En la sociedad asiria, esclavos.
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Personaje
Arquitecto
Pintor
Tuvo como maestros a Claudio Coello y Antonio Pereda. A pesar de dedicarse a la pintura pasó a la historia por su habilidad como arquitecto. Todo parece indicar que cursó estudios de arquitectura en el Colegio Imperial de Madrid. A comienzos del siglo XVIII le nombraron arquitecto mayor. De su legado es digna de mención La Granja de San Ildefonso. Su aportación a la ingeniería hidráulica también fue importante. En este sentido, fue "fontanero mayor" y se hizo cargo del sistema de conducciones del suministro de agua. Escribió algunos tratados como "Ordenanzas".
contexto
Las áreas culturales de América del Sur se están redefiniendo en la actualidad, de ahí que existan contradicciones en la literatura arqueológica a la hora de establecer sus límites y de encajar en ellas desarrollos culturales. Estos problemas afectan a la inclusión o exclusión de amplias zonas de Venezuela, Colombia y Ecuador en el concepto de Área Cultural Andina, las cuales han pertenecido -en el esquema clasificatorio de las culturas americanas confeccionado por Willey- al Área Intermedia, tal como fue definida por Rouse. En la actualidad, estos territorios se consideran una faceta septentrional del Área Andina, con las consecuencias organizativas y sociopolíticas que ello conlleva, habiéndose establecido las siguientes subáreas: Extremo Norte (regiones altas de Venezuela y Colombia); Andes Septentrionales (Sur de Colombia, Ecuador y Norte de Perú); Andes Centrales (Perú); Andes Centro-Sur o Circum Titicaca (regiones en torno al lago Titicaca de Bolivia y Perú); Andes Meridionales (Centro de Chile y Noroeste de Argentina) y Extremo Sur (Araucania). Como es lógico, estos territorios no participaron en la civilización andina a lo largo de toda su secuencia, sino tan sólo en determinados momentos de su historia; en particular durante la superposición inca, que logró ciertos niveles de unificación económica, política y cultural a lo largo de toda la cordillera andina. De modo que nuestra línea de argumentación prestará más atención a los acontecimientos ocurridos en los Andes Centrales y Centro-Sur, cuyo conocimiento será ampliado con datos relevantes procedentes de otras regiones, consideradas aquí de manera secundaria. Los investigadores han intentado definir los acontecimientos culturales ocurridos en el Área Andina por medio de diferentes términos según la época en que realizaron sus reconstrucciones. Sin entrar en la polémica, por las obvias limitaciones de espacio, baste comentar que el esquema que más éxito ha obtenido ha sido el propuesto por J. Rowe, que utilizó el modelo de Horizontes y Periodos. Se basa en tres etapas de unificación cultural representadas por los Horizontes Chavín, Tiahuanaco/Huari e Inca, entre las que se sitúan periodos de regionalismo cultural, estableciéndose la siguiente secuencia: Precerámico (....-1.800 a.C.); Cerámico Inicial (1.800-900 a.C.); Horizonte Temprano (900-200 a.C.); Intermedio Temprano (200 a.C.-600 d.C.); Horizonte Medio (600-1.000 d.C.); Intermedio Tardío (1.000-1.476 d.C.) y Horizonte Tardío (1.476-1.534 d.C). La principal crítica que los arqueólogos han efectuado en relación con esta secuencia cultural es que ha sido construida para definir los acontecimientos en el Área Central Andina, y no para otras zonas periféricas, mientras que ésta se ha intentado aplicar con criterios universales. Otros autores, sin embargo, postulan una alternativa diferente: Precerámico o Lítico; Arcaico o Cerámico Inicial; Formativo; Culturas Regionales o Clásicas; Horizonte Medio; Estados Regionales y Horizonte Tardío. El período de tiempo que abarca entre el 3.500 y el 1.800 a.C., si bien muy dilatado, resulta de gran trascendencia para la formulación de las bases culturales sobre las que se asentará la civilización en los Andes. Durante el Precerámico se definen fenómenos tales como el establecimiento pleno de la vida agrícola, la complementareidad ecológica costa/sierra, la aparición de los centros urbanos y las jerarquías sociales, grandes