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El judaísmo, la religión judía y la historia del pueblo se imbrican de manera profunda en la vida tradicional de las comunidades y los individuos judíos. El mecanismo como se hacen presentes es a través de ritos celebrados periódicamente, así como aquellos que marcan los acontecimientos fundamentales de la vida cotidiana. En el rito diario siempre está presente la relación del individuo con la divinidad, así como el agradecimiento constante del creyente por todo lo recibido. Así, existe la obligación de rezar tres veces al día, correspondiendo cada acto de oración a uno de los sacrificios diarios que debían realizarse en el antiguo templo. Es muy importante en el mundo judío el sentimiento de comunidad, probablemente por razones históricas. De esta forma, existen rezos que sólo pueden ser realizados en presencia de varios acompañantes o de una asamblea (minyan), tradicionalmente integrada por diez hombres adultos desde el punto de vista religioso, es decir, mayores de trece años. La higiene personal es una cuestión de suma importancia, no sólo por razones sanitarias sino también por cuanto significa de reflejo de la perfección y la pureza de Dios. Prácticamente todos los actos cotidianos tienen su correspondiente bendición, lo que hace que incluso las tareas más mundanas tengan relación con la santidad. Antiguamente en Israel se leían de forma semanal fragmentos de la Torá en un ciclo de tres años de duración, si bien en la actualidad predomina la tradición babilónica de leer toda la Torá en un ciclo anual. También durante el Sabbath se lee la Torá, el fragmento que corresponde a la semana, que es estudiado en profundidad. Igualmente se lee parcialmente los días de mercado del antiguo Israel -lunes y jueves-, es decir, cuando se producían grandes aglomeraciones. A la entrada de la casa judía, en un rincón dispuesto para tal fin, se guarda la mezuzah, un estuche de madera que guarda un pergamino en el que se recuerda a Dios y su carácter omnipresente y siempre vigilante de los actos de los hombres.
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En la sociedad urbana pronto se manifiesta una clara división entre los ricos y la "gente menuda", si bien es cierto que en los primeros momentos de desarrollo urbano se estrecharon lazos solidarios entres todos los habitantes de la ciudad configurando la comuna. La comuna pretendió desde el primer momento conseguir ciertas libertades de los señores feudales que controlaban la ciudad. Entre los ricos encontramos a los mercaderes, los grandes negociantes o los maestros de las corporaciones mientras que la "gente menuda" estaría integrada por los trabajadores. De esta manera podemos hablar del escenario urbano como el germen de la sociedad capitalista y del proletariado industrial -especialmente en la actividad textil- al comprar los maestros la fuerza laboral de los obreros, siendo estos pagados con un salario, bastante bajo habitualmente. Las mujeres que trabajaban vivían una mayor explotación. En los últimos años de la Edad Media aumentan los parados en el mundo urbano. Grupos de hombres y mujeres abandonan la campiña buscando un futuro mejor en la ciudad, futuro que no presenta el color deseado. La mayoría de las mujeres se enrolarán en la prostitución mientras que los hombres formarán parte de las amplias bolsas de parados. Estos parados serán los provocadores de las protestas urbanas que sacuden la Europa de la Baja Edad Media entre las que destaca la ocurrida en Florencia en 1378. Pero no todo van a ser preocupaciones en la ciudad ya que ésta se caracterizará por ser el centro de la diversión. El tiempo de ocio se consume en la taberna donde se conversaba, se jugaba y se bebía. También se podía acudir a las casas de baños, lugares de cierta connotación sexual que tuvieron unas estrictas normas encabezadas por la separación de sexos. Esta rigidez va desapareciendo en los últimos siglos medievales y en la mayoría de ellos se permite la entrada conjunta de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos. El concepto de purificación del cuerpo y del alma asociado al baño sería, en la mayor parte de los casos, lo que primara en estos lugares. Si lo que el ciudadano deseaba era una aventura sexual acudiría al prostíbulo, uno de los puntos más identificativos de la ciudad. En el año 1234 se estableció en Aviñón lo que podemos denominar el "primer barrio chino", exigiéndose a los burdeles que se identificaran con un farol rojo a la puerta al tiempo que se prohibía a las prostitutas llevar velo. Para conseguir mantener en buen estado las murallas de Milán, Bernabo Visconti -príncipe de la ciudad- obligó a los burdeles a pagar un impuesto, lo que nos indica su elevado número.
