), escribiendo a comienzos del Imperio, dice lo siguiente: "Pues los gaditanos son los que envían los barcos de comercio más grandes y los más numerosos por el Mar Nuestro y por el mar de fuera de las Columnas, a pesar de que la isla que ellos habitan no es muy grande... Aun así, su número no parece ser inferior a ninguna de las ciudades con excepción de Roma. He oído que en uno de los censos recientes se contaron 500 gaditanos de censo ecuestre, lo que no hay en ninguna ciudad tampoco de Italia si se exceptúa a Patavium". Cádiz era municipio de derecho romano desde unos años antes, desde César. La referencia a los 500 gaditanos de censo ecuestre ya le llamaba la atención a Estrabón. La interpretación es dudosa si se entiende que había 500 personas del rango de los caballeros, equites, ya que éstos eran un ordo bien jerarquizado en esa época. Si se entiende en el sentido de que había 500 ciudadanos que tenían una fortuna superior a 400.000 sestercios, no hay obstáculo para aceptar la veracidad del testimonio que nos confirmaría a la vez las posibilidades de las ciudades portuarias para hacer fortuna. Una familia gaditana, la de los Balbos, bien estudiada por Rodríguez Neila, emigra a Roma y bajo la protección inicial de Pompeyo y, poco después, del propio César accede al rango senatorial. Un miembro de los Balbos -Balbo- es quien, como patrono de Cádiz, costea la construcción de una ciudad nueva para desahogar la presión demográfica de la antigua Cádiz. Y algunas otras de las grandes familias de hispanos que comienzan a manifestarse como importantes senadores en el siglo primero del Imperio (los Séneca, Lucano, la familia de Trajano y Adriano) descienden de antepasados emigrados de Italia. Así, algunos descendientes de aquellos inmigrantes italo-romanos de los siglos II-I a.C., mejorada su fortuna en Hispania, retornan a Italia para integrarse paulatinamente entre los sectores de los dos rangos superiores (senadores y caballeros).