Mayor trascendencia para el futuro del Imperio Proto-Bizantino tendrían los llamados problemas religiosos surgidos en este siglo V. Desde un punto de vista teológico dichos problemas nacían de la misma indefinición y dificultades de la doctrina cristiana de aunar su fundamental monoteísmo de tradición judía, representado en la figura de Dios Padre, con las otras dos Personas Divinas de la Santísima Trinidad, el Hijo y el Espíritu Santo, exigidas tanto por la misma realidad histórica del Cristianismo como por el fundamental Neoplatonismo que desde muy temprano informó a su teología. Pero con una óptica intraeclesial los problemas religiosos de la época hundían sus raíces en la existencia de tres grandes regiones eclesiásticas en Oriente, cada una de ellas basada en una poderosa sede episcopal y en una antigua y prestigiosa escuela teológica: Grecia y Asia Menor, con la importancia creciente del obispo de Constantinopla; Siria, con una iglesia muy singularizada, con su literatura en lengua siriaca, con la escuela de Antioquía y el influjo social de sus santones o estilitas; y Egipto, también una iglesia muy personal con su literatura en lengua copta, con su prestigiosa sede y escuela de Alejandría, y la fuerza social de sus fanáticos monjes del desierto. Desde un punto de vista dogmático la confrontación y rivalidad entre las escuelas de Antioquía y de Alejandría hundía sus raíces en los tiempos de Luciano de Samosata y Orígenes, respectivamente. Por su parte, los obispos representantes de cada una de esas importantes sedes episcopales buscaban afanosamente hacerse con el mayor número de obispos e iglesias clientelares, tanto desde un punto de vista teológico como personal. Las masas populares veían en las discusiones teológicas -que difícilmente comprenderían- la puesta en tela de juicio de la capacidad de liderazgo y patrocinio de sus líderes religiosos, en cuya intermediación salvífica y sociopolítica y caridad confiaban, y hasta el mismo sentimiento de dignidad personal transferida a la colectividad por parte de unas gentes abrumadas por las miserias y dificultades del siglo. Ya en el siglo IV Apolinar de Laodicea (Siria) había sostenido que el alma humana de Cristo carecía de voluntad propia, siendo preponderante la divina; pero que sin embargo la carne había sido tomada por la naturaleza divina (del logos), y por tanto Cristo habría sufrido realmente los padecimientos de la carne. Contra dicha doctrina habría escrito después Teodoro de Mopsuestia (Siria), sosteniendo la perfecta diferenciación entre las naturalezas humana y divina de Cristo, siendo en sí cada una una persona, por lo que sólo habría sufrido el hombre Cristo. Pero al ser elevado en el 428 a la sede de Constantinopla, de creciente importancia, el sirio Nestorio había atacado frontalmente las doctrinas apolinaristas. Celoso de dicha preponderancia y seguro del apoyo de sus monjes, el patriarca Cirilo de Alejandría, hombre de vigoroso carácter y brillante pluma teológica, se opuso radicalmente a dichas enseñanzas, llegando a afirmar que las dos naturalezas de Cristo se encontraban unidas en una unión indisoluble, siendo sólo independiente la sustancia humana de la divina. Aunque las diferencias entre Nestorio y Cirilo se basaban en su distinta concepción de la naturaleza de dicha unión y en la diferente interpretación que cada uno de ellos daba a los términos filosóficos de hypostasis y ousia, la personalidad de ambos y las razones sociológicas y eclesiales antes señaladas hicieron imposible toda solución de compromiso. Habiendo conseguido Cirilo el apoyo del papa romano Celestino, poco ducho en estas sutilidades teológicas de la lengua griega y mal informado, lograría la reunión de un concilio ecuménico en Efeso en el 431. Aunque la reunión no careció de irregularidades -no asistieron obispos sirios, supuestos partidarios de Nestorio- el alejandrino logró su objetivo: la condena como herejía del Nestorianismo y la expulsión de su sede de Nestorio. Desgraciadamente esta victoria ensoberbeció a la