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Personaje Pintor
Lorenzo Vallés es uno de los grandes ignorados de la pintura española del siglo XIX. Se puede afirmar que sólo conocemos una de sus obras, una gran pintura de historia fechada en 1866 durante su estancia en Roma, con la que cosechó una segunda medalla en la Exposición Nacional. El resto de su producción es virtualmente desconocida y su personalidad artística está todavía por estudiar.
Personaje Arquitecto
obra
Uno de sus modelos favoritos en sus últimos años será el jardinero Vallier, sentado en la terraza de Les Lauves. Cézanne emplea la característica pose que identifica a buena parte de sus retratos: la figura sentada en primer plano, girada hacia la derecha, con las manos entrelazadas. El rostro inexpresivo de algunos retratos como el de su hijo Paul o madame Cézanne deja paso a imágenes algo más cargadas de expresividad como se aprecia en el retrato de Vollard o los del jardinero. Las tonalidades oscuras se adueñan de la composición, aplicado el color de manera contundente, renunciando a los toques cortos identificativos de su etapa impresionista. Con estos trabajos, Cézanne se adelanta a la vanguardia que tanto se interesará por su obra, especialmente Picasso y Matisse.
Personaje Pintor
Antes de cumplir los veinte años se estable en París. Allí acude a la Académie Julian y asiste con frecuencia al Louvre, donde copia la obra de Durero y Rembrandt, entre otros autores, a fin de desarrollar su destreza como dibujante. En esta época comienza a realizar interesantes obras, aunque todavía no se ha definido su estilo. Es ahora cuando inicia su "Libro de la razón", que contiene la descripción de su trabajo. Su producción se inspira en asuntos cotidianos. Su estilo no se llega a identificar con las vanguardias que imperan en su tiempo, aunque si se acercó a alguien fue a los Nabis. Cézanne, Toulouse-Lautrec y Rousseau el Aduanero, fueron sus principales referencias. De sus cuadros destaca El tercer anfiteatro en el Théâtre du Châtelet. Las xilografías que ejecuta se inspiran en temas sociales y de carácter existencial. Destacan en este primer grupo: La manifestación y La carga.
lugar
Pequeña aldea francesa en la región de Argonne, situada al noreste del país. Valmy es famosa por la batalla que se desarrolló en sus cercanías, el 20 de septiembre de 1792, en la que las tropas francesas rechazaron el ataque de las tropas prusianas. La batalla cambió el rumbo de la guerra, ya que supuso la retirada de las tropas prusianas de territorio francés.
Personaje Político
Reina de España (1546-1568), tercera esposa de Felipe II y madre de Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. La tercera esposa de Felipe II será francesa, fruto del Tratado de Cateau-Cambresis que pone paz entre España y Francia en 1559. Esta es la razón por la que se conoce popularmente a la reina como Isabel de la Paz. Isabel había nacido en Fontainebleau el 13 de abril de 1546. Era hija de Enrique II de Francia y Catalina de Médicis, siendo su infancia bastante desconocida, no estarían ausentes en ella los enfrentamientos entre su madre y la amante de su padre. Y es que Enrique II tenía desde hacía mucho tiempo a Diana de Poitiers como amante oficial. Diana tenía 21 años más que Enrique pero había cautivado de tal manera al joven que se convirtió en su amor instantáneo, con el consiguiente odio de Catalina hacia su rival. Esta relación provocó que Catalina estrechara la educación de sus diez hijos al máximo, evitando en todo momento la cercanía de Diana a su descendencia, a pesar de que ésta ostentaba el cargo de Aya de los Hijos de Francia. El primer pretendiente de Isabel sería el rey de Inglaterra Eduardo VI, pero falleció en 1553. Su sustituto sería el príncipe don Carlos pero al quedar recientemente Felipe II viudo, se cambian los planes y el rey de España será el esposo de la adolescente Isabel. La boda se celebró por poderes el 22 de junio de 1559, en la catedral de Notre Dame de París, representando al novio el todopoderoso Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel. Al ser costumbre en la corte francesa acostar a los desposados en la noche de bodas y faltar el novio, tuvo que ser su representante quien realizara el acto: Para ello, Don Fernando llegó a la alcoba regia, hizo una reverencia a los invitados presentes y tomó simbólica posesión del tálamo colocando una pierna y un brazo sobre la cama