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El proceso de realización de los cuadros de Turner es muy significativo: primero ejecutaba numerosos bocetos que después serían distorsionados por la fantasía del artista. Utilizaba como base la naturaleza pero luego introducía importantes novedades como diferentes luces, tormentas, edificios o lo que su fecunda imaginación le permitiera. Esta es la razón por la las obras de Turner siempre tiene un poso fantástico y romántico, generalmente por las brumas que las envuelven. En esta imagen el maestro londinense nos presenta una vista fantaseada de Tívoli con el fondo de la campiña romana que tanto impresionó a Turner, de la misma manera que había ocurrido siglos atrás a Claudio de Lorena. Los colores empleados por el británico son especialmente claros y luminosos como bien podemos observar en la tonalidad azul del río y del cielo. La amplia perspectiva que obtiene el artista y los efectos atmosféricos que diluyen los edificios de la ciudad son elementos diferenciadores e identificativos de la obra de William Turner.
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En el modelo político de Augusto se mantenía la hegemonía de Italia sobre las provincias. Los miembros de los órdenes procedían mayoritariamente de Italia así como las fuerzas de elite de los pretorianos. Y la hegemonía se mantenía igualmente en el orden económico, de modo que Italia seguía siendo la receptora de los impuestos y de las materias primas de las provincias a las que exportaba los productos manufacturados. El modelo de Augusto era una prolongación de la práctica republicana. Durante los Julio-Claudios se fue paulatinamente rompiendo ese modelo y, de modo particular, en la relación entre Italia y las provincias occidentales. Las razones fueron varias. En Hispania, la Bética y el este de la Citerior habían recibido inmigrantes italo-romanos en cantidades significativas desde las últimas décadas de la República. El programa colonizador y municipalizador de César-Augusto había incrementado tal emigración y había permitido que muchos miembros de las oligarquías locales accedieran a la ciudadanía romana o latina. Las fundaciones coloniales de Lusitania (Emerita Augusta, Mérida; Pax Iulia, Beja; Metellinum, Medellín; Norba Caesarina, Cáceres), de la Bética (Hispalis, Sevilla; Tucci, Martos; Astigi, Ecija; Urso, Osuna) y de la Citerior (Tarrasa, Tarragona; Caesarougusta, Zaragoza; Carthago Nova, Cartagena; Acci, Guadix) son una pequeña muestra de las ciudades privilegiadas que recibieron importantes contingentes de población de Italia. Lo mismo puede decirse de la provincia Narbonense, con ciudades tan intensamente romanizadas como la propia Narbo Marcius, además de Arelatum (Arles), Nemausum (Nimes) y otras. Algunos miembros de las oligarquías de estas provincias consiguen hacer grandes fortunas con la explotación de una agricultura racionalizada que produce para la exportación. Había pasado el tiempo en que los gobernadores provinciales decidían incrementos de impuestos, frumentum imperatum, si así lo consideraban oportuno. La estabilidad del sistema impositivo imperial y su saneada gestión permitían hacer programas económicos competitivos. Una parte considerable del consumo de la plebe de Roma y del ejército de las fronteras era proporcionada por las provincias. Más aún, se constata que incluso los indígenas romanizados participaban en las sociedades constituidas para la explotación de concesiones mineras del Estado. Y en esas mismas provincias comienzan a organizarse actividades artesanales que sirven para abastecer una parte del mercado provincial, mermando así el nivel de importación de productos manufacturados en Italia. Los testimonios son muchos: el aceite de Africa y de la Bética se exportaba en grandes cantidades a pesar de que el aceite de Italia siguiera siendo de mejor calidad para la fabricación de perfumes; el Monte Testaccio de Roma comienza a formarse con las ánforas destinadas al transporte de aceite y vino de la Bética; el garum del sur de Hispania se destina al mantenimiento de las tropas del Rin y a las distribuciones de alimentos a la plebe de Roma; la fundación por Claudio de la ciudad de Baelo Claudia forma parte de ese programa de almacenamiento de garum para su posterior exportación; en los lingotes de plomo con marcas de negotiatores de las minas de Cartagena se constatan nombres romanos e indígenas, los mismos que aparecen después como magistrados de la ciudad, etcétera. Se advierte así un repliegue del auge económico de la Italia de siglos anteriores. La concentración de la mano de obra esclava, ahora de más difícil obtención, había permitido crear grandes latifundios en el sur de Italia destinados al pastoreo así como una significativa concentración de la propiedad. Columela, que escribe su tratado "De agricultura" en época de Nerón, recoge en el prólogo de su obra las preocupaciones de muchos propietarios sobre el bajo rendimiento de la tierra: el abstencionismo de los dueños y el empleo de esclavos no cualificados son para Columela las causas más importantes de la escasa productividad de las tierras de Italia. Aun así, la crisis no era general: quedaban amplias regiones (Cisalpina, Etruria, Umbría y otras comarcas de los Apeninos) donde el trabajo esclavo no había suplantado al pequeño y mediano propietario y que obtenían