Son los únicos palacios que se construyeron fuera del proyecto general de la Sección Nacional de la Exposición. Ambos se deben a Puig i Cadafalch y Guillem Busquets. La construcción, realizada entre 1918 y 1923, fue dirigida por el primero de ellos. En realidad no se trata de dos palacios propiamente dichos, sino de dos pabellones que se organizan, cada uno de ellos, a partir de dos naves adosadas de grandes dimensiones. Puig i Cadafalch solucionó la planta con una retícula integrada por módulos cuadrangulares sobre columnas como únicos elementos interiores de soporte del tejado. Las fachadas son ciegas, sin ninguna obertura, y la iluminación es cenital mediante la implantación de claraboyas en la cubierta. Exteriormente, las fachadas están decoradas con columnas salomónicas esgrafiadas de inspiración barroca. Los remates de los ángulos siguen el modelo del Puente Real de Valencia, y los porches de acceso, que guarecen las puertas, reproducen la portada de la iglesia de Caldes de Montbui. Dentro del plan urbanístico general de la Exposición, ambos palacios son importantes en tanto que sirven de cierre a la plaza Carlos Buïgas, potenciando una vez más el eje Palacio Nacional - Plaza de España.
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Los palacios persas más importantes son los de Persépolis, el lugar donde fija su residencia Darío en el siglo VI a.C. Darío no construyó allí más que dos o tres edificios pero sus descendientes se encargaron de enriquecerla de manera fastuosa. La tradición narra que Alejandro incendió la ciudad antes de su partida hacia la India, tras una noche de orgía. Sobre una amplísima terraza natural de piedra se conservan los restos de algunos palacios o apadanas. Estos restos se encuentran en un espacio de 425 metros de largo por 520 de ancho y están rodeados por diferentes construcciones de las que apenas conservamos datos. En la zona norte nos encontramos con la puerta monumental inacabada mientras que en el sur aparecen los llamados propileos de Jerjes, flanqueados por dos gigantescos toros antropomorfos alados. El Tripylon es el pasaje monumental que une las dos partes de la ciudad. Sobre otra terraza se encuentra el palacio de las Cien columnas de Jerjes y a su lado se sitúa el edificio de la tesorería. En la zona baja de Persépolis encontramos la Apadana o gran sala de audiencias de Darío I. Las habitaciones personales del monarca se hallan a continuación, pasando a los palacios de Artajerjes y de Jerjes. En la confluencia de las dos zonas palaciegas se ubicaba el harén que era la tesorería de Jerjes y de Darío. Los nombres asignados a los principales edificios son nombres convencionales, empleados por los arqueólogos por comodidad.
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La Domus Flavia reunió en el palacio imperial las funciones de gobierno y de representación -incluidas las sesiones del dócil senado de la época-, que antaño se repartían por otras sedes de la ciudad. El centro del edificio lo ocupaba un inmenso peristilo de columnas de portasanta, que rodeaban una fuente central en forma de laberinto octogonal, muy restaurado hoy día. Al nordeste se hallaban los dos salones principales. El primero de ellos era el aula regia, es decir, el salón del trono, instalado sobre un alto estrado en el ábside de la cabecera.
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El Palacio de los Medici en Florencia, construido en 1444 por Michelozzo, se convirtió en el prototipo del palacio florentino. Su planta es casi simétrica, con un patio interior porticado como espacio central que actúa de distribuidor de las diferentes estancias. Tiene tres pisos, estando la planta baja de la fachada articulada con un almohadillado inspirado en el Palazzo Vecchio. En los pisos superiores decrece el aspecto rústico, rematándose con una espléndida cornisa. Entre los años 1489 y 1507 Benedato da Maiano levanta el Palacio Strozzi, tomando como modelo el palacio Medicci, también con tres pisos, almohadillado decreciente y amplia cornisa en voladizo, creando un espectacular juego de luces y sombras. Hacia 1456 inicia Alberti el Palacio Rucellai en cuya fachada las verticales de los tres pisos quedan marcadas por las pilastras de órdenes clásicos. La alternancia vano-muro-pilastra marca un ritmo perfectamente armónico. Al igual que el Strozzi y el Medici, este palacio también se remata con una cornisa. En Roma, un discípulo de Alberti construye hacia 1485 el palacio de la Chancillería, con una fachada de clara inspiración florentina, diferenciándose del Palacio Rucellai en la ausencia de pilastras empotradas en la planta baja y los anchos espacios que separan sus ventanas.