donde observaba la joven Isabel. Con motivo de las fiestas celebradas se produjo un luctuoso episodio ya que en una justa entre Enrique II y el caballero Montgomery, la lanza de éste se parte y se introduce en el ojo del rey, lo que provocará su muerte diez días después. El 6 de enero de 1560 llega el séquito de Isabel a Roncesvalles, dirigiéndose a Guadalajara donde la espera Felipe. El 2 de febrero se celebra la misa de velaciones y los esposos se encierran en la cámara nupcial, sin dar tiempo al obispo de Pamplona de bendecir el tálamo, lo que tuvo que hacer desde la puerta. Resulta fácil imaginar que aquella noche nada ocurrió ya que la reina tenía trece años y aún jugaba a las muñecas por lo que se decidió posponer la consumación del matrimonio, a pesar de las reticencias de Felipe. Era costumbre en las cortes europeas airear las primeras menstruaciones de las infantas y princesas por lo que conocemos la fecha exacta de la primera regla de Isabel: el 11 de agosto de 1561, a la edad de 15 años y cuatro meses. En este último año la joven había crecido bastante y su belleza era comentada en toda la corte. Desde ese momento se inician los contactos sexuales entre los cónyuges. Los embajadores franceses escriben a Catalina de Médicis que "la constitución del rey causa graves dolores a la reina, que necesita mucho valor para evitarlo". Isabel padece fiebre y erupción durante una estancia en Toledo, temiéndose que fuera la temible sífilis la enfermedad que afectaba a la reina. Afortunadamente se trató de una viruela y para evitar que en el atractivo rostro de Isabel quedasen marcas, se le embadurnó con clara de huevo y leche de burra, mientras que los médicos franceses aplicaron nata y sangre de paloma en los ojos para un mejor cuidado. En 1561 la corte se instalaba definitivamente en Madrid y los monarcas estrechaban su felicidad, a pesar de que dormían y comían separados. Isabel se consideraba una de las mujeres más felices del mundo. En mayo de 1564 llega el anuncio del embarazo de la reina. Tres meses más tarde abortaba gemelos. La primeriza Isabel sufrió muchísimo con este parto, llegando al punto de perder la esperanza los médicos de salvar a la paciente. Afortunadamente, un galeno italiano purgó a la enferma y consiguió su salvación. En la calle, la curación fue interpretada como un milagro ya que todo el pueblo rezó para la salvación de su soberana. Se apunta a una posible relación adúltera de don Felipe con una dama de honor de la princesa Juana llamada Eufrasia de Guzmán, lo que recordó a Isabel los amores de su padre con Diana de Poitiers. Pero sería el propio Felipe quien rápidamente abandonó esta aventura para mantenerse fiel a su esposa, llegándose a apuntar que fue Isabel la única esposa amada por el rey prudente. Ante el delicado estado de salud de la reina, los médicos recomendaron baños a lo que ella se opuso por el pudor provocado al mostrarse desnuda, ni siquiera ante sus ayudas de cámara. La descendencia no llegaba y se utilizó un método sobrenatural al traer los restos incorruptos de San Eugenio, mártir y primer arzobispo de París, desde la abadía de Saint Denis hasta Toledo. Isabel imploró al santo la solución a su infertilidad y a finales de diciembre de 1565 se anunciaba el embarazo. El parto tuvo lugar en Valsaín, el 12 de agosto de 1566, naciendo una niña que fue llamada Isabel Clara Eugenia. Felipe pretendió llevar a su hija hasta la pila bautismal por lo que ordenó la construcción de un muñeco con el que se entrenaba en su cámara. No seguro de realizar correctamente tan delicada misión, el rey eligió a su hermano Don Juan de Austria. Isabel Clara Eugenia se convertirá en la favorita de Felipe, siendo una estrecha colaboradora para su padre. En el mes de febrero de 1567 se reciben noticias de un nuevo embarazo. El 6 de octubre de ese año nacerá una nueva niña llamada Catalina Micaela. Tras el parto Isabel sufrió un peligroso acceso febril que fue atribuido a la subida de la leche por lo que se aplicó jugo de perejil en los pezones de la reina con el fin de ayudar a la subida. El delicado estado de salud de Isabel en mayo de 1568 hace pensar en un nuevo embarazo. Las fiebres, los mareos, vértigos y sensaciones de ahogo eran continuos por lo que se la rodeó de todo tipo de cuidados para evitar el aborto. El 3 de octubre de ese año Isabel expulsaba un feto de cinco meses y al poco tiempo fallecía, sin haber cumplido los 23 años.
