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Los desnudos academicistas con una base en la época mitológica o clásica tenían buena aceptación en el Salón de París, consiguiendo algunos éxitos. Cabanel no dudó en realizar este nacimiento de Venus y presentarlo a la muestra de 1863, obteniendo el primer premio. La bella diosa se despereza en el agua, acompañada por una corte de amorcillos en escorzo; el cabello de Venus se extiende por buena parte de lienzo y crea un atractivo contraste entre el mar y la piel nacarada de su cuerpo. El dibujo es tan exquisito como el empleo del colorido, la luz y la minuciosidad de los detalles. Curiosamente, a esa misma exposición se presentó el Desayuno en la hierba de Manet, que fue rechazado. Tratando ambos lienzos la temática del desnudo, Cabanel presenta una figura mitológica y Manet una figura de carne y hueso, relacionando el mundo clásico con la modernidad. Esa novedad no fue aceptada por el jurado, que premió el academicismo de esta obra.
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Formado con Solimena y Conca, Giaquinto, pintor de la corte papal y, posteriormente, de Fernando VI en España, plantea una peculiar lectura del rococó, en la que la apariencia espontánea de sus pinceladas esconde un detenido estudio de la composición. Su facilidad colorista y su magnífico control de las dimensiones le hicieron versátil en los géneros que cultivó, de los grandes frescos a los bocetos para tapices o las pequeñas composiciones. Su influencia en Goya será muy importante, como puede observarse en esta pintura, un boceto preparatorio para uno de los techos del Palacio Real Nuevo, concretamente para la Sala de Columnas (caja de la escalera principal en tiempos de Carlos III). Con extraordinarios recursos compositivos y técnicos y un bellísimo y brillante colorido, Corrado Giaquinto nos dejó el más bello canto del rococó en España. El Sol aparece sobre un trono de nubes, tirado por cuatro caballos blancos, sosteniendo una antorcha encendida. En niveles inferiores están representadas las figuras de la Aurora, Diana, Galatea y las Estaciones, Céfiro, Ceres, Baco, Venus y Vulcano.
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Nace Antoni-Placid-Guillem Gaudí el miércoles 25 de junio de 1852, a las nueve y media de la mañana, en el Camp de Tarragona. Quizás sea mejor citar así la comarca y omitir deliberadamente el punto exacto, pues no se trata de enfrentar de nuevo a Reus con Mas de la Calderera de Riudoms, localidades que han venido disputándose el nacimiento de este catalán universal, sobre todo desde que Rafols, su primer biógrafo, cambiara inesperadamente la reconocida de siempre Reus ("Gaudí". Barcelona,1929) por Riudoms ("Diccionario de Artistas de Cataluña". Barcelona,1951; "Gaudí". Barcelona,1952). Desde antes incluso, han sido muchas las personas que han afirmado saber o haber oído del propio Gaudí decir que era de Reus unas veces, o de Riudoms otras. De este modo, al no mencionarse el lugar de nacimiento en la inscripción del libro de bautismos de San Pedro de Reus y no existiendo todavía Registro Civil, debemos acaso basamos en los propios datos manuscritos como, por ejemplo, documentos académicos, escrituras notariales y en el mismo testamento (6-VI-1911), donde aparece Reus; o, por el contrario, en acopio de pruebas ("La verdad sobre Gaudí. Conjunto de pruebas que revalidan el hecho histórico del nacimiento de Gaudí en el "Mas de la Calderera", de Riudoms". Riudoms,1960) y en declaraciones sinceras también a favor de Riudoms ("Carta". Barcelona,1969, de Joan Bergós al arquitecto Carlos Flores: "Gaudí, Jujol y el modernismo catalán". Madrid, 1982. Vol. I. Pág. 361). Antoni Gaudí i Cornet (1852-1926) era el menor de los cinco hijos de Francesc Gaudí i Serra (cuya familia procedía de Auvernia) y de Antonia Cornet i Bertrán (cuya familia procedía de la Conca de Barberà). Hasta cuatro generaciones de caldereros se han podido detectar entre sus antepasados, circunstancia normal en la zona y que pasaría desapercibida de no ser por la insistencia en relacionar su concepción de una arquitectura tridimensional y escultórica posterior, con las formas helicoidales y alabeadas de las calderas vistas en el taller de su padre cuando era niño. Su infancia estuvo marcada por un reumatismo congénito que retrasó su ingreso en la escuela, aunque no le impidió un normal desarrollo físico. Sus primeros estudios, alternados con estancias en el Camp de Tarragona, los realiza en Reus. A los once años ingresa en el Colegio de los Escolapios (posteriormente Instituto de Enseñanza Media), donde suspende asignaturas con frecuencia, aprobando finalmente Elementos de Física e Historia Natural como alumno libre en el Instituto de Enseñanza Media de Barcelona (Curso 1868-1869). Sin embargo, el aprendizaje con los Escolapios -según reconoció en vida- le sirve para iniciarse en el Oficio Parvo de la Virgen, la teología cristológica, los salmos latinos y la liturgia que luego desarrollará al concebir su idea nueva para el Templo de la Sagrada Familia. Pero el primer contacto significativo que Gaudí tiene con la arquitectura es cuando participa, con quienes habían sido sus compañeros de bachillerato Eduardo Toda Güell (luego diplomático) y José Ribera Sans (luego médico), en un Proyecto de Restauración del Monasterio de Poblet (1870, Archivo de Poblet), entonces en ruinas. Consta de una memoria y una planta calcada de la Guía de Poblet de Bofarull, escrita y anotada por Toda. Al ser copartícipe de este proyecto de juventud (colaborando además con un primerizo dibujo del Escudo de Poblet), podría percibirse entonces a un Gaudí de espíritu impetuoso y preocupado por los necesitados. Es decir, recordando incluso las utopías de Robert Owen (1771-1858) y Charles Fourier (1772-1873), se trataba de convertir las ruinas en un falansterio, institución o edificio comunitario, incluidos servicios comunes, con el fin de mejorar la vida del proletariado suburbial maltratado por la Revolución Industrial.