Personaje
Otros
Estudio en su ciudad natal y llegó a ser catedrático de la Universidad salmantina y de Valladolid. Seguirá la carrera administrativa y alcanzará los cargos de miembro del Consejo Real y presidente del Consejo de la Mesta. Desde su puesto como embajador en Roma escribió "De beneficiis in curia vacantibus" en la que defendía el Patrimonio Real, presentándose como un firme defensor del poder monárquico. Como experto jurista, los Reyes Católicos le encomendaron la elaboración de las leyes de Toro, participando activamente en la cuestión de los Justos Títulos del dominio de Indias. En su obra "Libellus de insulis oceanis" hace un concienzudo razonamiento sobre la legitimidad de la soberanía castellana de los territorios americanos. Palacios Rubios será el autor del "Requerimiento" que erá leído a los indígenas antes de ser sometidos pacíficamente por los conquistadores españoles. En el requerimiento se les hacía vasallos del monarca castellano y súbditos del papa y si los indios oponían resistencia se podía utilizar la fuerza para que fueran sometidos. También realizó escritos de carácter militar como el "Tratado del esfuerzo bélico heroico".
contexto
Si en otro tipo de edificios la realidad americana forzó a una cierta adaptación, las casas construidas por las grandes familias en las ciudades siguieron durante bastante tiempo los modelos peninsulares. Por eso en el siglo XVI en México las casas se construyeron como casas fuertes, incluso con torres, elemento éste que no desapareció por siglos de muchas de las grandes casas, asociado a los palacios urbanos. De alguna forma, parecería que la memoria personal de los conquistadores les llevara a perpetuar en las nuevas tierras aquellas tipologías asociadas al poder en la Península, por muy tradicionales que éstas resultaran, o quizás precisamente por ello.Por eso, además de las torres, fueron frecuentes los balcones en esquina, en la tradición de los palacios castellanos y extremeños, tal como se hicieron en la casa del Almirante y casa de las Sierpes, en Cuzco. También, en la portada de la casa de los Montejo en Mérida de Yucatán, aparecen por un lado lo que se han considerado retratos del Adelantado (retrato barbado que se repite) y de su mujer, en la línea del nuevo arte renacentista, y por otro dos figuras en el cuerpo superior que recuerdan los salvajes de las portadas españolas del siglo XV. Figuras de salvajes que también aparecen sosteniendo un escudo en las pinturas de la casa de Juan Delgado de Vargas en Tunja (Colombia).En ese proceso de ascenso social mediante los propios méritos, la fama alcanzada fue perpetuada en el Renacimiento tanto mediante el palacio como por medio del retrato. Pues bien, ambos confluyen en las portadas de algunas de las casas del siglo XVI: no sólo en la citada de los Montejo, también en la llamada de las caritas en Puebla, o en la casa de los cuatro bustos en Cuzco, aparecen los característicos bustos en medallones que también podemos ver en portadas de grandes casas del Renacimiento en España.Al fin y al cabo, como escribía el cronista Fernández de Piedra Hita refiriéndose a Tunja, las grandes casas se justificaban por la vanidad que obliga a los hombres a eternizar su fama en la posteridad.La casa de Cortés en Cuernavaca, construida en los años veinte del siglo XVI (aunque luego se ampliara y transformara), es similar al palacio construido poco antes (1510-13) por Diego Colón en Santo Domingo, con galerías en las dos fachadas principales. La doble galería en la fachada aparecía también en la Casa de Campo de Madrid, que había sido construida antes de 1520 por un hombre que, como los citados, había logrado por sus méritos fortuna y fama. Se viene considerando que el modelo para esta tipología de palacio-villa con doble arquería entre dos cuerpos que avanzan se encuentra en Peruzzi y en villas italianas de fines del siglo XV, pero últimamente se insiste más (Urrea, Junquera) en los posibles precedentes peninsulares -castellanos y extremeños- como el palacio de Mancera de Abajo (Salamanca) que, según recuerda J. Urrea, fue construido además por un pariente de la esposa de Diego Colón. La posible tradición hispana de esta tipología -aunque incorpore elementos renacentistas italianos- ha sido apuntada por Marías al estudiar este tipo de residencia en la Península en el cambio de siglo, dos de cuyos mejores ejemplos se encuentran en tierras americanas. Signo de un ascenso social indiscutible, imagen de la autoridad alcanzada, estos palacios de los conquistadores y sus descendientes recuerdan la estrecha relación, materializada con mejor o peor fortuna según las circunstancias, entre la Península y los reinos de Indias en lo que se refiere a tipologías arquitectónicas.Las casas principales de las ciudades siempre se organizaron en torno a un patio principal y normalmente otro secundario al fondo. Parece ser que en Quito existía un dicho atribuido a los españoles: "Constrúyanme un patio y, en lo que sobre, la casa". En el siglo XVII, en México lo mismo que en Lima, lo frecuente era que las casas tuvieran