innovaciones tecnológicas como la metalurgia y un patrón ideológico básico que se plasma en el arte arquitectónico, escultórico, cerámico, textil y por otros medios secundarios. A lo largo de esta etapa podemos definir varias tradiciones culturales que, unificadas por el contacto, serán de gran relevancia. Desde finales del Precerámico conviven en los Andes Centrales dos tradiciones de arquitectura monumental: una en la sierra definida por fogones rituales de forma circular y uso exclusivo ritual; otra en la costa, consistente en grandes volúmenes que delimitan amplios espacios y dejan una plaza circular hundida. En su entorno existe habitación jerarquizada y sistemas de irrigación e intensificación agrícola. El volumen de la construcción, los conocimientos que requiere su planificación y las nuevas tecnologías de carácter agrícola, ponen de manifiesto que estamos ante una sociedad desigual, con segmentos jerarquizados, sin que exista coincidencia en denominarla una sociedad de jefatura o un estado teocrático incipiente. Este período se inicia con la evidencia de las primeras cerámicas en los Andes Centrales en el 1.800 a.C. y finaliza con la integración cultural de las sociedades durante la etapa Chavín. La cerámica más antigua es la conocida con el nombre de Wayrajirca de Kotosh en la sierra norte, definida por botellas con gollete, tazas hondas, acabado brochado y pulido en marrón y negro, y decoradas con incisión y pintura postcocción. Los diseños son simples y geométricos y a lo largo del período se le irán añadiendo figuras antropomorfas. Más al norte de Kotosh, Pacopampa es un centro importante del valle de Cajamarca. En este sitio se levantó una ciudadela con edificios públicos y religiosos, rodeados de núcleos de viviendas. Está fechado entre 1.835 y 1.350 a.C., y con él se define ya una jerarquía de sitios dependientes, como el más pequeño Agua Blanca. También Cajamarca, Huacaloma y Kuntur-Wasi son centros importantes. Además del volumen arquitectónico, los canales de Cumbemayo definen una tecnología de irrigación muy adelantada. En todos estos centros es destacable la aparición de objetos en piedra, madera y cerámica decorados con motivos geométricos y zoomorfos; en particular felinos y serpientes, dando lugar a una tradición que sólo es interrumpida por la superposición Chavín en el 700 a.C. También en la sierra, pero más al sur, Huaricoto es un sitio importante en el Callejón del Huaylas, ya que en él están manifiestos muchos de los elementos ideológicos que alcanzarán su expresión clásica con el desarrollo Chavín. Con estas evidencias la trascendencia de Chavín es menor de lo que se había establecido previamente. En la sierra sur surgen poblados como Waykawaka, Marcavalle y Pikicallepata entre el 1.200 y el 800 a.C., con cerámicas y motivos decorativos de orientación meridional, con una arquitectura monumental menos desarrollada y predominio de las aldeas agrícolas y pastoralistas. En cuanto a la costa norte se producen fenómenos que culminan en una mayor complejidad cultural. Los sitios representativos proceden, en parte, de la etapa anterior: Guañape, Cerro Prieto, Las Haldas, Cerro Sechín y Bandurria. A lo largo de toda la costa se levantan estos centros que, aun de evolución local e independiente, interactúan entre sí. Los materiales empleados son piedra y barro, y algunos de los edificios están decorados con losas esculpidas con motivos antropomorfos, generando una iconografia que, al igual que ocurría en la sierra, será integrada por Chavín. Por último, la costa central fue otra zona de integración intervalles con sitios públicos de gran categoría como Huaca La Florida, Garagay, Ancon y otros centros de integración local. Como podemos observar, pues, los Andes Centrales tuvieron a lo largo del período Cerámico Inicial una gran población, que se puede estimar muy similar a la existente durante el período Chavín. La mayoría de los valles entre la sierra y la costa estuvieron ocupados por aldeas y poblados agrícolas integrados social y políticamente por centros con edificios públicos, mientras que la puna era ocupada