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De alguna manera se puede decir que la cultura islámica es, en general, una cultura urbana, lo que se comprende perfectamente cuando se visitan sus abigarradas ciudades, llenas de una población numerosa, activa y volcada al exterior de las viviendas. El auge urbano durante los primeros siglos del Islam fue importantísimo; muchas ciudades antiguas crecieron otra vez, después de épocas de estancamiento, y otras nuevas vinieron a añadirse a ellas. Además del aspecto cuantitativo hay que valorar otro cualitativo, que se refiere a la importancia de las funciones económicas, políticas y culturales de muchas de aquellas ciudades, nudos de comunicación bien servidos por redes de caminos y organizaciones caravaneras florecientes. La nueva vitalidad urbana se dejó sentir pronto en el antiguo dominio bizantino: por una parte, nuevas ciudades fronterizas junto al Taurus y en Cilicia; por otra, auge de puertos como Acre o Tiro, y de ciudades del interior como Alepo, Jerusalén, segunda ciudad santa del Islam, y, sobre todo, Damasco, capital bajo los omeyas e importante centro manufacturero de aceros y cobres damasquinados y de tejidos o damascos de algodón y seda. Las principales fundaciones ocurrieron en Mesopotamia: antiguos campamentos de los conquistadores se convirtieron rápidamente en grandes ciudades como Basra, con 200.000 habitantes, Kufa, con 100.000, o Wasit. Bagdad, fundada en el año 762 como nueva capital, tendría en época de Harun al-Rasid nada menos que 2.000.000 de habitantes; heredera de Babilonia y de Ctesifón, Bagdad era en aquel momento el principal nudo de comunicaciones de todo el Oriente Próximo, como correspondió a su capitalidad aunque, a partir del año 836, la construcción de Samarra, 100 kilómetros al Norte, la privó de sus funciones palatinas y después, la decadencia del califato provocó la suya propia, que tocó fondo en 1258, cuando fue arrasada por los mongoles. La situación urbana era más floreciente en el Irán sasánida, donde muchas ciudades se habían desarrollado como centros mercantiles en oasis bien cultivados. Tras la conquista, a la parte antigua persa (sharistán) se unió a veces la ciudad nueva árabe, pronto unidas en un solo núcleo, como sucedió en Isfahan, Marw, Bujara o Samarkanda: en época samaní, esta última ciudad llegó a tener 500.000 habitantes, como otras grandes capitales regionales del siglo X. Recordemos también la importancia de ciudades como Rayy, cercana a la actual Teherán, Tabriz, Herat, Nishapur o Kabul. En Egipto, Alejandría conocería sucesivos renacimientos gracias a su indiscutida capitalidad mercantil, pero la gran creación fue El Cairo, a partir de fundaciones anteriores: el punto de partida fue la ciudad helenística de Babilonia, próxima al canal que unía el Nilo con el Mar Rojo. Luego, el campamento fortificado de Fustat (Fossatum) establecido por los árabes en el año 641. Un siglo después, algo más al Norte, el nuevo emplazamiento de al-Askar (El Campo). En el 872 los Tuluníes construyeron su palacio y una mezquita en las proximidades (al-Qata'i) y al cabo de otro siglo, desde el año 972, los fatimíes alzaron en un nuevo emplazamiento "la ciudad fundada cuando se eleva Marte" (al-Qahira), que fue su capital y albergó más de 500.000 habitantes en la época de esplendor del califato. El urbanismo de nuevo cuño tuvo mucha importancia en el Magreb, donde la decadencia de los siglos anteriores había deteriorado las ciudades, mientras que las poblaciones bereberes eran, en general, rurales. Qairuán, fundada en el año 670 como plaza fortificada, experimentó diversas ampliaciones hasta el siglo X. Túnez comenzó siendo un arrabal de Cartago antes de sustituir a la ciudad antigua. La expansión del Islam está jalonada por fundaciones de ciudades: Tahert, Fez, Marraquech. El desarrollo urbano andalusí partía de bases mejores, aunque también cambió el signo de una época anterior de decadencia: Córdoba alcanzaría los 100.000 habitantes en su apogeo califal del siglo X, Sevilla los 80.000 cuando fue capital