La más reciente investigación ha demostrado el ámbito complejo en el que se mueve el arte de la jardinería, en el que se interfiere la agricultura, la perspectiva, la pintura, la escenografía, el estructuralismo arquitectónico, el valor de lo escultural, el agua, la geometría proyectiva, etcétera. Un campo de experimentación de gran amplitud, en el que toma gran relieve la teoría de la arquitectura de jardinería como nuevo análisis doctrinal con sentido autónomo y criterio específico. Sin retroceder a los comienzos de la jardinería en España, en época musulmana-cristiana, y sin recurrir a los testimonios del jardín renacentista-manierista cuyas características esenciales se vieron en los Reales Sitios, fundados por Carlos V y Felipe II, el arte de ordenar y configurar la naturaleza según criterios arquitectónicos de gran alcance artístico tuvo su momento de gran esplendor en el siglo XVIII, cuando los jardines pasan definitivamente a manos de los arquitectos, se formulan normativamente y acaban siendo una alternativa de la propia construcción. Fue entonces cuando se reconoce con evidencia que el jardín es analizado desde la visión pura del espacio, y cuando se establece esa teoría específica de los jardines con valor diferenciado, bajo una codificación cuya influencia llega directamente de Francia.La renovación producida en la jardinería española en el siglo XVIII no se puede separar de la monarquía borbónica. Los trazados italianos impuestos en la etapa precedente fueron sustituidos con rapidez por modelos inspirados en Le Nótre, en el círculo versallesco y en las leyes y reglas expuestas en "La Theorie et la Practique du Jardinaje" de Antoine Joseph Dezailler D'Argenville, que tuvo una primera edición en 1709. Este tratado, con ilustraciones del arquitecto Jean-Baptiste Alexandre Le Blond y traducido a varias lenguas, se convirtió en una fuente influyente para el concepto y trazado de los jardines del siglo XVIII, estableciendo cuatro preceptos que llegaron a convertirse en máximas teóricas para los planteamientos del jardín del Barroco tardío y Rococó. Someter el arte a la naturaleza, clarificar y nunca sobrecargar el trazado del jardín, "el no descubrirlo en exceso, y el hacerlo parecer más grande de lo que realmente es" fueron consignas establecidas por la fuerza de una ley, como lo fueron también las directrices sobre problemas artísticos y técnicos que condicionaron a lo largo del siglo XVIII la propia creación.A. J. Dezallier desarrolló una serie de ideas que en gran parte estuvieron inspiradas en la práctica de Le Nôtre. Sin embargo, el siglo XVIII añadió a la herencia recibida nuevas aportaciones, entre ellas la importancia que se concede a la figura del artista-jardinero, sobre la que recae una auténtica formación especializada. Se difunde el criterio según el cual la domesticación de la naturaleza ha de hacerse con el auxilio de las artes. Modelos en superficies planas o en terrenos inclinados serán objeto de análisis constante, buscándose la proporción, la simetría, la uniformidad y la relación de arquitectura-naturaleza como un concepto calificativo de valoración, de categoría pictórica, de concepto fundamental estético.El rey Felipe V subestimó las cualidades del jardín cortesano español por comparación con los conjuntos franceses, especialmente la creación de jardines versallescos cuyos cuadros ornamentales habían sido escenario de su infancia y adolescencia. André Le Nôtre, primer jardinero de Su Majestad Luis XIV, consolidó su fama con la creación de los jardines de Vaux le-Vicomte y Versalles. La magnificencia de aquellos escenarios, que representan una rotunda oposición a las formas del jardín español precedente, fueron evocados por el nuevo monarca, que supo hallar de inmediato la fórmula para trasladar a España la nueva concepción de los jardines desarrollados en los ámbitos cortesanos de Francia.Los primeros criterios de planificación influidos por conceptos de la nación vecina, postulando una adecuación del jardín como "arquitectura aplicada a la superficie de la tierra" o como el arte de ordenar la naturaleza según principios arquitectónicos, se intentaron aplicar ya con rigor en los primeros años del reinado de Felipe V, a pesar de que existía una crítica abierta contra las normas del jardín organizado en forma geométrica, en escritos que tuvieron cierta difusión, como los de H. Wotton, Temple, Addison y otros. El monarca Borbón determinó la reconstrucción del Buen Retiro, de la residencia palaciega y del entorno, un lugar que debió complacer al monarca quizá porque el parque y jardín, configurado por Felipe IV hacia 1630, planteaba el contraste entre edificios regulares y jardines irregulares al estilo de las villas del prebarroco italiano pero donde las ideas sobre jardinería adquirieron el valor de categorías pictóricas y perspectívicas, aún referidas a puntos de observación predeterminados, y a formas naturales hábilmente combinadas, aunque mediara entre ellas algún resabio manierista.Felipe V piensa en el Buen Retiro como el lugar idóneo para desarrollar en toda su amplitud y ordenación un conjunto palatino cuyos rasgos estilísticos estuviesen próximos a la elegancia y a la magnificencia de los Reales Sitios construidos por deseo de su abuelo en los alrededores de París. Como Primer Arquitecto, Robert de Cotte no pudo venir a la Corte española ya que sus responsabilidades y encargos eran numerosos. Vinieron, sin embargo, sus ideas, los dibujos que seguiría elaborando a lo largo de 1708, 1712, 1713 y 1714. Envió también a un representante, René Carlier, que llegó a Madrid en 1712, con los que se reforzaba la influencia artística francesa.Trazaría éste también planos para el palacio y los jardines, que se enviaron a París para ser aprobados por su maestro. En el Gabinete de Estampas de la Biblioteca Nacional de París se encuentra casi al completo el repertorio de planos para el Buen Retiro.Las ideas de De Cotte se inspiran en dos alternativas: la de realizar una fachada nueva, y la de construir un parque por el lado de los jardines de línea francesa. Los nuevos edificios cubrirían por el este y por el norte las edificaciones de Felipe V. El ingreso al Buen Retiro se orientaba a la calle de Alcalá y estaría en el eje de un antepatio y un patio de honor terminado en hemiciclo. Al este, una fachada de poco espesor proporciona el punto de partida para la ordenación de los jardines y parque, que quedarían extendidos en su amplitud en esta dirección. El arriate central, compuesto de bordaduras en su eje, termina en un trazado curvo con una escenográfica fuente. Le rodean cuatro bosquetes realzados cada uno con un pilón. Los proyectos de De Cotte eran de concepción amplia. Las aportaciones de Carlier para la transformación fueron de ideas basadas en lo puntual y en el detalle. Entre las alternativas del primer arquitecto de Luis XIV abundan los peristilos, los hemiciclos terminados con fuente poligonal, las calles flanqueadas por bosquecillos, la plaza circular, la calle radial, los amplios salones con fuentes.El jardín fue trazado con descenso hacia el sur de la posesión real partiendo del propio palacio, extendiéndose en juegos de parterres, plazas y hemiciclos. Destaca en los proyectos de De Cotte el camino central con tratamiento de gran avenida urbana que vino a desembocar, después de deslizarse entre diversos episodios estructurales, en el gran palacio, recordando, como señala A. Rabanal, el tapis vert del propio jardín de Versalles. Junto al estanque grande se diseñó un nuevo jardín de bordado complementado con el trazado de diversos jardincillos y bosquecillos. De los proyectos de De Cotte, el segundo, realizado en 1714, sintetiza las nuevas ideas de ordenación y embellecimiento de carácter francés que llegan a España a través del primer monarca Borbón. "Faire céder l'art á la nature" parece ser la esencia de los criterios importados. Son también las ideas que van a ser reforzadas por el sobrino de Le Nótre, Claude Desgots y por J. B. Alexandre Le Blond. En el Buen Retiro se manifiesta la influencia de los jardines franceses de la Regencia y el Rococó. Chatillon sous-Bagneux, tal y como lo conocemos por el plano de Mariette de 