lugar
contexto
Valor actual de las "Antigüedades" Han pasado ya cuatro siglos desde que Hernández escribió su obra histórica integrada, como ya vimos, por Las Antigüedades y el Libro de la Conquista. Durante estos cuatro siglos, y particularmente en los días últimos, se han publicado toda clase de crónicas y relatos históricos sobre Mesoamérica, de tal manera que hoy disponemos de un panorama historiográfico muy rico para conocer la vida de los pueblos del México antiguo. En este contexto, ¿qué podemos pensar de la síntesis de Hernández, de la que él mismo llama semilla de historia? Cabe decir que, a nosotros, gente del siglo XX, que con un sentido antropológico nos interesamos en el estudio de las culturas, la obra que ahora nos ocupa se nos presenta dotada de un valor en sí misma y en relación con otras crónicas de su época. En sí misma es una obra atractiva por las apreciaciones, muy personales, que nos ofrece Hernández en medio de otro muchos datos comunes a otros historiadores del XVI. Estas apreciaciones se manifiestan unas veces en sus descripciones de determinados detalles y otras por medio de juicios de valor, enfocados a poner de relieve ciertos rasgos culturales de los pueblos nahuas. En cuanto a las primeras, a lo largo de los tres libros de las Antigüedades encontramos momentos en los que Hernández se solaza describiéndonos cosas que le causan asombro. En este sentido son muy interesantes las páginas que dedica a describir la belleza del valle y de la ciudad de México, a la cual compara con Venecia o Amberes53. De ella llega a decir que todo lo que tiene es hermosísimo y sólo se echa de menos el suelo patrio y natal el de España y la abundancia de su gente54. Parecidos son los elogios que dedica a Tezcoco, en los que recordemos compara los huertos de aquella ciudad con el jardín de las Hespérides. Otro tanto se puede decir de la ponderación que ofrece del clima del país y en especial del microclima húmedo de la laguna en la que se asienta la capital. Son apreciaciones muy exactas, que no encontramos en otros cronistas, y que nos revelan el talante de Hernández, muy dado a las ciencias naturales. Abundan también en la obra los juicios de valor, a veces positivos y a veces negativos, sobre diversos rasgos culturales de los mexicas. Entre los negativos, tres son las críticas fundamentales que deja ver Hernández: la forma de comer sin ninguna limpieza ni urbanidad que tiene la gente del pueblo55, la práctica de la medicina que ya se comentó al describir el libro II, y el carácter de los mexicanos. Acerca de este último punto, el protomédico tacha a los naturales de débiles, tímidos y perezosos, aunque dice: Son de naturaleza flemática y de paciencia insigne, lo que hace que aprendan artes aún sumamente difíciles y no intentadas por los nuestros y que, sin ayuda de los nuestros, imitan preciosa y exquisitamente cualquier obra56. La habilidad manual de los mexicanos es algo que mucho le asombró, y así lo hace notar en varios capítulos de las Antigüedades. En ellos se detiene para describir principalmente los trabajos de orfebrería. De tales trabajos nos ha dejado un párrafo muy ilustrativo al exponer las cosas que se vendían en los mercados. En él nos ofrece información detallada no sólo de la belleza de las piezas de orfebrería, sino también de la calidad que habían alcanzado los artífices mexicanos en la elaboración de las mismas: También solían ser expuestos en almoneda en los mercados trabajos maravillosos de plata o grabados en metales o fundidos en bronce: platos hexagonales que tenían tres partes de oro alternadas con otras tantas de plata, adheridas unas a las otras pero no pegadas en manera alguna sino fundidas, consolidadas y soldadas en la misma fusión; anforitas de bronce con asas sueltas; peces con una escama de oro y otra de plata; pericos que tenían la lengua, la cabeza y las alas movibles...57. Parecidos juicios expresa de los amantecas, verdaderos artífices de obras plumarias. De ellos afirma que logran sus creaciones con plumas varias, tejidas y dispuestas con arte maravilloso, y en este arte esta gente aventajaba muchísimo a las de otras naciones58. En cuanto a la que llama piedra iztlina --de itztli, obsidiana-- y las mantas de algodón, los elogios no son menores. Vale la pena transcribir las páginas en que habla de estos dos objetos, porque además en ellas Hernández describe las herramientas más comunes que utilizaban para tallar la piedra: Usan también hachas, barrenos y escoplos de cobre, mezclado con oro, con estaño y a veces con plata. Con palo sacan piedra de las canteras y con palo forman con arte