de los almohades en el XII y Granada los 50.000 en su época nasri (siglos XIV y XV): no son cifras desmesuradas si se las compara con las de otras capitales islámicas. Aunque la red urbana era ya bastante densa en la parte de la Península dominada por los musulmanes, las fundaciones no escasearon en zonas peor dotadas o en las que existió mayor necesidad de defensa o bien en puntos costeros estratégicos: Badajoz o Murcia en el primer caso, Calatayud, Tudela, Lérida, Medinaceli o Madrid en el segundo, Gibraltar o Almería en el tercero. A la vista de las ciudades actuales del mundo musulmán podría pensarse que hay un urbanismo peculiar, una especie de tipo de ciudad islámica con rasgos bien definidos cuando lo cierto es que esto no fue así en principio sino que el plano desordenado de muchas ciudades es efecto de la falta de autoridades y reglamentaciones urbanas suficientes, aparte de las aplicadas por el cadí y el muhtasib, y de un concepto de la vida familiar y privada que orienta la casa hacia el interior y apenas presta atención a las áreas de uso compartido -calles, plazas- ni a lo urbano como unidad, pues la ciudad se fragmenta en barrios y zonas poco interrelacionadas e incluso con murallas propias, o se rodea desordenadamente de arrabales. Sin embargo, "el Islam tiene necesidad de la ciudad para realizar su ideal social y religioso" (Planhol), por lo que hay un centro indudable, la mezquita mayor, rodeada de zocos o mercados, alcaicerías y bazares, alhóndigas o almacenes, baños, talleres de los oficios más preciados. El mismo esquema puede repetirse, en tamaño menor, alrededor de las mezquitas. El barrio del palacio y de los centros gubernativos (majzén) es otro centro de organización del plano, pero con frecuencia se sitúa en un extremo de la ciudad o fuera de ella, en forma de ciudadela con sus propios servicios y miles de personas que rodeaban al califa o al emir: la descripción de la vida en palacio, "síntesis de lo mejor que podía obtenerse en confort material, utilitarismo, estética, capacidad defensiva y administrativa" (Sourdel), forma parte del estudio de la ciudad musulmana. Las ciudades estaban integradas por barrios, a menudo habitados por grupos de etnia u origen diferente, musulmanes en su mayoría, aunque podía haber barrio judío (melláh), muchas veces cerca del majzén por motivos de protección. Aquella falta cruel de unidad, que se extendía a los arrabales, se añadía a la ausencia de autoridades urbanas específicas y contribuyó a la irregularidad del plano a medida que el tiempo pasaba: los dueños de viviendas tenían derecho preferente (fina) sobre el uso de los espacios públicos colindantes, lo que multiplicó el número de voladizos y pasadizos, el bloqueo de callejas sin salida (darb) y la irregularidad y estrechez del trazado viario, aunque se respetara el entorno de las mezquitas y algunas vías principales de circulación.
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De la vidriera románica hemos conservado pocos ejemplos, dada la fragilidad de su materia, la mayoría de ellas no datan de más allá de 1150. Sus formas, muy próximas al arte de la miniatura, presentan unos campos cromáticos de tonos sólidos que se corresponden exactamente con los de las figuras de los esmaltes. De la antigua iglesia de la Trinidad de Vendóme, reconstruida a partir de fines del XI, conservamos una importantísima vidriera representando a la Virgen con el Niño. La imagen, adoptando la tópica iconografía románica sobre el tema, reproduce una esbeltísima silueta, muy hierática, definida con un sentido lineal muy propio de la materia. Unos brillantes colores, blanco, azul, rojo, verde y ocre, dan a la composición un agradable aspecto. El conjunto de vidrieras más importante corresponde a la catedral de Le Mans, realizadas entre 1140 y 1145. Las figuras presentan la misma estilización y brillantez que en Vendóme, pero están dotadas de una gran movilidad. De veinte años después, será la monumental crucifixión de la catedral de Poitiers, verdadera obra maestra del arte de la vidriera.
