La distante y fría imagen del Creador como supremo juez del universo, propia de los tiempos altomedievales, dejó paso a partir del año 1000 a la de un Cristo sufriente, redentor de la humanidad pecadora. Junto al Salvador, la Virgen, los apóstoles y los santos atestiguaban el continuo amor de Dios a los hombres, hasta el punto de que éstos entendieron a partir de entonces la fe como una emulación creadora de tales figuras celestiales; modelos de referencia universal, cimentaron también nuevas formas de práctica religiosa.
Busqueda de contenidos
contexto
La distante y fría imagen del Creador como supremo juez del universo, propia de los tiempos altomedievales, dejó paso a partir del año 1000 a la de un Cristo sufriente, redentor de la humanidad pecadora. Junto al Salvador, la Virgen, los apóstoles y los santos atestiguaban el continuo amor de Dios a los hombres, hasta el punto de que éstos entendieron a partir de entonces la fe como una emulación creadora de tales figuras celestiales; modelos de referencia universal, cimentaron también nuevas formas de práctica religiosa.
contexto
Las relaciones entre griegos y bárbaros se resuelven en la aparición de formas específicas de dependencia derivadas de la evolución de las ciudades griegas y de la integración de las poblaciones bárbaras, colectivamente sometidas en la época anterior dentro de los reinos orientales. Principalmente en Oriente, la tierra, fuera cual fuese el sistema de propiedad dominante, estaba trabajada por masas de campesinos que habitaban en ella y que aportaban ganancias a las clases dominantes a través del tributo, al Rey o al templo, a la comunidad ciudadana o a los particulares, ganancias que se distribuían a través de las ciudades, de forma que el colectivo urbano resultaba en cierto modo beneficiario, como explotador de los laoi o masas campesinas, y de este modo se creaba una diferencia antagónica entre la chora y el asty, entre campo y ciudad. En las ciudades de tradición griega se conserva, sin duda, el sistema esclavista clásico. Sin embargo, en éste se han producido algunas transformaciones que vienen a ser confluyentes con las formas de dependencia de procedencia oriental. Las mismas prácticas vinculadas a las más venerables tradiciones griegas, como son las manumisiones de esclavos llevadas a cabo en el santuario de Delfos, tienden a establecer cláusulas que facilitan la conservación de la dependencia de los libertos, obligados por la paramoné a prestar servicios a los antiguos dueños. De este modo, también desde la institución esclavista se consolidan formas de dependencia de personas jurídicamente libres que definen la nueva situación del mundo social en el Mediterráneo oriental.
contexto
Las soluciones figurativas del futurismo, que se ocupaba de la velocidad y la sucesión, son sobre todo, soluciones técnicas novedosas para temas candentes en la era de la máquina, el cine y la fotografía, y que le permitían presentarse como gestor absoluto de la modernidad. El análisis futurista del movimiento tiene dos vertientes complementarias. Una se ocupa del movimiento relativo. En cuadros de Balla, como La mano del violinista o el titulado Dinamismo de un perro (1912), encontramos ejemplos elocuentes. El movimiento relativo es el movimiento fáctico de un objeto, y se transcribe mediante una imagen sintética del movimiento: simultaneidad de elementos sucesivos. Se trata de la comprehensión de diversas fases, o de representaciones de un caballo con veinte patas, o un perrito y su propietario, como éstos, dotados de tantos pies como caben en la imagen.El otro componente en el análisis figurativo del movimiento son las líneas dinámicas o linee-forze, a las que nos referíamos a propósito de Velocidad del automóvil de Balla. Nos remiten al movimiento inmanente de los objetos en el espacio, por la relación de unas fuerzas dinámicas para con otras. Se trata de formas dinámico-abstractas que configuran el movimiento de la atmósfera, o la penetración dinámica del espacio. Podemos poner como ejemplo el conocido cuadro de Carrà Los funerales del anarquista Galli (1911). No encontramos en él diagramas que transcriban el movimiento relativo de los objetos, pero sí un entramado de tensiones dinámicas de las figuras en relación a su periferia.Estas configuraciones del dinamismo de la atmósfera deben mucho a la experiencia cézanniana en la representación