solamente por sociedades dedicadas al pastoreo. La organización comunal del trabajo y la construcción de centros con pirámides y otros edificios menores continuó, y expandió de modo considerable una tradición que ya estaba formulada desde finales del Precerámico en sitios como Aspero, Salinas de Chao o La Galgada. De ahí que algunos autores estimen que las jefaturas surgen en los Andes Centrales hacia el 3.000 a.C. y que los centros del período Cerámico Inicial definen, en realidad, la existencia de pequeños estados teocráticos. Otra característica de gran relevancia es el regionalismo y localismo cultural que está sobrepasado por una red regional de intercambio costa/sierra. Así, grandes asentamientos como Pacopampa, Huancaloma, Kuntur-Wasi, Caballo Muerto, Cerro Sechín, Bandurria, Huarmay, Ancón, Garagay, La Florida, Huaricoto, Kotosh, Shillacoto, La Galgada y Mercavalle, por citar los más importantes, hicieron confluir desde sus instituciones ceremoniales locales amplios territorios en una esfera ceremonial regional, que se demuestra por la uniformidad en los estilos arquitectónicos -en las costas y en la sierra-, y en otros materiales secundarios. La base económica de este desarrollo, que se puede considerar como el punto culminante de la experiencia acumulada desde el Precerámico, se fundamenta en la explotación agrícola en los valles, el pastoreo en las punas y la explotación masiva de productos del mar en las costas; si bien es cierto que cada vez ha ido tomando un papel más relevante la agricultura, en la que maíz y frijol se han sumado al acervo de plantas nativas. Este sistema se ha intensificado mediante la modificación hidráulica del territorio en las partes bajas de los valles con la creación de los sistemas de riego. Esta dilatada etapa, pues, resulta fundamental, ya que en ella se sientan las bases en las que se sustenta la civilización andina, para cuya expansión Chavín de Huantar constituirá un nexo crucial que tipifica la etapa que voy a comentar a continuación, ya que este centro significa la síntesis entre las más complejas tradiciones de la costa, del altiplano y de la selva. Durante el Horizonte Temprano (900-200 a.C.) se produce la culminación del largo proceso evolutivo anterior, que venía ocurriendo al menos en los Andes Centrales, y en menor medida en los Andes Septentrionales, desde finales del Precerámico. Esta culminación tiene su mejor expresión en la cultura Chavín, que integra rasgos preferentemente de la costa, pero también de la sierra y de las culturas de la selva. La multitud de motivos chavinoides que se han encontrado, en particular en objetos portátiles, dispersos por toda el área central andina, llevó a los arqueólogos a estimar que Chavín fue la capital de un gran estado -incluso de un imperio- integrado. Ello mismo sirvió para que se pensara que el estilo Chavín se distribuyó desde su emplazamiento original a sitios de la sierra y la costa, poniendo de manifiesto un comienzo espectacular de la civilización en los Andes. Sin embargo, en la actualidad se dispone de una óptica más contrastada, menos ingenua. La decadencia de Chavín de Huantar, durante el Intermedio Temprano (200 a.C.-600 d.C.) estuvo motivada en parte por el desarrollo de los centros regionales, más localizados, de menor extensión en su distribución, pero más centralizados políticamente y con asentamientos más densos y jerarquizados. Nos situamos ahora ante una etapa de florecimiento que ve desarrollarse las ciudades y los estados teocráticos, que organizan obras hidráulicas a gran escala en muchos valles costeros y sistemas de andenerías en la sierra. Como consecuencia de esta intensificación agrícola y del rescate de mayor cantidad de tierras arables, las poblaciones se incrementaron notoriamente y los artesanos manufacturaron excelentes cerámicas y textiles, trabajos en metalurgia y en piedra. Con la aparición generalizada del estado en los Andes Centrales, se hizo más frecuente la competición por los territorios y por la definición de las fronteras, y surgieron fortalezas y castillos para defender tales territorios. Estos acontecimientos, no