Los acontecimientos vinculados a la crisis del 23 a.C. hicieron ver a Augusto y a sus consejeros la precariedad del nuevo régimen y aconsejaron pensar en una fórmula sucesoria. Proponer al Senado que garantizase mediante leyes el modo concreto de suceder a Augusto era contrario a la forma republicana con que pretendía revestirse el régimen. De ahí que se eligiera una vía ambigua, indefinida expresamente en sus propósitos aunque claramente marcada para quien quisiera comprender. El 21 a.C. Agripa, el general de confianza, se casó con Julia, hija de Augusto y viuda de Marcelo. El 18 a.C., Agripa era asociado al gobierno de Augusto al recibir la potestas tribunicia y el imperium. Al año siguiente, los dos hijos de Julia y de Agripa, Cayo y Lucio, eran adoptados por Augusto. Tal decisión equivalía a apostar por una sucesión del poder que marginaba a los dos hijos que su mujer Livia había tenido del matrimonio anterior, a Tiberio y a Druso. Las intenciones de Augusto eran claras desde el momento en que consiguió del Senado que diera a Cayo y a Lucio el título de Príncipes de la Juventud, así como que concediera la excepción de que ambos pudieran acceder al consulado antes de la edad reglamentaria. Pero ese proyecto sucesorio se fue viniendo abajo. Agripa murió el 12 a.C. Aunque Augusto obligó a Tiberio a casarse al año siguiente con la viuda de Agripa, con Julia, no lo incorporó a su proyecto de sucesión. Pero el 2 a.C. murió Lucio y el 4 d.C., Cayo. Sólo entonces Augusto se decidió por la sucesión de Tiberio -su hermano Druso había muerto el 9 a.C.-, llamándolo de su exilio de Rodas y asociándolo al poder al concederle el Senado la potestas tribunicia y el imperium maius. Fue así como, al morir Augusto el 14 d.C., no hubo dudas de que el sucesor era Tiberio. Pero si esta fórmula sucesoria fue válida para este caso, no fue siempre aplicable, quedando así una laguna en el modelo político de Augusto que iba a ser fuente de frecuentes conflictos en ocasiones posteriores en que se plantearía la transmisión del poder.
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En la sesión del Senado del 17 de marzo, convocada para tratar sobre la situación del Estado a raíz del asesinato de César, fueron aprobadas medidas de compromiso entre los dos bandos opuestos de conjurados y cesarianos: los tiranicidas no eran castigados y, a su vez, no se condenaba ni la persona ni la obra de César. Marco Antonio, cónsul ese año junto con César, siguió al frente de la situación política; contando con la fidelidad del ejército y con la del pueblo de Roma, pudo frenar la alianza senatorial que apoyaba a los conjurados. Si ya durante los funerales de César hubo manifestaciones populares que exigían la muerte de sus asesinos, la aplicación de las voluntades testamentarias de César quien legaba 300 sestercios a cada ciudadano necesitado de Roma así como sus jardines del Trastevere, estimuló aún más la devoción popular y se alzaron voces que valoraban negativamente el compromiso de Antonio con los tiranicidas y sus partidarios. Pero el testamento de César incluía también el nombramiento de Cayo Octavio como primer heredero. Cayo Octavio, adoptado por César el 45 a.C., se encontraba en los Balcanes, en la ciudad de Apolonia, ampliando su formación cultural pero también contribuyendo a los preparativos de la campaña militar proyectada por César contra los partos. Octavio, que pasaba a llamarse Cayo Julio César Octaciano en virtud de la adopción, tenía entonces 18 años. Era difícil pensar que, siendo tan joven, fuera capaz de ser también el heredero político de César. Pero el primer mérito de Octaviano residió en su tacto para rodearse de un selecto grupo de amigos y consejeros, a los que siempre fue fiel, dispuestos a informarle y orientarlo sobre la complejidad de la vida política de la época. Así, Octaviano, antes de retornar a Roma para hacerse cargo de la herencia de César, tuvo en Campania el primer encuentro con Cicerón, el ideólogo y máximo representante de los republicanos tradicionales. El viejo orador quedó gratamente impresionado de la capacidad política del joven César y, más