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Nacimiento y primera formación Por memorias suyas fidedignas, nos dice su albacea testamentario el licenciado Marcos Felipe, don Hernando Colón nació en Córdoba el 15 de agosto de 14881, siendo hijo natural de Cristóbal Colón y Beatriz Enríquez de Arana, su amante. Los recuerdos familiares que desprenden sus escritos fueron siempre precisos para con el padre, a quien le debía apellido, honra y estado, es decir, posición social. La madre, por el contrario, se ve envuelta en el silencio más absoluto. Ninguna referencia, ni temprana ni tardía, hacia su persona; ninguna alusión a la calidad de parientes suyos de los Arana de Córdoba, algunos de los cuales destacaron como criados de confianza de los Colón, pero sin que a Hernando se le escape --en sus escritos, repetimos-- que también eran deudos o familiares. Algunos han querido ver como una alusión a su humilde origen aquella inscripción que don Hernando ordenó poner en la parte baja de la fachada de su casa sevillana y que debía rezar así: "Menosprecien los prudentes la común estimación, pues se mueven las más gentes con tan fácil opinión que lo mesmo que lanzaron de sus casas por peor de que bien consideraron juzgan hoy ser lo mejor." Refiriéndose a su origen o no, todos los indicios traslucen que su nacimiento irregular y la ascendencia y situación maternas debieron pesar grandemente en el segundo hijo del descubridor de América. Beatriz Enríquez de Arana2, amante de Colón y madre de Hernando, fue una cordobesa de posición social humilde, hija de unos pequeños agricultores de las cercanías de Córdoba, Pedro de Torquemada y Ana de Arana. Huérfana muy joven, pasó a vivir con sus parientes a la ciudad, y aquí residía cuando apareció en escena un hombre que ofrecía a los Reyes la manera de llegar a las Indias por la ruta nueva del Atlántico. En Córdoba, durante las largas temporadas que pasó esperando la resolución de su negocio, Cristóbal Colón hizo casi de todo: explicó sus proyectos, no faltándole algún que otro protector; llevó a los Monarcas la duda de si no sería verdad lo que con tanto convencimiento defendía. Al convertirse la ciudad califal en residencia habitual de la corte año tras año, de la primavera al otoño, era también cita obligada para Colón desde 1485. El deseo regio de terminar la guerra granadina antes de embarcarse en otra aventura condujo a indecisiones y aplazamientos para Colón. Y a pesar de que, mientras se discutía su proyecto, recibió ayudas de los Reyes, nunca fueron regulares y mucho menos suficientes. Fue en Córdoba donde pasó las mayores necesidades y traía la capa raída, o pobre, que dice el cronista Oviedo. Su necesidad llegó a tanto que en esa y en otras ciudades de Andalucía tuvo que dedicarse a mercader de libros de estampa y a pintar cartas de marear para venderlas a los navegantes. Los que han reconstruido cuidadosamente las andanzas colombinas en tan críticos momentos cuentan3 que a finales de 1487 su empresa era rechazada y su postración era total. Sólo Beatriz Enríquez debió sentirse generosa con el genovés, y meses después nacía su hijo Hernando. La condición jurídica de este niño era la de hijo ilegítimo o natural, nacido al margen del matrimonio por la Iglesia, lo que en esta época arrastraba graves inconvenientes legales al vástago, como la privación de ser heredero de bienes, honras, dignidades y honores que correspondieran a los padres. En consecuencia, para que el pequeño Hernando, en lugar de apellidarse Torquemada, Núñez, Arana o cualquier otro nombre familiar o local --que en esto reinaba la anarquía más absoluta--, recibiera el muy ilustre de Colón, sobre todo después del glorioso triunfo de 1492, tenía que producirse una de estas dos circunstancias: a) que Cristóbal Colón se casara con Beatriz Enríquez, hecho que no sucedió y ningún historiador discute ya; b) que don Cristóbal legitimara a su hijo, lo que desde ese mismo momento le permitiría disfrutar de una posición social privilegiada, como hijo que era de uno de los nobles más importantes del reino después de 1492. Por este camino es por donde el futuro autor de la Historia del Almirante pasó a convertirse en don Hernando Colón. Una simple declaración por parte del padre ante los Reyes y una presentación del niño ante la corte eran requisitos suficientes. En 1493 Colón solicitó y obtuvo de los Reyes la merced de que Hernando fuera nombrado paje del Príncipe don Juan. Y según el testimonio del propio interesado, la presentación oficial fue llevada a cabo a principios de 1494 por su tío, Bartolomé Colón, llevando consigo a D. Diego Colón, hermano mío, y a mí, para que sirviésemos de pajes al serenísimo Príncipe don Juan, que esté en gloria, como lo había mandado la Reina Católica Isabel, que a la sazón estaba en Valladolid (c. LXI). Así se cumplía la formalidad legal, y don Hernando Colón, niño de cinco años, se convirtió en hijo legítimo del descubridor del Nuevo Mundo. El exquisito esmero con que los Reyes