Es el nombre que recibe el área del antiguo recinto fortificado de Castillo de Locubín y del que apenas quedan restos, conservándose algunos muros y restos de torres. Hay constancia de la presencia del castillo de la Villeta desde la llegada de los musulmanes, llegando a contar con dos puertas, la plaza de armas y la torre del Homenaje, abatida por el viento en 1593 debido a su mal estado.
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monumento
Mercado de ganado desde 1867, el parque de la Villette, con sus 35 hectáreas, fue predispuesto en 1979 para acoger el más vasto museo dedicado a la ciencia y la técnica. Entre otros, tienen su sede allí la Géode, amplia sala de proyección hemisférica; la Grande Halle, uno de los más bellos edificios de metal del siglo XIX; y el Zénith, una sala para espectáculos. El arquitecto Adrien Fainsilber creó un imaginativo juego de luces, vegetación y agua en un edificio de alta tecnología, con cinco pisos que se elevan a 40 m. y se extienden sobre 3 hectáreas. En el corazón del museo se encuentra la exposición "Explora" dedicada a la ciencia y la tecnología.
contexto
Una de las preocupaciones más importantes, presente cada vez que un hecho extraordinario se hace real ante la opinión pública -acto terrorista, violencia juvenil, abusos sexuales u otros comportamientos anímicos-, es la del impacto que la descripción o presentación de estos actos y situaciones violentos en los "media" genera en la conducta de los públicos que la reciben. Este interés por comprender, identificar o explicar cómo son afectados los públicos comenzó a manifestarse en los años sesenta, particularmente por la información y programación televisiva que hacía presentes y terminaba insistiendo en las manifestaciones violentas en la vida real: motines urbanos; asesinatos de figuras políticas como los Kennedy, líderes como Luther King, la guerra del Vietnam, las agresiones racistas, el terrorismo nacional o internacional, el narcotráfico y sus secuelas varias de muerte, etc. Pero fue, sobre todo, la preocupación política por la presentación televisiva de estos sucesos, y por el clima social de inseguridad y violencia que parecía generar, potenciar o reproducir, la que alertó y obligó a dilucidar las alternativas a seguir o las preferencias a apoyar. ¿Se deja de informar, con objeto de que este clima violento no prospere; o se mantiene la información al tiempo que se persuade de los efectos negativos o perniciosos de estos eventos? La violencia, por otra parte, atrae, tiene público; y, en los años ochenta, en Estados Unidos, pudo observarse cómo llegó a ocupar el 70 por 100 de la programación en horas preferenciales, y el 92 por 100 de la programación infantil en los fines de semana. La consideración estadística del proceso fue tan penetrante, por no decir traumática, que inmediatamente se proveyó del oportuno estudio científico. Según la síntesis de Melvin L. De Fleur, son seis las teorías que resumen la influencia que la violencia ejerce en los medios de comunicación, y primordialmente en la televisión, el medio por excelencia accesible a personas de toda edad y educación, y el que menos exige, si se le compara con la lectura, la audición u otros. De estas teorías sólo una, la teoría de la catarsis, presenta como plenamente positiva esta información y programación de hechos y sucesos de violencia; mientras que para las otras cinco -la de los indicios agresivos, el aprendizaje por la observación, el refuerzo y el cultivo- estas informaciones pueden provocar, aunque no sea lo normal ni más frecuente, una relación estímulo-respuesta positiva, si se está sufriendo o se acaba de pasar en esos momentos una frustración fuerte. La presentación de estos actos o sucesos puede generar un aprendizaje si el personaje violento se convierte en modelo de conducta para el espectador; o puede convertirse en un refuerzo de las pautas de conducta violenta que el espectador lleva en sí. Por último, esa visión puede terminar cultivando la consideración del mundo real como si fuera el mundo televisivo. La influencia, por tanto, de los "media" no resulta tan decisiva como la visión sociológica tradicional infería. Si se exceptúa la teoría de la catarsis, para la que la visión de un contenido violento disminuye la probabilidad de una conducta violenta, las otras matizan, aunque sin definición neta, cualquiera de sus conclusiones. El peso de los individuos y