Los alrededores de Montmartre traían a Vincent recuerdos de su infancia en Holanda al existir numerosos molinos que serán pintados en diferentes ocasiones por el artista. En todas las imágenes ofrece variaciones lumínicas y cromáticas, en relación con las teorías impresionistas que estaba conociendo gracias a su contacto con Pissarro, el más anciano del grupo. Así nos encontramos con esta vista tomada casi al anochecer, en el otoño, con los últimos rayos de sol por detrás de las colinas, dotando de un aspecto amarillento a todas las construcciones. Esos edificios se encabalgan para coronarse con las majestuosas siluetas de los molinos, recortadas ante el plomizo cielo. La pincelada es vigorosa, aplicando el color a base de rápidos toques, eliminando el papel del dibujo como elemanto dominador. El resultado es tremendamente atractivo.
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La familia de Jacob van Ruisdael era originaria de Naarden por lo que el pintor sentirá una especial atracción hacia esa ciudad, presente en un buen número de obras. La silueta oscurecida de Naarden se recorta sobre el amplio horizonte nublado, apreciándose una vasta llanura que da acceso a la población ocupada por un camino, las granjas y los maizales. El cielo ocupa un lugar privilegiado en la composición, creando unos juegos de luz que recuerdan a Rembrandt. La distribución de luces y sombras en el espacio llano será una importante aportación de Jacob a la pintura holandesa, otorgando cierto romanticismo a sus escenas.