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La idea de pintar un grupo de paisajes acuáticos que representaran el estanque de su casa de Giverny se le ocurrió al pintor algunos años antes, en 1909. Sin embargo, el proyecto permaneció en el papel hasta que se produjo la desgracia personal de la pérdida de su mujer y su hijo. Fue entonces cuando, acompañado en el dolor por su hijastra Blanche y por su amigo Clemenceau, decidió retomar el proyecto y hacerlo con toda intensidad. Parece que incluso llegó a pensar en la posibilidad de construir un nuevo estudio, mucho más grande, que fuera capaz de albergar las obras que aún estaban en su mente. La tarea no fue fácil, como el mismo artista recordaba: "No puedo dormir por su culpa; por la noche estoy obsesionado continuamente por cuanto intento realizar. Me levanto por la mañana deshecho de cansancio. El amanecer me da nuevo valor, pero mi ansiedad vuelve en cuanto pongo un pie en el estudio... pintar es muy difícil, una tortura".
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Cuando Monet se construyó un impresionante jardín en su casa de Giverny decidió cultivar en él exóticos nenúfares importados de Japón. Para ello fue necesario elevar la temperatura del agua del estanque, instalándose presas que provocaron las protestas de los habitantes del pueblo - aconstumbrados a lavar en las aguas del río que pasaba por la finca y que formaba el estanque - ya que temían que esas plantas venidas de lejos pudieran envenenar su agua o cuando menos ensuciarla. Estos nenúfares adquirirán reconocida fama al ser los protagonistas de los últimos cuadros de Claude quien había planeado revestir una habitación circular con una serie de estas plantas. A pesar de las cataratas que dificultaban su visión, Monet realizó una de las obras más espectaculares que en conjunto recibe la denominación de Capilla Sixtina del Impresionismo. La disposición de los nenúfares en el agua y los reflejos de los sauces son los únicos motivos interesantes para el artista, en un proceso de desaparición de la forma que es eliminada casi por completo. Las pinceladas son cada vez más sueltas, trabajando con manchas de tonalidades oscuras que se animan con los colores de las ninfeas. Este proceso de desaparición formal tendrá su reacción en las imágenes de Cézanne primero y más tarde con el cubismo.