Obtenido el acatamiento institucional de Castilla, que en años venideros otorgará nuevos servicios de millones e incluso admitirá que la moneda de vellón triplique su valor nominal, Olivares buscará de nuevo un acercamiento a los catalanes convocando Cortes en Barcelona en el mes de mayo de 1632. El momento elegido no era el más propicio por las malas cosechas y la interrupción del comercio con Italia y Francia a causa de la peste que había asolado el Mediterráneo entre 1629 y 1631. Un conflicto de etiqueta, provocado por las autoridades de Barcelona al no querer descubrirse ante el cardenal-infante don Fernando, en quien había recaído la presidencia de las Cortes, empeoró la ya tensa situación, sin que pudiera alcanzarse un acuerdo favorable entre el Principado y la Corona, ni siquiera ante el rumor de una posible intervención militar. Lo peor, sin embargo, estaba por venir. La ruptura de las hostilidades con Francia en 1635, la negativa de los catalanes en 1637 al reclutamiento de seis mil soldados amparándose en sus constituciones, el rechazo a participar en la defensa de Fuenterrabía, a la que habían acudido aragoneses, valencianos y castellanos, el comercio ilegal que mantenían con Francia a la sombra de la Diputación de la Generalitat y las acciones militares en la frontera catalana, con la pérdida de la fortaleza de Salses en julio de 1639, todo contribuía a que en Madrid se fuera creando un ambiente contrario a los catalanes. Pero los ánimos también estaban encrespados en el Principado por los desmanes de las tropas en los pueblos -así ocurrió en Vilafranca del Penedés a finales de 1637 y en Palafrugell en julio de 1638-, por la paralización del comercio y por la requisa de animales de tiro para el transporte de los bagajes del ejército. La reconquista de Salses en enero de 1640 podía haber suavizado las diferencias entre el monarca y las autoridades de Cataluña, pero no ocurrió así. La victoria no suponía el fin de la contienda y la presencia de soldados en la frontera con Francia era imprescindible si se quería asegurar la tranquilidad en la región. Los alojamientos, no obstante, fueron rechazados por los campesinos, que se enfrentaron a los militares, produciéndose el saqueo de varios pueblos y la revuelta en los primeros días de mayo en Gerona y La Selva, aparte de que los diputados de la Generalitat, con Pau Clarís al frente, se opusieron a ellos por considerarlos anticonstitucionales, no aplacándoles la orden de detención dada por el Conde-Duque. En este ambiente crispado acontece la entrada de los segadores en Barcelona el día del Corpus Christi, el asesinato del virrey Santa Coloma y el ataque a las oligarquías urbanas, adueñándose el caos de Cataluña sin que al nuevo virrey, el duque de Cardona, le dé tiempo -fallece en julio de 1640- para restaurar el orden, falto del auxilio de los ministros de la Real Audiencia, que habían huido. Este vacío político de las instituciones reales, junto con la amenaza del ejército del marqués de Los Vélez, es utilizado por Pau Claris para encauzar el descontento popular, para convertirlo en un movimiento de rebelión contra Madrid, a cuyo efecto convoca en septiembre de 1640 una Junta de Brazos que sustituye a las Cortes, sin representación del rey. En Portugal la situación también se ha ido deteriorando poco a poco y la proclamación de Joao IV como rey el 15 de diciembre de 1640 es la consecuencia final de este proceso, cuyo preludio ha sido el asalto de sus partidarios al palacio de la virreina a primeros de dicho mes, la muerte alevosa y cruel del secretario Vasconcelos y la caída del castillo de San Jorge y de las torres de Belém, San Giao y Cascais, en medio de alborotos populares incitados desde el púlpito por un clero fuertemente nacionalista, contrariado además por la estima que tienen en la Corte los conversos portugueses que desde 1627 acaparan las finanzas de la Corona. Pero la animadversión de la Iglesia a la política de Olivares, con ser su poder y autoridad grandes, no hubiera tenido eco en los otros estamentos si éstos, a su vez, no se hubieran sentido perjudicados, porque al aumento de la presión fiscal de los años treinta a golpe de decretos, sin el consentimiento del reino, que se desea tenga una representación restringida, hay que añadir el descontento de los letrados, y aun de los ministros de los Consejos, por el recurso del Conde-Duque a gobernar por medio de Juntas -el propio Consejo de Portugal perderá parte de sus funciones desde 