de las diferencias individuales en la captación, interpretación y aplicación de los mensajes rompe con la abusiva conclusión de considerar a los hombres atados a categorías, asociaciones e interacciones simbólicas a la hora de determinar los efectos o resultados de unos programas violentos de televisión. Como concluye De Fleur, el sostenido y considerable nivel de violencia en la televisión y en otras presentaciones de los "media" es, sobre todo, resultado de la lucratividad que supone tal tipo de programación. Por ello, y a la vista de la preocupación pública por la violencia en los medios, resulta más útil y rentable el estudio de casos que la afirmación y decisión globales, y no probadas. Estudios de laboratorio, centrados en el análisis de efectos a corto plazo, han venido a indicar que los espectadores de programas violentos se muestran más agresivos que los de otros grupos de control; pero las condiciones de laboratorio distan mucho de ser las de la vida real; y mucho menos cuando se trata de captar los efectos o resultados a largo plazo. No hay, en fin, prueba definitiva o incontrovertible sobre ninguna de las teorías indicadas; aunque sí se constata una influencia, en cuanto socialmente se observa y mantiene una crítica a los media que dan cuenta de la proximidad entre determinadas informaciones y sucesos violentos inmediatos. Por supuesto que queda una laguna muy grande y profunda entre el poder de los media y el poder político, social o religioso que experimentan, desde esta perspectiva, su impotencia -o su menor eficacia- para utilizarlos como instrumentos de control social. En los últimos años setenta, con motivo de los sucesos del IRA y del secuestro y asesinato de Aldo Moro, en Gran Bretaña e Italia se discutió abundante y prolijamente sobre el terrorismo y los medios de comunicación. Los debates sobre la cobertura informativa de esta violencia política pusieron de manifiesto el conflicto general sobre la imposición de una llamada ortodoxia interpretativa. El discurso oficial, el de los políticos, las fuerzas de seguridad del Estado y algunos intelectuales insistía en la obligación de los medios de comunicación como instrumentos de propaganda en la lucha contra el desorden y la sinrazón, y esperaba su apoyo al orden establecido. Como discurso alternativo, periodistas críticos, académicos y teóricos volvían a insistir, en cuanto partidarios de las libertades civiles, en que el terrorismo no podía ser silenciado, y su explicación supone entender el contexto adecuado en que se inserta. Los debates condicionados por factores múltiples, como la importancia que cada sociedad da a los "media", las relaciones entre éstos y el Estado, la articulación de ideas sobre la independencia de la prensa, el papel social de los intelectuales o el lugar que ocupa la violencia política en la trayectoria y cultura de la sociedad, fueron muy distintos a partir de la recepción e influencia de los factores indicados en las sociedades respectivas. Los intentos de los políticos británicos de coartar la información tuvieron como respuesta inmediata la división entre los media por razones igualmente políticas; y como justificación, la decisión de informar, o la expresión de repulsa por haberlo hecho sobrepasando la mera información en favor de la opinión. En el caso italiano, no se impuso ninguna censura estatal, pero los críticos de los medios de comunicación denunciaron que se estaba aplicando una extensa autocensura, bajo capa de responsabilidad, impuesta a la prensa por la Democracia Cristiana. Los periódicos mostraron, no obstante, una gran variedad de posturas a la hora de presentar las artimañas propagandísticas de las Brigadas Rojas; y se concedió entonces una gran importancia a la autoridad de McLuhan, que recomendó tirar de la cadena, esto es, considerar todo como basura y guardar silencio. Aquí, pues, se generó una tormenta mucho más fuerte e intrincada, en la que se vieron inmersos jueces, políticos, periodistas, novelistas, cineastas, dramaturgos, etc., para insistir y juzgar tanto la violencia terrorista como la del propio Estado. Por debajo de esta complejidad, en la que se cruzaban defensas y ataques a la libertad de información y a la independencia de la prensa de las interferencias estatales -puesto que la televisión actuaba más en conexión con los partidos políticos-, se encontraba la convicción de que los periodistas no debían abandonar