aún, se mostró dispuesto a apoyarlo como un instrumento para dividir al grupo opositor de los cesarianos. A su vez, Octaviano necesitaba a Cicerón para llevar adelante su proyecto político personal. Así se selló la colaboración temporal de Octaviano con los republicanos, necesaria igualmente para ambos con el fin de restar poder y protagonismo político a M. Antonio.Cuando Octaviano se presentó en Roma para reclamar la herencia de su padre adoptivo, M. Antonio lo recibió con poca simpatía y se sirvió de los tribunales para dilatar al máximo la aplicación de las voluntades testamentarias de César. M. Antonio contaba con casi todas las bazas políticas a su favor para ser el sucesor de César: era cónsul, controlaba el tesoro del Estado, disponía de la fidelidad de la mayor parte de las tropas legionarias y el pueblo de Roma estaba con los cesarianos. Para contrarrestar la aceptación popular del joven Octaviano, había ido modificando su actitud con los republicanos como lo demuestran algunas medidas. El 1 de junio consiguió que se aprobara el cambio de provincias, con lo que Bruto y Casio debían ser enviados a las provincias menores de Oriente, Creta y Cirenaica, mientras el propio Antonio quedaría con el gobierno de las Galias Cisalpina y Comata, antes atribuidas a aquellos. A su vez, a comienzos de septiembre, conseguía que el Senado aprobara la concesión de honores divinos a César. Y, como detentador del programa político de César, tomaba medidas consideradas por muchos de dudosa atribución cesariana. Para los republicanos, M. Antonio se había convertido en un nuevo dictador pero sin la talla política ni humana de César. Con el discurso de Cicerón del 2 de septiembre contra M. Antonio, conocido como Filípica I -a la que siguieron otras doce-, se rompió abiertamente el compromiso sellado en la sesión del Senado del anterior 17 de marzo, pues Cicerón no se paró en insultos y descalificaciones personales y políticas sobre Antonio. Mientras tanto, Octaviano seguía ganándose el apoyo del pueblo, contaba con la protección de los republicanos y M. Antonio, sin pretenderlo, lo había convertido de hijo de César en hijo del divino César.
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Desde el 22 de mayo del 337 en que murió Constantino, hasta septiembre del mismo año, se dio la curiosa situación de que los cuatro césares más Hanibaliano siguieron gobernando sus provincias y tomando disposiciones conjuntamente en nombre del desaparecido emperador, sin que ninguno de ellos procediese a proclamarse augusto. Esta situación era indicativa más de las tensiones latentes entre ellos que del buen entendimiento. Constantino II residía en su capital de Tréveris, Constancio II en Antioquía, Dalmacio en Constantinopla y Hanibaliano en Cesarea de Capadocia. La sede de Constante no se conoce con exactitud, aunque se ha aventurado que podría ser Milán. La lucha por el poder es un elemento presente en la historia de todas las épocas. Generalmente esta lucha implicaba la imposición de modelos políticos diferentes o simplemente fórmulas o disposiciones que los diversos contrincantes consideraban más útiles o eficaces para el gobierno del Imperio. El caso de Constancio II presenta unas características especiales. Su lucha era fratricida y los elementos personales parecen haber desempeñado un papel considerable. Amiano nos describe la personalidad de Constancio con tintes siniestros que la moderna psicología podría definir como enfermiza. Su temor a cualquier conspiración contra él le hizo desconfiar tanto de los césares inicialmente, como de los altos dignatarios cuando fue único emperador. Organizó una policía política de notarios y agentes cuyas tramas -a juzgar por los relatos de Amiano Marcelino- incluían todo el Imperio. El número de detenidos y asesinados fue muy elevado y, como sucede en tales casos, las acusaciones a menudo se apoyaban en calumnias. Algunos de estos agentes se hicieron tristemente famosos por el temor que inspiraban, tal es el caso, entre otros, del hispano Paulo Catena (Pablo Cadena), que en época de Juliano fue condenado a muerte por el tribunal de Calcedonia