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Datos principales
Desarrollo
Mercados de México Al mercado lo llaman tianquiztli. Cada barrio y parroquia tiene su plaza para contratar el mercado. Mas México y Tlatelulco, que son los mayores, las tienen grandísimas. Especialmente lo es una de ellas, donde se hace mercado la mayoría de los días de la semana; pero lo corriente es de cinco en cinco días, y creo que la orden y costumbre de todo el reino y tierras de Moctezuma. La plaza es ancha, larga, cercada de portales, y tal, en fin, que caben en ella sesenta mil y hasta cien mil personas, que andan vendiendo y comprando, porque, como es la cabeza de toda la tierra, acuden allí de toda la comarca, y hasta de lejos. Y más todos los pueblos de la laguna, por cuya causa hay siempre tantos barcos y tantas personas como digo, y aun más. Cada oficio y cada mercadería tiene su lugar señalado, que nadie se lo puede quitar ni ocupar, que no es poco orden; y como tanta gente y, mercaderías no caben en la plaza grande, la reparten por las calles más cercanas, principalmente las cosas engorrosas y embarazosas, como son piedras, madera, cal, ladrillos, adobes y toda cosa para edificar, tosca y labrada. Esteras finas, groseras y de muchas maneras; carbón, leña y hornija; loza y toda clase de barro pintado, vidriado y muy lindo, del que hacen todo género de vasijas, desde tinajas hasta saleros; cueros de venados, crudos y curtidos, con su pelo y sin él, y teñidos de muchos colores para zapatos, broqueles, rodelas, cueras y forros de armas de palo. Y además de esto tenían cueros de otros animales, y aves con su pluma, adobados y llenos de hierbas, unas grandes, otras pequeñas, cosa digna de mirar, por los colores y rareza.
La más rica mercadería es la sal y las mantas de algodón, blancas, negras y de todos colores; unas grandes, otras pequeñas; unas para cama, otras para capa, otras para colgar, para bragas, camisas, tocas, manteles, pañizuelos y otras muchas cosas. También hay mantas de hoja de metl y de palma, y de pelo de conejo, que son buenas, preciadas y calientes; pero mejores son las de pluma. Venden hilado de pelo de conejo, telas de algodón, hilaza y madejas blancas y teñidas. La cosa más digna de ver es la volatería que viene al mercado, pues, además de que de estas aves comen la carne, visten la pluma, y cazan a otras con ellas, son tantas, que no tienen número, y de tantas raleas y colores, que no lo sé decir; mansas, bravas, de rapiña, de aire, de agua, de tierra. Lo más lindo de la plaza son las obras de oro y pluma, con lo que imitan cualquier cosa y color. Y son los indios tan diestros en esto, que hacen de pluma una mariposa, un animal, un árbol, una rosa, las flores, las hierbas y peñas tan a lo vivo, que parece como si fuera natural. Y suele ocurrirles no comer en todo un día, poniendo, quitando y colocando la pluma, y mirando a una parte y a otra, al sol, a la sombra, a la vislumbre, por ver si sienta mejor a pelo o contrapelo o al través, por el derecho o por el revés; y en fin, no la dejan de las manos hasta ponerla con toda perfección. Tanta paciencia pocas naciones la tienen, sobre todo donde hay cólera, como en la nuestra. El oficio más primoroso y artificioso es el del platero; y así, sacan al mercado cosas bien labradas con piedra y fundidas con fuego.
