La Ruta del Califato

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Datos principales


Desarrollo


La Ruta del Califato es una aventura para el espíritu. De Córdoba a Granada, pasando por tierras de Jaén, nos adentramos en dos vuelcos de la historia, dos momentos irrepetibles, dos siglos de oro. Córdoba es, como no podía ser de otro modo, nuestro punto de partida. La ciudad asombra al viajero por la monumentalidad de su mezquita. Explosión de color, volúmenes y luces, un bosque de columnas y arcos sobrecoge a quien tiene la fortuna de adentrarse en su interior. Córdoba es la gran ciudad califal omeya, la urbe de las maravillas, glosada por poetas de Oriente y Occidente. Muy cerca de Córdoba se levantó la ciudad de Madinat al-Zahra, capital califal durante apenas una centuria. Salones, palacios y jardines debieron sorprender a quienes tuvieron la fortuna de visitarlos en todo su apogeo. Una larga vida de siglos como ruinas abandonadas no empaña la belleza de estas piedras, testigos mudos de un esplendoroso pasado. Dejando atrás Córdoba, la ruta se divide en dos ramales, aunque ambos confluirán, más adelante, en la majestuosa villa de Alcalá la Real. El primer ramal sigue la cuenca del río Guadajoz. Espejo, y especialmente Castro del Río, beben de sus aguas. El castillo de Espejo preside la villa. Dos bellas iglesias góticas fueron construidas por los cristianos sobre los derribos de las viejas mezquitas musulmanas. Huertas, frutales y un ajedrezado de espigas dan la bienvenida al viajero antes de entrar en Castro del Río.

Villa de origen romano, sus murallas y castillo protegen un conglomerado de calles y plazuelas, salpicadas de antiguas iglesias. La siguiente etapa nos lleva hasta Baena, con su paisaje de campiña, estación intermedia antes de emprender el camino hacia Luque y Zuheros, en las estribaciones de las Sierras Subbéticas. Olores de aceite recién prensado seducen el sentido del viajero que se encuentra en Baena, extasiado ante la contemplación de sus numerosos monumentos. Villa de orígenes remotos, Luque está enclavada en un escarpado terreno. Tierra fronteriza, su castillo roquero fue testigo de numerosas disputas. Zuheros surge a finales del siglo IX, cuando los musulmanes fundaron la enriscada villa. El viajero no puede pasar por alto una visita a la Cueva de los Murciélagos, importante yacimiento neolítico. La ruta se interna en la campiña de Jaén penetrando por el puerto de Alcaudete. Más adelante, entre sierras cada vez más espesas, el camino llega hasta Castillo de Locubín. Una tierra feraz y una posición estratégica han marcado la historia de Alcaudete. Merece la pena pararse y contemplar las iglesias de Santa María y de San Pedro, las más importantes de la localidad. Castillo de Locubín se rodea de una muralla de elevadas crestas y un ejército de olivos que le dan vida.

Córdoba es el punto de partida del segundo ramal de la ruta, el que nos lleva hasta Fernán Núñez y Montemayor. El paisaje se nos muestra repleto de viñedos y olivares. Preside la villa de Fernán Núñez el Palacio Ducal, uno de los edificios más singulares de la arquitectura civil cordobesa. El nombre de Montemayor lo dice todo: un enclave estratégico que domina la campiña. Nuestra siguiente etapa nos conduce hasta Montilla, Aguilar de la Frontera y Lucena. Montilla tomó en época medieval su típico aspecto de villa-fortaleza de frontera. Excelentes caldos seducen el paladar del viajero. La plaza de San José, de curiosa forma octogonal, es el centro de la vida cotidiana en Aguilar de la Frontera. Desde su altura, la Torre del Reloj mide el tiempo de la existencia diaria. Lucena es el resultado de la sabia mezcla de tres culturas: cristiana, judaica y musulmana. El principal testigo de la huella andalusí es el castillo del Moral, que señala el corazón del primitivo núcleo urbano. Tras dejar Lucena, se suceden Cabra y Carcabuey. Y más allá está Priego, en medio de un circo montañoso que sombrea su huerta. Arrullada por arboledas y manantiales descansa Cabra, una de las poblaciones más antiguas de la comarca. El castillo, la plaza Vieja, la iglesia de la Asunción.

.. son monumentos que justifican por sí solos la visita. Carcabuey es un pueblo pequeño en tamaño pero grande en patrimonio. Su caserío vive al pie de un castillo de origen musulmán, enriscado en un monte. Capital del barroco cordobés, Priego guarda auténticas joyas artísticas como el Sagrario de la Asunción, la Aurora y la Fuente del Rey. Alcalá la Real es el punto en el que confluyen los dos ramales de la Ruta. Populosa ciudad y fortaleza, es la llave del histórico camino entre Córdoba y Granada. La majestuosa fortaleza de la Mota corona el cerro que domina la población. Ya en tierras de Granada, el camino nos lleva hasta Pinos Puente, Moclín y Colomera. Pinos Puente, en plena vega granadina, debe su nombre al puente de época califal que salva el río Cubillas. Es éste un lugar idóneo para el disfrute de la naturaleza. Moclin ofrece una de las estampas medievales más sorprendentes de Andalucía. Su origen corre paralelo al nacimiento del reino nazarí de Granada. Calles estrechas y empinadas dibujan el paisaje urbano de Colomera, situada en la ladera de un cerro coronado por la iglesia renacentista de la Encarnación. Güevéjar, Cogollos Vega, Alfacar y Víznar son los últimos pueblos que encontramos antes de llegar a Granada.

Güevéjar simboliza la resistencia de un pueblo a los reveses de la naturaleza. En 1884 un terremoto acabó con todo su caserío, por lo que sus habitantes decidieron trasladarse a la zona que ahora ocupa el pueblo. Cogollos Vega recorta su perfil blanco bajo un picacho de aspecto alpujarreño. Su carácter serrano se afianza al recorrer sus calles. La limpieza de las aguas de Alfacar hizo de este lugar uno de los favoritos para el solaz de los monarcas granadinos. Víznar, un pueblo que nació al conjuro del agua, remonta sus orígenes a la Edad Media. La de Aynadamar es la mayor acequia trazada en época andalusí. Tras pasar por sierras, campiñas y vegas, la ruta llega a su fin en Granada. Granada es el ensueño, la atracción de unos palacios nazaríes levantados en medio de un vergel. La recompensa está clara: la contemplación de la Alhambra justifica por sí misma una y mil travesías. Los palacios nazaríes parecen flotar sobre las aguas de los estanques, quizás evocando el paraíso prometido. Jardines y torreones permiten la ensoñación de cuentos lejanos. Pero Granada no es sólo la Alhambra. Nadie mejor que uno de sus hijos más queridos, Lorca, para describirla: "Granada es una ciudad para la contemplación y la fantasía, donde el enamorado escribe mejor que en ninguna otra parte el nombre de su amor en el suelo. Las horas son allí más largas y sabrosas que en ninguna otra ciudad de España. Tiene crepúsculos complicados, de luces constantemente inéditas, que parece no terminarán nunca". Hemos acabado nuestro recorrido. Es momento de recapitular, de recrearnos en nuestras propias impresiones sobre lo vivido. Siguiendo la Ruta del Califato hemos podido disfrutar de mil atractivos distintos. Nos ha permitido soñar y encontrarnos con un pasado esplendoroso. Nada nos ha dejado indiferentes. En definitiva, nos hemos hecho un poco más sabios.

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