La historia del viaje que el Almirante Don Cristóbal Colón hizo la tercera vez que vino a las Indias cuando descubrió la tierra firme, como lo envió a los Reyes desde la isla Española. Serenísimos y muy altos y muy poderosos Príncipes Rey y Reina, Nuestros Señores: La Santa Trinidad movió a Vuestras Altezas a esta empresa de las Indias, y por su infinita bondad hizo a mí mensajero de ello, al cual vine con el embajada a su real conspeto, movido como a los más altos Príncipes de cristianos y que tanto se ejercitaban en la fe y acrecentamiento de ella. Las personas que entendieron en ello lo tuvieron por imposible, y el caudal hacían sobre bienes de fortuna, y allí echaron el clavo. Puse en esto seis o siete años de grave pena, mostrando, lo mejor que yo sabía, cuánto servicio se podía hacer a Nuestro Señor en esto, en divulgar su santo nombre y fe a tantos pueblos, lo cual todo era cosa de tanta excelencia y buena fama y gran memoria para grandes Príncipes. Fue también necesario de hablar del temporal, adonde se les mostró el escribir de tantos sabios dignos de fe, los cuales escribieron historias; los cuales contaban que en estas partes había muchas riquezas, y asimismo fue necesario traer a esto el decir y opinión de aquellos que escribieron y situaron el mundo. En fin, Vuestras Altezas determinaron que esto se pusiese en obra. Aquí mostraron el grande corazón que siempre hicieron en toda cosa grande, porque todos los que habían entendido en ello y oído esta plática, todos a una mano lo tenían a burla, salvo dos frailes que siempre fueron constantes. Yo, bien que llevase fatiga, estaba bien seguro que esto no vendría a menos, y estoy de continuo, porque es verdad que todo pasará y no la palabra de Dios, y se cumplirá todo lo que dijo; el cual tan claro habló de estas tierras por la boca de Isaías en tantos lugares de su Escritura, afirmando que de España les sería divulgado su santo nombre. Y partí en nombre de la Santa Trinidad, y volví muy presto con la experiencia de todo cuanto yo había dicho en la mano. Tornáronme a enviar Vuestras Altezas, y en poco espacio, digo, no de... le descubrí, por virtud divinal, trescientas treinta y tres leguas de la tierra firme, fin de Oriente, y setecientas islas de nombre, allende de lo descubierto en el primero viaje, y le allané la isla Española, que boja más que España, en que la gente de ellas es sin cuento, y que todos le pagaren tributo. Nació allí mal decir y menosprecio de la empresa comenzada en ello, porque no había yo enviado luego los navíos cargados de oro, sin considerar la brevedad del tiempo y lo otro que yo dije de tantos inconvenientes; y en esto, por mis pecados o por mi salvación creo que será, fue puesto en aborrecimiento y dado impedimento a cuanto yo decía y demandaba. Por lo cual acordé de venir a Vuestras Altezas y maravillarme de todo y mostrarles la razón que en todo había. Y les dije de los pueblos que yo había visto, en que o de que se podrían salvar muchas ánimas, y les traje las obligaciones de la gente de la isla Española, de cómo se obligaban a pagar tributo y les tenían por sus Reyes y Señores, y les traje bastante muestra de oro, y que hay mineros y granos muy grandes, y asimismo de cobre; y les traje de muchas maneras de especierías, de que sería largo de escribir, y les dije de la gran cantidad de brasil y otras infinitas cosas. Todo no aprovechó para con algunas personas que tenían gana y dado comienzo a mal decir del negocio, ni entrar con habla del servicio de Nuestro Señor con se salvar tantas ánimas, ni a decir que esto era grandeza de Vuestras Altezas, de la mejor calidad que hasta hoy haya usado Príncipe, porque el ejercicio y gasto era para el espiritual y temporal y que no podía ser que, andando el tiempo, no hubiese la España de aquí grandes provechos, pues que se veían las señales que escribieron de lo de estas partidas tan manifiestas, que también se llegaría a ver todo el otro cumplimiento, ni a decir cosas que usaron grandes Príncipes en el mundo para crecer su fama, así como de Salomón, que envió desde Jerusalén en fin de Oriente a ver el monte Sopora, en que se detuvieron los navíos tres años, el cual tienen Vuestras Altezas ahora en la isla Española; ni de Alejandro, que envió a ver el regimiento de la isla de Trapobana en India, y Nero César a ver las fuentes del Nilo y la razón porque crecían en el verano y cuando las aguas son pocas, y otras muchas grandezas que hicieron Príncipes, y que a Príncipes son estas cosas dadas de hacer; ni valía decir que yo nunca había leído que Príncipes de Castilla jamás hubiesen ganado tierra fuera de ella, y que ésta de acá es otro mundo en que se trabajaron romanos y Alejandro y griegos, para la haber con grandes ejercicios, ni decir del presente de los Reyes de Portugal, que tuvieron corazón para sostener a Guinea y del descubrir de ella, y que gastaron oro y gente tanta, que quien contase toda la del reino se hallaría que otra tanta como la mitad son muertos en Guinea, y todavía la continuaron hasta que les salió de ello lo que parece, lo cual todo comenzaron de largo tiempo y ha muy poco que les da renta; los cuales también osaron conquistar en África y sostener la empresa a Ceuta, Tánger, Arcila y Alcázar y de continuo dar guerra a los moros, y todo esto con grande gasto, sólo por hacer cosa de Príncipe, servir a Dios y acrecentar su señorío. Cuanto yo más decía, tanto más se doblaba a poner esto a vituperio, mostrando en ello el aborrecimiento, sin considerar cuánto bien pareció en todo el mundo y cuánto bien se dijo en todos los cristianos de Vuestras Altezas por haber tomado esta empresa, que no hubo grande ni pequeño que no quisiese de ello carta. Respondiéronme Vuestras Altezas riéndose y diciendo que yo no curase de nada, porque no daban autoridad ni creencia a quien les mal decía de esta empresa. Partí en nombre de la Santísima Trinidad, miércoles 30 de mayo de la villa de Sanlúcar, bien fatigado de mi viaje, que, adonde esperaba descanso cuando yo partí de estas Indias, se me dobló la pena, y navegué a la isla de la Madera por camino no acostumbrado, por evitar escándalo que pudiera tener con un armada de Francia, que me aguardaba al Cabo de San Vicente, y de allí a las islas Canaria, de donde me partí con una nao y dos carabelas; y envié los otros navíos a derecho camino a las Indias y la isla Española. Y yo navegué al Austro con propósito de llegar a la línea equinoccial y de allí seguir al Poniente hasta que la isla Española me quedase al septentrión, y, llegado a las islas de Cabo Verde, falso nombre, porque son tan secas que no vi cosa verde en ellas y toda la gente enferma, que no ose detenerme en ellas, y navegué al Sudoeste cuatrocientas ochenta millas, que son ciento veinte leguas, adonde, en anocheciendo, tenía la estrella del Norte en cinco grados. Allí me desamparó el viento y entré en tanto ardor y tan grande que creía que se me quemasen los navíos y gente, que todo de un golpe vino tan desordenado que no había persona que osase descender debajo de cubierta a remediar la vasija y mantenimiento. Duró este ardor ocho días; al primer día fue claro, y los siete días siguientes llovió e hizo nublado; y, con todo, no hallamos remedio, que cierto si así fuera de sol como el primero, yo creo que no pudiera escapar en ninguna manera. Acordóme que, navegando a las Indias, siempre que yo paso al Poniente de las islas de los Azores cien leguas, allí hallo mudar la temperanza, y esto es todo de Septentrión en Austro; y determiné que, si a Nuestro Señor le pluguiese de me dar viento y buen tiempo que pudiese salir de adonde estaba, de dejar de ir más al Austro ni volver tampoco atrás, salvo de navegar al Poniente, tanto que ya llegase a estar con esta raya, con esperanza de que yo hallaría allí su temperamiento, como había hallado cuando yo navegaba en el paralelo de Canaria, y que, si así fuese, que entonces yo podría ir más al Austro. Y plugo a Nuestro Señor que al cabo de estos ocho días de me dar buen viento Levante; y yo seguí al Poniente, mas no osé declinar abajo al Austro porque hallé grandísimo mudamiento en el cielo y en las estrellas, mas no hallé mudamiento en la temperancia. Así acordé de proseguir delante siempre justo al Poniente, en aquel derecho de la Sierra Leona, con propósito de no mudar derrota hasta donde yo había pensado que hallaría tierra, y allí adobar los navíos y remediar si pudiese los mantenimientos y tomar agua que no tenía. Y al cabo de diecisiete días, los cuales Nuestro Señor me dio de próspero viento, martes 31 de julio, a mediodía, nos mostró tierra, y yo la esperaba