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Pero los milagros ya no valen para nada, salvo para retrasar el final y producir la sensación falsa en Hitler y algunos militares de que no todo está perdido. En toda la Europa ocupada, y en Francia, ha aumentado notablemente la actividad partisana; los soviéticos están ya en Polonia y Rumania en septiembre de 1944; los militares alemanes quieren poner fin a la guerra, y el frente interno alemán se resquebraja. La superioridad aliada hace que las nuevas armas (V-1 y V-2) resulten de escasísima eficacia práctica. En septiembre se acentúa la crisis alemana del petróleo; y se restringen las horas de vuelo, incluso con fines militares. La producción industrial disminuye. El alto mando se halla en plena confusión. El 4 de septiembre restituye el mando supremo a Rundstedt en Occidente, en un momento mucho más grave que el que había provocado su injustificada destitución en julio. Rundstedt disponía todavía de 25 divisiones para un frente de más de 600 km. Pero las sucesivas derrotas y retiradas han hecho profunda mella en la moral de los soldados, que combaten mal. Lo único que en varios políticos, algunos militares y en gran parte del pueblo alemán sostiene cierta moral es el temor a una rendición incondicional ante los Aliados, en el Este y en el Oeste al mismo tiempo, y en particular ante los soviéticos. Hitler y el Mando sólo pueden esperar el invierno y es lo que van a hacer, una vez reunidos los medios necesarios, y reforzar la Línea Sagitario: es decir, se reunirán unos 135.000 soldados, y varios regimientos de paracaidistas y personal de la Luftwaffe (por mérito de Göering), hasta 30.000 hombres. A primeros de septiembre los británicos cruzan el Escalda y conquistan Bruselas (día 3) y Amberes (el 4), la resistencia alemana se desmorona y consiguen penetrar en Holanda. Las fuerzas alemanas de Normandía y Calais quedan aisladas. Mientras, los norteamericanos ocupan Namur, cruzan el Mosa y tienden hacia Sedan. Los prisioneros enemigos se cuentan por decenas de miles. El Ruhr queda prácticamente a merced de los Aliados. El 6 el frente se estabiliza, tras obtener los Aliados cabezas de puente en el Canal Alberto y el Mosa. Un nuevo empujón lleva a los Aliados al canal Mosa-Escalda y a Maastricht (17 de septiembre). En el este los norteamericanos están llevando a cabo la campaña de Lorena (29 de agosto-25 de septiembre): caen en manos aliadas Nancy, Lunéville y otras localidades menores; la Línea Sigfrido está próxima. Durante esta campaña toman contacto las fuerzas aliadas provenientes de Provenza con las procedentes de París: se formaba así un único frente de Suiza al canal de la Mancha (1). Más hacia el norte, los norteamericanos penetraban en las Ardenas francesas y belgas, en dirección a Aquisgrán; en esta zona la Línea Sigfrido resultó no estar tan guarnecida como se esperaba: pero un intento de incursión más allá de la frontera, en Prüm (14 de septiembre) fracasó, y tampoco se pudo capturar Aquisgrán.