1727, es indicativo del modo de planificar de Le Blond, cuya fórmula de cuatro terrazas, de amplios parterres de bordado con áreas de césped, hemiciclo y palacio elevado se acercan determinantemente a los proyectos de De Cotte para el Rey de España.Los mismos ideales se convierten en práctica cotidiana de Desgots, como se indica en el conjunto de Perigny donde la plaza circular, los parterres, los caminos diagonales, las calles radiales y el jardín de bordado vuelve a constituirse en fórmulas de gran ortodoxia. Estos y otros planteamientos vienen a ser alternativas del arte de Le Nôtre, como lo fue la planificación de De Cotte para el Buen Retiro. El jardín se organiza en España a comienzos del siglo XVIII bajo la normativa de Dezallier d'Argenville, tomada por De Cotte y por otros artífices, en cuyos diseños prevalecen los trazados en sucesión clara y escalonada y el complejo sistema de avenidas y paseos con sensación de laberinto, con constantes alteraciones del trazado perspectivo, de la axialidad y radialidad, del sentido concéntrico y excéntrico, de la geometricidad y el animado juego de las curvaturas ornamentales del boj y el césped verde.Los proyectos de De Cotte para el Buen Retiro no llegaron a realizarse más que parcialmente en el parterre de bordado rematado en hemiciclo conocido como jardín de Francia y situado frente al Salón de Baile construido en el siglo XVII. El fracaso del proyecto fue compensado por Carlos III, quien habitó largos años el palacio del Buen Retiro y consciente tal vez de aquel lugar privilegiado, cambió el sector meridional convirtiéndolo en escenario del desarrollo científico e industrial que el monarca impulsara. Allí fueron ubicados el Gabinete de Historia Natural, el Jardín Botánico y el Observatorio astronómico, además de la Fábrica de Porcelana.Las nuevas ideas en el arte de la jardinería desarrolladas para el Buen Retiro, se canalizaron en el proyecto de Felipe V con destino a La Granja de San Ildefonso. El plan general que allí se aplica, en primer lugar, se atuvo a las características naturales del paisaje y al viejo edificio remodelado por Ardemans y al que barroquizaron suntuosamente Subisatti y Procaccini. El palacio quedó emplazado al pie de una leve colina que se transforma en parque y que se eleva sobre un plano en el que se yuxtaponen y a la vez se coordinan las perspectivas. Bottineau estudió con rigor la formación de los jardines de La Granja, en cuyo trazado se destacan las perspectivas ascendentes del parterre de palacio en su lienzo oriental, la cascada nueva y el Cenador, las cuatro fuentes que distribuyen varias avenidas que se unen en la encrucijada de las Doce Calles, el camino de Valsaín que con tanto acierto culmina en la Fuente de los Baños de Diana o el parterre de la Fama que se cierra en el Patio de Herradura. La perspectiva independiente que se adentra en la montaña llamada en un principio Carrera de Caballos congrega, a partir del ala norte del palacio, las fuentes del Caracol, del Abanico, el Pilón de Neptuno y el de Apolo o la Lira separados por la traza del Ebro y del Segre. Todavía en perspectiva más alejada se puede ver la plazuela de Andrómeda, que envuelve el pilón en el que Perseo libera a la heroína. La yuxtaposición de perspectivas y la dificultad de coordinarlas se justifica por el suelo accidentado y por la situación preexistente del palacio en un plano sumamente bajo.Los terrenos para el parque y jardín se compraron en 1720, iniciándose ya entonces la canalización del río o cascada vieja en el lado norte. Los conductos de agua funcionaban en 1723 y los surtidores y fuentes comenzaban ya a ponerse en marcha hacia estas fechas. En 1724, la mayor parte de las esculturas y adornos estaban también elaboradas.Muy pronto la propiedad se vio ampliada hacia los bosques situados en el entorno de la Fuente del Canastillo. La Junta de Linajes y la ciudad de Segovia obsequiaban al monarca con los terrenos que abarcan la superficie ocupada por el Mar, ese gran embalse situado en la zona alta de los jardines cuyo caudal de agua dio lugar a la configuración de una nueva perspectiva. La ampliación se aumentó con nuevos terrenos colindantes con el camino de Valsaín.El trazado de los jardines de La Granja fueron en principio supeditados a la estructura del palacio de Ardemans. Pero hay que considerar que dicho edificio en años inmediatos se alteró sustancialmente, al darle mayor extensión con los patios norte y sur así como con la adición de la nueva fachada oriental diseñada por Juvara. El parterre, el Hemiciclo y la Cascada Nueva, situados en la perspectiva este del Palacio, se adaptaron a la proporcionalidad y perspectiva de la obra palacial. Su composición se relaciona con el château de Marly, residencia de recreo del Rey de Francia. Influencia lógica ya que los artífices que trabajan en La Granja, algunos de ellos llegaron procedentes de Marly, empresa artística realizada en aquellos años.Para la elaboración del parque y jardín de La Granja, se documenta que el Rey "se sirvió de un ingeniero que se llamaba Marchand" quien debió aportar el carácter original de la composición en su conjunto. Tal vez a él haya que atribuir la planta más antigua que hoy conocemos de tal proyecto, conservada en la Biblioteca Marziana de Venecia y que fue copia del original en mano de J. B. Novelf. A falta de otros dibujos, este diseño se considera el más fiel documento del planteamiento general de La Granja de San Ildefonso en aquel tiempo. Marchand fue autor de otros proyectos en el Real Sitio de Aranjuez. Como indica J. Digard, se le puede atribuir también el complejo sistema hidráulico de ambos conjuntos reales, Aranjuez y La Granja. Los tubos y el hierro para las cañerías vinieron de Francia, los fontaneros de Versalles y Chantilly, los escultores de Marly y Paris.Nada extraña que el trazado general del parque y jardín, de las fuentes y embalse, de la distribución del terreno y juegos de agua se debiera al prestigioso ingeniero francés Marchand. Pudo contar también con un colaborador excepcional, René Carlier, especializado en jardinería como discípulo y ayudante de De Cotte. Tuvo como artífices, en lo que se refiere al trazado artístico de los jardines a Etienne I Boutelou, cabeza de una saga de especialistas en jardinería al servicio de los reyes de España a lo largo de los siglos XVIII y XIX, y a un tal Solís cuya participación en el proyecto también se documenta. Los Boutelou contribuyeron eficazmente a la dirección de las plantaciones.Si bien el trazado de conjunto de los jardines de La Granja, preparación de los terrenos, hidráulica, etcétera, se acepta que pudo estar en manos de Marchand y Carlier, la plantilla de escultores que trabajan en aquel bello conjunto ha quedado por sucesivas investigaciones ampliamente documentada. René Fremin y Jean Thierry llegaron a la corte de España en 1721. A continuación Guillermo Offement, F. M. Mercier, J. Viceneux, y J. F. André. También los moldeadores J. Destouches y S. Rosseáu y el marmolista Lambert.El parque y jardín de La Granja quedó organizado en un entramado cuyo telón de fondo lo constituye la fachada oriental del palacio, labrada en mármol y en piedra rosa de Sepúlveda. Asciende en un paisaje abierto y libre, desplegado en varios planos bajo la hermosa perspectiva del Guadarrama. Resaltaba la autonomía de las unidades laterales en torno a un sistema axial y a otros ejes transversales y secundarios. Muchas de las ideas evocan a Le Nôtre y se suponen inspiradas en pasajes puntuales de Versalles y de otros sitios reales de Francia. El atractivo del conjunto reside, ante todo, en el elevado grado de variación de la estructura interior y en su concepción escenográfica.Como proyecto concebido de acuerdo con un plan determinado, dotado de las características esenciales del jardín francés en cuanto a su escenografía y magnificencia, La Granja inspiró a nivel nacional una gran cantidad de soluciones nuevas en las que se demuestra una clara influencia francesa. Un ejemplo típico se encuentra en el jardín de la Quinta del Duque del Arco, construido en los alrededores de Madrid, en tierras de El Pardo, una posesión nobiliaria que fue cedida al rey Felipe V en 1745. Se atribuye