obstante, están definidos por la regionalización de las respuestas adaptativas a la nueva situación. De ahí que la evidencia arqueológica nos muestre una especialización artesanal intensiva, con diferencias de prestigio que se van a notar en el registro arqueológico que define la existencia de una sociedad jerarquizada. Los investigadores denominan a esta etapa de otras maneras: Desarrollo Regional si se refieren a los Andes Septentrionales y Estados Teocráticos o Período Clásico si reconstruyen las culturas de los Andes Centrales. Se utilice una nomenclatura u otra, la evidencia más palpable es que nos encontramos ante una etapa de fuerte dinamismo cultural, caracterizada por pequeños territorios circunscritos -valles, cuencas hidrográficas, etc.-, donde la evolución cultural es más compleja en las costas que en la sierra. El final del periodo Intermedio Temprano Clásico es la consecuencia de un proceso de integración cultural entre las diferentes culturas que se habían regionalizado durante siglos en los Andes Centrales. Tal vez el cambio más llamativo es aquel que define el paso desde los estados teocráticos, que se agotan en su dinámica y expansión, a otras formaciones políticas cuyas bases son económicas y militares. Si la etapa anterior se caracteriza por una evolución desigual de los procesos culturales, a partir del siglo VIII se inicia una unificación cultural que servirá para establecer este Horizonte Medio, el cual ha sido datado entre el 500 y el 1.000 d.C. Esta gran complejidad cultural se expande poco a poco a los Andes Septentrionales, que inician su etapa de Integración Regional, con la formación de jefaturas y de sociedades rurales complejas. Los desarrollos culturales más notorios en esta región son Balao, Atacames, Manteño o Huancavilca y Milagro-Quevedo. Muy desconocida aún es la región del norte de Ecuador y sur de Colombia. En cuanto a los Andes Meridionales, se mantienen en una organización sociopolítica de tipo tribal. El agente que hace efectiva esta unificación es Huari, una gran ciudad situada sobre una inmensa meseta volcánica a 725 km al noroeste de Tiahuanaco, y a 25 km al norte de la ciudad de Ayacucho. A finales del siglo IX d.C., con la caída del imperio Huari y de Tiahuanaco, y el deterioro cultural sufrido por toda la sierra centro y sur, se inicia una regionalización cultural en los Andes Centrales, reflejándose en la aparición de varios centros de poder: Chimú, Chancay y Pachacamac. El Horizonte Tardío (1476-1525 d.C.) está definido por la formación del imperio del Tawantinsuyu a cargo de un pueblo que pasará en menos de 200 años de ser una simple formación tribal a constituir un dilatado imperio, que dominó sobre un territorio que ocupó más de 5.000 km de norte a sur. A partir del siglo XIV el estado centralizado inca asimiló desde el Cuzco grandes territorios en sus cuatro direcciones, desde los Pasto por el norte a los Picunche por el sur, y la Amazonía por el este, estando su límite de expansión al oeste definido por el Océano Pacífico. La expansión del imperio inca no se frena por otras fuerzas políticas, sino que tiene una base fundamentalmente económica; en efecto, por el norte se sitúa el límite de poblados y aldeas dispersas de agricultores simples; la Amazonía es una región inmensa con un bajo promedio de población, y ésta se dedica al cultivo de tala y roza que implica cierto nomadismo, mientras que por el sur la agricultura incipiente alternaba con grupos de recolectores. En definitiva, los límites del imperio inca se asentaron en función de la inexistencia de grupos con una agricultura bien desarrollada y, en consecuencia, con una estructura económica y un sistema productivo ambicionados desde el Cuzco. Un rasgo importante en esta rápida ascensión, que llevó a los grupos tribales del 1.300 d.C. a una sociedad imperial entre el 1.400 y 1.537, es que el proceso resultó tan vertiginoso que en la sociedad compleja van a permanecer muchos elementos que identifican su paso por la etapa tribal y por una corta época de jefatura; de manera que en la sociedad imperial se van a poder identificar.
