Licenciado en 1974, Mateo obtuvo el doctorado en la Escuela Superior Técnica de Arquitectura de Barcelona veinte años después. Durante 1981-90 dirige la galardonada revista "Quaderns de Arquitectura i Urbanismo" y al año siguiente funda el estudio MAP Arquitectos, junto a Marta Cervelló. Combina la labor docente con su actividad profesional, siendo profesor de proyectos en la Escuela Superior Técnica de Arquitectura de Barcelona y Catedrático de Arquitectura y proyectos de la ETH de Zurich. En sus obras se aprecia el interés del arquitecto por aunar arquitectura y su entorno. Entre sus trabajos más importantes destacan el Centro Cívico Can Felipa de Barcelona ( 1989), las viviendas Isla de Borneo en Amsterdam (2000) o el Centro de Convenciones del Fórum 2004.
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Otro de los ideales del Antiguo Régimen fue el de la viuda como madre. La práctica de la castidad de la viuda, unido a su rol materno, le otorgó un papel especialmente positivo en la sociedad moderna: el de "mater et virgo". La madre no sólo tenía la tarea de nutrir a sus hijos, también era la responsable de la moralidad de éstos -sobre todo en el caso de las hijas: "talis mater, talis filia", rezaba el refrán-. Por ello, en estos siglos se intensificó un culto y una iconografía particularmente volcada en los aspectos maternales de la imagen de María: como la escena en la que Santa Ana enseña a leer la Virgen María, o la famosa obra de Alonso Cano de la Virgen con el niño Jesús. Esta cuestión cobró especial relevancia en el caso de las viudas, convertidas por la fuerza de las circunstancias en madres y padres de sus hijos. Estas mujeres que decidían permanecer junto a sus hijos rechazando las segundas nupcias, castas y entregadas a su imagen de 'mater et virgo', lograron que su posición en la sociedad fuese muy valorada. Gráfico Claro está que el papel materno de una viuda conllevaba también esfuerzo y dificultad: debía sacar adelante a sus hijos sin el aporte económico del cabeza de familia, tomar sola -a veces con la ayuda de los familiares- las decisiones respecto al futuro de sus vástagos (matrimonio, educación) y educarlos para ser hombres y mujeres de provecho. Para afrontar este duro deber, los tratadistas exigían a las viudas que fueran firmes y disciplinadas. De otra forma su tendencia blanda y amorosa perjudicaría a sus hijos, sobre todo cuando eran varones. En este sentido, decía Vives, era casi refrán común que cuando se veía a un niño desobediente se le llamase 'criado de viuda', por culpa del "mucho regalo con que los crían, o el poco saberlos criar". Este 'exceso' de amor era, en otras ocasiones, considerado como una ventaja. Gracias al sincero afecto materno, las viudas fueron consideradas las tutoras ideales para sus hijos. Nadie mejor que ellas podía garantizar el cuidado físico y afectivo de los pequeños. De hecho, al discernir la tutela de un menor, los tribunales de la Edad Moderna tuvieron muy en cuenta este aspecto favoreciendo, por lo general, a las madres frente a otros parientes. Además, puesto que las madres no podían acceder a la sucesión de bienes de sus pequeños, quedaban exentas de la sospecha que afectó a tíos y abuelos paternos. La siguiente ley decretada por Pedro II de Aragón muestra este recelo: Con frecuencia se lleva a la Real audiencia que algunos, movidos por la codicia o por voluntad diabólica, procuran por sí mismos o por otros la muerte de aquellos a quienes pueden suceder en sus bienes inmuebles y sus otros bienes. Por otro lado, el nombramiento de las esposas como tutoras en los testamentos de sus maridos se enmarcaba a menudo en la estrategia del padre por mantener la dote de la madre dentro de su linaje, incentivándola con una serie de ventajas para que permaneciese junto a sus retoños: así, la viudedad foral navarra, por ejemplo, mantenía según algunos autores la unidad familiar, pues otorgaba a la viuda el derecho de usufructuar los bienes de su esposo y vivir con sus hijos en la casa conyugal siempre y cuando no optase por contraer segundas nupcias; mientras que en Castilla, al morir el marido, si los hijos eran pequeños, la madre podía ser su tutora usufructuando los bienes de su esposo y, tras pasar algunos años dedicados al cuidado de los hijos, realizar la partición de bienes con ellos para casarse nuevamente; finalmente, la viuda valenciana tenía el derecho de optatio, es decir, podía elegir entre vivir con los hijos y con el usufructo de todos los bienes del marido premuerto mientras los hijos fueran menores de edad, o vivir independientemente con una cuota. Las madres podían aceptar este cargo o, si la administración de los bienes conllevaba más dificultades que beneficios, podían optar por rechazar dicho nombramiento para contraer segundas nupcias. Al fin y al cabo, la mayoría de los cuerpos jurídicos europeos condenaron con la pérdida de la tutela a aquellas viudas que decidiesen buscar un nuevo marido.
