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obra
En la pintura occidental de los siglos anteriores, sólo en muy raras ocasiones un paisaje había quedado reducido a la visión tan próxima de las flores como sucede aquí. Hemos querido precisar al hablar de la pintura occidental porque en Extremo Oriente la situación fue bastante distinta. Allí, en las pinturas japonesa y, sobre todo, china, no resulta raro encontrar escenas como la que contemplamos, donde unas cuantas flores ocupan todo el protagonismo y se sitúan en el primer plano del campo visual del espectador. Se ha mencionado en multitud de ocasiones la influencia que ejerció esa pintura oriental sobre el arte europeo de finales de siglo XIX, y los impresionistas serían los primeros en sentirse orgullosos por esto. Esa influencia se tradujo en la revalorización de algunos temas, en la aplicación de colores planos sobre grande superficies o en la importancia concedida a la línea ondulada, sensual.
estilo
En el Neo-Impresionismo se agrupan las más diversas tendencias, muchas de las cuales desbordan todo intento de clasificación cronológica, puesto que en gran medida se corresponden con figuras concretas: por ejemplo, Edvard Munch, autor de El Grito, sigue trabajando hasta su muerte después de la II Guerra Mundial. Van Gogh, en cambio, muere prematuramente en 1890. El Neo-Impresionismo es básicamente un movimiento de reacción ante el Impresionismo: habiendo agotado éste su intención estética, la única que tenía en realidad, se ve incapaz de ir más allá. Sus veteranos, y los jóvenes pintores de París y otros países europeos influidos por el nuevo estilo, se enfrentan a la necesidad de abrir nuevas vías de investigación pictórica. Las respuestas a esta necesidad serán diferentes según tendencias como el Puntillismo o el Simbolismo, o según pintores, difícilmente clasificables en una Escuela concreta, como Cézanne. En cualquier caso, se aprovechan los avances del Impresionismo sobre teoría del color e independencia de los temas y se introducen factores nuevos que permiten revalorizar la importancia del arte.
Personaje Político
Hija de Felipe Guillermo, duque de Baviera-Neoburgo, fue escogida para contraer matrimonio con Carlos II, ya que descendía de una prolífica familia. Atraída por el dinero de la corte española, se dirigió a Madrid. Sin embargo, rápidamente se enfrentó a la reina madre y el resto de la corte. Mariana de Neoburgo se mostró partidaria del archiduque Carlos en la sucesión de la corona, pero chocó con los intereses del cardenal Portocarrero, que apoyaba a José Fernando de Baviera. La repentina muerte de éste en 1699 obligó a un cambio de planes y, de nuevo, Portocarrero convenció al rey para que legase su corona a Felipe de Anjou. Ante esta situación, la reina trasladó su residencia primero a Toledo y luego a Bayona. Regresó a la corte para asistir a la boda de su sobrina Isabel de Farnesio con Felipe V y al cabo de poco tiempo murió.