contexto
El área comercial más dinámica, aunque no la de mayor volumen de intercambios, fue la atlántica; su base, la explotación de las colonias americanas. El dominio más extenso, a lo largo de casi todo el Continente, correspondía a España que, además, casi triplicó a lo largo de la centuria la superficie efectivamente controlada. Por el Norte se ocuparon Texas y territorios del sur de Arizona y de la Baja y Media California, a lo que hay que añadir, a raíz de la Paz de París, la Luisiana, recibida de Francia como compensación por la entrega de Florida a Inglaterra (Florida se recuperará en 1783). En el Sur continuó la penetración hacia el interior, en las actuales Venezuela, Ecuador y Colombia; se avanzó en la pacificación de la Araucania (Chile) y en la ocupación de la Pampa, mientras se iniciaba la exploración de la Patagonia. Se mantuvo un largo conflicto con Portugal por la pequeña colonia de Sacramento, situada al norte del río de la Plata, en el actual Uruguay. Fue conquistada a los portugueses durante la Guerra de Sucesión, devuelta en la paz de Utrecht, recuperada en 1750 a cambio de territorios de las reducciones jesuíticas; tras la anulación de dicho intercambio en 1761, España la consiguió finalmente en 1777 (Tratado de San Ildefonso), cediendo territorios del sur de Brasil. Aumentaba así Portugal sus posesiones por el Sur mientras se expandía hacia el interior bajo el impulso de los yacimientos auríferos recientemente descubiertos: llegó a cuadruplicar su territorio americano. Francia debió ceder a Inglaterra, en Utrecht, la bahía del Hudson, Acadia y Terranova. A lo largo del siglo prosiguió la exploración y ocupación interior de Canadá (poco sistemática, no obstante), para perderlo en la Paz de París en favor de Inglaterra (recuperaba, como consolación, las islas de Miquelon y Saint Pierre), así como algunas de las Antillas menores (Granada, San Vicente, Dominica, Tobago). Después de 1763, sus posesiones se reducían a la Guayana (apenas poblada) en tierra firme y a unas pocas islas antillanas, la más importante de las cuales era Santo Domingo. Como hemos podido ver, el balance de los dos primeros tercios del siglo fue muy positivo para Inglaterra, ampliando su presencia en el Caribe (donde ya en el siglo anterior se había asentado en Jamaica, las Bahamas y Barbados, entre otras islas) y en América del Norte, cuyas propias colonias, por otra parte, se expandieron hacia el interior también con fuerza. Y serán éstas las que terminarían protagonizando el más trascendental cambio del siglo en el mundo colonial, al conseguir su independencia en 1783. La importancia del tráfico americano se refleja en estos datos: en la década de los setenta aportaba a Inglaterra el 36 por 100 de sus importaciones y recibía el 35 por 100 de sus exportaciones; las cifras referidas a Francia en relación con las Antillas eran, respectivamente, el 40 y el 15 por 100. Pero, lógicamente, las oportunidades ofrecidas por tan inmenso territorio eran muy diversas. Canadá suministraba, ante todo, pieles -un comercio, no obstante, de limitado alcance- y, ya en las últimas décadas, la explotación maderera (sobre todo, para los astilleros de Nueva Escocia) cobró cierto vigor. Fueron fundamentales, por otra parte, las pesquerías de Terranova, Nueva Escocia, desembocadura del San Lorenzo..., en cuya explotación destacaron los franceses y los americanos de Nueva Inglaterra (más para la exportación hacia las Antillas y Europa que para su propio consumo); tras la independencia americana, se restringiría su presencia, impulsándose, en cambio, la inglesa. El ámbito esencial fue el tropical -con el Mediterráneo antillano como principal protagonista-, benefició esencialmente a Inglaterra y Francia -en menor medida, a Holanda- y se fundamentaba en la economía de plantación, generadora de actividades industriales relacionadas con el procesado de las plantas cultivadas. La observación de Josiah Child, según la cual cada inglés de Jamaica proporciona ocupación a cuatro de la metrópoli (1698) es lo suficientemente gráfica al respecto. De todos los cultivos tropicales (café, cacao, tabaco, algodón...), fue, sin duda, el de la caña de azúcar el más importante en este siglo. Jamaica, por ejemplo, producía en 1771-1775 un promedio anual de 44.000 toneladas y Santo Domingo, poco