el lunes antes; y tuve aquel camino hasta entonces, que en saliendo el sol, por defecto del agua que no tenía, determiné de andar a las Indias de los Caníbales, y tomé esa vuelta. Y como su Alta Majestad haya siempre usado misericordia conmigo, por acertamiento subió un marinero a la gavia y vio al Poniente tres montañas juntas. Dijimos la Salve Regina y otras prosas y dimos todos muchas gracias a Nuestro Señor, y después dejé el camino de Septentrión y volví hacia la tierra, adonde yo llegué a hora de completas, a un cabo que dije de la Galea, después de haber nombrado a la isla de la Trinidad; y allí hubiera muy buen puerto si fuera hondo, y había casas y gente y muy lindas tierras, tan hermosas y verdes como las huertas de Valencia en marzo. Pesóme cuando no pude entrar en el puerto, y corrí la costa de esta tierra del luengo hasta el Poniente, y, andadas cinco leguas, hallé muy buen fondo y surgí. Y en el otro día di la vela a este camino, buscando puerto para adobar los navíos y tomar agua y remediar el trigo y los bastimentos que llevaba. Solamente, allí tomé una pipa de agua y con ella anduve así hasta llegar al cabo, y allí hallé abrigo de Levante y buen fondo; y así mandé surgir y adobar la vasija y tomar agua y leña y descender la gente a descansar de tanto tiempo que andaban penando. A esta punta llamé del Arenal, y allí se halló toda la tierra hollada de unas animalias que tenían la pata como de cabra, y bien que según parece ser allí haya muchas, no se vio sino una muerta. El día siguiente vino de hacia Oriente una gran canoa con veinticuatro hombres, todos mancebos y muy ataviados de armas, arcos y flechas y tablachinas, y ellos, como dije, todos mancebos, de buena disposición y no negros, salvo más blancos que otros que haya visto en las Indias, y de muy lindo gesto y hermosos cuerpos y los cabellos largos y llanos, cortados a la guisa de Castilla, y traían la cabeza atada con un pañuelo de algodón tejido a labores y colores, el cual creía yo que era almaizar. Otro de estos pañuelos traían ceñido y se cobijaban con él en lugar de pañetas. Cuando llegó esta canoa habló de muy lejos. Yo ni otro ninguno no los entendíamos, salvo que yo les mandaba hacer senas que se allegasen, y en esto se pasó más de dos horas, y si se llegaban un poco luego se desviaban. Yo les hacía mostrar bacines y otras cosas que lucían, por enamorarlos porque viniesen, y al cabo de buen rato se allegaron más que hasta entonces no habían, y yo deseaba mucho haber lengua y no tenía ya cosa que me pareciese que era de mostrarles para que viniesen; salvo que hice subir un tamborín en el castillo de popa que tañesen y unos mancebos que danzasen, creyendo que se allegarían a ver las fiestas. Y, luego que vieron tañer y danzar, todos dejaron los remos y echaron mano a los arcos y los encordaron, y abrazó cada uno su tablachina y comenzaron a tirarnos flechas. Cesó luego el tañer y danzar y mandé luego sacar unas ballestas, y ellos dejáronme y fueron a más andar a otra carabela, y de golpe se fueron debajo la popa de ella; y el piloto entró con ellos y dio un sayo y un bonete a un hombre principal que le pareció de ellos, y quedó concertado que le iría a hablar allí en la playa, adonde ellos luego fueron con la canoa esperándole. Y él, como no quiso ir sin mi licencia, como ellos le vieron venir a la nao con la barca, tornaron a entrar en la canoa y se fueron, y nunca más los vi ni a otros en esta isla. Cuando yo llegué a esta punta del Arenal, allí se hace una boca grande de dos leguas de Poniente a Levante, la isla de la Trinidad con la tierra de Gracia, y que, para haber de entrar dentro para pasar al Septentrión, había unos hileros de corrientes que atravesaban aquella boca y traían un rugir muy grande. Y creí yo que sería un arrecife de bajos y peñas, por lo cual no se podría entrar dentro de ella; y detrás de este hilero había otro y otro, que todos traían un rugir grande como ola de la mar que va a romper y dar en peñas. Surgí allí a la dicha punta del Arenal, fuera de la dicha boca, y hallé que venía el agua del Oriente hasta el Poniente con tanta furia como hace el Guadalquivir en tiempo de avenida, y esto de continuo noche y día, que creía que no podría volver atrás por la corriente, ni ir adelante por los bajos. Y en la noche, ya muy tarde, estando al bordo de la nao, oí un rugir muy terrible que venía de la parte del Austro hacia la nao, y me paré a mirar y vi levantando la mar de Poniente a Levante, en manera de una loma tan alta como la nao, y todavía venía hacia mí poco a poco, y encima de ella venía un hilero de corriente que venía rugiendo con muy grande estrépito, con aquella furia de aquel rugir que de los otros hileros que yo dije me parecían ondas de mar que daban en peñas, que hoy en día tengo el miedo en el cuerpo que no me trabucasen la nao cuando llegasen debajo de ella; y pasó y llegó hasta la boca, adonde allí se detuvo grande espacio. Y el otro día siguiente envié las barcas a sondear y hallé en el más bajo de la boca que había seis o siete brazas de fondo, y de continuo andaban aquellos hileros unos por entrar y otros por salir; y plugo a Nuestro Señor de me dar buen viento, y atravesé por esa boca adentro y luego hallé tranquilidad, y por acertamiento se sacó del agua de la mar, y la hallé dulce. Navegue al Septentrión hasta una sierra muy alta, adonde serían veintiséis leguas de esta punta del Arenal, y allí había dos cabos de tierra muy alta, el uno de la parte del Oriente, y era de la misma isla de la Trinidad, y el otro del Occidente de la tierra que dije de Gracia, y allí hacía una boca muy angosta, más que aquella de la punta del Arenal, y allí había los mismos hileros y aquel rugir fuerte del agua como era en la punta del Arenal, y asimismo allí la mar era agua dulce. Y hasta entonces ya no había habido lengua con ninguna gente de estas tierras, y lo deseaba en gran manera, y por esto navegué al luengo de la costa de esta tierra hacia el Poniente; y cuanto más andaba el agua de la mar más dulce y más sabrosa, y andando una gran parte, llegué a un lugar donde me parecían las tierras labradas, y surgí y envié las barcas a tierra, y hallaron que de fresco se había ido de allí gente, y hallaron todo el monte cubierto de gatos paúles. Volviéronse y, como ésta fuese sierra, me pareció que más allá al Poniente las tierras eran más llanas y que allí sería poblado, y por esto sería poblado. Y mandé levantar las anclas y corrí esta costa hasta el cabo de esta sierra, y allí a un río surgí y luego vino mucha gente, y me dijeron cómo llamaron a esta tierra Paria y que de allí más al Poniente era más poblado. Tomé de ellos cuatro, y después navegué al Poniente y, andadas ocho leguas más al Poniente, allende una punta a la que llamé de la Aguja, hallé unas tierras las más hermosas del mundo y muy pobladas. Llegué allí una mañana a hora de tercia, y por ver esta verdura y esta hermosura acordé surgir y ver esta gente, de los cuales luego vinieron en canoas a la nao a rogarme de parte de su rey que descendiese en tierra. Y cuando vieron que no curé de ellos, vinieron a la nao infinitísimos en canoas, y muchos traían piezas de oro al pescuezo, y algunos atados a los brazos algunas perlas. Holgué mucho cuando las vi, y procuré mucho de saber dónde las hallaban, y me dijeron que allí y de la parte del Norte de aquella tierra. Quisiera detenerme, mas estos bastimentos que yo traía, trigo y vino y carne para esta gente que acá está se me acababan de perder, los cuales hube allá con tanta fatiga, y por esto yo no buscaba sino a más andar a venir a poner en ellos cobro y no me detener para cosa alguna. Procuré de haber de aquellas perlas y envié las barcas a tierra. Esta gente es muy mucha y toda de muy buen parecer, de la misma color que los otros de antes y muy tratables. La gente nuestra que fue a tierra los hallaron tan convenibles y los recibieron muy honradamente. Dicen que, luego que llegaron las barcas a tierra, que vinieron dos personajes principales con todo el pueblo, creen que el uno el padre y el otro era su hijo, y los llevaron a una casa muy grande hecha a dos aguas y no redonda como tienda de campo, como son estas otras, y allí tenían muchas sillas adonde los hicieron sentar y otras donde ellos se sentaron; e hicieron traer pan y de muchas maneras frutas y vino de muchas maneras blanco y tinto, mas no de uvas: debe él de ser de diversas maneras, uno de una fruta y otro de otra, y asimismo debe de ser de ello de maíz, que es una simiente que hace una espiga como una mazorca, de que llevé yo allá y hay ya mucho en Castilla, y parece que