zaguán, patio principal -aunque fuera pequeño- un segundo patio de servicio y entre ambos la escalera. En la planta superior y con balcones a la calle, la sala principal, situándose en las viviendas mexicanas el comedor al otro lado del patio, cercano por tanto a la cocina que se ubica en el segundo patio. El que tuviera antesala, más o menos recámaras, etc., ya dependía del nivel del propietario. Era frecuente que en las plantas bajas hubiera almacenes o tiendas y en ella se ubicaban las bodegas, caballerizas, cuartos de criados... Las portadas en piedra, los patios con arquerías, la escalera y una rica decoración para las estancias fueron los elementos que definieron a las grandes casas durante el periodo colonial.La evolución del gusto fue adaptando la decoración tanto a los nuevos estilos importados de Europa como a los gustos locales. Casas del siglo XVIII como la del Alfeñique en Puebla utilizaron en las fachadas los azulejos, proporcionando así a la ciudad un cromatismo que de nuevo nos recuerda la importancia del color en la arquitectura hispanoamericana, así como la importante producción de cerámica de la ciudad. También en México, la casa del conde del Valle de Orizaba recurrió a ese tipo de revestimiento de fachada, por lo que se la conoce como casa de los azulejos. En Lima, por el color destaca de entre otras fachadas la de la casa del marqués de Torre-Tagle, acabada en 1735, pues el blanco de la pared contrasta con la madera del balcón y si se penetra al interior se pueden ver los azulejos en el zócalo del patio.Las ventanas y balcones fueron adquiriendo rasgos típicos de cada zona, adaptándose a los distintos climas. En unos casos fueron grandes rejas en las ventanas, como las venezolanas del siglo XVIII o las de Trujillo; en otros, balcones de madera como en Puerto Rico o en Cartagena de Indias, siendo los más famosos los balcones de cajón de Lima de los que llegó a haber tantos en el siglo XVII que se decía que parecían "calles en el ayre". En lugares muy calurosos, como Veracruz, las casas eran altas, pero los patios eran pequeños y los balcones grandes para defenderse del calor conservando fresca la casa durante el día y disfrutando del fresco nocturno en los balcones.En Brasil la zona pública de la casa estaba hacia el exterior, a la fachada, quedando las estancias familiares al fondo de la vivienda. Aunque tuvieran patios, en la casa brasileña no tenían el protagonismo que tuvieron en la vivienda hispánica. Se conservan viviendas como el Solar de Saldanha en Salvador (Bahía), de comienzos del XVIII, con una extraordinaria decoración de origen renacentista en la portada.Las mejores casas solían ocupar el centro de las ciudades. La ubicación con respecto a la plaza, las iglesias y los edificios más representativos siempre respondió al prestigio y riqueza de su propietario hasta que las elites comenzaron a abandonar las ciudades para asentarse en el campo. Las grandes familias como la del conde del valle de Orizaba en México tuvieron además residencias suburbanas para recreo que en este caso es la que se conoce como casa de los Mascarones (1766-1771). En su fachada parece querer recordar (fuerte almohadillado, cariátides...) un tipo de villa desarrollada en Europa en el siglo XVI.En las zonas especialmente afectadas por los terremotos, como Oaxaca, las casas debieron renunciar a la afirmación de poder y riqueza que era la altura, y las torres-miradores de la ciudad de Lima para ver llegar los barcos al puerto del Callao fueron anteriores al gran terremoto de 1746. En las ciudades mineras, que crecieron sin orden, también sus grandes casas parecen reflejar esa riqueza sin reglas de la que nacieron, pues muchas de ellas, al adaptarse al terreno, tuvieron que renunciar a la regularidad de una casa organizada en torno a un patio. Ese fue el caso por ejemplo de Guanajuato y de Taxco. Adquirir riqueza y hacerse una gran casa fue todo uno, y ahí está el ejemplo del minero José de la Borda, que pretendió adquirir en México, sin conseguirlo, toda una manzana de la ciudad para sus casas -con un balcón corrido que permitiera andar en todo su alrededor- y que en Taxco edificó su vivienda en la plaza adaptándola en su parte trasera al terreno escarpado de esta ciudad minera.En las casas contaron a veces sus propietarios con orgullo parte de su historia: los escudos del patio de la casa del conde de Santiago de Calimaya recuerdan con qué otras familias estaba emparentada ésta, que fue una de las más importantes en la colonia no sólo por sus cargos, sino por sus grandes posesiones de tierras en el Bajío. La mano sosteniendo una custodia en la casa de Chavarría recuerda la hazaña de su dueño al salvar al Santísimo Sacramento de un incendio... También en su decoración interior reflejaban la riqueza y el buen gusto -a veces adquirido gracias a ella- de sus dueños. Los adornos de tapices -se sabe por un inventario del año 1549 que las estancias de la casa de Cortés estuvieron adornadas de tapices y guadameciles- fueron desplazados con el tiempo por cuadros y espejos, estos últimos sobre todo ya en el