después, 80.000, decuplicándose como mínimo en ambos casos las cifras de 1700. Se caracterizaba por la existencia de grandes plantaciones muy capitalizadas que empleaban cantidades ingentes de mano de obra esclava, inscribiéndose así en un amplio "comercio triangular" que unía Europa, África y América. Armas, textiles, licores y otros artículos europeos eran intercambiados en África por los esclavos, que eran llevados a América, de donde procedían los cargamentos de azúcar con los que se regresaba al Viejo Continente. Las trece colonias tuvieron sus propias rutas triangulares: América-Mica-Antillas, participando en la trata de esclavos, o América-Antillas-Europa (Mediterráneo, Inglaterra), transportando madera, pescados y otros víveres; con cierta frecuencia, la etapa inglesa incluía la venta del barco, por un precio sensiblemente inferior (30-50 por 100) al de los europeos. Participaron también clandestinamente en el comercio con las demás colonias americanas. No obstante, eran más importantes los intercambios directos con su metrópoli, de cuyos artículos manufacturados fueron buenos compradores (su población crecía y disfrutaba de una relativamente alta renta per cápita), cuyo montante compensaban, además de los artículos propios exportados (tabaco, sobre todo, arroz, tintes y naval stores), los excedentes de los citados viajes triangulares, los beneficios de la flota (surgida al amparo de las Actas de Navegación), los seguros marítimos y las inversiones gubernamentales. Tras la independencia, y ya abolido el monopolio, el nuevo país seguiría constituyendo una magnífica salida para los productos industriales ingleses. El área iberoamericana constituía otro importante ámbito, del que procedían metales preciosos, ante todo, y también los consabidos alimentos tropicales, tintes, cueros, tabaco, perlas... Gran Bretaña pudo beneficiarse notablemente de su explotación, dada su posición privilegiada en relación con Portugal, que convirtió al complejo luso-brasileño en uno de sus principales clientes y a la isla en la principal beneficiaria del oro de Brasil. En cuanto a la América hispana, el navío de permiso fue un portillo -ampliado por el contrabando- en el monopolio metropolitano; cuando se revocó la concesión en 1739, el contrabando se intensificará (Sacramento fue un punto clave para ello), del mismo modo que los ataques a las colonias. Las continuas tensiones en Honduras, o las conquistas (algunas fugaces) durante la Guerra de los Siete Años -llegarían a organizar el cultivo de la caña en Cuba durante el corto período (1762-1763) que permaneció en sus manos- son ejemplos de ello. La vía legal, que llevaba consigo el establecimiento en Cádiz de agentes comerciales, también fue seguida por Inglaterra, si bien en la ciudad atlántica dominaban los agentes franceses. Como hemos señalado, la trata de esclavos fue un elemento esencial en los tráficos atlánticos. De orígenes ya lejanos, se intensificó notablemente durante este siglo, en el que, según los cálculos más prudentes (Ph. D. Curtin), 6.500.000 desgraciados llegaron al Nuevo Mundo (hay que sumar los muertos en la travesía) por medio de este brutal comercio en el que participaron los países más desarrollados, con Inglaterra a la cabeza (50 por 100 de los transportados), seguida de Francia (cuarta parte), Portugal y las Provincias Unidas, desplazadas ya a un lugar secundario. Puertos como Londres (aunque su gran etapa negrera ya había pasado), Bristol, Liverpool (en ascenso durante este siglo), Nantes o Burdeos debían en gran parte su fortuna al tráfico negrero. Los esclavos, generalmente, no eran capturados por los blancos, para quienes resultaba más conveniente y rentable mantener buenas relaciones con las tribus costeras. Eran éstas las que los proporcionaban, procedentes del interior y esclavizados por causas diversas (prisioneros de razzias organizadas ex-profeso o de conflictos ínter-étnicos, hombres castigados por los jefes de sus tribus...). Los europeos, pues, no necesitaron sino pequeñas factorías sin apenas ocupación territorial en la costa africana (Angola fue la excepción) como base de operaciones, desde las que cargar los barcos. Comenzaba entonces la denominada travesía intermedia (middle passage), durísima, aunque quizá no tan terrorífica como los abolicionistas propagaron