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En Granada Fortuny compartió estancia con el paisajista Martín Rico, habiéndose conocido ambos pintores en París algún año antes. Rico había estudiado las obras de la Escuela de Barbizon por lo que al llegar a la ciudad andaluza sentirá por la luz la misma impresión que el pintor catalán, iniciándose una intensa relación. Fortuny se interesa ahora por pintar a "plein-air" todos los bellos rincones que encuentra, surgiendo magníficas escenas como Charcas entre zarzas o esta pequeña tabla que contemplamos donde el aspecto impresionista gana terreno al preciosismo de trabajos anteriores como La vicaría. Las tonalidades malvas inundan las sombras de esta calle granadina del barrio del Albaicín, donde el maestro catalán buscaba la inspiración, convirtiéndose en un enamorado de la luz y el buen tiempo, trabajando con una pincelada fluida y empastada, sin atender a detalles superfluos, interesándose por el color y la luz. El luminismo que Fortuny aporta a sus composiciones será más tarde evolucionado por Sorolla.
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Este paisaje de gran formato estaba integrado en la colección real española en el XVIII. Su autor se dedicó al paisajismo y al tema de bodegones, como era frecuente durante el Barroco. En este caso, Momper se dedica a tomar vistas de los alrededores de su ciudad natal, Amberes, de la cual refleja un aspecto de la vida cotidiana, pero pintoresco: parte de un mercado, situado junto al lavadero, alrededor del cual se extienden los lienzos blancos recién lavados en la colada, para que se sequen ante un suave sol dorado. El paisaje rezuma serenidad, intimismo. El artista probablemente trabajó del natural, tomando abundantes bocetos que reelaboraría en su taller. La escena no muestra un tema de especial relevancia, ninguna acción especial, tan sólo relata el modo habitual de vida de sus conciudadanos. Estos paisajes tenían amplia aceptación en el mercado internacional, especialmente en Inglaterra y España, adonde llegó, como ya se ha mencionado, durante el siglo XVIII, probablemente como un regalo a los monarcas.
contexto
Mercados de México Al mercado lo llaman tianquiztli. Cada barrio y parroquia tiene su plaza para contratar el mercado. Mas México y Tlatelulco, que son los mayores, las tienen grandísimas. Especialmente lo es una de ellas, donde se hace mercado la mayoría de los días de la semana; pero lo corriente es de cinco en cinco días, y creo que la orden y costumbre de todo el reino y tierras de Moctezuma. La plaza es ancha, larga, cercada de portales, y tal, en fin, que caben en ella sesenta mil y hasta cien mil personas, que andan vendiendo y comprando, porque, como es la cabeza de toda la tierra, acuden allí de toda la comarca, y hasta de lejos. Y más todos los pueblos de la laguna, por cuya causa hay siempre tantos barcos y tantas personas como digo, y aun más. Cada oficio y cada mercadería tiene su lugar señalado, que nadie se lo puede quitar ni ocupar, que no es poco orden; y como tanta gente y, mercaderías no caben en la plaza grande, la reparten por las calles más cercanas, principalmente las cosas engorrosas y embarazosas, como son piedras, madera, cal, ladrillos, adobes y toda cosa para edificar, tosca y labrada. Esteras finas, groseras y de muchas maneras; carbón, leña y hornija; loza y toda clase de barro pintado, vidriado y muy lindo, del que hacen todo género de vasijas, desde tinajas hasta saleros; cueros de venados, crudos y curtidos, con su pelo y sin él, y teñidos de muchos colores para zapatos, broqueles, rodelas, cueras y forros de armas de palo. Y además de esto tenían cueros de otros animales, y aves con su pluma, adobados y llenos de hierbas, unas grandes, otras pequeñas, cosa digna de mirar, por los colores y rareza. La más rica mercadería es la sal y las mantas de algodón, blancas, negras y de todos colores; unas grandes, otras pequeñas; unas para cama, otras para capa, otras para colgar, para bragas, camisas, tocas, manteles, pañizuelos y otras muchas cosas. También hay mantas de hoja de metl y de palma, y de pelo de conejo, que son buenas, preciadas y calientes; pero mejores son las de pluma. Venden hilado de pelo de conejo, telas de algodón, hilaza y madejas blancas y teñidas. La cosa más digna de ver es la volatería que viene al mercado, pues, además de que de estas aves comen la carne, visten la pluma, y cazan a