Busqueda de contenidos

contexto
Especial mención merece la opinión de Cartailhac que, hacia 1875 -muchos años antes de que se admitiera la autenticidad del arte de Altamira-, al hablar de las esculturas de Laugeire Basse opinaba que "tienen un sentido que todavía nos escapa", pero, muy acertadamente, observaba que las representaciones humanas en el arte paleolítico son caricaturescas o toscas frente al acentuado realismo de las figuras animalistas. Interpretaba las superposiciones como ensayos o borradores y fue el primero que habló de escuelas de arte. He aquí, por ejemplo, un fragmento suyo de esa época: "... los autores de estas obras se perfeccionaban voluntariamente, a conciencia, en el arte del grabado y del dibujo, mediante una serie de estudios; o bien poseían la pasión por el arte y con el solo motivo de conseguir un goce superior, consagraban sus ocios a burilar unas imitaciones que luego abandonaban o destruían sin pena, pues el fin ya había sido alcanzado. La satisfacción del artista era únicamente personal...". A partir de 1902, se incorpora al problema de la interpretación la masa creciente de documentos del arte parietal. Respecto al conjunto, un complejo y multimilenario mundo de representaciones artísticas, en torno al abate Breuil, se fueron formando -Salomon Reinach, H. Obermaier, H. Bégouén, H. Alcalde del Río, Th. Mainage, G.-H. Luquet y otros- diversas teorías interpretativas, como la magia propiciatoria, la de reproducción, de nuevo el totemismo, etc., que el propio abate aceptó casi en su totalidad como componentes de una forma primitiva de la religión. Pero, curiosamente, y este es un testimonio personal del autor de estas páginas, el abate Breuil consideraba que la investigación sobre el significado era algo secundario y que lo que realmente importaba era el conocimiento lo más perfecto posible de las obras de arte en sí mismas. Así, en sus obras, iba incorporando las ideas de sus amigos y colaboradores. Los puntos de vista del abate Breuil sobre los orígenes y significado del arte paleolítico fueron sintetizándose a lo largo de más de medio siglo, de conformidad con lo que se publicaba y se discutía. La recopilación sintetizada de su enorme experiencia se encuentra en su última gran obra, "Quatre cents siécles d´art parietal". Breuil destacó siempre el valor social y religioso del arte de los cazadores paleolíticos, que ponía en estrecha relación con las condiciones ambientales en que vivían. El cazador de grandes animales, a veces peligrosos, tiene que ser necesariamente un buen observador, sometido a fuertes emociones que han de proporcionarle perdurables recuerdos visuales. Esto, sumado a una tradición de milenios en la realización de sus obras de arte, hace que no nos pueda parecer extraña la maestría de sus realizaciones. Para él, el problema cinegético era el tema central de la actividad de aquellos hombres... "que la caza abunde, que procree y que se pueda abatir toda la necesaria, ésa era la gran preocupación". La comparación con pueblos primitivos contemporáneos nuestros -o sea, los que se suele denominar paralelos etnográficos-, le proporcionaba elementos para imaginar las ceremonias que tenían lugar en las profundidades de las cuevas: Por esto, cuando visitamos una cueva ornada, penetramos en un santuario en el que, hace unos cuantos milenios, se desarrollaron unas ceremonias sagradas, dirigidas sin duda por los grandes iniciados de la época... Para Breuil, las representaciones de enmascarados estaban en estrecha relación con aquellas ceremonias. Las venus paleolíticas y la presencia de signos sexuales, sobre todo femeninos, en ciertos abrigos abiertos como los de La Magdaleine-des-albis (Tarn) o los bajorrelieves de Angles-sur-I'Anglin (Vienne) sugerían al abate la existencia de una magia complementaria a la que denominó rito de la fecundidad. En cuanto a los signos abstractos, tan diversificados en el arte paleolítico, preocuparon poco a Breuil, que consideraba que, en muchas ocasiones, podían ser indicadores topográficos. Tenemos que señalar la excepción de los llamados tectiformes, por su forma de cabaña en algunos casos, que creía tenían que ser... "la residencia de los espíritus de los antepasados en un estrecho rincón, aparte del resto de la caverna". Esta idea sin duda la recogió de su amigo y colaborador H. Obermaier, sacerdote católico como él mismo. La correlación entre los hechos etnográficos y prehistóricos es una tentación constante para los que trabajamos en temas del más lejano pasado de la humanidad. Pero, en general, existe una conciencia real de los riesgos que esto comporta. El sistema ha sido criticado, entre otros, por A. Laming-Emperaire y por A. Leroi-Gourhan. Este