buenos beneficios de sus tierras. Y los restos arqueológicos de Pompeya, Herculano, Estabia, así como los visibles o confirmados por los autores antiguos de la propia ciudad de Roma, ponen de manifiesto la realización de grandes proyectos constructivos que empleaban abundante cantidad de mano de obra. A su vez, durante los Julio-Clandios se mantuvo la tendencia de fines de la República consistente en el amor a las grandes manifestaciones de lujo y de exhibición de riquezas de las altas capas sociales; ciertamente, ello sucedió gastando con frecuencia por encima de sus posibilidades y contribuyendo con ello a vaciar Italia de metales preciosos, ante todo de oro, destinados para el pago de objetos suntuarios importados del Lejano Oriente. Los indicadores económicos constituyen sólo una parte de la crisis de Italia. Los provinciales componen gran parte de las legiones, y cada día son más los que acceden al Senado de Roma: la medida comentada de Claudio sobre la inclusión de nobles galos en el Senado debe ser recordada por afectar a un amplio colectivo, pero el acceso de particulares se seguía produciendo, como lo testimonian los casos de los Anneos de la Bética o el de Burro, procedente de la Narbonense. No menos importante fue el hecho de que, a partir de los Julio-Claudios, la literatura romana tuvo creadores prestigiosos de origen provincial. Fedro, el adaptador de las fábulas de Esopo al latín, era un liberto de origen tracio. Y la literatura técnica contó con insignes representantes de origen hispano: Pomponio Mela, autor de una "Geografía" escrita bajo los gobiernos de Calígula y de Claudio, y el gaditano L. Junio Moderato Columela, cuyo tratado "De agricultura" se constituye en el manual seguido durante todo el Imperio. De familia cordubense de la Bética proceden, igualmente, M. Annio Lucano, autor de la epopeya histórica titulada "Farsalia", amigo coyuntural de Nerón, así como su tío L. Anneo Séneca, el más insigne representante del estoicismo romano del siglo I d.C. El valor de la voluminosa obra de Séneca (escritos filosóficos, cartas, obra dramática, escritos satíricos) convierten en anécdota sus años como consejero educativo y político de Nerón. Esos escritores de origen provincial vivían habitualmente en Italia. No por ello deja de ser significativo que la defensa de la cultura oficial romana haya dejado de ser monopolio de autores procedentes de aquella península; más aún, la literatura encuentra en un personaje como Séneca a uno de los más destacados renovadores de la misma. Tardará todavía en producirse una participación semejante de las provincias orientales.
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Es en las regiones meridionales de Italia y en las zonas insulares próximas, donde se documentan las primeras evidencias del proceso de neolitización, permitiendo constatar una de las evoluciones más significativas del Mediterráneo. Desde finales del VII milenio y durante el VI se registra el horizonte caracterizado en el registro empírico por las producciones de cerámicas impresas. Se trata de yacimientos situados en las zonas costeras de la región de Trieste, en las costas orientales de la península (Pulla) y en Sicilia. Se trata de un horizonte donde los yacimientos más representativos son Coppa Nevigata, Rendina I, Torre Sabea, Torre Canne y la cueva Guardiano en la región de la Pulla, Prato de Don Michele en Tremiti y cueva de Mazo en Sicilia. Se trata de instalaciones al aire libre o en cueva entre las cuales destaca el poblado de Coppa Nevigata, con una estructura fortificada, y que ha sido interpretado, respectivamente, como una avanzadilla de los colonos orientales en tierras itálicas y como un asentamiento de grupos mesolíticos evolucionados. La producción de subsistencia presenta en este grupo una cierta homogeneidad, caracterizada por una producción agro-pastoril, pero con una importante explotación de los recursos naturales, sean los de origen marino (Coppa Nevigata) o la presencia significativa de animales salvajes cazados (ciervo, jabalí) entre los recursos faunísticos. La industria lítica presenta en algunos conjuntos un fuerte microlitismo que ha sido interpretado como una muestra de una continuidad de la tradición mesolítica. Las producciones cerámicas se caracterizan por una doble producción: cerámicas lisas o formas decoradas impresas con la utilización de impresiones de cardium, con los motivos repartidos en todo el conjunto de vaso. La progresiva introducción de nuevas temáticas y técnicas ha servido para diferenciar, en Italia suroccidental, tres horizontes estilísticos de significación cronológica diferenciable: el momento más arcaico, estilo Prato Don Michele, con decoraciones exclusivamente impresas; el estilo Guadone, datable en torno a la mitad del VI milenio, donde continúan las cerámicas impresas, pero con una mayor complejidad y series más finas con temáticas más organizadas, con motivos triangulares o circulares; y finalmente, el estilo Messina-La Quercia, con dataciones de finales del VI milenio y primera mitad del V. con la progresiva disminución de las cerámicas impresas y la introducción de nuevos tipos de decoraciones, en los vasos de mayor calidad a base de incisiones rellenas con pasta blanca o roja, y la aparición de los motivos pintados. A finales del VI milenio aparecen en el sur de la Italia meridional