sede de Alejandría, y el sucesor de Cirilo, el mucho menos escrupuloso Dióscuro, pretendió con el favor de la emperatriz asentar su total predominio y el de su sede en la Cristiandad oriental en un nuevo concilio ecuménico a reunirse en Efeso en el 449. El llamado por la tradición ortodoxa y católica Latrocinio de Efeso significó el paroxismo de las ambiciones alejandrinas: deposición del contemporizador obispo capitalino Flaviano y rebajamiento jerárquico del patriarcado de Constantinopla, y aceptación de una versión radicalizada de las doctrinas de Cirilo que suponía ya un evidente Monofisismo (existencia de una sola naturaleza, la divina, en Cristo). Sin duda, tanto en el terreno dogmático como en el eclesial, Alejandría y Dióscuro habían ido demasiado lejos, la mayoritaria oposición de las Iglesias orientales y del Papado aconsejarían al poder imperial convocar en el 451 un nuevo concilio ecuménico, esta vez en Calcedonia en la proximidad del propio gobierno imperial. El sínodo de Calcedonia significó la total ruptura entre la ortodoxia y el Monofisismo, al tiempo que puso la primera piedra del futuro cisma entre las iglesias de Roma y de Constantinopla. En el plano teológico se buscó una solución intermedia, aunque sin demasiado éxito, definiéndose a Cristo como existente en dos naturalezas, y no compuesto indisolublemente de dos, como había pretendido Cirilo. En el terreno eclesial su famoso canon 28, que el papa León el Grande se negó a reconocer, establecía la suprema igualdad jerárquica entre las sedes de Roma y Constantinopla, al tiempo que se recompensaba al obispo de Jerusalén, Juvenal, con la conversión de su sede en patriarcado, por haber abandonado la causa de Dióscuro de Alejandría. A partir de ese momento los enconos entre los diversos conjuntos eclesiales de Oriente se hicieron más agudos, mezclándose con la misma política imperial, en cuya Corte había partidarios de las más varias soluciones. Mientras en Siria y en Egipto, las principales regiones donde prendió la herejía monofisita, a las causas tradicionales antes citadas se unió un cierto orgullo nacionalista en sus Iglesias y un claro deseo de descentralización política por parte de sus grupos dirigentes. En Egipto, tras el 451, la mayoría de los patriarcas ortodoxos de Alejandría tendrían que ser impuestos por las armas imperiales. Por el contrario la situación en la Iglesia siria sería algo más compleja, dominando sólo el sector monofisita a partir del patriarcado de Severo de Antioquía (512-518) y mediante la labor de dos destacados teólogos como fueron Filoxeno de Mabog y Severo de Pisidia. La revuelta de Basilisco en el 475, que se apoyó en los sectores monofisitas de la corte y de las provincias orientales, puso al gobierno de Constantinopla ante la necesidad de llegar a algún tipo de solución pactada. Cosa que intentaría conseguir en el 482 el emperador Zenón con la proclamación del "Henotikon", o edicto de unión en el que se intentaba soslayar la principal dificultad dogmática evitando aludir a la existencia de una o dos naturalezas en Cristo. Pero como todas las soluciones intermedias impuestas desde el poder el Henotikon no convenció a casi nadie, provocando si cabe mayor confusión con el cisma de las Iglesias occidentales y Roma (Acacianismo, 471-489), al que se uniría el patriarca de la capital, Eufemio, que tuvo que ser desterrado en el 497. Dificultades que no fueron sino la consecuencia de la decisión extrema adoptada por el nuevo emperador Anastasio, que apostó decididamente por el Monofisismo buscando el apoyo de los sectores urbanos de las provincias orientales. Posicionamiento que acabó por provocar la oposición abierta de sectores mayoritarios de la capital. Tras la deposición del patriarca Macedonio en el 511 se produjo la peligrosa rebelión de Vitaliano (513-515), que contó en su teórica defensa de la ortodoxia con el apoyo de las tropas bárbaras y regulares estacionadas en Tracia, de las que era comandante, así como de una gran multitud de campesinos balcánicos. Al