último incluso decía que utilizar este método es "hacer el australiano". Pero también él se sirvió de los paralelos etnográficos al tratar, por ejemplo, del significado de las representaciones de manos. Indudablemente constituye un error el relacionar dos abstracciones, el salvaje y el prehistórico, pues ni uno ni otro corresponden a conjuntos homogéneos. En 1921, Th. Mainage, en su obra sobre las religiones de la Prehistoria, defendía, acaso exageradamente, el método de los paralelismos etnográficos, aunque, curiosamente, se oponía a una explicación del arte prehistórico por el totemismo. Para este autor, el número restringido de especies representadas contrasta con la gran variedad de animales-totem que habría sido necesaria para una población fragmentada en numerosos grupos. En esto coincidía con el conde H. Bégouën. El argumento principal de este sabio occitano para la cuestión de la interpretación era que, admitida la hipótesis de una magia cinegética, o sea de destrucción, el animal cazado y representado mal podía ser el totem del grupo social que llevaba a término ambas actividades. Recordemos el tabú, que no permite matar ni consumir la carne del antepasado mítico que es el totem. Bégouën, que, en sus propiedades del Ariége, tenía las importantes cavernas de Trois-Fréres y de Tuc d'Audoubert, dedicó algunos trabajos al tema de la magia simpática, basada en la creencia de que es posible influir sobre el hombre o el animal del que se posee la imagen. Este tipo de magia, tan vinculado a las prácticas de brujería desde la antigüedad, pervive en nuestros días. Su existencia entre pueblos primitivos actuales o subactuales es bien conocida. Así, por ejemplo, por Frobenius sabemos que existía entre los cazadores bosquimanos. Las representaciones de órganos sexuales, y ciertas dudosas escenas de acoplamiento sexual, fueron también interpretadas por Bégouën, a la manera del abate Breuil, como una magia de la fecundidad, de carácter complementario. Respecto a las ceremonias que debían tener lugar en los santuarios, el conde Bégouën divulgó los célebres bisontes de arcilla de su cueva del Tuc d'Audoubert, y las huellas de pies humanos de ésta y otras cuevas, como vestigios materiales de las ceremonias rituales. Debe ser citado, asimismo, el psicólogo G.-H. Luquet que, durante tres decenios trabajó sobre los orígenes del arte primitivo, la magia y el arte paleolíticos, la religión de los hombres fósiles y diversas cuestiones relacionadas con la psicología de los primitivos. Este autor aceptaba la explicación mágica, justificada por las heridas de flechas que llevan algunos animales representados, combinada con el culto a los muertos. Aunque con menos entusiasmo, también admitía la magia de la fecundidad. Ahora, recordemos de nuevo al breuiliano Obermaier, cuyas ideas sobre el arte paleolítico se encuentran dispersas en numerosos trabajos, siempre dentro de la ortodoxia de la escuela de Breuil. Acerca de los orígenes del arte, el profesor germano-español creía que el gesto gráfico el hombre lo había imitado del oso de las cavernas y sus zarpazos en los muros de las cuevas. Ya hemos mencionado su teoría sobre los tectiformes como residencia de antepasados. Unos años después de su muerte, las teorías de Obermaier fueron recogidas por sus discípulos H.-G. Bandi y J. Maringer en un libro de conjunto sobre el arte prehistórico. Todas estas teorías se mantuvieron hasta los años sesenta del siglo XX y durante los últimos veinticinco años todavía han sido utilizadas por un cierto número de autores. Tal es el caso de L.-R. Nougier. Otros hacían alguna pequeña reserva en aspectos concretos, como Paolo Graziosi cuando, en su gran libro, a propósito de los "macaroni", escribía: "los ringorrangos trazados con los dedos sobre la arcilla de las cavernas europeas o pintados sobre sus paredes, pueden ser de cualquier edad, pues, hasta hoy, ningún sustancial elemento estratigráfico prueba de verdad que hayan precedido a la expresión de las manifestaciones ciertamente figurativas, no constituyendo la única expresión gráfica de la humanidad paleolítica europea en el momento inicial de su evolución artística". Para ir terminando esté apartado mencionaremos el intento de S. Giedion que, desde el punto de vista del historiador del arte, en un libro que se ha convertido en un clásico como todos los suyos, intentó en 1964 salir de los esquemas vigentes y encontrar otros nuevos. Pero, en su intento, conseguido en muchos aspectos que se refieren a la estética, no alcanzó a separarse de las explicaciones tradicionales en lo que concierne al significado y a la cronología. Para el abate Breuil, pues, las figuras tenían que ser consideradas aisladamente como