1638-, y el convencimiento, cada vez más arraigado entre la nobleza y los mercaderes, de que la unión no sólo no ha supuesto el florecimiento económico que se prometía, mas ni tan siquiera ha sido capaz de garantizar la defensa de las posesiones lusitanas en Ultramar. El aldabonazo del motín de Evora hubiese tenido que alertar a Olivares del peligro que corría la Corona en Portugal, pero la guerra con Francia acaparaba toda su atención y las medidas adoptadas dejaron sin resolver los problemas existentes en el reino. La coincidencia de la secesión de Portugal y la revuelta de los catalanes plantea una grave disyuntiva a Felipe IV. Situado entre dos frentes, la decisión final recae en el sometimiento de Cataluña, y el avance, sin apenas resistencia, de los tercios del marqués de Los Vélez parece confirmar el acierto del monarca. Sin embargo, el saqueo de Cambrils en diciembre de 1640 y la rendición de Tarragona alarman al patriciado barcelonés, temeroso de las represalias, por lo que la Junta de Brazos resuelve aceptar la soberanía de Luis XIII. La derrota del marqués de Los Vélez el 26 de enero de 1641 en la batalla de Montjuic será el golpe de gracia que ponga fin a las esperanzas del monarca en solucionar el conflicto de forma rápida, sobre todo porque la campaña de 1642 resultó un auténtico desastre, pues se perdió el Rosellón y Lérida. Tales fracasos, junto con la deflación de la moneda decretada a finales de 1642 para reducir el premio de la plata, que se situaba ya en un 200 por ciento, serán también la gota que colme el vaso de la impopularidad del Conde-Duque, cuyos enemigos, entre los que se encontraban algunos de sus familiares y colaboradores más íntimos, como los condes de Castrillo y Monterrey, consiguen su destitución el 17 de enero de 1643. Afortunadamente para la Corona, Castilla, Aragón, Valencia y Navarra permanecen leales, aunque no por ello abandonen sus reivindicaciones, porque las ciudades castellanas prosiguen en su pretensión de imponer al monarca el voto decisivo, como lo intentan en las Cortes de 1646-1647, mientras que en Aragón se producen alborotos en 1643 contra el alojamiento del ejército y en la ciudad de Valencia se desencadenan tumultos entre facciones oligárquicas, hasta el punto de que el virrey, en 1646, tiene que anular el sistema de insaculación concedido en 1633. Pero con ser esto cierto no lo es menos que el miedo de la nobleza y de las oligarquías urbanas al desorden y la guerra, así como la habilidad negociadora de los nuevos ministros, permiten a Felipe IV obtener un mayor control sobre los reinos, de tal modo que las Cortes de Castilla aprueban los servicios solicitados, si bien con recortes, e incluso aceptan que la Comisión de Millones se incorpore al Consejo de Hacienda, proceso que se observa asimismo en las Cortes aragonesas de 1646, ya que sus representantes se obligan a contribuir con dos mil soldados, y sobre todo en Valencia, donde las Cortes de 1645, además de conceder un servicio de mil doscientos soldados por un sexenio, se avienen a separar los temas de contrafuero de la aprobación de levas y servicios pecuniarios, que serán tratados en juntas independientes. Por estas fechas la atención de Madrid se centra en los movimientos populares que, al grito de "¡Viva el rey de España, muera el mal gobierno!", amenazan con incendiar Nápoles y Sicilia. Motivos no faltaban para que los desposeídos de las ciudades y del campo se alzaran en rebeldía, ya que entre 1620 y 1640 se habían incrementado de forma considerable la exacción impositiva y la leva de soldados sin que la nobleza y las oligarquías locales pusieran coto a esta situación, denunciada en ocasiones por los virreyes -es el caso del duque de Medina de las Torres-, dados los beneficios que obtenían de la Corona. Era preciso, pues, suspender los nuevos tributos y calmar los ánimos, máxime cuando el 1 de octubre de 1647 se decreta una nueva suspensión de pagos y Mazarino trata de introducirse en la región acabando con el poder de España. En Sicilia, la enemistad existente entre Palermo, foco de la revuelta, y Mesina, junto a las concesiones del virrey (perdón general a los insurrectos y suspensión de las gabelas sobre los productos alimenticios), apoyado en todo instante por la nobleza, impidieron que el movimiento se radicalizara, recuperándose la estabilidad política en la isla. En Nápoles, por el contrario, el movimiento adquirió un cariz separatista tras el asesinato del cabecilla de la