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A comienzos del siglo XVIII no se ha producido todavía la masiva emigración de europeos que buscan poblar los grandes espacios semidesiertos de ultramar. Y, como decíamos páginas atrás, excepto por la relativamente importante presencia de españoles y portugueses en América central y del sur, apenas hay colonias de poblamiento de franceses, ingleses, holandeses, daneses y alemanes, fuera del Viejo Mundo. Pero la presencia de enclaves europeos, fundamentalmente de países ribereños del Atlántico, en las costas de todos los continentes es abrumadora. En los litorales de los océanos Índico, Pacifico y Atlántico se suceden las factorías comerciales o los fuertes militares que les permiten, gracias a una enorme superioridad tecnológica naval y militar, dominar el comercio del territorio en cuya costa se asientan. Usando de la fuerza de sus armas o practicando hábil y maquiavélicamente la política del divide y vencerás sobre los pueblos indígenas, los europeos se hacen con materias primas, o esclavos, que transportan en sus cada vez mayores y más rápidos barcos hacia los centros fabriles y comerciales de Europa, y hacia las grandes plantaciones de algodón, tabaco y azúcar de América. Es verdad que los pueblos con los que se encuentra este europeo están en diversos estadios culturales y políticos, de la misma manera que no podemos olvidar que gran parte de Europa, la Europa interior y oriental, está todavía muy alejada del nivel de vida y de desarrollo político-social que han ido adquiriendo durante los dos siglos anteriores los países ribereños, en especial los que se asoman a la fachada atlántica. Sin duda, es África la región más deprimida. Con la excepción del Maghreb, Libia y Egipto, por otra parte enemigos de la Europa cristiana y que gozan de un nivel de vida no muy diferente del de los otros pueblos mediterráneos, el semidesértico Continente africano está prácticamente aislado del resto del mundo y sus pobladores tienen unos niveles técnico y organizativo que no les permiten hacer frente a la abrumadora superioridad de los blancos que se sitúan en la costa. El amplísimo mundo asiático ofrece en estos años centrados en torno a 1700 una gran variedad de situaciones y realidades; así, la relativa prosperidad de China y Japón (abiertos al contacto con los europeos, pero a punto de encerrarse en sí mismas en la segunda década del siglo XVIII) contrasta con la decadencia de Persia y de los principados de la India. En conjunto, frente a una emergente Europa no le podía oponer gran resistencia prácticamente ningún pueblo africano, asiático o americano. Y comienza, entonces, el siglo colonial por excelencia. Ese siglo de la Ilustración, de las Luces en Europa al que define, también, una gran sombra; el trato que los europeos dieron al resto de los hombres. "El imperialismo de la Europa del siglo XVIII tuvo algunas características abominables. Fue cruel, cínico y voraz. Unía el egoísmo a la insensibilidad para los sufrimientos de otros pueblos, repugnada no sólo por el mejor pensamiento de nuestra época, sino también por el del siglo XVI". (Parry). Los escrúpulos manifestados por algunos europeos durante los siglos XVI y XVII ante la conquista y explotación de los pueblos no europeos, ya no tiene cabida en la orgullosa Europa del XVIII.
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Para el siguiente desembarco en las Marshall se aprestaron medios más poderosos: 12 portaaviones pesados, ocho grupos de combate y vehículos anfibios armados y blindados. Cazas y pequeñas lanchas se equiparon con cohetes para destruir cualquier resistencia al avance de la infantería, que se reforzó con dos nuevas divisiones. Los japoneses presintieron la inminencia del desembarco y enviaron refuerzos a las islas situadas más al este, las primeras que los americanos debían encontrar en su ruta. Pero Nimitz, escarmentado en Tarawa, prefirió tomar precauciones. Los portaaviones barrieron del cielo a la aviación japonesa, que perdió 150 aparatos. Luego, la escuadra norteamericana ocupó la isla de Majuro, situada al oeste del archipiélago y desguarnecida. Allí anclaron los buques del Servicio Móvil. El ataque contra el atolón de Kwajalein, al oeste del archipiélago, comenzó el 1 de febrero. La lucha revistió la usual dureza en la guerra del Pacífico, a causa de las tácticas suicidas de la guarnición japonesa, pero los norteamericanos no registraron muchas víctimas en los cuatro días de lucha. Seguidamente, las tropas de reserva, que no tuvieron que intervenir en Kwajalein, se lanzaron sobre la isla de Eniwetok, situada sólo a 700 millas de la gran base aeronaval de Truk. La isla se ocupó el 23 de febrero. Simultáneamente, Spruance ordenó al contralmirante Mark Mitscher (58 Task Force, compuesta por 9 portaaviones de ataque) que lanzase un ataque por sorpresa contra la gran base japonesa de Truk, en plenas Carolinas, donde se hallaba el grueso de la escuadra japonesa. Durante los días 17 y 18 de febrero de 1944, los aviones norteamericanos realizaron más de 500 misiones contra la base, lanzando sobre ella y los aeropuertos próximos más de 500 toneladas de bombas y torpedos. Aunque el almirante Nimitz pretendía que aquello fuera un Pearl Harbor al revés, lo cierto es que no lo consiguió, porque el almirante Koga, anticipándose, había hecho salir a su flota y las bombas norteamericanas cayeron sobre un destructor, 6 petroleros y 22 transportes. Lo más grave para Tokio fue la pérdida de cerca de 250 aviones, destruidos o averiados en aquellas acciones. En conjunto, la conquista de las Marshall fue dura y costosa para los norteamericanos, pese a su inmensa superioridad aeronaval, que aplastaba las defensas japonesas con tremendos bombardeos de saturación e impedía cualquier tipo de refuerzos. Ante esta situación, la táctica japonesa también varió: ya no esperaban a los norteamericanos con obras defensivas sobre las mismas playas, como en Tarawa, sino que establecían sus fortificaciones en el interior, situando observatorios en las playas para batir a los marines cuando desembarcaban en ellas y esperándoles luego entre la densa vegetación, donde o no alcanzaba la artillería naval o no era fácil alcanzar sus defensas.
