En los escritores áticos que durante el siglo IV se dedicaron a dar a conocer la situación espartana, sobre todo Jenofonte, Platón y Aristóteles, admiradores de su sistema político y social, en el que ninguno deja de ver, lúcidamente, un efecto de la estructura económica, se ha notado, sin embargo, la presencia de una cierta decepción referente a los tiempos mas recientes. Da la impresión, en unos más claramente que en otros, de que la situación ya no es la que era. La eunomía o buen gobierno se había sustentado en un sistema de disfrute equilibrado de la tierra, que permitió considerar iguales a todos los que participaban de la ciudadanía, los espartiatas, sobre una clase de hilotas explotada y dominada, perfectamente delimitada y controlada. Las guerras y la hegemonía provocan alteraciones sociales y rupturas en los límites, desde el momento en que es preciso utilizar los servicios de los dependientes en favor de la ciudad. Al menos desde finales de las guerras médicas han venido notándose alteraciones en este sentido, con repercusiones políticas en el ámbito de las luchas personales. Los accesos al control de ciudades externas y a los mercados del Egeo constituyen el otro factor capaz de operar la transformación estructural. En el siglo IV, la reforma de Epitadeo, que permitía la libre disposición de las propiedades en el testamento, representa la traducción legal de la tendencia a favorecer la acumulación que, para los comentaristas laudatorios del sistema tradicional espartano, significaba el final de las condiciones en que se asentaba aquella específica forma de vida en común. Ya desde el siglo V, desde la misma narración bélica de Tucídides, se deduce la existencia, por lo menos, de una utilización privada de los hilotas que los aproxima al esclavo comprado. En el momento de la revuelta de Cinadón, la detallada descripción de Jenofonte permite deducir que ya se ha operado en gran medida una diversificación de los sectores dependientes, donde, junto a los hilotas, se incluyen términos indicativos de un proceso de reestructuración. Jenofonte insiste en que, dentro de la sociedad espartana, en estos momentos, la masa de los dependientes, posibles aliados de la revuelta, es infinitamente superior en el número al total de los propietarios, enemigos bien definidos de Cinadón. Así como en Esparta, que parte de una situación bien particular, la transformación operada es determinante, en Atenas, en este terreno, el panorama, a pesar de todo, permanece oscuro. La existencia de ciertos mojones, horoi, con inscripciones referentes a parcelas de tierra, había hecho pensar en la existencia de hipotecas comparables a las conocidas para la época previa a las reformas de Solón, las que habían justificado algunas de sus medidas en un momento de auténtica crisis agraria. En los inicios del siglo IV, el panorama había sido similar y permitía fundamentar en él el concepto de crisis para definir el período posterior al de la guerra del Peloponeso. Los análisis posteriores han demostrado que más bien se trata de documentos indicativos de movimientos de compraventa. La tierra no se halla hipotecada en este momento, lo que permite orientar el enfoque del problema en otra dirección y, tal vez, intentar definir de nuevo el concepto de crisis, de un modo que esté más de acuerdo con las condiciones históricas de la ciudad a comienzos del siglo IV. Ahora no se trata de la acumulación agresiva de una aristocracia que intenta subordinar la población campesina, circunstancia ante la que reacciona con el apoyo de los sectores moderados de la aristocracia. En estos momentos, la agricultura se inserta en el panorama de un sistema económico en que los mercados esclavistas se encuentran consolidados y la circulación monetaria ha llegado a ser lo suficientemente activa para incidir en los procesos de explotación de la tierra. La situación del campesino miserable en que aparecen retratados algunos personajes de Aristófanes, los problemas que soportan algunos de los individuos litigantes en los discursos de los oradores áticos y los peligros que prevé Platón en la existencia de un campesinado empobrecido resultan fenómenos paralelos al del crecimiento de las transacciones, que igualmente están presentes en los discursos de los oradores, o a la descripción de algunas casas, unidades de explotación, escenario de disputas judiciales igualmente tratadas en los discursos, pero cuyo modelo canónico es la casa de Iscómaco del "Económico" de Jenofonte, ejemplo de explotación próspera. Ahí se muestra que la crisis representa un proceso cualitativo, y no cuantitativo, pues la riqueza crece al mismo tiempo que la miseria entre las poblaciones libres.