aquel que lo tenía lo traía por mayor excelencia y lo daba en gran precio. Los hombres todos estaban juntos a un cabo de la casa y las mujeres en otro. Recibieron ambas las partes gran pena porque no se entendían, ellos para preguntar a los otros de nuestra patria y los nuestros por saber de la suya. Y, después que hubieron recibido colación allí en casa del más viejo, los llevó el mozo a la suya, e hizo otro tanto, y después se pusieron en las barcas y se vinieron a la nao, y yo luego levanté las anclas porque andaba mucho de prisa por remediar los mantenimientos que se me perdían que yo había habido con tanta fatiga, y también por remediarme a mí que había adolecido por el desvelar de los ojos, que bien que en el viaje en que yo fui a descubrir la tierra firme estuviese treinta y tres días sin concebir sueño y estuviese tanto tiempo sin vista, no se me dañaron los ojos, ni se me rompieron de sangre y con tantos dolores como ahora. Esta gente, como ya dije, son todos de muy linda estatura, altos de cuerpo y de muy lindos gestos, los cabellos muy largos y llanos, y traen las cabezas atadas con unos pañuelos labrados, como ya dije, hermosos, que parecen de lejos de seda y almaizares: otro traen ceñido más largo, que se cobijan con él en lugar de pañetas, así hombres como mujeres. La color de esta gente es más blanca que otra que haya visto en las Indias; todos traían al pescuezo y a los brazos algo a guisa de estas tierras, y muchos traían piezas de oro bajo colgado al pescuezo. Las canoas de ellos son muy grandes y de mejor hechura que no son estas otras, y más livianas, y en el medio de cada una tienen un apartamiento como cámara, en que vi que andaban los principales con sus mujeres. Llamé allí a este lugar Jardines, porque así conforman por el nombre. Procuré mucho de saber dónde cogían aquel oro, y todos me señalaban una sierra frontera de ellos al Poniente, que era muy alta, mas no lejos; mas todos me decían que no fuese allá porque allí comían los hombres, y entendí entonces que decían que eran hombres caníbales y que serían como los otros, y después he pensado que podría ser que lo decían porque allí habría animalias. También les pregunté adónde cogían las perlas, y me señalaron también que al Poniente y al Norte detrás de esta tierra donde estaban. Dejélo de probar por esto de los mantenimientos y del mal en mis ojos y por una nao grande que traigo que no es para semejante hecho. Y como el tiempo fue breve, se pasó todo en preguntas y se volvieron a los navíos, que sería hora de vísperas, como ya dije, y luego levanté las anclas y navegué al Poniente; y asimismo el día siguiente, hasta que me hallé que no había sino tres brazas de fondo, con creencia que todavía ésta sería isla y que yo podría salir al Norte; y, así visto, envié una carabela sutil adelante, a ver si había salida o si estaba cerrado, y así anduvo mucho camino, hasta un golfo muy grande en el cual parecía que había otros cuatro medianos, y del uno salía un río grandísimo. Hallaron siempre cinco brazas de fondo y el agua muy dulce, en tanta cantidad que yo jamás bebíla pareja de ella. Fui yo muy descontento de ella, cuando vi que no podía salir al Norte ni podía andar ya al Austro ni al Poniente, porque yo estaba cercado por todas partes de la tierra, y así, levanté las anclas y torné atrás, para salir al Norte por la boca que yo arriba dije, y no pude volver por la población adonde yo había estado, por causa de las corrientes que me habían desviado de ella. Y siempre en todo cabo hallaba el agua dulce y clara y que me llevaba al Oriente muy recio hacia las dos bocas que arriba dije; y entonces conjeturé que los hilos de la corriente y aquellas lomas que salían y entraban en estas bocas con aquel rugir tan fuerte, que era pelea del agua dulce con la salada. La dulce empujaba a la otra porque no entrase, y la salada porque la otra no saliese; y conjeturé que allí donde son estas dos bocas que algún tiempo sería tierra continua a la isla de la Trinidad con la tierra de Gracia, como podrán ver Vuestras Altezas por la pintura de lo que con ésta les envío. Salí yo por esta boca del Norte y hallé que el agua dulce siempre vencía, y cuando pasé, que fue con fuerza de viento, estando en una de aquellas lomas, hallé en aquellos hilos de la parte de dentro el agua dulce y de fuera salada. Cuando yo navegué de España a las Indias, hallo luego, en pasando cien leguas a Poniente de los Azores, grandísimo mudamiento en el cielo y en las estrellas y en la temperancia del aire y en las aguas de la mar, y en esto he tenido mucha diligencia en la experiencia. Hallo que de Septentrión en Austro, pasando las dichas cien leguas de las dichas islas, que luego en las agujas de marear, que hasta entonces nordesteaban, noroestean una cuarta de viento todo entero, y esto es en allegando allí a aquella línea, como quien traspone una cuesta, y asimismo hallo la mar toda llena de hierba de una calidad que parece ramitos de pino y muy cargada de fruta como de lentisco, y es tan espesa que al primer viaje pensé que era bajo y que daría en seco con los navíos, y hasta llegar con esta raya no se halla un solo ramito. Hallo también, en llegando allí, la mar muy suave y llana y, bien que ventee recio, nunca se levanta. Asimismo, hallo dentro de la dicha raya, hacia Poniente, la temperancia del cielo muy suave, y no discrepa de la cantidad, que sea invierno, que sea en verano. Cuando allí estoy, hallo que la estrella del Norte escribe un círculo, el cual tiene en el diámetro cinco grandes y, estando las Guardas en el brazo derecho, entonces está la estrella en el más bajo, y se va alzando hasta que llega al brazo izquierdo, y entonces está cinco grados; y de allí se va bajando hasta llegar a volver otra vez al brazo derecho. Yo llegué ahora de España a la isla de la Madera, y de allí a la Canaria, y dende a las islas de Cabo Verde, de donde acometí el viaje para navegar al Austro hasta debajo de la línea equinoccial, como ya dije. Llegando a estar en derecho con el paralelo que pasa por Sierra Leona en Guinea, hallo tan grande ardor y los rayos del sol tan calientes que pensaba de quemar y, bien que lloviese y el cielo fuese muy turbado, siempre yo estaba en esta fatiga, hasta que Nuestro Señor proveyó de buen viento y a mí puso en voluntad que yo navegase al Occidente con este esfuerzo, que, en llegando a la raya de que yo dije, que allí hallaría mudamiento en la temperancia. Después que yo emparejé a estar en derecho de esta raya, luego hallé la temperancia del cielo muy suave, y cuanto más andaba adelante más multiplicaba; mas no hallé conforme a esto las estrellas. Hallé allí que, en anocheciendo, tenía yo la estrella del Norte alta cinco grados, y entonces las Guardas estaban encima de la cabeza, y después, a la media noche, hallaba la estrella alta diez grados y, en amaneciendo, que las Guardas estaban en los pies quince. La suavidad de la mar hallé conforme, mas no en la hierba: en esto de la estrella del Norte tomé grande admiración, y por esto muchas noches con mucha diligencia tornaba yo a replicar la vista de ella con el cuadrante, y siempre hallé que caía el plomo e hilo a un punto. Por cosa nueva tengo yo esto, y podrá ser que será tenida que en poco espacio haga tanta diferencia el cielo. Yo siempre leí que el mundo, tierra y agua, era esférico, y las autoridades y experiencias que Ptolomeo y todos los otros escribieron de este sitio daban y mostraban para ello, así por eclipses de la Luna y otras demostraciones que hacen de Oriente hasta Occidente, como de la elevación del polo de Septentrión en Austro. Ahora vi tanta disconformidad, como ya dije, y por esto me puse a tener esto del mundo, y hallé que no era redondo en la forma que escriben; salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda, y en lugar de ella fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte de este pezón sea la más alta y mas próxima al cielo y sea debajo la línea equinoccial y en esta Mar Océana el fin del Oriente. Llamo yo fin de Oriente a donde acaba toda la tierra e islas, y para esto allego todas las razones sobrescritas de la raya que pasa al Occidente de las islas de los Azores cien leguas de Septentrión en Austro, que, en pasando de allí al Poniente, ya van los navíos alzándose hacia el cielo suavemente, y entonces se goza de más suave temperancia y se muda la aguja de marear por causa de la suavidad de esa cuarta de viento, y cuanto más va adelante y alzándose más, noroestea, y esta altura causa el desvariar del círculo que escribe la estrella del Norte con las Guardas, y cuanto más pasare junto con