continental un buen número de asentamientos, dispuestos en los valles de suelos ligeros y fértiles, caracterizados por unas instalaciones a base de cabañas circulares de diámetros variables, rodeadas por fosos circulares. Este tipo de hábitat, que perdura a lo largo del V milenio, está ejemplificado por las investigaciones del llano del Tavoliere, donde la prospección aérea ha permitido detectar más de un millar de instalaciones atrincheradas, entre las que destacan las detalladas excavaciones de Passo di Corvo. Se trata de simples trincheras de recorrido circular en forma de C cuya interpretación funcional ha pasado de la hipótesis de reserva de agua a la de drenaje o incluso de dispositivos destinados a la protección y control del ganado. La consolidación de las prácticas agrícolas y ganaderas que se observa en estos momentos ha permitido la diferenciación regional de muchos grupos a partir de las producciones cerámicas (así, en otras regiones de Italia del sudeste los grupos de Matera, o el caso de la cultura de Stentinello en Sicilia) si bien en la mayoría de ellos se observa una distribución de asentamientos y estructuras de los mismos idénticos a los descritos para la región del Tavoliere. En consecuencia, es en esta fase, coincidiendo con la difusión de las cerámicas bicromáticas o trícromas, cuando se produce la consolidación de las aldeas agrícolas con un modelo relativamente homogéneo para la globalidad de Italia meridional. En Italia central y septentrional, la documentación muestra una diferenciación respecto a la zona meridional. La renovación de la investigación en esta zona ha indicado la importancia de esta región como zona de transmisión entre Europa central y balcánica y el occidente mediterráneo. Tradicionalmente la cueva de Arene Candide, en la región ligur, indicaba el proceso de transformación gracias a su importante secuencia estratigráfica. La neolitización se vincula al grupo de cerámica impresa, a partir de la primera mitad del V milenio. El registro de este nivel indica unas producciones cerámicas de tradición impresa, una industria lítica donde se observa una fuerte tradición de tipo mesolítico y unas prácticas de subsistencia en las que, junto a la evidencia de la ganadería de ovicápridos, suidos y bóvidos, aparecen un recurso a la caza (ciervo) y un consumo de moluscos marinos. Las recientes investigaciones han permitido definir un segundo grupo de cerámicas impresas de tipo adriático y de relación más oriental. Estas mismas investigaciones han permitido definir la evolución del horizonte postcardial a finales del V milenio e inicios del IV milenio, definidos por las producciones cerámicas a partir de criterios estilísticos, diferenciando grupos regionales (cultura de Fiorano, grupo de Vho, grupo Gaan) que muestran de nuevo una relación con los grupos de Dalmacia. En las islas próximas a la península italiana se documenta su primera ocupación a lo largo del VI milenio. Así, Malta conoce la cultura Ghar Dalkam relacionable con la fase de Stentinello (Sicilia), mientras que en Córcega y Cerdeña se relaciona con las culturas de cerámicas impresas. En todas ellas, el patrón de asentamiento es variable, conociéndose sobre todo cavidades: cueva de Filiestru o Monte Maiore (Cerdena) o del Abrigo D de Filitosa y Basi en Córcega.
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En consonancia con la evolución del resto de Europa, la península italiana trató de superar su excesiva disgregación política a lo largo de los siglos XIV y XV. Con la implantación de las Señorías, los estados italianos de mayor peso político ampliaron sus fronteras en detrimento de las comunidades mas pequeñas. Sin embargo, la pervivencia de corrientes y modelos localistas no hizo posible una unificación total, sino que fácilitó la formación de los llamados estados regionales: Milán, Florencia, Venecia, Estados Pontificios y Nápoles. La paulatina perdida de protagonismo de la autoridad imperial favoreció su crecimiento, sobre todo tras el fracaso de las campañas italianas de Enrique VII (1310-1313) y de Luis IV (1327-1330). La debilidad imperial y la ausencia de los pontífices, instalados en Aviñón desde 1309, abonaron el terreno al enfrentamiento entre estados y a la eclosión de fuertes rivalidades políticas en el seno de los mismos. En las ciudades-estado (comuni) las luchas entre bandos (güelfos/gibelinos; blancos/negros) y la conflictividad creciente entre patriciado urbano y burguesía provocaron un cierto vacío de poder, que desembocó en la entrega del gobierno a un único regidor (podestá, vizconde o castellano). Éste, garante de la paz en la comunidad, acabó por convertirse en señor jurisdiccional. Su papel recayó en manos de capitanes mercenarios (Milán) o de importantes financieros (Florencia). Al margen de los grandes estados regionales sobrevivieron algunas señorías menores, que según el curso de los acontecimientos llegaron a contar con un mayor o menor peso político en el concierto italiano. Valga como ejemplo Verona, principado que alcanzó su máximo apogeo bajo Cangrande della Scala (1311-1329), pare caer más tarde por la presión de Milán, Florencia, Venecia y Ferrara. Regiones como Emilia, Romana, Marcas o Umbría se encontraban fraccionadas en un gran numero de pequeños estados. A lo largo de la segunda mitad del siglo XV el Papado consiguió imponer su hegemonía