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obra
Este grupo escultórico es el modelo que sirvió para la fundición de las esculturas en bronce que coronan el Ministerio de Agricultura, ubicándose en la madrileña plaza de Cádiz recientemente, formando un solemne conjunto con los Pegasos alados de la cercana plaza de Legazpi.
contexto
Por lo que respecta a la agricultura a finales del cuarto y tercer milenios, su implantación se fue produciendo en las tierras más aptas para el cultivo, teniendo en cuenta que las primeras producciones documentadas se centran en los cereales y algunas leguminosas, lo que implica que los terrenos aptos no serán los mismos que para las producciones intensivas actuales, en especial las de regadíos, y que, por supuesto, la propia tecnología empleada nada tiene que ver con la usada con posterioridad. Eso había hecho que la agricultura neolítica se concentrara en determinadas áreas de los amplios territorios europeos, mientras que otros quedaron cubiertos por masas boscosas o por praderas y pastos, donde se pudo desarrollar parte de la ganadería complementaria, o simplemente fueron considerados como no aptos para su explotación por los grupos humanos que los ocuparon y provocaron la introducción a gran escala de las prácticas agrícolas, lo que constituye, según las pruebas disponibles, la base esencial de sus economías. Por todo lo dicho, amplias zonas aún eran susceptibles de ser utilizadas para estas prácticas agrícolas, a veces con una importante inversión de acondicionamiento de las tierras, incluso sin unas expectativas muy halagüeñas de resultados a largo plazo. Se ha comprobado que a partir de los últimos siglos del cuarto milenio se produce un fenómeno de expansión de las zonas cultivadas en buena parte de Europa y en las estepas euroasiáticas. Junto a esa expansión se produce un fenómeno que puede estar muy extendido en Europa, según la documentación disponible, se trata de un proceso de intensificación agraria, constatado sobre todo por la introducción de nuevos medios para la producción como el uso del arado y el empleo del carro, lo que en consecuencia trajo la generalización de la tracción animal. No existen demasiadas pruebas directas del uso del arado en este momento o incluso si su empleo se produjo en épocas anteriores, como podrían sugerir la aparición de marcas de arado en los suelos compactos que sirvieron de base para la construcción de túmulos funerarios en Gran Bretaña o Polonia, ya a finales del cuarto milenio, aunque también se han identificado como marcas de preparación del terreno o incluso de algún tipo de ritual previo a la construcción de esos monumentos. Algunas otras indicaciones sobre su uso, sin apenas pruebas, se han sugerido para zonas muy dispares: la Península Ibérica en las áreas del Alentejo o el Sudeste, o en Polonia. Pruebas directas han aparecido en Suiza con dos yugos de madera, uno en Chalain (Jura) y otro en Vilnez (Berna), fechados del 2400 al 2200 a.C. Fuera de Europa, la extensión del uso del arado está presente en Mesopotamia desde el periodo de El Obeid (4500-3700), generalizándose en el periodo de Uruk, ya durante el cuarto milenio. Lo que sí parece contar con mayor documentación es el uso del carro como vehículo de tracción animal, que bien podían ser de cuatro o dos ruedas, siempre macizas, no radiales, atestiguadas en representaciones de terracotas (Budakalász, Hungría), en grabados rupestres (Züschen, Alemania) o incluso en enterramientos rituales de carros completos como el caso de la tumba de Tri Brata, del grupo de las estepas. Hay incluso ruedas conservadas en las zonas septentrionales europeas, pertenecientes al grupo de cerámicas cordadas y las de Lüscherz d'Auvernier (Neuchâtel) o en Ruz Chatru, del 2400, o un carro completo en Pressehaus (Suiza), del 2300 a.C. También parece comprobado que el buey es el primer animal que se usa como animal de tracción, individual o por parejas, aunque la domesticación del caballo ha sido ampliamente documentada en esta época. Tenemos constancia de pareja de bueyes enterrados en tumbas centroeuropeas del grupo de Baden o en el de las denominadas ánforas globulares. Existen representaciones de estos bueyes en figurillas de cobre en Bìtyn (Polonia), y desde luego están documentadas en la civilización del Indo, mientras que en Turkmenistán se empleaba el camello como animal de tiro en el tercer milenio o el onagro en Mesopotamia, según el estandarte de Ur. Por otra parte, la intensificación agrícola habría provocado la extensión del cultivo de regadío a zonas incluso muy poco propicias para la agricultura o quizás precisamente por ello. La tecnología necesaria para este tipo de cultivo está documentada desde una etapa muy antigua, tal son los canales de riego de aproximadamente 6000 a.C. en Choga Mami, en los montes Zagros. Pero no cabe duda que su extensión y uso intensivo es el responsable del florecimiento de los grupos campesinos asentados en las llanuras aluviales de Mesopotamia, con una red de canales y obras de protección ante las crecidas del río encontradas, entre otros lugares, en Tell el Oueili, con la constatación incluso de trabajos de desecación de las marismas, ya desde el 5550 a.C. Sin embargo, en Europa este tipo de agricultura basada en el regadío no ha podido ser comprobada arqueológicamente y los únicos datos