Los artistas eborarios siguieron empleando en sus obras los dientes de morsa. Sus creaciones responden a las composiciones de las miniaturas coetáneas. La Cruz de San Edmundo de Bury con su compleja iconografía está inmersa en el arte del maestro Hugo, aunque su cronología, último tercio del XII, sería bastante posterior a la del célebre miniaturista. Las tópicas fórmulas ornamentales de la ilustración libraria de hacia el año 1000 siguen reiterándose inercialmente en la decoración de la mayoría de los marfiles ingleses del románico. El arte del esmalte insular sufrió una importante renovación bajo el influjo de talleres mosano y limusino. La obra maestra corresponde a la estela funeraria de Godofredo Plantagenet, obra de tamaño excepcional, 0,63 x 0,33 m, en la que se representa al Conde de Anjou bajo un arco y sobre un fondo florido, de pie con espada y su escudo de leones rampantes sobre un campo de azur. Realizada por encargo del obispo de Mans, Guillermo de Passavant, poco después de la muerte del conde, hacia 1158. Considerada durante mucho tiempo obra limusina, hoy se piensa que corresponde a un taller inglés. La Tapicería de Bayeux representa, en una larga banda de lino de algo más de setenta metros, una serie de escenas referidas a la vida de Haroldo II, rey de Inglaterra muerto en Hastings. Se cree obra del obispo Odón de Bayeux para su catedral, posiblemente entre 1077 y 1082. Las épicas hazañas del monarca son narradas con un sentido fílmico de la ilustración que, como ha demostrado Wormald, han sido realizadas por bordadores ingleses siguiendo cartones pintados en Canterbury.
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La fundición de pequeños bronces, que tanta fama había dado a Antico a principios del XVI, fue impulsada sobre todo por Giambologna que, tanto en motivos tomados a la escultura clásica como a sus propias estatuas mayores, divulgaron estas microesculturas gratas a coleccionistas. El Arqueológico y el Museo Lázaro Galdiano ofrecen versiones menudas del Neptuno de Bolonia o del Mercurio volador, y hasta algún retrato de Carlos V. También Benvenuto Cellini se expresó en escala menor y como pequeños bronces del mejor Manierismo maduro concibió las cuatro estatuillas de Mercurio, Dánae, Júpiter y Minerva del pedestal de su Perseo en la Loggia dei Lanzi (1554). Entre las pequeñas esculturas en metal que siguen produciéndose en las décadas del Manierismo una, que se dice labrada en plata por Miguel Angel, tuvo en España considerable difusión que está ligada a obras de Montañés, Velázquez y Alonso Cano. En realidad sólo se relaciona con el dibujo de la Crucifixión de Buonarroti del Museo Metropolitano de Nueva York el Crucifijo de plata que trajo a Sevilla en 1579 el platero italiano Juan Bautista Franconio, del que repartió copias, alguna policromada por Francisco Pacheco, y que debe aproximarse al modelado por el manierista buonarrotesco Jacopo del Duca. La medalla continuó siendo motivo de lucimiento para especialistas y grandes escultores, como el propio Cellini, autor de las medallas de Francisco I de Francia y del Papa Clemente VII (1534), con la Paz quemando armas en el reverso. En su Autobiografía, Benvenuto hace una apasionada defensa de las posibilidades y técnica (vaciado o acuñación) del arte medallístico. Otro de sus afamados cultivadores fue Alessandro Cesati, el Greccheto, que trabajó en la ceca papal y acuñó hacia 1545 una medalla para Paulo III con Ganímedes y un águila en el reverso. El más importante medallista del segundo Manierismo es el escultor aretino, establecido en Milán, Leone Leoni, que utilizaba la técnica del vaciado para sus medallas muy realistas en su fino detalle, de Andrea Doria, del mismo Miguel Angel, y las varias que dedicó a Carlos V. Su arte tiene habilísimo continuador en Jacopo da Trezzo (en España llamado Jacometrezo), que trabajó en El Escorial para Felipe II, y también en Antonio Abondio. Otros autores de medallas manieristas son el sienés Pastorino, activo en Siena y Florencia, Ruspigiari, de Reggio Emilia, y Andrea Cambi, Bombarda, de gran virtuosismo en telas y joyas de los bustos femeninos. La orfebrería alcanzó en el Manierismo un lujo extraordinario y su pieza más famosa, el Salero de Benvenuto Cellini (h. 1540) para Francisco I de Francia (Museo de Viena) es a la vez un precioso grupo escultórico de Tellus y Neptuno en oro, plata y esmalte. Se conservan de Cellini bastantes dibujos de copas, saleros, bandejas, vasos de perfume (Uffizi), de exquisita motivación en grutescos y mascarones, pero apenas se han conservado piezas labradas por él, pese a que su fama ha hecho que se le atribuyan joyas que no son suyas. En las joyas, especialmente pendientes, collares y sortijas de las damas, como demuestran los retratos de Tiziano, Bronzino o Parmigianino, se