Católicos cuidaron la educación del príncipe don Juan, futuro rey de todas las Españas, se proyectó igualmente sobre los pajes reunidos junto a él, hijos de la nobleza más granada de Castilla y futuros compañeros de D. Juan en el gobierno. Sabían los Reyes que de la colaboración sincera de aquéllos y éste brotaría un reino fuerte que haría olvidar para siempre banderías pasadas. Y para ello no escatimaron esfuerzos, recursos ni ilusión. Al igual que el Príncipe tenía su maestro, la enseñanza de los pajes4 fue encomendada al humanista Pedro Mártir de Anglería, un milanés inquieto, devotísimo del saber y de los libros, futuro cronista de Indias y amigo personal de Colón. En este ambiente fue creciendo Hernando Colón y, en cuanto a glorias terrenales --apellido, ascenso social, reconocimiento público y la corte-- todo se lo debla a su admirado y triunfante padre, el descubridor de las Indias. Sin embargo, no todo en la corte fueron recuerdos gratos y camino de rosas. Un pasaje de la Historia del Almirante, pleno de realismo, aunque amargo como pocos, nos traza el reverso de las horas triunfales del apellido Colón. Corrían los años de 1499-1500 y el antaño paraíso de las Indias se estaba convirtiendo para muchos en un verdadero infierno. La imagen de aquel Colón cumplidor de cuanto decía, exacto en sus predicciones y admirado por todos, había dado paso al duro gobernante, enemigo de vagos y hambrientos a la vez que castigador implacable de contestatarios. El Príncipe don Juan había muerto en 1497 y los hijos de don Cristóbal seguían en la corte, ahora como pajes de la Reina Católica; Hernando contaba once-doce años y Diego andaba por los dieciocho-diecinueve. La escena, mezclando pasajes de los años 1499-1500, se sitúa en Granada, donde los descontentos de los Colón, más que de las Indias, se manifestaban ruidosamente ante el paso del monarca: y si acaso yo y mi hermano, que éramos pajes de la Serenísima Reina, pasábamos por donde estaban, levantaban el grito hasta los cielos, diciendo: Mirad los hijos del Almirante de los mosquitos, de aquel que ha descubierto tierras de vanidad y engaño para sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos; y añadían otras muchas injurias, por lo cual nos escusábamos de pasar por delante de ellos (c. LXXXV). Hernando no debió olvidar nunca esta amarga experiencia; porque no era sólo la actitud de esos vociferantes hombres sin vergüenza, sino las repercusiones entre compañeros de oficio cortesano, con lo que daban que decir y murmurar a todos los que estaban en la Corte. Pocas veces sentiría tan en sus adentros como en esta ocasión la fragilidad de su pasado y la razón misma de su encumbramiento. Cierto era que en punto a dignidades y títulos su posición social había alcanzado la mayor altura nobiliaria; pero al mismo tiempo, su reciente escudo de armas y la falta de pasados orgullos familiares, en contraste con añejos blasones y casas arraigadas, los hacía más quebradizos a los ojos de sus teóricamente iguales. Con espíritu de vieja nobleza castellana o, más aún, de nobleza nueva y advenediza, lo plebeyo, el origen humilde era una mancha difícil de sobrellevar. Esta debe ser la razón por la que el Almirante del Mar Océano, Virrey y Gobernador de las Indias, convertido en uno de los principales nobles castellanos, nunca se casara con la humilde cordobesa Beatriz Enríquez de Arana. Y acaso por el mismo celo social, aunque resulte muy duro, casi nunca aludió don Hernando a su origen materno; sólo en un documento muy privado y restringido, como veremos después, recuerda a su madre y familia. Por parte de los Colón cuatro breves testimonios --tres de don Cristóbal y uno de su hijo y heredero don Diego-- evocan a Beatriz. El primero tiene fecha de 24 de mayo de 1493 y se trata de la merced de 10.000 maravedís anuales concedidos por los Reyes a Colón por considerarle el primero en ver tierra5. Esta renta vitalicia estaba situada en las carnicerías de Córdoba y don Cristóbal Colón se la traspasó a la madre de don Hernando. En 1502, antes de iniciar su cuarto viaje descubridor, ordena a don Diego que vele por Beatriz Enríquez por amor de mí, atento como teníades a tu madre: haya ella de ti diez mil maravedís cada año, allende de los otros que tiene en las carnicerías de Córdoba6. La tercera referencia es una manda testamentaria del descubridor a su heredero para que no descuide a Beatriz y la provea de todo lo necesario para que pueda vivir honestamente como a persona a quien soy en tanto cargo. Y esto se haga por mí descargo de conciencia, porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón dello non es lícito de la escribir aquí7. ¡Todo un mundo de remordimientos, promesas incumplidas y abandonos que pesan a la hora de hacer balance! Por último, el testamento del segundo Almirante, Diego Colón, recuerda el encargo de su padre hacia Beatriz Enríquez, vecina que fue de...8. ¿Qué mayor indiferencia que a la que fue madre de su hermano y en cuya casa él mismo residió algunas