Un plato ochavado, con un cuerto de oro y otro de plata, no soldado, sino fundido y en la fundición pegado; una calderita, que sacan con su asa, como aquí una campana, pero suelta; un pez con una escama de plata y otra de oro, aunque tenga muchas. Vacían un papagayo de forma que se le mueva la lengua, y que se menee la cabeza y las alas. Funden una mona que juegue pies y cabeza y tenga en las manos un huso, que parezca que hila, o una manzana, que parezca que come. Y lo apreciaron mucho nuestros españoles, y los plateros de aquí no llegan a alcanzar este primor. Esmaltan asimismo, engastan y labran esmeraldas, turquesas y otras piedras, y agujerean las perlas, pero no tan bien como por acá. Pues volviendo al mercado, hay en él mucha pluma, que vale mucho; oro, plata, cobre, plomo, latón y estaño, aunque poco de los tres metales últimos; perlas y piedras muchas. Mil maneras de conchas y caracoles pequeños y grandes. Huesos, chinas, esponjas y otras menudencias. Y cierto que son muchas y muy diferentes y para reír las bujerías, los melindres y dijes de estos indios de México. Hay que ver las hierbas y raíces, hojas y simientes que se venden, así para comida como para medicina; pues los hombres, mujeres y niños entienden mucho de hierbas, porque con la pobreza y necesidad las buscan para comer y preservarse de sus dolencias, pues poco gastan en médicos, aunque los hay, y muchos boticarios, que sacan a la plaza ungüentos, jarabes, aguas y otras cosillas de enfermos.
Casi todos sus males los curan con hierbas, pues aun hasta para matar los piojos tienen hierba propia y conocida. Las cosas que venden para comer no tienen cuento. Pocas cosas vivas dejan de comer. Culebras sin cola ni cabeza, perrillos que no gañen, castrados y cebados; topos, lirones, ratones, lombrices, piojos y hasta tierra, porque con redes de malla muy menuda barren, en cierto tiempo del año, una cosa molida que se cría sobre el agua de las lagunas de México, y se cuaja, que ni es hierba, ni tierra, sino una especie de cieno. Hay mucho de ello y cogen mucho, y en eras, como quien hace sal, los vacían, y allí se cuaja y seca. Lo hacen tortas como ladrillos, y no sólo las venden en el mercado, sino que las llevan también a otros fuera de la ciudad y lejos. Comen esto como nosotros el queso, y así tiene un saborcillo de sal, que con chilmolli es sabroso. Y dicen que a este cebo vienen tantas aves a la laguna, que muchas veces en el invierno la cubren por algunos sitios. Venden venados enteros y a cuartos: gamos, liebres, conejos, tuzas, que son menores que ellos; perros, y otros, que gañen como ellos y a los que llaman cuzatli. En fin, muchos animales de éstos, que crían y cazan. Hay tanto bodegón y casillas de mal cocinado, que espanta pensar dónde se hunde y gasta tanta comida guisada y por guisar como había en ellas. Carne y pescado asado, cocido en pan, pasteles, tortillas de huevos de muy distintas aves. Es innumerable el mucho pan cocido y en grano y espiga que se vende, juntamente con habas, judías y otras muchas legumbres.
No se pueden contar las muchas y diferentes frutas de las nuestras que aquí se venden en cada mercado, verdes y secas. Pero la más principal y que sirve de moneda son una especie de almendras, que ellos llaman cacauatl, y los nuestros cacao, como en las islas de Cuba y Haití. No hay que olvidar la mucha cantidad y diferencias que venden de colores que aquí tenemos, y de otros muchos y buenos de que carecemos y ellos hacen de hojas de rosas, flores, frutas, raíces, cortezas, piedras, madera y otras cosas que no se pueden tener en la memoria. Hay miel de abejas, de centli, que es su trigo, de metl y otros árboles y cosas, que vale más que el arrope. Hay aceite de chián, simiente que unos la comparan a la mostaza y otros a la zaragatona, con que untan las pinturas para que no las perjudique el agua. También lo hacen de otras cosas. Guisan con él y untan, aunque emplean más la manteca, saín y sebo. Las muchas clases que hacen y venden de vino, en otro lado se dirán. No acabaría si hubiese de contar todas las cosas que tienen para vender, y los oficiales que hay en el mercado, como son estuferos, barberos, cuchilleros y otros, que muchos piensan que no los había entre estos hombres de nueva manera. Todas estas cosas que digo, y muchas que no sé, y otras que callo, se venden en cada mercado de estos de México. Los que venden pagan algo del asiento al rey, o por alcabala o porque los guarden de los ladrones; y así, andan siempre por la plaza y entre la gente unos como especie de alguaciles. Y en una casa, desde donde todos los ven, hay doce hombres ancianos, como en judicatura, librando pleitos. La venta y compra es cambiando una cosa por otra; éste da un gallipavo por un haz de maíz; otro da mantas por sal o por dinero, que son las almendras de cacauatl, que circulan como tal por toda la tierra, y de esta manera pasa la baratería. Tienen cuenta, porque por una manta o gallina dan tantos cacaos. Tienen medida de cuerda para cosas como el centli y pluma, y de barro para otras como miel y vino. Si las falsean, castigan al falsario y rompen las medidas.