su trazado, realizado hacia 1728, a Marchand. La versión francesa que allí se lleva a cabo, no sólo está en dependencia con el trazado de San Ildefonso sino también con otros ejemplos de jardines de la capital vecina. En su definición también se documenta la colaboración de Francisco Antonio Carlier cuando la Quinta es transmitida al monarca. C. Añón ha estudiado minuciosamente esta obra, contribuyendo a la claridad de su diseño el dibujo de Carlier que hoy conserva el Patrimonio Nacional. El campo ajardinado se extiende, en este caso, colateral al palacete y es la planta de parque y jardín la que genera su propia perspectiva desde la cascada a los templetes siguiendo un camino descendente o ascendente.En el Real Sitio de Aranjuez, el trazado de los jardines entronca con los planteamientos de siglos anteriores. Se suman algunos de línea también francesa e incluso inglesa evocando el concepto de jardín paisajista. La obra más destacada corrió a cargo de Esteban Marchand sobre el terreno posterior al palacio. Piezas de bordado y remates en hemiciclo acercan el proyecto a episodios muy puntuales de La Granja. Con Marchand interviene en este lugar Leandro Brachelieu y Santiago Bonavia y en obras de escultura H. Dumandre y González Velázquez. El Jardín de la Reina data de 1716 y fue realizado por Caro Idogro y Esteban Boutelou en un sistema de trazado ortogónico. En el Jardín de la Isla se renovó el sistema hidráulico instalándose en la isleta la famosa fuente de los Tritones, insertando cuadros de bordado por E. Boutelou II. Hacia 1748, dispersos por diferentes lugares, se incluyeron trazados paisajistas de gran valor artístico. Quizá el proyecto de nueva creación de mayor singularidad sea el Jardín del Príncipe, construido al norte de la población en el reinado de Fernando VI. De trazado ortogonal, engloba un jardín preexistente, siendo su realización una de las aportaciones más singulares de Juan de Villanueva y Pablo Boutelou. Parte sustancial de esta obra fue el pequeño templo inspirado en el Petit Trianon y los pabellones realizados bajo modelos de W. Chambers. Los escultores Adan, Silici, Michel, Dumandre y otros, enriquecieron esta singular obra, en sus diversas partes.Los proyectos realizados para el nuevo Palacio de Madrid pertenecen a diversos autores. Sachetti, Pedro de Ribera, D'Isle, Sabatini, Boutelou, etcétera, nos muestran en sus diseños el grado de asimilación del jardín europeo, especialmente francés, en España. Ninguno de ellos llegó a realizarse; sin embargo, ese compendio de hermosos proyectos pertenece también a esa atmósfera de cambio en el tema de la arquitectura jardinería que se estaba experimentando en España en el siglo XVIII. En 1763 Ventura Rodríguez emprendía en Boadilla del Monte un conjunto palacial para el infante Don Luis Antonio de Borbón y Farnesio. También allí se llevó a cabo un sugestivo sistema de ajardinamientos en niveles diversos que recuerdan los planteamientos de P. Ligorio en su trazado clásico. A pesar de esta consideración, el jardín todavía asimila en este caso el formalismo del boj y el parterre, la axialidad y el programa escultórico de línea barroca.Los Casinos realizados en el reinado de Carlos III en los Reales Sitios se rodearon también de hermosos jardines, de trazado disciplinado, con plazas circulares, fuentes y esculturas en la línea barroca que se viene considerando. Así aparecen en las casitas de El Escorial, de Arriba y de Abajo, de El Pardo y de Aranjuez. Los cuadros de boj, árboles, parterres, calles axiales y fuentes subrayan el mantenimiento del arte de la jardinería a fines todavía del siglo XVIII.El jardín barroco fue propuesta de la monarquía en sus más vastos conjuntos, emparejando naturaleza y arquitectura con la idea de lujosos festejos, de los placeres de la fiesta al aire libre. También fue un tema de atracción para la nobleza y una sociedad señorial que manifiestan su gusto por la magnificencia agregando un terreno bien cultivado como marco de su residencia. Obras muy destacadas son: los jardines de algunos pazos gallegos, como el de Oca, de 1743; los del Retiro de Churriana cerca de Málaga, creado por Martín de Aldehuela hacia 1780; el Laberinto de Horta, en el que ya se presiente la recuperación de un clasicismo puro, o los jardines aterrazados de suntuosa vegetación de Osuna en las Vistillas de San Francisco o en la Alameda, en Madrid.La experiencia barroca, sin embargo, alcanzaba otra cima en el siglo XVIII en la obra de Carlos IV del Real Sitio de La Florida, lugar en el que el arquitecto Felipe Fontana realizaba uno de los más hermosos planteamientos de jardinería bajo la influencia del conjunto napolitano de Caserta de Luigi Vanvitelli, tal vez éste el más hermoso trazado europeo realizado en 1753, evocando todavía el formalismo de Versalles.
Busqueda de contenidos
contexto
Durante la segunda mitad del siglo XV se produjo una importante renovación de las experiencias de la vidriera española. Desde un punto de vista formal, esta renovación se planteó desde los convencionalismos creados por el sistema de representación flamenco, apareciendo, según los ejemplos conocidos, con un claro retraso con respecto a su empleo por los pintores. Su asimilación, a diferencia de lo que vimos con el Gótico Internacional, no se produjo a través de una serie de experiencias que, desde opciones distintas, confluyen en la configuración y codificación de un sistema plástico, sino que aparece como un lenguaje plenamente formado. Es el caso de la obra de Antonio Llonye, vidriero activo en Barcelona y Toulouse que contrata la realización de las vidrieras del gran rosetón de Santa María del Mar. Formado en las soluciones del sistema de representación flamenco desarrolla, como se aprecia en la figura de San Juan Bautista, del mencionado rosetón, una adaptación de la técnica a las exigencias del nuevo código figurativo. Manteniendo un trait vigoroso, el empleo de la grisalla pierde el linealismo anterior apareciendo una técnica, de picado y tramas para subrayar el modelado y el efecto de volumen controlando el paso de la luz. La implantación de este nuevo sistema se impuso posteriormente a través de la labor llevada a cabo por distintos vidrieros extranjeros que vienen a España, flamencos o alemanes, formados en el nuevo lenguaje. Es el caso de Enrique Alemán, artista alsaciano que aparece realizando las primeras vidrieras de la catedral de Sevilla a finales de la década de los setenta, y cuyo arte presenta analogías con el arte de Peter Hemmel, bien por pertenecer a su órbita de influencia o por haberse formado en un mismo ambiente artístico. Junto a la presencia de artistas extranjeros fueron también muy abundantes las obras que se importaron directamente de los Países Bajos, como, por ejemplo, la serie que se trajo para la Cartuja de Miraflores y de las que el roundel, junto con La Virgen con el Niño del Museo Valencia de Don Juan de Madrid, constituye un claro exponente de esta forma de introducción de modelos flamencos. La llegada de artistas flamencos o alemanes y la importación de obras de procedencia dispersa determinó la variedad inicial de soluciones, dentro del marco de los convencionalismos flamencos que se desarrollan en la vidriera de la época de los Reyes Católicos. El hecho de que la vidriera de influjo flamenco no surgiera en España a través de la conversión de artistas formados en las soluciones del Gótico Internacional al nuevo lenguaje tuvo importantes consecuencias en la evolución posterior de esta especialidad. Los modelos que determinaron el arraigo de este lenguaje no fueron las pinturas flamencas o las realizadas por su influjo, sino las vidrieras flamencas importadas y las realizadas en España por vidrieros extranjeros que, formados en este sistema de representación, habían realizado una compleja adaptación de la práctica y la técnica habitual a las exigencias del nuevo lenguaje. Pues resulta evidente que el sistema de representación flamenco requería, si no una transformación radical de las técnicas, sí un sofisticado proceso de adaptación. Para ello los vidrieros enriquecieron la gama de color y las numerosas posibilidades de combinación de los efectos cromáticos del soporte