montan en oro profusión de perlas y pedrería, y son abundantes los camafeos. La talla de cristal de roca cuenta en los años del Manierismo avanzado con excelentes expertos que continúan el auge logrado por Valerio Belli o Giovanni dei Bemardi en la primera mitad del XVI. Annibale Fontana (1504-1587) es autor de la Cassetta Albertina (hacia 1570) con dieciséis placas grabadas con episodios bíblicos, conservada en Munich, y a Fontana también se atribuye la hermosa arqueta de Isabel Clara Eugenia (antes de 1585) en el Palacio Real de Madrid, con placas elípticas de cristal de roca con alegorías de los cuatro elementos y las cuatro estaciones, cuya montura de plata dorada lleva esmaltes, camafeos, perlas pedrería preciosa (Palacio Real, Madrid). También los hermanos Antonio y Simone Sarachi, establecidos en Milán, trabajaron el cristal de roca. Son suyos el frasco de jaspe (Florencia) y el aguamanil con escenas de la vida de José (1570-80). Atendieron encargos del emperador Rodolfo II. De su estilo hay piezas en el Museo Lázaro Galdiano. En Florencia sobresalió el taller de piedras duras fomentado por los Médicis, que produjo amplio repertorio de piezas de vajilla, joyeros, copas y acetres, bien ejemplificados en el Museo del Argenti. Una de las piezas más espectaculares de este museo es el ánfora de lapislázuli y oro, ejecutada sobre diseño del arquitecto Bemardo Buontalenti, por el orfebre Bilibert, hijo del pintor de igual apellido, para Francisco I de Médicis en 1583, obra de esbelto perfil y admirable técnica. La miniatura gozó en esta etapa de esmerado cultivo, aunque limitado por el auge de los libros impresos. Además de ejercitarla para Paulo III el polifacético Cellini, el nombre más ilustre en el Manierismo es Giulio Clovio, de origen dálmata y cuyo retrato pintó su amigo El Greco, a quien recomendó ante el cardenal Farnesio. En la vidriería de Murano se introduce a mediados del XVI la técnica del vidrio de filigrana, caracterizada por caños blancos introducidos en la masa de vidrio transparente, en líneas paralelas o reticulares. El grabado presenta la novedad del abandono de la xilografía y su sustitución en torno a 1570 por el grabado a buril, por iniciativa del holandés activo en Venecia Cornelis Cort, que obtuvo de Tiziano autorización para reproducir sus pinturas, pasando luego a Roma donde copió obras de Federico Zuccari y Baroccio, en las que emplea líneas grabadas de anchura variable según la presión de la mano, que asimismo utiliza Agostino Carracci.
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La organización del trabajo en las ciudades reposaba en un tipo de asociación laboral de fuerte contenido corporativo y de origen medieval, los gremios, que encuadraban a los artesanos según su oficio. Los gremios jugaron un papel destacado en la articulación de la sociedad urbana y contribuyeron a dotar de una particular fisonomía a la vida de las ciudades. El gremio era, por definición, un organismo cerrado y exclusivista. Institucionalmente se regía por ordenanzas muy meticulosas que regulaban todo lo referente a la materia laboral y atendían a la organización del gobierno de la corporación. Entre las autoridades gremiales figuraban maestros examinadores encargados de juzgar con todo rigor a los aspirantes a ingresar en las categorías laborales superiores. Dichas categorías eran las de maestro y oficial. Por debajo de ellas se situaba la de aprendiz. Los maestros eran los propietarios de los talleres y quienes controlaban de forma efectiva la institución gremial. De entre ellos resultaban elegidas las autoridades corporativas, encargadas de velar por el cumplimiento de las ordenanzas. Éstas tendían a favorecer una equiparación entre los agremiados, eliminando factores de competitividad interna. Los gremios buscaban una igualación entre sus miembros y tendían, en este sentido, a crear un marco de seguridad y estabilidad. Ningún agremiado debía enriquecerse si ello era a costa del empobrecimiento de otro. A pesar de ello, y aunque no era lo más frecuente, algunos maestros de los oficios más cualificados lograron prosperar, nutriendo incluso los cuadros de la burguesía urbana. Los oficiales trabajaban en los talleres de los maestros a cambio de un salario, cuyo monto solía ser más o menos explícitamente estipulado para impedir diferencias. Privados de medios de producción propios, conformaban un proletariado urbano cuyas perspectivas de promoción se ceñían al acceso a la maestría, que no a todos estaba permitido. En efecto, el ascenso en la jerarquía laboral no dependía en exclusiva de la adquisición de una alta cualificación técnica, sino también de la disponibilidad de medios económicos suficientes como para instalar un taller por cuenta propia. Por otra parte, los maestros procuraban que el número de talleres