la línea equinoccial, más se subirán en alto y más diferencia habrá en las dichas estrellas y en los círculos de ellas. Y Ptolomeo y los otros sabios que escribieron de este mundo creyeron que era esférico, creyendo que este hemisferio que fuese redondo como aquél de allí donde ellos estaban, el cual tiene el centro en la isla de Arin, que es debajo de la línea equinoccial entre el seno Arábigo Y aquél de Persia, y el círculo que pasa sobre el Cabo de San Vicente en Portugal por el Poniente, y pasa en Oriente por Catigara y por las Seras, en el cual hemisferio no hago yo que hay ninguna dificultad, salvo que sea esférico redondo como ellos dicen. Mas este otro digo que es como sería la mitad de la pera bien redonda, la cual tuviese el pezón alto, como yo dije, o como una teta de mujer en una pelota redonda. Así que de esta media parte no hubo noticia Ptolomeo ni los otros que escribieron del mundo, por ser muy ignoto; solamente hicieron raíz sobre el hemisferio adonde ellos estaban, que es redondo esférico, como arriba dije. Y ahora que Vuestras Altezas lo han mandado navegar y buscar y descubrir, se muestra evidentísimo, porque estando yo en este viaje al Septentrión veinte grados de la línea equinoccial, allí era en derecho de Hargín y de aquellas tierras, y allí es la gente negra y la tierra muy quemada, y después que fui a las islas de Cabo Verde, allí en aquellas tierras es la gente mucho mas negra, y cuanto más bajo se van al Austro tanto más llegan al extremo, en manera que allí en derecho donde yo estaba, que es la Sierra Leona, adonde se me alzaba la estrella del Norte en anocheciendo cinco grados, allí es la gente negra en extrema cantidad, y después que de allí navegué al Occidente tan extremos calores, y, pasada la raya de que yo dije, hallé multiplicar la temperancia, andando en tanta cantidad que cuando yo llegué a la isla de la Trinidad, adonde la estrella del Norte en anocheciendo también se me alzaba cinco grados, allí y en la tierra de Gracia hallé temperancia suavísima y las tierras y árboles muy verdes y tan hermosos como en abril en las huertas de Valencia; y la gente de allí de muy linda estatura y blancos más que otros que haya visto en las Indias, y los cabellos muy largos y llanos, y gente más astuta y de mayor ingenio, y no cobardes. Entonces era el sol en Virgo, encima de nuestras cabezas y suyas, así que todo esto procede por la suavísima temperancia que allí es, la cual procede por estar más alto en el mundo, más cerca del aire que cuento; y así me afirmo que el mundo no es esférico, salvo que tiene esta diferencia que ya dije, la cual es en este hemisferio adonde caen las Indias y la Mar Océana, y el extremo de ello es debajo la línea equinoccial, y ayuda mucho a esto que sea así, porque el Sol, cuando Nuestro Señor lo hizo, fue en el primer punto de Oriente, o la primera luz fue aquí en Oriente, allí donde es el extremo de la altura de este mundo. Y bien que el parecer de Aristóteles fuese que el polo Antártico o la tierra que es debajo de él sea la más alta parte en el mundo y más próxima al cielo, otros sabios le impugnan, diciendo que es ésta que es debajo del ártico, por las cuales razones parece que entendían que una parte de este mundo debía de ser mas próxima y noble al cielo que otra, y no cayeron en esto que sea debajo del equinoccial por la forma que yo dije, y no es maravilla, porque de este hemisferio no se hubiese noticia cierta, salvo muy liviana y por argumento, porque nadie nunca lo ha andado ni enviado a buscar hasta ahora que Vuestras Altezas le mandaron explorar y descubrir la mar y la tierra. Hallo que de allí de estas dos bocas, las cuales, como yo dije, están frontero por línea de Septentrión en Austro, que haya de la una a la otra veintiséis leguas, y no pudo haber en ello yerro, porque se midieron con cuadrante, y de estas dos bocas de Occidente hasta el golfo que yo dije, al cual llamé de las Perlas, que son sesenta y ocho leguas de cuatro millas cada una, como acostumbramos en la mar, y que de allá de este golfo corre de continuo el agua muy fuerte hacia el Oriente, y que por esto tienen aquel combate estas dos bocas con la salada. En esta boca de Austro a la que yo llamé de la Sierpe, hallé, en anocheciendo, que yo tenía la estrella del Norte alta casi cinco grados, y en aquella otra del Septentrión que yo llamé del Dragón, eran casi siete, y hallo que el dicho golfo de las Perlas está occidental al Occidente del de Ptolomeo casi tres mil novecientas millas, que son casi setenta grados equinocciales, contando por cada uno cincuenta y seis millas y dos tercios. La Sacra Escritura testifica que Nuestro Señor hizo al Paraíso Terrenal y en él puso el árbol de la vida, y de él sale una fuente de donde resultan en este mundo cuatro ríos principales: Ganges en India, Tigris y Eufrates en..., los cuales apartan la sierra y hacen la Mesopotamia y van a tener en Persia, y el Nilo que nace en Etiopía y va en la mar en Alejandría. Y no hallo ni jamás he hallado escritura de latinos ni de griegos que certificadamente diga el sitio en este mundo del Paraíso Terrenal, ni visto en ningún mapamundo, salvo situado con autoridad de argumento. Algunos le ponían allí donde son las fuentes del Nilo en Etiopía; mas otros anduvieron todas estas tierras y no hallaron conformidad de ello en la temperancia del cielo o en la altura hacia el cielo, porque se pudiese comprender que él era allí, ni que las aguas del diluvio hubiesen llegado allí, las cuales subieron encima, etc. Algunos gentiles quisieron decir por argumentos que él era en las islas Afortunadas, que son las Canarias, etc. San Isidoro y Beda y Estrabón y el Maestro de la Historia Scolástica y San Ambrosio y Scoto y todos los sacros teólogos conciertan que el Paraíso Terrenal es en el Oriente, etc... Ya dije lo que yo hallaba de este hemisferio y de la hechura, y creo que si yo pasara por debajo de la línea equinoccial, en llegando allí, en esto que más alto que hallara muy mayor temperancia y diversidad en las estrellas y en las aguas; no porque yo crea que allí, donde es la altura del extremo, sea navegable, ni sea agua, ni que se pueda subir allá, porque creo que allí es el Paraíso Terrenal, adonde no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina. Y creo que esta tierra que ahora mandaron descubrir Vuestras Altezas sea grandísima y haya otras muchas en el Austro de que jamás se hubo noticia. Yo no tomo que el Paraíso Terrenal sea en forma de montaña áspera como el escribir de ellos nos muestra, salvo que él sea en el colmo, allí donde dije la figura del pezón de la pera, y que poco a poco, andando hacia allí, desde muy lejos se va subiendo a él; y creo que nadie no podría llegar al colmo como yo dije, y creo que pueda salir de allí esa agua, bien que sea de lejos y venga a parar allí donde yo vengo y haga este lago. Grandes indicios son éstos del Paraíso Terrenal, porque el sitio es conforme a la opinión de estos santos y sacros teólogos, y asimismo las señales son muy conformes, que yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro y vecina con la salada; y en ello ayuda asimismo la suavísima temperancia. Y si de allí del Paraíso no sale, parece aún mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan hondo. Después que yo salí de la boca del Dragón, que es la una de las dos aquellas del Septentrión a la cual así puse nombre, el día siguiente, que fue día de Nuestra Señora de Agosto, hallé que corría tanto la mar al Poniente que después de hora de misa, que entré en camino, anduve hasta hora de completas sesenta y cinco leguas de cuatro millas cada una, y el viento no era demasiado, salvo muy suave. Y esto ayuda al conocimiento que de allí yendo al Austro se va más alto, y andando hacia el Septentrión, como entonces, se va descendiendo. Muy conocido tengo que las aguas de la mar llevan su curso de Oriente a Occidente con los cielos, y que allí en esta comarca cuando pasan llevan más veloces camino, y por esto han comido tanta parte de la tierra, porque por eso son acá tantas islas, y ellas mismas hacen de esto testimonio, porque todas a una mano son largas de Poniente a Levante y Noroeste a Sudeste, que es un poco más alto y bajo, y angostas de Norte a Sur y Nordeste Sudoeste, que son en contrario de los otros dichos vientos, y aquí en ellas todas nacen cosas preciosas, por la suave temperancia que les procede del cielo, por estar hacia el más alto del mundo. Verdad es que parece en algunos lugares que las aguas no hagan este curso; mas esto no es, salvo particularmente en algunos lugares donde alguna tierra le está al