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Hacia 1883 yo había agotado el impresionismo y al final había llegado a la conclusión de que no sabía pintar ni dibujar. Dicho en pocas palabras, el impresionismo llevaba a un callejón sin salida". Estas palabras de Renoir resumen claramente la crisis que estaba viviendo el impresionismo en los años iniciales de la década de 1880 ya que la luz, las atmósferas y el color estaban provocando la renuncia a las referencias formales. Como reacción cada uno de los artistas trabajó de una manera particular; Renoir no dudó en recuperar el dibujo y el modelado de los maestros clásicos -empezó a admirar a Rafael e Ingres- y utilizar unas tonalidades más frías y suaves, dotando a sus composiciones de cierto aire romántico como comprobamos en esta escena. Los colores rojizos y azulados dominan el conjunto, utilizando una pincelada rápida y fluida característica de estos últimos años. Lo más impactante lo encontramos en el contraste entre la delicada salud del maestro, sufriendo fuertes dolores por el reuma, y el aspecto bucólico de las obras que pintaba, recordando a los trabajos que el pintor contemplaba en sus años juveniles durante sus visitas al Louvre.
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Renoir también sintió una especial atracción hacia las escenas de la vida cotidiana como le Moulin de la Galette, los Paraguas o este Almuerzo de remeros, escenas cargadas de alegría y vitalidad. La composición fue realizada en el restaurante de Fournaise, posando sus amigos Aline Charigot -la mujer de la izquierda con el perrito-, el pintor Caillebotte -sentado a horcajadas en primer plano- o la modelo Angèle mirando al pintor. Lhote, Lestringuez y otros conocidos del artista también se distribuyen por el lienzo de manera acertada. Un perfecto bodegón de botellas, frutas, platos y copas preside la composición, demostrando Renoir su facilidad para ese género. Las figuras se sitúan bajo un toldo que evita la entrada de la luz solar, provocando sombras coloreadas típicas del Impresionismo. La factura es cuidadosa, destacando el perfecto dibujo de las figuras con el que resalta su volumen, mientras que el fondo está más abocetado. La luz tomada directamente del natural, la disposición de las figuras en la escena, los rostros de los personajes muy realistas y la sensación de vida que se respira en el conjunto hacen de esta obra una de las más atractivas del pintor.
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La impronta de Goya está presente en esta anecdótica acuarela protagonizada por un petimetre vestido con una larga casaca que da de comer al borrico en su sombrero. Ambas figuras están sabiamente dibujadas aunque en esta ocasión prima la rápida pincelada, la factura empastada que Fortuny toma del artista aragonés, interesándose también por la luz, acercándose al Impresionismo en algunos conceptos como la sombra coloreada.
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Renoir fue el pintor impresionista que más se interesó por las escenas cotidianas pero la crisis que le condujo hacia el periodo seco motivará la reducción significativa de este tipo de imágenes, limitándose a asuntos de su vida familiar como éste que contemplamos, protagonizado por Aline Charigot y su hijo Pierre al fondo mientras que en primer plano encontramos un joven desconocido, leyendo un libro que sostiene entre sus piernas.El maestro recupera la concepción espacial del Renacimiento al disponer las figuras en diferentes planos paralelos que se alejan en profundidad, cerrándose el espacio con la ventana por la que entra la luz que difumina los contornos. Las suaves tonalidades son aplicadas con pinceladas fluidas y largas, superando los trazos cortos de la época impresionista.
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En el verano de 1868, Manet pasó unas seis semanas en Boulogne-sur-Mer, donde realizó los primeros bocetos de esta obra, concluida en París. Como pintor de la vida contemporánea, el artista muestra un almuerzo en su estudio, en el que se ve a su hijo, Léon Köella, y al pintor Auguste Rousselin - al que había conocido en el estudio de Couture - interpretándose como un retrato doble. Tras ellos aparece una sirvienta, dispuesta a ofrecerles el café. El bodegón de primer plano relaciona a Manet con la pintura del Barroco holandés, uniendo así en este lienzo modernidad y tradición, como hace en otras obras como el Bebedor de absenta o Desayuno en la hierba. La misma influencia holandesa se aprecia en las armas depositadas en la zona izquierda del lienzo, una de las escasas referencias al estudio de un pintor, ya que el espacio que se observa es fácilmente identificable como el comedor de una de las muchas familias burguesas del París de fines del XIX, entre ellas la del propio Manet. Algunas interpretaciones consideran que las armas, vistas como emblemas vacíos de poder, y la mirada indiferente y altiva del joven estarían relacionadas, ironizando el pintor sobre los aires de superioridad de su propio hijo. Manet envuelve las figuras con una sensación atmosférica que recuerda a Las Meninas de Velázquez. No debemos olvidar que el artista sevillano era considerado por el francés como el pintor de los pintores. Incluso la captación psicológica de los modelos puede deberse a esa influencia. La composición se cierra con la pared del fondo, sobre la que se recortan las siluetas las tres figuras. Los tonos empleados corresponden a una gama de grises, negros y blancos en contraste cromático, como ya había hecho a lo largo de su carrera. Fuera de esa gama, introduce notas de verde en las plantas, amarillo en el limón y algunos rojos en el macetero, donde se aprecia cierto aire oriental, muy de moda por esas fechas. El dibujismo y la minuciosidad de otras escenas deja paso a una pincelada más rápida, aplicada casi como manchas de color y de luz. Precisamente la iluminación empleada sirve para reforzar la figura de Léon, dejando en semipenumbra al pintor e iluminando discretamente a la sirvienta. Presentado en el Salón de 1869 junto al Balcón, recibió duras críticas y algunos aplausos, aunque muy escasos.
