Dícese de la transmisión del parentesco por vía exclusivamente femenina.
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acepcion
Adjetivo que define la convivencia de una pareja casada en la residencia de la madre de la esposa.
contexto
De la escuela salían, tanto niños como niñas, para casarse. Generalmente se trataba de un matrimonio concertados por las familias. En ocasiones, la mujer era solicitada a los maestros por la familia del novio, que después se habían de dirigirse a los padres de la chica. La petición se realizaba por medio de unas mujeres "casamenteras", que según Sahagún, iban a casa de los parientes de la muchacha. En la proposición y respuesta se demoraban con algunas argumentaciones preestablecidas, que parecían dar mayor solemnidad o retórica a la entrega de la muchacha. Una vez aceptada la proposición de matrimonio, se fijaba el día de la boda, buscando un día al que acompañaran signos afortunados. El día de la boda y los siguientes se sucedían una serie de ceremonias, que estaban perfectamente reglamentadas. Los hombres más importantes solían tener varias mujeres. Se habla de las más de mil mujeres con que contaba Moctezuma para su entretenimiento. En cualquier caso, el número de mujeres venía a reflejar el status social, político o religioso del varón. Según las leyes de matrimonio, los varones se casaban en torno a los veinte años, mientras que las mujeres podían contraer matrimonio más jóvenes; algunos cronistas (Tovar) hablan de la temprana edad de diez años para el matrimonio de las niñas. No estaba permitido el incesto, al menos en los grados más cercanos de parentesco (madre, hija o hermana). Los rituales de matrimonio presentaban algunos elementos de ceremonia religiosa, incluso con la presencia y actuación de sacerdotes. La muchacha, tras el consentimiento de sus padres, era conducida acompañada de parientes a la casa de algún familiar del novio. Allí se celebraba un banquete, en el que no podía faltar el cacao, y solo para los ancianos, alguna bebida alcohólica. La novia era entonces bañada y aderezada, y recibía algunas pláticas acerca de cómo debía comportarse en su nueva vida, sirviendo a sus suegros y a su esposo. Estas pláticas se hacían con la mujer sentada cerca del fuego, porque consideraban al dios del fuego como el protector de los matrimonios. Al anochecer, la muchacha era finalmente conducida a casa del esposo. Una mujer la llevaba a su espalda, y este recorrido, acompañado de antorchas, se realizaba entre oraciones a los dioses y exhortaciones a la novia. Al llegar, el novio la recibía, y las sacerdotisas decidían cuando podían unirse. El matrimonio se simbolizaba mediante la atadura de las ropas de los novios, lo que simbolizaba el vínculo que a partir de entonces se establecía entre ambos. La madre del novio entregaba una pieza de ropa a la novia, y el padre de ella hacía lo propio con el novio. Gráfico Después de nuevas ceremonias de lavatorios y tras otra comida, las sacerdotisas llamadas titici los llevaban a una habitación donde se consumaba el matrimonio. Los hombres valoraban mucho encontrar virgen a la mujer en esta primera noche; si no sucedía así, al día siguiente echaban en cara a los padres que no hubieran velado por la virginidad de su hija. Las fiestas de la boda se alargaban durante varios días. Se aceptaba la posibilidad del divorcio. En este caso, los hijos quedaban con el padre y las hijas con la madre. Eran entonces libres de volver a contraer matrimonio, aunque a los divorciados les estaba terminantemente prohibido volver a convivir.
contexto
Estado definitorio del mundo laico junto con el trabajo físico, el matrimonio se revistió durante la Plena Edad Media de una respetabilidad que los moralistas anteriores le habían regateado a causa de su componente sexual. Desde el III Concilio de Letrán (1179) hasta el II de Lyon (1274), la Iglesia insistió permanentemente en la condición sacramental del vínculo entre esposos, afirmando al tiempo su carácter único e indisoluble. Aunque continuaron dándose irregularidades, especialmente en el seno de la aristocracia, la institución matrimonial jamás fue puesta en entredicho, admitiéndose como únicas causas de nulidad el incesto, la no consumación y la consanguinidad hasta el octavo grado de parentesco, que el IV Concilio de Letrán reduciría hasta el cuarto. Coincidiendo con el renacer del Derecho romano, los teólogos escolásticos destacaron el carácter contractual del sacramento, en el que los únicos ministros eran los esposos, y donde el sacerdote, aparte la bendición nupcial, se limitaba a ejercer como testigo que daba publicidad al acto. El rito sacramental constaba de dos fases, denominadas esponsales (sponsalia) y matrimonio propiamente dicho. La primera y más importante, destinada al intercambio de promesas, tenía lugar en el atrio de la iglesia en presencia del sacerdote, que verificaba ante todo el mutuo consentimiento y el grado de consanguinidad de los contrayentes. Siguiendo la costumbre judeo-romana, el padre tomaba luego la mano derecha de su hija y la unía a la de su esposo, haciéndole así entrega de la mujer. Seguía la bendición del sacerdote y la entrega de los anillos. Posteriormente los esposos y su comitiva entraban en el templo, donde tenía lugar una misa con liturgia propia y se impartía la bendición nupcial. La Iglesia deploró por otro lado las, por lo demás frecuentes, segundas nupcias, exaltando la condición de viudedad como una oportunidad única para consagrarse a la oración y al cuidado de los hijos. Como única excepción a este auge de la mística conyugal cabe citar la literatura cortesana medieval, cuya inspiración abiertamente adúltera refleja sin embargo más una diversión amoral de la aristocracia que una práctica generalizada. Finalmente, dada la perspectiva cerradamente natalista de la Iglesia respecto a la vida sexual, siguió repudiándose sin paliativos tanto el aborto como el asesinato de los recién nacidos. Su condena se asoció incluso al delito de brujería, pues de hecho la mayoría de abortos estaban provocados por el consumo de filtros elaborados por hechiceros.