encuentro, y hace parecer que andan diversos caminos. Plinio escribe que la mar y la tierra hace todo una esfera, y pone que esta Mar Océana sea la mayor cantidad del agua, y está hacia el cielo, y que la tierra sea debajo y que le sostenga, y mezclado es uno con otro como el amargo de la nuez con una tela gorda que va abrazado en ello. El Maestro de la Historia Scolástica, sobre el Génesis, dice que las aguas son muy pocas, que bien que cuando fueron creadas que cobijasen toda la tierra, que entonces eran vaporables en manera de niebla, y que después que fueron sólidas y juntadas, que ocuparon muy poco lugar. Y en esto concierta Nicolao de Liria. El Aristóteles dice que este mundo es pequeño y es el agua muy poca y que fácilmente se puede pasar de España a las Indias, y esto confirma el Avenruyz y le alega el Cardenal Pedro de Aliaco, autorizando este decir y aquél de Séneca, el cual conforma con éstos diciendo que Aristóteles pudo saber muchos secretos del mundo a causa de Alejandro Magno, y Séneca a causa de César Nero, y Plinio por respecto de los romanos, los cuales todos gastaron dineros y gente y pusieron mucha diligencia en saber los secretos del mundo y darlos a entender a los pueblos; el cual cardenal da a éstos grande autoridad, más que a Ptolomeo ni a otros griegos ni árabes. Y a confirmación de decir que el agua sea poca y que el cubierto del mundo de ella sea poco, al respecto de lo que se decía por autoridad de Ptolomeo y de sus secuaces, a esto trae una autoridad de Esdras, del tercero libro suyo, adonde dice que de siete partes del mundo las seis son descubiertas y la una es cubierta de agua, la cual autoridad es aprobada por santos, los cuales dan autoridad al tercero y cuarto libro de Esdras, así como es San Agustín y San Ambrosio en su Examerón, adonde alega: "allí vendrá mi hijo Jesús y morirá mi hijo Cristo", y dicen que Esdras fue profeta, y asimismo Zacarías, padre de San Juan, y el beato Simón, las cuales autoridades también alega Francisco de Mairones: en cuanto en esto del enjuto de la tierra mucho se ha experimentado que es mucho más de lo que el vulgo era; y no es maravilla, porque, andando más, más se sabe. Torno a mi propósito de la tierra de Gracia y río y lago que allí hallé, tan grande que más se le puede llamar mar que lago, porque lago es lugar de agua, y en siendo grande se dice mar, como se dijo a la mar de Galilea y al mar Muerto. Y digo que, si no procede del Paraíso Terrenal, que viene este río y procede de tierra infinita, puesta al Austro, de la cual hasta ahora no se ha habido noticia, mas yo muy asentado tengo en el ánima que allí adonde dije es el Paraíso Terrenal, y descanso sobre razones y autoridades sobrescritas. Plega a Nuestro Señor de dar mucha vida y salud y descanso a Vuestras Altezas para que puedan proseguir esta tan noble empresa, en la cual me parece que recibe Nuestro Señor mucho servicio, y la España crece de mucha grandeza, y todos los cristianos mucha consolación y placer, porque aquí se divulgará el nombre de Nuestro Señor, y en todas las tierras adonde los navíos de Vuestras Altezas van y en todo cabo mando plantar una alta cruz, y a toda la gente que hallo notifico el estado de Vuestras Altezas y cómo su asiento es en España, y les digo de nuestra santa fe todo lo que yo puedo, y de la creencia de la Santa Madre Iglesia, la cual tiene sus miembros en todo el mundo, y les digo la policía y nobleza de todos los cristianos y la fe que en la Santa Trinidad tienen; y plega a Nuestro Señor de tirar de memoria a las personas que han impugnado e impugnan tan excelente empresa e impiden e impidieron porque no vaya adelante, sin considerar cuánta honra y grandeza es del real estado de Vuestras Altezas en todo el mundo. No saben qué entreponer y mal decir de esto, salvo que se hace gasto en ello y porque luego no enviaron los navíos cargados de oro, sin considerar la brevedad del tiempo y tantos inconvenientes corno acá se han habido, y no considerar que en Castilla, en casa de Vuestras Altezas, salen cada año personas que por su merecimiento ganaron en ella más de renta cada uno de ellos más de lo que es necesario que se gaste en esto; asimismo sin considerar que ningunos Príncipes de España jamás ganaron tierra alguna fuera de ella, salvo ahora que Vuestras Altezas tienen acá otro mundo, de donde puede ser tan acrecentada nuestra santa fe y de donde se podrán sacar tantos provechos, que bien que no se hayan enviado los navíos cargados, se han enviado suficientes muestras de ello y de otras cosas de valor, por donde se puede juzgar que en breve tiempo se podrá haber mucho provecho, y sin mirar el gran corazón de los príncipes de Portugal, que ha tanto tiempo que prosiguen la empresa de Guinea y prosiguen aquella de África, adonde han gastado la mitad de la gente de su reino, y ahora está el Rey más determinado a ello que nunca. Nuestro Señor provea en esto, como yo dije, y les ponga en memoria de considerar de todo esto que va escrito, que no es de mil partes la una de lo que yo podría escribir de cosas de Príncipes que se ocuparon a saber y conquistar y sostener. Todo esto dije, y no porque crea que la voluntad de Vuestras Altezas sea salvo proseguir en ello en cuanto vivan, y tengo por muy firme lo que me respondió Vuestra Alteza una vez que por palabra le decía de esto, no porque yo hubiese visto mudamiento ninguno en Vuestras Altezas, salvo por temor de lo que yo oía de éstos que yo digo, y tanto da una gotera de agua en una piedra que le hace un agujero; y Vuestra Alteza me respondió con aquel corazón que se sabe en todo el mundo que tiene, y me dijo que no curase de nada de eso, porque su voluntad era de proseguir esta empresa y sostenerla, aunque no fuese sino piedras y peñas y que el gasto que en ello se hacía que lo tenía en nada, que en otras cosas no tan grandes gastaban mucho más, y que lo tenían todo por muy bien gastado, lo del pasado y lo que se gastase en adelante, porque creían que nuestra fe sería acrecentada y su real señorío ensanchado, y que no eran amigos de su real estado aquellos que les mal decían de esta empresa. Y ahora, entre tanto que vengan noticias de esto, de estas tierras que ahora nuevamente he descubierto, en que tengo sentado en el ánima que allí es el Paraíso Terrenal, irá el Adelantado con tres navíos bien ataviados para ello a ver más adelante, y descubrirán todo lo que pudiera hacia aquellas partes. Entretanto, yo enviaré a Vuestras Altezas esta escritura y la pintura de la tierra, y acordarán lo que en ello se deba hacer y me enviarán a mandar, y se cumplirá con ayuda de la Santa Trinidad, con toda diligencia en manera que Vuestras Altezas sean servidos y hayan placer. Deo gracias.
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Los guteos lograron establecer un dominio parcial en el sur mesopotámico durante un período que oscila entre cuarenta y noventa anos, según los especialistas. Sin embargo, no consiguieron mantener la unidad del territorio bajo su control, de manera que no ejercieron más que un poder nominal sobre comunidades que cada vez actuaban con mayor autonomía. En realidad da la impresión de que, eliminado el sistema imperial tributario, cada una de las antiguas unidades estatales iba recuperando su autonomía en vista de la incapacidad de los guteos para recomponer el sistema. Una de las ciudades que antes recupera su autogobierno es Lagash, cuya segunda dinastía ha proporcionarlo una abundantísima información, ente la que destaca la de su ensi Gudea. Parece desprenderse de la documentación que Lagash ejerce una cierta soberanía entre las viejas ciudades sumerias, con las que mantiene una relación no beligerante. Pero interesa más destacar la imagen de relanzamiento económico que se observa por la intensa actividad constructiva, comercial, artesanal e incluso financiera. Síntoma evidente de todo ello es la abundancia de estatuas de Gudea, que expresan la capacidad de acumulación de riqueza que ha recuperado el monarca. Precisamente es en el ámbito artístico en el que se aprecia con mayor claridad un retorno al sereno y estático estilo sumerio, que ha propiciado la parcial denominación de renacimiento sumerio a esta época en la que conviven dinastas guteos con formas de gobierno acadias y tradiciones propiamente sumerias. El declive de la dinastía de Lagash coincide con el ascenso de Uruk, a cuyo frente se encuentra el monarca Utuhegal. Al parecer éste forma una coalición de ciudades sumerias para acabar con el predominio guteo: "Enlil el rey de todas las tierras, encargó a Utuhegal, el hombre fuerte, el rey de Uruk, el rey de las cuatro