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Aunque la vidriera es una de las grandes aportaciones del gótico, no toda la arquitectura del período avanza en la misma dirección. Si el modelo del norte de Francia exprime todo cuanto puede la estructura para que, tras concentrar los empujes en puntos determinados, el muro restante pueda eludir su función tectónica, no hallamos una preocupación similar en el mundo italiano. El resultado de todo ello es que la vidriera tendrá un desarrollo desigual. Se confecciona por todas partes ciertamente, pero el único lugar donde supera el mero plano artístico y se funde con la arquitectura relevándola a ésta de su función de cierre, es en el norte y en todos aquellos edificios que responden a este modelo en otras zonas. No existe una fábrica parangonable a la Sainte-Chapelle de París y, en muchas ocasiones, cuando se exporta el modelo arquitectónico no siempre es seguido en todos sus aspectos. En los edificios de raíz francesa que existen en nuestra Península, sólo León ha prestado una atención similar a las vidrieras. Ni Burgos ni Toledo acusan una especial sensibilidad hacia ellas.El trabajo de los vidrieros se realizó en estrecha colaboración con los pintores. Estos últimos, como en otros campos artísticos, proporcionaron los cartones que sirvieron como base a la decoración. Estos modelos responden a la sensibilidad de cada momento. Existen, como consecuencia, grandes vidrieras dentro del estilo 1200 tanto en Francia (Saint-Denis) como en Inglaterra (Canterbury), se detectan los presupuestos del gótico lineal en la Saint-Chapelle de París y en Italia las formulaciones propias del mundo toscano.Si en un principio la labor del vidriero consistió en ensamblar cristales de colores por medio de plomo, las vidrieras acaban pintándose. Todos estos matices estilísticos que acabamos de señalar en el párrafo anterior, se manifiestan con más rotundidad cuando se incorpora a la vidriera este complemento.
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La vidriera de La Cacería es, sin duda, una de las obras más complejas e interesantes de toda la serie de la catedral de León y una de las que presenta más problemas para su interpretación. Situada en uno de los ventanales altos del lado norte de la nave central, próximo al crucero, su composición rompe con la de las restantes de la serie, en la que se representan figuras de santos y profetas. Ordenadas en registros superpuestos contiene representaciones de ángeles músicos bajo arquitecturas góticas, tocando instrumentos musicales, representaciones de las artes liberales y figuras de reyes y caballeros a los que luego nos referiremos. Por la temática de algunos de sus paneles el restaurador Juan Bautista Lázaro la consideró como obra civil en la que aparecen representaciones de una cacería real, suponiendo que procedería del Palacio Real. Sin embargo, vidrieras con temáticas similares no son difíciles de encontrar en diferentes catedrales del siglo XIII. En realidad, ni es una vidriera que procede de un palacio ni su temática representa una cacería ni en su conjunto debe ser considerada como obra profana. De lo que se ha dicho hasta ahora solamente puede aceptarse el que los distintos paneles que componen la vidriera de La Cacería no fueron realizados por el ventanal en que se encuentran actualmente. Durante los siglos XV al XVII muchas de las vidrieras de las capillas fueron sustituidas por otras nuevas y algunas trasladadas a otros ventanales. Concretamente en el siglo XV se cegó una vidriera de la capilla de la Consolación o de San Antonio y se realizó la vidriera de San Clemente y San Antonio. Sin embargo, esta capilla estuvo dedicada a Saint-Charles, San Carlomagno, que recibió culto en diferentes iglesias españolas. En la vidriera de La Cacería la figura de rey a caballo, situada en la parte superior de la segunda lanceta comenzando por la derecha, que Gómez Moreno supuso que era Alfonso X, es, en realidad, Carlomagno, representado a caballo con el globo y la corona de espinas. En la "Historia del viaje de Carlomagno a Constantinopla" se describe cómo el emperador Constantino se apareció en un sueño a Carlomagno, que había llegado a las puertas de Constantinopla, y