del espacio. Puede atestiguarlo El bebedor pintado por Boccioni en 1914. Ahora bien, los futuristas abandonan completamente el interés por las cualidades perceptivas y la realidad objetiva de los elementos representados. Su nulo interés por la realidad de los objetos diferencia radicalmente sus propuestas de las del cubismo. Dijeron que las líneas de fuerza eran "la síntesis de lo que uno recuerda y ve", con lo que trataban de recrear una acción más que de contemplar una forma. Con todo, en la composición del cuadro en base a líneas dinámicas, más que la herencia de la utilización simbolista de los ritmos lineales, prima sobre todo la lectura que los futuristas hacen de la analítica formal cubista, sobre todo por los trazos y estilemas que emplean. Aunque su comprensión fue bastante parcial y sesgada, incluso desagradecida, es evidente que incorporaron numerosos aspectos del cubismo a la sintaxis futurista, en especial Boccioni y Severini, además de Soffici. Carlo Carrà cultivó el papier collé, con intenciones novedosas, eso sí. Sólo que nunca renunciaron del todo a las posibilidades del divisionismo. Además, el lenguaje abstracto, la representación de ideas les atraía demasiado.La formación del cuadro sobre base de las relaciones dinámicas de las linee-forze, conduce a experiencias plenamente abstractas. El tema muchas veces resulta de la conexión entre diversos ámbitos de la realidad, subjetivos y objetivos. En ella se desarrollan las combinaciones formales. En un cuadro de Severini como Tren blindado en marcha (1915) hay, sobre todo, composición dinámica. En el plano objetivo reconocemos, desde luego, la vida en la sociedad belicista mecanizada.
contexto
Las nuevas tendencias en la economía mediterránea, que apuntaban al desarrollo de la producción del hierro, mineral más abundante que el cobre y el estaño, aumentaron los intereses por los metales preciosos y sobre todo por la plata, fuera por su valor de prestigio o de cambio. Para algunos investigadores, como Aubet, entre las causas que propician la colonización fenicia está precisamente la búsqueda de nuevas fuentes de abastecimiento de plata, porque el Próximo Oriente, y sobre todo, Asiria y Tiro habían evolucionado hacia un sistema con unidades que actuaban como valor de cambio. Con esta perspectiva mercantilista, las fluctuaciones del mercado por la abundancia o escasez de los metales en general y de la plata en particular, habían terminado por ordenar todo el sistema económico en función de las rutas mineras y de los focos de abastecimiento. En un plano más coyuntural, entre finales del siglo IX y finales del VIII a.C. se produjo una escasez de plata en Asiria, quizá por el cierre del mercado mineral anatólico; desde esta fecha, la demanda del mercado provocó la búsqueda de nuevas fuentes de plata en el Mediterráneo. Desde una perspectiva formalista como la expuesta, es interesante constatar que las dos grandes culturas que destacan en el ámbito centro-occidental mediterráneo, son los etruscos y sus antecedentes villanovianos en el foco italiano y los tartesios en el andaluz, siendo ambos focos ricos en el ámbito de la minería. Del primero llama la atención la localización de la colonia griega de Pithecusa en su ámbito inmediato, en tanto que de los segundos parece definitiva la disposición de Gades. Conviene resaltar que estos evidentes y tempranos contactos, en ninguno de los dos casos supusieron una actitud de ingerencia por parte del colonizador en materia de política interna, es más, ambas unidades políticas siguieron sus propias estrategias expansivas como lo demuestra el caso de Etruria hacia la desembocadura del Po, en la costa adriática o, en el caso tartésico sus relaciones con los focenses, competidores del mundo mercantil fenicio-cartaginés a fines del siglo VII a.C. o, en esa misma fecha, su expansión hacia las fuentes del Guadalquivir, para controlar la zona minera de Cástulo. En realidad, ambos núcleos y sus periferias lacial y mastiena en cada caso, viven en la segunda mitad del siglo VII a.C. los efectos de la presencia colonizadora en sus inmediaciones, pero también su propio desarrollo político y económico, lo cual se hace notar en el rápido enriquecimiento de algunos enterramientos. Todo ello contribuye a explicar socialmente los amplios cambios económicos y culturales del periodo orientalizante. Para valorarlo se puede seguir, como