sobre la zona, no sin antes vencer la enconada resistencia de los señores locales de Módena (Torelli, Gonzaga, Correggio y Pio), Mantua (Gonzaga), Ferrara (Este), Bolonia (Manfredi y Bentivogli), Forlí (Ordelaffi), Rímini (Malatesta), Pésaro (Sforza), Urbino (Montefeltro) y Camerino (Varano). Una de las constantes del periodo fue el protagonismo cobrado por las tropas mercenarias en el equilibrio de fuerzas entre los distintos estados. Estos confiaron la seguridad pública y la de sus fronteras a sus capitanes o "condottieri", término procedente de la palabra "condotta", contrato entre las autoridades y el jefe mercenario. A lo largo del siglo XIV las señorías utilizaron ejércitos extranjeros, que sustituyeron poco a poco a las milicias ciudadanas, incapaces de asimilar técnica y políticamente las exigencias de sus gobernantes. Así, los principales capitanes de ventura del momento fueron de origen foráneo: Fra'Moriale (provenzal), John Hawkwood Acuto (inglés), el duque de Urslingen (alemán), etc. Pero con el cambio de siglo los italianos se incorporaron a los ejércitos profesionales y sus mandos comenzaron a intervenir decididamente en los asuntos internos de los estados que les asalariaban. Uno de ellos, Francisco Sforza, llegó incluso a erigirse en duque de Milán tras la muerte del último Visconti. Los capitanes de ventura eran expertos en la guerra de emboscadas y escaramuzas, en la que contaban más las negociaciones e intrigas que el combate real. Dicha estrategia respondía al escaso volumen de los ejércitos empleados en la lucha y al elevado coste de los mismos, que hacía irreparable la pérdida de efectivos.
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Sí la ambigüedad había sido quizá la principal característica de los "cuarenta y cinco" días de Badoglio, el período que va desde septiembre de 1943 hasta finales de abril de 1945 representa para Italia la división, la presencia de la guerra en su territorio y, sobre todo, la guerra civil.Veinte largos meses en los que podemos encontrar, además de los Ejércitos alemanes y angloamericanos, tres distintas ideas de Italia: la de la tradición monárquica posterior a la unificación, la del fascismo que, más que nunca, se demostrará ajeno a los verdaderos intereses nacionales, y la de una Italia renovada que reclama para sí la tradición del Risorgimiento y sobre la que se fundará la Italia republicana de nuestros días, la de la Resistencia.En el sur, bajo la protección de los Ejércitos aliados, se reorganiza precariamente el Estado italiano manteniendo la forma monárquica, pero dando paso, cada vez más, a las formaciones políticas antifascistas. Este Estado, que se irá ensanchando con los avances aliados, es conocido en Italia como Reino del sur.En el norte, bajo la ocupación alemana se fundará un nuevo Estado fascista que volverá a encabezar Mussolini, liberado de su prisión por los alemanes la República de Saló, pues en esta pequeña villa, a orillas del lago de Garda, se instaló Mussolini y los organismos centrales de la nueva República.En los territorios ocupados por los alemanes y controlados, al menos teóricamente por el nuevo Estado fascista republicano, se desarrollará cada vez de un modo más organizado una resistencia armada que se enfrenta tanto a los alemanes como a unidades fascistas republicanas, cuya función es de carácter represivo. Podemos hablar, pues, de un enfrentamiento civil entre italianos dentro del más amplio contexto de la Segunda Guerra Mundial.
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La situación sancionada por la paz de Cateau-Cambrésis (1559), que puso fin al conflicto entre Francia y España, otorgando el control de la península italiana a la Corona española, se mantuvo a lo largo del siglo XVII. España ostentaba la soberanía de Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Milán, más los Presidios de Toscana. Desde esta dilatada plataforma territorial, dejó sentir su aplastante preponderancia en los restantes estados, nominalmente independientes. Sólo la república de Venecia y el ducado de Saboya rompían el marco de esa pasiva sumisión a España, mostrando que su hegemonía comenzaba a vacilar.Ante el convulso panorama europeo, Italia gozó de una larga etapa de paz, sin guerras internas -excluyendo el paso de tropas y alguna guerra, como la de Venecia contra los piratas uscoques (1610), o la de Monferrato, de Saboya contra España (1612-17)-, viviendo un período de gran tranquilidad social, rota sólo por alguna revuelta aislada. De esta situación, unos se aprovecharon más que otros, como la decadente república de Génova, fiel aliada marítima de España, cuyos banqueros asumieron el control de las fnanzas de la Monarquía Hispánica.Pero, el poder político-militar de España y el control religioso, junto al tutelaje espiritual, de la Iglesia Católica -la más fuerte e inmediata instancia de poder en la Italia del Seicento- impusieron un clima de hondo sopor a esta situación de marginación política, que en torno a la mitad del siglo se agudizó al pasar a Francia la supremacía europea y tener que soportar Italia las consecuencias de la decadencia española, que en los territorios sometidos (aunque no sólo en ellos) se tradujo en el aumento de la marginación económica, la fiscalización exasperada y vejatoria, el espionaje político y la desinhibida defensa por nobles y alto clero autóctonos