aportados, como las acequias de regadío del Cerro de la Virgen de Orce (Granada), del tercer milenio, o las zanjas de El Ejido (Almería), propuestas como tales, no ofrecen una total garantía de su uso en este sentido, ya que incluso se les han asignado otras posibles funciones, como canalización de aguas superficiales para proteger los asentamientos, al igual que puede ocurrir con muchas de las profundas zanjas que caracterizan a los asentamientos del tercer-segundo milenios en los valles del Guadiana y Guadalquivir. Al mismo tiempo, nada parecido a terrazas, muros de contención o trabajos de infraestructura hidráulica han podido ser demostrados. En cuanto a las especies cultivadas queda claro que, en su inmensa mayoría, la agricultura de finales del cuarto y tercer milenios se centró en los cereales de secano, trigo y cebada, excepción hecha de las especies y variedades adaptadas al regadío en aquellas zonas como Mesopotamia o Egipto, donde éste se practicaba desde el sexto-quinto milenios. Sin embargo, en el extremo oriente los campesinos neolíticos de Yang-Shao, en China, a lo largo del cuarto milenio, ya dependen del cultivo del mijo, que era conocido en Europa desde el quinto milenio y en el 3000 en Jemdet Nasr en Mesopotamia. La aparición reiterada de diferentes variedades de leguminosas ha dado pie a la consideración de la práctica habitual de una cierta rotación de los cultivos que, junto a periodos de barbecho, mejoraba las expectativas de recuperación de la tierra y hacía practicable una agricultura más sedentaria que en los periodos anteriores. Un problema específico del sur de Europa y del área mediterránea es la posibilidad de que ya en el tercer milenio se pudiera haber practicado un policultivo típico del Mediterráneo: trigo, vid y olivo. Renfrew señaló que la domesticación del olivo y la vid pudo producirse ya en el tercer milenio, coincidiendo con una amplia expansión poblacional en el sur de Grecia y en las Cícladas, gracias a la aparición de huesos de aceitunas y pepitas de uva en yacimientos de la zona. Nuevas evidencias se han sumado a estas pruebas recientemente, ahora en el sudeste de la Península Ibérica, donde en el yacimiento de Los Millares, en Almería, se han identificado numerosas muestras de madera de Olea conservada como carbón y huesos de esta misma especie. No obstante, las dificultades para discernir si se trata de olivo cultivado o acebuche (olivo silvestre) son importantes, atendiendo a la dificultad que aún entraña el distinguir tanto la madera como las semillas de ambas variedades, pero un dato parece evidente, el uso de esta planta ya desde fecha muy temprana en las zonas donde su variedad silvestre, el acebuche, forma parte de la vegetación típica, aunque sólo fuera una planta repetidamente recolectada. Nuevos datos serán aportados durante el segundo milenio para insistir sobre la práctica de este policultivo en el Mediterráneo. En la prehistoria, con respecto a la vid se ha propuesto su cultivo en el Calcolítico, según las pruebas aportadas por Wallcer procedentes del Cerro del Prado de Jumilla, semillas de Vitis, persistiendo la misma duda que con respecto al olivo. En resumen, podemos considerar que la principal característica de la agricultura a partir de su extensión a toda Europa y Asia centro-sur es la de su intensificación, cimentada en la ocupación de nuevas tierras, con la deforestación de zonas boscosas u ocupación de zonas marginales. La adopción de nuevas tecnologías: el uso del arado y la tracción animal, las obras hidráulicas como infraestructura para la irrigación a gran escala, en Asia sudoccidental, junto a nuevas prácticas (la rotación de cultivos, el barbecho y la posible adopción de algún tipo de policultivo) trajo como consecuencia más destacada un considerable aumento generalizado de la población, junto a una mayor sedentarización de la misma, consecuencias que serán fundamentales para comprender los demás aspectos de la cultura. Ambas parecen ser una clara consecuencia de la extensión e intensificación de las prácticas agrícolas y no la causa de ellas mismas, como se ha propuesto desde algunos modelos teóricos, según las cuales la presión demográfica es la causa que genera cualquier cambio en la economía de las poblaciones prehistóricas, en un proceso adaptativo continuo donde cualquier intensificación productiva ha de estar precedida por un aumento poblacional, con nuevas necesidades primarias que satisfacer, sin que otras razones relacionadas con las prácticas sociales, políticas o ideológicas puedan explicar estos cambios o intensificaciones, como más adelante podremos analizar. A lo largo del segundo milenio, las condiciones básicas de la economía no sufren grandes transformaciones, siendo la agricultura y la ganadería sus bases principales, sectores complementarios en la mayoría de las zonas de Eurasia. No obstante, se pueden señalar algunos aspectos que indican, por un lado, un definitivo asentamiento del policultivo ganadero en amplias zonas de Europa y Asia y, por otro, se acentúan ciertas especializaciones agrícolas y ganaderas que caracterizan las economías agropecuarias de otras zonas, especializaciones o adaptaciones que se mantienen en muchos casos hasta hoy día. Ya vimos que la extensión e intensificación que caracterizó a la agricultura del tercer milenio en amplias zonas