y quemado vivo. La tensión estalló en Constantinopla en septiembre. La tradición y Juliano hacen responsable a Constancio II de la matanza que allí se produjo: fueron asesinados el cesar Dalmacio, Julio Constancio, hermanastro de Constantino y padre de Juliano, y todos los miembros de su familia, además de sus principales partidarios. Sólo Juliano y su hermanastro Galo, que entonces eran unos niños, se libraron de la matanza. El rey Hanibaliano fue asesinado poco después. Eliminados todos estos contendientes, los tres hijos de Constantino se proclamaron augustos y procedieron a repartirse el Imperio: Constantino II se puso al frente del Imperio Occidental y Constancio II del Oriental. A Constante, el menor, le encomendaron el gobierno del Ilírico, pero bajo tutela del hermano mayor. Los dos años siguientes se caracterizan por las luchas que los nuevos augustos llevaron a cabo: contra los germanos en Occidente y contra el Imperio de Sapor II en Oriente. Pero en el 339 Constante -que había salido tan desfavorecido del reparto- se rebeló contra su hermano Constantino II e invadió Italia. La guerra entre ambos tuvo como escenario Aquileya y Constantino II resultó muerto. En consecuencia, Constante se convirtió en augusto del Imperio Occidental. Durante diez años Constancio II y Constante gobernaron sus respectivas partes del Imperio sin gran armonía, como demostró el hecho de que Atanasio de Alejandría, expulsado de su sede episcopal por los arrianos (entre los que se encontraba Constancio), decidiese refugiarse en Roma y las querellas suscitadas entre ambos emperadores por tal asunto amenazasen con romper las relaciones. Posteriormente, Constante logró que a Atanasio se le restituyera su sede a cambio de otras contrapartidas. La situación en Oriente, con el eterno Sapor II al frente -luchó con los tres emperadores de la dinastía constantiniana-, requirió toda la energía de Constancio. Desde el 343 al 348 se libraron continuas campañas y, aunque Constancio logró mantener sus posiciones, sufrió una importante derrota en Singara. Durante estos años se produjeron también grandes desórdenes en Africa donde los católicos, apoyados por Constante, llevaron a cabo una dura campaña contra los donatistas, una secta cristiana encabezada por Donato en la que a planteamientos religiosos divergentes de los católicos, se unirían componentes sociales y actitudes contrarias a la secularización de la Iglesia católica. En los enfrentamientos murió el propio Donato. La hostilidad hacia el donatismo (que incluía clausura de sus iglesias, detenciones, destierros...) tuvo como consecuencia que todos los elementos de oposición a los honestiores, al gobierno y a la iglesia católica (tan identificada con él) se aglutinaran en torno a la secta donatista. Entre ellos los circumcelliores (trabajadores temporales indígenas y poco romanizados) que sembraron el pánico en las aldeas. Poco a poco el donatismo fue adquiriendo un tinte separatista y antirromano, doblemente preocupante por la enorme implantación del cisma en las provincias africanas. En enero del 350 tuvo lugar en Autun la proclamación como augusto del conde Magnencio. Era éste un oficial medio bárbaro que contaba con el respaldo del ejército acantonado en las Galias, del prefecto del pretorio local, un aristócrata local, y de Marcelino, conde de la administración privada del emperador. Parece ser que Magnencio era pagano, como se desprende de la ley que promulgó inmediatamente después de su proclamación, en virtud de la cual restablecía el derecho de los paganos a celebrar sacrificios. También eran paganos quienes lo apoyaron y los prefectos de Roma designados por él, lo que lleva a suponer que este golpe de Estado habría tenido un móvil religioso y habría sido alentado por la oligarquía romana, mayoritariamente pagana. La prudencia de Constantino en los asuntos religiosos, había sido abandonada por sus hijos: Constante era un católico ferviente y Constancio un arriano muy implicado en cuestiones de religión. En estos años las tensiones religiosas en el Imperio eran muy fuertes, porque detrás de una u otra opciones de religión