de sus privilegios de clase.Participando de la crisis demográfica y económica del siglo XVIII, en Italia el mecanismo económico se entumeció definitivamente. La baja producción agrícola no era capaz de alimentar a su crecida población y estallaron las primeras crisis de carestía; se declararon espantosas epidemias (1630; 1657), decreciendo bruscamente la población (sobre todo, la urbana); se abandonaron muchas tierras de laboreo, supliendo poco a poco la agricultura extensiva al cultivo intensivo, mientras el pastoreo le ganaba terreno a la agricultura.Aún más honda fue la crisis comercial, al haber quedado Italia alejada de las rutas comerciales atlánticas que absorbían casi todo el tráfico de mercancías. De rechazo, para agravar más la situación, se hundió su sistema manufacturero, basado en la producción de artículos de lujo por procedimientos obsoletos todavía controlados por las antiguas corporaciones. Prácticamente, no se exportaban manufacturas, sino materias primas.Pero, la consecuencia más grave fue la profunda neofeudalización sufrida por la estructura de su sociedad que se inmovilizó, endureció las relaciones entre las clases y marcó cada vez más los respectivos papeles sociales. La nobleza, en especial, se vio reforzada por los comerciantes, que reaccionaron ante la crisis abandonando sus negocios y adquiriendo tierras, con lo que disminuyeron sus ganancias a costa de aumentar su seguridad. Los más ricos de entre ellos terminaron por emular a la nobleza terrateniente, asumiendo sus hábitos de vida y su mentalidad, y comprando algún feudo o título de nobleza. En vez de invertir, antiguos y nuevos nobles se dedicaron a reforzar sus muchos privilegios y a reintroducir el sistema jurídico feudal como garantía de sus rentas basadas en una economía retractora. Lo curioso es que sólo en Nápoles estallara, como reacción a la dura refeudalización del Sur, el levantamiento social de Masaniello (1647), sofocado de manera drástica.
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La Italia de los años ochenta puede ser interpretada como un país en el cual se había producido un permanente conflicto entre las posibilidades de renovación y la permanencia en el inmovilismo. Las primeras nacieron de la existencia de una sociedad dinámica mientras que las segundas fueron el producto de la peculiaridad de un sistema político que, ya a finales de los años ochenta, había alcanzado lo que parecían sus límites. Como en el caso del Japón, fue la permanencia de las estructuras políticas heredadas de 1945 lo que creó una crisis irreversible en las instituciones democráticas surgidas de la posguerra, realidad que no tiene parangón con ningún otro caso europeo. El dinamismo de la sociedad italiana fue manifiesto durante la década de los ochenta en que se pudo hablar incluso de un nuevo milagro económico italiano. En efecto, el crecimiento fue muy elevado, del orden del 4% anual, a veces el doble del alemán; la contrapartida resultó el mantenimiento de un paro también elevado y de una inflación muy difícil de dominar. Un rasgo muy característico del caso italiano fue que el crecimiento se llevó a cabo merced a la existencia de un sector oculto de la economía dedicado a determinadas ramas de la producción (vestido, cuero, mobiliario...), dedicado a la exportación y poco o nada controlado por el fisco. Ese sector, ubicado principalmente en el Centro y el Norte, testimonia la existencia de un empleo que pretende ocultarse de un Estado cuyas necesidades fiscales nacen de atender a un Sur subsidiado. El resultado fue una multiplicación de la dualidad nacional y la deslegitimación de las instituciones políticas. Por otro lado, el peligro que ha tenido este desarrollo ha sido siempre el mismo: el crecimiento más rápido de los salarios que la productividad. El establecimiento de una escala salarial móvil que la hacía dependiente de la inflación contribuyó a ese resultado pero sólo fue corregida a partir de mediados de los años ochenta. En el terreno político, la década de los ochenta supuso un cambio fundamental cuyo origen ya hemos visto en la etapa final de los setenta. En 1979, por vez primera en los tres últimos años, salió el PCI de la peculiar mayoría gubernamental creada por el sistema de voto de no desconfianza; de esa manera se puede decir que se llegó al reflujo de las esperanzas comunistas. Los resultados electorales confirmaron esta situación cuando, por primera vez en mucho tiempo, los comunistas vieron disminuir su voto. Sólo en 1984, el PCI se situó por encima de la Democracia Cristiana, pero en un contexto que ya resultaba muy distinto del de una década antes en que el "compromiso histórico" parecía viable. Se trató, ahora, de unas elecciones europeas cuando, además, ya existían otras fórmulas de Gobierno muy distintas. Por eso el "sorpasso", es decir la superación por el PCI del voto DC, resultó carente de consecuencias. Lo característico de los años ochenta fue, en efecto, la aparición de una solución que, aunque en lo esencial resultara semejante a las anteriores, ofrecía aspectos en apariencia innovadores. Desde 1978 el Partido Socialista, animado por una nueva generación de dirigentes que tuvo como principal figura a Craxi, se ofreció como eje de una coalición gobernante, sin relación con el comunismo, con la Democracia Cristiana. Esa fórmula, aunque no marginara de las