revuelta, Massaniello, por sus correligionarios después de que hubiera firmado con el virrey una concordia para restablecer el orden en la ciudad. Ante este giro, Felipe IV ordena a Juan José de Austria, que tenía la misión de recuperar los presidios de Puerto Longo y Piombino ocupados por Francia, aquietar Nápoles, tarea que se vio favorecida con el cese del virrey, el duque de Arcos, en quien recaían las iras del pueblo, y con la actitud negociadora de Juan José de Austria, que recibió amplios poderes del monarca para tratar el modo de acabar con la revuelta, finalmente sofocada en abril de 1648 con el concurso de la nobleza, que no estaba dispuesta a ser gobernada por Francia, y tras conceder un indulto general y la suspensión de impuestos sobre los artículos de mayor consumo (grano, pescado, aceite, carne y otros). En adelante, la Corona perderá una fuente de ingresos importante, es cierto, pero a cambio asegurará su dominio en Italia, haciendo fracasar los planes de Francia para arrebatarle su hegemonía en el Mediterráneo occidental.
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Tras unos tranquilos años 1770-1773 en los que parecía que las colonias habían vuelto a aceptar el dominio de Londres sin problemas, provocando la desesperación de los americanos más radicales que veían difuminarse sus proyectos de independencia, una decisión del Gobierno británico reanudó el conflicto y dio argumentos a los partidarios de la ruptura: la Tea Act (10 de mayo de 1773). La Compañía de las Indias Orientales, acuciada por problemas de liquidez, solicitó y obtuvo del Gobierno británico el monopolio de la venta de té en las colonias de América y sus agentes desplazaron a los comerciantes autónomos. Para el espíritu de los colonos, la decisión de Londres era inaceptable y contra esa Ley del té actuaron de diferentes maneras, sobre todo boicoteando el producto inglés. Pero el radical Samuel Adams preparó, para el día 16 de diciembre de 1773, el famoso "incidente del té de Boston"; disfrazados de indios, varios patriotas arrojaron al mar el cargamento de tres barcos de la compañía: 343 cajas valoradas en 10.000 libras. Y consiguió su objetivo último: provocar una violenta reacción británica. El rey, el Gobierno de lord North y el Parlamento estaban ahora de acuerdo en que el reto debía aceptarse y entre mayo y junio de 1774 se promulgan las Coercive Acts -conocidas entre los americanos como Leyes intolerables- que cerraban el puerto de Boston hasta que se pagase lo destruido por los Hijos de la Libertad (nombre que empezaron a darse desde 1765 muchos colonos radicales, organizados por Samuel Adams, y que hicieron suyo un apelativo que les había dedicado el parlamentario Isaac Barre en la Cámara de los Comunes). También se cambiaban las autoridades locales de Massachusetts, entre otras el gobernador real, cargo para el que fue nombrado el duro general Thomas Gage, que pasó de Nueva York a Boston ordenando que se concentrasen en los alrededores de esta ciudad cinco regimientos y varios navíos de la flota real británica. Prácticamente se militarizaba Massachusetts, y se autorizaba al ejército a ocupar y requisar, si era necesario, casas particulares deshabitadas. Estas medidas por sí solas hubieran provocado tensiones. Pero, además, muy poco después se aprobó en Londres la Ley de Quebec (22 de junio de 1774), que permitía la expansión hacia el Sur de los colonos "canadienses", cortando el paso a la penetración de los colonos "norteamericanos" más allá de los Apalaches. El Gobierno de su majestad británica quería congraciarse incluso con medidas favorecedoras para los católicos- con sus nuevos súbditos de origen francés, pero no calculó la ofensa inferida a los habitantes de las trece colonias. Éstos creían que no sólo se castigaba a la de Massachusetts, sino a las doce restantes. Aparte de que, a estas alturas, lo que sucediera a los bostonianos era ya sentido como algo propio por todos los colonos desde Virginia o Georgia hasta Connecticut o Nueva York; "Desde ahora, es preciso que todos nos sintamos americanos", como dijo un representante de Carolina del Sur. Esta actitud cobra más valor si se tiene en cuenta que, hasta ese momento, las demás colonias no habían tenido un afecto especial hacia los vecinos de Nueva Inglaterra y menos aún a los estirados habitantes de Massachusetts. Ahora, en cambio, enviaron dinero y víveres para ayudar a los castigados hermanos, a la vez que meditaban sobre sus relaciones con Inglaterra.
