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acepcion
Son las amonestaciones que realizan los inquisidores a los procesados en las tres primeras audiencias para lograr su confesión.
Personaje
Militar
Uno de los personajes más fascinantes y curiosos del siglo de oro español es Catalina Erauso, apodada La Monja Alférez, cuya vida está plagada de peripecias y aventuras. Nacida en San Sebastián en 1592, era hija de un militar, Miguel de Erauso, y de María Pérez de Gallárraga y Arce. A los cuatro años fue internada en el convento de San Sebastián el Antiguo, del que una tía suya era la priora, por lo que tanto su niñez como su adolescencia las pasó entre rezos y crucifijos, llevando una austera vida monacal. Sin embargo, parece ser que su carácter, inquieto y rebelde, no iba en consonancia con la tranquila forma de vida de intramuros. Por si fuera poco, una discusión en el claustro con una robusta novicia, en la que nuestra protagonista recibió varios golpes, motivó que se decidiera a marchar del convento. Fue así como, en 1607, cuando apenas contaba quince años de edad, colgó los hábitos y, disfrazada de labriego, cruzó las puertas del convento para no regresar nunca. Pasó entonces a vivir en los bosques y a alimentarse de hierbas, a viajar de pueblo en pueblo, temerosa de ser reconocida. Siempre vestida como un hombre y con el pelo cortado a manera masculina, adoptó nombres diferentes, como Pedro de Orive, Francisco de Loyola, Alonso Díaz, Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso. Algunos autores afirman que su aspecto físico le ayudó a ocultar su condición femenina: se la describe como de gran estatura para su sexo, más bien fea y sin unos caracteres sexuales femeninos muy marcados. Pedro de la Valle nos dice de ella que "no tiene pechos, que desde muchacha me dijo haber hecho no sé que remedios para secarlos y dejarla llana como le quedaron...". También se dice que nunca se bañaba, y que debió adoptar comportamientos masculinos para así poder ocultar su verdadera identidad. Bajo alguno de estos nombres logró llegar a Sanlúcar de Barrameda, embarcando más tarde en una nave hacia el Nuevo Mundo. En tierras americanas desempeñó diversos oficios, recalando en el Perú. En 1619 viajó a Chile, donde, al servicio del rey de España, participó en diversas guerras de conquista. Destacada en el combate, rápidamente adquirió fama de valiente y diestra en el manejo de las armas, lo que le valió alcanzar el grado de alférez sin desvelar nunca su autentica condición de mujer. Amante de las riñas, del juego, los caballos y el galanteo con mujeres, como corresponde a los soldados españoles de la época, fueron varias las veces en que se vio envuelta en pendencias y peleas. En una de ellas, en 1615, en la ciudad de Concepción, actuó como padrino de un amigo durante un duelo. Como quiera que su amigo y su contrincante cayeron heridos al mismo tiempo, Catalina tomó su arma y se enfrentó al padrino rival, hiriéndole de gravedad. Moribundo, éste dio a conocer su nombre, sabiendo entonces Catalina que se trataba de su hermano Miguel. En otra ocasión, estando en la ciudad peruana de Huamanga en 1623, fue detenida a causa de una disputa. Para evitar ser ajusticiada, se vio obligada a pedir clemencia al obispo Agustín de Carvajal, contándole además que era mujer y que había escapado hacía ya bastantes años de un convento. Asombrado, el obispo determinó que un grupo de matronas la examinarían, comprobando que no sólo era mujer, sino virgen. Tras este examen, recibió el apoyo del eclesiástico, quien la puso bajo su tutela y la envió a España. Conocedores de su caso en la corte, fue recibida con honores por el rey Felipe IV, quien le confirmó su graduación y empleo militar y la llamó "monja alférez", autorizándola además a emplear un nombre masculino. Algo más tarde, mientras su nombre y aventuras corrían de boca en boca por toda Europa, Catalina viajó a Roma y fue recibida por el papa Urbano VIII, quien le dio permiso para continuar vistiendo como hombre. Durante esta tranquila etapa, ella misma escribió o dictó sus propias memorias, la "Historia de la monja alférez", publicadas en París mucho más tarde, en 1829, y traducidas a varios idiomas. Del libro, en el que en mucho de cuanto se cuenta es difícil distinguir la realidad de la ficción, surgieron también adaptaciones, como la de Thomas de Quincey, así como obras de teatro y películas. Pero su espíritu inquieto y aventurero no conoce reposo. En 1630, la monja alférez viaja de nuevo a América y se instala en México, donde regenta un negocio de arriería o transporte de mercancías entre la capital mexicana y Veracruz. A partir de 1635 poco se sabe de su vida, salvo que murió en Cuitlaxtla, localidad cercana a Puebla, quince años más tarde. Sin embargo, tampoco se conocen las causas de su fallecimiento, pues unos dijeron que había muerto asesinada, otros que en un naufragio y otros, los más dados a la fantasía, que se la había llevado el diablo.