tareas fundamentales a la Democracia Cristiana, la privó de la presidencia del Consejo al mismo tiempo que impedía la llegada al poder de los comunistas. Según ha escrito un historiador italiano fue en estos momentos la "hora de los laicos". Aparte de Pertini, que dotó a la presidencia italiana de un liderazgo moral del que había carecido hasta el momento, las dos figuras que se identificaron principalmente con este nuevo momento político fueron el republicano Spadolini y el ya citado Craxi. El republicano Spadolini se convirtió en presidente por el deseo de la DC de evitar que lo fuera un socialista. En cierta manera, se puede decir de él que fue un caso un tanto excepcional: frente a la habitual gerontocracia de la política italiana su caso fue el de una persona que obtuvo el puesto más importante del ejecutivo tan sólo diez años después de iniciarse en la política a la que llegó dotado de un prestigio profesional indudable. Su presencia al frente del Gobierno llegó a explicar el resultado de las elecciones de 1983, muy favorables para su partido, aunque ella perjudicó a la otra vertiente laica de la mayoría gobernante, los socialistas. El triunfo de Spadolini fue indicativo de la exigencia de un nuevo tipo de político que llegó a obligar a la anquilosada Democracia Cristiana a recurrir a figuras como el tecnócrata Goria. Luego, ya en 1984, Craxi fue el beneficiario de los deseos de estabilidad y de un ejecutivo fuerte, al menos para los términos habituales en Italia. El dirigente socialista presidió sucesivos Gobiernos de una amplia coalición de centro, el "pentapartito". Desde 1985, el PSI se instaló en una cuota de voto en torno al 14%, que no sólo era la más alta que había conseguido en todo el período republicano sino que daba la impresión de poder alcanzar al PCI. En 1987, con una Democracia Cristiana en el 34% y un PCI en descenso hasta el 26% por primera vez la campaña electoral tuvo como objeto principal de interés la previsión de voto del primer partido y de los socialistas y no la posibilidad de que los comunistas fueran inevitables en el Gobierno. Además ya a estas alturas se había imaginado una fórmula para el relevo en la presidencia. La peculiar inventiva de los italianos para la práctica política de su propio país acuñó el término "estafeta" para denominar el relevo, previsto en un plazo tasado de tiempo, del dirigente socialista por un democristiano. Signo evidente de los tiempos resulta que el socialismo de Craxi no ponía en cuestión la economía de mercado, ni tampoco significaba desde el punto de vista de la política exterior ningún cambio sustancial, como era el caso en la época de Nenni. Tan sólo se limitó Craxi a expresar alguna reticencia respecto a la política mediterránea de los norteamericanos, principalmente de cara a los países árabes. Durante la década de los ochenta, hubo algunas pruebas de renovación del sistema político italiano de la que quizá la más importante consistió en el cambio del Concordato, que hizo desaparecer la confesionalidad del Estado y las mutuas interferencias. El referéndum sobre el aborto, celebrado en 1981, testimonió, por otra parte, que, aunque la Iglesia siguiera siendo una autoridad moral en Italia, en esta materia, el 68% del electorado no estaba dispuesta a seguirla. Lo cierto es, sin embargo, que bajo la apariencia de algún cambio una renovación política profunda estuvo muy lejos de producirse. Ante la opinión pública y en los medios intelectuales, tuvo lugar una amplia discusión acerca de la posibilidad de llegar a una Segunda República con instituciones diferentes, pero aunque se formaron comisiones parlamentarias de estudio no hicieron otra cosa que constatar las discrepancias. Por otro lado, en la clase dirigente los socialistas se integraron sin ningún problema practicando idéntico tipo de clientelismo. No hubo ni el más remoto indicio de una reforma política en un momento en que las condiciones de desarrollo de la vida política eran ya muy distintas de 1945. Ya no existía esa Italia dividida en dos y penetrada capilarmente por un vigoroso asociacionismo seudopartidista, sino una sociedad cada vez más alejada del sistema político. Además, Italia tenía graves problemas y una parte de ellos derivaba de los propios rasgos de ese sistema político anquilosado. El terrorismo siguió golpeando a la democracia: en Bolonia se produjo en 1983 probablemente el atentado más brutal de la Historia europea, con un saldo de más de ochenta muertos. Sin embargo, con el transcurso del tiempo la policía consiguió poco a poco la liquidación de las tramas fascistas y gracias a los arrepentidos -"pentiti"- de las Brigadas Rojas logró desarticular este movimiento. Pero, como ya se ha dicho, existían también otros problemas que derivaban de la existencia de un sistema político anquilosado y acosado por la corrupción. La Italia de los años ochenta era la el éxito de Benetton o de Armani pero también la de la logia masónica P2, cuyos afiliados utilizaban en beneficio propio el poder del Estado o de los sobornos de la compañía norteamericana Lockheed. Una nación cuya impresión de dinamismo era bien clara para sus visitantes, al mismo tiempo desvelaba en la lectura diaria de sus periódicos que zonas geográficas enteras en el Sur permanecían sujetas no ya a redes clientelares sino a asociaciones delictivas, como la Mafia o la Camorra.