contexto
En la formación de la familia se siguen las normas básicas de la complementariedad. Llegado el momento, un hombre y una mujer deciden poner en marcha una unidad familiar en la que cada uno adopta unas funciones específicas que, en caso de necesidad, podían ser intercambiadas. El matrimonio en el mundo inca no estaba dotado de un especial sentido religioso o ceremonial. Significaba el inicio (o la consolidación) de una vida en común. De hecho, no estaba especialmente valorada la virginidad antes del matrimonio. Ambos cónyuges podían haber cohabitado antes, y el matrimonio simplemente consolidaba algo que ya estaba en marcha. Tampoco había especial cuidado por no mantener relaciones sexuales con otros antes del matrimonio. No sucede como en el caso de los aztecas, en que el novio reprochaba a la novia y a sus padres el que aquella no hubiera llegado virgen al matrimonio. Aunque no todas las fuentes están de acuerdo en esta interpretación: tanto Guamán Poma como Murúa insisten en la importancia que los incas concedían a la virginidad. El matrimonio se celebraba entre los dieciocho y los veinticinco años, entre las jóvenes que no habían sido escogidas por los funcionarios del Inca para servicio de los dioses o del gobernante. La unión matrimonial era resultado de un proceso, más que de una única ceremonia. La práctica del servinakuy, aún hoy extendida entre comunidades indígenas de los Andes, iniciaba un periodo de vida marital tras el cual los novios contraían matrimonio formal. Gráfico Si bien es cierto que con la llegada de los europeos al mundo andino se produjo una desestructuración en la organización familiar y social del Tahuantinsuyu, aún nos es posible saber al menos los rasgos generales de cómo funcionaban aquellas. No está claro cómo era exactamente la unidad doméstica, pero como señala María Rostworowski, lo general debía ser la unión de un hombre y una mujer. Si el varón quedaba viudo, pasaba algún tiempo antes de que las autoridades le entregaran otra esposa. Tenemos multitud de documentos que hablan de cómo funcionarios del Inca al menos una vez al año recorrían los pueblos, juntando a hombres y muchachas para el matrimonio. Es posible que esta actuación no hiciese sino formalizar una unión que se había producido antes. En caso de ser así, la actuación del funcionario tendría como causa más bien la búsqueda de control y un perfecto conocimiento sobre los pueblos de su demarcación. En la definitiva elección de la pareja para constituir el núcleo familiar debían intervenir intereses de grupo. En general, los matrimonios se producían en el seno del ayllu, y la nueva pareja recibía una parcela de tierra de la comunidad. En algunas ocasiones la mujer abandonaba su ayllu para contraer matrimonio con un hombre de fuera. Estas eran las escasas ocasiones en que el habitante de los Andes abandonaba su célula de origen. Por lo general estaba prohibido el incesto, aunque como luego veremos, esta norma no regía para la elite gobernante. Si se producía divorcio, los hijos se marchaban con el padre y las hijas lo hacían con la madre. El adulterio estaba prohibido, y se castigaba con penas duras, que incluían la condena a muerte. Así lo describe Martín de Murúa: "Al indio casado que se juntaba con mujer ajena, o soltera, lo azotaban cruelmente y al varón le quitaban todo cuanto tenía y lo daban a la mujer soltera, para ella y para su casamiento. Desta manera no había ninguno que se osase desmandar, ni hacer fuerza en despoblado a ninguna mujer, aunque la topase sola y sin compañía. A la mujer casada que cometía adulterio, en probándosele, la sacaban al campo y la colgaban los pies arriba y la cabeza abajo, y se juntaban mucho número de indios, a pedradas la desmenuzaban y allí la dejaban, cubriéndola de espinas y cardones"