caso paradigmático, la evolución de la necrópolis lacial de la Osteria dell'Osa. Durante la fase II Lacial (900-770 a.C.) se observa la convivencia de dos tipos de ritual; uno de incineración, con las típicas urnas en forma de cabaña, características de la cultura villanoviana, y otro de inhumación. En opinión de Bieffi Sestieri, al primer tipo de ritual sólo se adscriben individuos masculinos adultos, en tanto que en las de inhumación se pueden identificar individuos de cualquier sexo y edad. Las armas (lanza o lanza asociada con espada) sólo están presentes en el primer tipo de ritual, lo que hace presumir que sus usuarios constituyen un grupo relativamente destacado de los demás. Las mujeres, por su parte, siguen un doble sistema de ajuar y disposición espacial dentro del ritual de inhumación: las de más edad cuentan con ajuares homogéneos pero más pobres que las jóvenes, mientras que, por el contrario, se disponen más cerca de las sepulturas de incineración masculinas. En conjunto, se observan dos grandes núcleos de tumbas de incineración con sus correspondientes enterramientos de inhumación alrededor, que se diferencian a su vez en la composición de los ajuares y que definen, según sus investigadores, dos familias extensas distintas, regidas por fórmulas de edad y sexo. En la fase III Lacial (770-730/20 a.C.), se inicia un proceso intencional de concentración y superposición de un grupo de tumbas, en tanto que se observa cómo otras forman grupos dispersos, lejos del grupo central concentrado. El hecho, sin embargo, no afecta a la distribución de la riqueza en los ajuares de los diferentes grupos, si bien el enriquecimiento general es significativo respecto a la fase anterior, en productos de bronce y, desde luego, en armas que ahora aparecen en todas las tumbas masculinas, aunque sin responder a un plan que no sea la edad. Al final del periodo, una de las tumbas comienza a mostrar signos de enriquecimiento superior al resto, por la aparición en su ajuar de yelmo, escudo y carro. Durante la fase IV A Lacial (720-630), las tumbas se hacen mayores y más orgánicas, mostrando el área de deposición de los objetos personales y distintivos del sexo y la zona del ajuar; asimismo, comienzan a advertirse enterramientos dobles o triples, asociando sexos opuestos. Respecto a la estructura espacial, se siguen definiendo grupos y comienzan a aparecer los primeros túmulos y pseudocámaras. La estructura de la necrópolis se hace mucho más compleja y orgánica, mostrándose ahora diferencias en la presencia de armas en las tumbas normales (lanzas o lanzas y espadas), y sobre todo la aparición de las tumbas principescas no sólo en la Osteria dell'Osa, sino en casi todas las necrópolis conocidas. En Laurentina, una de las tumbas contiene un enorme conjunto de piezas de bronce y hasta 115 vasos. El carro y las importaciones etruscas, griegas y fenicias se generalizan en los grandes enterramientos. La fase IV B Lacial (630-580) reduce significativamente las grandes concentraciones de objetos en los ajuares, aunque, desde el punto de vista de la estructura de enterramiento, consolida la cámara como la forma constructiva propia del grupo social dominante. En la Península Ibérica el proceso no ha podido seguirse como en el Lacio, pero los enterramientos principescos se confirman a lo largo de los siglos VII y VI a.C.; así se observa en la tumba 17 de La Joya, en la misma ciudad de Huelva, con la aparición de un carro y una arqueta de marfil de importación, dentro de un importante ajuar. Un caso de gran interés se documenta en la provincia de Sevilla, en el túmulo A de Setefilla, donde la disposición del espacio es igual que la lacial en el momento de cambio del ritual de enterramiento, si bien al contrario, ya que la inhumación se dispone en el centro del túmulo, en tanto que las incineraciones, con ajuares más pobres en las que sólo destacan los cuchillos de hierro, se disponen a su alrededor. En el siglo VI a.C., el enterramiento de Pozo Moro en Chinchilla -en la zona suroriental de la Meseta-, en territorio mastieno, nos muestra un tipo de tumba monumental de fines del siglo VI a.C. con un relieve que rememora el mito de Gilgamesh, y que constituye el nivel jerárquico superior de enterramientos, mientras en una escala inferior se establecerían los enterramientos con pilar y sobre él una escultura, normalmente de animal.