estilo
<p>España a fines del siglo XVIII se encontraba notablemente atrasada en el campo cultural respecto a sus vecinos Italia y Francia. La pintura, y el arte en general, se había mantenido en un Barroco decorativo en el cual dominaba la dinastía de pintores de la familia Bayeu, de la cual Goya sería miembro (se casó con la hija del patriarca, Francisco Bayeu). La irrupción del Neoclasicismo provino, pues, del exterior, y no de una necesidad interna de renovación. Carlos III, monarca napolitano, fue propuesto al trono español por necesidades de sucesión. Este rey proveniente de Italia y casado con una culta princesa austríaca, Mª Amalia de Sajonia, encontró que Madrid era "un poblachón de casuchas y conventos", sin empedrados, sin iluminación, sin plan urbanístico... Decidió personalmente impulsar la reforma de la capital, esperando tal vez que el ejemplo cundiera en el resto del país. Reunió un nutrido grupo de arquitectos que remodelaron la ciudad al estilo parisino, por lo cual el Neoclasicismo francés está constantemente presente. A la acción del rey se deben hoy la Puerta de Alcalá, el Jardín Botánico, el Observatorio Astronómico, el Museo del Prado (concebido como Gabinete de Historia Natural), el Hospital General (hoy Museo Nacional Centro de Arte "Reina Sofía"), así como un sinfín de calles, avenidas, plazas, bulevares y palacios que su corte construyó, imitando la modernidad del rey. Uno de estos palacios fue por ejemplo el de Villahermosa, actual Museo Thyssen-Bornemisza. Su esposa, Mª Amalia, introdujo importantes secretos industriales en España, como eran la porcelana y determinadas técnicas del vidrio, que había obtenido de su abuelo Maximiliano, el emperador de Austria. Con tales novedades en la manufactura, construyó dos Reales Fábricas que completaban el conjunto del Palacio del Buen Retiro, con el objeto de potenciar la oferta española de bienes de lujo en el mercado europeo. Tal actividad en favor de la capital hizo que desde su reinado se haya considerado a Carlos III "el mejor alcalde de Madrid". No sólo en arquitectura y urbanismo se dejó sentir la influencia regia; Carlos III trajo a su pintor favorito, Antonio Rafael Mengs, para que organizara la enseñanza de la pintura oficial a través de las Academias, casi todas fundadas en este período. La de Madrid tendrá una importancia vital hasta nuestros días, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, hoy convertida en una importante pinacoteca madrileña. Las Reales Academias dependen directamente del rey y pretenden extender una rígida normativa en cuanto a lo que la pintura de Corte debía ser. Se erigieron en modelos casi tiránicos, que en algunos momentos contradijeron directamente la creatividad y la originalidad de los pintores. Sin embargo, en este momento, las Academias funcionan como mecanismos de renovación y avance. Mengs, alemán, fue la estrella del primer Neoclasicismo, como José de Madrazo lo sería del segundo Neoclasicismo. Mengs lleva los nombres de dos famosos pintores, Correggio y Rafael de Sanzio, que fueron sus modelos a lo largo de su carrera. Formado como teórico, su peso intelectual y su rigor dibujístico le convirtieron en la pieza fundamental de la renovación hacia un nuevo clasicismo en la pintura de corte. Sin embargo, la asepsia de su estilo y su carácter personal, extremadamente antipático, le hicieron impopular en la Corte, y su renovación sólo llegó al círculo más próximo al rey. A pesar de ello, consiguió depurar los elementos del pasado que pesaban en la pintura: instaura un nuevo retrato oficial, de tres cuartos, sin ninguna penetración psicológica y sin el aparato ni la pompa del Barroco. Su estilo se mantuvo bajo Carlos IV y consiguió algunos seguidores, de los cuales destacan Mariano Salvador Maella y Vicente López. Éste último trabajó siempre en un estilo minucioso y monótono, sólo roto en dos lienzos brillantes: el retrato del padre del pintor y el retrato que le hizo a Goya. Goya es una especie de transición antes de tiempo. A caballo entre el siglo XVIII y el XIX, preludia el Romanticismo, un proyecto abortado por la restauración en el trono del absolutista Fernando VII, que retrasó el nuevo estilo hasta su muerte y la regencia de María Cristina. Goya tuvo un primer momento puramente neoclásico, puesto que estaba muy integrado en el círculo de los ilustrados, una camarilla intelectual agrupada alrededor de ciertas casas nobles, como la de Osuna, Chinchón y Alba, bajo el liderazgo indiscutible de Jovellanos. Este grupo consiguió durante