representación de una idea directa -la imagen por sí misma-, pues en el arte paleolítico casi no existen asociaciones explícitas. Algunas representaciones, como el brujo o dios de Trois-Fréres, serían divinidades protectoras de la caza y de la vida. De todo ello se deducía una explicación simplista. En lo recóndito de las cuevas, los brujos o magos del clan admitían a los iniciados y a los que iban a iniciarse, pintaban o grababan las figuras de los animales y luego danzaban ante ellas y las herían simbólicamente creyendo que así facilitaban su caza y reproducción. En estos santuarios no se representaba la imagen humana de manera realista con el fin de evitar que pudieran ser objeto de influencias mágicas desfavorables. En cambio, en ellos existen figuras antropomorfas disfrazadas de animales, atuendo que sin duda revestían los magos o hechiceros para la ejecución de los ritos. Ciertas representaciones, sólo esbozadas, y más concretamente las manos, eran los exvotos dejados por los iniciados, que, con estas ceremonias, pasaban a pertenecer a la categoría de adultos-cazadores. Es innegable que una gran parte de estas explicaciones se basaba en pruebas poco seguras y que para fundamentarlas se utilizó en exceso el método de los paralelos etnográficos.
contexto
Las explicaciones de las transformaciones asociadas al periodo del Neolítico han ido evolucionando con la propia historia de la investigación, desde posiciones puramente evolucionistas simples, propias de la ciencia del siglo XIX, hasta mostrar la complejidad del fenómeno y de las condiciones en que se produce. Las diferentes investigaciones han incidido en el análisis de los factores que intervienen desde una perspectiva teórica: los recursos de subsistencia, la población y la organización para la explotación de los mismos. Asimismo han hecho especialmente hincapié en el estudio de la variable recursos, privilegiando los supuestos de la domesticación como resultado de una intensa interrelación del hombre con el medio natural, más que en los aspectos propiamente culturales o sociales. Recientemente las interpretaciones se han orientado hacia las variaciones demográficas de la población como causa explicativa general y determinante. La concepción teórica explicativa simple del siglo XIX establecía el motor del progreso histórico en la variable tecnológica como consecuencia de las cualidades intelectuales del hombre. Es decir, el origen de las plantas y animales domésticos constituía una etapa del progreso histórico, explicable, esencialmente por la evolución natural del hombre hacia la mejora de sus condiciones de vida. Históricamente, el origen de la visión más compleja del Neolítico se debe a V. Gordon Childe, verdadero fundador de la prehistoria moderna, quien en 1930 con la introducción del concepto de revolución neolítica se opone a la visión tradicional del origen de la domesticación como un paso natural de la humanidad hacia la civilización. En su obra clásica "Man Makes Himself" incide en los efectos de este cambio que afectarán a las condiciones de vida de los primeros agricultores, desde el fenómeno de la sedentarización de las poblaciones hasta la aparición de excedentes que comportarán nuevas formas de especialización productiva y la aparición básica de una división del trabajo. La legitimización de las nuevas formas sociales será realizada por los cambios de las instituciones sociales e ideas religiosas. Childe es el primer investigador en observar, de manera acertada, la región del Próximo Oriente como la zona donde estas transformaciones se producen con una mayor precocidad y cuyas repercusiones motivan el paso al Neolítico de regiones próximas, incluida Europa, por medio de una difusión con el ligero desfase cronológico correspondiente. En la exposición causal del proceso, la documentación empírica del momento potencia una teoría especulativa, en la cual las condiciones climáticas del cambio Pleistoceno-Holoceno adquieren un rol importante. En efecto, una climatología adversa obliga a la concentración de personas, animales y plantas en las zonas de oasis de Asia Menor, facilitando un incremento de las relaciones entre ellos, en particular con las gramíneas salvajes y especies de animales domesticables, lo que favorecerá la aparición de incipientes formas de control (cultivo y domesticación animal). La nueva base económica será, pues, para este autor, el resultado de la respuesta adaptativa a unos problemas de subsistencia planteados por el medio ambiente. Se trataría no tanto de una teoría de tipo determinista ambiental, sino más bien de un modelo de desequilibrio. Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, y dentro del marco de renovaciones que experimenta la arqueología en la década de los años cincuenta, el investigador del Oriental Institute of Chicago, R.J. Braidwood, plantea una renovación de las tesis de Childe, configurando la denominada teoría de las zonas nucleares. La necesidad de una confrontación empírica de la explicación del oasis de Childe motiva una investigación sobre el terreno con el primer gran proyecto de tipo interdisciplinario que actúa en la zona del Próximo Oriente. Los aspectos del conocimiento de tipo naturalista confieren un nuevo marco interpretativo al definir una serie de premisas importantes, en parte aún válidas actualmente. Se trata de la definición de un marco paleoclimático y ecológico en el cual se observa la inexistencia de variaciones bruscas importantes en el cambio del Pleistoceno/Holoceno. La ausencia de variaciones climáticas y, por tanto, de vegetación orientan la investigación hacia los ecosistemas donde se hallan distribuidas las especies animales y vegetales domesticables. El resultado es la definición del área del Creciente Fértil como la zona nuclear donde se producen las transformaciones económicas y socioculturales. La realización de trabajos de campo en yacimientos de dicha zona, como los desarrollados en el valle del Amuq (Turquía) o los del yacimiento de Jarmo (Irak), confirmaban esta hipótesis. Esta concepción teórica expone principalmente el cómo y dónde se produce el cambio pero no explica, satisfactoriamente, el porqué se produce. Braidwood, más investigador de campo que teórico, remite las causas últimas del cambio a las cualidades intelectuales del ser humano, es decir, apela a la tendencia natural del hombre hacia una evolución de tipo progresivo y a la adquisición de un nivel cultural determinado. Las nuevas orientaciones en la arqueología de los años sesenta, enmarcadas en el movimiento de la New Archaeology, provocan un cambio en las orientaciones de la interpretación, desarrolladas por investigadores como K. Flannery o L. Binford, discípulos de Braidwood y, en términos generales, buenos conocedores del registro material que goza de una renovada documentación en los aspectos paleoecológicos. La renovación teórica de estos autores incide en el desequilibrio entre población y recursos como origen de la economía de subsistencia. En efecto esta teoría, denominada teoría del desequilibrio o de las áreas marginales, formula una interpretación según la cual se produce una ruptura en el equilibrio entre crecimiento demográfico y medios de subsistencia, forzando una transformación que no se realiza en las propias áreas de los vegetales y animales domesticables, sino en las zonas periféricas de los mismos. En términos generales, estos autores observan qué proceso se inicia con los últimos cazadores-recolectores. La economía de amplio espectro por ellos practicada y las variaciones ecológicas surgidas en el Holoceno (cambios en el nivel del mar, citados por L. Binford) implican una progresiva interacción entre recursos domesticables y grupos humanos en ciertas zonas, que significan la intensificación del hábitat y del sedentarismo en determinados sectores. La ruptura del equilibrio recursos-población en estas zonas privilegiadas implica a su vez movimientos de poblaciones hacia las regiones periféricas, llevándose especies en vías de domesticación. Es en estas áreas marginales donde la interdependencia entre estas especies y el hombre se acentúa, apareciendo la domesticación. La tesis de M. N. Cohen, formulada en la mitad de los años setenta, ofrece una novedad importante al tratarse de una teoría que pretende tener un alcance general de la explicación del origen de la agricultura a nivel mundial, al observar que la aparición de las primeras transformaciones económico-sociales en los distintos lugares de evolución primaria (Próximo Oriente, Mesoamérica...) presentan un paralelismo y una sincronía que facilitan la búsqueda del factor subyacente que actúa en todas ellas. Para este autor el denominador común es la presión demográfica. En efecto, la presión demográfica explicaría la adopción de la agricultura desde una perspectiva temporal y geográfica amplia, considerando que el crecimiento de la población ha sido constante. Tomando el análisis del patrón cultural de los grupos de cazadores-recolectores, observa que, al analizar un grupo determinado, no se perciben variaciones notables de población por encima de los límites subsistenciales a causa de la existencia del mecanismo de ajuste. El examen a escala amplia permite observar la existencia de un crecimiento regular de los grupos de cazadores-recolectores, cuyos excedentes demográficos son canalizados mediante la expansión territorial. La expansión territorial se