translúcido, para adaptarlos a las exigencias figurativas del nuevo lenguaje. A este respecto, hay numerosas soluciones que se orientan a desarrollar, con los medios específicos de la vidriera, un arte en consonancia con la pintura. Incluso se hace evidente la emulación, como ocurre también en la pintura flamenca, de algunos de los desarrollos llevados a cabo por los escultores. Algunos vidrieros de los talleres burgaleses, como Arnao de Flandes y Diego de Santillana, introducen en la vidriera un preciosismo figurativo en el tratamiento de los ropajes, los adornos, las joyas, los pormenores de las indumentarias, los fondos de telas y las arquitecturas de los enmarcamientos que evocan estos mismos efectos desarrollados por la escultura burgalesa del momento. A ello contribuyó no sólo esta posible emulación, sino también el interés experimental por ensayar las nuevas posibilidades técnicas creadas en relación con los nuevos modos de la representación. La amplitud de algunos programas realizados por un solo taller y las formas de trabajo de los vidrieros determinaron que se produjese en algunos casos más que una cierta unidad plástica una duplicidad de los modelos. Es el caso de Enrique Alemán, que aparece iniciando el programa de las vidrieras de la catedral de Sevilla en 1478-79 y que, después, cuando pasa a trabajar en las de la catedral de Toledo entre 1484 y 1492, utiliza los mismos cartones que había empleado en las de Sevilla. Este procedimiento fue una práctica usual entre los vidrieros. Para la ejecución de una vidriera los artistas disponían de un cartón a escala reducida en el que se representaba la vidriera con toda serie de pormenores. Partiendo de él realizaban un cartón del mismo tamaño que la vidriera y que podía servir para realizar otras con la misma composición. Es el caso, por ejemplo, de Diego de Santillana, que utiliza para las vidrieras de la catedral de Oviedo los mismos cartones empleados en las de la Librería de la catedral de León. Cuando el cabildo de la catedral de Oviedo decidió iniciar el programa de las vidrieras optó por llamar a Diego de Santillana para realizarlo. Las razones eran por una parte el valor de las obras de la Librería y el hecho de que Juan de Badajoz, que había trabajado en la Librería de la catedral de León y era maestro de la de Oviedo, recomendase la conveniencia de encargarlas a Santillana. En algunos casos, como éste, es probable que el empleo de unos mismos cartones no fuera solamente una práctica de taller realizada por los vidrieros, sino algo solicitado por unos comitentes deseosos de imitar determinadas realizaciones consideradas como modélicas. Además, el uso de un mismo cartón no comportaba una repetición literal, pues podían variar los colores y sus tonalidades así como elementos realizados para adaptar las figuras o composiciones a la forma del ventanal. Los motivos decorativos de enmarcamiento de algunas vidrieras o bordura fueron un componente propio de la vidriera surgido, en muchos casos, por la necesidad de ajustar la vidriera al ventanal o de adaptar un cartón a las formas de cada vano. La unidad formal que se aprecia en numerosas vidrieras españolas de en torno a 1500 se debe a la actividad de un número reducido de talleres que monopolizaron la realización de los principales encargos. La creación de un taller de vidrieras era un problema complejo; requería instalaciones adecuadas y artistas especializados en un arte cuya técnica era difícil de dominar. De ahí que no fueran muchos los talleres de vidrieros que existieron en esta época en España y que por su número reducido realizaron una actividad intensa y continuada. Es el caso del taller de Arnao de Flandes, vidriero establecido a finales del siglo XV en Burgos, en cuyo taller se realizaron numerosos encargos para edificios de ésta y otras ciudades castellanas. Tanto él como Juan de Valdivieso y Diego de Santillana, quienes frecuentemente formaron compañía, implantaron un estilo definido de vidriera en Burgos, Palencia, Avila, León, Oviedo y Santiago de Compostela. De esta manera, en torno a 1500 se configuró una forma de entender la vidriera con desarrollos formales homogéneos. Esta unidad formal, sin embargo, no siempre se produjo como consecuencia de la existencia de un número reducido de talleres y de las compañías formadas frecuentemente entre éstos para atender los numerosos encargos. Con frecuencia la labor de un vidriero y su taller se debió a los criterios de selección y a la voluntad de un mecenas. Uno de los ejemplos más representativos, en este sentido, es el caso de Enrique Alemán, que trabaja al servicio del gran cardenal don Pedro González de Mendoza. Enrique Alemán aparece trabajando en 1478 bajo el arzobispado de don Pedro en la catedral de Sevilla. En 1484 le volvemos a encontrar trabajando en la catedral de Toledo, a donde el Gran Cardenal había pasado a ocupar la mitra un año antes, tras la muerte de don Alonso Carrillo Acuña. Y en 1491 se le paga por:"... dos vedireras para el Colegio de Valladolid quatorze mill e novecientos e cinquenta maravedis, las cuales se comprraron por mandado del señor cardenal, de maestre enrique vedriero, v° de la cibdad de Toledo". La actividad del Maestro Enrique, que aparece siempre vinculada a las empresas artísticas del Gran Cardenal cuyo escudo figura en sus vidrieras, constituye un ejemplo elocuente acerca de las inclinaciones y el gusto artístico de este mecenas no tan inclinado, como se ha venido repitiendo, hacia la nueva cultura artística del Renacimiento. Hasta el punto que, sin su mecenazgo, no se habrían realizado dos de los conjuntos españoles más importantes de la vidriera de influencia flamenca. Tanto en Sevilla, donde apenas existía tradición vidriera, como en Toledo, donde lo realizado hasta entonces se hallaba marcado por los convencionalismos del Gótico Internacional, las vidrieras de Enrique Alemán se ofrecerían como piezas diferenciadas, de una extraordinaria novedad formal y técnica y una calidad plástica que reafirmaría la imagen del mecenas sin que para ello fuese necesario recurrir a las formas renacentistas. En el ámbito de la vidriera, las formas introducidas por Enrique Alemán resultaban tan nuevas como podrían serlo las italianas coincidiendo, además, con unos gustos generalizados a los que no era ajeno el Gran Cardenal. Los programas arquitectónicos, junto al mecenazgo, fueron una de las causas que favorecieron el desarrollo de la vidriera. En algunos edificios, concluidos hacía tiempo, como la catedral de Toledo, el programa de sus vidrieras no estaba terminado, habiéndose realizado no mucho más de lo que asentó Jacobo Dolfin, cuando en esta época por el impulso del Cardenal se retoma la realización del programa de vidrieras. En otros en curso de construcción, como la catedral de Sevilla, las obras llegaron a un punto que permitió iniciar el desarrollo de este programa en aquellas partes que estaban concluidas. A ello se añade el importante impulso constructivo realizado bajo el patrocinio regio, con sus lógicas repercusiones en el ámbito artístico general. En la tipología de la iglesia de los Reyes Católicos, la vidriera fue una de las diferentes artes integradas en la arquitectura. Incluso se plantea una sintonía entre la forma y el lugar en que se abren los ventanales y otras artes. De dimensiones reducidas, en la capilla mayor se abren en la parte superior de los paños del ábside, respetando el espacio destinado a los retablos. El sistema de iluminación suponía la recuperación radical de la idea de ventanal, como vano aislado abierto en el muro, desapareciendo la idea de muro translúcido continuo que, aunque distinto del desarrollado por el gótico clásico, todavía hallamos parcialmente empleado en edificios catedralicios como la catedral de Sevilla. De esta forma, la vidriera pierde su condición arquitectónica de muro translúcido para comportarse como un cuadro translúcido incorporado a la arquitectura. Aunque en las iglesias de los Reyes Católicos son pocas las vidrieras que se conservan, algunas como las de la iglesia del convento de Santo Tomás de Avila constituyen un claro ejemplo de las formas y funciones desempeñadas por la vidriera en el edificio religioso.