La más rica mercadería es la sal y las mantas de algodón, blancas, negras y de todos colores; unas grandes, otras pequeñas; unas para cama, otras para capa, otras para colgar, para bragas, camisas, tocas, manteles, pañizuelos y otras muchas cosas. También hay mantas de hoja de metl y de palma, y de pelo de conejo, que son buenas, preciadas y calientes; pero mejores son las de pluma. Venden hilado de pelo de conejo, telas de algodón, hilaza y madejas blancas y teñidas. La cosa más digna de ver es la volatería que viene al mercado, pues, además de que de estas aves comen la carne, visten la pluma, y cazan a otras con ellas, son tantas, que no tienen número, y de tantas raleas y colores, que no lo sé decir; mansas, bravas, de rapiña, de aire, de agua, de tierra. Lo más lindo de la plaza son las obras de oro y pluma, con lo que imitan cualquier cosa y color. Y son los indios tan diestros en esto, que hacen de pluma una mariposa, un animal, un árbol, una rosa, las flores, las hierbas y peñas tan a lo vivo, que parece como si fuera natural. Y suele ocurrirles no comer en todo un día, poniendo, quitando y colocando la pluma, y mirando a una parte y a otra, al sol, a la sombra, a la vislumbre, por ver si sienta mejor a pelo o contrapelo o al través, por el derecho o por el revés; y en fin, no la dejan de las manos hasta ponerla con toda perfección. Tanta paciencia pocas naciones la tienen, sobre todo donde hay cólera, como en la nuestra. El oficio más primoroso y artificioso es el del platero; y así, sacan al mercado cosas bien labradas con piedra y fundidas con fuego.
Un plato ochavado, con un cuerto de oro y otro de plata, no soldado, sino fundido y en la fundición pegado; una calderita, que sacan con su asa, como aquí una campana, pero suelta; un pez con una escama de plata y otra de oro, aunque tenga muchas. Vacían un papagayo de forma que se le mueva la lengua, y que se menee la cabeza y las alas. Funden una mona que juegue pies y cabeza y tenga en las manos un huso, que parezca que hila, o una manzana, que parezca que come. Y lo apreciaron mucho nuestros españoles, y los plateros de aquí no llegan a alcanzar este primor. Esmaltan asimismo, engastan y labran esmeraldas, turquesas y otras piedras, y agujerean las perlas, pero no tan bien como por acá. Pues volviendo al mercado, hay en él mucha pluma, que vale mucho; oro, plata, cobre, plomo, latón y estaño, aunque poco de los tres metales últimos; perlas y piedras muchas. Mil maneras de conchas y caracoles pequeños y grandes. Huesos, chinas, esponjas y otras menudencias. Y cierto que son muchas y muy diferentes y para reír las bujerías, los melindres y dijes de estos indios de México. Hay que ver las hierbas y raíces, hojas y simientes que se venden, así para comida como para medicina; pues los hombres, mujeres y niños entienden mucho de hierbas, porque con la pobreza y necesidad las buscan para comer y preservarse de sus dolencias, pues poco gastan en médicos, aunque los hay, y muchos boticarios, que sacan a la plaza ungüentos, jarabes, aguas y otras cosillas de enfermos.