maravilloso de la piedra iztlina espadañas, sables... Con semejantes instrumentos pulen las piedras con tanta destreza y artificio que exceden con mucho a nuestros escultores... Los próceres y los ricos cubren y adornan las paredes de las casas con tapices de algodón de imágenes multiformes y colores variados y también con plumas, con esteras de palma petates y con tapetes finísimos de algodón, más hermosos que los de los nuestros59. Las apreciaciones de Hernández acerca de las obras de arte de los pueblos nahuas coinciden con las de otros cronistas del XVI que nos han dejado también su sorpresa al conocer las creaciones de aquellos pueblos. En realidad, hoy día pervive esta capacidad creadora de los mexicanos. No es difícil encontrar obras de arte en simples trabajos de artesanía, en los que están presentes el buen gusto y las muchas horas de dedicación. Esta y otras consideraciones de carácter similar hacen de las Antigüedades una crónica atractiva en sí misma, que nos ayuda a la penetración en la cultura de los pueblos nahuas. Desde otro punto de vista, es también valiosa en el contexto historiográfico del siglo XVI, por varias razones. Una de ellas es por ser una síntesis clara, sencilla, escrita sin pretensiones. En el rico universo de las grandes crónicas renacentistas --Motolinía, Las Casas, Durán, Sahagún, Mendieta-- no abundan síntesis como la de Hernández, fácil de leer, amena y adaptable a un gran público que no pretende entrar profundamente en el ámbito mesoamericano. Es, como la define su autor, una semilla de historia, una semilla enjundiosa en la que se contienen los principales rasgos culturales de los pueblos nahuas de la región central de México. Otra razón digna de tenerse en cuenta es la doble perspectiva desde la que está escrita, la de los vencedores, a través de Cortés y Gómara, y la de los vencidos, recogida principalmente de Sahagún y Pomar. Y, por último, el hecho de que Hernández la escribiera en latín es también otro elemento que le confiere un interés especial entre los muchos escritos históricos del siglo XVI. La de Hernández es una de las pocas crónicas de América escrita en esa lengua, y esto posiblemente se deba a que su autor la ideó para que se difundiera entre las gentes cultas de Europa, para poner hasta donde yo pueda ante los ojos de nuestros hombres las cosas pasadas y para que aquellos a quienes no ha sido dado ver gentes tan distantes, las conozcan en lo posible60. Así, el científico de origen toledano, que puso para siempre al alcance de los especialistas del orbe entero la sabiduría farmacológica de los antiguos mexicanos, se preocupó también por esbozar una imagen de ellos y de su cultura. Tal imagen constituía para él un marco de referencia. Bien sabía que otros --como Motolinía, Gómara y Sahagún-- ya se habían ocupado en la empresa de rescatar testimonios sobre la historia y la cultura de los pueblos que vivían en el corazón de la Nueva España. Pensó, sin embargo, que él mismo --con su perspectiva diferente, la de científico y a la vez humanista-- podía hablar de sus propias experiencias. A los lectores y especialistas de hoy corresponde emitir sus dictámenes sobre la visión hernandina de estas antigüedades. Por mi parte considero que en esta obra del protomédico quedó reflejada, en breve síntesis y de modo distinto, la maravilla de una civilización que por siglos floreció en aislamiento y de la que perduran testimonios no siempre fácilmente comprensibles pero, en cuanto humanos, merecedores de atención y aprecio. Ascensión H. de León-Portilla México, 1986
contexto
Diderot, por ejemplo, en sus "Salones" criticó agriamente la pintura rococó y, sobre todo, a Boucher, del que, en 1765, escribía: ".ha seguido paso a paso la depravación de las costumbres. ¿Qué queréis que este artista plasme en la tela? Lo que tiene en la imaginación; ¿y qué puede tener en su imaginación un hombre que pasa la vida con prostitutas de la más baja estofa?".Por su parte, un arquitecto académico francés, una verdadera institución teórica y profesional en los años centrales del siglo XVIII, como J. F. Blondel, podía escribir sobre el carácter de su colaboración en las voces de la "Encyclopédie", señalando que sus textos estaban pensados más en calidad de ciudadano que de artista. Sin embargo, los grabados con edificios y elementos del lenguaje arquitectónico, realizados para que sirvieran de ilustración a los diferentes términos que redactó para esa obra, están vinculados a la tradición del clasicismo barroco francés, a la manera nacional que identificaba con su propia idea de la arquitectura. Una idea que teóricamente