contexto
En España las catedrales se construyeron para sustituir a un edificio anterior que, en algún caso, como la catedral de Salamanca no se derriba. En América, en la mayor parte de los casos, a la catedral definitiva la precedieron diversos proyectos o edifcios provisionales. De ahí que las catedrales americanas sean la consolidación de provisionalidad y que la historia de su proceso constructivo sea la historia de las contradicciones entre los proyectos y los dilatados tiempos de ejecución. Este tiempo lento del proceso constructivo, que también se da en España, determinó que a los proyectos originales, aunque se mantienen en lo fundamental desde un punto de vista estructural, se incorporasen elementos como cúpulas, portadas y fachadas, planteados con un lenguaje claramente distinto del inicial. Lo cual determina que las catedrales americanas, aunque se construyen siguiendo unos programas concretos y, en muchos casos, trazados al unísono -lo que configura, en su conjunto, un proceso constructivo condensado- no sean un capítulo de la historia de un estilo sino, al igual que sucede en muchas catedrales españolas, la combinación de diversos estilos en relación con unas tipologías comunes.La catedral de México es un exponente claro de este proceso. Antes del templo actual se realizó uno mucho más modesto que se conservó hasta 1624 cuando el estado de las obras del nuevo edificio permitió su demolición. La catedral nueva se realizó según la traza de Claudio de Arciniega con planta rectangular de tres naves, la central más ancha que las laterales al igual que el crucero, y capilla mayor poligonal sobresaliente. La nave mayor se cubre con bóveda de cañón con lunetos y las laterales con bóvedas baídas. Aunque es evidente que la disposición de su planta recuerda la de la catedral de Sevilla su modelo parece que fue el de la catedral de Jaén. Desde un punto de vista formal, los elementos del vocabulario son clásicos pero utilizados sin el rigor de la norma. Los pilares están formados por medias columnas de fuste estriado al igual que el intradós de los arcos, estableciendo una unidad entre el arco y el soporte que proporciona un efecto ambiguo en el que los componentes del orden se confunden. Una alteración análoga, aunque en edificios de carácter gótico, puede observarse en la dislocación o ausencia de basas y capiteles en la organización de los soportes de las catedrales de Segovia y Salamanca. Vulneración del canon y rechazo de la tiranía normativa de los órdenes que se orienta a desarrollar una solución plástica partiendo de la solución de unos problemas constructivos al margen de las reglas codificadas.La catedral de México fue el modelo y el paradigma para otras catedrales como la de Puebla, al frente de cuyas obras se nombra en 1575 maestro mayor a Francisco Becerra. Ofreciendo numerosos puntos en común con la catedral de México, en la catedral de Puebla se introduce un elemento arquitectónico nuevo que se utilizará con frecuencia en la arquitectura catedralicia americana: la interpolación entre el pilar y el arranque del arco de un trozo de entablamento. La solución había sido utilizada por Silóe en la catedral de Granada y con anterioridad por Brunelleschi sobre columnas exentas, por Rosellino en los pilares de la catedral de Pienza, apareciendo también en la colegiata de Osuna y en la catedral de Jaén.Donde esta solución -que permite una mayor elevación de las naves sin alterar la proporción de los pilares- tiene un desarrollo que refleja con más claridad la presencia del orden siloesco es en la catedral de Guadalajara. Comenzada en 1571, consta de tres naves cubiertas por bóvedas de crucería, realizadas por Martín Casillas. Esta mezcla de elementos clásicos y góticos, que veremos en otras catedrales americanas es una derivación de un modelo: la catedral de Granada. A la muerte de Diego de Silóe, tras una interrupción de las obras, se decidió, alterando el proyecto primitivo, cubrir las naves con bóvedas de crucería. Y esta solución que fue en realidad una rectificación se convirtió en un planteamiento al que se confirió la categoría de un modelo. En este sentido, el empleo de soportes clásicos y bóvedas de crucería se convierte, pese a sus contradicciones estilísticas, en un lenguaje y un sistema arquitectónico que, por diversas razones según hemos visto, se utilizó ampliamente en América.Las analogías que ofrecen las catedrales peruanas con algunos de los problemas vistos en las mexicanas son debidas en buena medida a la actividad de un mismo arquitecto, Francisco Becerra. En 1573 Francisco Becerra había llegado a México con el virrey Martín Enríquez de Almansa con quien pasó a Perú en 1581. Es entonces cuando proyecta las catedrales de Lima, en la que utiliza parte de las obras de una catedral proyectada anteriormente, y Cuzco para la que dio traza en 1583. Ambas catedrales tienen una planta similar formada por un testero plano, tres naves y capillas a los lados.Al igual que algunas de las catedrales mexicanas la separación de las naves se hace mediante pilares con un trozo de entablamento entre el capitel y el arranque de los arcos según el modelo de Silóe. Sin embargo, en el soporte de las catedrales peruanas se introduce una novedad importante: la sustitución de las medias columnas del pilar por pilastras lisas que proporcionan una severidad de acento más clasicista que se combina con las bóvedas de crucería realizadas por los arquitectos posteriores como las de la catedral de Cuzco proyectadas por Miguel Gutierres Sencio, entre 1615 y 1649, y que fueron realizadas tras su muerte por Francisco Domínguez en 1649.El dilatado proceso constructivo de las catedrales al que hicimos mención anteriormente no siempre produjo una dispersión y variedad estilística. Por el contrario, en algunas catedrales, el ritmo dilatado de las obras permitió una suma de intervenciones en las que poco a poco se fue depurando un proyecto primitivo, muy distinto de los modelos analizados, hasta convertirlo en una catedral estructuralmente próxima a éstas. La catedral de Chuquisaca (Bolivia) se comenzó antes que las peruanas citadas según traza de Juan Miguel de Veramendi que, estando en esta ciudad, fue contratado para realizar la catedral de Cuzco.Fue construida inicialmente con una sola nave cubierta con bóveda de crucería según la traza de este arquitecto. Más adelante, entre 1680 y 1720, se añadieron las naves laterales adquiriendo una fisonomía que presenta analogías con las mencionadas catedrales peruanas.
contexto
Los pintores que englobamos bajo la etiqueta del expresionismo abstracto no fueron siempre vanguardistas. Muchos de ellos en los años treinta hacían cuadros realistas, de propaganda política, como era habitual por entonces, aunque de ideologías que iban desde la revolución a la reacción, pasando por el liberalismo. Pollock hizo frescos izquierdistas con el mexicano Siqueiros (1898-1974), y posiblemente tomó parte en la decoración de objetos utilizados con fines claramente políticos, como las carrozas para las fiestas del 1 de mayo; Rothko pintó paisajes urbanos (el metro, la calle.:.) de una manera realista; Marc Tobey, por la misma época, reflejaba en sus cuadros una visión apocalíptica de la ciudad, como hiciera Ludwig Meidner (1884-1966) en la segunda década del siglo. Otros, como Franz Kline (1910-1962), Phillip Guston (1913-1980) o Bradley W. Tomlin (1899-1953), siguieron en la figuración hasta finales de los años cuarenta, dando el paso definitivo a la abstracción después de 1948, cuando el triunfo de ésta ya era un hecho. Tomlin, que había pasado por París -estudió en la Grande Chaumière-, hacía bodegones cubistas, con toques de surrealismo. Guston hizo murales para la FAP entre 1935 y 1942 en Nueva York y Washington, y luego obras a medio camino entre el surrealismo y el realismo mágico. Y Kline pintaba paisajes urbanos de un modo tradicional, fascinado por la monumentalidad de Manhattan.
contexto