su papel de investigadores, especialmente porque la corrupción en los círculos oficiales hacía impensable e imposible la delegación de dichas tareas en el Parlamento o en el Gobierno, que, por cierto, contaban con un escepticismo o una desconfianza generalizados. El cierre informativo, esto es, el silencio, conforme a las tesis mcluhanianas, se consideraba atentatorio contra los principios liberales, y facilitaba además el uso de tendencias autoritarias y represivas, con la consideración de los lectores y oyentes como menores de edad necesitados de protección. La publicación de los documentos de las Brigadas Rojas vino luego a demostrar la imposibilidad de mantener el cierre, facilitando o dando paso a algo mucho peor: el tumor, la intoxicación, la desinformación. La lección, no obstante, es de extraordinario interés. En Gran Bretaña, destacó la gran importancia del Parlamento como foro reconocido para dilucidar qué deben hacer los medios de comunicación, cuando es claro que el terrorismo no se discute como fenómeno político, sino como manifestación de criminalidad. En Italia, por el contrario, con gran variedad de definiciones políticas aun fuera del foro establecido, el lugar de la violencia en los debates políticos es una variable más de la acción política; y esto da a los medios de comunicación y al propio debate intelectual unos puntos de vista y unos enfrentamientos a partir de los mismos, o en su inicio, impensables en el Reino Unido.
contexto
En los primeros años sesenta, Europa occidental parecía un extraño oasis de paz en un mundo convulsionado por la lucha en pro de los derechos civiles en Estados Unidos, las guerrillas revolucionarias en Latinoamérica, las tensiones de la descolonización en Asia y Africa y los desencuentros de la URSS con sus Estados Satélites y con la República Popular China. La recuperación económica de los cincuenta y el establecimiento de regímenes democráticos estables no habían estimulado la acción violenta de los grupos extremistas de derecha o izquierda, en parte también por el recuerdo de las atrocidades nazis, por la psicosis de amenaza comunista heredada de la Guerra Fría y por el reforzamiento generalizado de los Estados Europeos, cada vez más capacitados para ejercer con eficacia el monopolio de la coerción. Precisamente en Europa oriental, la URSS y los regímenes de socialismo real perfeccionaban unos instrumentos de violencia estatal que se dirigían contra la disidencia interior, pero también si era necesario contra los países aliados, como pudieron constatar en junio de 1953 los obreros de Berlín Este, en octubre de 1956 los húngaros y en agosto de 1968 los impotentes testigos de la Primavera de Praga. Y sin embargo, a partir de estos momentos se observó un recrudecimiento generalizado de la violencia política en las sociedades europeas occidentales. Se trata de la reaparición de ese fenómeno político, social e ideológico denominado terrorismo.El terrorismo no es sólo una doctrina o un régimen político, sino sobre todo una estrategia compleja de lucha violenta de la cual se han servido y se sirven Estados, partidos, comunidades étnicas y religiosas, organizaciones y movimientos nacionales o internacionales y grupúsculos de muy diversa ideología. La intención del terrorismo es destruir o al menos alterar el tejido social, político y económico de un país, interfiriendo en la distribución del poder y de los recursos materiales o espirituales en el seno de una sociedad. En la mayoría de los casos, el terrorismo no supone un acto aislado, irreflexivo y aberrante, sino que a pesar de la sorpresa e imprevisibilidad de sus acciones, éstas suelen apuntar a objetivos designados en función de su relevancia social, política, económica o simbólica, y forman parte de una estrategia global o de una táctica vinculada a fines políticos concretos.El terrorismo desestabilizador aparecido en los años sesenta actúa contra regímenes democráticos reales, pero con unos mecanismos coercitivos más poderosos, complejos y sofisticados que sus homólogos de la preguerra. Ello induce a los grupos terroristas a tratar de imitar a su manera esta eficacia tecnocrática y a organizarse en un entramado fuertemente centralizado, colocado fuera del alcance represivo de los Gobiernos afectados y encargado de elaborar la estrategia general de lucha. Sin embargo, la situación de aislamiento y la rígida división del trabajo establecida