contexto
El tipo de arquitectura clásica para la explotación de las tierras fue la de la villa, cuyos possesores solían ser ricos propietarios que, tal como hemos dicho, tenían a su servicio un amplio espectro de individuos de diferente condición social. La existencia de las villae debe ser entendida como núcleos o centros de explotación agrícola y ganadera, a la vez que lugares de residencia donde el propietario disfrutaba de sus momentos de otium. Estas características condicionaban su edificación. Por un lado se necesitaba una parte residencial, por regla general, construida con gran solidez y ornamentada con los gustos propios de la época, mosaicos y pinturas alusivos a la vida cotidiana y a la mitología tradicional. Las planimetrías que se han podido estudiar gracias a la arqueología, aun siguiendo las directrices establecidas por Vitrubio, han proporcionado una gran variedad de tipos, donde la galería de fachada o el pórtico sobre un gran peristilo son los elementos más notables y aluden directamente a las funciones que requería la vida del propietario en su residencia en el campo. El otro gran sector de la villa, lo que se denomina la pars rustica, estaba destinada a albergar las dependencias del almacenamiento, los establos y los productos de la explotación, además de las habitaciones de los campesinos, cuando éstos vivían en la propia villa y no en lugares dispersos cercanos a la propiedad. Uno de los ejemplos constructivos más tardíos lo encontramos en la villa de Pla de Nadal (Ribarroja del Turia, Valencia). La edificación en sí misma corresponde a la parte residencial, y otros restos, muy fragmentarios, permiten detectar la pars rustica. Las estructuras documentadas muestran una construcción rural cuya planta -40 metros de largo por 30 metros de ancho- responde a las villae con galería y torres angulares abiertas sobre un peristilo. Los restos constructivos y escultóricos hacen suponer que se trataba de un edificio de dos plantas. Los fragmentos de escultura hallados están tallados en piedra calcárea y presentan todos el mismo tema ornamental: flores de acanto, esquematizaciones vegetales y venerae. A pesar de la clara tradición constructiva romana, esta ornamentación arquitectónico-decorativa, por sus paralelismos con otros talleres escultóricos, sitúa la construcción de este edificio a finales del siglo VI con un período de utilización, al menos, a lo largo del siglo VII. Este conjunto de Pla de Nadal plantea una nueva vía de investigación en las construcciones rurales de nueva planta, paralela a la de las transformaciones o remodelaciones de las Villae edificadas en tiempos anteriores. De nuevo la información proporcionada por las pizarras de la Meseta central resulta de especial interés para conocer la organización de los hábitats en zonas de carácter esencialmente rural. La documentación ofrece un panorama verosímil, aunque de difícil constatación arqueológica, puesto que tal como hemos visto lo que mejor conocemos por el momento son las grandes estructuras de las zonas residenciales de las villae. Es muy posible que todas las categorías de hábitat establecidas gracias a la lectura de las pizarras conciernan a una población campesina de esclavos o siervos dedicados al trabajo y explotación de las tierras, y no precisamente a los siervos domésticos, que, como veremos más adelante, vivían en el ambiente familiar de los propietarios. Si bien estos documentos han permitido profundizar en el sistema vertebrador del hábitat rural, nada o prácticamente nada aportan sobre el sistema de regulación administrativa o gubernamental. En alguno de estos textos se lee el término locum, que parece utilizado como sinónimo de villa. Este vocablo, en cambio, se documenta en una pizarra tardía -de mediados del siglo VIII y procedente de Carrio (Asturias), pero cuya realidad social debe entenderse en el mismo contexto y como continuación de la época que nos ocupa-, como sinónimo de villa o aldea, y en oposición a civitas que también se lee en la misma, junto a avitaciones (por habitationes), como sinónimo de casas o similar. La palabra casa -posiblemente choza o alguna construcción pequeña- aparece en otra pieza, ya del siglo VII, frente a la más habitual y de mayor categoría de domus. Si intentamos establecer un orden jerárquico en los núcleos de hábitat, creemos que en primer lugar encontraríamos las civitates con su correspondiente territorium y otros núcleos de población de tipo urbano que no tienen el status de civitas. Seguidamente nos encontramos con los vici, los pagi, los castella y los castra. Respecto a este último tipo de concentración, las pizarras las mencionan, aunque se hace difícil saber si se trata de campamentos o de aldeas, aunque lo más probable es que se refiera a esto último. La arqueología ha proporcionado un documento excepcional para el estudio de este tipo de aglomeraciones que responden a poblados