siglo XVIII.En el siglo XVII parece que en las buenas casas abundaron las vajillas de plata y de porcelana de China -a veces hechas en México imitando la técnica y los motivos de la porcelana china- en unos interiores que por mucho tiempo conservaron estrados según la costumbre morisca. El gusto por los productos de China llegados en el Galeón de Manila en la sociedad novohispana -hasta el proyecto para la reja del coro de la catedral de México se llevó a China para ser realizado allí- se manifiesta lo mismo en las casas de las grandes familias (por ejemplo los tibores y los papeles de China con moldura dorada al agua de las casas mexicanas) que en los adornos de loza de algunos conventos o en los numerosos cristos de marfil que, procedentes de Asia, despertaron la devoción pese a la falta de sentimiento que se les ha achacado. Lo mismo se podría decir del Perú y también de Brasil donde, ya a fines del XVI, se sabe de la existencia de porcelanas de India y China en las grandes casas, aunque en la América portuguesa hasta fines del XVIII no comenzó a existir una oligarquía urbana, cuya residencia fue el sobrado, la casa de varios pisos en la ciudad construida por los nuevos señores del oro, los diamantes y el café.Se ha dicho que los portugueses desde el comienzo prefirieron asentarse antes como terratenientes que como propietarios urbanos. Ejemplo de los primeros tiempos de esa forma de asentamiento fue la torre de Tautapara, construida en el siglo XVI y comienzos del XVII en las cercanías de Salvador de Bahía: con alas laterales con arcadas, capilla hexagonal y planta simétrica, remite a modelos de villas renacentistas, aunque se ha hablado del carácter feudal de esta casa situada sobre el mar y dedicada por generaciones a la explotación de la ganadería. En Brasil, en los ingenios para la explotación de la caña, la familia blanca viviría en la casa grande y los esclavos en la senzala. Las casas grandes tenían un pórtico, con la capilla a un lado y el alojamiento para los huéspedes al otro, además de almacenes, cocina, etc. Las viviendas rurales o alpendres de los bandeirantes en Brasil tenían porches al exterior que se han relacionado tanto con una tradición hispana como con la arquitectura tradicional indígena.Las amuralladas haciendas mineras de México, en las que la fabricación de metales preciosos coexistía funcionalmente con la vivienda e incluso con una pequeña infraestructura para atender las necesidades religiosas, tuvieron poco que ver, al igual que las haciendas de las órdenes religiosas, con las haciendas levantadas por particulares para la explotación de tierras. Estas últimas, con patio interior y a veces amuralladas, combinaron una arquitectura culta con la humildad de las chozas para los servidores. En la casa del señor, la tipología adoptada frecuentemente para las fachadas fue la de los palacios urbanos: lo mismo que en Lima la Quinta de Presa (hacia 1761) combinaba la vivienda de recreo -arquería a modo de belvedere en la fachada posterior- con elementos palaciegos, el Ingenio Freguesia, en el Recóncavo de Bahía, recuerda con su arquitectura casi cortesana la relevancia que tuvieron los grandes ingenios azucareros en los que -como ocurre en éste- la capilla estuvo separada de la casa principal, aunque los señores podían acceder directamente al coro y tribunas desde la vivienda.
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En 1551 Miguel Ángel sustituyó con las rampas actuales la originaria escalera que Bramante había diseñado y que había quedado casi destruida tras la construcción de la enorme hornacina. La colosal Piña de bronce dorado era una fuente romana de los siglos I y II que se encontraba en el centro del atrio descubierto de la antigua basílica de San Pedro. Inicialmente se hallaba en el Campo de Marte. Fue llevada a su lugar actual en 1608. El capitel que la sostiene representa a jueces de competencias y a atletas romanos y es del siglo III. Los pavos reales son copias de los originales, de época de Adriano. A ambos lados de la fuente hay dos leones egipcios, de la XXX dinastía; egipcias también son las estatuas que se encuentran en el hemiciclo, tras la Piña.
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Al prolongar hacia occidente las logias perpendiculares similares a las realizadas por Bramante y Rafael, Pío IV inició en el año 1563 la transformación del antiguo "jardín secreto" que estaba reservado a la corte papal. La nueva construcción fue iniciada por Pirro Ligorio, finalizándose durante el pontificado de Gregorio XIII por parte de Martino Longhi el Viejo y Mascherino. Durante el pontificado de Sixto V, Domenico Fontana será el responsable de la organización definitiva de la residencia pontificia. El Palacio Sixtino presenta planta cuadrada y se alza en el Patio de San Dámaso, frente al palacio medieval. Los tres órdenes de logias repiten los ya existentes y posiblemente fueron iniciados por Mascherino y Longhi. Fontana realizó los trabajos de manera rápida, concluyéndose definitivamente en octubre de 1595, bajo la dirección de Taddeo Landini.