le hace entrega de la corona de espinas de Cristo. En la vidriera, Alfonso X es la figura que aparece en la parte superior de la lanceta de la derecha, con casco y el escudo de Castilla y León, mientras que en otras vidrieras aparecen personajes de su séquito. Las alegorías del Trivium y el Quadrivium es posible que también estuviesen en relación con este ciclo dedicado a Carlomagno. En la "Vita Karoli", Eginardo hace referencia explícita al interés del soberano por la música y el estudio de las artes liberales bajo el magisterio de Alcuino: Consagró mucho tiempo y esfuerzo en aprender de él retórica, dialéctica y sobre todo astronomía; aprendía el arte del cálculo y estudiaba con gran atención y suspicacia el curso de los astros. Igualmente Eginardo nos habla de la pasión de Carlomagno por la caza, lo cual podría explicar la representación de estas alegorías en la vidriera de La Cacería. En cualquier caso su temática no es exclusivamente profana como se ha venido sosteniendo. De hecho, no faltan precedentes como la célebre Vidriera de Carlomagno de la catedral de Chartres, ejecutada entre 1210-1220, en la que se representan asimismo escenas del Viaje a Constantinopla, donde recibe las mencionadas reliquias por haber reconquistado Jerusalén. La realización de esta vidriera, que ha de situarse entre 1270 y 1277 -año en que Alfonso X eximía de impuestos a veinte canteros, un vidriero y un herrero-, coincide con los afanes políticos del soberano en su lucha por el Imperio. Las representaciones del rey en las vidrieras de la catedral forman parte de su aspiración imperial, lo mismo que los escudos que aparecen en las pequeñas rosas de la parte superior: a la derecha el de Castilla y León, y, a la izquierda, el escudo con el águila de Suabia, blasón del rey por línea materna en el que basaba su pretensión al imperio. La vidriera de La Cacería, desde un punto de vista formal, corresponde a una segunda etapa en la realización de las vidrieras de la catedral que coincide con la actividad entre 1264 y 1279, de un vidriero llamado Pedro Guillermo, y en la que se ha producido una alternativa plástica importante. En la vidriera de La Cacería ha desaparecido la rígida monumentalidad de las vidrieras iniciales, su esquematismo, el modelado basado en el empleo rígido y denso del trait para dar lugar a un modelado más ligero, un cierto sentido espacial y libertad de las actitudes de los personajes, introductor de un elemento dinámico en las distintas secuencias. En este sentido, algunas de las composiciones de las figuras del séquito o como las que aparecen bajo el letrero de la Aritmética, denotan una cierta pregnancia de las soluciones narrativas de otras manifestaciones, como la miniatura, promovidas también por el patrocinio alfonsí.
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El autor de "La Pícara Justina", López de Ubeda, ironizaba acerca de la arquitectura de la catedral de León, que visitó cuando fue a esta ciudad en el cortejo de Felipe III en 1602, poniendo en boca de Justina las siguientes palabras: "Aunque entré dentro de la iglesia, yo cierto que pensé que aún no había entrado, sino que todavía me estaba en la plaza, y es que como la iglesia está vidriada y transparente, piensa un hombre que está fuera y está dentro...". La burla se refiere, sin duda, a uno de los desarrollos que alcanza la vidriera en la catedral gótica del siglo XIII, la sustitución del ventanal como vano abierto en el muro por el muro traslúcido creado por las vidrieras. Sin embargo, hasta que en la arquitectura se alcanzaron estos planteamientos fueron muchas las experiencias que tuvieron que desarrollarse en los aspectos técnico, formal y figurativo. El análisis de la vidriera medieval supone remontarnos al origen desconocido de esta especialidad, pues aunque existió desde mucho antes, apenas si se conserva algún resto anterior al siglo XI. Diferentes menciones literarias y documentales y algunos hallazgos arqueológicos acreditan la práctica de este arte surgido para atender unas exigencias prácticas: cerrar los ventanales de un edificio es impedir el paso de luz. Esta función práctica, que se cumplió articulando diversas piezas de vidrio en un bastidor metálico o de madera