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Quizá sea éste uno de los retratos femeninos más atractivos de los pintados por Velázquez debido a la sensualidad con la que se representa a la modelo. Existen diferentes hipótesis sobre quién sería la retratada: una noble cortesana madrileña con el escotado traje que puso de moda la francesa Duquesa de Chevreuse y que se prohibió en abril de 1639; una prostituta de alto postín que conservaban la moda del escote a pesar de la prohibición; una noble dama que quería imitar la moda de las prostitutas - algo muy habitual en la moda del Siglo de Oro -; o el retrato de Francisca Velázquez, la hija mayor del pintor, que contaba con 20 años de edad. El rosario de oro con la cruz y la cinta azul con una medalla que cuelgan de la muñeca izquierda de la retratada otorgan un cierto toque de castidad a la imagen, obteniéndose una interesante mezcla de sensualidad y piedad que hace más atractiva la obra. La figura de la dama se recorta sobre un fondo neutro, ampliando la gama de colores oscuros empleados. Sólo el color blanco de los guantes, el lazo azul y la puntilla del escote otorgan claridad a la escena, sin olvidar el fuerte fogonazo de luz que incide en el pecho de la mujer, acentuando así sus atributos femeninos. La pincelada es cada vez más suelta, trabajando Velázquez con un desparpajo que le sitúa a la altura de los grandes maestros del Renacimiento a pesar de contar con 40 años.
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La primera exposición impresionista, celebrada en 1874, no satisfizo a los artistas que participaron en ella ya que las ventas no alcanzaron los objetivos deseados. Esa es la razón por la que Renoir convence a Monet y Berthe Morisot para realizar una subasta pública en el Hôtel Drouot, en el mes de marzo del año siguiente, con el fin de paliar su desastrosa situación económica. Las ventas tampoco significaron nada especial pero Renoir conoció a Victor Choquet, funcionario de aduanas amante del arte y entusiasta de la pintura de Delacroix, quien le encargará su retrato y el de su esposa. De esta manera, Renoir se decanta durante una temporada hacia el retrato, siendo el de Alphonsine Fournaise que aquí contemplamos uno de los ejemplos más bellos de este momento.La modelo aparece de frente al espectador, dirigiendo su sonrisa hacia nosotros -de ahí el título de la obra-, recortada la figura ante un fondo neutro. Viste un austero traje oscuro adornado con un gran lazo de encaje blanco, contraste de tonalidades muy del gusto de Manet, apreciándose también el aire abocetado que imprime este maestro a sus retratos. Quizá lo más destacado de esta imagen sea la facilidad de Renoir para captar las personalidades de sus modelos, dotando así de alma y vida a sus retratos como también podemos apreciar en los de Madame Charpentier o Madame Fould.
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Picasso le contó a Penrose que mientras pintaba este óleo murió su amigo Ramón Pichot y siempre pensó que el cuadro debería haberse llamado La muerte de Pichot. Aún sin terminar, apareció reproducido en el número de junio de 1925 de "La Revolución Surrealista" y Picasso lo conservó durante cuarenta años. Con él inició una nueva fase de su pintura, marcada por una mayor violencia y perceptible aquí en la distorsión de las figuras y en la aspereza de los colores.
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La ejecución más famosa de Carpeaux fue La danza, obra que llevó a cabo en 1869 para la decoración de la Opera de París de Garnier y en la que, en contraste con la seriedad y dramatismo que caracteriza al Ugolino, destacan la gracia, la vivacidad y el decorativismo que desprende el conjunto escultórico. La fachada debía decorarse con cuatro figuras alegóricas dedicadas a las cuatro artes que se funden en la ópera, ubicadas una a cada lado de las dos puertas. Sin embargo, Carpeaux se saltó las normas al crear un grupo de seis jóvenes desnudas que danzan alrededor de un genio alado que toca la pandereta. La obra, de más de 4 metros de altura, se situó en la puerta de la derecha y con su descubrimiento en 1869 llegó el escándalo al censurarse el aspecto atrevido de las bailarinas, considerando que eran figuras inadecuadas para decorar el nuevo edificio de la Opera. El original fue trasladado al Museo d´Orsay en 1964 para evitar los efectos de la contaminación, ocupando el lugar original una réplica exacta.
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El término fauve aludía especialmente al irritante color; color arbitrario que nada tenía que ver con la realidad, dado con una pincelada violenta, como un brochazo, ensayado por Matisse y sus amigos en Collioure y Saint-Tropez, en el Sur de Francia. Las influencias coloristas de Van Gogh y Seurat y especialmente de Signac, con quien convivió Matisse, son evidentes; pero los fauves liberan completamente el color. En el Salón de Otoño de 1907 le dedicarían una magnífica retrospectiva. El grupo, por otra parte, parece que no fue tal, sino que, siendo amigos, aceptaron la jefatura de Matisse que le habían atribuido los críticos. En 1908 estaba ya deshecho y los componentes se dedicaron a otras experiencias artísticas. Tras la Guerra, Matisse recupera por un tiempo la figuración realista, para iniciar enseguida el derroche decorativo que proclaman las Odaliscas de los años veinte
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Hacia 1638, Poussin realiza para el Cardenal Rospigliosi, futuro Clemente IX, un cuadro de alegoría, La Danza de la Vida Humana, para cuya preparación dibujó el artista esta pequeña obra. Las alegorías o poesías morales son frecuentes en la obra poussiniana, y ésta en concreto es relacionable con el lienzo El imperio de Flora de Dresde, realizado unos pocos años antes, en 1631. Durante estos años ha variado su forma de concebir el género. Se aprecia un menor romanticismo, abandonado en beneficio de una postura menos emocional, en la que predomina la construcción, la claridad, para posibilitar un acercamiento más profundo al tema. Aunque en el dibujo aún se muestra la típica soltura con que realizaba Poussin sus bocetos, se aprecia ya el rígido orden simétrico de la composición. Representa al Tiempo, tañendo la lira, al son de la cual danzan la Pobreza, el Trabajo, la Riqueza y el Placer, los estados de la humanidad. Una gran diferencia con el lienzo es que aquí el Trabajo está representado por una mujer, mientras que en la tela se decidirá por un hombre coronado. Sobre la escena atraviesa el cielo Apolo, seguido de las Horas. A la izquierda, un herma con el rostro doble de Jano, símbolo de la ambigüedad. Para el Poussin de finales de la década, el mensaje moral se ha de convertir en el centro de la escena, a través de la alegoría o el héroe monumentalizado, y todo debe construirse a su alrededor.