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Ambos bandos eran claramente conscientes de que la victoria en el mar decidiría la guerra. Así estaba ocurriendo en el Mediterráneo, donde el dominio británico entregaba a Montgomery los suministros precisos para vencer a Rommel. Así ocurriría ese mismo año con la invasión aliada de África del Norte: pese a la carnicería que los submarinos hicieron a los suministros aliados, el dominio del mar fue conservado por éstos y mantuvieron abiertas las rutas oceánicas a los suministros que las tropas desembarcadas precisaron. Para ello, los británicos no escatimaron medios. Sus mercantes navegaban en grandes grupos fuertemente protegidos por destructores, cruceros y en algunos casos, hasta acorazados. El Coastal Command -organismo que se ocupaba de la protección aérea de los convoyes- tenía a mediados de año más de 700 aviones, de ellos 16 Consolidated Liberator B-24 de fabricación norteamericana, con gran radio de acción. Al tiempo, dotaban a sus buques de cuantos adelantos pudieron proporcionar la ciencia, la técnica y la industria militar. Por un lado perfeccionaron sus sistemas de radar, cuyos avances lograban las detecciones que asombraban a Doenitz. Los científicos alemanes contraatacaron en este campo con un interceptor de ondas denominado Metox, ingenioso aparato que anunciaba a los submarinos cuándo habían sido localizados, permitiéndoles una inmersión rápida y librarse del ataque aéreo.

Pero el Metox tuvo corta utilidad, pues interceptaba ondas de 150 centímetros, que estaban siendo abandonadas por los aliados por las más precisas de 10 centímetros .... También mejoraron los británicos el sistema de detección submarina por medio del Asdic -o Sonar-, contrarrestado por los alemanes con el Pillenwerfer. Cuando un submarino detectaba sobre su casco los ecos de una detección de Asdic, lanzaba un bote -bold- de productos químicos que creaban una zona de burbujas y falsos ecos, que despistaban a los cazasubmarinos. Como la novedad fuera rápidamente contrarrestada con una mejor formación de los escuchas, los alemanes probaron a proteger a sus sumergibles con capas de productos que evitaran su detección, pero las fórmulas efectivas que hallaron eran caras, lentas de aplicar y se desgastaban pronto... Probablemente más importante para los aliados fue el descubrimiento del radiogoniómetro, un indicador de alta frecuencia que detectaba a 40 kilómetros de distancia cualquier emisión que surcase el aire, situando con suma precisión el lugar de dónde provenía. Como los submarinos se avisaban para concentrarse y atacar a los convoyes, la escolta de éstos podía reaccionar a tiempo. Este aparato, conocido como Huff-Duff, fue la pesadilla de Doenitz, que sospechó la existencia de un traidor en el mando de submarinos e hizo investigar a todo su personal con resultados negativos. En 1944 fue derribado un avión aliado que estaba equipado con este sistema y se enteraron en Alemania -ya demasiado tarde- de cómo eran detectados sus sumergibles.

Pero nadie cedía en esta batalla. Berlín dotó a sus submarinos más grandes de un montaje de cuatro cañones antiaéreos de 20 mm., que no rindieron grandes beneficios. En vista de ello, lucharon los alemanes por hallar una mejor fórmula de submarino, un auténtico sumergible que anduviera continuamente bajo el agua y atacase en inmersión, disponiendo además de una velocidad elevada (19). Las soluciones mejores eran a largo plazo y como remedio inmediato comenzaron a equipar -a partir de 1943- a sus submarinos con Schnorkel, especie de tubo flexible, cuyo extremo superior se cerraba automáticamente cuando penetraba agua. Con él, los submarinos podían tomar aire bajo el agua, cargaban sus baterías sin salir a la superficie e, incluso, podían navegar en inmersión con sus máquinas de gasoil. El Schnorkel fue un buen hallazgo, pero no definitivo, porque durante el día dejaba una gran estela, claramente visible, y no podía utilizarse. Por otro lado, la navegación con los motores Diesel era insoportable bajo el agua por el ensordecedor ruido. En 1942, en plena euforia de éxito, los submarinistas alemanes pidieron a sus ingenieros un torpedo nuevo, un arma con la que poder combatir contra las fuerzas protectoras de los convoyes, que en el caso británico eran casi imposibles de sorprender. Casi dos años tardaron en tener el torpedo Zaunkönig, ingenio que avanzaba zigzagueando, dificultando mucho su detección, destrucción o evasión, y que terminaba dirigiéndose hacia su víctima guiado por el ruido de las hélices.

.. Pero antes tuvieron los aliados otra arma de gran eficacia antisubmarina: el Hedgehog (erizo), lanza cargas de profundidad múltiple, que disparaba 24 pequeñas bombas en círculo, doscientos metros por delante del buque cazador y sobre la zona en que se suponía sumergido un submarino. Si éste no resultaba tocado por ninguna de ellas, no estallaban, volviendo el cazador a iniciar su búsqueda; si una de ellas tocaba al submarino, estallaban las demás por simpatía; entonces el submarino estaba perdido, porque el buque de superficie enemigo volvería a tirar una y otra vez hasta lograr su destrucción... De la eficacia de estos ingenios, puestos en marcha por una y otra parte, da buena idea el combate entre un convoy y el submarino U-549 (teniente Krankenhagen), que el 29 de mayo de 1944, al oeste de Madeira, echó a pique al portaaviones de escolta Block Island y a un destructor con dos torpedos Zaunköning, resultando después hundido por el Hedgehog de otro destructor. Pero no adelantemos acontecimientos, estamos en la segunda mitad de 1942, con los submarinos alemanes empeñados en una lucha a muerte contra el tráfico marítimo de los aliados y con estos dispuestos a mantener su dominio sobre el mar, para realizar un desembarco militar tras otro y mantener, luego, sus ejércitos en actividad, además de sostener sus intercambios comerciales y el funcionamiento de sus industrias...

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