temporadas se la identifique simplemente como vecina de un lugar que deja en blanco? ¿Había algún deseo expreso de borrar huellas nada honrosas para tan ilustre apellido? Así parece. Ni el segundo Almirante, cumpliendo la orden de su padre, ni Hernando, como hijo suyo, se preocuparon mucho de Beatriz durante sus últimos años de vida, pues el mismo Diego reconocía que se le dexaron de pagar los dichos diez mil maravedís tres o quatro años antes que muriese e no me acuerdo bien dello. Que se averigüe cuánto es la deuda y se pague a sus herederos. Eso es todo. ¿Y qué decir de Hernando en asunto que tanto le concierne? Veamos dos datos indirectos, escuetos y para algunos harto ilustrativos de lo poco que se preocupaba por su madre. El 6 de noviembre de 1519 --recuérdese que la fecha coincide con el comienzo del retraso en el pago reconocido por Diego Colón-- Beatriz Enríquez venderá a Juan Ruiz, canónigo de la catedral de Córdoba, dos casas de su propiedad por el precio de 52.000 maravedís9. Nada sabemos sobre si tal venta fue hecha porque la que fuera amante de Cristóbal Colón sufriera necesidad; de haberlo sido así, habría que calificar con duros epítetos la conducta de hijo tan olvidadizo. En otras ocasiones su actividad viajera podría hasta disculparlo, mas ahora estaba bien cerca pues la mayor parte de ese año residió en Sevilla, encargado por su hermano de tramitar negocios de envergadura10; y bien sabemos que nada pasaba en la ciudad de la Giralda que no se supiese pronto en Córdoba. Otro breve dato nos lleva a mediados de 1521; en tal fecha Beatriz otorgaba un poder al genovés Francisco de Cazana. estante en Sevilla, para que éste, a su vez, cobrase de Juan Francisco de Grimaldi, banquero genovés muy ligado a los negocios colombinos, todo el dinero que quisiera darle por su hijo Hernando. En contraste con esto, ese mismo banquero concedía a Hernando Colón un mes después, en Venecia, un préstamo de 200 ducados que se invertirían en la compra de los más de 4.500 libros que para su biblioteca particular adquirió durante el viaje que hizo recorriendo media Europa. Es probable que las cantidades libradas por los Colón anteriormente en favor de Beatriz las recibiera ésta a través de la casa Grimaldi. Por último, la excepción --que bien mirado no es tal-- a la que antes nos referíamos con respecto al silencio hernandino sobre su madre y los Arana de Córdoba. Se trata de una escritura notarial11 de 17 de agosto de 1525 por la que don Hernando Colón, hijo de mi señora Beatriz Enrriques hace donación irrevocable en favor de Pedro de Arana, mi primo, de unas casas, bodega, lagar, pila, tinajas y huerta que heredó tras la muerte de su madre. En un documento así, de uso familiar exclusivamente y sin mayor trascendencia, no era lógico ocultar estos detalles. Pero en los demás escritos hernandinos, bien privados, bien públicos, de mayor proyección nunca dejará escapar referencia alguna sobre sus familiares de Córdoba; en esos escritos el tal Pedro de Arana constará como su criado. Hernando era un Colón y su orgullo familiar, honra y posición social le llego siempre por vía paterna. Para los demás, el silencio.
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Cuando la mujer se quedaba embarazada, se solicitaba la ayuda de los dioses domésticos para llevar a buen término la gestación. Pero no se realizaban especiales ceremonias en el momento del parto. De hecho, hay referencias que cuentan cómo en ocasiones las mujeres daban a luz por los caminos. Narra Murúa que si parían cuando en el campo tronaba, ese hijo era considerado como hijo del trueno y debía dedicarse al servicio de este dios. El aborto espontáneo era considerado como una desgracia. Entre las ceremonias del ciclo de la vida, encontramos una a la que los cronistas denominaron bautismo. En ella, se cortaban al niño o a la niña las uñas y los cabellos, que la madre guardaba como garantía de su influencia sobre el hijo. El centro de esta ceremonia era la imposición del nombre, que se componía generalmente del nombre de la huaca familiar y de un determinado suceso. Gráfico Otras ceremonias irían acompañando el ciclo vital de crecimiento. Desde los ocho a los quince años, las niñas permanecían al cuidado de la madre, aprendiendo los oficios y tareas propias de su condición femenina. En la pubertad tenía lugar otra ceremonia, a la que se daba gran importancia, el huarachicuy: "y así mismo a las doncellas, cuando les venía la primera flor, sus padres y madres las lavaban y peinaban vistiéndoles ropas nuevas, y les ofrecían algo como a los varones; y otros hacían lo mesmo."(Murúa,p. 442). Todo cambio en el ciclo vital iba acompañado de ceremonias y rituales.
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Ideología social alemana defendida por Adolf Hitler, basada en los principios del nacionalismo pangermánico y el antisemitismo. Surge después de 1918 como movimiento contrarrevolucionario y antiparlamentario, apoyado por todos los descontentos de la democracia.