o campamentos fortificados. Se trata del emblemático yacimiento de Puig Rom, situado en un punto estratégico del Golfo de Rosas en la actual provincia de Gerona. Aunque las excavaciones están todavía en curso, se ha podido detectar una estructura muraria de cerca de dos metros de ancho recorrida por una serie de torres cuadrangulares que, además de servir como puntos de vigilancia sobre el golfo y el paso pirenaico, proporcionan una mayor solidez a la estructura en sí. En el interior se disponen pequeñas construcciones que responden a las habitaciones o viviendas. Los materiales hallados hablan más de una población civil que militar y se puede fechar el conjunto en el siglo VII. La possessio -término que se lee en la pizarra que contiene un documento de venta y que mencionamos al hablar del reparto de tierras-, corresponde a la propiedad o heredad. Dentro de ella se debieron situar diversas construcciones. En primer lugar la domus, término que se halla frecuentemente sustituido por el de casas, aunque este último puede reemplazar también el de habitationes, se entiende habitaciones de la parte residencial de una villa, a no ser que se refiera a las habitaciones donde se alojaba la mayor parte de la población servil. Cabe imaginar que esta población debió vivir, de forma más o menos individual, efectivamente en las tierras que estaba explotando y no lejos de la estructura para albergar al ganado o los animales de corral. Nos referimos a corte, término empleado para definir el establo o el corral. En relación con este término hay un documento en pizarra del máximo interés porque, además, supone el pago de unas especies en régimen de hospitium de unos individuos al dominus propietario, en la línea que antes hemos mencionado de relación de campesinos o esclavos con los propietarios de las tierras: "Notitia in qua ordenatu est quos (...)/ consignemus Simplicio, id est, VI ses(...) / cum agnus suus det scrova una, vacca una / hospitio Matratium quum pariat in corte / domni sui Valentini, vitulas duas, / triticu modios XXV". (Noticia en la que se ordena a quienes (...) Notifiquemos a Simplicio, esto es, 6 seis(?) (...), con sus corderos entregue una puerca, una vaca por régimen de hospitalidad, a Matratio, cuando (la vaca) para en el establo de su señor Valentino, dos terneras, 25 modios de trigo). Dentro de lo que es el paisaje rural, su ocupación, organización y disposición, hemos de hacer referencia obligada a la aparición de una serie de centros de culto que se disponen, o bien en las propiedades privadas de las villae, o bien en los núcleos de hábitat de los que hemos hablado. También cabe señalar la abundante existencia de centros monásticos, que conocemos a través de las fuentes textuales, pero no a través de la arqueología. Hemos hecho ya mención de los diversos problemas que plantea el resultado de las excavaciones arqueológicas y los estudios de determinadas construcciones arquitectónicas de tipo religioso. Queremos ahora incidir en la problemática planteada por esta arquitectura esencialmente rural, puesto que forma parte del paisaje y de la vida cotidiana de los individuos que pueblan las zonas rurales. En primer lugar cabe señalar que muchos edificios de culto presentan problemas de datación, particularmente todos aquellos que han sido fechados a partir, y por comparación, con la inscripción de dedicación de la iglesia de San Juan de Baños (Palencia). Esta fue ofrecida por el monarca Recesvinto a San Juan Bautista, en el año 661, y hemos estudiado su inscripción en el momento de hablar de la plasmación del ejercicio del poder, pues se trata de uno de los mejores ejemplos a este respecto. Estas fundaciones eclesiásticas de patrocinio real en el medio rural no dejan de sorprender y su valoración se hace difícil. Por otra parte, los conjuntos como San Pedro de la Nave (Zamora) y Quintanilla de las Viñas (Burgos), no permiten avanzar en el análisis cronológico de carácter arqueológico, debido a las sucesivas intervenciones. La aplicación de criterios estilísticos o de pura historia del arte no son lo suficientemente sólidos para llegar a la perfecta comprensión de su edificación. Así, por ejemplo, la semejanza de su planta con otros edificios de la misma época, la filiación de los motivos ornamentales y figurativos con otros materiales, etcétera, nos sitúan en un abanico cronológico excesivamente amplio para que podamos afirmar con absoluta fiabilidad su verdadero horizonte cultural. Todo ello son temas que se están planteando actualmente y rompen en cierta manera con las valoraciones de tipo arqueológico que se han venido defendiendo hasta hoy. A pesar de todo lo expuesto, se puede afirmar, en cierto modo, que la organización dispersa del hábitat obligaba a la existencia de una serie de edificios de culto, que pueden aparecer de forma aislada, formando parte de una propiedad, o bien dentro de los conjuntos monásticos.