regiones, el rey que no falta a su palabra, la misión de aniquilar el nombre de Gutium... Tiriqan se tendió a los pies de Utuhegal, el rey. Este le paso el pie en la nuca... Restableció la realeza en Súmer". Así expresan las fuentes el final del último de los reyes guteos, que no es más que el capítulo con el que concluye el proceso de independencia de las distintas ciudades-estado sumerias, que recuperan de este modo, en cierta medida, la libertad que el Imperio Acadio les había arrebatado. Sin embargo, el gobernador (shagin) de Ur, llamado Urnammu, da un golpe de estado mediante el cual derroca a su antiguo señor y unifica la Baja Mesopotamia, que queda sometida a la III dinastía de Ur. Ahora el título oficial será el de rey de Sumer y Acad, con el que se pretende demostrar la unidad recobrada, herencia del imperio acadio. Urnammu desea, al mismo tiempo, mostrarse continuador de la tradición sumeria para lo que esgrime un ficticio parentesco con Gilgalmesh, e incluso para demostrar su sintonía con los dioses erige el primer zigurat, torre escalonada en cuya cúspide se alza el santuario del dios principal, en esta ocasión dedicado al dios luna Nannar. Se trata de una construcción imponente, que lleva a sus últimas consecuencias la tendencia al distanciamiento cada vez más acusado entre los dioses y los hombres, propiciado por la elite dominante. Su atrevida arquitectura demuestra que los dioses aceptan a los nuevos dinastas, que confirman de esa manera haber sido elegidos por ellos para dirigir los destinos del nuevo imperio restaurado. Este imperio presenta algunas novedades desde el punto de vista administrativo pues, siguiendo la tendencia inaugurada por Sargón, al frente de las ciudades se colocan funcionarios (ensi), que sustituyen definitivamente a los dinastas locales, y junto a ellos aparece un gobernador militar (shagin); así se configuran formalmente las provincias que generan un sistema burocrático mucho más complejo, frente a los imperios precedentes que en gran medida no eran más que impresionantes redes comerciales. Es el primer paso para lograr la cohesión interna del estado, fortalecida por la redacción de un código de leyes, basado en la reparación económica de los daños, destinado a unificar los criterios legales del territorio y, especialmente, a garantizar el correcto funcionamiento de la actividad económica. Nada análogo a ello hay en el mundo egipcio, debido a la diferente concepción del poder real existente en ambos estados. Esta medida se ve acompañada por otras de carácter administrativo, como la unificación de pesos y medidas o la elaboración de un catastro. Todo ello está enmarcado en una nueva propaganda política en la que se destaca el papel integrador del monarca, en toda la actividad económica, desde la producción hasta la redistribución de la riqueza generada. Los sucesores de Urnammu, Shulgi, Amarsin y Shusin, se ven obligados a fortalecer las fronteras del norte, destinadas a controlar a los hurritas, y del oeste, por donde los peligrosos martu (los amorreos) amenazan la integridad del Estado. Pero durante el reinado de Ibbisin la presión externa se hace insostenible, el muro de los amorreos erigido por Shusin es arrasado y los invasores se instalan en Larsa. La desintegración permite al gobernador de Isin, Ishbi-Erra, declarar su independencia y, quince años más tarde, una coalición de los elamitas, que habían sido sometidos por Shulgi, con otros habitantes del Zagros derrota en 2003 a Ibbisin y lo apresan. Ese será el último acto conocido de la historia de la III dinastía de Ur. Si desde el punto de vista administrativo destaca la pesada maquinaria burocrática al servicio de un poder cada vez más centralizado y mejor articulado jerárquicamente, que culmina en la figura del rey divinizado, desde el punto de vista económico se observa un decrecimiento de las aldeas rurales, lo que supone una disminución de campesinos propietarios. Esta dinámica se va a mantener durante todo el periodo Paleobabilónico y tiene como efecto secundario el incremento demográfico de las ciudades y, naturalmente, el aumento de mano de obra asalariada (mushkenu), que los sitúa en una posición intermedia entre los verdaderamente libres y los esclavos. De esta manera, la ciudad va adquiriendo una fisonomía cada vez más compleja y diversificada, que la distancia progresivamente del mundo rural circundante. En definitiva se va polarizando la tensión campo/ciudad en la misma medida en que se distancian las formas de vida de los productores y quienes administran los recursos. La riqueza generada en el campo se transforma en obras públicas, infraestructurales (como los canales) en el ámbito rural, suntuarias y propagandísticas en la ciudad, lo cual puede ser entendido como proyección de la diferente voluntad política en uno u otro ámbito. En cualquier caso, la gran cantidad de obras públicas emprendidas demuestra que el período de Ur III fue de gran prosperidad económica y a ello contribuyó decisivamente la intensa actividad comercial, sometida a las redes estatales y escasamente articulada en torno a la iniciativa privada. Aquí, como en los demás ámbitos productivos, el templo conserva una posición básica como eslabón entre las unidades productivas elementales y la cúspide del sistema. La III dinastía de Ur había llevado a sus últimas consecuencias la combinación de los distintos sistemas de explotación, buscando un difícil equilibrio entre el sistema reticular comercial, el tributario provincial y el expansivo militar. Pero las tensiones de orden interno y los desequilibrios externos que ese sistema generaba eran de tal magnitud que lo hacían sumamente vulnerable ante una presión sobreañadida. Ésta vino desde Elam y tuvo como consecuencia no sólo el derrumbamiento de la estructura política, sino la recesión del sumerio en beneficio del acadio y sus formas derivadas del II Milenio. Muy pronto, pues, el sumerio sería una lengua muerta, mantenida artificialmente en la "eduba", la casa de las tablillas, donde los aprendices de escriba hacían prácticas con ella.
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La subida al trono de Perseo, hijo mayor de Filipo V, en el 179 a.C. tuvo como consecuencia un cambio de la línea política en Macedonia. Ciertamente Perseo renovó el tratado de alianza con Roma, pero la personalidad del nuevo rey y su hábil política le convirtieron pronto en cabeza de toda la oposición que en Grecia iba surgiendo contra Roma. Su ofensiva diplomática consiguió que las relaciones entre Perseo y la confederación aquea se normalizaran. Selló un tratado de alianza con Beocia, se casó en el 178 con Laodicea, hija de Seleuco IV de Siria, y consolidó, en términos generales, su prestigio en el mundo griego. Perseo logró convencer a una parte importante de los griegos de que Macedonia constituía un contrapeso indispensable frente a Roma, a fin de que ellos conservaran su libertad. La política senatorial romana, que tan pronto favorecía a una ciudad como a otra, no tardó en suscitar descontentos en Grecia. Los rodios, insatisfechos por el tratado de Apamea, iniciaron un acercamiento a Macedonia. La Liga Aquea, según cuenta Polibio, decidió revocar los honores que tiempo atrás había concedido a Eumenes de Pérgamo, el principal aliado de Roma. En poco tiempo Oriente volvió a dividirse en dos campos, los amigos y los enemigos de Roma. No obstante, resulta en todo punto increíble la versión que Polibio da del origen de la guerra contra Perseo, al que considera capaz de todos los crímenes. Según Polibio, fue Eumenes el que expuso -y convenció- al Senado romano los planes de Perseo para invadir Italia, cual Aníbal redivivo. La realidad es que Roma veía aumentar el ascendiente de Perseo en Grecia con el consiguiente peligro para el control romano de la zona. Como también lo es que Perseo trató de evitar la guerra, en el 172 a.C., por todos los medios. En este año el Senado romano envía una embajada a Grecia con el fin de sondear la disposición de las principales ciudades. El sentimiento de la plebe podía ser muy antirromano, pero los gobiernos se declararon a favor de Roma. La guerra estaba decidida, pero las hostilidades fueron diferidas por el envío de una embajada de Perseo a Roma. Su deseo no era sin duda otro que concluir con Roma un tratado diverso al que ésta había concluido con su padre, Filipo V, un tratado en términos de igualdad de derecho, una especie de división equilibrada del mundo, como era costumbre en la política helenística. Cuando la flota romana fue reacondicionada y los preparativos militares llevados a cabo, Roma