entre el brazo armado militante y el brazo legal o político dentro de estos movimientos provoca una dinámica interna peculiar: marcado por la clandestinidad y la sectarización, el grupo terrorista pierde poco a poco sus referencias en los movimientos sociales y se transforma en un "sistema de guerra" que ya no emplea la violencia como arma transformadora, sino como coartada para la autoconservación del grupo. El mantenimiento a ultranza de la lucha armada con apoyo social decreciente conduce a luchas internas y escisiones que van relegando al grupo terrorista hacia la marginalidad y la desaparición.Resulta significativa la coincidencia del momento culminante del terrorismo revolucionario en Italia, España, Alemania y otros países que sufrieron sus embates de forma menos dramática. Aunque ese punto álgido se situó de mediados de los setenta a inicios de los ochenta, los precedentes del terrorismo urbano europeo hay que buscarlos, al menos, una década atrás, en el nacimiento, desarrollo y reflujo de una "nueva izquierda" que apareció como manifestación episódica de un ambiente generalizado de cambio ideológico, social y cultural tras las tensiones de la Guerra Fría. Como elemento constitutivo de una subcultura universitaria marcada por el optimismo y la utopía, pero también por el inconformismo y el maximalismo, la "nueva izquierda" elaboró una crítica global al "statu quo" político y social occidental -incluyendo en él al marxismo ortodoxo- donde se mezclaban de forma confusa aportaciones ideológicas de Mao, Trotski, Gramsci, Lukacs, Luxenburg, Sartre, McLuhan, la Escuela de Frankfurt o el pensamiento libertario clásico.La destrucción de la sociedad capitalista por métodos de lucha armada fue uno de los grandes mitos movilizadores de esta "nueva izquierda", subyugada por los éxitos de la guerrilla revolucionaria y antiimperialista en China, Vietnam, Argelia o Cuba, y persuadida, tal y como Frantz Fanon había descrito en Los condenados de la tierra, de que la violencia política ejercía una función moralmente emancipadora. Los atentos lectores de Mao o de Ernesto Guevara que pululaban por las universidades europeas de los sesenta no pensaban, por supuesto, levantar una guerrilla en los Apeninos o la Selva Negra. Tanto más cuando a fines de la década la guerrilla rural "foquista", ensayada por el Che en Bolivia con resultados dramáticos, dejaba de ser un modelo atrayente ante los avances de la lucha contrainsurgente y el alejamiento de los movimientos sociales de referencia que sufrieron las organizaciones revolucionarias de América Latina; proceso de inversión que Régis Debray denunció en 1974 en otro ensayo famoso. Se miraba, por contra, con gran interés, la aparición de una táctica de lucha revolucionaria que podía aplicarse a los países desarrollados: la guerrilla urbana, utilizada con cierto éxito en Argelia y varios países latinoamericanos a fines de los cincuenta e inicios de los sesenta.El declive de la acción de masas tras la oleada reivindicativa de 1968 marcó el lento repliegue de la "nueva izquierda" hacia posturas reformistas en el seno de los partidos socialdemócratas o hacia movimientos reivindicativos sectoriales como el ecologismo, el feminismo, el pacifismo o los derechos humanos. A mediados de los años setenta, el izquierdismo y el movimiento de autonomía universitaria no eran sino un bello recuerdo que había dejado por el camino a una minoría de activistas inadaptados. Los militantes más activos se dispusieron a actuar en pequeños grupos secretos de vanguardia en las grandes urbes.Además de su breve trayectoria política, las organizaciones terroristas de la izquierda revolucionaria muestran tres características reseñables. La primera es que, a diferencia de la guerrilla urbana tercermundista, que interpretaba el terrorismo como un factor táctico integrado dentro de una estrategia insurreccional de masas, se pretendió dar a este tipo de violencia un valor estratégico central y exclusivo. La segunda es su exiguo apoyo y su limitada extracción social, reducida en su mayor parte a grupúsculos universitarios y obreros de tono radical. En tercer lugar, y a pesar de su componente sectario, los grupos terroristas de la izquierda radical tienen un concepto global de la lucha revolucionaria que les impulsa a intervenir más allá de las fronteras de sus países de origen en acciones violentas de carácter internacional o transnacional.