perseguía la simplicidad, la proporción y el acuerdo, pero que en la práctica y, sobre todo, en las ilustraciones de la "Encyclopédie", mostraba la ambigüedad de un lenguaje indeciso entre la tradición clasicista francesa y el rococó.Por último, no puede ser olvidado, en este contexto, un crítico de la arquitectura, esta vez italiano, cuya influencia en toda Europa fue enorme durante la segunda mitad del siglo XVIII Me refiero a Francesco Milizia, cuya obra no ha gozado de la fortuna historiográfica que sin duda merece, tal vez por el hecho de que los supuestos teóricos desde los que realiza su crítica sean un compendio, no siempre sistemático, de autores emblemáticos de esa época, de Mengs a Winckelmann, de Lodoli a Laugier, pero pocos como él entendieron la arquitectura de Borromini o de Juvarra, aunque fuera para contestarla. Todo ello, además, en el contexto de lo que Giulio Carlo Argan definiera con las siguientes palabras: "Si el barroco y el rococó eran la arquitectura del derroche, el anti-barroco era por fuerza de las cosas una arquitectura de la parsimonia".Los años centrales del siglo XVIII ven, además, aparecer en escena otras muchas rupturas y continuidades. Piranesi, por ejemplo, puede destruir el espacio euclidiano en sus Carceri, defender la magnificencia de la arquitectura romana frente a los nuevos descubrimientos arqueológicos sobre la arquitectura griega y, a la vez, practicar un neomanierismo ornamental próximo al rococó o resumir en una sola lámina la crisis de la idea de la arquitectura clásica. En efecto, en "Diverse maniere d'adornare i cammini" (1769), sintetiza la cultura arquitectónica y ornamental etrusca en un solo grabado, en el que más de cien pequeñas imágenes representan desde una planta de ciudad a un diminuto detalle ornamental. Se trata de un catálogo de formas, de un repertorio, del que no se dan las reglas para recomponer los espacios o los edificios: son imágenes que en su absoluta disponibilidad representan una de las críticas más vertiginosas a la Antigüedad y la tradición artística inaugurada en el Renacimiento.Mientras tanto, Luigi Vanvitelli construía el Palacio Real de Caserta y Soufflot levantaba la iglesia de Sainte Geneviéve en París. Es más, las relaciones entre arte y naturaleza, entre arte y artificio, no eran planteadas exclusivamente en la versión inglesa del pintoresquismo o del jardín paisajístico. Algarotti, teórico y crítico del arte y de la arquitectura, cuyos escritos y actividades como asesor de mecenas, y mecenas él mismo, tuvieron una notable repercusión en Europa, solía proponer temas y motivos iconográficos a diferentes pintores venecianos, de Canaletto o Tiépolo a Próspero Pesci o Mauro Tesi. Especialmente interesado en cuestiones arquitectónicas y apasionado por los paisajes de ciudades, por las célebres vedutte de Pannini y Canaletto, solía proponer a este tipo de pintores confrontaciones insólitas de edificios. Unas veces el lugar real era depositario de construcciones emblemáticas de otras ciudades o incluso de proyectos nunca realizados, otras era directamente fantástico y, sin embargo, acogía edificios históricos.Algarotti entendía este género de pinturas como un método teórico y práctico en el que podían ilustrarse las conflictivas relaciones entre arte y naturaleza, entre arte e historia. En una carta, escrita en 1759, al pintor P. Pesci le señalaba, refiriéndose también a Canaletto: "Otras veces hemos razonado juntos sobre, casi diría, un nuevo género de pintura que consiste en coger un lugar verdadero y adornarlo con bellos edificios o sacados de aquí y de allá o verdaderamente ideales. De esa forma se viene a reunir la naturaleza y el arte y se puede hacer un raro injerto de cuanto tiene uno de más estudiado en lo que la otra presenta de más simple". Y se trata de palabras que podrían ser perfectamente aplicadas a un jardín pintoresco, o como también era habitual denominarlo, anglo-chino. Y éste es un término que ha sido utilizado por los historiadores para definir este período como prerromántico y anticlásico, cuando se suele olvidar que los jardines chinos, divulgados en Europa sobre todo por los jesuitas, eran considerados el único testimonio que quedaba de cómo pudieran haber sido los jardines de la Antigüedad clásica.
obra
Nicolasa Escamilla - vendedora de pajuelas de azufre, de ahí su apodo como la Pajuelera - se dedicó al mundo de los toros en tiempos de Goya, conociéndola durante su juventud. En esta estampa ella protagoniza la composición, dispuesta a lancear un toro, aunque es el animal embistiendo el principal punto de referencia por su vitalidad y fuerza.