no sobrepasara unos límites desaconsejables para ellos. De hecho, se producía con cierta frecuencia la transmisión hereditaria del taller de padres a hijos, propiciando una suerte de continuidad familiar en el desempeño del oficio. Los aprendices, por su parte, solían ser jóvenes adolescentes que trabajaban en el taller a cargo del maestro a cambio del aprendizaje del oficio. Eran, por lo general, destinados a las tareas menos cualificadas, incluyendo faenas domésticas, como si se tratara de simples criados. La duración y condiciones del aprendizaje se establecían mediante contrato, a veces elevado a escritura notarial, entre el padre o tutor del joven aprendiz y su maestro. Estos contratos garantizaban en teoría que la relación entre ambos no fuera exclusivamente laboral, sino paterno-filial. El aprendiz solía vivir en la casa-taller del maestro, el cual se comprometía a alimentarlo, vestirlo y enseñarle satisfactoriamente el oficio en un plazo de tiempo determinado. Las corporaciones gremiales no sólo operaban como marco estricto de organización laboral, sino también como mecanismo de defensa mutua de los artesanos. Los lazos de solidaridad que se establecían, en el que todos resultaban interesados, garantizaban incluso la existencia de ciertas formas de previsión, confiriendo a los apremiados obligaciones y derechos. Era habitual que los gremios dispusieran de cofradías paralelas, puestas bajo la advocación de patronos, con un arca común que se nutría de las aportaciones de maestros y oficiales y que servía para atender a las necesidades apremiantes de los agremiados que caían enfermos y de sus familias. Con estos fondos se solía correr también con los gastos de funeral y entierro de los miembros del gremio y se socorría a sus viudas. La presencia de los gremios en las ciudades era notoria. Los artesanos de un mismo oficio acostumbraban a agruparse en una determinada calle o sector urbano. El día del patrón era celebrado por los gremios con fiestas y procesiones, compitiendo entre ellos al objeto de dotarlas de la mayor brillantez. Llegado el caso, los gremios podían contribuir a la defensa de la ciudad, formando compañías armadas. Finalmente, la participación de los artesanos en los fenómenos de protesta popular urbana solía también resultar destacada.
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Para el estudio del artesanado hispano de esta época debemos recurrir necesariamente a la arqueología. Como ya señalamos, se han encontrado en las villae gran cantidad de ánforas, cuencos, botijos, tinajas y muchos otros utensilios cerámicos pero, si bien gracias a los arqueólogos, sabemos mucho sobre las formas y características externas de estas cerámicas, no hay estudios rigurosos que aclaren la economía que late tras estos objetos. La cerámica característica de este período es la sigillata clara, casi siempre lisa o con decoración a ruedecilla. En Hispania hay restos de numerosos alfares y hornos tanto en la Meseta como en la costa de la Tarraconense. Uno de los mejor conservados, el de Olocau (Valencia), tiene una planta rectangular de 17 por 5,20 metros y está formado por dos cámaras abovedadas y paralelas sobre las que descansa el suelo de la cámara de cocción, comunicada con aquellas por medio de 14 hiladas de 10 tubos cada una que atraviesan las bóvedas. Esta cerámica no parece que se exportara fuera de la diócesis y su venta se realizaba en mercados callejeros. Justa y Rufina, las dos santas que fueron procesadas por destruir la estatua de una divinidad pagana, estaban vendiendo tiestos en la calle, según se relata en las Actas. Pero también hay cerámicas importadas tanto de Africa como de la zona de Narbona, llamada cerámica de Bordelais. Existieron también gran cantidad de hornos locales asentados en las grandes villae, en donde se producían las ánforas y demás recipientes necesarios para la conservación de los productos agrícolas. La industria textil, que en otros tiempos había tenido un mayor desarrollo, aún se conserva durante el Bajo Imperio. Las famosas tintorerías de las Baleares aparecen mencionadas en la Noticia Dignitatum Occidentalis. A fines del siglo V se creó un procurator bafii insularum Balearum, una oficina estatal -puesto que pasaron a ser monopolio del Estado- dependiente del Comes Sacrarum Largitionum para la elaboración de la púrpura. La producción de estos vestidos purpúreos era un producto de lujo destinado a la aristocracia romana. La lana aparece mencionada en la Expositio totius mundi y algunas de estas prendas confeccionadas con lana hispana: mantos, capas, etc. le fueron regaladas a Jerónimo, como señala en su correspondencia. También el esparto, empleado para el equipamiento de los barcos, se elaboraba principalmente en Ampurias y Cartagena. La mayoría de las industrias textiles