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Estado definitorio del mundo laico junto con el trabajo físico, el matrimonio se revistió durante la Plena Edad Media de una respetabilidad que los moralistas anteriores le habían regateado a causa de su componente sexual. Desde el III Concilio de Letrán (1179) hasta el II de Lyon (1274), la Iglesia insistió permanentemente en la condición sacramental del vínculo entre esposos, afirmando al tiempo su carácter único e indisoluble. Aunque continuaron dándose irregularidades, especialmente en el seno de la aristocracia, la institución matrimonial jamás fue puesta en entredicho, admitiéndose como únicas causas de nulidad el incesto, la no consumación y la consanguinidad hasta el octavo grado de parentesco, que el IV Concilio de Letrán reduciría hasta el cuarto. Coincidiendo con el renacer del Derecho romano, los teólogos escolásticos destacaron el carácter contractual del sacramento, en el que los únicos ministros eran los esposos, y donde el sacerdote, aparte la bendición nupcial, se limitaba a ejercer como testigo que daba publicidad al acto. El rito sacramental constaba de dos fases, denominadas esponsales (sponsalia) y matrimonio propiamente dicho. La primera y más importante, destinada al intercambio de promesas, tenía lugar en el atrio de la iglesia en presencia del sacerdote, que verificaba ante todo el mutuo consentimiento y el grado de consanguinidad de los contrayentes. Siguiendo la costumbre judeo-romana, el padre tomaba luego la mano derecha de su hija y la unía a la de su esposo, haciéndole así entrega de la mujer. Seguía la bendición del sacerdote y la entrega de los anillos. Posteriormente los esposos y su comitiva entraban en el templo, donde tenía lugar una misa con liturgia propia y se impartía la bendición nupcial. La Iglesia deploró por otro lado las, por lo demás frecuentes, segundas nupcias, exaltando la condición de viudedad como una oportunidad única para consagrarse a la oración y al cuidado de los hijos. Como única excepción a este auge de la mística conyugal, cabe citar la literatura cortesana, cuya inspiración abiertamente adúltera refleja sin embargo más una diversión amoral de la aristocracia que una práctica generalizada. Finalmente, dada la perspectiva cerradamente natalista de la Iglesia respecto a la vida sexual, siguió repudiándose sin paliativos tanto el aborto como el asesinato de los recién nacidos. Su condena se asoció incluso al delito de brujería, pues de hecho la mayoría de abortos estaban provocados por el consumo de filtros elaborados por hechiceros.
obra
Para la corte francesa Rubens diseñó una tapicería con la Historia de Constantino, el primer emperador cristiano de Roma, inspirada en varias fuentes, la obra de Eusebio de Cesarea "Vita Constantini" publicada en el siglo IV y los "Annales ecclesistici" del cardenal Baronio, recién publicados por Moretus. Los tapices fueron tejidos en el Faurbourg de Saint Marcel de París; siete de ellos fueron regalados al cardenal Barberini por Luis XIII pero desconocemos si se trató de un encargo del monarca o de un negocio privado entre el pintor flamenco y el director de la Manufactura Real de Tapices, La Planche.El primer tapiz de la serie trata sobre el doble matrimonio de Constatino con Fausta, hija del emperador Maximino, y la hermana de Constantino, Constanza, con el pagano Licinio. Las dos bodas se habían realizado en realidad con seis años de diferencia pero aquí se presentan de manera simultánea para aludir a las bodas reales entre Felipe IV-Isabel de Borbón y Luis XIII-Ana de Austria, matrimonios celebrados en 1615.La escena se desarrolla en el templo de Júpiter y Juno, situando las estatuas en el fondo, en un nicho, recordando en la pose al Autorretrato con Isabella Brandt. En primer plano observamos a las parejas imperiales con las manos enlazadas, gesto que simboliza la unión matrimonial. Tras el ara de los sacrificios contemplamos a un acólito que porta la antorcha del matrimonio y un cofre mientras otro toca la flauta. En la derecha, dos testigos rituales, uno portando el hacha del sacrificio y otro llevando la víctima que va a ser sacrificada. Estos detalles clásicos están tomados de la tapicería de Rafael que se conserva en los Museos Vaticanos. También debemos buscar referencias en el ciclo de Decio Mus. En esta serie de Constantino se pone claramente de manifiesto la transición entre el estilo de las primeras obras de Amberes y el barroquismo que se desarrolla en el ciclo para María de Medicis.