Casi todos sus males los curan con hierbas, pues aun hasta para matar los piojos tienen hierba propia y conocida. Las cosas que venden para comer no tienen cuento. Pocas cosas vivas dejan de comer. Culebras sin cola ni cabeza, perrillos que no gañen, castrados y cebados; topos, lirones, ratones, lombrices, piojos y hasta tierra, porque con redes de malla muy menuda barren, en cierto tiempo del año, una cosa molida que se cría sobre el agua de las lagunas de México, y se cuaja, que ni es hierba, ni tierra, sino una especie de cieno. Hay mucho de ello y cogen mucho, y en eras, como quien hace sal, los vacían, y allí se cuaja y seca. Lo hacen tortas como ladrillos, y no sólo las venden en el mercado, sino que las llevan también a otros fuera de la ciudad y lejos. Comen esto como nosotros el queso, y así tiene un saborcillo de sal, que con chilmolli es sabroso. Y dicen que a este cebo vienen tantas aves a la laguna, que muchas veces en el invierno la cubren por algunos sitios. Venden venados enteros y a cuartos: gamos, liebres, conejos, tuzas, que son menores que ellos; perros, y otros, que gañen como ellos y a los que llaman cuzatli. En fin, muchos animales de éstos, que crían y cazan. Hay tanto bodegón y casillas de mal cocinado, que espanta pensar dónde se hunde y gasta tanta comida guisada y por guisar como había en ellas. Carne y pescado asado, cocido en pan, pasteles, tortillas de huevos de muy distintas aves. Es innumerable el mucho pan cocido y en grano y espiga que se vende, juntamente con habas, judías y otras muchas legumbres.
No se pueden contar las muchas y diferentes frutas de las nuestras que aquí se venden en cada mercado, verdes y secas. Pero la más principal y que sirve de moneda son una especie de almendras, que ellos llaman cacauatl, y los nuestros cacao, como en las islas de Cuba y Haití. No hay que olvidar la mucha cantidad y diferencias que venden de colores que aquí tenemos, y de otros muchos y buenos de que carecemos y ellos hacen de hojas de rosas, flores, frutas, raíces, cortezas, piedras, madera y otras cosas que no se pueden tener en la memoria. Hay miel de abejas, de centli, que es su trigo, de metl y otros árboles y cosas, que vale más que el arrope. Hay aceite de chián, simiente que unos la comparan a la mostaza y otros a la zaragatona, con que untan las pinturas para que no las perjudique el agua. También lo hacen de otras cosas. Guisan con él y untan, aunque emplean más la manteca, saín y sebo. Las muchas clases que hacen y venden de vino, en otro lado se dirán. No acabaría si hubiese de contar todas las cosas que tienen para vender, y los oficiales que hay en el mercado, como son estuferos, barberos, cuchilleros y otros, que muchos piensan que no los había entre estos hombres de nueva manera. Todas estas cosas que digo, y muchas que no sé, y otras que callo, se venden en cada mercado de estos de México. Los que venden pagan algo del asiento al rey, o por alcabala o porque los guarden de los ladrones; y así, andan siempre por la plaza y entre la gente unos como especie de alguaciles. Y en una casa, desde donde todos los ven, hay doce hombres ancianos, como en judicatura, librando pleitos. La venta y compra es cambiando una cosa por otra; éste da un gallipavo por un haz de maíz; otro da mantas por sal o por dinero, que son las almendras de cacauatl, que circulan como tal por toda la tierra, y de esta manera pasa la baratería. Tienen cuenta, porque por una manta o gallina dan tantos cacaos. Tienen medida de cuerda para cosas como el centli y pluma, y de barro para otras como miel y vino. Si las falsean, castigan al falsario y rompen las medidas.