consistirían en pequeños talleres colectivos o familiares. En una inscripción de Sasamón (Burgos) fechada en el año 239 aparece un grupo compuesto por quince hombres y seis mujeres dedicados a la producción textil. Estos personajes son libertos y esclavos de la familia y ellas sus mujeres, lo que refrenda la idea de talleres de tipo familiar. También en muchas villae existían pequeños talleres textiles como lo demuestra el hallazgo de telares y otros utensilios relacionados con esta actividad. Otra de las producciones artesanas de gran extensión y variedad fueron los mosaicos. Estos artesanos eran muy solicitados en el siglo IV, fundamentalmente por los dueños de las villas, ya que eran un ornamento indispensable en las mismas. Estos ofrecen además una gran variedad temática. Muchos de ellos se inspiran en la iconografía clásica: Ariadna (en Mérida), Dionisos (Valdearados), Aquiles (en el Museo de Jaén), etc. Otros tienen una clara influencia africana, como los de Dueñas y Pedrosa de la Vega e incluso gala. En ellos predominan las escenas de caza, las estaciones, aves y otros animales y también los dibujos geométricos. Pero no hay estudios sobre talleres regionales ni sobre la economía subyacente en esta actividad. La mayoría debían ser artesanos itinerantes que ofrecían a los grandes señores los cartones de que disponían para elegir el que el propietario considerase más idóneo. Durante el siglo IV continuaron haciéndose esculturas en Hispania, aunque en mucho menor número que en siglos anteriores. A través de algunas inscripciones sabemos que se hicieron estatuas a diversos emperadores. La mayoría de la producción escultórica conocida de esta época es de baja calidad artística y se desconoce el nombre de los artistas. Quizá las más logradas sean el retrato hallado en Morón, de época de Diocleciano, la cabeza femenina de Palencia, el Buen Pastor de la Casa de Pilatos (Sevilla) y otro Buen Pastor hallado en Gádor (Almería), de época constantiniana. En las villae aparecen frecuentemente fragmentos de esculturas que probablemente adornarían sus jardines y estancias. La producción de sarcófagos recupera la tradición del relieve y del bajorrelieve. Los sarcófagos de La Bureba (Burgos), indican la existencia de un taller en la zona que trabajaba con piedra local y, si bien desde el punto de vista artístico no pueden competir con los de Roma o las Galias, tienen gran interés desde el punto de vista iconográfico. Otros talleres documentados de sarcófagos hubo en Tarragona y en la Betica. El taller de Tarragona parece el más importante. La influencia africana que señalan algunos estudiosos en la iconografía de estos sarcófagos ha llevado a suponer que trabajaban en el mismo algunos maestros africanos. Los sarcófagos nos indican en cualquier caso la amplia implantación del cristianismo en el siglo IV entre los sectores más elevados de la sociedad hispana, puesto que estos sarcófagos esculpidos eran exclusivamente utilizados por este sector social. La pintura ha dejado algunos testimonios en edificios de esta época, tales como el columbario de los Voconios, en Mérida. También en las iglesias debían pintarse episodios bíblicos, puesto que el dittochaeum de Prudencio es una serie de poemas que pretenden explicar las diferentes escenas pintadas en los muros de una iglesia desconocida. La industria del garum, de tanta tradición y que había sido una de las más importantes de Hispania en otras épocas, aún seguía existiendo. Las factorías estaban situadas en la zona mediterránea y el sur del Atlántico, así como en la Mauritania Tingitana. Algunas de las más importantes fueron las de Villaricos, Jávea, Torremolinos, Baelo, Barbate, Sanlúcar de Barrameda y Cacessa, Torres de Ares y Boccadorio, estas últimas en Portugal; así como la de Lixus, en Mauritania, una de las más importantes junto con la de Baelo. Esta última constituye un conjunto arqueológico amplísimo. En él se pueden ver cuatro fábricas con varios estanques cada una, algunos de éstos comunicados con el mar, a modo de viveros para la conservación del pescado vivo. Entre las fábricas segunda y cuarta se encuentra una amplia villa con peristilo. Las cuatro fábricas forman un conjunto limitado por una columnata. Pero no era ésta la única fábrica de elaboración del garum en Baelo. Hay piscinas con una capacidad de 30 a 40 m3 que debían formar parte de otra factoría y, según los estudiosos, estas construcciones serían sólo una pequeña parte de las grandes instalaciones conserveras de Baelo. Aunque no se dispone de datos sobre la organización y estructura social de estas industrias, sí sabemos que estas grandes empresas requerían mucha mano de obra: pescadores, marineros, armadores, fabricantes de envases y un comercio de exportación con una red de transportistas e intermediarios. El salazón