trata de una posibilidad limitada para el régimen económico de la caza-recolección, amenazando el equilibrio establecido de explotación de los recursos. El autor establece que, por esta causa, a finales del Pleistoceno la situación demográfica general es de saturación con respecto a un modelo económico determinado. La solución para mantener la supervivencia de los grupos está en la variación de la estrategia global de subsistencia y en la variación de los patrones culturales. Se trata de la única alternativa posible, el inicio del aumento artificial de las plantas dentro del radio de recolección de los grupos, mediante la aplicación de una o más técnicas cuya unión constituiría la agricultura. El modelo de B. Bender incide en una propuesta interpretativa que pone énfasis en la organización social de los grupos de cazadores-recolectores como generadora de conflictos internos motivadores de un cambio en el modelo de subsistencia. Esta autora analiza, utilizando los esquemas y la terminología de la antropología social en las sociedades de bandas de baja productividad y la necesidad de la creación de un excedente para alcanzar los requisitos, las necesidades y las obligaciones sociales derivadas de la relación entre las diferentes bandas. La aparición de una producción excedentaria conlleva el surgimiento de problemas de reparto dentro del grupo y una mejora técnica que es destinada indirectamente a una mayor interacción entre los grupos y a una mayor circulación de bienes. Éstos provocarán una intensificación de la producción en el propio marco de la caza-recolección o la adopción de la agricultura. En otra dirección explicativa se sitúa J. Cauvin, ciñendo su análisis a la región de Oriente Próximo como ejemplo de neolitización primaria y desarrollando unos postulados derivados y en contraste con la investigación empírica que ha desarrollado en esa zona. El análisis del registro material de la zona excluye, según este autor, los modelos de desequilibrio, tanto aquellos que ven en el medio ecológico el motor del cambio como los que consideran la presión demográfica la causa directa de la adopción de la agricultura. Cauvin examina detalladamente el carácter progresivo de la transformación reconstruyendo la sucesión cronológica de los cambios: la aparición de la aldea recolectara al aire libre, la transformación del sistema ideológico, reconocido en el registro por una nueva simbología en los ritos y en el arte (dualidad diosa madre-toro), la producción de subsistencia y las transformaciones tecnológicas, con carácter progresivo, principalmente en las últimas etapas. Para este autor, el cambio en la actitud socioeconómica es el resultado, en último término, de la progresiva transformación cultural y mental realizada por unos grupos que han sufrido una transformación ideológica colectiva (revolución simbólica), que precede a las nuevas prácticas económicas.
contexto
Los nuevos teóricos del derecho natural invocaban la utilidad general, los derechos de los individuos y el estado de naturaleza. Justificaban, de esta forma, las ambiciones personales y nacionales, proporcionando a los soberanos instrumentos utilísimos en su lucha contra las pretensiones de la nobleza, que reivindicaba sus privilegios para oponerse a las tendencias centralizadoras de las Monarquías modernas. Pero, precisamente por eso, constituyeron armas de doble consecuencia, ya que, si la teoría del derecho natural podía permitir la justificación del absolutismo, también sirvió para iniciar su proceso de disolución. Los primeros teóricos iusnaturalistas modernos no escolásticos fueron Grocio y Pufendorf. Las obras más conocidas de Hugo Grocio (1583-1645) fueron "Mare liberum" (1609) y "De iure belli ac pacis" (1625). Interesado sobre todo en demostrar que el derecho de los holandeses a comerciar y a navegar libremente por todos los mares procedía del derecho natural, estableció que éste consiste en un precepto de la recta razón que nos indica que una acción es moralmente mala o no, en virtud de su conveniencia o inconveniencia con la naturaleza racional y social, y que, por ello, Dios como autor de la naturaleza la prohíbe o la ordena. De esa manera, unidos los conceptos de racional y social con naturaleza, Grocio hace provenir la sociabilidad humana de una inclinación o apetito natural. Será, sin embargo, Samuel Pufendorf (1632-1694) quien rompa definitivamente con la tradición escolástica acerca del derecho natural. Gracias a sus obras "De iure naturae et gentium" (1672) y "De oficio hominis et civis" (1673) puede ser considerado como el creador del derecho natural moderno y uno de los pensadores que mayor influencia han ejercido en su propio tiempo (en Locke, por