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Aunque todo se justifica, a primera vista sorprenderá a muchos saber que uno de los países donde el internacional produce obras más importantes es Italia. Hay que distinguir entre zonas y situación social. Por un lado, Lombardía, muy poderosa entonces, tiene un tipo de gobierno que pretende asemejarse a los de los grandes duques de Francia. Milán será un activo centro del internacional. En general, en el norte existe una estructura social más próxima a la del otro lado de los Alpes que a Toscana. Es normal que en estos lugares y otros no muy distintos se desarrolle una cultura caballeresca que tenga su correlato en las artes plásticas. Pero incluso en la burguesa Florencia, algunas familias poderosas del patriciado urbano se sienten seducidas por el fasto y las formas de la nobleza y son proclives a adoptar comportamientos similares y a encargar pinturas que pertenecen a su mundo.Milán es una gran ciudad, capaz de grandes empresas, tanto con los Visconti, como al margen de ellos. Allí o en ciudades próximas se encarga un tipo de libros que, aunque inicialmente parecen poco apropiados para recibir iluminación, se convierten en ejemplos excepcionales de ciertos avances en el terreno de las experiencias naturalistas. Se trata del "Tacuinum Sanitatis" en múltiples copias. Es un libro de medicina de origen árabe, pero traducido y ahora de moda. Se ha dicho que en alguna de estas copias pudo trabajar Giovannino dei Grassi. Este nombre alude a uno de los grandes artistas italianos de fines del siglo XIV. Parece haber tenido una vida corta o, en todo caso, está documentado solamente entre 1380 y 1398, año en que muere. Es probable que haya conocido algo del arte bohemio inmediato al internacional o próximo a él (por ejemplo, el "Liber Viaticus" de Jan de Streda). Se le ha citado ya como maestro de la obra de la catedral por breve tiempo. Lo más importante que se supone que es suyo directamente es el "Tacuino" de la Biblioteca Cívica de Bérgamo y parte del "Libro de Horas Visconti". El primero es un precioso álbum de dibujos de un naturalismo sorprendente, que se supone pudo servir de modelo, aunque cabe que no todo sea enteramente suyo.El "Libro de Horas" es uno de los productos más exquisitos y ricos del arte italiano. Su promotor es Giangaleazzo Visconti, conde de Virtudes, que alcanza, mientras se trabaja en el códice, el título de duque de manos del emperador Wenceslao. Nunca antes parece haberse planificado un "Libro de Horas" semejante en Italia. Es también un signo de prestigio de quien lo encarga, representado varias veces a lo clásico y con mención continua de sus emblemas y signos heráldicos. Giovannino se muestra muy hábil en escenas de profundo y delicado simbolismo, contrastadas con otras en las que reconstruyen ambientes exteriores con animales, donde llega más allá que los Tacuina en naturalismo representativo. Muere en 1398. Salomone, su hijo, sigue trabajando. En 1402 también desaparece Giangaleazzo y la empresa queda sin terminar. Giovannino di Grassi hubo de conocer algo de lo que se hacía en Bohemia, seguramente a través de obras. Estos contactos entre Italia y el centro del Imperio se detectan con mayor seguridad en un proyecto excepcional que debe ser llevado a cabo por un pintor bohemio que ha vivido algún tiempo en la Península italiana y consigue una síntesis entre el bagaje propio adquirido en su país de origen y su receptividad a lo italiano que conoce. Hablamos de la Torre del Aquila en el castillo residencia del Buonconsiglio en Trento. Es un obispo venido del Imperio, Jorge de Liechtenstein, el que encarga alrededor de 1400 la pintura de sus muros. Sobre los cuatro de la sala se despliega un ciclo de los meses en el que, por primera vez, se intercalan los trabajos usuales del campo con escenas cortesanas. La personal sensibilidad cromática es un distintivo al que hay que añadir el deseo de reconstrucción espacial en alguien que proviene de un medio en el que tiene escasa relevancia.Volviendo a Milán y su entorno habría que detenerse ahora en un artista que fue considerado en su momento un prodigio y que, últimamente, se ha recuperado en su faceta de pintor. Es Michelino da Besozzo, también miniaturista. Las fuentes documentales agotan los elogios. Fue retratista reconocido y pintor delicioso. Siempre se le ha reconocido como notable autor de obras como las pequeñas "Horas Bodmer" (J. Pierpont Morgan Library, Nueva York), mientras se le atribuía una sola pintura firmada, el Matrimonio místico de Santa Catalina, de la Pinacoteca de Siena. Pero recientemente se trata de ampliar su catálogo con obras tan hermosas como la Madonna del Roseto, del Museo de Catelvecchio de Verona, antes atribuida a Stefano da Verona. Su idealizada reconstrucción del "hortus conclussus", donde en un a modo de "locus