contexto
El complejo sistema de redes para mover los productos manufacturados que Europa tejió durante la primera mitad del primer milenio, es algo que por el momento desconocemos en detalle, si bien se sabe de sus efectos, ya que la presencia de un producto como el ámbar báltico se deja sentir en las áreas mediterráneas y, del mismo modo, una manufactura griega o etrusca puede llegar a documentarse más allá de los territorios alpinos. Recientemente se han abierto paso dos lecturas diferenciadas del fenómeno: Rowland, Champion y otros autores anglosajones han defendido que si las nuevas estrategias económicas tuvieron éxito, debieron producir un sensible aumento de la demanda y, consiguientemente, de la producción; esta práctica definió un modelo social jerárquico, que para su adecuada reproducción inició una estrategia de exportación del excedente, para importar manufacturas exóticas y de prestigio, que reducirían en su circulación y distribución a los grupos que tendrían posibilidad de poseerlas. Este factor, al que contribuyeron, por otro lado, los intereses mediterráneos y, en general, los de toda Europa, en poco tiempo hizo posible no ya la reproducción de los diferentes modelos sociales, sino incluso un proceso dirigido a aumentar las diferencias internas en el seno de las comunidades sobre la base de la tesaurización tal y como se sigue en los ajuares de los enterramientos. Frente a ellos, Wells ha sostenido otra posición, al defender que la presencia de los productos manufacturados mediterráneos en los asentamientos centroeuropeos es el efecto generado por el sistema mercantil griego, que influye sobre determinados individuos que se enriquecen por su papel de intermediarios, al tiempo que incentivan el desarrollo artesanal y agrario en Centroeuropa. La doble hipótesis se sigue muy bien cuando se interpreta desde ambas la presencia de la gigantesca crátera de bronce, de 208 kilogramos en la tumba de Vix; para los partidarios de la primera teoría, esta pieza sólo se entiende en el marco del sistema de competencia entre diferentes sectores sociales y su apropiación supone el refuerzo de quien la posee ante su propia comunidad y sus vecinos de igual rango social; por el contrario, para Wells la crátera es un encargo de un rico negociante deseoso de poseer una vasija extravagante. El citado caso de la tumba de Vix es un túmulo situado al pie del asentamiento de Mont-Lassois, que contenía una cámara de madera donde se había depositado el cuerpo de una mujer de treinta años con un torques de oro; junto a ella se dispuso un carro de cuatro ruedas, tres recipientes de bronce etrusco, una copa ática de figuras negras y la impresionante crátera de bronce que debió ser montada en el lugar. Se trata, sin duda, de una tumba principesca, exponente, por tanto, del más alto nivel social de la comunidad a fines del siglo VI a.C. Algo más al sureste, en Baden-Wurttemberg, está el túmulo de Eberdingen-Hochdorf, fechado a fines del Hallsttat D1, es decir, hacia el último cuarto del siglo VI a.C. El túmulo había sido construido con turba y loess y revestido en sus más de cincuenta metros de diámetro por piedra y postes de madera. En su interior, el enterramiento central había sido construido de madera y recubierto de piedra. E1 ajuar, uno de los más ricos conocidos de esta fase, no se componía de muchos materiales de importación, salvo un caldero griego de bronce, pero en su interior contenía un cazo de oro, y fuera un total de nueve cuernos con adornos de oro colgados de la pared, que estuvo revestida de tejidos. Se localizó un carro y una panoplia de guerrero, compuesta por un hacha, un cuchillo y una lanza; sobre el carro se habían depositado nueve bandejas y tres platos de bronce, pero sobre todo destacaba una cama de bronce con respaldo y restos de tapizado sostenido por ocho soportes en forma de mujer. El individuo enterrado era un hombre de unos cuarenta años, provisto de un sombrero cónico de cortezas de abedul, un torques de oro, una placa de cinturón, un carcaj, un puñal con una capa de oro y unos zapatos también bañados en oro. En total, contenía un peso en oro de medio kilogramo. En Hochmichele, por citar un tercer caso, en el ámbito de Heuneburg y en un gran túmulo de 65 metros de diámetro, junto a los ricos productos citados se documentó seda. En una clasificación de las tumbas por la riqueza, llevada a cabo por Collis, se señala que en la cúspide de la pirámide social se situaría el grupo de grandes tumbas principescas como las descritas. Un segundo nivel estaría representado por las tumbas con carro, bronce y cerámica local, pero ya sin oro; el tercero lo conforman las tumbas donde estuviera ausente el carro y la cámara, el hombre se acompañaría de la panoplia guerrera, una lanza y un puñal de hierro, y en las mujeres las fíbulas. Este grupo podría haber contado aún con sus propios túmulos. A partir de los estudios realizados en Asperg, se infiere también una serie de matices sobre las tumbas femeninas en relación a la edad y posiblemente al estatus del marido, que se expresaría por el número de fíbulas. Por la distribución de los materiales importados en el primer nivel de los enterramientos, se puede seguir la distribución macrogeográfica de estas tumbas; de este modo, sabemos que la concentración fundamental se desarrolló entre el Macizo Central francés y el Alto Sena por el norte, y el área de la Selva Negra por el este. Al norte de esta línea sólo se alcanzará la magnitud de los enterramientos citados en el siglo V a.C., durante La Tène A, pero ya el ajuar acompañante de los carros no contendrá objetos excepcionales como la crátera de Vix o el exótico lecho de Hochdorf, sino productos que resultan excepcionales en esa comunidad, pero que, por el contrario, son comunes en el área mediterránea, como los hallados en las tumbas de Kappel o Vilsingen en la primera mitad del siglo V a.C.