La Prehistoria, entendida a grandes rasgos como el periodo de tiempo previo a la aparición de la escritura, tiene en Mesopotamia expresiones diferentes de las que podemos observar en otras partes del Viejo Mundo. Si en cuevas europeas como Lascaux (Francia) o Altamira (España) encontramos manifestaciones que nos hablan de sus pobladores y del excelente nivel artístico que alcanzaron, en Mesopotamia éstas apenas han podido ser documentadas hasta el VII o VI milenio a.C., concretamente en los murales de Umm Dabaghiyah, es decir, en un periodo de tiempo mucho más reciente. Sin embargo, sí que existe un potentísimo registro arqueológico que ha permitido rastrear el pasado más remoto hasta los neandertales. Huellas de estas poblaciones, como restos óseos y útiles de piedra, se han encontrado en varios lugares, especialmente en áreas de montaña al este y norte de Mesopotamia, así como Palestina. Los lugares en que se han hallado son abrigos naturales o cuevas, primitivas formas de habitación que permitían refugiarse de las inclemencias del tiempo o del acoso de los animales. El modo de vida nómada, basado en la caza y la recolección, hace que no sean abundantes los lugares de habitación encontrados, pues estos eran ocupados sólo temporalmente, siguiendo a las manadas o el ciclo de recolección de frutos y raíces. También sabemos que en verano y las épocas de buen tiempo eran montados campamentos al aire libre, de los que sólo existen huellas en Siria, en concreto al norte de Palmira y en el Orontes. Los campamentos-base servían no sólo como lugar temporal de residencia sino también como área de trabajo, pues en ellos se despedazaba la carne y se procesaban otros productos de los animales capturados: huesos, cornamenta, piel, etc. Durante el Mesolítico las poblaciones de neandertal fueron sustituidas por las de homo sapiens, muy posiblemente debido a una migración desde África. Paralelamente, los seres humanos fueron adquiriendo un conocimiento acumulativo sobre las plantas y animales con los que tenían contacto, aprendiendo sus pautas vitales y reproductivas. Este acervo, incrementado a lo largo de miles de años, hace que las poblaciones pasen paulatinamente desde el nomadismo de los cazadores-recolectores hasta la vida sedentaria, lo que implica necesariamente la capacidad de producir alimentos. Este proceso, llamado revolución neolítica, lógicamente no sucedió, a pesar de su nombre, en un corto espacio de tiempo, sino que debe ser contemplado como una lenta transición, una larga evolución entre dos formas de vida. El modo de vida neolítico no se impuso de manera repentina, llegando a convivir durante largo tiempo las prácticas de caza y recolección con otras agrícolas. Igualmente tampoco debe pensarse que se produjo en la misma medida y del mismo modo entre todas las poblaciones: las nuevas pautas de subsistencia fueron adoptadas en distintos momentos por los grupos humanos, dependiendo de sus principales circunstancias y de factores diversos. Muchos pueblos, en hábitats marginales, permanecieron practicando la caza y la recolección e, incluso hoy en día, existen sociedades que mantienen pautas culturales asimilables a las que fueron características del Neolítico. Uno de los focos principales de neolitización a escala mundial es el llamado Creciente Fértil, un área que abarcaría el norte de la península Arábiga, los Montes Zagros, el litoral mediterráneo, Mesopotamia y el Asia Menor meridional. En esta vasta región se daban las condiciones adecuadas para el surgimiento de esta agricultura incipiente: precipitaciones regulares, grandes caudales de agua, presencia de animales que pueden ser domesticados, etc. Hacia el 8000 a.C. el hombre comienza a cultivar plantas como el trigo o la cebada y a domesticar animales como cabras y ovejas, hasta entonces salvajes. La cada vez mayor presencia en la dieta de elementos de origen agrícola hace que las poblaciones se vean obligadas a fijar su residencia en territorios concretos, al principio de manera estacional y después permanente. En el norte de Mesopotamia, en las cuencas altas del Tigris y el Éufrates, ligados a la agricultura de secano hallamos los primeros poblados. En sitios como Djarmo, Çayönü o Mureybet encontramos viviendas semiexcavadas en la tierra y de planta redonda o circular. Con el paso del tiempo, las poblaciones aprenden técnicas constructivas cada vez más complejas: las viviendas son de mayor tamaño y sus muros se construyen con ladrillos de adobe, un material fácil de construir, transportar y trabajar. También en estos primeros poblados encontramos muestras de ritualización, como formas peculiares de enterramiento, dedicación de determinadas estancias como zonas de culto o presencia de objetos cuyo uso se ha ligado a alguna práctica ceremonial. El incremento de los conocimientos técnicos abarca muchos campos. La necesidad de transportar alimentos o almacenarlos hace que se construyan recipientes duraderos y más prácticos, en lugar de las canastas o cestas que usaban los cazadores-recolectores. Los cuencos de madera, barro o piedra son pronto sustituidos por las vasijas de cerámica, mucho más ventajosas. La cocción del barro permite lograr piezas más duraderas, resistentes e impermeables, cuya forma puede ser modificada a voluntad. Este proceso no sólo permite fabricar vasijas, sino también construir otros objetos, como sellos para estampar -que pudieron servir como amuleto o para marcar propiedades-, adornos, etc. Al ser un material blando, es también fácil de decorar, bien por impresión, incisión, pintado, etc. Los motivos que gustan a las poblaciones de este periodo son los geométricos. La aparición de la cerámica marca una etapa decisiva de la evolución humana y un punto de inflexión en el proceso de neolitización, de tal forma que, antes de su aparición, el Neolítico es llamado precerámico, mientras que, después, se le denomina Neolítico cerámico. Al Neolítico le sigue, hacia el V milenio a.C., una etapa caracterizada por el trabajo del cobre, por ello denominada Calcolítico. Los experimentos más antiguos con cobre fundido se realizaron hacia el 6500 a.C. en Oriente Próximo. No obstante, aunque fue un acontecimiento importante, no significó una transformación en la misma medida que la adopción de pautas de subsistencia agrícolas y la domesticación. Inicialmente, la metalurgia se limitó a realizar pequeños objetos de cobre, oro o plomo, metales blandos y maleables que no necesitan altas temperaturas para fundir. Hacia el 6000 a.C. los pobladores de Çatal Hüyük, en Turquía, son capaces de fabricar objetos de cobre y plomo como cuentas y dijes. La metalurgia se orienta tanto hacia la fabricación de objetos de adorno -lo que es indicativo de estratificación social- como de uso cotidiano, como hachas y cuchillos de bronce, material más duro que el cobre. Junto al cobre, se siguen trabajando la piedra y la cerámica, cada vez con técnicas más complejas. Además, la ornamentación se ve ahora enriquecida por la presencia de motivos zoomorfos, además de geométricos. Con el paso del tiempo se añaden personas o seres de aspecto humano y cabeza animal. Algunas estatuillas realizadas en piedra y con forma humana sirvieron como ajuar funerario, utilizado en los enterramientos. Estos fueron haciéndose cada vez más complejos, lo que puede indicar un ceremonial más elaborado. Los difuntos son enterrados en necrópolis o bajo las viviendas, acompañados de alimentos, adornos, figuras o recipientes, que debían acompañar al individuo en el otro mundo. Junto con figurillas de piedra se han encontrado en las tumbas hachas de piedra o de terracota, generalmente pintadas. Estas figuras a veces representan a mujeres corpulentas, al modo de la famosa Venus de Willendorf (Austria). Probablemente estas figuras de la cultura Halaf sean la última conexión de las poblaciones del Calcolítico con el pasado Paleolítico. Los habitantes de los asentamientos agrícolas, cada vez de mayor tamaño, pueden cooperar para realizar algunas tareas comunes, como la construcción de canales para irrigar los campos de cultivo o la erección de muros defensivos. Estas pautas de comportamiento colectivo están en el origen de complejas formas de organización social, surgiendo distintas jerarquías y especialización en función de la actividad. La primera muralla conocida es la de Tell es-Sauwan, en Irak. Aquí encontramos también viviendas de planta rectangular, con varias estancias a las que sólo se accede en línea, es decir, una tras otra. También se levantan construcciones de planta circular y grandes dimensiones -llamados, como en la Grecia micénica, tholoi-, algunos con una antecámara rectangular -llamados, en este caso, dromoi. Aunque su funcionalidad es una incógnita, los especialistas se inclinan por pensar que debió ser práctica, más que ritual, pudiendo funcionar como viviendas con zonas de almacenaje. El desarrollo del Calcolítico temprano debió producirse con mayor rapidez en el norte de Mesopotamia, aunque esta ventaja debió pasar al sur durante el Calcolítico medio. En conjunto, los grupos agrícolas de Mesopotamia ganaron cada vez más en complejidad durante el periodo Obeid, aproximadamente entre 5400-4300 a.C.. Este sitio, un yacimiento cercano a Ur, al sur de Mesopotamia, da nombre a toda una fase cultural, caracterizada por una especie de producción cerámica en serie, pues las piezas aparecen muy extendidas por toda la región, así como por Asia Menor, Irán y Siria. Las implicaciones de este hecho permiten hablar de la existencia de redes comerciales bien establecidas y relaciones entre zonas diversas, lo que, sin duda, contribuye a incrementar el patrimonio cultural de las poblaciones. Los objetos del periodo Obeid, de menor calidad que las producciones alfareras precedentes, no son el único objeto con el que se comercia, pues en este tráfico entran también objetos de cobre. También se fabrican figurillas de terracota, pero ahora mucho más gráciles y estilizadas, sosteniéndose sobre los dos pies pegados el uno al otro. En cuanto a la arquitectura, ya aparecen estructuras y edificios de clara función ritual, levantados sobre terrazas, como las de Eridu, al sur de Ur. Estos templos son los antecedentes directos del templo de Uruk, ya en época sumeria. A finales del IV milenio comienza el periodo Uruk, una etapa de esplendor cultural protagonizado por los pueblos de la Mesopotamia meridional. Con estos pueblos entramos de lleno en la etapa histórica, con el desarrollo de las primeras sociedades urbanas y una evolución cultural sin precedentes.