formando una pantalla traslúcida, con el paso del tiempo, tras la experimentación de ciertas técnicas y atendiendo a nuevas exigencias arquitectónicas y figurativas, se convirtió en un soporte iconográfico configurador del espacio arquitectónico. Es muy poco lo que conocemos de vidrieras formadas por piezas de vidrio emplomadas y pintadas con grisalla anteriores a los últimos años del siglo XI. Sin embargo, lo conservado pone de manifiesto que ya entonces era un arte integrado en la arquitectura y con unos complejos procedimientos técnicos perfectamente elaborados. El tratado "Schedula diversarum artium", redactado en torno a 1100 por el monje alemán Teófilo, acredita unos conocimientos técnicos impensables sin una importante tradición anterior, que se mantendrán vigentes casi sin alteraciones hasta nuestros días. Desde sus orígenes la vidriera desempeñó en el edificio diversas funciones. Elemento de cierre imprescindible en el edificio, desde sus inicios aparece como un instrumento modulador de la luz y fundamental para la configuración espacial y lumínica del mismo. Hasta el punto de que en determinados planteamientos arquitectónicos, como en el gótico del siglo XIII, la vidriera actúa como una parte inseparable y componente de la misma arquitectura. En este sentido, se presenta como un medio para transformar la luz natural en una luz no natural diferenciada cromática y físicamente de la iluminación exterior. Este planteamiento no se produjo sin una radical transformación del sístema de iluminación del edificio. En las catedrales del gótico clásico el ventanal pierde la condición de vano aislado y de hueco abierto en el paramento del muro que había tenido en el edificio románico. La organización del sistema de presiones, transmitidas a los pilares contrarrestados por los arbotantes al eliminar del muro la función de soporte, permitió ampliar las dimensiones de los ventanales hasta crear un muro traslúcido. Las catedrales castellanas de Toledo, Burgos y especialmente León, responden a este planteamiento. Ahora bien, este efecto, conseguido a través del sistema de iluminación descrito, se podría haber conseguido igualmente cerrando los vanos con vidrieras formadas por vidrios de colores. La transformación cromática se había conseguido igualmente lo mismo que sus valores arquitectónicos, plásticos y simbólicos. Y, sin embargo, desde sus orígenes la vidriera aparece como soporte de imágenes componentes de programas iconográficos en correspondencia con los formulados por otras artes como la escultura, la pintura o la miniatura. Y este desarrollo iconográfico se estableció partiendo de unos planteamientos formales acordes con el sistema plástico de cada momento. En este sentido, la vidriera discurre en el marco de los problemas plásticos que se desarrollan en otras artes, si bien la relación no siempre se produjo de una forma receptiva, sino que en muchas ocasiones se desarrolló como una opción plenamente innovadora con respecto a otras especialidades. No cabe estudiar el llamado Estilo 1200, o las artes del color del siglo xui sin el análisis de los planteamientos de la vidriera de esta época. La complejidad de la técnica y de los materiales, que al tiempo que imponía determinadas limitaciones proporcionaba insospechadas posibilidades plásticas, la utilización de los modelos y repertorios, la organización de los talleres y sistema de trabajo de los vidrieros, hicieron que la vidriera, tanto en aquellos momentos en que se halla más cercana a la pintura como cuando se encuentra más distante, discurriera siguiendo unos cauces trazados siempre desde sus propias leyes.
obra
Al igual que La Tempestad, esta tela formaba parte de la colección Vendramin, donde está citada en los inventarios de 1567-69 y 1601. Alrededor de la temática de la obra existen diversas hipótesis: nos encontramos ante una alegoría, tal y como se aprecia en el billete que porta la anciana, donde se lee -con el tiempo-; o bien se trata de un sensacional retrato. La obra estaría realizada en torno a 1505 y refleja las ideas de Leonardo que se aprecian en la fusión entre fondo y figura o la pose de la mano sobre el antepecho, en sintonía con la disposición del apóstol Felipe en la Última Cena de Milán.