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La unificación alemana bajo la hegemonía prusiana se convierte en el principal objetivo de la política de Bismarck, bien por medios diplomáticos o bélicos fue su gran empeño que conllevó el gran período del militarismo germánico organizado por el Canciller de Hierro como era denominado Bismarck. En 1867 consiguió proclamar la Constitución de la Confederación Alemana del Norte como si fuera un estado federal, cuyo presidente es Guillermo I de Prusia y su canciller Bismarck. Tras una serie de acuerdos con los estados alemanes del sur en 1871 Bismarck proclama el II Reich alemán y la confederación de estados alemanes y a Guillermo I, emperador (Kaiser) de Alemania.La idea del pangermanismo ya está arraigada, el expansionismo territorial alemán en marcha y esto es lo que llevará a Alemania a la primera guerra mundial con la pretensión de conseguir una unidad económica centro europea bajo su hegemonía. Tras la derrota en esta guerra y el período republicano, de nuevo vuelven a resurgir los aires nacionalistas en su máxima representación con Adolf Hitler y el nacional-socialismo que concluyó de nuevo en otra guerra la segunda guerra mundial.
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El caso peruano se diferenció bastante de los anteriores ejemplos, pese a contar también con un gobierno militar. En realidad estaríamos frente a un caso de populismo autoritario, caracterizado por su orientación antioligárquica, su objetivo de industrializar el país a la vez que aumentar la presencia del Estado en la economía y el deseo de incorporar a los sectores populares (especialmente a los grupos indígenas y campesinos) a la vida política, de la que habían sido sistemáticamente marginados en el pasado. Estas circunstancias le restaron el apoyo de las elites políticas y económicas, a la vez que permitieron una utilización menos dura y sistemática de la represión. Las elecciones de 1962 fueron ganadas por Haya de la Torre y el golpe militar que se opuso a su triunfo colocó en el poder a Fernando Belaúnde Terry. Belaúnde intentó promover un gobierno de corte desarrollista, pero su gestión fue acompañada por la devaluación de la moneda y el incremento del endeudamiento exterior. La difícil situación económica y el aumento de la violencia guerrillera condujeron a un nuevo golpe militar en 1968, de características nacionalistas y populistas, que intentó desmontar el poder oligárquica y acabar con la dependencia del extranjero. El gobierno militar se extendió hasta 1979 y en su primera etapa (1968-1975), el proceso fue encabezado por el general Velasco Alvarado, que intentó una gestión de corte izquierdista y antiimperialista. En un segundo momento (1975-1979), el general Francisco Morales Bermúdez aplicó una política más moderada, que intentó el retorno de los militares a los cuarteles. En 1977 el gobierno militar dio a conocer el plan Tupac Amaru para propiciar el retorno a la democracia. En 1978 se convocó a elecciones para una Asamblea Constituyente y al año siguiente se sancionó una nueva Constitución en reemplazo de la de 1933. En 1980 se realizaron elecciones presidenciales de acuerdo con la nueva Constitución, que fueron ganadas por Belaúnde, candidato de la Acción Popular, con el 43 por ciento de los votos, frente al aprista Armando Villanueva del Campo, que sólo obtuvo un 25 por ciento. junto con los problemas económicos, Belaúnde tuvo que afrontar el recrudecimiento de la acción terrorista de Sendero Luminoso. Sin embargo, el electorado giró hacia la izquierda y en las elecciones de 1985 resultó triunfador Alan García, el candidato aprista, con el 53 por ciento de los votos. Por primera vez desde 1912 se producía el traspaso de poderes entre dos civiles y por primera vez en la historia del Perú un militante del APRA ocupaba la presidencia. La consolidación del proceso continuó, pese a las dificultades económicas y a la persistencia de la barbarie senderista, que hicieron descender el respaldo electoral del APRA. La falta de una salida clara permitió que Alberto Fujimori, respaldado por el movimiento Cambio 90, se impusiera en las elecciones presidenciales de 1990 a Mario Vargas Llosa, que contaba con el apoyo de la derecha para aplicar un programa de ajuste muy duro basado en la liberalización y en la desregulación de la economía. Otro grupo de países estaría integrado por los regímenes que, según Guillermo O'Donnell, se denominarían "tradicionales". Estos regímenes tienen altos componentes patrimonialistas y son bastante proclives a transformaciones revolucionarias, como ocurrió conla Nicaragua de Somoza o la Cuba de Batista. Si bien el Paraguay de Alfredo Stroessner se incluye en este grupo, el marco internacional de fines de los años 80 y la debilidad de los grupos de oposición hicieron posible una transición más pacífica y ordenada. El dominio de la familia Somoza sobre Nicaragua se extendió entre 1936 y 1979: Anastasio Somoza García (1936-1956), Luis Somoza Debayle (1957-1963) y Anastasio Somoza Debayle (1967-1979), ocuparon la presidencia de forma sucesiva. Gracias al control de la Guardia Nacional, los Somoza dominaron el país de un modo personalista y utilizaron los recursos del Estado en su beneficio. Algunos sectores de la burguesía plantearon un Diálogo Nacional, que fracasó ante la cerrazón del régimen. La situación se fue degradando