obra
En el Museo del Louvre existe un Gabinete de Dibujos que compendia la obra gráfica de diferentes autores, entre ellos El Bosco. Sus dibujos están plagados de seres fantásticos y pecadores, del mismo modo que sus pinturas. En este caso, encontramos varios estudios de personajes, casi todos ellos monjas y labriegos, unas figuras que El Bosco utilizaba frecuentemente para hablar de la ignorancia y la superstición. Las figuras portan diferentes objetos de la cultura popular en los que encontramos un estupendo documento folklórico para el estudio de vestidos, útiles y herramientas del campo, etc. Lo monstruoso de la escena se encuentra en esta muestra en el uso que los personajes hacen de los objetos cotidianos, un uso absurdo, usándolos como sombreros, monturas, etc. Se trata de acentuar el absurdo, en superposiciones locas que devienen en relaciones antinaturales. Destaca en la ejecución la frescura del trazo y sobre todo, la estupenda habilidad para el dibujo que demuestra El Bosco.
obra
Este es el panel lateral izquierdo del Tríptico de la Mártir Crucificada, cuyo significado no ha podido ser desvelado todavía. Este panel lo ocupa un monje, un ermitaño podría ser, en medio de un paisaje infernal ocupado por monstruos y demonios de pequeño tamaño.
obra
Si en Bruma matinal en la montaña Friedrich rompe con el paisaje clásico, esta obra es una de las más revolucionarias en la vida del artista. Fue tal su impacto cuando se expuso en la Academia de Berlín en septiembre de 1810, que el príncipe heredero, el joven Federico Guillermo de Prusia, la adquirió para la corte junto con su pareja, la Abadía en el encinar. Ante la perplejidad reinante en reacción a la obra, el escritor Heinrich von Kleist, admirador de Friedrich, describió la contemplación con el elocuente aforismo: "parece... como si a uno le hubieran cortado los párpados". En efecto, un gran muro de cielo lo abarca todo, un espacio indefinido y ajeno, extraño, se extiende ante nosotros. Comenzada en 1809, la obra atravesó varias etapas hasta su exposición en 1810. Para aguzar su impacto, Friedrich eliminó varios barcos que luchaban contra el mar y un cielo tormentoso, estrellado e iluminado por la luna, purificando así la visión, reducida en cuanto a figuras al monje capuchino anonadado ante la inmensidad. La playa, el mar y el hombre se ven confinados a una diminuta existencia. Las tonalidades cooperan a ello: ante un mar negruzco, la playa, gris y azulada, sostiene al monje, con su hábito marrón. Se enfrenta solo al universo, reflexiona con la cabeza apoyada en la mano. Se halla, compositivamente, en un lugar predominante, en lo alto de una leve duna de la playa. Según el diario de un contemporáneo, se trata del mismo Friedrich. Su soledad pudo verse en parte incrementada por la muerte de su padre en noviembre de 1809. En cierto modo, presenta una meditación de la muerte en la tradición de la "vanitas" barroca, ante una naturaleza indiferente. Eliminada toda narración, toda sensación atmosférica - ni siquiera se define el día respecto a la noche -, se nos invita a la interiorización de la visión. Esta abstracción no sólo rompe con el paisajismo clásico, en singular el holandés de J. Van Ruisdael, sino que se aleja de otros románticos como Turner. A diferencia del británico, Friedrich hace primar la idea sobre la dinámica de lo sensible. Paraliza toda sensación física y construye la obra de manera que las impresiones físicas producidas por el paisaje han de ser trascendidas. Se ha señalado la influencia de esta obra sobre el arte contemporáneo, en especial Mark Rothko ya que, a su manera simbólica, destruye el espacio y el tiempo. La imagen no posee un punto de vista, sino que se elabora sobre una serie de situaciones visibles en un espacio de perspectiva invertida, pues prima el fondo sobre el primer plano. Además, no hay transición entre los términos. Esto, la carencia de un primer término, fue lo que llevó a Kleist a la afirmación antes recogida. Tras el éxito de estas obras, Friedrich fue elegido miembro de la Academia de Berlín en noviembre de 1810, con un márgen mínimo: cinco votos a cuatro. Su concepción revolucionaria del arte chocaba con la clásica de Gottfried Schadow, vicepresidente a la sazón de la Academia.
obra
Los espectaculares rostros de estos dos personajes ponen esta escena en sintonía con las Pinturas Negras realizadas por Goya unos años antes de esta serie de miniaturas en marfil. Algo similar ocurre con Niños mirando un libro. La asustada mirada de la anciana podría ser una alusión al mundo de la superstición que también aparece en los Caprichos.
Personaje
Arquitecto
Activo en el siglo XIX, Monleón trabajó fundamentalmente en Valencia, donde fue responsable del Ensanche de la ciudad, del diseño de los jardines de Monforte y de la Plaza de Toros, entre otras obras.