hispano seguía exportándose, como anteriormente vimos a través de las noticias de Libanios y de Ausonio. También Oribasio, médico del emperador Juliano, menciona el garum hispano como algo recomendable. En conjunto, la economía de esta época es una economía cerrada. Apenas unas pocas industrias parecen organizadas con fines a la exportación. Hispania aparece principalmente como una zona de latifundios y explotaciones agrícolas en beneficio del Estado centralista que percibía sus impuestos. Se abastecía de la mayoría de los productos necesarios e importaba objetos suntuarios de Roma o de Oriente, pero éstos eran destinados a un pequeño círculo social. La falta de una industria fuerte, similar a la de otras provincias, se explica por su alejamiento del eje económico de la época, situado en las zonas más orientales y sustentado en los mercados bárbaros y de la corte y en el comercio militar. Si no había grandes y boyantes industrias, evidentemente, el comercio exterior tampoco era importante. En el Edictum de pretiis que Diocleciano promulgó en el año 301, hay pocas referencias a los productos hispanos. Expresamente sólo son mencionados el lardum o jamón y la lana astur sin elaborar, ninguno de los cuales era caro. La tarifa de precios que se adjunta suponía un coste poco elevado respecto a los de otros puntos del Imperio. En el Edictum se incluyen también las tarifas de transporte entre las diversas provincias, expresados en modios militares. De estas indicaciones se desprende que las tarifas de transporte de Hispania a otras provincias eran muy elevadas en relación con la que se cargaba al transporte de otras provincias. Otro documento sobre la actividad económica hispana es la Expositio Totius Mundi, escrita en el año 359 por un comerciante oriental. Puesto que el autor no había visitado las provincias occidentales del Imperio, su valor no pasa de ser un testimonio poco revelador de la realidad. Así el capítulo en el que se refiere a Hispania dice: "Después de las Galias está Hispania, tierra extensa y rica, con hombres sabios y provistos de todos los bienes; importante por todos sus productos comerciales, de los que enumeramos algunos. Esta tierra exporta aceite, salsa de pescado, ropas diversas, carne de cerdo salada (lardum) y caballos y abastece de estos productos a todo el mundo..." Como comerciante y marino que es recuerda también la importancia del esparto hispano, indispensable para los aparejos de los barcos. El autor conoce los productos que tradicionalmente ha exportado Hispania pero, puesto que, en la época que escribe, Hispania no abastecía de estos productos a todo el mundo, no cabe menos que considerar que no conocía demasiado la realidad de la exportación hispana a mediados del siglo IV. No obstante él mismo, contradiciendo sus anteriores alabanzas, añade que "para muchos es un país pobre". La exportación de aceite había decaído casi por completo. Las ánforas en las que el aceite y el vino eran transportados llegan hasta el año 258 y ni en las costas hispánicas ni en Roma aparecen ánforas hispanas del siglo IV. Por otra parte, la propia Expositio señala en otro capítulo que era Africa la principal exportadora de aceite. Sobre la exportación de garum ya hemos hablado y comentado el mantenimiento de esta industria durante todo el siglo IV así como su comercialización no sólo a Occidente sino también a Oriente, donde el propio Símaco lo adquiría. Sobre la exportación de vestidos sólo tenemos la referencia de la lana astur mencionada en el Edicto de Diocleciano y las prendas teñidas de púrpura de las Baleares que, como hemos dicho, era monopolio estatal. El lardum o jamón de los cerretanos, en los Pirineos, sin duda era exportado puesto que el Edicto lo menciona, lo que presupone la existencia de una industria chacinera importante. Por el contrario, el trigo ya no era exportado salvo ocasionalmente. De este modo sabemos que, a consecuencia de la revuelta de Gildón en Africa, que supuso el cierre de los puertos africanos para la exportación, Roma se quedó sin trigo y para solucionar esta carestía se decidió exportar trigo de Hispania, las Galias y Germania. El acontecimiento señala claramente que era Africa el principal exportador de trigo y, sólo eventualmente, Hispania. Sobre la exportación de caballos hay gran disparidad de criterios entre los historiadores. El episodio de Símaco, al que ahora nos referimos, ha sido valorado por unos como prueba de la excelencia de estos caballos y la importancia de su exportación, mientras para otros resulta una prueba casi de lo contrario. Cuando el senador Símaco inició los preparativos para celebrar la pretura de su hijo -un año antes de la misma- se vio en la necesidad de adquirir los caballos necesarios para los juegos que tal designación implicaba. La pretura era una