inició la marcha hacia Macedonia, en el 171. La primera etapa de la guerra fue difícil para Roma. Gran parte del Epiro se decantó a favor de Perseo, por lo que los contactos entre el ejército romano acantonado en Tesalia e Italia se hacían muy difíciles. La única victoria fue la que obtuvo en Adra la flota romana ayudada por Eumenes. La crueldad con que actuó el ejército romano en esta ciudad se convirtió pronto en el fermento de hostilidad contra Roma. El Senado, consciente de la situación, sustituyó a los generales, colocando a Q. Marcio Filipo al frente de los ejércitos. No obstante, las operaciones permanecieron estancadas durante todo el ano 169 a.C. En el paso del Olimpo, Perseo y su ejército ocupaban una posición fortificada que el ejército romano no lograba reducir. Por otra parte Gentio, el rey de Iliria, se pasó al campamento macedonio. Las ciudades griegas participaban sin entusiasmo en la guerra, enviando contingentes sumamente reducidos. El propio Eumenes -cuyo reino era amenazado por los gálatas- no deseaba sino una solución negociada del conflicto. El Senado romano decidió entonces cambiar de nuevo los mandos militares y entregar la conducción de la guerra a L. Emilio Paulo, el más brillante general de su generación. Mediante una maniobra envolvente logró junto con el otro ejército comandado por Escipión Nasica, que el rey se replegase a la ciudad de Pidna. La batalla duró poco más de una hora, tras dos años de estancamiento del ejército romano en Tesalia. Perseo, derrotados sus ejércitos, se retiró a Samotracia, al santuario de los Cabirios, pero acabó entregándose a los romanos. Con Perseo desaparecen de la historia los Antigónidas. Al mismo tiempo, Gentio fue hecho prisionero en Iliria. Roma era otra vez dueña de Grecia. No obstante, la política romana se encontró con que en Oriente no tenía apoyos sólidos: Iliria y Macedonia quedaban desmembradas, aúnque sujetas a tributo, también parte del Epiro fue devastado y las clases dirigentes de las ciudades griegas, depuradas. La solución que Roma adoptó respecto a Macedonia (tal vez en un intento de continuar la ficción de libertad de los pueblos) fue la de dividirla en cuatro distritos o regiones, prohibiendo toda relación entre ellas, en vez de anexionársela como provincia. Iliria, por su parte, fue dividida en tres regiones, o estados independientes. Ambas fueron sometidas a un tributo que, en el caso de Macedonia, consistía en la mitad de los ingresos de las antiguas posesiones reales que siguieran explotando. En la constitución que Roma fijó a estos nuevos estados macedónicos, se contemplaba la existencia de asambleas y senados, reclutados según criterios censitarios. Poco más tarde, en el 148 a.C. Macedonia fue incorporada por Roma como provincia. La construcción de la vía Egnatia en el 148, que partiendo de Dyrrhachium (Durazzo) pasaba por Pella y Tesalónica y proseguía hasta el límite oriental de la provincia, facilitó el control directo de la nueva provincia.
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El final de Pausanias y la retirada de la hegemonía dejaba todas las decisiones espartanas en manos de esa oligarquía aislacionista y conservadora, ahora especialmente fortalecida. Sin embargo, su capacidad para tomar decisiones internas no la libró de enfrentarse a múltiples problemas procedentes de los márgenes de su realidad. Desde 471, parece que, en cierto modo como efecto de la actividad de Temístocles en el Peloponeso, reaparecen los problemas entre los eleos y los tegeatas, tendentes a convertirse en ciudades democráticas y a aliarse con los argivos, que continuaban manifestando su hostilidad a los espartiatas. En la década de los sesenta, los arcadios llegaron a formar una coalición que fue derrotada en la batalla de Dipea. Ni los datos ni las investigaciones habidas hasta el momento permiten definir con cierta exactitud cuál es el grado de democratización a que llegaban estas ciudades rivales de Esparta, ni cuál sería su identificación en el plano económico y social, cuáles eran los límites de la participación en la politeia y los derechos reales que ésta aportaba a los grupos de la colectividad. Hay que suponer, con todo, que al menos suponía una notable ampliación del cuerpo cívico con respecto a una oligarquía restringida. Ahora bien, el problema más grave con el que tuvieron que enfrentarse los espartanos fue el de la llamada tercera guerra mesenia, consistente realmente en la revuelta de los hilotas de Mesenia, relacionada con un terremoto atribuido a la voluntad de Poseidón, dios que conmueve la tierra, que tenía un santuario en el Ténero, lugar de asilo de los hilotas. Sin embargo, la resistencia más fuerte de la rebelión, que se dice que duró diez años, desde mediados de los sesenta a mediados de los cincuenta, tuvo lugar en el monte Ítome, donde también había un santuario dedicado a Zeus, en que los hilotas conservaban, en Mesenia, algún tipo de asilo. Posiblemente, la actuación anterior de Pausanias no es ajena a los gérmenes de todo este proceso de rebeldía. La ayuda prestada por los atenienses a iniciativa de Cimón y el rechazo posterior de parte de los espartanos contribuyó al inicio de las hostilidades entre ambas ciudades y a las transformaciones democráticas de Atenas, a iniciativa de Efialtes. Hubo también grupos de periecos de diferentes asentamientos que apoyaron la revuelta. En su primer impulso, el movimiento tomó una actitud más activa, pero luego se limitaron a resistir en el monte Ítome. En relación con estos datos, existe alguna ambigüedad sobre la participación de hilotas laconios, seguramente debido a que el desenlace centrado en Mesenia influyó en la orientación en este sentido de las fuentes que tienden a considerar el movimiento como específicamente mesenio. Al final, seguramente porque el inicio de las hostilidades con Atenas obligó a los espartanos a dispersar fuerzas, éstos se vieron forzados a llegar a un pacto con los rebeldes y, si no les concedieron la posibilidad de quedarse cultivando sus tierras, al menos los mesenios pudieron asentarse en Naupacto, en el golfo de Corinto, en la costa de Lócride, donde desempeñarían un importante papel en las relaciones entre Atenas y Esparta.
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La llamada tercera Guerra Púnica no es sino un capítulo bastante vergonzoso de la historia de Roma. Cartago se comprometió después de la segunda Guerra Púnica, en el tratado de Zama (202) a no emprender ninguna guerra sin el beneplácito de Roma. Pero Escipión, entre el 204 y el 202, había concertado una alianza con Massinisa, rey de Numidia, al cual asignó el papel de impedir cualquier veleidad expansionista de Cartago en el norte de Africa. Este rey, vasallo de Roma, se dedicó a acosar a Cartago innumerables veces. Las misiones romanas enviadas para regular los conflictos que se entablaban entre el rey y los púnicos, sentenciaban casi siempre en favor de Massinisa. Cuando en el año 150 Cartago, cansada de las provocaciones del númida, decidió defenderse, Roma acusó a Cartago de violar el tratado y exigió no sólo el cese de las hostilidades, sino también el pago a Massinisa de una indemnización de guerra. Pero el Senado decidió también el envío de una expedición militar contra Cartago. Las razones de esta decisión son difíciles de comprender. Entre Cartago y Roma no existía ya ninguna rivalidad comercial. Los mercados de Occidente pertenecían por completo a Roma y a sus aliados griegos. Tal vez pudiera tratarse del temor o la desconfianza hacia Massinisa, cuyo poder empezaba a ser demasiado grande a los ojos de Roma y al que no consideraba un aliado por encima de toda sospecha. Esta desconfianza podía haber despertado el deseo de Roma de asentarse en el norte de África. Los alegatos de Catón en el Senado, que siempre terminaban con la consabida frase: "En cuanto al resto, pienso que se debe destruir Cartago", no resultan justificables. Ciertamente, como decía Catón, Cartago hubiera deseado vivamente tomar la revancha contra Roma, pero su situación en ese momento hacía que tal peligro se vislumbrase, si no imposible, al menos muy lejano. Apiano y Diodoro Sículo presentan a un Senado dividido respecto a la actitud que se debería adoptar frente a Cartago. Pero es evidente que en esa época la mayoría de los hombres de estado pensaban que la paz no era un bien absoluto y no dudaban en sacrificarla si la contrapartida suponía un aumento de su seguridad, de su magnificencia o de sus intereses. Así, bajo el impulso de los que estaban acostumbrados a vencer, se decidieron las operaciones