generalizando los casos más sangrantes, ya que los capitanes negreros debían velar para que las pérdidas económicas (léase vidas humanas) no fueran excesivamente altas. Pero fueron habituales el hacinamiento de los esclavos en las bodegas, la utilización de instrumentos de castigo (grilletes, esposas, látigos...) para mantenerlos sumisos y, en otro orden de cosas, las enfermedades, físicas (disenterías, malarias, escorbuto) y psíquicas (depresión aguda, causante de suicidios), frente a las que los médicos de a bordo poco o nada podían hacer. Los conatos de rebelión generaban castigos ejemplares; y su triunfo (ocurrió en alguna ocasión) equivalía al suicidio colectivo: los africanos, incapaces de gobernar unos barcos demasiado complejos, quedaban a merced de las olas. Probablemente, entre una décima y una quinta parte de los esclavos embarcados falleció en la travesía del Atlántico. Que la tripulación blanca estuviera sujeta a una durísima disciplina, peor alimentada incluso que los negros y que fuera igualmente víctima de las enfermedades (y del alcoholismo), sufriendo a veces tasas más altas de mortalidad, aun siendo, como era, cierto, no puede aducirse como atenuante. Llegados a América, los esclavos, que en los últimos días de navegación veían mejorar comida y atenciones higiénicas y hasta recibían algún retoque para encubrir defectos físicos (blanqueamiento de la mercancía, se denominaba la operación), solían ser vendidos en pública subasta y llevados a su destino final. El Caribe (islas francesas e inglesas casi por igual) absorbió la mitad de los esclavos llegados a América durante este siglo; Brasil recibió el 30 por 100; la América española, casi el 10 por 100 (P. D. Curtin); los demás territorios europeos, el resto. Las duras condiciones de trabajo y de vida en las plantaciones, donde los castigos físicos eran habituales, reducían su vida, por término medio, a unos diez años y hacían necesaria su constante y rápida renovación. Siendo su crecimiento vegetativo muy débil y, en general, antieconómico: "comprar mejor que criar" era el lema-, la creciente demanda de esclavos intensificó la trata y provocó su continuo encarecimiento. El precio final de un esclavo joven y fuerte en América fue, en ocasiones, hasta treinta veces su valor en África Pero los beneficios globales de la trata eran mucho más moderados, ya que intervenían múltiples factores, desde los elevados gastos fijos y de equipamiento a aspectos coyunturales (rapidez en la carga, duración de la travesía, muertos en su transcurso...), sin olvidar los complejos sistemas de ventas a crédito y la frecuente lentitud en los pagos. Las estimaciones más serias (J. Meyer para Nantes, W. S. Unger para Middelburgo o los cálculos generales de R. Ansley) hablan de beneficios medios en torno al 10 por 100 y aun menores. Las consecuencias de la trata sobre la sociedad africana, de imposible cuantificación, hubieron de ser importantes. No sólo por lo que desde el punto de vista demográfico y económico pudo representar la pérdida de un elevado número de personas jóvenes, sino por el posible aumento de enfrentamientos bélicos intertribales y la dedicación de diversas tribus y Estados casi en exclusiva a la captura de esclavos, condicionando así su orientación económica hacia actividades no productivas. Pero también en este siglo se desarrolló lentamente una corriente de opinión contra la trata de negros y la propia esclavitud, que cuajó, ya en el último tercio, en movimientos antiesclavistas que obtuvieron algunos frutos prácticos. La formulación del principio de igualdad de todos los hombres y de la maldad intrínseca de la esclavitud fue a veces precedida y siempre reforzada por la divulgación de detalles sobre la vida real de los esclavos en los relatos de viajes y descripciones del Nuevo Mundo. En la segunda mitad del siglo: los philosophes, en general, fueron antiesclavistas, sin faltar entre ellos contradicciones y quienes, como Voltaire, aun oponiéndose personalmente a la esclavitud, eran pesimistas en cuanto a su erradicación, porque "es tan antigua como la guerra, y la guerra, tan antigua como la naturaleza humana". Adam Smith, en La riqueza de las naciones (1776), la consideró antieconómica. Llama poderosamente la atención el silencio institucional- voces aisladas al margen- al