y tuvo uno de sus puntos álgidos en enero de 1978 con el asesinato del líder de la conservadora Unión Democrática de Liberación, Pedro Joaquín Chamorro, que también dirigía el diario La Prensa. Este hecho permitió consolidar y ampliar al Frente Amplio Opositor, gracias a la incorporación de grupos burgueses y católicos. Una pieza clave en la lucha contra Somoza era el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), un movimiento guerrillero de inspiración guevarista surgido al comienzo de los años 60. El FSLN incluía a grupos marxistas leninistas y a otros más moderados, como el liderado por Edén Pastora. Su ideología intentaba conciliar el pensamiento de Sandino con el nacionalismo y el antiimperialismo, reconociendo al marxismo leninismo como un método de análisis adecuado. La postura inicial de la administración Carter ante el agravamiento de la situación fue ambivalente, pero el avance sandinista y la actitud de los principales grupos de oposición democrática hicieron que el gobierno de los Estados Unidos abandonara a su tradicional aliado. El 19 de julio de 1979 los sandinistas ocupaban Managua y aprovecharon su papel protagonista en la revolución y su poderío militar para hacerse con el poder en detrimento de los otros miembros de la coalición antidictatorial. Hasta finales de 1989 la oposición antisandinista, tanto la interna como la externa, se negó a dialogar con el gobierno. Tampoco participó en las elecciones de 1984, boicoteadas por la Coalición Democrática Nicaragüense de Arturo Cruz. Al mismo tiempo que pedía la democratización y la reconciliación, la oposición apoyaba, y en algunos casos dirigía, la guerra de la contra. En las elecciones de 1984, que llevaron a Daniel Ortega al gobierno, el Frente Sandinista obtuvo el 67 por ciento de los votos. Los comicios se celebraron en medio de la guerra y en condiciones difíciles e irregulares, especialmente por la ausencia del principal grupo de la oposición, la Coordinadora Democrática. Su participación fue bloqueada por los norteamericanos, que estaban convencidos del triunfo sandinista y no querían legitimarlo. Para terminar con el bloqueo exterior y el acoso de la contra el gobierno se planteó la pacificación del país. En este marco se sancionó la Constitución de 1987, un texto democrático y pluralista y en 1988 se aprobó una nueva ley electoral. Después de algunas negociaciones con la oposición, que objetaba la composición del Consejo Supremo Electoral, la ley se modificó en 1989 y se convocó a elecciones generales. La negociación terminó en agosto de ese año con la firma del Acuerdo Político Nacional que contemplaba la desmovilización de la contra, la suspensión del reclutamiento militar hasta pasadas las elecciones y la participación en las mismas de todos los partidos firmantes. Una vez aceptada su participación en los comicios de 1990, la oposición se organizó en una gran coalición electoral, la Unión Nacional Opositora (UNO), integrada por catorce partidos, que tenían como común denominador su antisandinismo. El triunfo de Violeta Chamorro supuso el inicio de importantes cambios políticos en Nicaragua.
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Con todo, antes de 1914, Gran Bretaña había podido conllevar el problema de Irlanda. Diferente fue el caso de Austria-Hungría compuesta, como alguien dijo, sólo "de Irlandas". El caso, en efecto, resultó paradigmático en muchos sentidos. En primer lugar, el compromiso de 1867 no había resuelto los problemas entre Austria y Hungría. Cuestiones como la contribución económica de Hungría a la Monarquía dual o como el Ejército -que seguía siendo un ejército unificado y mayoritariamente austríaco- alimentaron el independentismo húngaro: los independentistas, dirigidos desde 1894 por Ferentz Kossuth, lograron una gran victoria en las elecciones territoriales húngaras de enero de 1905 y, aunque más tarde, los liberales -que bajo el liderazgo de Kalman Tisza, jefe del Gobierno entre 1875 y 1890, habían sido el principal apoyo del régimen dualista- recuperaron terreno (reorganizados en el Partido Nacional del Trabajo), la amenaza del separatismo magiar continuó gravitando sobre la vida política de ambas Coronas. En segundo lugar, en esa misma Hungría, que se regía por una Constitución propia y distinta de la austríaca, la política de magiarización impulsada durante el largo gobierno de Tisza provocó la reacción nacional de croatas (unos 2 millones en 1910, eslavos y católicos), eslovacos (también unos 2 millones, pueblo de campesinos étnicamente próximos a los checos) y rumanos (unos 3,25 millones establecidos en la Transilvania húngara, objeto del irredentismo de la Rumanía independiente). En concreto, el nacionalismo croata se radicalizó sobre todo durante la etapa de gobierno asimilista del gobernador húngaro Conde Héderváry (1883-1903). De una parte, Ante Starcevic, creador del Partido del Derecho Puro, desarrolló la idea del trialismo, esto es, la transformación de la Monarquía dual austrohúngara en una Monarquía trial austro-húngara-croata dentro de la cual existiría una Croacia independiente en la que se integrarían todos los pueblos eslavos desde los Alpes al Mar Negro (croatas, eslovenos, serbios y eslavos musulmanizados), a los que Starcevic y su partido no reconocían como nacionalidades distintas de la croata. De otra parte, resurgió la vieja idea de la unidad de