de Europa se hizo incluso colonizándose zonas no demasiado aptas para estas actividades, a costa de la deforestación de superficies arboladas. Además, ha sido importante la utilización de zonas marginales (estepas y praderas), que en muchos casos no han podido regenerarse, dado el uso abusivo para agricultura de secano o para pastizales, alimento fundamentalmente para ovicápridos. Estudios emprendidos en diversos lugares han permitido basar estas afirmaciones en datos empíricos concretos; así, puede observarse que zonas cultivadas con anterioridad son abandonadas a lo largo del segundo milenio en diferentes zonas de la Europa templada, en Checoslovaquia, donde se observa que los bosques han vuelto a cubrir zonas utilizadas con anterioridad, donde aún se documentan, en mejor estado de conservación, sepulturas y poblados del tercer milenio; en Dinamarca, donde las sepulturas de corredor colectivas están ubicadas lejos de las zonas explotadas agrícolamente en época histórica y que, como en Irlanda o en las islas Orcadas, durante el tercer milenio, se situaron junto a las áreas explotadas por las comunidades agrícolas y ganaderas. Esos procesos de abandono de tierras explotadas con anterioridad no impide plantear que en otras zonas de Europa, sobre todo en la zona mediterránea occidental, es el segundo milenio la época para emprender la puesta en explotación de áreas en las que se supone que no existió con anterioridad una agricultura y una ganadería intensa. Este hecho se ha considerado una continuidad del proceso iniciado a comienzos del tercer milenio en que se propuso la colonización agrícola de áreas de la Península Ibérica: el Sureste o el valle del Guadalquivir, mientras que para el estuario del Tajo, el Algarve y zonas costeras o el valle del Guadiana, se proponen fechas de la segunda mitad del tercer milenio y aún más tarde, ya en pleno segundo milenio para la región de La Mancha, lo que a juicio de Chapman provoca, como consecuencia, una complejidad social creciente, al enfrentarse estas comunidades a un medio marginal por las condiciones climáticas y la escasa potencialidad del suelo. En buena parte, esta imagen del proceso de colonización puede ser fruto de ciertos vacíos de investigación que van subsanándose poco a poco, apareciendo con mayor nitidez una práctica extendida de la agricultura en el valle del Guadalquivir desde el cuarto milenio, así como se van llenando los vacíos de Portugal, La Mancha o el mismo Sureste, lo que indicaría más un proceso de intensificación que de colonización. Al mismo tiempo, tampoco están nada claras las condiciones marginales de zonas como el Sureste o La Mancha, durante el cuarto y tercer milenios, mientras que en el segundo pueden ya apreciarse síntomas de agotamiento y de transformación acusada del paisaje, como ocurre en otras zonas europeas y en algunas de las zonas reseñadas. En la península italiana y las islas occidentales (Baleares, Córcega y Cerdeña) aunque la introducción de la economía basada en la agricultura y ganadería es dispar en el tiempo, no será hasta el segundo milenio cuando puedan apreciarse signos de intensificación e incluso de diversificación, reflejado sobre todo en la aparición de grandes construcciones comunales como las nuragas sardas o las taulas y talayots de las Baleares. El abandono de tierras marginales explotadas hasta entonces, el agotamiento de muchas de ellas o las transformaciones ocasionadas por la introducción y uso masivo de nuevas tecnologías y los sistemas de cultivo, se consideran causas de una mayor presión sobre las mejores tierras, aunque la evolución social analizada y la estratificación social que se desarrolla a lo largo del segundo milenio nos parecen razones más sólidas para analizar un fenómeno no documentado hasta ahora. Existen evidencias de una parcelación de los mejores terrenos en torno a los poblados, con pruebas de ello en Gran Bretaña, en el grupo de Wessex. El sistema de explotación podría apoyar ideas expresadas por Gilman para el sureste de la Península Ibérica, sobre el hecho de que tras esos sistemas puede existir una prueba de la privatización de la propiedad de la tierra y lo que ello significa en relación con la estructura social. Nuevos datos vienen a confirmar la extensión del uso de la tracción animal a amplias zonas, donde no había sido registrada en épocas anteriores. En primer lugar, el uso de arados tirados por bueyes ha quedado muy bien documentado en los muchos grabados en rocas que pueden verse en amplias zonas de Europa, aunque los más conocidos y expresivos son los situados en Suecia, Noruega, el sur de Francia y norte de Italia, entre los que, a su vez, son más conocidos los de Val Camonica, con representaciones muy expresivas del uso de arados y carros tirados por bueyes y también por caballos. La incorporación del uso del caballo como animal de tiro tendrá una gran importancia en determinadas economías e incluso en los cambios que, durante el segundo milenio, pueden verse en el transporte y la guerra. Decíamos que una característica del segundo milenio es la especialización en determinados sistemas de cultivos, a la que se le ha dado una importancia muy grande en las transformaciones sociales, e incluso políticas, de esta época. En el caso del policultivo mediterráneo, basado en la vid, el olivo y los cereales de secano, ya