unos años apartar del poder al favorito de la reina, Godoy, y gobernar como consejeros de Carlos IV. Fueron unos años de esperanza y renovación, en los cuales la pintura de Goya se llena de ejemplos de retratos neoclásicos, de sus amigos los ilustrados, íntimos, familiares, cercanos, al tiempo que practica una feroz crítica social sobre su entorno: la superstición, la ignorancia, la prepotencia eclesiástica... Es la época de sus Caprichos. Cuando los ilustrados fueron definitivamente apartados del gobierno por María Luisa, la reina, y tras la invasión napoleónica, los fundamentos de la Ilustración fueron perseguidos por afrancesados, y la pintura neoclásica sufrió un duro golpe. El propio Goya cambió radicalmente su estilo durante la guerra y tras la misma, momento en el cual se considera se produjo su transición hacia el Romanticismo. La Restauración marca el inicio del segundo momento del Neoclasicismo español; alejado ya de sus ideales culturales que pretenden hacer accesible la cultura y renovar la intelectualidad nacional. Fernando VII se apropia del férreo control que hace posible la enseñanza en las Academias, para impulsar una pintura sumisa, volcada hacia la escuela nacional y los valores propios, como son los del Siglo de Oro. Esta corriente anuncia el cercano eclecticismo, de intenciones similares. El mejor exponente de esta pintura fue José de Madrazo, iniciador de una dinastía de pintores oficiales que tuvieron gran poder en Madrid y su escuela artística. Fue José de Madrazo quien transformó el Gabinete de Historia Natural en Museo del Prado, en cuya operación se instaló como obra artística y no como curiosidad natural el Tesoro del Delfín, estableciéndose además la función didáctica como la principal del Museo, frente a la expositiva. En este segundo momento neoclásico, además del peso de Goya, imborrable ya, se dejó sentir la influencia del pintor neoclásico por excelencia, David, en cuyo estudio de París estudiaron algunos pintores madrileños que introdujeron su estilo en la Corte española. Es éste el caso de José Aparicio y Juan Antonio Ribera. A través de la influencia davidiana se conocieron ciertos conceptos, provenientes del teatro, como es la regla de las tres unidades, aplicada a la escena pictórica: unidad de acción, unidad de tiempo y unidad de espacio. Estas reglas, aplicadas a temas nacionales como la Muerte de Viriato pintada por Madrazo, dieron por resultado un arte grandilocuente y sumiso al régimen, apropiado a los designios de Fernando VII. Éste, asustado por la violencia creadora de Goya, prefirió relegarlo de la Corte y sustituirlo por un Vicente López anciano y anquilosado. En ese estado se mantuvo el arte neoclásico hasta 1830, año revolucionario en el cual se impuso la regencia de la reina más romántica de España, María Cristina, que renunció a la corona por un amor plebeyo. Su entrada triunfal en Madrid exhibiendo un tejido azul celeste convirtió a este color en el emblema de los liberales y los románticos, el azul María Cristina.</p>
estilo
El siglo XVIII en Francia es el Siglo de las Luces, que alumbró la Ilustración, el enciclopedismo, la renovación de las teorías políticas, jurídicas, filosóficas... Por primera vez, un preso es considerado inocente hasta que se demuestre lo contrario. Voltaire, Montesquieu y Rousseau revolucionan la teoría política. Se clama por la muerte del absolutismo y la separación de poderes. Se insinúa la necesidad de proclamar los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y los movimientos urbanos, sostenidos frecuentemente por una inmensa masa obrera femenina, tratan de establecer los Derechos de la Mujer. También se lucha por el derecho de los pueblos a ostentar su soberanía: oleadas revolucionarias determinan la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica y la serie de emancipaciones de los estados iberoamericanos, que culminó en el siglo XIX. Por supuesto, la culminación será la Revolución francesa. Todos los países periféricos a Francia contemplaron con temor la ebullición ideológica de sus vecinos, en especial durante la Revolución, lo que en el caso español facilitó la invasión napoleónica tras la abdicación de Fernando VII. Dado tal estado de cosas, sería de esperar un arte igualmente apasionado, deseoso de cambiar la situación. Sin embargo, nos encontramos frecuentemente con un estereotipo de los ideales, que se encontraban desfasados entre la agitación popular y el clasicismo predominante en los círculos intelectuales. Tradicionalmente, en la cultura occidental