los eslavos del sur, la idea de una Yugoslavia, de una unión de croatas, serbios y eslovenos en una entidad política propia bien independiente, bien autónoma dentro de la Monarquía austríaca, tesis del obispo croata Josip Strossmayer (1815-1905), fundador de la Academia Yugoslava de Zagreb. Pero, en tercer lugar, esa idea yugoslava, que se estrellaba con las diferencias religiosas e históricas entre croatas y serbios, alimentó, contra las expectativas de sus ideólogos las diferencias ínter-étnicas. Al menos, la concepción croata pugnaba con las tesis del nacionalismo serbio que aspiraba, como el croata, a la liberación de los eslavos del sur pero bajo liderazgo y hegemonía propios, esto es, del reino de Serbia (3 millones de habitantes en 1910) y de las comunidades serbias de Austria-Hungría (otros 2 millones). La tesis serbia, por hacer del pequeño reino independiente serbio el Piamonte de los Balcanes, parecía, a principios de siglo, más realizable que la croata. Y en todo caso, aunque el nacionalismo croata creó fricciones en el interior de Hungría, fueron los serbios quienes asumieron el liderazgo: primero, por medio de distintas organizaciones y grupos clandestinos que surgieron en Bosnia-Herzegovina desde que la provincia, de mayoría serbia, quedó bajo administración de Austria en 1878; luego, en 1903, cuando el nacionalismo impuso un cambio de dinastía en el propio reino de Serbia y propició un giro en la política de éste hacia la confrontación directa con Austria-Hungría. Y, en cuarto lugar, surgieron problemas en la propia Austria, a pesar de que la Constitución de 1867 reconocía la igualdad de las nacionalidades (en 1910: 10 millones de alemanes; 6,5 millones de checos; 4,9 de polacos; 4 de rutenos; 1,25 de eslovenos; 770.000 italianos; 700.000 croatas; 100.000 serbios; más 850.000 serbios; 400.000 croatas y 650. 000 musulmanes en Bosnia-Herzegovina) y de que se había dado autonomía a Polonia y Bohemia y reconocido los derechos lingüísticos de las minorías. En concreto, la política de equilibrio y entendimiento multinacional que había logrado el conde von Taafe en su largo mandato al frente del gobierno (1879-1893) naufragaría ante el crecimiento de los nacionalismos austríaco y checo y, en general, ante la complejidad de todo el problema de las nacionalidades. Esto ya se había puesto de relieve antes: en 1871, el plan del canciller austríaco Hohenwart de crear un Imperio federal dando a Bohemia el mismo trato que a Hungría en el esquema imperial fracasó por la doble oposición de los húngaros y de la minoría alemana de la propia Bohemia. Pero ahora las cosas se radicalizaron. En 1882, como ya quedó dicho al tratar del pangermanismo, Georg von Schónerer creó en Linz el Partido Nacionalista, un partido radicalmente pangermánico, populista, antisemita y declaradamente hostil a las nacionalidades eslavas del Imperio (a las que quería excluir de su proyecto de unión y pureza racial austroalemanas incluso dándoles la independencia); y poco después, se creó el partido de los jóvenes Checos, un partido radical, democrático e independentista que, tras su victoria en las elecciones regionales bohemias de 1891, rechazó la política de acomodación que, durante los años de Taafe, había seguido el nacionalismo checo histórico. Taafe mismo dimitió en 1893 luego que un plan suyo que proponía la partición de Bohemia -región de mayoría checa pero con una importante minoría alemana- en distritos administrativos, lingüísticos y étnicos separados, tropezase con la doble negativa checa y alemana; y luego que su proyecto de reforma electoral encaminado a diluir el voto nacionalista estableciendo el sufragio universal masculino fuera rechazado por conservadores y liberales. Uno de sus sucesores, el conde polaco Cachimir Badeni, jefe del Gobierno imperial entre 1895 y 1897, dimitiría también por razones similares: porque su proyecto de ordenanzas lingüísticas, que equiparaba el alemán y las lenguas locales en determinados distritos, provocó una oleada de agitación callejera en diversas ciudades liderada por el partido de von Schönerer (y en 1898, un proyecto de dividir Bohemia en tres distritos lingüísticos distintos, chocaría frontalmente con el obstruccionismo de los nacionalistas checos, opuestos a toda idea que pusiese en entredicho la unidad de Bohemia). Más aún, la caída de Badeni abrió un largo período de inestabilidad gubernamental y de crisis constitucional que se prolongó prácticamente hasta 1914. El liberalismo dinástico austríaco, verdadero soporte del Imperio se vio, de una parte, paralizado por el problema de las nacionalidades, y de otra, superado electoralmente por la irrupción de dos partidos de masas: el Partido Social Cristiano, creado en 1890 por Karl Lueger (1844-1910), un antiguo concejal liberal del ayuntamiento de Viena que rompió con los liberales ante la extensión de la corrupción en la gestión municipal, un partido católico, social-reformista, antisemita, que buscaba deliberadamente el voto de las clases medias bajas vienesas (y que lo obtuvo Lueger, un formidable orador de masas, fue alcalde de Viena entre 1897 y 1910) y el Partido Social Demócrata (SPD), creado en 1889, dirigido por Victor Adler (1852-1918) judío, nacido en Praga pero de cultura alemana, condiscípulo de Freud y hermano del psiquiatra Alfred-, partido teóricamente marxista pero reformista y moderado en la