veíamos cómo en el tercer milenio el uso de la Vitis y la Olea estaba atestiguado en zonas donde estas especies están presentes en la flora natural, sin poder llegar a establecer la seguridad de su explotación cultivada o si se trataba de un aprovechamiento a través de la recolección. Para el caso del Egeo, se afirmaba que la domesticación de vid y olivo se produjo ya en el tercer milenio e incluso se ha afirmado que la adopción de este sistema agrícola podía estar en la base de unas formas de explotación derivada de los ciclos de productividad de estas plantas, lo que implica un régimen de propiedad y la necesidad de producción de excedentes para intercambiar por otros alimentos, vegetales o no, que completen las dietas de subsistencia, por lo que se consideran economías propias de sociedades estatales. Una fuente directa sobre los tipos de cultivo de la época la encontramos en la gran documentación proporcionada por la contabilidad escrita sobre las tablillas de arcilla, encontradas en los palacios minoicos y micénicos del segundo milenio. El desciframiento de la escritura conocida por Lineal B, compuesta por signos o pictogramas que, tras un precedente de comienzos del segundo milenio denominado Lineal A, aún no descifrada, permitió, a partir del desciframiento por Michael Ventris, a J. Chadwick hacer un estudio de muchos aspectos de la vida económica y social del mundo micénico de la segunda mitad del segundo milenio. En estas tablillas se comprueba que trigo y cebada eran los cereales fundamentales de la producción agrícola, en una proporción muy similar. Junto a ellos se emplearon, algunas incluso se cultivaron, una sorprendente variedad de plantas para condimentos o aromáticas: cilandro, comino, hinojo, apio, menta o sésamo son buenos ejemplos de ello. Pero no existe ahora duda de que en las tablillas se recoge un cultivo muy extendido del olivo doméstico, para la producción de aceite -que se comercia- y para el consumo de la aceituna. La vid se usa, también cultivada, para producir vino, que parece pudo ser un articulo de lujo, empleado también en el intercambio. Algunas otras plantas aparecen reflejadas en las tablillas como cultivadas en la época, siendo la de mayor importancia la higuera, para el consumo de los higos frescos, y probablemente secos, cultivo y consumo que continúan siendo tradicionales en las orillas del Mediterráneo. Otra especialización agrícola de la época la encontramos en una zona bien alejada del Mediterráneo. Durante el tercer milenio vimos desarrollarse una agricultura donde el mijo es el más importante cultivo de China, seguido a larga distancia por el trigo y el arroz. Este último, alimento básico de todo el sureste asiático en la actualidad (China y zonas del Ganges), aparece como cultivado a lo largo del segundo milenio, encontrándolo en asentamientos tardíos de la cultura de Harappa. Pero es en China y Japón donde su cultivo, atestiguado desde la segunda mitad del segundo milenio, se convirtió en un cultivo básico en las fases de Jomon y Yayoi de Japón y en la de Lungshan, en la provincia de Honan, en China. El cultivo del arroz implica el uso del buey de agua, como animal de tracción. En cuanto a la rotación de cultivos, ya estaba documentada desde épocas muy anteriores. Durante este segundo milenio la práctica de rotación más interesante es la usada por los agricultores de la India de época de Harappa, que introducen el cultivo del algodón como complemento de los cereales, de forma que en primavera podían sembrarse trigo y cebada y en otoño el algodón, lo que permitió un importante desarrollo del tejido de algodón, constatado en Mohenjo-Daro, mientras que estos tejidos no aparecerán en Egipto o Mesopotamia hasta casi el cambio de era. Según Clark, las especies precedentes del cultivo del algodón pudieron llegar al Indo desde el sur de Arabia o del nordeste de Africa, a pesar de que su uso en esas zonas no se dio hasta épocas tardías. La agricultura del segundo milenio conoció un periodo de intensificación que, para las zonas del sur de Europa, Península Ibérica, Grecia e islas mediterráneas o incluso el valle del Indo, precede a una crisis generalizada de finales del segundo milenio, cuando desaparecen El Argar, el mundo micénico o el grupo de Harappa, generalmente achacada, entre otras muchas causas posibles, a una crisis climática provocada en parte por la roturación excesiva. Aunque este tipo de explicaciones tiene cada vez menos predicamento y son las causas sociales y políticas las que se aducen para estas crisis, estudios de paleobotánica, de evolución paleoclimática y geomorfología indican que en el valle del Indo y algunos de sus afluentes, el Ghaggar, se documentan cambios que provocaron la desecación de la zona, obligando a las poblaciones asentadas en estos lugares a desplazarse hacia el este y el sur hasta desembocar en una profunda sequía, en el primer milenio, que hizo imposible el cultivo de cereales. El estudio de las oscilaciones climáticas del Holoceno en amplias zonas y la evolución local o regional del clima permitirán saber si factores medioambientales tuvieron influencia en los regímenes económicos y, por tanto, en las sociedades que se basaban en ellos.
acepcion
Aprovechamiento de la tierra, originado en el Neolítico, mediante su cultivo para la obtención de productos útiles al ser humano.