ejemplo) y, sobre todo, durante el siglo XVIII (en Rousseau y los independentistas americanos). A diferencia de Grocio, Pufendorf no fundamenta el derecho natural en un apetito social, sino en la sociabilidad misma, esto es, en la necesidad que el hombre tiene de vivir entre otros hombres, de tal manera que cada uno debe cuidar y conservar la comunidad, de lo cual se sigue que todo lo que es bueno para la sociedad es un precepto del derecho natural y todo lo que la perjudica o destruye es una prohibición. Así pues, más que una doctrina de derechos individuales (derecho a no estar sometido a nadie o derecho a la autoconservación), los deberes y obligaciones de los hombres respecto a sus semejantes siempre por delante de los derechos constituyen la base doctrinal del derecho natural de Pufendorf. Si el deber de vivir en común es el fundamento del derecho natural, la familia, los grupos humanos y el Estado, como la comunidad más completa, se construye también desde ese deber, mediante un contrato social. Pero el Estado se construye también a partir de un contrato político o de sumisión. Sin embargo, los individuos que lo componen tienen el derecho de decidir el establecimiento del poder político y las condiciones de su ejercicio, pues sus derechos naturales de libertad y de igualdad no pueden ser enajenados, pues están por encima del pacto de sumisión o político. Formalizado el pacto, la comunidad no pierde su condición de sujeto de derecho frente al gobernante, de forma que del pacto surgen derechos y deberes que afectan a ambas partes, aunque el gobernante, por la posesión de poder, adquiera una posición superior a la comunidad. En cualquier caso, es ésta la que decide entregar el poder de manera limitada o ilimitada al gobernante. En este último caso no cabe el derecho de resistencia, aunque si ésta asegura el logro de una comunidad ordenada estará justificada. Sólo el cumplimiento de los deberes del poder hace a un Estado justo, de tal manera que no importa si su forma se acomoda o no a lo justo, como mantenía la tradición aristotélica.
Personaje Político
Teos sucedió a su padre Nectanebo I en el año 361 a. C. Posiblemente gobernó durante algunos años asociado al trono, iniciando ya en este periodo su política de alianzas con Esparta. Reclutó un ejército de mercenarios griegos a los que pagó requisando los metales preciosos del país, gravando el precio de los cereales y otros productos agrarios, aumentando las tasas de las importaciones, confiscando buena parte de la riqueza de los santuarios y suprimiendo privilegios a los sacerdotes de Sais. Con estas medidas formó una potente tropa de espartanos y atenienses y se dirigió a Asia. Los éxitos tardaron poco tiempo en llegar. Egipto podía recuperar el esplendor imperial alcanzado con Nekao II. Pero Nectanebo fue víctima de una traición. Cuando partió para Asia dejó a su hermano como regente. Los descontentos, que eran muchos y poderosos, se pusieron de su parte y el regente llamó a su hijo Nectanebo, que participaba en la campaña asiática, prometiéndole el trono de Egipto. Las tropas espartanas y atenienses dejaron solo a Teos quien se refugió en Persia.
contexto
En el inicio de nuestra era Teotihuacan concentra la mayor parte de la población de la cuenca de México, alcanzando unos 40.000 habitantes. Como consecuencia de ello, el campo se despuebla, quedando tan sólo una pequeña ocupación campesina agrupada en aldeas y poblados dispersos. Debido a la afluencia masiva de gente, sus dirigentes se vieron obligados a trazar una planificación urbana bajo un control muy centralizado, formalizada desde el 50 d.C. por medio de dos grandes avenidas que dejaban una orientación general de 15" 25` hacia el este: la Calzada de los Muertos, que divide la ciudad de norte a sur, y la Avenida Este-Oeste, que lo hace de oriente a poniente. En torno a estos dos ejes básicos se organizaron los conjuntos residenciales y templos, siguiendo un patrón de parrilla que documenta el grado de centralización política alcanzado en la ciudad. Desconocemos las causas por las cuales se concentró un número de habitantes tan grande en torno a Teotihuacan. Sin duda el éxito obtenido por una base agrícola intensiva fundamentada en un sistema de canales e irrigación permitió obtener la cantidad de excedentes necesaria para concentrar de golpe a unos 40.000 individuos. Por otra parte, el desarrollo de trabajos y artesanías especiales como la obsidiana y la cerámica debió atraer muchos campesinos ante las exitosas perspectivas económicas que proporcionaba la ciudad. Por último, Teotihuacan pudo ser un centro de integración religiosa y de peregrinaje cuando menos regional, que atrajo a poblaciones muy cosmopolitas.