práctica, apoyado por los sindicatos y con un número de brillantes intelectuales a su frente (Rudolf Hilferding, Karl Renner, Otto Bauer, Max Adler), que, tras la introducción del sufragio universal en 1907, se convirtió con sus casi 90 diputados en el principal partido del Parlamento austríaco. El sistema austríaco pudo en teoría haber derivado hacia un bipartidismo socialcristiano/socialdemócrata. El partido social-cristiano era dinástico y el SPD, aun no siéndolo, había elaborado, según las ideas de Karl Renner y de Otto Bauer (autor en 1907 de La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia), una verdadera teoría política del Imperio, proponiendo, ante el problema de las minorías nacionales, su transformación en un Estado democrático, federal y multinacional basado en la autonomía de todas las nacionalidades. Pero, en primer lugar, los círculos más conservadores de la Corte Imperial, y el propio emperador Francisco José, rechazaron la integración de las nuevas fuerzas políticas en el entramado del poder. Y además, el partido socialcristiano resultó ser un partido estrictamente vienés, y el SPD terminó por romperse precisamente por la impregnación nacionalista de sus propias bases y sobre todo, por las diferencias nacionales entre socialdemócratas alemanes y socialdemócratas checos (estos últimos crearon su propio partido en 1911). Dada la fragmentación política que produjeron tanto el crecimiento de los nacionalismos como la introducción del sufragio universal en 1907 -en 1907 había unos 30 partidos en el Parlamento-, el gobierno parlamentario resultó imposible. Desde 1907, el emperador, de acuerdo con la Constitución, nombró gobiernos no-parlamentarios que gobernaron por decreto. La movilización nacionalista terminó, así, por provocar la crisis del parlamentarismo austríaco. El asesinato el 28 de junio de 1914 en Sarajevo del heredero al trono de los Habsburgo, el archiduque Francisco Fernando, resultó especialmente revelador. Primero, porque fue llevado a cabo por un grupo nacionalista (por la Mano Negra, uno de los grupos clandestinos serbios organizados en Bosnia-Herzegovina después de la anexión). Segundo, porque al atentar contra Francisco Fernando, los nacionalistas serbios mataban a quien parecía más dispuesto a reorganizar el Imperio en un Estado descentralizado que incluyera, junto a Austria y Hungría, el reino de Bohemia y un reino de Iliria para los eslavos del sur (por lo menos, Francisco Fernando, que era hombre de ideas cristianas conservadoras, detestaba a los nacionalistas austro-alemanes y solía recibir a los líderes de los jóvenes Checos y de los nacionalistas eslovacos, rumanos y croatas). El nacionalismo aún produjo una última reacción política en Austria-Hungría. El crecimiento del antisemitismo que tuvo, como vimos, particular eco en Alemania y claras manifestaciones en Francia -recuérdense las ideas de Drumont y Maurras, y el affaire Dreyfus-, que constituía uno de los argumentos programáticos de los partidos de von Schönerer y Lueger, y que impregnaba vaga o explícitamente a los nacionalismos húngaro, croata, eslovaco y polaco, llevó a muchos judíos de esas regiones (en 1910, unos 2,5 millones en Austria-Hungría) a replantearse en profundidad la cuestión de su propia identidad personal y colectiva, la cuestión de su nacionalidad. Impresionado por la degradación del capitán Dreyfus a cuyo juicio asistió como corresponsal del gran periódico vienés Neue Freie Presse, Theodor Herzl (1860-1904), escritor judío nacido en Budapest y establecido en Viena -donde fue conocido por su germanofilia y su dandysmo y esnobismo esteticistas-, sufrió en junio de 1895 su conversión al judaísmo, esto es, tomó conciencia de su condición judía y, lo que iba a ser más importante, concluyó que la asimilación de los judíos en las culturas y naciones europeas estaba abocada al fracaso. Retomando ideas de otros escritores judíos (como Hess y Pinsker), Herzl publicó en febrero de 1896, en Viena, su libro Der Judenstaat (El Estado de los judíos), punto de partida del movimiento sionista, (término acuñado por Nathan Birnbaum, otro intelectual judío vienés), libro en el que exponía una tesis clara y revolucionaria: la apelación a la creación de un Estado judío, que Herzl, hombre de formación liberal, occidentalista y nada religioso concebía como un Estado libre, laico y socialmente igualitario, que esperaba lograr mediante negociaciones con los líderes de las grandes potencias y aun con el Sultán turco, preferentemente en Palestina, pero sin descartar otras posibilidades, como Argentina o incluso, Uganda. Herzl murió en 1904 con sólo 44 años pero para entonces, había logrado reunir 5 grandes congresos sionistas, lanzar un periódico, crear un movimiento organizado, aglutinar a un núcleo de importantes colaboradores (como Max Nordau, Israel Zangwill y otros) y apasionar en torno a sus ideas y proyectos a las comunidades judías de Austria-Hungría, Rusia e Imperio Otomano (y también dividirlas: Martin Buber y Chaim Weizmann, futuro primer presidente de Israel, encabezaron una oposición cultural o tradicionalista, a Herzl; Karl Kraus, otro judío vienés asimilado, lo satirizó ferozmente en su obra Una Corona para Sión, de 1898). Por todo lo visto, no exageraba ese mismo Karl Kraus cuando afirmó, ya en plena guerra mundial, que Austria-Hungría era como un "laboratorio para la destrucción mundial".