contexto
Una de las grandes novedades en el campo de la piedad popular de la Plena Edad Media cristiana fue, junto con el culto eucarístico, la devoción mariana. Globalmente considerada, la figura de la Virgen conoció una evidente humanización, en la que tuvieron destacado papel figuras como san Bernardo, santo Domingo y, obviamente, sus respectivas órdenes religiosas. La triple faceta de Maria como Madre de Dios, Reina del cielo e Inmaculada, se cimentó sobre todo en su destacado papel como misericordiosa intercesora entre Cristo y los hombres, evidenciado en una creciente devoción popular. Sin duda la más importante plasmación del culto a la Virgen se reflejó en una serie de oraciones que han formado parte fundamental hasta nuestros días de la religiosidad católica. Tal es el caso de la "Salve Regina", surgida en la segunda mitad del siglo XI en el contexto de la primera cruzada, y cuyo autor parece haber sido el legado pontificio Aldemar de Puy. Por otro lado, con la sustitución, a partir del XI, de los antiguos ejercicios penitenciales, consistentes en la repetición de salmos y genuflexiones, por el rezo del "Pater" y, desde el XII, también del "Ave María", surgieron los llamados "Salterio del Pater Noster" y "Salterio mariano", de cuya combinación surgiría a su vez el rosario. Mas sin duda la más importante de todas estas oraciones fue la del "Ave María", cuya primera formulación, añadiendo al conocido pasaje evangélico las palabras "Jesús, amén", se generalizaría a mediados del siglo XIII. Otra de las expresiones más claras de piedad mariana fueron los santuarios, de los que en la época destacaron sobre todo dos: Rocamadur y Loreto. Rocamadur, situado en la región francesa de Lot, era lugar de paso obligado para los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. Pero sin duda fue Loreto el que gozó de mayor prestigio. Por lo demás, el culto a la Virgen alcanzaría su cenit con la fijación, a lo largo del siglo XIII, de una serie de fiestas con rango universal, como la Inmaculada Concepción o la Anunciación. El culto a la Virgen continuó creciendo a lo largo de los siglos siguientes, surgiendo numerosos santuarios marianos al calor de los testimonios sobre sus apariciones. En América, la devoción de conquistadores y misioneros trasladó el catolicismo a las poblaciones indígenas, surgiendo devociones como la de la Virgen de Guadalupe, en México. La devoción mariana cuenta actualmente con importantes santuarios, centros de peregrinación a la Virgen, como Lourdes, Fátima, Czestochowa o Medjugorje. Algunos de estos centros son objeto de populares peregrinaciones y romerías, como Almonte, en Huelva, donde anualmente se celebra la tumultuosa romería del Rocío.