lugar
Pocas ciudades han sido consideradas dignas de ser habitadas por los dioses, pero Teotihuacan ("la ciudad donde nacieron los dioses") es una de ellas. Representa uno de los ejemplos más brillantes de la etapa Clásica (200 d.C - 900). Alrededor de ella han girado muchos mitos precolombinos, aludiéndola como lugar de nacimiento del sol que abrió paso a la Quinta Era, aquélla en la que vivían los pueblos mexicanos antes de la llegada española. Urbe divina y humana, plena de calles y habitaciones (llegó a tener hasta 200.000 habitantes), de actividad ferviente y de comercio con el valle de México, Puebla, Tlaxcala e incluso la Mixteca y Tehuantepec, está situada a sólo 50 Km. de Ciudad de México. Los estudios arqueológicos han mostrado signos de ocupación hacia el 600 a.C., en la fase preurbana de la ciudad. En esta primera etapa, se trató de una aldea cuya principal actividad era la elaboración de objetos de piedra pedernal obtenida de la zona. Los excedentes permitieron un incipiente intercambio con otras regiones que, a partir del siglo II a.C., se amplió a productos agrícolas. También en este siglo, y como consecuencia de la oleada migratoria procedente de Cuicuilco, empezó a delinearse el auténtico centro ceremonial. Del siglo I d.C. es la llamada Calzada de los Muertos, orientada de Norte a Sur, y las dos grandes pirámides a lo largo de su recorrido, la del Sol y la de la Luna. De dicha calzada parten también edificios, palacios, plazas, etc. En el transcurso del siglo II d.C. Teotihuacan empezó a extenderse y a enriquecerse con nuevos edificios, alcanzando su máximo apogeo en pleno periodo Clásico (250-650), tratándose ya de una gran urbe organizada mediante calles entrecruzadas, con edificios de estructura compleja, patios, cisternas, desagües, etc. Alrededor del 650-700 la gran metrópoli fue incendiada y destruida, casi con toda probabilidad por la llegada de pueblos procedentes del norte, quizás de estirpe tolteca. Muchos habitantes se refugiaron en el centro vecino de Azcapotzalco, dentro de la órbita teotihuacana y, alrededor del año 900, la ciudad ya estaba abandonada. Cinco siglos después se produjo la llegada de los aztecas, quienes quedaron asombrados ante las inmensas ruinas, poniéndole el nombre de "Ciudad de los Dioses". Arquitectónicamente, Teotihuacan es una de las ciudades mesoamericanas con mayor riqueza y esplendor del periodo Clásico. Estructurada mediante calles rectas y perpendiculares a partir de la Calle de los Muertos (4 Km. de longitud y 45 m. de anchura), se encuentran en su camino las dos pirámides más importantes de la ciudad; la del Sol está situada encima de una gruta con aguas subterráneas, ligada a un tipo particular de culto a la fertilidad. Se trata de la estructura más grande del complejo, alcanzando actualmente los 65 m. de altura, pero se cree que originalmente era más elevada puesto que estaba coronada por un santuario en su cima, edificado probablemente con materiales perecederos. La de la Luna es de menor tamaño (46 m.) y domina la plaza homónima. En el lado occidental de la Plaza de la Luna surgen algunos edificios de notable importancia, como el Palacio de Quetzalcoatl o el de Quetzalpapalotl. Alrededor del 200 d.C., en el interior de la denominada Ciudadela se erigió la pirámide de Quetzalcoatl, decorada con representaciones de la Serpiente Emplumada y de Tláloc. No sólo la arquitectura ocupa un lugar de honor, también la pintura es importante, principalmente, la mural. Ésta refleja el mundo de los dioses y de las figuras míticas. No se paró sólo en la decoración de templos y pirámides sino también en cerámicas, vasijas y todo tipo de objetos ceremoniales. Los frescos murales representan escenas relacionadas con la fertilidad y la agricultura y el más célebre es, quizás, el que representa el Tlalocan o paraíso de Tláloc. Desde el punto de vista social, han aparecido diferentes teorías acerca de cómo se estructuraba la ciudad. En su primera etapa (600-200 a.C.) y cuando ya alcanzaba los 10.000 habitantes, se sugiere una división en pequeños grupos o unidades tribales, sin poder hablar todavía de un Estado y cuya principal actividad habría sido el comercio de obsidiana. Tal vez éste fue el primer paso