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Pintor destacado y escultor importantísimo, Michel Pacher trabaja en Austria. Contrasta la sensibilidad demostrada ante el arte de Mantegna en lo que afecta a su pintura, con la absoluta independencia de modelos italianos en la escultura. El retablo mixto de escultura y pintura de San Wolfgang se terminó en 1481. La zona central la ocupa esta impresionante coronación de la Virgen de diabólica complejidad técnica y confusa composición, animada por una importante policromía.
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La similitud entre esta coronación y la destinada al Hospital de la Caridad de Illescas es sorprendente lo que hace pensar a los especialistas que podría tratarse - incluso por su pequeño tamaño - de un boceto preparatorio. La pincelada aquí es más suelta y empastada que en el lienzo definitivo, ubicando a los diferentes personajes en el mismo lugar. La composición se organiza a través de un rombo, donde contrasta el estatismo de las figuras sagradas con el movimiento de los ángeles, anticipando las Inmaculadas de Murillo. Los personajes muestran el canon alargado y la mirada alucinada característicos de El Greco en una de sus obras emblemáticas.
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No podemos decir que esta decoración del frontal de un relicario sea una de las soluciones más felices que Fra Angelico adoptó para la temática de la Coronación de la Virgen. Se presenta el momento principal de la escena en la parte de arriba de la imagen. Jesús, sentado en su trono, impone la corona a María, situada por debajo de Dios Padre, en uno de los escalones que dan acceso al trono celeste. Rodeando el núcleo central, ángeles músicos, a menor escala que la Virgen y Jesús, festejan el acontecimiento. El trono, con un remate de frontón clásico, se acomoda perfectamente a la estructura de madera del relicario. La escalinata está construida con mármoles de colores que le dan un gran efecto decorativo. Además, la disposición de la gradería es en semicírculo, lo que crea cierta profundidad en la escena. A medio camino entre el motivo central de la obra y la parte de abajo, en medio de las escalinatas, dos ángeles de cualidades transparentes, median, a modo de transición, entre las dos partes. En la zona de abajo, multitud de santos de rodillas, que dan la espalda al espectador, presencian el suceso de la parte alta. Todos de espaldas menos uno, Santo Domingo, que vuelve la cabeza hacia el exterior de la pintura, invitando al espectador a introducirse en la adoración del acontecimiento.
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La Coronación de María es uno de los temas más desarrollados dentro de la iconografía de Fra Angelico. Pero si en otras representaciones primaba la opulencia del acontecimiento, con enorme utilización del fondo de oro y de motivos decorativos de todo tipo, este fresco de San Marcos se presenta de forma mucho más simplificada, pero con el elemento de la luz como gran componente del episodio divino de la Coronación de la Virgen. María y Jesucristo se sitúan en el ámbito celestial, rodeados de una aureola de color verdoso muy difuminado. Las figuras, vestidas con túnicas de color blanco, se sitúan sobre un banco y un escabel de nubes, lo que acentúa el carácter sobrenatural donde tiene lugar el acontecimiento. Todo el conjunto queda recorrido por un fuerte sentido evanescente e irreal, configurado por la fuerte luminosidad de la escena. Los colores también ayudan en el carácter vaporoso de la representación, predominando suaves colores blancos y amarillos. En la parte terrenal, abajo, un grupo de santos se dispone en semicírculo, siguiendo la línea compositiva del suceso de arriba. San Benito, Santo Tomás de Aquino y Santo Domingo, a la izquierda, San Pedro Mártir, San Marcos y San Francisco, a la derecha, contemplan en actitud de reverencia la escena de la Coronación de María. Los ropajes y las reverberaciones de la luz, que les llega por la derecha, confieren corporeidad a las figuras que, materializadas y mucho más vivas de color, los sitúa en el plano terrenal, muy diferente a la caracterización del acontecimiento de la Coronación.