pública subyacía un complicado juego de intereses y privilegios. El mismo año (350) Constante y su ejército fueron alcanzados por el ejército de Magnencio en las Galias y Constante cayó muerto. Casi un año tardó Constancio en intervenir, puesto que se encontraba en plena campaña contra los persas. A fin de reconquistar el occidente del Imperio sin abandonar el flanco oriental, en el 351 nombró césar a su primo Galo, hermanastro de Juliano, y le encomendó el gobierno de Oriente. El enfrentamiento entre Constancio y Magnencio tuvo lugar en Mursa. Pese a la victoria de Constancio, la batalla fue probablemente la más sangrienta de todo el siglo. Parece que de los 80.000 hombres de Constancio perecieron más de 30.000 y de los 36.000 de Magnencio, cerca de 24.000. Una pérdida que afectó a la capacidad militar del Imperio durante varios años. La segunda victoria de Constancio, al año siguiente, fue en Mons Seleuci, a resultas de la cual se suicidó Magnencio. Los agentes de Constancio le informaron acerca de la mala gestión en Oriente del césar Galo y Constancio lo llamó a Milán, pero antes de llegar, fue detenido, juzgado y condenado a muerte en el año 354. Ante la inestabilidad política del Imperio en estos años, los francos y alamanes decidieron penetrar en él, donde ganaron casi toda la margen izquierda del Rin. Mientras tanto, Sapor amenazaba con reemprender la guerra. Ante la imposibilidad de mantener los dos flancos del Imperio protegidos, se decidió a nombrar un nuevo césar. La elección era fácil: Juliano era el único superviviente varón de la familia constantiniana.
Personaje
Militar
Ingresó en la guardia nacional y 1792 y en pocos años ascendió a general. Peleó en varios frentes y realizó algunas misiones diplomáticas. En tiempos de Napoleón, dirigió el III Cuerpo del Ejército en España. Con estas fuerzas logró imponerse en Valencia y sitiar Zaragoza. Durante la Guerra de la Independencia luchó en el campo de batalla, donde venció y fue vencido, hasta que se entregó en Cataluña en 1814. Desde aquí inició la retirada a Francia. A su regreso le eligieron par de Francia por el gobierno de la Restauración. Volvió a unir sus fuerzas al lado de Napoleón en los Cien días. Murió en el castillo de Montredon, cerca de Marsella.
Personaje
Militar
Político
Miembro de una familia independentista, inició la carrera militar y en 1810 es ascendido a alférez del ejército patriótico. Dos años después es designado teniente por Miranda. La represión realista le obliga a huir y en 1813 inicia una campaña en Venezuela, tomando su localidad natal y organizando el Ejército de Oriente. Sus éxitos le llevaron a ser nombrado teniente coronel, participando en la campaña de Caracas pero los fracasos en Aragua y Urica le obligan a buscar refugio en las Antillas. En 1815 regresa con nuevas fuerzas a su país y participa en la conquista de Cartagena de Indias. Tres años más tarde se une a Bolívar en Angostura, convirtiéndose en la mano derecha del Libertador. Nombrado delegado de la Gran Colombia para firmar los tratados de armisticio con Morillo, en 1821 continúa la guerra trasladándose a Guayaquil con sus tropas para vencer al año siguiente en la batalla de Pichincha, liberando de esta manera Ecuador. Su siguiente éxito será el triunfo en la batalla de Junín en 1824, venciendo también en Ayacucho, la batalla que pondría punto final a la independencia americana. Estos triunfos se verán recompensados con nuevos nombramientos: Gran Mariscal de Ayacucho y General en Jefe. Intenta crear una república independiente en el Alto Perú al no aceptar depender ni de Perú ni del Río de la Plata. Los intereses de Sucre serán rechazados por Bolívar en un primer momento pero en 1826 reconoce la independencia de Bolivia, siendo elegido presidente Sucre. El aislamiento exterior llevará a Gamarra a sublevarse contra el presidente en 1828, consiguiendo imponer el tratado de Piquiza y obligando a Sucre a exiliarse a Ecuador. Por este país será elegido representante para el Congreso de Bogota, siendo designado presidente. José María Obando promoverá su asesinato en la localidad colombiana de Berruecos.