final, pues, la intervención del poder imperial en las querellas teológicas no habría conseguido más que enconar los ánimos, radicalizando las diferencias existentes. El enconamiento de las posturas religiosas en Bizancio a lo largo del siglo V se veía favorecido, y en buena parte se explica, por un acelerado proceso de reestructuración sociopolítica en todo el Imperio. En esencia dicho proceso se resumía en los intentos de diversos grupos e individualidades dirigentes por constituir agrupamientos sociales verticales jerarquizados, y en los deseos de las masas populares de unirse a aquellos agrupamientos verticales que les ofrecieran mayores ventajas materiales y un mayor sentimiento de seguridad. Proceso de reestructuración sociopolítica en el que por lo tanto resultaba esencial la búsqueda de cualquier elemento que pudiera fortalecer el sentimiento de identidad interna al grupo y de diferenciación frente a los demás. Naturalmente frente a estos movimientos centrífugos se encontraba siempre ubicado el poder imperial, defensor del centralismo y uniformidad en beneficio propio. Para ello los gobiernos imperiales contaban con dos principales instrumentos: la política legislativa y la fiscal. Esta última, basada en el mantenimiento y mejora del sistema creado por Diocleciano y Constantino a principios del siglo IV, suponía para el Estado poder contar con unos ingresos regulares y cuantiosos de numerario, único medio de costear los principales instrumentos de poder como eran el poder coactivo de un ejército de maniobra, más o menos al margen de dichos agrupamientos sociales verticales, y una propia clientela sociopolítica compuesta por los agentes de la burocracia, de la población beneficiada asistencialmente de la capital y por grandes comerciantes, todos ellos interesados en el mantenimiento del Estado centralizado y de una fiscalidad que les alimentaban o facilitaban una producción y tráfico sectoriales de mercancías en el Mediterráneo. El marco jurídico legislativo del poder central para el siglo V quedó definido en el 438 con la publicación en este año del llamado Codex Theodosianus. Con valor para ambas partes del Imperio -se publicó también bajo la autoridad del emperador Valentiniano III- el Código de Teodosio reunía constituciones imperiales del siglo IV y algunas anteriores, a partir del precedente y modelo de anteriores colecciones privadas, como la Hermogeniana y Gregoriana. La labor de la comisión encargada de redactar el código consistió en la recopilación, ordenación temática en libros y capítulos y en la eliminación, en la medida de lo posible, de incoherencias y contradicciones. Valores que la convirtieron en base principal para mantener un cuerpo de doctrina y aplicación jurídica uniforme en todo el ámbito del antiguo Imperio Romano, en un momento precisamente en que éste estaba a punto de disgregarse en Occidente, pues su formato y muchos de sus principios servirían para redactar los nuevos códigos legales de los Estados romano-germánicos, especialmente a partir del llamado "Breviario" del rey visigodo Alarico II en el 506. El otro instrumento ideológico de unidad imperial constituido en tiempos de Teodosio II sería la fundación de la llamada Universidad (Auditorium) de Constantinopla en el 425. Se creó con 31 cátedras (16 griegas y 15 latinas) de Gramática, Retórica y Filosofía, cuyos titulares eran seleccionados por una comisión examinadora del Senado, obteniendo la importante dignidad de condes de primer orden tras un servicio de veinte años. Su importancia para el futuro sería muy considerable, pues se constituiría en un elemento esencial para la preservación de la herencia literaria de la cultura clásica durante toda la vida del Imperio Bizantino. Las menores necesidades de numerario por parte del Estado como consecuencia del final de los tributos al Imperio húnico de Atila permitieron a Marciano aligerar la presión fiscal, especialmente en beneficio de los senadores al abolir el impuesto a pagar por la propiedad fundiaria de éstos, suprimir el