otras con ellas, son tantas, que no tienen número, y de tantas raleas y colores, que no lo sé decir; mansas, bravas, de rapiña, de aire, de agua, de tierra. Lo más lindo de la plaza son las obras de oro y pluma, con lo que imitan cualquier cosa y color. Y son los indios tan diestros en esto, que hacen de pluma una mariposa, un animal, un árbol, una rosa, las flores, las hierbas y peñas tan a lo vivo, que parece como si fuera natural. Y suele ocurrirles no comer en todo un día, poniendo, quitando y colocando la pluma, y mirando a una parte y a otra, al sol, a la sombra, a la vislumbre, por ver si sienta mejor a pelo o contrapelo o al través, por el derecho o por el revés; y en fin, no la dejan de las manos hasta ponerla con toda perfección. Tanta paciencia pocas naciones la tienen, sobre todo donde hay cólera, como en la nuestra. El oficio más primoroso y artificioso es el del platero; y así, sacan al mercado cosas bien labradas con piedra y fundidas con fuego. Un plato ochavado, con un cuerto de oro y otro de plata, no soldado, sino fundido y en la fundición pegado; una calderita, que sacan con su asa, como aquí una campana, pero suelta; un pez con una escama de plata y otra de oro, aunque tenga muchas. Vacían un papagayo de forma que se le mueva la lengua, y que se menee la cabeza y las alas. Funden una mona que juegue pies y cabeza y tenga en las manos un huso, que parezca que hila, o una manzana, que parezca que come. Y lo apreciaron mucho nuestros españoles, y los plateros de aquí no llegan a alcanzar este primor. Esmaltan asimismo, engastan y labran esmeraldas, turquesas y otras piedras, y agujerean las perlas, pero no tan bien como por acá. Pues volviendo al mercado, hay en él mucha pluma, que vale mucho; oro, plata, cobre, plomo, latón y estaño, aunque poco de los tres metales últimos; perlas y piedras muchas. Mil maneras de conchas y caracoles pequeños y grandes. Huesos, chinas, esponjas y otras menudencias. Y cierto que son muchas y muy diferentes y para reír las bujerías, los melindres y dijes de estos indios de México. Hay que ver las hierbas y raíces, hojas y simientes que se venden, así para comida como para medicina; pues los hombres, mujeres y niños entienden mucho de hierbas, porque con la pobreza y necesidad las buscan para comer y preservarse de sus dolencias, pues poco gastan en médicos, aunque los hay, y muchos boticarios, que sacan a la plaza ungüentos, jarabes, aguas y otras cosillas de enfermos. Casi todos sus males los curan con hierbas, pues aun hasta para matar los piojos tienen hierba propia y conocida. Las cosas que venden para comer no tienen cuento. Pocas cosas vivas dejan de comer. Culebras sin cola ni cabeza, perrillos que no gañen, castrados y cebados; topos, lirones, ratones, lombrices, piojos y hasta tierra, porque con redes de malla muy menuda barren, en cierto tiempo del año, una cosa molida que se cría sobre el agua de las lagunas de México, y se cuaja, que ni es hierba, ni tierra, sino una especie de cieno. Hay mucho de ello y cogen mucho, y en eras, como quien hace sal, los vacían, y allí se cuaja y seca. Lo hacen tortas como ladrillos, y no sólo las venden en el mercado, sino que las llevan también a otros fuera de la ciudad y lejos. Comen esto como nosotros el queso, y así tiene un saborcillo de sal, que con chilmolli es sabroso. Y dicen que a este cebo vienen tantas aves a la laguna, que muchas veces en el invierno la cubren por algunos sitios. Venden venados enteros y a cuartos: gamos, liebres, conejos, tuzas, que son menores que ellos; perros, y otros, que gañen como ellos y a los que llaman cuzatli. En fin, muchos animales de éstos, que crían y cazan. Hay tanto bodegón y casillas de mal cocinado, que espanta pensar dónde se hunde y gasta tanta comida guisada y por guisar como había en ellas. Carne y pescado asado, cocido en pan, pasteles, tortillas de huevos de muy distintas aves. Es innumerable el mucho pan cocido y en grano y espiga que se vende, juntamente con habas, judías y otras muchas legumbres. No se pueden contar las muchas y diferentes frutas de las nuestras que aquí se venden en cada mercado, verdes y secas. Pero la más principal y que sirve de moneda son una especie de almendras, que ellos llaman cacauatl, y los nuestros cacao, como en las islas de Cuba y Haití. No hay que olvidar la mucha cantidad y diferencias que venden de colores que aquí tenemos, y de otros muchos y buenos de que carecemos