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A partir de 1800 a. C., fecha de la aparición de la cerámica en el área peruana y que suele tomarse como inicio del periodo Formativo, se consolida el proceso de domesticación de todas las plantas conocidas y de los animales más representativos y se han introducido incluso nuevos cultígenos, con lo que el panorama agrícola se amplía considerablemente. Aunque en la costa no se ha abandonado la captura de peces o la recolección de mariscos, ni en la sierra las prácticas de caza, el maíz se ha convertido en la base de la subsistencia. La peculiar orografía y las condiciones climatológicas del área hacen que desde temprano las prácticas agrícolas se orienten hacia una utilización intensiva de los escasos terrenos y, poco a poco, irán surgiendo sistemas de canalizaciones y acueductos, galerías filtrantes y andenerías, que en épocas sucesivas irán transformando el paisaje e imprimiéndole su particular aspecto. Y es probable que el uso de fertilizantes, tan extendido en fechas más tardías, se inicie también en este momento. La población ha crecido considerablemente hasta el punto de que casi todos los valles costeños e intermontanos se encuentran habitados, y los asentamientos, en forma de poblados concentrados, se encuentran en estrecha relación con las áreas de cultivo, pero siempre buscando para su edificación suelos no aprovechables. Las faldas de los cerros que rodean los valles son lugares preferentes, apareciendo agrupaciones de 20 ó 30 casas esparcidas irregularmente, hechas de materiales perecederos, pero también de piedras unidas con barro formando cuartos rectangulares o semicirculares. Las características de los asentamientos hacen pensar ya en la existencia de cierto contingente de población dedicado a tareas no productivas, tales como la religión y el arte. En este sentido es significativa la existencia de grandes centros; seguramente con una función religiosa, que aglutinan y son mantenidos por un número de poblados. Otra característica del período serán los cambios en la organización social, pasando desde sociedades tribales igualitarias, en las etapas tempranas, hasta la aparición de sofisticadas jefaturas en las etapas tardías, jefaturas que controlarán regiones relativamente amplias y que pondrán un enorme énfasis en una sorprendente funeraria que las condiciones ambientales han permitido que llegue hasta nosotros. Las cerámicas más antiguas de Perú utilizan un reducido número de formas, dominando los jarros esféricos y los cuencos más o menos profundos, y hay también botellas de estrecho cuello y base convexa. No se utilizan todavía las posibilidades plásticas de la arcilla, derivándose las técnicas de trabajo de las de la cestería. La decoración incisa es la más utilizada, y un defecto común es la cocción irregular que produce manchas en la superficie. Pero desde el punto de vista del arte nos interesa destacar ahora la existencia de una serie de centros, de probable carácter ceremonial, con una sorprendente escultura que no se repetirá en épocas posteriores. Tal vez el más importante o al menos el más conocido de todos los centros formativos sea Chavín de Huantar, que se encuentra cerca del pueblo actual del mismo nombre, a 3.135 m sobre el nivel del mar, a la entrada del Callejón de Conchucos, en los flancos orientales de la cordillera Blanca andina. Situado entre dos ríos, sus periódicos desbordamientos han contribuido a la destrucción del yacimiento junto con el hecho de haber servido de cantera desde época prehispánica. Además del sitio principal se encuentra alrededor una serie de lugares en íntimo contacto con el mismo. Pero el concepto de Chavín desborda con mucho los límites del sitio epónimo y bajo esa denominación se identifica un estilo artístico que se manifiesta fundamentalmente sobre piedra grabada, cornisas, dinteles, losas, obeliscos, que floreció entre 1200 y 300 a. C. Los temas dominantes son una serie de personajes de apariencia más o menos antropomorfa, relacionada con un felino, un jaguar, un ave, águila o halcón, y una serpiente, compuestos formando una especie de lenguaje metafórico, fácil de reconocer pero de no tan fácil interpretación. Este estilo, que también se manifiesta en cerámica elaborada, orfebrería del oro y tejidos de finas telas de algodón, parece ligado a un culto que surgió en los Andes centrales en el último milenio antes de la Era Cristiana. El propio sitio de Chavín de Huantar debió tener vigencia durante muchos siglos, dado el carácter de sus construcciones que han ido sufriendo una serie de ampliaciones y superposiciones. La construcción más destacada se denomina El Castillo. En ella la estructura más antigua parece ser el Templo Viejo, en forma de U, en torno a un patio rectangular abierto al este. El aspecto exterior es de plataformas macizas, construidas alternando lajas de piedra de diferente tamaño. Cabezas clava de aspecto antropo y zoomorfo se incrustan en los muros. Pero el edificio no es sólido, ya que el interior se encuentra atravesado por una serie de galerías a diferentes alturas que se entrecruzan en una disposición general en forma de E, y conectadas entre sí por una serie de conductos. Los techos se forman con dos losas salientes y una tercera apoyada sobre ambas, y en las paredes se aprecian restos de pintura y enlucido. Diferentes ampliaciones a lo largo del tiempo se convirtieron en lo que se denomina el Nuevo Templo de forma rectangular con añadidos sucesivos, también en forma de U, y con portadas con motivos escultóricos.