gravoso donativo a dar a la multitud por los cónsules al entrar en su cargo, y librar a los pretores de los gastos por los espectáculos circenses. Marciano, además, pudo condonar las deudas fiscales contraídas por los ejercicios del 437 al 447. Y a pesar de ello la Hacienda imperial contaba a la muerte de Marciano con un fondo de 100.000 libras de oro, al decir de Juan de Lydo. Más problemático desde el punto de vista hacendístico fue el reinado de León I, como consecuencia de los cuantiosos gastos ocasionados por la fracasada expedición contra el Reino vándalo del 468, habiendo tenido entonces que equilibrar el presupuesto mediante procedimientos confiscatorios. Innovadoras fueron ciertas reformas administativo-militares de León, que supusieron el comienzo de la destrucción de la sistemática diferenciación entre administración civil y militar en las provincias introducida por Diocleciano; que de momento se concretaron en la creación de los gobiernos militares (comitivae) de Pamfilia, Pisidia y Licaonia. El reinado de Zenón se caracterizó desde el punto de vista de política interior por sus endémicas dificultades presupuestarias, ocasionadas por el déficit recibido y por los gastos militares causados por las frecuentes rebeliones que tuvo que enfrentar. Por eso el reinado de su sucesor Anastasio se caracterizaría por una política de austeridad y una serie de importantes reformas fiscales y monetarias destinadas a elevar los ingresos estatales por la vía del aumento del PIB del Imperio y no de la presión tributaria. Para dichas reformas Anastasio pudo contar con la inestimable ayuda del prefecto del Pretorio oriental Policarpo, de Juan de Paflagonia (Conde de las sagradas larguezas), y muy especialmente de Marino, un oficial de la Prefectura del Pretorio de Oriente. Anastasio procedió a una nueva regulación de los fundamentales impuestos directos sobre la productividad de la tierra (capitatio-iugatio), generalizando su pago en dinero (adaeratio) mediante la fijación de una tasa de conversión más favorable para los sujetos pasivos, y reduciendo al mínimo imprescindible la obligación de vender al Estado determinados bienes de consumo a un precio de tasa (coemptio), que había sido causa de frecuentes abusos y corruptelas por parte de la Administración. A partir de entonces en el Imperio Bizantino los impuestos sobre la tierra quedaron asimilados a una contribución en dinero. Con el fin de controlar la corrupta administración fiscal en sus fases impositivas y recaudatorias Anastasio creó también la figura de los vindices, como supervisores de la Administración central sobre los gobernadores provinciales y los funcionarios municipales. Con todas estas medidas Anastasio pudo conseguir un claro saneamiento de las finanzas estatales y aumentar las disponibilidades en numerario; y en el momento de su muerte la Hacienda contaba con unas extraordinarias reservas de 320.000 libras de oro. Lo que permitió al emperador realizar dos medidas especialmente juzgadas por los contemporáneos como favorables para el desarrollo de las actividades mercantiles y artesanales: la supresión del Crisargiron y la creación de una nueva moneda fraccionaria de bronce. El primero era un pesado impuesto a pagar en moneda de oro y plata por parte de todos los afectos a alguna actividad comercial, profesional o artesanal, y calculado sobre una tasa elevada en razón del capital del sujeto pasivo y no sobre su auténtica productividad. Suprimido en el 498 su pérdida para la Hacienda pudo ser compensada mediante una administración más ajustada del patrimonio inmobiliario imperial (Res privata), creándose un nuevo Ministerio (Sacra Patrimonium) a tal fin. Por su parte la creación de una moneda de bronce con un valor estable frente al oro se hizo a imitación de intentos anteriores por parte de Odoacro y del Reino vándalo: sin duda favoreció el desarrollo del pequeño comercio y supuso ganancias suplementarias para la Hacienda imperial, al cambiarse por oro a una tasa algo mayor que el coste real de acuñación.