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Esta versión naval del Spitfire surge a instancias de la Marina británica. Del prototipo derivaron otros modelos como el Seafire Mk IB, el Seafire Mk IIC y el Seafire Mk III. De este último se llegaron a producir 1.220 unidades e, incluso, se fabricaron treinta aparatos de un modelo híbrido. Aunque este avión presentaba unas características inmejorables, tenía problemas para ser empleado desde un portaaviones por su estructura. El Seafire se continuó utilizando después del conflicto en Corea hasta finales de la década de los sesenta.
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Para mejorar la potencia del Spitfire en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial se cambió su motor por un Rolls-Royce Griffon. De esta transformación surgió el Spitfire Mk XII, del que se fabricaron 100 aparatos. Pero todavía no se había puesto en marcha la versión final, que se bautizó como Spitfire Mk XIV, cuyo precedente era el Mk VII, aunque con algunos cambios en su estructura y el armamento. De este modelo se fabricaron 517 unidades y de su versión FR.Mk XIV para misiones de reconocimiento entraron en servicio 430. En total del Mk XIV se llegarían a fabricar casi mil aparatos, cuya misión principal fue la de derribar y destruir las bombas volantes alemanas V-1 y V-2.
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Su precedente, el Spitfire Mk XIV, iba a pasar a la historia de la aviación como uno de los aparatos más eficaces y poentes. Se Para ello, se incrementó su capacidad para el carburante y se consolidó su estructura reforzando el tren de aterrizaje. De estos y otros cambios surgió el Spitfire Mk XVIII. En 1945 ya se habían producido 300 unidades de este modelo -una tercera parte eran cazas y los restantes cazas de reconocimiento-. Además de éste se creó un avión de reconocimiento fotográfico en regiones tropicales, bautizado como PR.Mk XIX. Estos se continuaron empleando después de la guerra en países como China, pero cambió su nombre por el de PR Mk 19.
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El Walrus -que significa morsa- surge ante una petición del gobierno australiano, que solicita al británico 12 hidroaviones catapultables. Tras esta petición inicial se aumentó el número de su fabricación hasta 556 hidroaviones. Dentro de esta partida, se introdujeron ciertas mejoras en los últimos al llevar incorporado un radar aire-superficie. El objetivo de esta serie era desempeñar labores de reconocimiento y salvamento en aire y mar. Hasta enero de 1944 se llegaron a entregar 191 unidades del Walrus MKI.
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El grupo SITE, con el liderazgo de James Wine, ha consolidado una forma metafórica de hacer arquitectura, la de-arquitectura. Sus trabajos más conocidos son, sin duda, los supermercados de la cadena BEST, realizados durante los años setenta. En esos edificios, las fachadas se convierten no sólo en un reclamo publicitario y ambiguo, en el que los muros aparecen arruinados, doblados, inclinados o despegados, sino que además plantean la recuperación de una vieja polémica de la Ilustración, la de la relación entre arquitectura y construcción en la que el muro cumple una función decisiva como forma de la arquitectura. Es más, cómo no establecer una vinculación entre la ruina construida del supermercado BEST y la ruina de un muro romano grabada por A.J.B. Rondelet en su "Traité théorique et pratique sur l'art de batir", publicado en París a comienzos del siglo XIX.