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Otra escena típica de la campiña bretona, realizada durante el otoño de 1888. Las escenas de labor se habían puesto de moda con la obra de Millet, eliminando Gauguin en esta escena del misticismo del pintor realista. Contemplamos un episodio muy natural, protagonizado por unas figuras muy desdibujadas, tal y como gustaba a Paul en aquellos momentos, abundando las tonalidades verdes, amarillas, marrones y naranjas, colores complementarios muy utilizados por los impresionistas, alejándose Gauguin de ese estilo para crear una manera propia de expresión, como se observa en Cristo en el huerto de los olivos o en La bella Angela.
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En esta escena del techo de la sala superior de la Scuola Grande di San Rocco vuelve a aludirse -al igual que en la Erección de la serpiente de bronce- al sacrificio de Cristo, gracias al cual se obtiene la salvación. La caída del maná es interpretada como una referencia explícita a la actividad caritativa de la Scuola: alimentar a los desfavorecidos. Tintoretto ha colocado dos figuras en los laterales para organizar la composición: un hombre con un cesto en la izquierda y Moisés en la derecha, animándose en profundidad la escena al colocar figuras en perspectiva, reforzada por la distribución de los espacios iluminados y en sombra. Sobre la tienda encontramos a Dios y bajo ella, en las colinas, aparece un amplio grupo de personajes que reciben un potente foco de luz. La rapidez de ejecución es una de las características principales de la pintura de Tintoretto, tal y como podemos apreciar en esta zona. También debemos destacar la monumentalidad de las figuras, inspirada en Miguel Ángel, mientras que la luz y el color están inspirados en Tiziano y Veronés, siguiendo las pautas de la escuela veneciana.
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Por el número de representaciones, la recolección sigue en importancia a la caza, aunque a gran distancia. Esta, actividad implica tanto la obtención de productos vegetales como de derivados animales. La recogida de la miel es reproducida, de forma más o menos clara, en una decena de ocasiones, de las cuales la escena de la cueva de La Araña es la más conocida y también la más ilustrativa. En ella, al igual que en las restantes representaciones de este tipo, los protagonistas se sirven de escalas para acceder a los lugares en los que se encuentran las colmenas, trepan llevando a la espalda un recipiente que, sin duda, les serviría para transportar su ganancia. Como en el caso de los cazadores, los recolectores parecen ir también desnudos o cubiertos por sencillos taparrabos de los que se representa la parte posterior cayendo a plomada. En todas estas escenas sus protagonistas aparecen asexuados, por lo que no sabemos si esta actividad era privativa de algún sexo o, por el contrario, era practicada indistintamente por hombres y mujeres. Estas escenas son el único documento que tenemos sobre la recogida de la miel ya que los vestigios arqueológicos directos no nos han brindado ningún indicio sobre su aprovechamiento, pero resulta lógico el consumo de este producto de alto valor calórico y de obtención relativamente sencilla, precisamente en unos momentos en que se buscaba la obtención de fuentes de alimentación diversificadas. Como en el caso de la caza, también aquí se emplean productos de cestería como son las escalas, cuerdas y posiblemente también algunos recipientes, sin duda hechos con esparto y palmito, bastante abundantes en parajes esteparios, aunque tampoco hay que descartar el uso de bolsas de cuero. Los recipientes son llevados a la espalda por los recolectores, para dejar así sus manos libres y poder subir por las escalas. La otra vertiente de la actividad recolectora está dirigida a la obtención de productos vegetales que incluyen todas las partes de la planta. Como en el caso anterior, tampoco está documentada por vestigios arqueológicos directos. El número de escenas relativas a esta ocupación es similar a las de recolección de miel, si bien es cierto que en muchos casos resultan de dudosa interpretación debido a su mala conservación, su escaso tamaño o incluso la dificultad de discernir si se trata realmente de recolección o, por el contrario, lo que se ha querido reproducir es una verdadera escena de agricultura. Las más claras son las que hacen referencia a la recolección de frutos y que encontramos en los abrigos de Los Trepadores, de Doña Clotilde y de La Sarga, alguna de las cuales se ha interpretado como la recogida de la aceituna. La mayoría de estas escenas son muy estilizadas e, incluso, están próximas a la esquematización, por lo que resulta muy difícil identificar cuál es la especie vegetal reproducida y, por tanto, el fruto obtenido. Como en el caso de la recolección de la miel, la mayor parte de los personajes que actúan en estas escenas son asexuados, pero en algunos casos concretos la participación femenina está confirmada; así, en una escena del abrigo de Los Trepadores se ha representado una mujer, inclinada hacia el suelo, en actitud de recoger hierbas o raíces, con unos grandes senos colgantes, pero este dato no es suficiente para pensar que fuera una tarea exclusivamente femenina, pues bien pudiera tratarse de una labor compartida por ambos sexos.