contexto
Sometida a los lógicos condicionantes de clima, suelo, situación geográfica y organización social, la agricultura tradicional europea presentaba una gran diversidad, pero también ciertos rasgos y problemas comunes. Había, por ejemplo, fuertes contrastes entre las grandes llanuras y mesetas (la mayor parte del Continente) y las áreas altas y montañosas. Dominaba en aquéllas el cultivo de cereales (mayoritario en el conjunto de Europa) en un régimen, muchas veces, de campos abiertos, en que las parcelas cultivadas no estaban cercadas ni valladas como para impedir el libre paso entre ellas. La existencia de huertos (de muy reducida extensión, pero presentes en casi todos los núcleos de población) permitía diversificar algo la producción -lo que se ampliará, como veremos, en este siglo-, complementada en cualquier caso con cultivos comerciales (vid, olivo) e industriales (lino, cáñamo, por ejemplo). La ganadería -lanar, sobre todo, pero también cabría o vacuna- solfa ser frecuentemente complementaria, aunque las condiciones geográficas, entre otras razones, harían variar su importancia, llegando en ciertos casos a alcanzar la condición de actividad principal. Ocurría esto, por ejemplo, en las áreas de montaña y el aprovechamiento racional de las condiciones climáticas determinó con frecuencia la práctica de la trashumancia-, donde, además, la silvicultura alcanzaba un peso notable y el cultivo del cereal podía no ser mayoritario. Variaban también los sistemas de cultivo, pero casi todos compartían la necesidad de recurrir al barbecho para favorecer la aireación, nitrogenación y humidificación de la tierra e impedir su agotamiento, dada la escasez de abono disponible, que se reducía, normalmente, al muy escaso estiércol animal, aumentado en algunos y minoritarios casos concretos con productos como el limo, las algas marinas o los residuos urbanos de todo tipo (el problema no comenzará a resolverse satisfactoriamente hasta la utilización del guano y los abonos minerales, en los siglos XIX y XX). Once son los sistemas que enumera Slicher van Bath, utilizados unos al lado de otros, y que iban, en orden creciente de intensidad en cuanto al uso del suelo, desde el cultivo temporal (sobre rozas, en ocasiones) de comarcas marginales de Escocia, Irlanda, Inglaterra y Suecia, hasta la alternancia de cultivos de Flandes y, posteriormente, de Inglaterra. No obstante, los dos más extendidos eran la rotación trienal, en que un año de cultivo de cereal de invierno (trigo o centeno) y otro de cereal de primavera (cebada o avena) eran seguidos por un tercero (o dos) de barbecho, y el bienal o de año y vez, en el que alternaban un año de cultivo y otro de barbecho, siendo muy característico este último del ámbito mediterráneo. La mediocridad técnica constituía una limitación importante, siendo los aperos más frecuentemente utilizados diversos tipos de arados de madera con reja metálica (con o sin vertedera añadida), rastrillos o gradas (enrejados con púas de madera o hierro usado en ciertos casos para allanar la tierra tras el arado y antes de la siembra), hoces y guadañas (estas últimas, a veces usadas para segar el cereal dejando menos rastrojo que con la hoz, se destinaban preferentemente al heno, luego conservado en almiares), trillos y mayales (aquéllos, planchas de madera con piedras de pedernal en una de las caras para triturar la paja y separar el grano; éstos, formados por dos varas de distinta longitud unidas por una correa de cuero para, sujetando una de ellas, golpear con la más corta la mies extendida en el suelo), azadas y azadones para cavar los huertos, palas y horcas. Y hay que añadir, por último, la excesiva fragmentación y dispersión de las explotaciones, lo que implicaba pérdida de espacio, por la necesaria multiplicación de caminos y senderos, y de tiempo en los repetidos desplazamientos entre parcelas. Como consecuencia de todo ello, los rendimientos, aunque distintos según lugares, semillas y calidad de la tierra, eran frecuentemente muy bajos -suelen citarse como extremos los 17 granos por simiente para el trigo documentados en algunas comarcas flamencas y los cinco de ciertas zonas mediterráneas, italianas y españolas; la generalidad se encontraba mucho más cerca del extremo inferior que del superior-, así como, en general, la productividad del trabajo campesino, existiendo en casi todos los países amplias bolsas en que se rozaba el autoconsumo. De ahí las elevadas proporciones de mano de obra absorbidas por la agricultura. Por otra parte, se daba frecuentemente una ordenación colectiva y basada en la costumbre de ciertos aspectos de la vida agraria, tales como la fijación de las hojas destinadas anualmente a cultivo o barbecho o la regulación de los aprovechamientos comunes, fuente de recursos suplementarios para todos y básicos para el mantenimiento de los más débiles, y que solían afectar no sólo a las tierras comunales (pastos, caza, leña...), sino también a las de particulares (espigueo o recolección de espigas dejadas por los segadores, aprovechamiento de la paja abandonada, utilización de las rastrojeras para pastos...). Y eran también normas consuetudinarias las que regían la roturación y explotación -casi siempre, en régimen de usufructo temporal y no en plena propiedad- de