contexto
En la mayoría de los casos, los constructores bizantinos continuaron los tipos tradicionales de iglesia que habían madurado en el período anterior y también crearon nuevas variantes de ellos: así, en las plantas de cruz inscrita, a veces se sustituye la habitual cúpula sobre el tramo central por una bóveda de cañón transversal. En otras ocasiones, las plantas centrales se mezclan con naves basilicales, como recuerdo de las pequeñas basílicas abovedadas habituales en Bulgaria, Epiro o Macedonia. Son frecuentes, igualmente, las capillas de una sola nave, destinadas a ser iglesias monacales o rurales o, también, capillas funerarias, a veces de dos pisos -sirviendo el inferior como cripta- que desde fecha temprana se encuentran en Constantinopla.Se hace uso, en consecuencia, de un vocabulario artístico relativamente uniforme que tendrá que ir dando respuesta a las nuevas necesidades litúrgicas. Se hicieron necesarios unos espacios aislados para el enterramiento de los mecenas y para la conmemoración de los santos y de los miembros de la comunidad monástica. Esto dio como resultado edificios más complejos que a la larga traerán consigo una modificación de la concepción del interior como un espacio cerrado cubierto por la cúpula del cielo, elemento esencial del arte bizantino, tal como podía admirarse en los recintos más bellos de los siglos XI y XII.La iglesia meridional del monasterio de Lips (Fenari Isa Camii), fundada hacia 1280 en Constantinopla por la emperatriz Teodora, nos ofrece un ejemplo temprano de lo expuesto más arriba. En lugar de construir un monasterio completamente nuevo, quizás con el propósito de imitar el mausoleo dinástico de los Comneno, conservó la iglesia ya existente y le añadió otra un poco más ancha. Dedicada a San Juan Bautista, adoptó el modelo de iglesia con deambulatorio en la que el núcleo se ciñe a un tramo cuadrado con cúpula apoyada sobre pilares de mampostería. De este modo, los fieles quedaban confinados en los tramos del deambulatorio, altos, estrechos, oscuros y a la vez apretados contra las triples arcadas que separaban el deambulatorio del tramo central.La iglesia de Teodora está precedida por un nártex con cúpula que no se extiende en toda la anchura de la naos porque la torre de la iglesia anterior se dejó donde estaba. Además, se añadió una serie de espacios auxiliares -exonártex, parekklesion- que se convertirían en un elemento distintivo de la arquitectura religiosa de la época de los Paleólogos en Constantinopla, y que en última instancia convirtieron las iglesias en intrincados conjuntos de edificaciones, llenos de sorpresas para el visitante y faltos de coherencia.El interior, aunque ha sufrido numerosas modificaciones, permite observar la profusión de arcosolios que se extienden por el recinto y de los que cinco corresponden a la naos, cuatro al nártex y siete al deambulatorio. El que ocupa el lugar de honor, es decir, el arcosolio oriental de la nave meridional, estaba destinado a Teodora, y a esta tumba pertenece, probablemente, la arquivolta con los magníficos bustos de los Apóstoles que hoy se conservan en el Museo de Estambul.La misma preocupación por el más allá se pone de manifiesto en el parekklesion de Santa María Pammakaristos (Fetiyeh Camii) construida alrededor de 1315. Se trata de una capilla conmemorativa levantada en honor del general Miguel Dukas Glabas Tarcaniotes por su viuda María, como revela una larga inscripción de la fachada meridional. La capilla -7,5 x 6 m- pertenece al tipo de cruz inscrita y está precedida por un nártex de dos pisos cubierto por dos pequeñas cúpulas, motivo que procede de Salónica y de los países balcánicos. Los arcosolios sepulcrales -cinco- fueron ubicados en el nártex.Los dos pisos del nártex determinan la forma cúbica de la capilla, que en su exterior aparece dividida en tres zonas de arquerías ciegas: arcos amplios que alternan con otros estrechos, nichos altos y roeles bajos, todo ello sobre un tejido de rayas blancas y rojas de entre una y cinco hiladas de piedra bien cortada. En el bloque principal, las líneas de imposta se curvan sobre las bóvedas transversales y longitudinales, acusando en el exterior los volúmenes interiores. Alzándose por encima de esas curvas, los tres cimborrios se integran en la composición mediante sus propias impostas onduladas.
contexto
La táctica que debía desembocar en la guerra de conquista al Este pareció fracasar cuando, en septiembre de 1939, Inglaterra y Francia se declararon beligerantes contra Alemania tras la invasión de Polonia. Hitler, ciertamente, no esperaba esta reacción, pero tampoco la había excluido. Hay indicios para suponer que no renunció por ello, antes al contrario, a sus propósitos iniciales. Ya el 10 de octubre señaló a los generales Brauchitsch y Halder que el objetivo de las hostilidades en el Oeste consistía en privar a las potencias occidentales de la posibilidad de obstaculizar la "consolidación del Estado y el sucesivo desarrollo del pueblo alemán en Europa". Lo que esto significaba lo ilustró mediante una serie de órdenes destinadas a mantener en condiciones las líneas de comunicación de Polonia, porque "el territorio es importante para nosotros desde el punto de vista militar, ya que puede ser utilizado como trampolín avanzado y para la concentración estratégica de tropas". El 23 de noviembre, ante una reunión de generales, el Führer explicó que su meta estribaba en establecer una relación racional entre la población y el espacio en que ésta habitaba. El derrumbamiento de Francia pareció preludiar un período de paz y de recuperación, que se vino abajo por la tenacidad británica en continuar la guerra. Pero ya a finales de julio de 1941 Hitler expuso a sus generales que preveía la posibilidad de atacar a la Unión Soviética en la primavera del año siguiente, para no darle oportunidad de robustecerse. En el ínterin, quizá fuera factible doblegar a los británicos. Como es notorio esto resultó imposible y, a pesar de las dudas que provocaba el mantenimiento de las hostilidades al oeste, Hitler, en una serie de decisiones en noviembre de aquel año, ordenó intensificar los preparativos para un ataque contra la Unión Soviética. Una infructuosa visita de Molotov a Berlín sólo sirvió para reafirmarle en su diagnóstico y en sus prejuicios, a pesar de las reticencias de algunos de sus generales. En diciembre de 1940, un conjunto de directivas del Führer dieron nacimiento a la preparación específica de la Operación Barbarroja, destinada a aniquilar a la Unión Soviética como potencia militar. Tal decisión modificaba, ciertamente, el programa original, pero no sólo era el intento, desesperado, de privar a Inglaterra de una posible fuente de ayuda, sino la concreción del carácter final que había de tomar la guerra que perseguía Hitler desde los años veinte. Para muchos autores las directivas de diciembre de 1940 marcan el paso de una política de fuerza, más o menos racional, a otra dominada por concepciones dogmáticas y racistas. Según la sistematización de Streit, tras ello se combinaban cuatro motivaciones: - Eliminación de la capa dirigente judeo-bolchevique de la Unión Soviética, incluidos los judíos europeos orientales, considerados como raíz biológica del bolchevismo. - Subordinación de las masas eslavas, que era conveniente diezmar. - Conquista de un Imperio colonial a germanizar por medio de colonos alemanes en las zonas más atractivas económicamente de la Unión Soviética. - Creación de un gran espacio continental europeo bajo dominio alemán desde el cual proceder a la pugna final contra las potencias marítimas anglosajonas. Esta última motivación tenía fuertes raíces económicas e históricas. La experiencia del bloqueo al que se habían visto sometidos los Imperios centrales en la Primera Guerra Mundial no había sido olvidada. También permanecían vivos los recuerdos de la guerra de dos frentes que entonces había sido preciso sostener. Ahora, con una victoria rápida en el Este, cabría mejorar la situación alimenticia y de materias primas del Reich y proseguir en mejores condiciones que nunca la guerra en el Oeste. Estas esperanzas se vieron, como es sabido, truncadas. No en último término, la causa de tal fracaso radicó en la creencia nacionalsocialista de que el Estado soviético estaba agostado en virtud de su presunta descomposición racial interna y que sucumbiría fácilmente ante una aplicación masiva de la fuerza. Este error tenía un fundamento estrictamente ideológico: la conquista de espacio vital debía servir para asentar colonos que, como señores feudales redivivos, extrajeran la última gota de sudor a los supervivientes sojuzgados de una población en gran medida exterminada. La guerra en el Este tendría caracteres muy diferentes de la que se seguía al Oeste. Sería una guerra de aniquilamiento, en la que se trataba de privar de sustancia biológica a la capacidad de supervivencia del pueblo eslavo, racialmente inferior y bastardeado por la contaminación con los parásitos judíos.