dignitas que exigía grandes dispendios y, por consiguiente, una gran fortuna. Parte esencial de esta celebración eran los juegos que la acompañaban. Estos debían ser memorables y, para ello, no debía escatimarse gasto alguno. La popularidad y la adhesión dependía en gran medida del éxito y la vistosidad de los mismos. Así, Símaco inicia una correspondencia con Eufrasio, Salustio y Baso, entre otros hispanos, a fin de procurarse los caballos necesarios. Al mismo tiempo, envía a familiares, criados y amigos para efectuar la compra. Se ve obligado a escribir a otros varios personajes que tienen alguna relación con Hispania a fin de conseguir los permisos, ayuda para el transporte, etc. Los caballos -se desconoce su número- finalmente fueron entregados al cabo del año. De este pasaje podemos deducir que los caballos hispanos eran buenos para las carreras; por su rapidez eran preferidos para el circo, dice Amiano Marcelino. No obstante, también parece claro que no era tarea fácil la adquisición de los mismos, lo que implicaría que en esta época no existían redes organizadas de exportación equina. Las solicitudes de Símaco se apoyan incluso en el favor personal. Así, por ejemplo, Eufrasio, uno de los personajes a los que se había dirigido Símaco, estaba en deuda con él ya que Eufrasio había intercedido anteriormente ante Símaco en favor de un tal Tuencio, senador e hispano, que se había empobrecido, a fin de que se le liberara de sus munera o impuestos obligatorios. Ciertamente, los caballos hispanos habían alcanzado gran estima en el mundo romano desde épocas remotas. Compartían éstos fama con los caballos africanos, los de Tesalia y los de Capadocia, entre otros. El caballo, además, era un elemento presente e indispensable en la vida de entonces. Eran esenciales para el transporte público, para el ejército, para la caza, para las carreras y el circo y tenían además un carácter simbólico: el status de un individuo se medía en función del caballo o caballos que poseyera. Por esta razón las mejores cuadras pertenecían al emperador. La importancia de los mismos era tal que en el Codex Theodosianus hay leyes sobre la venta y donación de caballos. Si la exportación de caballos había descendido, no por ello había disminuido su fama. Numerosos pasajes de los autores antiguos nos demuestran que, durante esta época, seguían teniendo gran aceptación. Así el césar Juliano a fin de congraciarse con Constancio tras la proclamación del primero como Augusto por su ejército en Lutecia (París), había prometido enviarle caballos hispanos para que participasen en las carreras de Constantinopla. También Claudiano en sus poemas habla del caballo de Honorio -sin duda magnífico- que supone debe ser hispano, tesalio o capadocio. Más entendido en caballos debe ser Flavio Vegecio, que habla de los caballos asturcones diciendo que el paso portante de éstos es similar al de los caballos partos. Vegecio da preferencia a los caballos capadocios sobre los hispanos y añade que éstos, junto con los galos y los númidas, eran considerados de vida breve en comparación con los otros. En conjunto la economía hispana durante el siglo IV ofrece una imagen general de declive. Las exportaciones son escasas y sólo beneficiosas para un grupo muy reducido de propietarios de caballos o fabricantes de garum. Definitivamente, Hispania aparece en el contexto general del Imperio como una diócesis remota y muy distante de los centros políticos y económicos de interés. En muchos de los pasajes literarios de esta época que tratan de Hispania se percibe más bien un recuerdo de sus pasadas grandezas que un conocimiento directo de la realidad actual en el siglo IV. Claudiano, por ejemplo, habla de la rica Hispania deslumbrado por el recuerdo del Tajo que arrastraba oro y cuya arena aurífera, si alguna vez existió, brillaba por su ausencia. Posteriormente parece deducir que todos los ríos hispanos eran auríferos en mayor o menor medida (lo cual es un disparate) y en medio de tanto oro también habla de las minas auríferas de Asturias, abandonadas hacía tiempo. El mismo valor -es decir, prácticamente nulo- tiene el Panegírico del emperador Teodosio, escrito por Drepanius Pacatus en el año 389. En él rememora las grandezas históricas de Hispania, alude de nuevo a la riqueza de las minas de oro de los astures, habla de ciudades egregias, de la prodigalidad y plenitud de sus campos y, otra vez, de la riqueza aurífera de sus ríos. Nada tienen de particular que, por ser Hispania la patria del emperador, alabe a su lugar de nacimiento situando a éste al nivel de los méritos del propio Teodosio al que alaba; pero si algún valor tienen estos testimonios para el historiador es que el recuerdo de la anterior prosperidad hispana era más conocido para ellos que la realidad de la Hispania bajoimperial.