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Tras la tormentosa reunión del gobierno francés el día 16 y la visita de Winston Churchill esa misma fecha, el gobierno francés tuvo que reorganizarse. Reynaud llamó a la vieja guardia, a los vencedores de la Gran Guerra, a salvar la situación: Pétain, 84 años, embajador en Madrid y Weygand, 73 años, que estaba en Siria como jefe militar del Próximo Oriente, fueron urgentemente llamados a París. El día 18 Weygand fue nombrado comandante en jefe de lo que quedaba del Ejército de Francía y Pétain, primer ministro delegado. Mientras se efectuaban esos relevos, caían sobre París nuevas desgracias. El día 18, por la tarde, el general Giraud, comandante en jefe de lo que quedaba del IX Ejército, fue sorprendido por los veloces avances de Rommel y Guderian y debió retirarse apresuradamente. Con un pequeño grupo de gentes de su Estado Mayor y algunos soldados que se les unen, tratan de cruzar las líneas alemanas, pero son apresados en Le Catelet a las seis de la mañana del día 19. Ese mismo día, los alemanes se acercaban al Canal de la Mancha, como hemos visto, mientras que el VII Ejército francés, que debería ya haber retrocedido hasta el Somme, no podía alcanzar sus posiciones a causa del continuo ataque de los Stuka, que dificultaban su repliegue. El 20 de mayo llegó de inspección al frente el general Weygand. Quedó muy deprimido por la situación, pero dispuso inmediatamente una reunión en Yprés con el rey Leopoldo III de Bélgica, el general Billotte y Lord Gort. La reunión se celebró a medio día, sin que pudiera llegar el general británico. Weygand proponía una inmediata retirada belga hasta el río Yser, mientras que Billotte con los ejércitos VII y I y Gort con su BEF caían sobre la cuña alemana entre Arrás y el Somme. Los belgas dudaban en aceptar tal retirada sin combatir y pospusieron su respuesta. Weygand regresó rápidamente a París, donde el 22 de mayo el propio Churchill y sus asesores aprobaron el plan. Los belgas también aceptaron: el ataque aliado sobre la cuña alemana, que había alcanzado el Canal al anochecer del día 20, debería comenzar inmediatamente: el día 23 de mayo. Pero nunca se produjo tal acción. Ocurrió que el día 20, tras la conferencia de Yprés, el general Billotte murió en un accidente de automóvil y su sucesor, Blanchard, desconocía lo acordado y, desmoralizado por doce días de derrotas consecutivas, tampoco se tomó muchas molestias en saber qué había ocurrido en Yprés. El jefe británico, Gort, no había estado en la conferencia y tuvo las primeras noticias sobre lo tratado en ella el día 22..., cuando se hallaba comprometido en fuertes combates defensivos. La ocasión se había perdido. El día 24, los alemanes ya dominaban un amplio espacio de la costa del Canal, tomaban Boulogne, cercaban Calais y se hallaban a menos de 20 kilómetros de Dunkerque.
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La proclamación de la República tras la Primera Guerra Mundial inicia en Austria, y concretamente en Viena, dos décadas de tensión política y enfrentamiento entre los partidos de izquierda y derecha. Entre 1918 y 1920 la ciudad sufre una grave epidemia de gripe, al tiempo que el racionamiento de comida se hace cada vez más riguroso. En 1920 en el ayuntamiento de Viena triunfa el Partido Socialista, iniciando la época denominada "Viena Roja", contrastando con el Gobierno católico conservador de la República. En 1933 el canciller Dolfuss instaura un régimen fascista en el país, tras disolver el Parlamento. Sin embargo, su negativa a seguir los proyectos de Hitler -a pesar de proscribir el socialismo- provocarán su asesinato al año siguiente a manos de los nazis. Las luchas callejeras entre las tropas gubernamentales y los socialistas son continuas, llegando éstos a asaltar el Palacio de Justicia. En 1938 dimite el canciller Schuschnigg y Hitler entra en Viena, proclamando el Anschluss. Alemania y Austria tienen desde ese momento un destino común. El fin de la Segunda Guerra Mundial supondrá la proclamación de la II República en Austria. Sin embargo, al igual que Berlín, Viena queda dividida entre las cuatro potencias aliadas, aunque no por mucho tiempo. En 1955 finaliza la ocupación aliada; Austria recupera su independencia y se declara neutral. Como gesto de estabilidad y recuperación de la normalidad, se reinauguran ese mismo año la Ópera de Viena y el Burgtheater. Desde ese momento, Viena se convierte en sede de importantes organizaciones internacionales como la Agencia de la Energía Atómica o la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, inaugurándose en 1979 el complejo de la ONU. También ha sido el lugar elegido para importantes cumbres y encuentros entre los dos ejes durante la Guerra Fría, como la entrevista que tuvo lugar en 1961 entre John F. Kennedy y Nikita Kruschev o en 1979 entre Leonid Bréznev y Jimmy Carter. A partir de la década de 1960, la modernización de la ciudad de Viena inicia un imparable proceso en el que destacan algunos hitos, como la inauguración del metro en 1978 o la finalización de la Hundertwasser Haus en 1985. Desde 1995 Austria es miembro de la Unión Europea.