obra
Hacia 1910 podemos considerar cerrada la etapa dorada de Klimt. Una de las causas de este cambio debemos buscarla en el éxito del expresionismo gracias a Schiele y Kokoschka. Klimt se acercó a este nuevo estilo e incluso buscó nuevas influencias en el neo-impresionismo, especialmente Toulouse-Lautrec. Sin embargo, pronto cambiaría su estilo para interesarse por el movimiento y el color como podemos observar en La virgen, donde encontramos ciertas referencias a obras anteriores como Serpientes acuáticas, al entrelazar diversas figuras en una estructura piramidal.También conocido como Las muchachas, Klimt nos presenta a cinco figuras femeninas en diferentes posturas, algunas de ellas forzadas, sobre un campo de flores. La figura central, la virgen, yace en el centro de la composición, ataviada con un largo y decorativista vestido en tonalidades moradas, adornado con roleos y flores de colores. Aparece dormida lo que se interpreta como la conversión de la joven muchacha en mujer al ser rodeada por sus sentidos que, al despertar, la conducirán al éxtasis amoroso. La dulce y recatada joven dará paso a la "femme fatale" que aparece desnuda tras ella, convirtiéndose en una clara alusión a la sexualidad. Kirk Varnedoe considera que en esta obra no existe simbolismo sino más bien voyeurismo y sensualidad.Para su elaboración, Klimt utiliza colores puros, aplicados en algunas zonas en pequeños trazos que asemejan la estructura de un caleidoscopio.
contexto
Una de las grandes novedades en el campo de la piedad popular de la Plena Edad Media fue, junto con el culto eucarístico, la devoción mariana. Globalmente considerada la figura de la Virgen conoció una evidente humanización, en la que tuvieron destacado papel figuras como san Bernardo, santo Domingo y, obviamente, sus respectivas órdenes religiosas. La triple faceta de Maria como Madre de Dios, Reina del cielo e Inmaculada, se cimentó sobre todo en su destacado papel como misericordiosa intercesora entre Cristo y los hombres, evidenciado en una creciente devoción popular. Sin duda la más importante plasmación del culto a la Virgen se reflejó en una serie de oraciones que han formado parte fundamental hasta nuestros días de la religiosidad católica. Tal es el caso de la "Salve Regina", surgida en la segunda mitad del siglo XI en el contexto de la primera cruzada, y cuyo autor parece haber sido el legado pontificio Aldemar de Puy. Por otro lado, con la sustitución, a partir del XI, de los antiguos ejercicios penitenciales, consistentes en la repetición de salmos y genuflexiones, por el rezo del "Pater" y, desde el XII, también del "Ave María", surgieron los llamados "Salterio del Pater Noster" y "Salterio mariano", de cuya combinación surgiría a su vez el rosario. Mas sin duda la más importante de todas estas oraciones fue la del "Ave María", cuya primera formulación, añadiendo al conocido pasaje evangélico las palabras Jesús, amén, se generalizaría a mediados del siglo XIII. Otra de las expresiones más claras de piedad mariana fueron los santuarios, de los que en la época destacaron sobre todo dos: Rocamadur y Loreto. Rocamadur, situado en la región francesa de Lot, era lugar de paso obligado para los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. Pero sin duda fue Loreto el que gozó de mayor prestigio. Por lo demás, el culto a la Virgen alcanzaría su cenit con la fijación, a lo largo del siglo XIII, de una serie de fiestas con rango universal, como la Inmaculada Concepción o la Anunciación.
obra
El fin de la pintura es revelar lo invisible, demostrar la estructura que subyace a la infinita variedad de las formas naturales. Salvador Dalí, gran conocedor de las teorías artísticas de los siglos anteriores, en ocasiones cree que las formas geométricas puras están en el trasfondo de lo real. En este cuadro es el círculo que, de forma obsesiva, se repite. Así, La Virgen de Guadalupe está por delante de un girasol que a su vez es el propio sol; otros dos círculos -en estos casos de rosas- rodean en profundidad al grupo principal que no es sino una copia casi literal de una madonna de Rafael. Junto a este juego de líneas circulares existe otro de líneas verticales, destinadas a reforzar el carácter de ascensión de la escena. Una de esas líneas ocupa en la parte inferior del cuadro el eje matemático: se trata de una azucena blanca que se halla dentro de un jarro transparente; en la iconografía medieval el jarro transparente indica la pureza virginal de María en el momento de la Anunciación.