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Tecnológicamente las innovaciones más emblemáticas del periodo son el pulido de la piedra y la fabricación de recipientes en cerámica; pero se produce, asimismo, un desarrollo de actividades artesanales complementarias entre las cuales destacaría la cestería, el tejido. La nueva técnica del pulido de la piedra se aplica inicialmente sobre objetos ornamentales (perlas, colgantes...), pero rápidamente se utiliza para la fabricación de útiles de marcado carácter económico: las hachas y las azuelas. Para su fabricación se emplean sobre todo rocas eruptivas o metamórficas, muy a menudo de color verde; el proceso de fabricación inicial (desbastado y escodado) de las cuales se realiza en talleres próximos a la zona de afloramiento, mientras que el pulimento se realizaría en el propio hábitat. Las hachas constituirán uno de los objetos de mayor circulación a partir de zonas productoras, probablemente gracias a los intercambios. El utillaje lítico tallado continúa con la tradición anterior, si bien y en términos generales se produce una diversificación del mismo, apareciendo igualmente una mayor coherencia entre formas y funciones, es decir, una cierta especialización de los mismos. Otra novedad significativa es la consolidación del útil compuesto. La mayor parte de útiles estarán compuestos de una parte activa (sílex, hueso u otra materia) y un mango en hueso, madera... constituyendo útiles más eficaces y más completos, con un importante ahorro de materia prima (lítica) y de fuerza de trabajo. La cerámica es especialmente un útil de almacenamiento, aunque realiza igualmente funciones para la preparación, presentación y consumición de los alimentos. Sus características la vinculan con los hábitats estables, pero no necesariamente con una economía de producción. Aparece, desde el 6500 a.C. en el Próximo Oriente y desde el 6000 a.C. en Europa. Su aparición en la zona oriental se enmarca dentro de la gran tradición de la manipulación de arcillas tratadas (adobes, tapial o estatuillas con arcilla) y con el desarrollo de las artes del fuego, indicado por la utilización del yeso y la cal, materiales derivados de un tratamiento térmico de las rocas sedimentarias. Tecnológicamente, la fabricación de los primeros recipientes es sencilla, simples tiras de arcilla montadas a mano, en espiral o en anillos superpuestos y con la superficie exterior alisada, iniciándose rápidamente unas decoraciones impresas o incisas distribuidas en bandas, cubriendo parcial o globalmente el vaso. Los procedimientos de cocción son, al principio, simples, realizados sobre el suelo o en ligeras depresiones, y recubriendo los recipientes con el combustible y material inflamable (arcilla, piezas de cocción defectuosa...). Esta tecnología primaria es rápidamente sustituida, sobre todo en la zona del Oriente Próximo, por procedimientos más complejos que afectan tanto una mejora en la selección de los materiales utilizados, una mayor riqueza decorativa y de acabados de los recipientes (superficies con engobes y decoraciones pintadas), como el desarrollo de estructuras complejas para la cocción de estos productos (hornos construidos con cámara simple o doble). En sus comienzos la morfología es simple: cuencos, esferas, formas ovoides... pero el citado desarrollo permite, tanto a nivel formal como de tratamiento de superficies, la ampliación morfológica y de decoraciones que traducen gustos y estéticas regionales o locales. La producción de la cerámica parece ser inicialmente una actividad esencialmente doméstica, atribuida a las mujeres o a la población juvenil gracias al estudio de las impresiones digitales observadas en los vasos, pero esta actividad adquirirá progresivamente una mayor complejidad, apareciendo, a finales del periodo y sobre todo en la zona de Mesopotamia, centros especializados de producción (cultura de El Obeid). El tejido, principalmente de la lana y del lino, aparece como una novedad vinculada a la aparición de sociedades agro-pastoriles. Las materias utilizadas son de origen vegetal (lino, fibras de ortigas) o animal (lana de oveja, pelos de cápridos o de cérvidos...). En las estaciones lacustres de Europa central se han hallado lanzaderas de tejedor en madera, largas puntas en hueso y peines para la carda de lana. A estas evidencias indirectas se añaden los fragmentos de tejidos (yacimiento de Nabal Hemar, Israel, o en las mismas estaciones del Neolítico Medio en Suiza) que indican técnicas elaboradas. El trabajo de pieles no constituye ninguna innovación, pues goza de una amplia tradición anterior. La documentación del mismo en estos momentos, se produce por una documentación indirecta, a través de útiles (raspadores de sílex, alisadores en cuerno de ciervo con señales de uso) o por las trazas de descarnación de carnívoros de pieles apreciadas (zorro, marta, lince, lobo, oso). Como se ha señalado para el caso de la cerámica, a la mayor parte de estas actividades se les supone una producción esencialmente doméstica y de clara inserción en una economía de subsistencia, pero progresivamente y para algunas materias aparecen evidencias de la existencia de artesanos especializados, cuya producción está destinada al intercambio. Las evidencias son escasas inicialmente pero, a partir del VI milenio en Oriente y del IV en Europa, aparecen con mayor fuerza, como las mencionadas áreas de trabajo de alfarería en algunos yacimientos y algunas explotaciones de materias primas, bien en forma de mina o canteras al aire libre. Estas explotaciones mineras para la extracción de sílex con pozos de hasta 20 metros de profundidad y redes de galerías han sido documentadas en Polonia, Bélgica, norte de Francia e Inglaterra, o las explotaciones de dolomita en las canteras de Plussulien (Selenin, Francia) que tiene estimada una producción de cerca de cinco mil hachas por año, una producción que habría durado mas de mil años. Un reciente ejemplo son las minas de Can Tintorer (Barcelona), dedicadas a la explotación, entre otros materiales, de la variscita, piedra semipreciosa utilizada para la fabricación de perlas cuya distribución cubre toda Cataluña, llegando hasta el Languedoc francés. El problema general para estos centros de explotación especializada es la dificultad de establecer la duración de su utilización, siendo compleja la distinción de las verdaderas actividades realizadas por especialistas o su realización como trabajo más intermitente y complementario por productores agrícolas durante las estaciones anuales de menor actividad en los campos.