cuidadosamente. Utica fue la base elegida. Allí existía una numerosa colonia de mercaderes itálicos y los agentes romanos que allí proliferaban tomaron la iniciativa de entregar la ciudad a merced de los romanos. El ejército romano desembarcó en la ciudad en el 149 a.C. Cartago se prestó -a fin de evitar la guerra- a acceder a cualquier petición del Senado romano, por duras que fueran sus exigencias: entrega de rehenes y de las armas y material de guerra. Cuando los cónsules consideraron que la ciudad ya no podía defenderse, exigieron aún más: los cartagineses habrían de destruir su propia ciudad y la población sería distribuida entre los pueblos. Tal petición sólo tenía un significado para los cartagineses, el hambre y la miseria más extrema. Movidos por la desesperación, Cartago empleó los treinta días que los cónsules le dieron de plazo para responder, en prepararse para la guerra. Las fuerzas de que disponía Cartago no eran muchas, ni estaban bien pertrechadas, pero el asedio al que el ejército romano sometió a Cartago se alargaba enormemente. Fallaba el aprovisionamiento del ejército y el clima castigaba duramente a los soldados. En Roma se tomó la decisión de investir cónsul en el 147 a Escipión Emiliano, hijo de Paulo Emilio y primo de Escipión el Africano. Escipión era candidato en el 148 al cargo de edil, única magistratura a la que, por su edad, podía aspirar. Pero los Comicios decidieron dejar dormir la ley y lo nombraron cónsul. De esta forma se expresaba el sentimiento popular de vincular la victoria a una gens. Escipión restableció el bloqueo de Cartago y en medio de una guerra obstinada y llena de estratagemas por ambas partes, logró reducir a los cartagineses en la primavera del 146. El Senado decidió que la ciudad fuera arrasada y abandonada para siempre. Los supervivientes fueron vendidos como esclavos y hasta los mismos dioses púnicos fueron trasladados a Roma: Juno Celeste fue instalada en el Capitolio. Cartago dejó de existir a los ojos de los hombres y a los de los dioses, y su territorio fue convertido en la provincia romana de Africa. Así, si con los éxitos militares de la segunda Guerra Púnica Roma revalidó su dominio sobre Italia y amplió su control territorial con la anexión de territorios de Hispania, el potencial demográfico y económico conseguido le permitió continuar su política expansionista hasta terminar siendo la única e indiscutible potencia del Mediterráneo ya antes del 130 a.C.
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La guerra que estalló en el 298 a.C. era la continuación de la precedente, pero con un frente ampliado que incluía a los etruscos, los galos senones y los samnitas. Los estados etruscos, conducidos por Vulci y Volsinii (Orvieto), emprendieron la lucha contra Roma. Se armaron con todo cuanto pudieron, con grandes sacrificios materiales, y alistaron en sus filas mercenarios galos. Recibieron, además, refuerzos de los pueblos apenínicos de la Umbría. Entre el 298-296, los principales generales romanos fueron destacados al Sur (Fabio Rulliano, Decio Mure y Escipión Barbado) y al Norte, contra los etruscos, se envió a Apio Claudio. Pero los samnitas, en una arriesgada marcha hacia el Norte, llegaron a unificar sus tropas con el esfuerzo de los etruscos, umbros y galos, todos ellos unidos por su odio común hacia Roma. Después de una serie de luchas de resultados inciertos y una victoria samnita del 295, a raíz de la cual Capua fue devastada, el frente se centró en Sentino, a unos 35 km. de Gubbio. En un combate sangriento que primeramente comenzó con un ataque victorioso de los galos, que luchaban en carros, finalmente vencieron los romanos, aunque con graves pérdidas propias. Aún continuaron las luchas en Etruria y en el 284 a.C., junto a Arezzo, los etruscos y galos lograron aniquilar un ejército romano, cayendo incluso su general, Lucio Cecilio. Al año siguiente, otro ejército galo-etrusco atacó Roma. En el lago Vadimón, cerca de la actual ciudad de Orte, fueron derrotados definitivamente. Los samnitas, que continuaron la guerra con suerte muy desigual, sufrieron finalmente en el 293 a.C. una derrota determinante en Aquilona, que prácticamente puso fin a la resistencia de este pueblo. El Samnio quedó prácticamente arrasado y la paz que desde el 290 a.C. se impuso en los territorios de este pueblo fue bastante semejante a la paz de los cementerios. Etruria, por su parte, extenuada por la lucha, accedió a formalizar tratados con Roma muy poco ventajosos. En algunos casos, gran parte del territorio de algunas ciudades fue anexionado por Roma, como sucedió en Vulci, Caere, Tarquinia y Rosellae. En el 265 a.C. los graves disturbios sociales en Volsinii sirvieron de pretexto a los romanos para intervenir y acabar con el último bastión de la resistencia etrusca. Tomaron la ciudad al asalto, se llevaron las obras de arte a Roma -más de dos mil estatuas entre otras joyas- y devastaron el territorio de la ciudad de modo tan sistemático que los supervivientes hubieron de abandonar la elevada meseta donde se asentaba la ciudad e instalarse en la de Bolsena, junto al lago de igual nombre. Paralelamente, en el 290 a.C., Mario Curio Dentato, al frente del ejército romano, había conquistado y anexionado definitivamente la Sabina. La conquista de la Sabina abrió a Roma el camino hacia el Piceno y el Adriático, regiones de interés estratégico para el control de los galos. En el 264 a.C., tras la deductio de Hadria, Rímini y Fermi, los romanos completaron el control sobre la costa y las colonias romanas de Sena Gallina (289-83) y Castrum Novum (264) reforzaron la presencia militar directa. Así, de la construcción de un Estado territorial en el Lacio e inmediatas localidades, Roma había pasado a la hegemonía itálica, con una enorme ampliación también sobre la jurisdicción directa. Los años sucesivos, hasta la primera Guerra Púnica, representaron ajustes de la política practicada en los años de guerra. Fueron relevantes el encuentro con Pirro y la extensión del control romano a la Magna Grecia.
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TERCERA PARTE CAPÍTULO PRIMERO He aquí, pues, el principio de cuando se dispuso hacer al hombre, y cuando se buscó lo que debía entrar en la carne del hombre. Y dijeron los Progenitores, los Creadores y Formadores, que se llaman Tepeu y Gucumatz : "Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y que aparezcan los que nos han de sustentar y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados; que aparezca el hombre, la humanidad, sobre la superficie de la tierra." Así dijeron. Se juntaron, llegaron y celebraron consejo en la oscuridad y en la noche; luego buscaron y discutieron, y aquí reflexionaron y pensaron. De esta manera salieron a luz claramente sus decisiones y encontraron y descubrieron lo que debía entrar en la carne del hombre. Poco faltaba para que el sol, la luna y las estrellas aparecieran sobre los Creadores y Formadores. De Paxil, de Cayalá, así llamados, vinieron las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas. Éstos son los nombres de los animales que trajeron la comida: Yac el gato de monte, Utiú el coyote, Quel una cotorra vulgarmente llamada chocoyo y Hoh el cuervo. Estos cuatro animales )es dieron la noticia de las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas, les dijeron que fueran a Paxil y les enseñaron el camino de Paxil. Y así encontraron la comida y ésta fue la que entró en la carne del hombre creado, del hombre formado; ésta fue su sangre, de ésta se hizo la sangre del hombre. Así entró el maíz en la formación del hombre por obra de los Progenitores. Y de esta manera se llenaron de alegría, porque habían descubierto una hermosa tierra, llena de deleites, abundante en mazorcas amarillas y mazorcas blancas y abundante también en pataxte y cacao, y en innumerables zapotes, anonas, jocotes, nances, matasanos y miel. Abundancia de sabrosos alimentos había en aquel pueblo llamado de Paxil y Cayalá. Había alimentos de todas clases, alimentos pequeños y grandes, plantas pequeñas y plantas grandes. Los animales enseñaron el camino. Y moliendo entonces las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas, hizo Ixmucané nueve bebidas, y de este alimento provinieron la fuerza y la gordura y con él crearon los músculos y el vigor del hombre. Esto hicieron los Progenitores, Tepeu y Gucumatz, así llamados. A continuación entraron en pláticas acerca de la creación y la formación de nuestra primera madre y padre. De maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros padres, los cuatro hombres que fueron creados.