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A su llegada a París, Vincent vive con su hermano Theo en un apartamento de la rue Laval, en el barrio de Montmartre. Posteriormente se trasladarán a otro ubicado en la rue Lepic, dentro de la misma zona. Los alrededores que se observan desde la ventana del hogar serán un buen tema para que Vincent los plasme en sus lienzos como en este caso. Su interés por la luz va en aumento, siguiendo los dictados del Impresionismo, estilo que en un principio no aprecia en demasía pero que paulatinamente marcará su producción. No en balde, el holandés consideraba que Millet ha hecho más por la evolución de la pintura francesa que Manet. Incluso a su hermano Wil le dice que el Impresionismo tenía un feo y descuidado aspecto. Pero los contacto con el anciano Pissarro van a provocar que Vincent se interese por captar la luz de la primavera parisina, una luz triste y grisácea que se hace más dorada en los ocasos como podemos contemplar en este cielo. Su pincelada continúa siendo poco detallista, organizando la composición con pequeños toques que provocan cierta sensación de empastamiento. El efecto volumétrico de los edificios encabalgados y la perspectiva están perfectamente logrados, demostrando la facilidad de Van Gogh para aprender.
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De la misma manera que Claude Monet ofrece diferentes variaciones lumínicas y cromáticas del mismo elemento como la catedral de Ruán o la estación de Saint-Lazare dependiendo del momento, Van Gogh se interesa por mostrarnos esas diferencias en las huertas, molinos y canteras de los alrededores de Montmartre, el lugar donde habitaba con su hermano Theo. Así surgen dos bellas imágenes donde apreciamos distintas iluminaciones y tonalidades, captando un momento concreto siguiendo la filosofía impresionista. Los edificios se recortan sobre el cielo, ocupando la línea del horizonte, en consonancia con los paisajes holandeses del Barroco. El empastamiento domina la composición, aplicando el color de diferente forma según se trate del elemento representado: los trazos forman correctamente los edificios mientras que en la colina las pinceladas son cortas y deshiladas.
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El interés de Van Gogh por mostrar las diferencias de luz y color en un momento determinado del día se puede apreciar contemplando esta imagen y su compañera, la otra Vista de Montmartre con cantera y molinos. De esta manera, Vincent enlaza con las teorías impresionistas, concretamente con Monet y Pissarro, los más interesados en ofrecer las variaciones de los objetos dependiendo del tiempo en que han sido representados, surgiendo maravillosas series.
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Los alrededores de Montmartre traían a Vincent recuerdos de su infancia en Holanda al existir numerosos molinos que serán pintados en diferentes ocasiones por el artista. En todas las imágenes ofrece variaciones lumínicas y cromáticas, en relación con las teorías impresionistas que estaba conociendo gracias a su contacto con Pissarro, el más anciano del grupo. Así nos encontramos con esta vista tomada casi al anochecer, en el otoño, con los últimos rayos de sol por detrás de las colinas, dotando de un aspecto amarillento a todas las construcciones. Esos edificios se encabalgan para coronarse con las majestuosas siluetas de los molinos, recortadas ante el plomizo cielo. La pincelada es vigorosa, aplicando el color a base de rápidos toques, eliminando el papel del dibujo como elemanto dominador. El resultado es tremendamente atractivo.
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La familia de Jacob van Ruisdael era originaria de Naarden por lo que el pintor sentirá una especial atracción hacia esa ciudad, presente en un buen número de obras. La silueta oscurecida de Naarden se recorta sobre el amplio horizonte nublado, apreciándose una vasta llanura que da acceso a la población ocupada por un camino, las granjas y los maizales. El cielo ocupa un lugar privilegiado en la composición, creando unos juegos de luz que recuerdan a Rembrandt. La distribución de luces y sombras en el espacio llano será una importante aportación de Jacob a la pintura holandesa, otorgando cierto romanticismo a sus escenas.