respecto de las grandes Iglesias cristianas. En cambio, algunas de las Iglesias minoritarias en Inglaterra (metodistas) y, sobre todo, en América (cuáqueros), fueron activamente antiesclavistas. Hay que añadir el decidido empeño individual de algunos escritores, juristas y políticos, americanos y europeos, y de asociaciones como la Sun tavern (1775) en Filadelfia, o las Sociedades de Amigos de los Negros (Londres, 1787; París, 1788). La tarea no era fácil. Suponía luchar contra algo comúnmente admitido, apoyado apasionadamente por los grupos sociales más influyentes y vinculado a poderosos intereses económicos. Iniciado el debate, el comercio negrero y la esclavitud se justificaron con argumentos filosóficos (inferioridad de la raza negra), económico-laborales (necesidad de mano de obra dura y habituada a las condiciones climáticas tropicales que no se habría trasladado voluntariamente), políticos (necesidad de mantener a la flota ocupada y entrenada en tiempo de paz, inconveniencia de abolir la trata en un país si no lo hacían también sus competidores) e incluso religiosos (alusiones bíblicas a la esclavitud y la cínica referencia a la salvación de las almas de los negros bautizados colectivamente al embarcar). Hubo pequeños logros, como la declaración judicial de ilegalidad de la esclavitud en Inglaterra (1772). La abolición de la trata, sin embargo, fue repetidamente rechazada en el Parlamento inglés y en el recién nacido Congreso norteamericano. Sólo algunas disposiciones (por lo demás, incumplidas sistemáticamente) trataron de suavizar el transporte y la vida de los esclavos, a lo que se añade la autorización para fundar una colonia inglesa en África (Sierra Leona, 1791-1792) que, poblada con negros liberados, reprodujera la economía caribeña. La Revolución Francesa abolió la esclavitud, aunque fue restablecida por el Imperio en las colonias (1802). La prohibición de la trata vendría escalonadamente: Dinamarca, en 1803; en 1808, Inglaterra y Estados Unidos (algunos Estados la habían prohibido con anterioridad); en el Congreso de Viena se sumaban Francia, Austria, Prusia y Rusia... Lo que, en la práctica, significaba no su desaparición, sino el inicio de la todavía larga etapa del contrabando y la semiclandestinidad.
acepcion
Espacios geográficos donde una serie de pueblos o comunidades comparten rasgos culturales similares. Este concepto fue utilizado por primera vez por C. Wissler.
acepcion
Rasgos y pautas comunes de un espacio o zona geográfica que definen la relación entre las sociedades y permiten la formación de una tradición común.
contexto
Las áreas culturales de América del Sur se están redefiniendo en la actualidad, de ahí que existan contradicciones en la literatura arqueológica a la hora de establecer sus límites y de encajar en ellas desarrollos culturales. Estos problemas afectan a la inclusión o exclusión de amplias zonas de Venezuela, Colombia y Ecuador en el concepto de Area Cultural Andina, las cuales han pertenecido -en el esquema clasificatorio de las culturas americanas confeccionado por Willey- al Area Intermedia, tal como fue definida por Rouse. En la actualidad, estos territorios se consideran una faceta septentrional del Area Andina, con las consecuencias organizativas y sociopolíticas que ello conlleva, habiéndose establecido las siguientes subáreas: Extremo Norte (regiones altas de Venezuela y Colombia). Andes Septentrionales (Sur de Colombia, Ecuador y Norte de Perú). Andes Centrales (Perú). Andes Centro-Sur o Circum Titicaca (regiones en torno al lago Titicaca de Bolivia y Perú). Andes Meridionales (Centro de Chile y Noroeste de Argentina) Extremo Sur (Araucania) Como es lógico, estos territorios no participaron en la civilización andina a lo largo de toda su secuencia, sino tan sólo en determinados momentos de su historia; en particular durante la superposición inca, que logró ciertos niveles de unificación económica, política y cultural a lo largo de toda la cordillera andina. De modo que nuestra línea de argumentación prestará más atención a los acontecimientos ocurridos en los Andes Centrales y CentroSur, cuyo conocimiento será ampliado con datos relevantes procedentes de otras regiones, consideradas aquí de manera secundaria.
obra
Fotografía cedida por la Sociedade Anónima de Xestión do Plan Xacobeo