contexto
Coexistieron durante el siglo XVIII diversas formas de organización de la industria, a las más importantes de las cuales nos referiremos a continuación. Como en los siglos anteriores, continuó el dominio, cuantitativamente hablando, de los pequeños talleres artesanales, adscritos o no al marco gremial, en el ámbito urbano y en el rural. El mayor crecimiento de estos últimos fue característica destacada del siglo. Se multiplicaron, por otra parte, varios tipos de empresas concentradas. Si algunas de ellas eran también herencia del pasado, en otros casos llevaban consigo gérmenes de futuro.
contexto
Las modificaciones que arrastra en el orden provincial la instauración del principado condicionan el sistema de propiedad-explotación vigente en época republicana, especialmente mediante la proyección del nuevo organigrama de provincias senatoriales e imperiales que da lugar al consecuente control de los yacimientos por parte del Senado o del princeps. A su vez, el proceso de delimitación territorial inherente a la fundación de colonias y a la municipalización generan una mayor complejidad en el sistema de propiedad y de explotaciones mineras. De las modificaciones se hace eco el propio Estrabón, quien anota explícitamente que las minas de Carthago Nova, que con anterioridad eran propiedad del Estado, en su época ya eran de particulares; con la nueva situación pueden relacionarse las marcas que se observan en los lingotes de plomo descubiertos en las proximidades de las explotaciones mineras o en el contexto de naufragios producidos cuando se transportaban a Italia. Tal ocurre con los pecios descubiertos en las Islas Baleares: el de Cabrera de fines del siglo I a.C. y comienzos del I d.C. o el de la costa de Las Salinas en Mallorca, con 17 lingotes de plomo, entre el 79-81 d.C. De acuerdo con la información presente en estos testimonios, se puede observar un complejo sistema en el que predomina la propiedad pública y la explotación por concesionarios, organizados en las mencionadas societates, o directamente mediante procuratores del emperador, como ocurre en las provincias imperiales; su extensión se constata en el monopolio que se ejerce sobre determinados yacimientos como los auríferos y, en general, sobre los ricos distritos mineros del Noroeste. La propiedad de algunas colonias sobre yacimientos concretos se documenta en las correspondientes marcas de los lingotes de plomo como en el caso de Colonia Augusta Firma Astigi (Ecija). Posiblemente, este mismo sistema esté presente en parte del distrito minero de Sierra Morena, dado que el territorio de la Colonia Claritas Julia Ucubi (Espejo) tiene una proyección discontinua; y, de cualquier forma, podemos suponer que el sistema tiene precedentes en época republicana, ya que a fines del siglo II a.C. y comienzos del I. a.C. se constatan estampillas en los lingotes con la marca de Carthago Nova Junto con la propiedad pública del Estado o de las colonias, también existen propietarios privados, aunque sobre los mismos poseemos una información más difusa. Las referencias de la tradición literaria de inicios del principado, presentes en Diodoro de Sicilia o en Estrabón, son indicativas de su existencia; de algunas de ellas, se nos ha transmitido su denominación, que hace referencia a sus propietarios, como ocurre con las minas Antoniniana y Samariense en la Betica. Mayor complejidad reviste la interpretación de las marcas de los lingotes donde se constatan la presencia de nombres, tales como Licinius, Manlius, Aemilius, que se documentan también como propios de las elites sociales de las principales ciudades, ya que pueden ser considerados como propietarios, pero también como concesionarios de la explotación del yacimiento con una titularidad pública. Este complejo sistema subsiste durante gran parte del siglo I d.C.; de hecho, los lingotes de plomo estampillados perduran hasta época flavia; no obstante, durante la dinastía julio-claudia se observan importantes modificaciones debido a la intervención imperial en las minas, que con posterioridad simplifican la propiedad y la explotación de los yacimientos en favor del fisco imperial. Concretamente, Tiberio procede a la expropiación de las propiedades mineras de Sexto Mario en Sierra Morena, entre ellas se encontraban las mencionadas minas Samariense y Antoniniana que rentan, según