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La producción agrícola no ha sido cuantificada ni siquiera en términos aproximativos. Se conocen únicamente datos parciales de determinadas regiones y en un tiempo concreto. Comprendía los dos grandes grupos de cultivos autóctonos y aclimatados. Los primeros se destinaron generalmente al autoconsumo en América, pues las plantas alimenticias más importantes fueron cultivadas muy pronto en Europa, haciendo innecesaria su importación que, además, era muy difícil. Tal ocurrió con la papa, el maíz, el tomate, el ají, etc. Las únicas .que los europeos tuvieron necesidad de importar fueron aquellas que no pudieron darse en Europa, entre las que destacaron el cacao, el tabaco y los colorantes. El cacao, originario de Mesoamérica, se cultivó con mano de obra esclava en Venezuela y en Guayaquil (Quito). La Corona restringió la exportación de cacao guayaquileño a México por el temor de que sirviera para drenar plata peruana, pero favoreció la de Venezuela a España y México, los dos grandes consumidores de este producto. El tabaco se produjo principalmente en Cuba, Puerto Rico, Nuevo Reino de Granada y Venezuela. La monarquía obstaculizó el cultivo en Venezuela por miedo a que diera pie al establecimiento de los holandeses en dicho territorio. El tabaco cubano se impuso por su excelente relación entre calidad y precio. Los colorantes americanos fueron muy solicitados por los centros manufactureros europeos. México y la Capitanía General de Guatemala fueron los grandes productores de añil, grana y palo de Campeche. El primero de ellos se extraía de las hojas de xiquilite y el segundo de la cochinilla, un insecto que vivía en la tuna. De unos 70.000 insectos se obtenía sólo una libra de colorante, lo que explica su valor. España importó entre seis y siete mil arrobas de cochinilla a fines del siglo XVI, 75.000 arrobas de añil durante la segunda mitad del siglo XVII y unos 5.000 quintales anuales de palo de Campeche a comienzos de la centuria decimoséptima. A estas plantas originales cabría añadir el algodón, del que existía una variedad americana. Entre los cultivos de aclimatación destacaron los propios de la dieta mediterránea, que los españoles introdujeron a fines del siglo XV. El trigo se dio bien en muchos lugares de México, como el valle de Atlixco y la meseta del Anahuac, así como también en Guatemala, algunas zonas del occidente venezolano, altiplano cundinamarqués (Nuevo Reino de Granada) y Quito, y en los valles peruanos, principales abastecedores de los reinos del Pacífico hasta fines del siglo XVII, cuando fue suplantado por el trigo chileno. La vid y el olivo corrieron peor suerte. Su aclimatación fue más difícil y se pusieron cortapisas a su cultivo para evitar la competencia a los productos peninsulares. La vid se aclimató bien en el Perú (valles de Nazca, Ica, Pisco, Paspayá y Arequipa), donde se llegaron a producir 20.000 arrobas de mosto, y luego en Chile. El olivo se dio en algunas regiones mexicanas y chilenas, pero la producción de aceite no llegó a ser importante. La caña de azúcar fue el gran cultivo que permitió la agricultura comercializable en América. Las exportaciones de azúcar dominicano y puertorriqueño datan de la segunda década del siglo XVI. Donde se lograron mejores resultados que en Cuba, que en 1620 contaba ya con medio centenar de ingenios que producían 50.000 arrobas de azúcar.
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La evolución histórica que puede identificarse con el período de la edad oscura significó también en el plano religioso la sistematización de los cultos, en el tránsito de los palacios a la ciudad, de la prehistoria a la historia. Junto a los cultos panhelénicos, relacionados con el desarrollo de los grandes santuarios, en torno a antiguos restos de centros religiosos micénicos, pero también de otro tipo de huellas, sobre todo si contenían testimonios que pudieran interpretarse como fragmentos corporales de héroes del pasado, se concretaron formas culturales que aprovechaban las huellas del pasado para exaltar figuras semidivinas con las que vincular las estirpes de la realeza y de la aristocracia, que así afirmaban su poder. Sin embargo, paralelamente, al producirse el nuevo sistema integrador representado por la polis, la comunidad misma tiende a asumir funciones religiosas en las que se manifiesta colectivamente, como comunidad cívica. La devoción, que en las primeras manifestaciones arqueológicas del renacimiento griego se dirige a los héroes, tiende, en el mismo proceso formativo de la ciudad, a prestar atención preferente a los dioses protectores, de la polis o de las cosechas, dioses que marcan el calendario cívico y vinculan a la colectividad con su pasado como entidad social, divinidades poliadas, en la Acrópolis, o extraurbanas, protectoras de los campos y del territorio cuyos límites señalan con su presencia. El templo es una creación del renacimiento. Aquí se recoge arquitectónicamente la tradición micénica. En su funcionalidad, sin embargo, se señalan principalmente el altar, el lugar de los sacrificios, generalmente heredero de un lugar que se reconoce por las huellas dejadas por las cenizas de los animales sacrificados, y el témenos, el recinto que puede identificarse con el primitivo bosque sagrado, donde se selecciona un espacio marcado y señalado entre árboles, lugar primitivo de reunión, adonde acuden las comunidades de cazadores para el reparto del botín y para hacer partícipes a las divinidades que han colaborado con su ayuda sobrenatural al éxito de la empresa. Ahora, como símbolo de la colectividad cívica, el lugar se marca arquitectónicamente. Los