estas tierras comunales, la gran reserva para la extensión de los cultivos en caso de presión demográfica. En ausencia de variaciones climáticas de importancia, el incremento de la producción agraria podía conseguirse mediante la ampliación de la superficie roturada o bien aumentando el rendimiento de la tierra y la productividad del trabajo humano, es decir, cultivando nuevas plantas y variando las técnicas y sistemas de cultivo. La simple roturación de nuevas tierras fue la práctica más generalizada en el mundo tradicional en épocas de expansión. Si no iba acompañada de otros cambios, permitía alimentar a un mayor número de habitantes, aunque sin aumentar la producción per cápita (crecimiento estático). Además, la inevitable aparición de la denominada ley de rendimientos decrecientes las nuevas roturaciones terminaban por afectar a tierras de calidad mediocre, cuyo rendimiento por unidad de superficie y de trabajo empleado en su cultivo es menor que el de las de buena calidad- hipotecaba a medio y largo plazo la expansión, si bien en régimen de autoconsumo podía (y solía) mantenerse el cultivo de estas tierras marginales a costa de la autoexplotación y el empobrecimiento de sus cultivadores. En el otro extremo, la consecución de un sólido crecimiento real, esto es, el aumento de la producción per cápita, además de precisar cuantiosas inversiones de capital, habría entrañado diversas mutaciones estructurales. Se puede citar entre éstas la eliminación del barbecho, la ampliación del tamaño de las explotaciones, la supresión de algunos de los aprovechamientos comunales, vistos como servidumbres -el cambio de perspectiva es claro- que impedían la libre y particular utilización de los campos. Por otra parte, si debía combinarse la ampliación de la superficie cultivada con la aplicación de las citadas innovaciones, se imponía la privatización de los bienes comunales, ya que la inversión afluiría mejor a tierras mantenidas en régimen de propiedad que a las simplemente usufructuadas temporalmente. Ahora bien, la desaparición de algunos de los aprovechamientos comunales implicaría inevitablemente y era la otra cara de la moneda- la disminución de los recursos de una parte de la comunidad rural, que se vería así debilitada, resultando afectada, a la postre, la estructura social.
contexto
A partir de la Edad del Bronce el nivel técnico de las explotaciones agrarias había dado un gran avance y la agricultura era la base de la economía en la España ibérica. El importante desarrollo histórico de estas poblaciones a lo largo de los siglo IV y III a. C. tiene mucho que ver con los medios de producción aplicados a la agricultura, en especial con los elementos tecnológicos. Tradicionalmente se había considerado que los instrumentos más avanzados utilizados para las labores agrícolas de la zona ibera eran debidos a los romanos, pero los trabajos realizados en este campo por Pla Ballester demuestran que los instrumentos de trabajo de hierro utilizados en plena época ibérica son los mismos que vamos a ver usando a estas poblaciones en época romana. En el poblado ibérico de la Bastida de Mogente (Valencia), destruido en la segunda mitad del siglo IV a. C., Pla Ballester ha hallado instrumentos de hierro para trabajar en sectores de producción muy diversos: agricultura, construcción, cantería, trabajos de la madera, de la piel, etc., con una gran variedad de instrumentos. Es frecuente la presencia de rejas de arado en los poblados de la segunda mitad del siglo IV a. C., así como layas o palas de hierro, cucharas de sembrador, escardillas (azadas), podaderas y hoces. Los productos más importantes del área ibera son los cereales, especialmente abundantes en la zona de Santo y en general en todo el área ibera, el olivo, traído a estas tierras por los fenicios y los cartagineses, y la vid, cuyo cultivo podemos situar a partir del siglo IV a. C. Parece ser que los frutales se cultivaban en todo el área ibérica, al igual que las hortalizas, algunas de las cuales merecen la cita de Plinio, como las que se cultivaban en Cartagena y Córdoba. También tenemos noticias del cultivo de palmeras, introducidas por los cartagineses, e higueras y han aparecido almendras en Baza en tumbas del siglo IV a. C. Entre las plantas textiles por los datos de las fuentes escritas sabemos que se cultivaban el lino, siendo muy famoso el de Tarraco (Tarragona) y Saetabi (Játiva), y el esparto, que se cultivaba sobre todo en el Sudeste de España. Presedo piensa que el lino se trabajaría con un sistema muy parecido al que Plinio describe para el esparto, pues la descripción que hace Plinio del trabajo del esparto se parece mucho al método empleado para el trabajo del lino en Galicia: se sembraba la semilla y se recogía en el mes de junio. Una vez quitada la linaza, se ataban pequeños manojos y se sumergía en agua durante una semana, se secaba al sol y se metía en un horno de temperatura no muy alta. Finalmente se "tascaba", cardaba, hilaba y tejía. Las zonas más ricas en general debían ser las vegas de los ríos Ebro, Segura y Guadalquivir. Debió tener también gran importancia la explotación de los bosques, pues las masas forestales del sur de Sierra Nevada serían para Schüle uno de los mayores atractivos de la costa sur de España para los colonizadores