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Este cuadro es uno de los cuatro cuadros que se encontraban en los laterales del Tríptico de la Ultima Cena. Estos laterales se conservaban en los museos de Munich y de Berlín, y hoy se encuentran unidos a la escena central de la Cena. Los cuatro cuadros representaban cuatro pasajes del Antiguo Testamento: a la izquierda estaba El encuentro de Abraham y Melquisedec, y La Recolección del Maná; y a la derecha, Elías alimentado por el ángel y la Pascua hebrea. Todas estas escenas anuncian lo que será el Sacramento de la Eucaristía y que aparece representado en el panel central. Mientras que la Pascua aparece representada como la Ultima Cena, los otros tres pasajes constituyen buenos ejemplos de paisajes flamencos. Los personajes aparecen no solamente en primer plano sino también detrás, entre el paisaje y dándonos una clara sensación de profundidad.
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Desde la entrada de las primeras tropas musulmanas, en el año 711, la península Ibérica había estado casi en su totalidad bajo el dominio islámico. Este predominio fue muy evidente durante los primeros siglos, en los que al-Andalus, la España musulmana, fue muy superior a los pequeños reductos cristianos. La situación cambió a partir del siglo XI, cuando los reinos cristianos comenzaron a ganar terreno, en un largo proceso conocido como Reconquista. Durante los cinco largos siglos que duró este periodo, se alteraron periodos de lucha y paz, de avance y retroceso. Fueron también frecuentes los cambios en las alianzas, así como las guerras civiles. En algunas ocasiones, reyes cristianos se aliaban con los musulmanes para someter a un rey rival. En otras, gobernantes musulmanes pedían la ayuda de un rey cristiano para mantenerse en el poder. Muchas veces el objetivo de las campañas era hostigar al rival. Se trataba de demostraciones de fuerza, razzias o expediciones rápidas emprendidas para capturar botín o esclavos. Aunque no se ocupaba terreno, se obligaba a las poblaciones sometidas a pagar impuestos o parias, a cambio de protección y de la garantía de no ser ocupadas. También se dieron grandes batallas, como las de Sagrajas, Alarcos o las Navas de Tolosa. Cuando los cristianos lograban acabar con sus problemas internos, firmaban alianzas y conseguían levantar grandes ejércitos para luchar contra los musulmanes. El carácter de cruzada otorgado por los papas hizo que llegaran a la Península muchos caballeros del resto de Europa. En sentido contrario, las invasiones almorávide y almohade consiguieron unificar bajo su dominio a los diferentes reinos taifas y dificultar el avance cristiano. Las batallas eran tumultuosas y en ellas tenía un papel destacado la caballería. Fuerza dotada de gran movilidad, entre los cristianos estaba compuesta por todo aquel que dispusiera de un caballo, lo que inmediatamente les daba el estatus de nobles. También entre los musulmanes la caballería fue un arma apreciada. Así, el gran jefe almorávide Yusuf ibn Tasufín dejó el poder a su hijo con la condición de que alzara un ejército de 17.000 jinetes.