de la Edad Moderna se había considerado aquélla como un patrimonio de la élite aristocrática. Sin embargo, los ilustrados tratan de hacerla extensiva al pueblo para alcanzar el progreso. Ése es uno de los motivos que nos introducen en la Edad Contemporánea. Para aleccionar al pueblo se rescatan los ideales clasicistas de la Roma republicana, reducto de la ética y la moralidad política o ciudadana en general, sin tener en cuenta, por supuesto, que los ciudadanos romanos eran una élite minoritaria frente a la masa que integraba los dominios romanos, sin status de ciudadanía. El objetivo es una regeneración moral de las costumbres y el arte del último Barroco, caído en la complacencia intrascendente del Rococó, una pintura concebida para deleitar los sentidos, no el intelecto. La regeneración siguió criterios casi de higiene social, para lo cual se recurrió al desarrollo de las ciencias. Aplicadas al arte nacen ciencias como la Estética, la Historia y la Historia del Arte o la Arqueología, que disfrutó una auténtica explosión erudita. Se iniciaron excavaciones y estudios, que añadieron datos para que los pintores los explotaran. Esta situación favoreció el desarrollo de la pintura de historia como género independiente y renovado. En la pintura de historia se elegían momentos ejemplares, especialmente de la Roma republicana, que resultaran aleccionadores sobre las virtudes ciudadanas y cívicas. Importan, a partes iguales, la claridad formal y la contundencia del mensaje. Por eso mismo se cayó con excesiva facilidad en el estereotipo de valores universales: el buen gobernante, el ciudadano responsable, la caridad, el amor al trabajo, el sacrificio por la patria... Respecto a la estética neoclásica, se aplicaron las normas racionalistas del teatro clásico francés de Molière o Racine: la regla de las tres unidades. Una acción ha de desarrollarse en un sólo espacio, en un momento unitario, que es el mismo que corresponde a la representación, y ha de centrarse en una acción, y no en varias historias de los personajes. Al aplicar esta regla a los cuadros se obtienen imágenes como el Juramento de los Horacios, de David, el pintor oficial del Neoclasicismo: una historia, la de los tres hermanos que van a luchar por su patria; un espacio, el interior de la casa patricia; y un momento, el que el padre elige para que los jóvenes juren fidelidad sobre sus espadas. El momento dramático se encuentra en el centro geométrico de la escena y, a los lados, compensada por completo, la masa de las mujeres de la casa, afligidas por la marcha de los muchachos; al otro, el padre y los soldados que esperan su partida. Esta escena responde a todos los estereotipos de la pintura neoclásica: luz uniforme y cenital, anatomías perfectas, disposición en friso de los personajes, estructura geométrica de los elementos de la escena, que se reducen a los estrictamente necesarios, etc. Y, por supuesto, la escena no puede ser más ejemplar que la elegida. Además de la pintura de historia, se cultivaron el retrato y el paisaje. El paisaje, tras los brillantes precedentes barrocos de Poussin y Lorena, apenas se trató y se mantuvo en fase latente hasta su recuperación durante el Romanticismo y el Realismo. Por ejemplo, de David sólo se conoce un paisaje, que pintó durante su encarcelamiento, sospechoso de traición a la Revolución, cargo del que sería absuelto más tarde. El retrato resulta una faceta más interesante; prima la sencillez y la caracterización a la romana, como si de un disfraz se tratara. Se impone la moda imperio, especialmente en el vestido y peinado femeninos: trajes-túnica con el talle muy alto, y peinados en moño, con caracolillos rodeando el rostro. Resultan excesivamente fríos; el único que intentó mezclar la severidad del detalle con la calidez de la psicología del modelo fue Ingres, cuyos retratos son absolutamente prodigiosos, así como otras escenas de su invención, de las cuales destacan sin duda sus series de odaliscas y baños turcos. Pero la característica común a todos ellos es el protagonismo de una línea nítida y pura, que describe volúmenes perfectos y formas muy delimitadas, lo que no sólo se aplica a los retratos sino también a los otros temas. La influencia sobre otros países varió enormemente: el Neoclasicismo español se redujo a ciertos círculos cortesanos, por pintores que visitaron el taller de David en París. Sin embargo, el Neoclasicismo inglés se vio bastante influido, puesto que trataba de establecer sus propias normas y carecía de tradición pictórica propia.