de Teotihuacan a un camino comercial que habría de ser cada vez más importante, dando a la futura ciudad un principio de internacionalización tan evidente posteriormente. En la etapa que va desde el siglo II a.C. hasta el siglo I d.C, la población creció considerablemente, llegando ya hasta los 50.000 ciudadanos. Debido a este aumento, se cree que se iniciaron proyectos de irrigación y cultivo de nuevas tierras, además de ampliar su comercio de obsidiana. Esta gran actividad y expansión, cada vez mayores en varios campos del desarrollo humano, no pueden compaginarse tan fácilmente con una organización tribal en la que todos los hombres son más o menos iguales. Es aquí cuando se sospecha que se pasó de una organización social tribal a un Estado, con clases sociales y actividades profesionales diferenciadas. Del siglo I hasta el año 350 aproximadamente algunos historiadores no hablan ya de un Estado teotihuacano, sino de un verdadero Imperio, que se está lanzando a una serie de conquistas o incursiones comerciales que le llevaron a lugares como Belice, valle de Oaxaca (Veracruz) o Kaminaljuyu (Altiplano de Guatemala). Sin embargo, la influencia exterior también llega de fuera, lo que permite plantear la idea de Imperio. Los tres siglos posteriores suponen el afianzamiento y máximo esplendor de la ciudad; sin embargo, su área urbana no aumenta sino que se reduce poco a poco hasta los 19 kilómetros cuadrados, alcanzando en este momento los 200.000 habitantes. A pesar de esta concentración en un espacio tan reducido, la sociedad está ya perfectamente organizada, tanto en clases sociales como en grupos de trabajo especializados. También los barrios se organizan de acuerdo a la clase social y el trabajo: el de los agricultores, el de los mercaderes y artesanos, y el de los sacerdotes. No contamos con fechas ni teorías exactas para explicar por qué Teotihuacan fue prácticamente destruida y abandonada. Desde el punto de vista cronológico, el abandono de la ciudad abarca una franja de dos siglos, es decir, desde los historiadores que afirman que ésta se produjo en el siglo VII hasta los que lo sitúan en el siglo IX. Sucede lo mismo con las causas: económicas y meteorológicas (debido a años de sequía), sociales (ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres) o comerciales (pérdida de influencia). La teoría más aceptada en la actualidad es la de una conjunción de todas ellas, unida a motivos religiosos. Lo que es seguro es que fue incendiada, saqueada y destruida en gran parte.
obra
Este mosaico de la tribuna sur de Santa Sofía de Constantinopla está fechado en el mismo año de la coronación de Juan II y representa la fórmula iconográfica de la ofrenda imperial. Se trata de una obra maestra reflejada en la belleza de la Virgen que recuerda los mejores iconos, con el Niño que se proyecta sobre el fondo azul como una visión luminosa y en el carácter distinguido de la pareja imperial, particularmente Irene. La elegancia y delicadeza de este mosaico anuncia el arte de los Paleólogos. Cristo recibe presentes del emperador Constantino Monómaco y su esposa, el Pantocrátor y San Juan Bautista también forman parte de la decoración de mosaicos de Santa Sofía.
obra
Alma-Tadema se especializará en una serie de asuntos inspirados en la temática egipcia, griega y romana, asuntos que tendrán mucho éxito en la Inglaterra victoriana y que se expandirán a toda Europa durante los últimos años del siglo XIX. Estos trabajos están realizados con un exquisito dibujo, tenues colores y un exquisito cuidado en la reconstrucción arqueológica del tema tratado, empleando formas clásicas. La obra que aquí observamos se caracteriza por la sensualidad de la figura femenina desnuda, recostada en el tepidarium, cubriendo el sexo con una gran pluma. El exquisito detalle con el que Alma-Tadema nos presenta la escena es una muestra del estilo imperante en la pintura "oficial" de los últimos años del siglo XIX, contrastando con las novedades que aporta el impresionismo y todas las corrientes vanguardistas posteriores. El lienzo perteneció a los dueños de la compañía de jabones A. and F. Pears & Company y fue vendido por éstos a Lord Leverhulme, propietario también de una fábrica de jabones.