En la decoración de la sacristía del convento de San Jerónimo de Sevilla -además de las tentaciones de San Jerónimo- se incluía una serie de personajes vinculados con la Orden Jerónima entre los que se aparece Fray Hernando de Talavera, confesor de Isabel la Católica, obispo de Avila y primer arzobispo de Granada. Valdés Leal le pinta con la muceta de color verde característica de los obispos sobre su hábito de fraile jerónimo. La figura se sitúa ante un fondo arquitectónico que deja ver al fondo una de sus predicaciones a los moriscos granadinos, a los que quiso convertir a través del convencimiento y alejándose de la fuerza que más tarde empleará el cardenal Cisneros. La expresividad del rostro es uno de los grandes logros del maestro, creando un gesto de cierta teatralidad al abrir los brazos. Los inteligentes ojos del fraile llaman poderosamente nuestra atención, permitiendo contemplar un rostro lleno de arrugas y de buenas intenciones.
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Fray Hortensio Felix Paravicino había nacido en Madrid en 1580, obteniendo a los 21 años la cátedra de Retórica de la Universidad de Salamanca y a los 36 el nombramiento de predicador de Felipe III. Gozó de enorme fama como poeta, siendo íntimo de Góngora, escribiendo en varias ocasiones sonetos en honor de El Greco, con quien le uniría una estrecha amistad. El fraile trinitario se nos presenta en este retrato en primer plano, casi de cuerpo entero, de frente, con apenas un ligero giro de cabeza. Viste el hábito blanco y negro de su Orden, adornado con la cruz roja y azul que otorga una nota de color al conjunto. La figura se recorta sobre un fondo neutro en el que se aprecia la capa rojiza sobre la que el pintor trabajaba, ya que la aplicación del óleo es cada vez más leve. El centro de atención es el rostro del fraile, donde exhibe su personalidad. Sus ojos reflejan la inteligencia que caracterizó a este hombre. Con su mano izquierda sujeta un enorme libro acompañado de un pequeño misal en el que introduce uno de sus dedos. A pesar de la pincelada suelta que emplea Doménikos, las calidades de las telas están especialmente conseguidas, destacando el cuero del respaldo de la silla. Los tonos claros y oscuros contrastan perfectamente en uno de los mejores retratos del cretense, en donde se aprecia el cariño y la simpatía que sentía por su amigo.
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El padre Jerónimo Pérez se encuentra en la Real Academia de San Fernando, junto con otros lienzos que retratan a monjes mercedarios: Fray Francisco Zumel, Fray Pedro Machado... Como ellos, fue pintado para el convento de la Merced Calzada, ubicándose en su biblioteca. De los ocho monjes de la serie, tal vez sea éste el de más destacada calidad. Observando los monjes podemos apreciar la intención diferenciadora de Zurbarán ante un tema tan monótono como es la repetición de los hábitos blancos. Fray Jerónimo está encapuchado y escribe sus libros de teología; su expresión es de concentración y el rostro parece un auténtico retrato del natural. Su figura blanca destaca con fuerza contra un fondo oscuro por completo, en el mejor estilo del Naturalismo tenebrista. La figura, de tremenda estabilidad por su esquema piramidal, se encuentra apoyada estructuralmente por la mesa con la tela roja. Este elemento introduce una nota de color y variación al tiempo que presta su apoyo a la composición.
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Nos encontramos ante uno de los espíritus más satíricos de la Ilustración. Muy buen amigo de Goya - incluso le aconsejaba en algunas ocasiones - este teólogo, escritor, predicador y crítico literario aparece representado sobre un fondo neutro, vestido con amplios ropajes oscuros donde no encontramos ningún detalle para no desviar nuestra atención del excelente rostro, buen ejemplo de los retratos goyescos en los que la personalidad del modelo inunda el lienzo. La cabeza ha sido pintada a base de pequeños toques de pincel, iluminándola y enmarcándola con el negro bonete y el traje talar. Los ojos de fray Juan llaman nuestra atención exaltando la vitalidad de una de las mejores cabezas pintadas por Goya.