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Tras la efímera unión dinástica de Suecia y Noruega bajo Magnus Eriksson (1319-1363), un sector de la nobleza sueca ofreció la Corona a Alberto de Mecklemburgo (1363-1389), quien trató de restablecer el prestigio real a costa de los privilegios de la alta nobleza. Esta reclamó la intervención de la reina Margarita, regente de Noruega y Dinamarca desde 1387. En 1389 los partidarios del príncipe alemán fueron derrotados por los daneses en Falköping y el propio Alberto tuvo que sufrir prisión en Aasle. La guerra contra Dinamarca prosiguió gracias al esfuerzo de los nacionalistas suecos, apoyados por los piratas del Báltico (Vitalienbrüder), que tomaron Visby y la costa finlandesa. A pesar de todo, en 1395 Estocolmo, ultimo reducto de la resistencia, cayó en manos danesas. Dos años más tarde se firmaba la Unión de Kalmar. Los recelos ante la unión dinástica no tardaron en cristalizar en una revuelta anti-danesa, encabezada por Engelbrekt Engelbrektsson entre 1434 y 1436, quien contó con el apoyo de los mineros y de las asambleas de campesinos y burgueses. A la muerte de Cristóbal II de Dinamarca (1448), Suecia se desvinculó de la Unión y Carlos Knuysson fue elegido regente. En 1464 estalló una nueva sublevación acaudillada por el regente Sten Sture (fallecido en 1504), quien derrota a los daneses en Brukemberg (1474). No obstante, Christian II (1513-1559) venció a las tropas suecas del nuevo regente Sten Sture II. El monarca danés inició una política agresiva contra el nacionalismo sueco, que desembocó en el llamado Baño de Sangre de Estocolmo (1520) y en el posterior asentamiento de la dinastía Vasa en Suecia desde 1523. La economía sueca a lo largo de los siglos XIV y XV estuvo capitalizada por la actividad agraria. Las grandes explotaciones florecieron en el transcurso del siglo XV, regentadas en muchos casos por campesinos acomodados que copiaban el estilo de vida de la nobleza terrateniente. Sin embargo, la mayoría de los campesinos se encontraban sometidos a la presión señorial, presión que obligaba a los agentes reales a echar de la ciudades a los aldeanos instalados ilegalmente dentro de sus murallas; en Finlandia, sometida a los suecos desde el siglo XIII, estalló una revuelta campesina capitaneada por un tal David, que se hacia llamar Rey de los campesinos (1438). Cabe destacar el importante desarrollo de las obligaciones y trabajos comunitarios en el seno de las aldeas (brandstup). Las tierras de cultivo ganaron terreno al bosque gracias a los desbroces y roturaciones, importantes sobre todo en Finlandia. El sistema de cultivo predominante era el de rotación bienal (vang y fält). La minería constituyó desde finales de la Edad Media un importante recurso para la economía sueca, gracias a los yacimientos de mineral de hierro situados en el centro del país. Afluyeron dinero y mano de obra y surgieron algunos mercados agrícolas. En Dalícarlie prosperó una primitiva industria metalúrgica, basada en la mayor capacidad de los hornos a la manera sueca, introducidos en Alemania más tarde.