la información que Plinio nos proporciona, entre 200.000 y 255.000 denarios la primera y 400.000 libras la segunda. Las propias guerras civiles en las que se materializan las luchas dinásticas se proyectan sobre la evolución de la propiedad del sector minero, en el que el emperador triunfante procede a expropiar los bienes de sus enemigos, como ocurre concretamente en el caso de los Severos. En la explotación de estos yacimientos el mundo romano utiliza los avances técnicos alcanzados en época helenística. Normalmente la explotación se realiza siguiendo el trazado de las vetas que afloran a la superficie; la profundización en las mismas da lugar a las correspondientes inundaciones y consiguiente evacuación del agua, para lo que se utilizan distintos procedimientos tales como el empleo de la bomba de Ctesibio y las norias, que extraen el agua hasta la parte superior de la mina, o la técnica de galerías inclinadas que permiten evacuarla hasta el piedemonte. Especial complejidad revisten las explotaciones auríferas del noroeste hispano; en ellas, como en otros yacimientos ricos en oro del Sur de Hispania, se emplearon técnicas de explotación superficial de escasa complejidad como el lavado de las arenas. No obstante, Plinio el Joven nos informa de manera pormenorizada sobre la utilización, en las minas de cuarzo aurífero del Noroeste, de la técnica a la que denomina con el nombre de arrugia o ruina montium; consiste, concretamente, en la excavación de galerías y pozos entibados, que son destruidos a continuación mediante el incendio de los soportes de las galerías. Sobre los correspondientes derrumbes se proyectan corrientes de aguas procedentes de ríos desviados, que dan lugar al arrastre del material derrumbado y a la decantación -en proceso de sedimentación- de las partículas de cuarzo y de las de oro. Los rendimientos que proporciona tal sistema son evaluados por Plinio en su fase inicial en 20.000 libras, lo que corresponde a unos 1.500 kg. El impacto que semejante destrucción tuvo sobre el paisaje puede aún contemplarse en el paraje de Las Médulas (León). En la explotación de los yacimientos se emplean esclavos, hombres libres asalariados (mercenaria) o condenados a trabajos forzosos; en consecuencia, en este aspecto se observa una continuidad durante el período altoimperial de los procedimientos de época republicana constatados por los historiadores griegos que visitan la Península como Polibio en el siglo II a.C. y Posidonio a comienzos del I a.C., cuyas referencias se conservan respectivamente en los textos posteriores de Estrabón o de Diodoro de Sicilia. Las inscripciones documentan el empleo de niños de corta edad y de organizaciones suprafamiliares desplazadas desde el norte de la Península a los distritos mineros meridionales, como ocurre concretamente con la gentilidad cántabra de los orgonomescos, documentada en el distrito minero de Castulo (alrededores de Linares). Las modificaciones generales del sistema económico también se proyectan en el ámbito de las explotaciones mineras; de ello poseemos una clara expresión en la organización que nos documentan las Leyes de Vipasca para las minas de Aljustrel en el Alentejo portugués, donde se aprecia la presencia de coloni, cuya situación debe de considerarse como similar a la de los colonos que explotan las grandes propiedades agrarias que el emperador posee en las provincias africanas. En este sentido, la autorización de la explotación minera imperial a estos colonos comporta asimismo que una parte de la producción, estimada en la mitad del mineral, tenga que remitirse al fisco imperial.
contexto
La reconstrucción de los patrones de conducta desarrollados por los hombres del Pleistoceno Inferior y Medio es extremadamente difícil debido tanto a la parquedad de restos conservados como a los problemas que conlleva su interpretación. Aunque esto es igualmente aplicable a cualquier momento de la Prehistoria, en el caso del Paleolítico Inferior su incidencia es bastante mayor porque la ausencia de evidencias que denoten una capacidad simbólica compleja -durante esta fase no hay enterramientos ni manifestaciones artísticas o religiosas claras- aleja a estas poblaciones de los parámetros conocidos en la humanidad actual y dificulta aún más su comprensión al no poderse recurrir a la comparación etnográfica sin grandes precauciones.