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El arte ibérico empezó a ser conocido hace relativamente poco tiempo y en circunstancias poco afortunadas que enturbiaron su acertada comprensión en los inicios de su recuperación, con consecuencias muy duraderas. Cuando, a partir de 1830, se descubrieron en gran número las esculturas del Cerro de los Santos, en el término de Montealegre del Castillo (Albacete), causaron un estupor considerable, porque nadie sabía qué significaban ni a qué cultura pertenecían. En la primera publicación científica que las dio a conocer, fechada en 1862 y debida a R. Amador de los Ríos, director del Museo Arqueológico Nacional, las esculturas fueron consideradas visigóticas, y el santuario un centro de culto cristiano, un martíyrium. Ante el enigma menudearon las especulaciones, que llevaron a pensar que fuera el Cerro la sede de un santuario dedicado a los dioses egipcios u otras hipótesis más o menos verosímiles. Por si faltaba algo, un falsario de Yecla, visto el interés que las esculturas suscitaban, decidió ensanchar el filón de las ganancias que con su venta obtenía haciendo por su cuenta más esculturas y, lo que es peor, retocando con estrambóticos añadidos otras, lo que elevó el grado de confusión. Pese a lo superado o trasnochado que hoy nos parece este primer capítulo de la recuperación del arte ibérico, lo que sucedió era bastante lógico en un momento en el que no se sabía nada de la cultura a la que el santuario y las estatuas pertenecían. Por entonces, las cerámicas ibéricas eran equiparadas a las micénicas, y todo era navegar sin rumbo en una época en que la Arqueología, la ciencia que pondrá orden definitivo en el conocimiento de las culturas antiguas, andaba en España en el escalón de los primeros balbuceos. El siglo se cerraba con la aparición, en 1897, de la Dama de Elche, un acontecimiento excepcional por la calidad de la escultura, su capacidad de sugestión y su significado como alerta definitiva de la existencia de un arte antiguo en España de altísimo nivel y rasgos singulares. El interés por la cultura ibérica se incrementaba, al tiempo que se multiplicaban los hallazgos. Pero el conjunto de las piezas que iban perfilando lo que se distinguía paso a paso como arte ibérico aparecía descontextualizado, no sólo porque en su gran mayoría procedía de hallazgos fortuitos, sino también porque aún habría que esperar hasta bien entrado el siglo XX para obtener un cuadro cultural más o menos coherente al que ir incorporando las manifestaciones artísticas conocidas. Mientras tanto, en ensayos que alcanzan casi nuestros días, poco podía hacerse que no fuera más allá de comparaciones más o menos afortunadas con el arte feniciopúnico, el egipcio, el mesopotámico, el griego, el etrusco o el romano, que a todo ello y más se ha recurrido. Los vaivenes, con un punto de partida así, han sido enormes, desde el apoyo a una considerable antigüedad para el arte ibérico, hasta su valoración como arte romano provincial. Sólo en los últimos años, el progreso creciente de la investigación arqueológica, la sistematización de las excavaciones, han ido obteniendo el armazón histórico y cultural en el que encajar el arte ibérico, proceso acompañado de importantes hallazgos, fortuitos unos, pero resultados otros de la sistematización misma de las excavaciones. Fue el caso del hallazgo en 1971 de la Dama de Baza (Granada), en la excavación que dirigía F. Presedo en la necrópolis bastetana del centro principal de Basti, descubrimiento que señala un hito en la recuperación moderna y con nuevas posibilidades científicas del arte ibérico. Después han seguido hallazgos calificables de revolucionarios para el arte ibérico, en particular, y en general para la valoración y el entendimiento del arte de las culturas mediterráneas antiguas: me refiero al excepcional monumento funerario de Pozo Moro, en Chinchilla (Albacete), y al extraordinario conjunto de esculturas recuperado en el Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén). El armazón del arte ibérico, en definitiva, ha ido adquiriendo consistencia pero sin que falten problemas, ni que, precisamente por el progreso en bastantes cosas, se hagan muy visibles determinadas lagunas. Una de éstas es la que origina un deficiente conocimiento de aspectos tan principales como la urbanística y la arquitectura. Sobre todo en comparación con la relevancia que iban mostrando con el progreso del conocimiento la escultura o incluso las llamadas artes menores, la arquitectura seguía resultando muy pobre o muy escasamente documentada. Las investigaciones más recientes apuntan también a un enriquecimiento en el panorama de la arquitectura. Tanto en el terreno de la arquitectura civil, como se revela en numerosos poblados, cuanto en monumentos de especial valor simbólico o religioso, entre ellos los de carácter funerario, la arquitectura ibérica muestra ya una apariencia menos alejada del nivel que la escultura y otras artes hacían presumible. En esto, también el monumento de Pozo Moro, con su compleja arquitectura y su antigüedad, es buena señal de la existencia de una arquitectura evolucionada en la cultura ibérica desde muy pronto, aunque siga siendo verdad la configuración de un panorama comparativamente pobre. Veamos en qué medida se presenta en el marco de la visión más actual del arte ibérico.