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La escena de la Coronación de la Virgen y el Lex Amoris cierra los paneles decorativos del relicario de la Santíssima Annunziata, en la que Fra Angelico contó con la ayuda de su taller. El modelo de la parte donde se reproduce la Coronación de María, a la izquierda, tiene concomitancias con la representación del mismo tema que se conserva en los Uffizi de Florencia. Apenas hay elementos que determinen un espacio escénico, dejando toda la potencia expresiva a las posibilidades del dorado: la luz es la gran protagonista de la obra. El motivo de la Coronación se sitúa como centro compositivo, en el ámbito celestial, en donde se ve a María recibiendo la corona de Dios Padre. Alrededor de ellos, formados en semicírculo, todo un séquito de ángeles y santos a los que parece faltarles espacio vital. Si las figuras de los flancos aparecen amontonadas, sólo es porque se le ha dado mayor preponderancia al elemento luminoso de la Coronación. La escena de la derecha se muestra mucho más naturalista, aun el carácter simbólico que contiene. En medio de un paisaje meticulosamente tratado en sus detalles, y recortados sobre un cielo de azul claro, se sitúan algunos profetas, patriarcas y evangelistas portando en sus filacterias fragmentos de las Santas Escrituras. Abajo, de líneas muy estilizadas, un candelabro de siete brazos está decorado también con pergaminos donde se inscriben los Santos Sacramentos. Coronando el centro del candelabro, la cruz y la bandera del Triunfo sobre la muerte lleva figurados los episodios más importantes de la vida de Cristo. A la izquierda, una figura femenina con túnica de llamativo color rojo simboliza, portando un libro y un escudo en sus manos, simboliza la labor y poder de la Iglesia: Lex Amoris se lee en el escudo. Los rollos de pergamino de los extremos superior e inferior de la escena están vacíos: la explicación y ejemplificación de lo narrado se ha trasvasado al núcleo argumental de la propia escena.
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La imagen de San José coronado por Jesús es una elaboración poco frecuente hasta el momento de la Reforma Católica, en especial para España. San José había sido una figura secundaria en la historia sagrada, al que se solía representar medio oculto en segundo plano, como un anciano borracho o dormido. Sin embargo, la Reforma Católica afirmó la necesidad de destacar el papel de Jesús en su familia, dedicado a humildes labores próximas al sentir popular. De tal modo, aumentó el protagonismo de un San José padre, protector, cabeza de familia ocupado en traer el sustento de María y Jesús. Esta transformación se debió en gran parte a la labor de místicos españoles como Santa Teresa de Jesús, descendiente de judíos conversos y gran defensora del trabajo. De tal manera, San José se convirtió en símbolo de la laboriosidad y de la familia. Es la razón por la cual Zurbarán representa a este San José triunfal, ya en el cielo, protegido por Dios y la paloma del Espíritu Santo, con el cayado florecido y a Jesús premiando sus desvelos con la corona de flores que normalmente se atribuye a los mártires.
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Para el altar de Santa Bárbara de la recién construida iglesia de los Agustinos de Malinas Rubens realizó en 1631 (o dos años después, según otras fuentes) este lienzo, por el que recibió 620 florines.En la escena podemos contemplar a santa Catalina de Alejandría en el momento de ser coronada con laurel por el Niño Jesús, aludiendo a la visión que la santa había tenido en el momento de su matrimonio místico con Jesús. Tras la santa observamos a un angelito que sujeta un haz de rayos, simbolizando los rayos divinos que consiguieron romper la rueda en la que la santa sufrió martirio. El lateral izquierdo de la tela está ocupado por santa Apolonia, virgen mártir de Alejandría, sosteniendo entre sus manos las pinzas que aluden a su martirio, ya que le fueron extraídos los dientes. En la derecha se halla santa Margarita de Antioquía, sosteniendo con una cuerda al dragón que la devoró y del que conseguiría liberarse. El centro de la composición está ocupado por la Virgen María, sentada en un trono arquitectónico cubierto de plantas, ya que la escena tiene lugar en un jardín como alusión al Paraíso. En el regazo de la Virgen se sitúa el Niño Jesús. Resulta curioso que Rubens no haya ubicado en la composición a santa Bárbara, patrona del altar al que iba destinado el lienzo. Los especialistas consideran que sería posible la presencia de la santa mediante una escultura, posiblemente diseñada por el propio Rubens.Las santas Catalina y Margarita tienen el rostro de Helene Fourment, la segunda esposa del pintor, lo que será muy habitual en los últimos años como también puede observarse en las Tres Gracias. La composición tiene una estructura absolutamente barroca ya que se organiza a través de diagonales que tienen como centro al Niño. El estatismo de las figuras de las santas se contrapone al dinamismo de los angelitos del cielo, en escorzadas posturas que eran tan del gusto del pintor. Los ricos y brillantes colores empleados por el maestro son herederos de la pintura flamenca pero la atmósfera y el empleo de la iluminación tienen una estrecha relación con la escuela veneciana, especialmente por Tiziano, cuya obra era para Rubens uno de sus principales puntos de referencia.