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Los reinos cristianos españoles fueron frontera de Europa durante siglos y bastantes peculiaridades de su desarrollo se deben a esta condición, aunque su entendimiento histórico sólo puede conseguirse dentro de las coordenadas comunes al Occidente medieval. La reconquista es un concepto originado en aquellos siglos según el cual el territorio de Hispania había sido ocupado injusta y violentamente por los musulmanes al causar la destrucción de la Monarquía visigoda, por lo que los reyes hispanocristianos tenían el derecho y el deber de recuperarlo pare conseguir -ideal neogoticista- la restauración política y religiosa, a través de una acción bélica que, desde el último tercio del siglo XI, se justifica no sólo con argumentos neogoticistas sino apelando también a la idea de cruzada contra los infieles. Con todo, la gran diferencia entre las cruzadas hispánicas y las de otros ámbitos consiste en que, en este caso, se desarrollaron sobre un territorio, con unas poblaciones y a partir de un pasado específicos e internos, lo que explica en gran medida la singularidad del resultado y la de los contactos entre culturas ocurridos en el ámbito peninsular. Pero tampoco se puede olvidar que ocurrieron durante la plenitud medieval, como parte del vuelco que se produjo en el sistema de relaciones entre cristianos v musulmanes en el Mediterráneo. En la frontera española se forjó, bajo la apariencia de recuperación y restauración, una voluntad colectiva de ser en la historia de Occidente: la misma idea de reconquista fue fundamental en la formación de la conciencia histórica e implicaba la existencia sucesiva de fronteras provisionales, hasta que se llegara a su culminación, y la previsión de reparto de los territorios todavía sin conquistar, y de su colonización y organización eclesiástica, política, social y económica. La sociedad de la época conoció, por causa de guerras y colonizaciones, situaciones de mayor movilidad y flexibilidad interna que otras del Occidente feudal y las mismas formas de organizarse la feudalidad, las relaciones de poder y el reparto político en reinos obedecieron en muchos casos a las circunstancias del proceso de reconquista. Sin embargo, aun valorando los rasgos y situaciones peculiares, la interpretación global de la realidad histórica española de aquella época ha de integrarse con la de las otras tierras de la cristiandad latina en una explicación común y, a la vez, comparativa, de modo que tanto aquí sólo aludiremos a los procesos de conquista y colonización que tanto la singularización durante los siglos centrales del medievo.
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<p>Tras la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica en el año 711 y hasta que Granada pase a manos cristianas en 1492, se suceden una serie de episodios bélicos determinantes, algunos legendariosy otras reales como Simancas (939), Sagrajas (1086), las Navas de Tolosa (1212) o Salado (1340). </p><p> </p><p>ÉPOCA </p><p>1.Al-Andalus omeya.</p><p>La expansión del Islam.</p><p>Al-Andalus, provincia del califato omeya.</p><p>El gobierno de Abd al-Rahman I.</p><p>El gobierno de Abd al-Rahman III.</p><p>El gobierno de Al-Hakam II.</p><p>De al-Mansur a la revolución de 1009.</p><p>Crisis y desaparición del califato. </p><p>2.Reinos y condados cristianos. </p><p>De Covadonga a la Reconquista.</p><p>El protectorado cordobés.</p><p>Ruptura del equilibrio.</p><p>Los almorávides en al-Andalus.</p><p>Los almohades en al-Andalus.</p><p>La agonía de al-Andalus.</p><p>Arrollador avance cristiano. </p><p> </p><p>BATALLAS </p><p>1.La guerra medieval en la Península Ibérica.</p><p>Guerreros medievales. </p><p>2.La batalla de Alarcos. </p><p>3.La batalla de las Navas de Tolosa.</p><p>Una victoria envenenada.</p><p>La toma de Calatrava.</p><p>Losa, un paso infranqueable. </p><p>Un pastor providencial. </p><p>La estrategia de Alfonso VIII. </p><p>El despliegue almohade.</p><p>Malos comienzos.</p><p>Al-Nasir leía el Corán.</p><p>Cifras controvertidas.</p><p>El juicio histórico. </p><p>4.La batalla de la Higueruela. </p><p>5.La guerra de Granada.</p><p>La caída del reino nazarí.</p>