mediterráneos. No tenemos noticias de ello, pero, sin duda, los cartagineses debieron encontrar en España la madera y la pez que necesitaban para los barcos de su flota y de su comercio. Nos queda, todavía, una pregunta por resolver: ¿quiénes eran los propietarios de la tierra? Arribas y Vigil hacen referencia a la existencia de grandes terratenientes entre los iberos, mientras Maluquer propugna la existencia de una posesión individualizada por familias entre los iberos. Para el Alto Guadalquivir A. Ruiz y M. Molinos, aun sin decidirse claramente, parece que quieren ver un tipo de propiedad mixta, es decir, propiedad individual o familiar, en su caso, junto al oppidum, núcleo urbano-comunidad, como unidad de producción, a partir del texto de Tito Livio (28, 3, 4) donde se dice que algunas ciudades como Oringis contaban con sus propios campos, encontrando un caso semejante en la Torre Lascutana, cuando se permite a sus habitantes seguir manteniendo en usufructo las tierras que ya tenían como tales, pero cuya propiedad era del oppidum de Hasta Regia. En lo referente a la minería compartimos plenamente la opinión de Presedo de que es muy probable que toda la historia de la España antigua, desde el Bronce hasta Augusto, esté determinada por la abundancia de metales, su búsqueda y explotación por los pueblos del Mediterráneo oriental primero y por Roma después. Ya en época de predominio de Tartessos la explotación de los minerales estaba bastante desarrollada en el sur de España. En época ibérica se acrecentó la importancia, al añadirse ahora el empleo masivo del hierro a los metales tradicionales. El hierro aparece por primera vez en la Turdetania hacia el 700 a. C., desplazándose su uso hacia el norte y el este, fabricándose en este metal la mayor parte de los utensilios dedicados a la producción, así como las armas. Si hacemos caso a las fuentes antiguas greco-romanas, los yacimientos más importantes de mineral de hierro en esta época estaban en Bilbilis (Calatayud) y Turiasso (Tarazona), es decir, en el valle medio del Ebro, aunque también se extraía entre los bergistanos en Cataluña y en numerosos yacimientos se han encontrado restos de escorias de mineral de hierro de época ibérica. Pero hay en el área ibérica otras zonas y otros minerales que son objeto de explotación en época ibérica antes de la llegada de los cartagineses, que se siguen explotando, incluso aumentando la producción, con los cartagineses y que no se dejan de explotar por los romanos, una vez conquistada la zona. El territorio de los oretanos es una zona minera de gran importancia con dos centros mineros por excelencia, Sisapo (Almadén) y Cástulo (cerca de Linares). En época ibera se obtenían los metales de plomo y plata, aunque, cuando realmente se aceleró la producción, fue con la llegada primero de los cartagineses y luego de los romanos. Los datos de Plinio y los estudios de G. Tamain y C. Domergue al respecto son concluyentes. Con la llegada de los cartagineses se intensificó la producción española de plata, utilizando nuevas técnicas aprendidas de los atenienses, y se desplazó la actividad minera de la plata hacia el Este. Se abandonan, al parecer, las explotaciones de la región de Huelva, pero se continúan explotando los yacimientos de Linares y, sobre todo, se realizan grandes explotaciones en la zona de Cartagena, donde tenemos noticias de que en la época de dominio cartaginés trabajaban 40.000 indígenas en la extracción de la galena argentífera. Otros metales que se siguen explotando son el cobre de la zona de Cástulo, el oro de las minas de Sierra Nevada y el que se beneficia en los ríos que arrastran arenas auríferas (Genil y Darro), el minio, cuyo centro principal es Sisapo (Almadén) y del que Teofrasto nos habla en el siglo IV a.de C., y el plomo que se explota juntamente con la plata y que debió emplearse en abundancia, pues restos se han hallado con frecuencia en las excavaciones a partir del siglo IV. Por lo que se refiere a los medios de producción es importante resaltar el conocimiento para esta época y en este área ibera del tornillo de Arquímedes, así como hornos de fundido con ventilación (Estrabón, 3, 2, 8-11). En cuanto a las unidades de producción, también aquí parece que se puede hablar de la dualidad entre oppidum y familia, al menos para el área del Sur peninsular. En las casas del poblado minero de Riotinto A. Blanco ha encontrado escorias repartidas por el interior de las casas y no en grandes montones, como sucede en época romana, por lo que piensa que la producción no se realizaba en grandes establecimientos, sino que estaba repartida entre los habitantes del poblado con el carácter de pequeña industria doméstica. Por otra parte la ausencia de lucernas y trabajos de profundidad en época prerromana en las explotaciones de cobre demuestran que estas explotaciones a flor de tierra pudieron perfectamente ser explotadas por una sola familia. Junto a ello encontramos la especialización que se ha descubierto en los restos de mineral para algunos de los oppida. Se trataría, según A. Ruiz y M. Molinos, de la especialización de ciudades en determinados productos. Lo que no está claro para la época ibérica es la propiedad de las minas, si pertenecían a propietarios privados o tenían carácter de públicas.