estilo
Gran Bretaña marchó a su propio ritmo durante siglos. Cuando llega el siglo XVIII no puede sustraerse a las influencias del continente europeo, especialmente a aquellas que marcan el cambio desde la monarquía absolutista hacia las libertades, limitadas, del pueblo. Gran Bretaña era un país con tradición parlamentaria, que ya había pasado por una revolución en la cual el rey, Carlos I, había sido ejecutado a manos de los revolucionarios comandados por Cromwell. Con esos precedentes, que habían desestabilizado la nación y la habían puesto en manos de una dinastía extranjera, los Orange holandeses, el país trata de minimizar las transformaciones y acelera la concesión de una serie de libertades parlamentarias. A esto se unió felizmente un período de prosperidad económica, en una clase alto-burguesa que pertenecía mayoritariamente a la secta del evangelismo. Es ésta una rama del protestantismo especialmente racionalista y rigurosa, muy afín a los postulados de la Ilustración y el enciclopedismo, por lo cual unos cambios ayudaron a otros, y la ideología sustentó la política, la economía y la cultura, sin el desfase que provocó los desmanes de la Revolución Francesa.El arte del período neoclásico en Gran Bretaña trata desesperadamente de encontrar su propia identidad, tras siglos de importar pintura del extranjero, Italia y Holanda principalmente. El precedente más inmediato se encuentra en Hogarth, que trata los valores británicos de manera crítica y personal. Inspirado grandemente en la pintura costumbrista del Barroco Centroeuropeo, fue tratadista, literato, orfebre, e importante personaje en Londres. Sus mejores obras, que condensan las costumbres relajadas de la alta sociedad británica, son las llamadas "piezas de conversación", pequeños cuadritos que forman series sobre un problema moral: la prostitución, el matrimonio de conveniencia, las elecciones municipales, etc.La pintura de Hogarth marca el camino a seguir para los otros pintores. El retrato, que Hogarth define como informal, intimista y elegante, se ve apoyado por la tradición clásica de Van Dyck, que había dejado abundantes muestras de su obra en territorio inglés. Reynolds, Gainsboroguh y Lawrence hacen suyo este tipo de retrato, cada uno con sus variantes personales.Por otro lado, el paisaje será la segunda bandera de los británicos. Para ello escogen los precedentes holandeses del barroco, y la pintura de Claudio de Lorena, francés afincado en Roma durante el mismo período del barroco. Cuando coinciden en mezclar la figura de un modelo retratado con la de un paisaje clasicista como el de Lorena, o agitado como el holandés, se considera que comienza la auténtica "manera inglesa". La adaptación de los efectos del paisaje y la atmósfera a la captación psicológica del modelo anuncia el prerromanticismo, en el cual las nubes fluctuantes, o los reflejos dorados de un sol crepuscular acompañan al estado anímico de la persona que posa para el pintor.Además de los pintores citados, todos ellos grandes maestros, trabajaron durante el neoclásico una pléyade de pintores desplazados por la fama de aquellos maestros. Los más conocidos son Romney y Raeburn, dedicados tanto al retrato como a la escenita de costumbres, con algunos ejemplos delicados y llenos de gracia, como el Clérigo Patinando, de Raeburn.
contexto
Para distinguir los estilos, o mejor dicho los modos o corrientes, que impregnan las artes del siglo XIX se han propuesto una serie de denominaciones más o menos apropiadas. La corriente predominante entre 1790 y 1840 es la neoclásica. Mas pronto se impregna de una segunda, el romanticismo. En España, el neoclasicismo se mantiene hasta 1820 en la arquitectura y en la escultura, si bien en la pintura existe una mayor ambigüedad. El intento desde la Academia de marcar unos parámetros para instituir como norma la belleza ideal, nunca logrará entre los verdaderos artistas españoles su total enraizamiento. Ello es debido al creciente sentido de libertad que embarga a los creadores hispanos, y que hace que el romanticismo pronto tenga aceptación en el mundo hispánico, existiendo un prerromanticismo latente en figuras como Goya. La norma si no despreciada, sí será marginada en pro de la expresividad. Mientras en los primeros años del siglo los pintores davidianos y los escultores romanistas indagan en los temas mitológicos y moralizantes, después de 1835 los artistas más jóvenes intentan expresar lo verdadero; así, las túnicas y las togas serán sustituidas por los trajes del momento, donde los hombres utilizan la levita y las damas polisón y encajes. El romanticismo arraigará de un modo tan penetrante que aún subsistirán sus temas y formas hasta pasado el año 1870.