Personaje
Militar
Político
Cuando Tácito murió en Asia Menor, las tropas sirias eligieron emperador a Marco Aurelio Probo mientras que en Italia era nombrado el prefecto del pretorio, Annio Floriano. Los dos ejércitos se enfrentaron en Asia, resultando vencedor Probo. Eficiente militar y buen político, el gobierno de Probo pretendió continuar la política de Aureliano, siendo su objetivo principal la lucha contra los bárbaros. Francos y alamanes habían penetrado en la Galia pero Probo consiguió, tras duras y sangrientas batallas, expulsarlos a la orilla del Rin, recuperando el territorio entre el Danubio y el curso superior del Rin. Posteriormente se trasladó a Asia Menor para luchar contra los isaurios mientras que en Egipto era sofocada una revuelta. De nuevo la Galia fue víctima de nuevas rebeliones que serían sofocadas por el emperador. Los movimientos rebeldes parecían acabados en el año 281 por lo que Probo festejó sus triunfos en Roma. Desde ese momento se dedicó a restaurar la economía, favoreciendo el comercio y la agricultura, especialmente la viticultura en las provincias. El ejército fue utilizado para estos trabajos lo que motivó su revuelta y el nombramiento de Marco Aurelio Caro como emperador. Probo fue asesinado por sus soldados.
contexto
Entre estos grandes herbívoros sólo el elefante africano del género Loxodonta no aparece fuera de su territorio actual. Durante el Plioceno el Deinotherium, un elefante cuyos colmillos le salían de la mandíbula inferior y que estaban girados hacia abajo, se encontraba disperso por el Viejo Mundo, aunque durante el Cuaternario sólo subsiste en Africa. Entre los mastodontes el género terciario Gomphotherium sobrevivió en Asia hasta el final del Plioceno, siendo reemplazado en Africa y Europa durante el Pleistoceno Inferior cuando se extinguen los últimos mastodontes ante los cambios climáticos del Cuaternario y la extensión de los auténticos elefantes. Aunque los elefantes llegan a Eurasia durante el Plioceno, se producen cambios faunísticos durante el Pleistoceno. La primera especie conocida es E. meridionalis. Ésta no es una especie de gran tamaño sino cercana al actual elefante indio, pero con mayores colmillos; su hábitat debió de ser la sabana mixta. Durante el Pleistoceno Medio se encuentra el E. antiquus; físicamente se pareció al E. meridionalis, aunque era más grande. Un ejemplar procedente de Inglaterra alcanza los 3,7 metros. Su medio ambiente debió de ser el bosque o los parques de períodos interglaciares. Su dispersión en Europa fue muy amplia, ocupando todo el centro y sur durante los interglaciares. Su evolución se vio cortada por los glaciares. Algunos ejemplares se quedaron aislados en las islas del Mediterráneo, donde el carácter insular de Sicilia o Córcega permitieron la evolución hacia especies enanas como el E. falconeri. Éste sólo alcanzaba los 90 centímetros de alzada pero mantuvo sus proporciones. Aunque parece que nunca fueron conocidos por los seres humanos, sí lo fueron sus esqueletos. La especial configuración del cráneo con un gran orificio que se corresponde con la trompa hizo pensar a los pobladores de estas islas que se trataba del cráneo de un gigante con un solo ojo, dando lugar al nacimiento de la leyenda de Polifemo, recogida por Homero en la Odisea. También durante el Pleistoceno Medio tenemos otra forma, el E. (Mammonteus) trogonterii, a quien se considera intermedio entre el E. meridionalis y el mamut. El mamut no se reconoce en el norte de Asia hasta el Pleistoceno Medio, cuando las condiciones esteparias perduraron durante varios períodos glaciares. El género Elephas se extiende desde Africa, como dijimos, durante el Plioceno, aunque la especie E. namadicus de la India parece ser el resultado de una segunda emigración.