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La mayoría de los oficios estaban realizados por personas no ciudadanas -metecos, periecos y esclavos- ya que existía un significativo desprecio por las actividades artesanales por parte de la ciudadanía, llegándose a considerar que "el trabajo manual deformaba el cuerpo y el espíritu". Esta es una de las razones por la que no existen muchas noticias sobre la producción artesanal, aunque sabemos que se realizaron objetos de exquisita factura, lo que conllevaría cierta especialización. En la Atenas de los siglos V y IV a.C. existían 125 talleres dedicados a la elaboración de vasos cerámicos que emplearían entre 500 y 700 trabajadores. Otra de las industrias más desarrolladas fue la construcción, dando trabajo a un amplio número de operarios, desde los arquitectos e ingenieros hasta los herreros, canteros, pintores, escultores o broncistas. La construcción naval también daría empleo a numerosos trabajadores, ya que la actividad en los astilleros era incesante, botándose continuamente trirremes o naves mercantes de mayor calado. No debemos olvidar las fundiciones de bronce y las empresas con ellas relacionadas -fábricas de armas o muebles-; los talleres textiles para los que se empleaban casas particulares, siendo las mujeres las encargadas de estos menesteres, resultando tejidos de todo tipo, tanto vulgares como de gran calidad y delicadeza que eran demandados por otros pueblos; o las fábricas de tinturas, animales y vegetales, entre las que destacaba la producción de púrpura, muy demandada y comercializada por todo el Mediterráneo, que se concentraba en las zonas del litoral.
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En torno a Semana Santa, se han desarrollado en Baena una serie de artesanías de carácter manual y con cierto sentido artístico. Así el "traje judío" se confecciona tradicionalmente en un taller de sastrería, que se ha especializado en la confección de las características chaquetas de paño. Otras hermandades lucen verdaderas obras de artesanía, como la de Jesús del Huerto, que luce bordado y picado manual sobre una camisola blanca, se les conoce como "trajecillos blancos". Además existen los fabricantes de cascos de judío y fondos de tambor, oficio de hojalateros y latoneros. Pero es el "tambor", quizá, el protagonista de esta fiesta baenense. Distintos artesanos han dedicado su vida al arreglo y construcción de este instrumento, siendo muchos de ellos verdaderas obras de artesanía. Otra de las artesanías relacionada con la Semana Santa es la talabartería dedicada a la elaboración del cinturón del judío denominado "tahalí", que es utilizado para transportar colgado el tambor. Muchas de las producciones artesanales han estado directamente relacionadas a las actividades agrícolas, como es el caso de la guarnicionería, que se dedicaba a la producción de los artículos requeridos para facilitar dichas labores agrarias. Actualmente muchos de estos artesanos fabrican artículos de marroquinería o para la caza, como zurrones, sillas de montar, etc. La albardonería, de herencia musulmana, es otro de los oficios ligados a la sociedad agrícola. Se encarga de realizar los aparejos de las bestias, son los "albardones": ropones, esterillas, mandiles, esterillas, etc. Este oficio se ha visto mermado debido al desarrollo mecánico de la agricultura, manteniéndose en la actualidad por su valor cultural y tradicional. También en Baena ha sido tradicional la práctica de la alfarería, labor que ha ido desapareciendo debido al desarrollo social e industrial. En la localidad hay una calle llamada Cantarerías, señal de la preponderancia que tuvo el gremio de alfareros y cantareros. La forja de hierro tradicional ha ido derivando en la carpintería metálica o en la maquinaria agrícola. Actualmente existen varios talleres dedicados a la realización de piezas de forja.
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La riqueza tradicional de Castro del Río se manifiesta en su artesanía más conocida y activa, la fabricación de mobiliario a base de madera de olivo, con procedimientos artesanales de talla y construcción. Esta rama se complementa con el cuidadoso trenzado de enea para los asientos. Se puede encontrar gran variedad en sillas, sillones, mecedoras y todo tipo de muebles y objetos de decoración. Las confortables mecedoras son las que tienen una especial fama. Esta ebanistería, que caracteriza a la localidad en toda España, se exporta hasta Japón, país en el que se tiene aprecio a este tipo de mueble.
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La tradición agraria de Espejo se traduce en el carácter de sus labores artesanales, como los artículos que se hacían antaño a base de varetas de olivo, palma y palmito. Los trabajos en piel y cuero, con repujados y grabados, y el mueble rústico en madera son otros de los ramos presentes en la localidad.
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Ofrece una singular línea de actividades artesanales, en la que merece la pena mencionar las delicadas labores de encaje de bolillos y la cerámica, de tan arraigada tradición en las campiñas meridionales de Córdoba, junto con las curiosas miniaturas, hechas con primorosa maestría a base de maderas de pino y haya, y metales, de carros, trillos, cantareras, mesas de cortijo y otros elementos de la cultura agraria tradicional. A estas producciones se suma la artística realización de esculturas y pintado para imaginería religiosa.