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Como si de un fotógrafo se tratara, Fortuny nos muestra en este lienzo una escena cotidiana en la tarde granadina. En la zona de la derecha una joven escucha embelesada la música que toca su acompañante mientras en el centro de la composición hallamos a tres hombres jugando a las cartas mientras un cuarto flirtea con la dama del abanico, sentada en el banco de piedra. Las figuras se recortan ante una pared blanca donde se encaraman dos niños - posiblemente los hijos del pintor - apreciándose tras ellos la frondosidad de un jardín andaluz, permitiendo ver entre las parras el azulado cielo. La escena está cargada de vitalidad y naturalismo, interesándose el maestro por la luz de un momento determinado como harán Monet y Renoir, aunque los tipos que Fortuny muestra están alejados de los maestros impresionistas. El estilo minucioso y detallista del pintor catalán alcanza cotas sublimes a pesar de su pincelada rápida, apreciándose todo tipo de detalles en rostros, texturas o calidades, sin abandonar una elevada admiración hacia el color, creando admirables contrastes que otorgan más fuerza a la composición. La obra fue subastada en Nueva York durante el año 1946, siendo adquirida por un coleccionista particular en 5.500 dólares.
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El escándalo provocado por el Desayuno en la hierba de Manet en el Salón de 1863 motivó a Monet la realización de una obra con el mismo tema, aunque eliminando las figuras desnudas, siendo por lo tanto una representación de la vida cotidiana. La novedad estaría en que Monet pensó tomar la escena al aire libre, directamente del natural, para ofrecer una visión realista de la vida de su tiempo, como hacía Courbet. Entusiasmado por el proyecto se trasladó al bosque de Fontainebleau para trabajar pero el tiempo lluvioso y una herida en una pierna, que le obligó a guardar cama, le impidieron iniciar su proyecto hasta el verano. Obsesionado por la empresa, las deudas le obligaron a abandonar el proyecto, dejando el cuadro en un sótano húmedo por lo que se perdió la parte derecha. En 1884 recuperó el lienzo, cortó la zona izquierda y colgó esta parte central, que aquí contemplamos en su estudio. La luz es protagonista de la composición, crea una sorprendente sensación de realidad, en especial el foco aplicado al mantel. Las figuras se insertan con maestría en el paisaje, renunciando al dibujo detallado para crear sensación de inmediatez. Así, emplea una pincelada rápida, con cortos toques de pincel para aplicar unas tonalidades generalmente oscuras que se animan con el blanco del mantel y del vestido de la dama. A pesar de los deseos del artista de trabajar al aire libre, las dimensiones del lienzo motivaron que tuviera que acabarlo en el taller, siguiendo la tradición académica.
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Las teorías impresionistas relacionadas con la luz y el color son aplicadas intensamente por Cézanne a sus obras, como podemos contemplar en esta escena. Las figuras se sitúan al aire libre, alrededor de los árboles, sirviendo como fondo la torre de una iglesia. La sombra, en tonalidades malvas, inunda la mayor parte de los personajes. Pero lo más sorprendente estaría en la manera de aplicar el color en el lienzo, con largas pinceladas que modelan las figuras, eliminando por completo los detalles. Las tonalidades empleadas por Cézanne son siempre muy vivas, especialmente las diferentes gamas de verde, añadiendo su complementario, el naranja. La evolución de esta manera de trabajar le llevará a anticipar el cubismo, como apreciamos en la Montaña Sainte-Victoire realizada en 1904.
Personaje
Político
El corto gobierno de Almundir, hijo de Muhammad I, vendrá determinado por sus deseos de acabar con la revuelta encabezada por Umar ibn Hafsun. El emir no podía tolerar que el rebelde se asentara en el corazón de sus tierras - en la serranía de Ronda- por lo que dirgió todos sus esfuerzos para acabar con la sublevación. Umar había ampliado su zona de acción al apoderarse de Mijas, Comares y Archidona. Las expediciones enviadas por el emir iban ganando terreno, ajusticiando a los dirigentes regionales que apoyaban al rebelde. La presión de Almundir motivó que Umar iniciara negociaciones con el emir. El rebelde regresaba a Córdoba pero pronto volvería a la sierra. Tomándolo como una cuestión personal, Almundir se dirigió a Bobastro, donde tenía Umar su cuartel general, para poner sitio a la plaza. Durante el asedio fallecía Almundir, sucediéndole como emir su hermano Abd Allah.