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Fotografía cedida por la Sociedade Anónima de Xestión do Plan Xacobeo
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De época románica de transición es el claustro que presenta arquerías de medio punto sobre columnas rematadas con capiteles vegetales.
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La impronta borgoñona se aprecia con claridad en la iglesia del monasterio de Armenteira, Pontevedra, iniciada en 1167, durante el mandato del abad Ero, según indican sendas inscripciones emplazadas en la capilla mayor. Este edificio, de pequeñas dimensiones, exhibe una planta de tipo basilical, con tres naves de cuatro tramos, crucero sin destacar y cabecera integrada por tres ábsides semicirculares, el central marcado, todos con tramo recto presbiterial. A pesar de su modestia, el templo no es un producto uniforme, sino el resultado de tres campañas de trabajos o, si se quiere, de dos; la primera, subdividida a su vez en dos fases. Todo en estas últimas, dominadas por una aplastante simplicidad -tipo de arcos, modelo de pilares, sistemas de cubrición, incluso la solución adoptada para la cabecera, frente a lo que una aproximación superficial podría sugerir-, remite a pautas foráneas, borgoñonas en concreto, siendo en la campaña final, al filo del año 1200 o muy a principios del siglo XIII, cuando se produce, como se dirá, la incorporación de sugerencias autóctonas o mejor, para ser más precisos, de progenie peninsular.
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Este convento, habitado por las mojas benedictinas, tiene su antecedente en el antiguo monasterio de Carbajal de la Legua. Su iglesia, cuya construcción se inició en 1623, fue promovida por la familia Quiñones. La iglesia es de una sola nave y de ella cabe destacar la decoración de sus bóvedas y sus pechinas, donde aparecen las armas reales de España y el escudo de los Quiñones. Además de su retablo de 1700, llama la atención sus pinturas sobre lienzo de Antonio Arias y Escalante, pertenecientes a la escuela madrileña. Del primero es una Piedad con San Juan y del segundo La resurrección de Lázaro. Otra de sus joyas artísticas es una escultura de Santa Catalina, fechada a mediados del siglo XVIII.
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El rey Vermudo II será el fundador del monasterio al donar la villa de Carracedo a los monjes que huían de las razzias organizadas en el norte peninsular por Almanzor. Este primitivo monasterio del siglo X recibirá el nombre de San Salvador del Mundo. En el siglo XII fue restaurado por doña Sancha, cambiando la denominación por Santa María. El edificio del monasterio presenta una sucesión de estilos arquitectónicos, ya que la primitiva iglesia fue construida en el año 1138, siguiendo los modos del románico de transición; la sala capitular presenta un estilo gótico mientras que el claustro, el refectorio y la sacristía son renacentistas y durante el barroco y el neoclasicismo se empezaron las obras de la iglesia, que quedó inconclusa. El Monasterio fue declarado Monumento Nacional en 1928, pero esta declaración no frenó su ruina, hasta que en 1988 la Diputación Provincial de León puso en marcha un plan restaurador del monumento, finalizando los trabajos tres años después. Las obras de la iglesia se iniciaron en 1796, pero nunca se finalizaron. Presenta una sola nave, con fachada neoclásica al exterior y restos de la portada medieval del crucero en uno de sus lados, junto al panteón nobiliar de los García Rodríguez de Valcarce, del siglo XIV. La Sala Capitular fue construida hacia 1210-1215. Ubicada en el lugar habitual, esto es, en el lado de naciente del bloque monástico, esta sala, de planta cuadrada, dividida por medio de cuatro soportes centrales en nueve compartimientos iguales, todos cubiertos por bóveda de crucería cuatripartita, se acomoda rigurosamente a uno de los modelos de uso más frecuente en salas capitulares de la Orden. La similitud de buena parte de los ingredientes de esta estancia con los que exhibe su homónima de Sobrado -tipo de pilar, sistema de cubiertas, perfil de arcos y nervios, algún modelo de ménsula, etc.-, permite adjudicar su construcción a un mismo taller, sin duda de filiación borgoñona, correspondiendo la prioridad, vistos los rasgos de ambas dependencias, a la localizada en Galicia. El llamado Palacio Real o de doña Sancha fue construido también en el siglo XIII y consta de tres salas. Desde el archivo se accede a la llamada Cocina de la Reina, una sala cuadrangular con cuatro columnas y gran chimenea, comunicando con la huerta a través de una amplia arquería.
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Se proyectó un templo de tres naves con transepto, no acusado en planta, pero la obra no llegó a terminarse. En 1272 se modificó la traza, renunciando a las tres naves. Sólo se edificó la central para coro de las religiosas, quedando la sur dentro de la clausura y la norte con ámbito independiente.