Ruina de Eldena en el Riesengebirge

Datos principales


Autor

Caspar David Friedrich

Fecha

1830-34

Estilo

Romanticismo Alemán

Material

Oleo sobre lienzo

Dimensiones

73 x 103 cm.

Museo

Museum der Hansestadt Greifswald

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Friedrich siempre encontró en las ruinas del monasterio cisterciense de Eldena una de sus contemplaciones favoritas, desde que en su juventud le fuera alentada por su profesor de Greifswald Johann Gottfried Quistorp. Realizó numerosos dibujos y lienzos referidos a dichos restos arquitectónicos, como 'Ruinas de Eldena', de 1825-28, o Ruina de Eldena con entierro y, de manera solapada, empleó los estudios de sus muros agonizantes como base de numerosos óleos, como Abadía en el encinar. Estas ruinas se hallan junto a Greifswald, cerca del Mar Báltico. Se sirvió para evocarlas de un dibujo -hoy en Oslo- de 1815. Sin embargo, Friedrich las sitúa en pleno Riesengebirge, según un dibujo de julio de 1810, desde Hainbergshöh, que aprovecha invirtiéndolo, ya célebre por las varias obras a que dio lugar. Es, por tanto, un paisaje compuesto. Para completar la atmósfera evocadora, añade un castillo al paisaje, sobre una colina, a la izquierda. El propio pintor justificaba así este método, que tanto disgustaba a sus coetáneos, escribiendo en tercera persona: "Típico de este artista era su hábito de emplear cualquier cosa que le gustara de manera especial en la naturaleza, siempre sin ninguna consideración por el tiempo, tema o escenario. Amaba el cielo crepuscular, por ejemplo, con todo su color intenso, encendido, pero su paisaje estaba siempre a plena luz, con las sombras muy cortas, como a mediodía... No le importaba transportar ruinas desmoronadas que había visto en barrancos a la cima de las montañas, en donde nunca podían caer".

La composición se estructura en bandas horizontales. En la primera se encuentra un árbol seco, un testimonio de muerte en la simbología de Friedrich. En el centro, una serie de personajes, con un perro, ante una casa de techumbre baja confieren cierto tono anecdótico a la escena. Sin embargo, en la franja boscosa, semiocultas, el pintor deja emerger las ruinas de la iglesia conventual, señaladamente la portada, que, como era su costumbre, se abre al infinito, más allá de esta parte terrena. A partir de ella, sin transición gradual, cortada por la barrera boscosa, se extienden, en una tenue niebla, las montañas, símbolo de Dios sobre la tierra. Las ruinas están tomadas desde la parte occidental.

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