amoenus" están la Virgen y los ángeles, es de una imaginativa artificiosidad. En las "Horas" también combina la delicadeza quebradiza de sus personajes con una observación directa del mundo vegetal. No siempre conocemos los nombres de los artistas que realizan piezas importantes. Es el caso del anónimo y temprano autor del "Guiron le Courtois" (Biblioteca Nacional, París), dibujante exquisito de formas evanescentes, traducción del mundo caballeresco francés.Ya avanzados en el tiempo, contemporáneos estrictos de los Masaccio y Paolo Ucello, son diversos miniaturistas y pintores muy dentro, sin embargo, de la estética internacional. Belbello de Pavía, por ejemplo, trabaja hasta 1462. Es el continuador del "Libro de Horas Visconti". Sus habilidades fueron muy apreciadas durante parte de su carrera y en la valoración actual se le situó por encima de Giovannino dei Grasssi. Su arte es muy decorativo y sus personajes tienen un aire especial, a veces algo siniestro, con ecos lejanos de un bizantinismo que ha de venirle quizás por contactos con lo veneciano. Iluminó igualmente una Biblia, pero parece que antes de morir su arte se consideraba sobrepasado por las nuevas corrientes. Desconocidos son otros contemporáneos, como el Maestro de la "Vitae Imperatorum", denominado así por un códice de Suetonio (Biblioteca Nacional, París), que es también autor de una "Divina Comedia" de Dante, iluminada. Con él debió trabajar una personalidad similar, el Maestro Olivetano. Asimismo, el pintor Bonifacio Bembo pertenece a este mundo tardomedieval que tanto se prolonga en la zona.Al contrario que en otros países se siguió practicando habitualmente la pintura mural. La capilla de la reina Teodolinda en la catedral de Monza nos sitúa ante los hermanos Zavattari, últimos representantes de la tradición caballeresca, con un ciclo de gran aliento. En la zona de Verona, Stefano es el principal sucesor de Altichiero aunque sólo cronológicamente, porque su pintura nada tiene que ver con la monumentalidad de su antecesor, sino que pertenece a la línea de mayor evanescencia del gótico internacional. Si la Virgen antes citada hay que eliminarla, tal vez, de su catálogo, no sucede lo mismo con una hermosa Epifanía (Pinacoteca Brera, Milán). En la zona central de Italia también se prolonga lo tardomedieval. Por ejemplo, en las Marcas trabajan Jacopo y Lorenzo Salimbeni, autores, entre varias otras pinturas, del magnífico ciclo del Bautista en el pequeño Oratorio de San Giovanni, en Urbino.Pero no se puede estudiar correctamente Florencia si no se tiene en cuenta la incidencia que en ella tuvo el gusto nórdico entre fines del siglo XIV y casi los tres primeros decenios del siguiente. En Agnolo Gaddi se encuentran signos de contaminación internacional. Su colaborador en Santa Croce, Gerardo Starnina, viaja a España y trabaja en Toledo y, sobre todo, Valencia. Es altamente probable que su formación florentina incida sobre la pintura valenciana, pero a su vez sufrirá influencia del ambiente tardogótico de la ciudad. Pero el gran maestro de la tendencia en Florencia, dejando a un lado aspectos de Fra Angélico y notas muy importantes del mismo Paolo Ucello, es Lorenzo Monaco. Monje camaldulense del convento de Nuestra Señora de los Angeles y personalidad artística turbadora, trabaja para la ciudad y el convento como miniaturista, pintor sobre tabla o fresquista, sobrepasando ampliamente el 1400. En diversos "Libros Corales" realiza iniciales con una flora de extraños cromatismos y figuras de rostros inquietantes. Como dibujante es autor de una extraordinaria escena de los Magos (Museo Dahlem, Berlín), en un ambiente onírico. Pinta una magnífica Anunciación (Museo de la Academia, Florencia), aunque su obra maestra es una Epifanía (Museo Uffizi) de gran tamaño, donde se hacen más explícitos los desequilibrios expresivos y la sensibilidad de una paleta muy personal. Finalmente, el conjunto más ambicioso, que incluye retablo y ciclo mural, corresponde a la capilla Bartolini, en la iglesia de la Trinidad de Florencia (1422)).No se puede dejar el internacional italiano sin mencionar a varios autores que generalmente se incluyen en el renacimiento. Uno de ellos es Masolino, tantas veces contrapuesto a Masaccio como representante de un pasado opuesto al cambio que éste representa. Otro es Gentile da Fabriano, artista de éxito, a caballo entre un mundo y otro hasta en su famosa Epifanía (Museo Uffizi), tan bien acogida en una Florencia que se identificaba mejor con la cultura cortesana y caballeresca que la pintura refleja, que con la rigurosa austeridad de Masaccio. En nadie se producen más estas contradicciones y esta síntesis de corrientes que en Pisanello, autor de medallas exhibidas como paradigmas de un mundo nuevo y creador, al tiempo, de un bosque de maravillas medieval en su San Eustaquio (National Gallery, Londres).