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La arquitectura protodinástica emplea el adobe como elemento básico y la piedra y la madera como secundarios. Hasta época romana no hay en la arquitectura egipcia indicios de ladrillos cocidos al homo, y no porque los egipcios no pudieran hacerlos (los muchos incendios les habían sin duda enseñado cómo los adobes sometidos a la acción de una elevada temperatura se convertían en ladrillos), sino porque el adobe bien hecho, como ellos lo hacían, mezclando el barrio aluvial del Nilo con cierta cantidad de paja o de arena para evitar el exceso de contracción, satisfacía plenamente todas sus necesidades. Aún hoy aquellos adobes de casi 5.000 años de antigüedad son tan duros como piedras. Su tamaño oscila entre 23 x 12 x 7 cm y 26 x 13 x 9 cm. Este último tamaño es él más frecuente a finales de la II Dinastía. Otros adobes más pequeños (17 x 5 x 5) se empleaban en los delicados revestimientos de las fachadas de paneles escalonados. Con barro secado al sol se hacían también molduras, como las cañas verticales del remate de las fachadas, los dinteles de los nichos pequeños y los marcos de las ventanas que se ven por encima de ellos. El peso y la enorme robustez que alcanzan estos materiales parecen debidos a que el barro era reforzado con tiras de lino y secado a una elevada presión. El caso es que se lograban piezas como dinteles de un tamaño tal que asombra reconocer que están hechos de limo cocido al sol. La piedra se empleaba sólo para muros de contención, contrafuertes, pavimentos, revestimientos de muros, compuertas de seguridad y portadas. La tumba de Udimu en Abydos tenía un piso de losas de granito toscamente labrado, pero salvo casos especiales como éste, la piedra más empleada era la caliza. De bloques de caliza de impecable cantería está revestida la tumba de Khasekhemui en Abydos, y en las tumbas de la nobleza de rango secundario en Helwan se encuentran paredes construidas con grandes bloques de este material. Para percatamos de su tamaño reparemos en las medidas de algunos bloques: 2 metros de ancho, 2 metros de alto, 4 metros de espesor. Así pues, aunque el material favorito fuese el adobe, al egipcio de entonces ya no le arredraba el empleo de la piedra. La madera se empleaba mucho para techos, pisos y revestimientos de paredes, pero como el arbolado en Egipto era escaso y poco resistente (palmeras, tamariscos o muy nudoso y retorcido (sicomoros), las grandes vigas y los buenos tablones tenían que ser importados del Líbano. Sólo con vigas de cedros libaneses se podían techar las grandes cámaras subterráneas de las tumbas reales. El procedimiento más empleado para techar una habitación consistía en asentar en el muro viguetas paralelas, bastante próximas entre sí, y cruzar sobre ellas tablas adosadas. Si el espacio a cubrir tenían dimensiones mayores de lo normal, las viguetas descansaban en vigas de madera buena y resistente. En una de las grandes tumbas de Sakkara ha quedado constancia de un tercer procedimiento, que podría considerarse como techo y piso entre dos plantas. En este caso las tablas forman un techo por debajo de las viguetas, y éstas se encuentran tan próximas, que los huecos inmediatos se tapan con adobes sobre los que se asienta una solería del mismo material. Para ambientes más estrechos, como corredores y escaleras, se utilizan ocasionalmente vigas vistas, adosadas unas a otras. Este sería el sistema de cubrimiento que se imitaría en piedra en la época de las Pirámides. Desde finales de la I Dinastía se encuentran testimonios de construcción en adobe de bóvedas de cañón. Los ejemplos conocidos son las cubiertas de estrechas fosas funerarias. Sin embargo, las maquetas de casas de barro y los sarcófagos de madera de tapa redondeada, que copian las casas de la época, indican que los egipcios de entonces eran capaces de construir bóvedas de adobe de mayores dimensiones.