contexto
Si en 1920 provoca una gran impresión la aparición del libro de John Maynard Keynes, The Economic Consequences of the Peace, en 1925, la firma de los acuerdos de Locarno parecía abrir el camino a una revisión ordenada y pacífica de las fronteras de Alemania. En este sentido, el apaciguamiento de los años treinta podía interpretarse como la continuación de la política de Locarno, esta vez aplicada a las fronteras del este. En Locarno, los protagonistas -Francia, Alemania, Bélgica, Gran Bretaña e Italia- habían sido los lógicos si se quería alcanzar un acuerdo consistente en el oeste. Pero en Munich hay dos ausencias muy significativas: la de Checoslovaquia, el país al que se le plantea el problema de los Sudetes, y la Unión Soviética, el Estado garante, con Francia, de la independencia checoslovaca. El antagonismo entre las potencias partidarias y adversarias del statu quo, que se ha puesto de manifiesto a lo largo de las crisis que se suceden entre el otoño de 1935 y el otoño de 1938, tendrá importantes consecuencias en la política de armamentos y en la asunción de compromisos diplomáticos. "Alemania". Su régimen político tiene, como uno de sus objetivos esenciales, preparar los elementos que permitan una política de fuerza. Hitler impone al rearme alemán un ritmo que sorprende hasta a sus generales. Según el plan de 1935, el Ejército alemán debía contar con 36 divisiones, pero en 1938 tiene 42; los efectivos en tiempo de paz alcanzan 1.500.000 hombres, sin contar las fuerzas paramilitares, calculadas en 405.000 hombres. Estas cifras aumentan después de las anexiones de 1938, al sumar el Reich diez millones de nuevos habitantes. Este ejército dispone de un conjunto de doctrinas militares que rebasan ampliamente las enseñanzas de la Primera Guerra Mundial, al dar particular importancia al papel de la aviación y al empleo masivo de los carros de combate; además, se apoya en una plataforma económica que orienta la producción hacia la preparación de la guerra, en la educación militar de la juventud, y en unos servicios de información y de propaganda encargados de eliminar cualquier disidencia interna. Teniendo en cuenta el proceso de rearme de sus enemigos, Hitler prepara la guerra para los años 1939-1943. "Italia". Tras la victoria obtenida en Abisinia, el régimen fascista se consolida y la autoridad del Duce queda firmemente asegurada. Gracias a su política demográfica, Italia cuenta con 43.500.000 habitantes y, a finales de 1938, su ejército dispone de 50 divisiones de línea y de 14 divisiones especiales (montaña, motorizadas y acorazadas); su flota de guerra tiene 12 grandes unidades (ocho acorazados y cuatro cruceros), y su aviación, cerca de 2.000 aparatos. En el terreno de la renovación de las doctrinas tácticas y estratégicas, los italianos han ido por delante de los alemanes; escuchando a Mussolini, no parece haber duda de que esa fuerza será utilizada: "Sólo la guerra eleva al máximo de tensión todas las energías humanas e imprime un sello de nobleza a los pueblos que tienen el valor de afrontarla". "Francia". Hasta 1935, la crisis económica frena los proyectos de rearme. En octubre de 1936 se decide ejecutar un plan de cuatro años, pero su realización tropieza con la falta de recuperación del país. Pese a las grandes dificultades económicas, hay que buscar la causa del comportamiento exterior de Francia en el estado de ánimo de la nación. La burguesía se siente mucho más preocupada por el peligro bolchevique que por las amenazas de alemanes e italianos y todas las instituciones del Estado parecen paralizadas. Las insuficiencias generales se acentúan con las convicciones estratégicas del Estado Mayor, que, aferrado a los recuerdos de la Primera Guerra Mundial, parece confiar únicamente en la eficacia de las fortificaciones, con lo que Francia no disponía del ejército adecuado para cumplir las líneas generales de su política exterior y proporcionar a sus aliados del este de Europa la ayuda prometida. "Gran Bretaña". Aunque a lo largo de los años treinta disfruta de una gran estabilidad política, los conservadores no aprovechan su gran libertad de acción para realizar una política exterior activa. Hasta 1936, el Gobierno no reconoce el deplorable estado de sus fuerzas terrestres y aéreas y la necesidad de rearme. El plan, presentado en febrero de 1937, se demorará por dificultades financieras. "Unión Soviética". A partir de 1938, un gran esfuerzo de industrialización transforma el potencial de guerra de este país. Pero el régimen soviético se ha enfrentado en 1936 y 1937 a una importante crisis interior. Los grandes procesos se suceden.. En junio de 1937, el mariscal Tukhachevski, comandante de la circunscripción militar del Volga, es acusado de alta traición. A continuación, los oficiales superiores del Ejército Rojo son revocados a centenares y sustituidos por hombres de confianza que desconocen las nuevas doctrinas militares. Los observadores occidentales no creen que las fuerzas soviéticas, en esas condiciones, puedan ser empleadas eficazmente; si unimos a esto las reservas político-ideológicas, entenderemos las dificultades para que los occidentales se decidan a buscar seriamente la alianza de la Unión Soviética. Sin duda, el hecho más importante de la nueva situación diplomática es la formación del Eje Berlín-Roma, acuerdo establecido entre Alemania e Italia que se prolonga hacia Japón y Yugoslavia. Si resulta clara la necesidad de Hitler de contar con el punto de apoyo que Italia le podía proporcionar, es más problemático el beneficio que Mussolini obtenía con un acercamiento a Alemania que le obligaba a renunciar a sus anteriores planes para la Europa danubiana. La aproximación italo-alemana se produce en los últimos meses del año 1936: el 23 de septiembre, el Gobierno alemán expresa a Italia su deseo de colaboración; durante los días 21-24 de octubre, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores italiano, el Conde Ciano, decidido partidario de la alianza alemana, viaja a Berlín y Berchtesgaden, donde declara, junto con su colega alemán, la intención italo-germana de actuar en común en favor de la paz y en contra del peligro comunista; finalmente, el 1 de noviembre, Mussolini pronuncia en la plaza del Duomo, de Milán, su famoso discurso en el que se refiere a la "entente" que une al Eje Berlín-Roma. Durante el año 1937, el Eje se prolonga: el 25 de marzo, el Gobierno yugoslavo, que se había ido acercando a Alemania en el terreno económico, liquida sus diferencias con Italia y se compromete a concertarse con ella en el caso de que se produzcan complicaciones exteriores; el 6 de noviembre, el Gobierno japonés, que un año antes, el 25 de noviembre de 1936, había firmado con Alemania un pacto anti-soviético -el Pacto Anti-Komintern-, se acerca también a Italia sin definir la naturaleza de las obligaciones que mutuamente aceptaban. De hecho, tanto el Pacto Anti-Komintern como el Eje Berlín-Roma se nos presentan como ejemplos de un nuevo estilo diplomático que, para entendernos, podemos llamar vitalista; no estamos ante acuerdos jurídicos que definen con precisión las obligaciones de cada parte; estamos ante algo vital: un acuerdo entre jefes de distintas comunidades nacionales, algo que casa bien con la ideología irracionalista en la que se apoyan, mostrando en su terminología cierta alergia a lo jurídico. Frente a las intenciones de la solidaridad internacional agrupada alrededor del Eje, la protección del statu quo que proporcionaba el principio de la seguridad colectiva está, a la altura de 1938, en crisis, tanto por la debilidad de los Gobiernos que debían sostenerlo, como por la indiferencia de la opinión pública. Así, el fracaso de la utopía ginebrina lleva al retorno de los métodos tradicionales, es decir, a los acuerdos directos entre Estados con objetivos compatibles. En el campo de las potencias satisfechas con el statu quo, el hecho diplomático más importante es la afirmación pública de la solidaridad franco-británica. Esta solidaridad, que por parte británica significa ayuda sólo para el caso de que las tropas alemanas entren en territorio francés, es compatible con la decisión de Chamberlain de llegar a un modus vivendi con Alemania, concediéndose satisfacciones parciales en cuestiones económicas y coloniales a cambio de la renuncia a la expansión por la fuerza La solidaridad franco-británica cuente con un apoyo exterior muy limitado. En efecto, Checoslovaquia, después de la pérdida de la región de los Sudetes, ha quedado en situación precaria; Bélgica, después de constatar la paralización francesa ante la remilitarización de Renania, busca su seguridad en la renuncia a toda clase de alianzas y, el 3 de octubre de 1937, firma un acuerdo con Alemania comprometiéndose a oponerse al paso de tropas por su territorio a cambio de la promesa hitleriana de respetar su inviolabilidad y su integridad. Finalmente, la Unión Soviética, que en 1934 se había inclinado por la política de seguridad colectiva, se muestra dispuesta a mantener el sistema si las potencias occidentales se prestan a ello con sinceridad. Sin embargo, la experiencia de su aislamiento en Munich y las noticias que le llegan de las especulaciones de Londres y París acerca de la independencia de Ucrania no favorecen la solidez de su posición internacional al temer que Daladier y Chamberlain estén incitando a Hitler a orientar hacia el este sus ambiciones.
contexto
La década que comenzó en 1860 ofrecía un aceptable panorama en términos de modernidad; el tendido ferroviario y el telegráfico posibilitaron la consolidación de un mercado nacional, por el que las ideas, los hombres y los capitales circulaban de forma más fluida, proporcionando más recursos que permitieran poner en marcha nuevas iniciativas. El Estado-nación adquirió una mayor estabilidad en el momento en el que el ideal democrático irrumpió con fuerza ante el liberalismo doctrinario imperante hasta entonces. La revolución de 1868, sin duda el hecho más significativo del decenio, fue producto de la confluencia de toda una serie de fenómenos y acontecimientos anteriores. No cabe hablar únicamente de factores económicos explicativos de su desencadenamiento, como ha sido habitual en la historiografía, tales como la crisis financiera de 1866 o la de subsistencias del invierno 1867-68, ya que desvelan sólo parte de la trama. Resulta necesario analizar el acontecer político, militar e intelectual de la época para comprender el declive del régimen isabelino y la culminación de un discurso alternativo al mismo.