Personaje
Pintor
Fray Juan Ricci despuntó como pintor en el Barroco Español junto a su hermano Francisco Ricci. Su padre, Antonio, también fue pintor, llegado desde Italia para trabajar en la decoración de El Escorial a las órdenes de Federico Zuccaro. Antonio se casó con una española y se instaló en Madrid donde nacerían Juan (1600) y Francisco (1614), castellanizando su apellido como Rizi. El aprendizaje del joven Juan se debió realizar con su padre, aunque parece que frecuentó asiduamente el taller de Juan Bautista Maíno. En 1627 ingresó en la orden benedictina, realizando la mayor parte de su obra para los monasterios en los que residió: Irache, Silos o San Millán de la Cogolla, entre otros. En 1662 se traslada a Roma y en 1670 a la abadía de Montecassino, donde falleció en 1681. Su estilo realista tiene ecos de Zurbarán y Velázquez, como se puede apreciar en la Cena de San Benito. También es destacable como escritor de tratados de teología, geometría, arquitectura y pintura. Llegó a ser predicador general de su orden e incluso parece que fue propuesto para obispo.
Personaje
Literato
Religioso
Su nombre de pila era Luis de Sarriá, aunque fue conocido como Fray Luis de Granada. Huérfano de padre desde que era un niño, entró a trabajar como paje al servicio de Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla. Su educación discurrió en un monasterio y luego se trasladó a Valladolid al colegio de San Gregorio. Allí, entró en contacto con Melchor Cano. A comienzos de los años cuarenta, entabla una estrecha amistad con Juan de Ávila, de quien sería su biógrafo. En estos años fue nombrado vicario del convento de Santo Domingo de Scala Dei de Ávila. Fue un destacado predicador. Hacia 1547 fundó el monasterio de Badajoz. En este lugar escribió su "Guía de pecadores", de contenido didáctico, cuyo fin era la difusión de las ideas cristianas. Otro de sus libros más famosos fue el "Libro de la oración y meditación" del que se ha dicho que se pudo inspirar en el de Fray Pedro de Alcántara o viceversa. En éste ejemplar aborda las cinco partes de la oración a través de catorce meditaciones estéticas. Mientras residió en Portugal fue confesor real. Su labor literaria se completa con "Libri sex ecclesiasticae rhetoricae ", "Compendio de doctrina cristiana", "Memorial de la vida cristiana", "Vida de doña Elvira de Mendoza" e "Introducción del símbolo de la fe", donde recurre a San Ambrosio, San Basilio y Teodoreto. Por otra parte, tradujo una obra de Tomás de Kempis.
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Cuando fray Pedro estaba fuera de la habitación donde el "Maragato" había encerrado a sus rehenes agarró con su mano derecha el cañón de la escopeta que tenía el bandido, empezando un forcejeo del que salió favorecido el fraile gracias a su corpulencia. En esta tercera tabla de la serie, fray Pedro y el bandido inician su lucha por el control del arma, observándose los zapatos que el "Maragato" quería tirados en el suelo - véase Fray Pedro desvía el arma - . Los rápidas trazos con que Goya ha aplicado la pintura acentúan la sensación de pelea y de tensión, creándose un atractivo ambiente. La continuación de la historia vendría en Fray Pedro golpea al "Maragato".
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Los disparos de fray Pedro provocaron la caída y la detención del "Maragato" procediendo después a atarle y a calmar los ánimos de los hombres que había encerrado el malhechor a su llegada a la venta - véase El "Maragato" amenaza a fray Pedro -. Según cuenta la historia publicada en Madrid al poco de producirse estos hechos el bandido dijo al fraile: "¡ah Padre! ¿quién diría que cuando yo le amenacé con la escopeta para que entrase en la casa, y vd. entró con la cabeza y los ojos baxos, que me había de jugar esta tración? El Padre le respondió: ¡ay amigo! aunque en lo exterior mostraba humildad, en lo interior tenía toda la ira de Dios". El "Maragato" fue trasladado a Madrid donde fue condenado a ser ahorcado y descuartizado el 18 de agosto de 1806. La cabeza y los cuartos de Pedro Piñero fueron expuestos en los caminos donde cometió sus delitos y cinco meses después sus restos recibieron cristiana sepultura. Pintando sobre la marcha, Goya demuestra su facilidad con los pinceles, encumbrándose en el número uno de su tiempo en el arte de pintar retratos y escenas de género.
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Cuando el "Maragato" tenía a todos sus rehenes encerrados en una habitación decidió cambiarse los zapatos, obligando al guarda que le entregara los suyos. Fray Pedro observó que era el momento de actuar y, encomendándose a Dios, a María y a San Pedro de Alcántara, le entrego sus zapatos saliéndose del cuarto donde estaba encerrado. El bandido encañonó al fraile y éste le entregó los zapatos. Así observamos a Fray Pedro con un par de zapatos en su mano izquierda y el "Maragato" apuntando su escopeta al bueno de fray Pedro. La historia se continua en la siguiente escena titulada Fray Pedro arrebata el fusil. La rapidez de Goya a la hora de trabajar se aprecia en las largas pinceladas y la casi ausencia de dibujo.