Personaje
Pintor
Andrea Procaccini muestra en su obra las últimas grandezas del Barroco Italiano. Nace en Roma en 1671, siendo discípulo de Carlo Maratta. En 1719 es nombrado director de la Fábrica de Tapices del Vaticano y profesor de la Academia de San Lucas en Roma. Viene recomendado a Madrid un año más tarde como pintor de Felipe V, quien le otorga un sueldo de 5.000 reales anuales y le hace sus primeros encargos, llamando Procaccini a sus ayudantes italianos. Supo ganarse a los monarcas y se convirtió en su consejero artístico. Falleció en La Granja de San Ildefonso en 1734.
Personaje
Escultor
Pintor
Como escultor trabajó en la fábrica del Duomo de Milán. De su actividad como pintor se sabe que es autor de la decoración de la capilla de la Piedad de Santa María presso San Celso y otras obras religiosas donde se repite el tema de la Sagrada Familia.
obra
El Bosco es el posible autor de este dibujo, que nos muestra una comitiva o procesión de extraños personajes, armados algunos de ellos y con extrañísimas vestiduras. Desconocemos de quiénes se tratan, aunque podrían ser una de las comitivas que acompañan las Subidas al Calvario de su autor.
obra
La Procesión de aldea nos presenta una de la numerosas procesiones que se celebran en España con motivo de las fiestas patronales. La iglesia se percibe algo difuminada al fondo y de su puerta van saliendo numerosas figuras que portan un estandarte. Encabezan la procesión el cura, el alcalde y lo regidores, acompañados de algún gaitero. La figura de la Virgen es portada por los fieles en la zona izquierda del lienzo. Tras ella contemplamos un cerro muy similar al que pintó Goya en La era. Este asunto popular formaba parte de la serie de seis lienzos que ejecutó el maestro aragonés para la Duquesa de Osuna en 1787, destinados a la decoración de el palacio de El Capricho en las afueras de Madrid. Por el cobró 2.000 reales.
obra
La última estancia de Turner en Venecia se produjo en el año 1840. Durante los tres viajes que realizó a la Ciudad de los Canales ejecutó un amplio número de bocetos, apuntes y dibujos de los que se servirá para la elaboración de sus lienzos definitivos, ya que nunca pintará estas obras directamente del natural sino que se valdrá de los estudios, de su imaginación y de su memoria. Bien es cierto que él dijo en una ocasión: "me dedico a pintar lo que veo, no lo que sé" pero esas cosas que veía luego eran deformadas para dotarlas de un encanto romántico como en este caso. Al igual que ocurre en la mayoría de las obras de su última década -véase Paisaje con río y bahía al fondo- Turner está interesado en resaltar los aspectos lumínicos y cromáticos de sus composiciones, al tiempo que las dota de un efecto atmosférico que se convierte en su tarjeta de presentación. Paulatinamente las referencias formales van eliminándose para situarse a un paso de la abstracción, llegando incluso a colocar un clavo en la parte superior del marco cuando enviaba sus trabajos a la exposición de la Royal Academy para evitar que los colocaran al revés. En este proceso de descomposición de la forma se anticipa al propio Monet, el maestro del paisaje por excelencia entre los impresionistas.