y ellos hacen de hojas de rosas, flores, frutas, raíces, cortezas, piedras, madera y otras cosas que no se pueden tener en la memoria. Hay miel de abejas, de centli, que es su trigo, de metl y otros árboles y cosas, que vale más que el arrope. Hay aceite de chián, simiente que unos la comparan a la mostaza y otros a la zaragatona, con que untan las pinturas para que no las perjudique el agua. También lo hacen de otras cosas. Guisan con él y untan, aunque emplean más la manteca, saín y sebo. Las muchas clases que hacen y venden de vino, en otro lado se dirán. No acabaría si hubiese de contar todas las cosas que tienen para vender, y los oficiales que hay en el mercado, como son estuferos, barberos, cuchilleros y otros, que muchos piensan que no los había entre estos hombres de nueva manera. Todas estas cosas que digo, y muchas que no sé, y otras que callo, se venden en cada mercado de estos de México. Los que venden pagan algo del asiento al rey, o por alcabala o porque los guarden de los ladrones; y así, andan siempre por la plaza y entre la gente unos como especie de alguaciles. Y en una casa, desde donde todos los ven, hay doce hombres ancianos, como en judicatura, librando pleitos. La venta y compra es cambiando una cosa por otra; éste da un gallipavo por un haz de maíz; otro da mantas por sal o por dinero, que son las almendras de cacauatl, que circulan como tal por toda la tierra, y de esta manera pasa la baratería. Tienen cuenta, porque por una manta o gallina dan tantos cacaos. Tienen medida de cuerda para cosas como el centli y pluma, y de barro para otras como miel y vino. Si las falsean, castigan al falsario y rompen las medidas.
Personaje Científico
Su educación discurre en Lovaina bajo los consejos del famoso astrónomo y cartógrafo Frisius. En 1537 realiza su primer mapa de Tierra Santa. Su siguiente trabajo sería un mapamundi. Desde la década de los años cincuenta establece su residencia en Duisburg. En esta ciudad dedicaría sus días a la construcción de una proyección cilíndrica, cuya función era representar la superficie de la tierra en dos dimensiones, para lo que debía eliminar las distorsiones creadas por la curvatura de la Tierra. Resultado de esta experiencia es un mapamundi que se publica en 1569, aunque hasta el siglo XVII no sería empleado por los navegantes. Casi una década después inició una de sus publicaciones más importantes que salió a la luz en 1585 con el título de Atlas. Este proyecto trataba de recoger la historia del mundo e ilustrarla con mapas. Sin embargo, falleció antes de que finalizase este proyecto. De concluirlo se encargaron sus hijos Rumod y Arnold.
contexto
Mercedes que hizo el Emperador a Hernán Cortés Hizo el Emperador muy buena acogida a Hernán Cortés, y hasta le fue a visitar a su posada, para honrarle más, estando enfermo y desahuciado de los médicos. Él dijo a su majestad cuanto traía pensado, y le dio los memoriales que tenía escritos, y le acompañó hasta Zaragoza, pues se iba a embarcar para Italia para coronarse. El Emperador, reconociendo sus servicios y valor de persona, le hizo marqués del Valle de Huaxacac, como se lo pidió, el 6 de julio del año 1528, y capitán general de Nueva España, de las provincias y costa del mar del Sur, y descubridor y poblador de aquella misma costa e islas, con la duodécima parte de lo que conquistase, en juro de heredad para sí y para sus descendientes: le daba el hábito de Santiago, y no lo quiso sin encomienda. Pidió la gobernación de México, y no se la dio, porque no piense ningún conquistador que se le debe; que así lo hizo el rey don Fernando con Cristóbal Colón, que descubrió las indias, y con Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que conquistó Nápoles. Mucho merecía Cortés, que tanta tierra ganó, y mucho le dio el Emperador por honrarle y engrandecerle como gratísimo príncipe, y que nunca quita lo que una vez da. Le daba todo el reino de Michuacan, que fue de Cazoncin, y él prefirió Cuahunauac, Huaxacac, Tecoantepec, Coyoacan, Matalcinco, Atlacupaia, Toluca, Huaxtepec, Utlatepec, Etlan, Xalapan, Teuquilaiacoan, Calimaia, Autepec, Tepuztlan, Cuitlapan, Accapiztlan, Cuetlaxca, Tuztla, Tepecan, Atloixtan, Izcaplan, con todas sus aldeas, términos, vecinos, jurisdicción civil y criminal, pechos, tributos y derechos. Todos ésos son grandes pueblos y tierra gruesa. Otros favores y mercedes le hizo también; mas las nombradas fueron las mayores y mejores.