dioses que ahora reciben culto son principalmente los miembros sobresalientes del panteón olímpico, sobre todo Atenea y Apolo, junto con el padre de los dioses, Zeus, y su esposa Hera. Con ello se produce una nueva coincidencia entre la tendencia a formar entidades reducidas, donde se identifican y afirman las comunidades tribales, y la que conduce a la cultura panhelénica, como forma de expresión de la solidaridad aristocrática, vinculada a un pasado institucional que se refuerza en el movimiento hacia la recuperación. Ahora bien, los cultos locales son al mismo tiempo herederos de las prácticas ancestrales, expresión de las preocupaciones del grupo por la propia reproducción y la garantía de los medios de subsistencia. Por ello, los templos se convierten en objeto de las ofrendas de los jóvenes que entran en la edad viril o de las doncellas que se disponen a convertirse en esposas o madres y, sobre todo, en los santuarios extraurbanos, en objeto de practicas simbólicas de la fertilidad de los campos y la fortaleza de los jóvenes, como las que se revelan en la historia del Cleobis y Bitón, que llevaron a su madre al templo de Hera uncidos al carro en sustitución de los bueyes. Los ritos de fecundidad y de kourotrophia, de la crianza del kouros, del joven que se transforma en hombre, se juntan como partes de una misma preocupación reproductora. Las korai y los kouroi vienen a representar la imagen plástica del culto cívico, aglutinador de las preocupaciones de una colectividad cuya actividad agraria se manifiesta ahora en el marco de una ciudad, donde el matrimonio se transforma en acto público y la fuerza del joven se aprovecha colectivamente en la función militar. La ciudad se convierte así en el marco de los cultos cívicos. En ella perduran los cultos agrarios que tienden a pervivir en ese mismo marco, más o menos adaptados alas nuevas formas de vida, pero, en cualquier caso, conservando gran parte de su sentido originario, sobre todo en festivales de tipo femenino, como las Tesmoforias o Adonías, que sobreviven al tiempo que marcan el sentido preciso de la polis, crisol privilegiado de la síntesis entre ciudad y territorio.
acepcion
Acto de venerar a un santo, a través de algún tipo de celebración aprobada por el Papa.
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Al parecer, los primeros habitantes de la isla de Pascua fueron polinésicos. Encontraron una isla fértil, con gran cantidad de árboles, cuyas especies están siendo determinadas por los recientes análisis palinológicos. Debieron de traer con ellos el característico culto a los antepasados, común en todo el mundo oceánico, que plasmaron en sus gigantescas estatuas de toba volcánica de tono gris-amarillento, coronadas por el pukao, un tocado cilíndrico de color rojizo. Todas ellas son diferentes, pero las típicas moai consisten en una cabeza conformada como un gran rectángulo, prolongada en un torso y abdomen prominente. Bajo el pronunciado arco supercilial, una larga nariz, recta o cóncava, barbilla pronunciada y grandes orejas de lóbulos perforados. Los brazos se aprietan contra los costados, y los dedos, formando abanico, sin uñas, descansan sobre el abdomen. No eran ciegas. El hallazgo de unas láminas de coral blanco debajo de una estatua, que encajaban perfectamente en su cuenca orbital ha demostrado que tenían ojos incrustados. En cada ahu o plataforma podía haber de 1 a 12 estatuas. En total se han contabilizado más de doscientos ahu y unas mil estatuas. Las más antiguas parece que son del siglo XII d.C., y las últimas del XVII. La mayor parte de la piedra procede de las paredes interiores del volcán Rano Raraku, donde se han encontrado varias tallas sin terminar, con los frentes y los laterales pulidos, pero aún sin separar de la piedra matriz. Los navegantes europeos que llegaron a la isla a principios del siglo XVIII vieron las estatuas en pie; pero ya Cook, en 1770, comentó que los nativos estaban destruyendo los ahu y derribando las moai. Pocos años después no quedaba ni una sola en pie. ¿Qué fenómeno crucial pudo causar que los nativos de la isla de Pascua derribaran violentamente unos monumentos que con tanto esfuerzo habían construido? Según las recientes investigaciones el proceso pudo ser el siguiente: los nativos necesitaron gran cantidad de madera para hacer rodillos y fabricar cuerdas para arrastrar y levantar las estatuas; también necesitaron madera para construir canoas y pescar lejos de la isla; además, tuvieron que roturar los bosques para convertirlos en tierras cultivables; y, naturalmente, sucedió que las aguas de las lluvias lavaron la tierra deforestada, que perdió gran parte de su fertilidad. La población aumentó, y se necesitaron más canoas y más tierras de cultivo. Llegó un momento en que ya no quedó madera para trasladar las estatuas; tampoco había bosques que roturar y tuvieron que conformarse con la pesca que se conseguía junto a las costas porque no se podían hacer canoas; y a causa de la falta de canoas, quedaron apresados. Su sociedad, como todas las polinésicas, estaba estructurada, jerárquicamente, pero quizá la presión provocada en su lucha por la supervivencia, dio lugar a que los guerreros más bravos se convirtiesen en cabecillas de las tribus y se desencadenasen luchas violentas. Quizá pensaron que sus antepasados, seres protectores, que habían colocado de espaldas al mar porque se creían solos en su isla, y nada esperaban de fuera, quedaron desprestigiados y fueron derribados.
termino
acepcion
Adoración a determinados árboles sagrados, pues son la sede de deidades y espíritus. Los árboles personifican la vida. Muy extendido entre los pueblos primitivos.