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Al iniciarse el siglo XVIII se encontraba reinando Pedro II (1683-1706), que continuaría a lo largo de su reinado las directrices políticas marcadas por su padre, Juan IV, y su hermano Alfonso VI (1656-1683) conservación, mantenimiento y defensa del imperio ultramarino, ahora con más fuerza, ya que en los años ochenta se han descubierto importantes yacimientos auríferos en Brasil, en las llamadas Minas Gerais; por otro lado, prosigue la vinculación estrecha con Inglaterra, reforzada en 1703 al firmarse los denominados Tratados de Methuen, que significarían una alianza duradera entre ambos países; a nivel político el tratado tenia un marcado carácter defensivo ya que se estipulaba la ayuda inglesa para defender los territorios portugueses y sus colonias, al tiempo que Portugal permitía la apertura de sus puertos a buques de guerra ingleses; a nivel económico concedía exenciones aduaneras a los productos ingleses al tiempo que les permitía el comercio directo con las colonias portuguesas; como contrapartida, también Inglaterra concedería tarifas aduaneras privilegiadas para la importación del vino de Oporto. Las consecuencias derivadas de esta alianza serán la ruptura del monopolio portugués sobre su imperio y la inserción del reino de Portugal en la órbita británica, lo que situaba a la economía portuguesa en clara desventaja al tener un saldo permanentemente desfavorable; al mismo tiempo le procuró un puntual abastecimiento de todo tipo de mercancías que de otro modo no habría podido obtener, y que mientras se pagara con el oro brasileño, no revelaba las frágiles bases sobre las que se había construido. En tercer lugar, el recelo hacia la Monarquía vecina continuaba muy vivo en la sociedad portuguesa, y cuando estalló la Guerra de Sucesión española, Pedro II se orientó hacia la Gran Alianza, instigado por Inglaterra, poniendo su territorio a disposición de los aliados, lo que provocaría el desembarco del archiduque Carlos en Lisboa, en 1704, acompañado de tropas británicas.
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En Portugal, sin antecedentes que lo presagien, pero también sin herederos que lo continúen, aparece un artista excepcional, Nuno Gonçalves. Desde 1450 hay datos que lo presentan relacionado con la casa real portuguesa. La referencia final es de 1471, al menos mientras estaba vivo, porque más adelante hay alusiones que llegan hasta Francisco de Holanda, que lo nombra. Su obra documentada abarca tres retablos de los que el de mayores dimensiones correspondía a la catedral de Lisboa. Pero la única obra que tenemos sobre la que asienta su fama es el retablo o políptico de San Vicente (Museo de Lisboa).Se ha discutido mucho sobre su autor y sobre si estamos ante una sola obra o dos, al repetirse la figura del titular en dos tablas distintas. De lo que nadie duda es de que es una obra profundamente original estética e iconográficamente. Portugal, en un momento de expansión comercial y de descubrimiento de nuevas tierras, encuentra al artista que deja memoria de ello en una obra inolvidable. La monarquía portuguesa, el infante Manuel el Navegante y la corte se mezclan con los santos y con diversos estamentos del pueblo portugués. Nuno Gonçalves hubo de conocer la pintura flamenca. Se han citado maestros como Bouts que le han influido, pero no son suficientes para explicarlo. En el resto de la Península, apenas Bermejo puede comparársele.
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La independencia portuguesa tiene precedentes lejanos en los movimientos registrados en Galicia y en el Norte de Portugal durante el siglo X, y precedentes próximos en la creación por Fernando I del reino de Galicia así como en la concesión por Alfonso VI del condado portugalense al conde Enrique de Borgoña, casado con su hija Teresa. La concesión, aunque hereditaria, no suponía la independencia del territorio, que sería conseguida, de hecho, durante la guerra civil provocada por el matrimonio de Urraca y Alfonso el Batallador. En la guerra civil Enrique apoya a Urraca o a su hijo Alfonso, según su conveniencia, y se hace pagar los servicios prestados con la entrega de plazas que amplían el territorio del condado. La misma política siguen Teresa y su hijo Alfonso Enríquez tras la muerte del conde (1114), hasta 1127, momento en el que Alfonso VII recordó militarmente la dependencia portuguesa. Desde este año Alfonso Enríquez utiliza el título de infante o de príncipe, que cambia en 1139 por el de rey. Alfonso VII reconocería la validez del título en 1143, aunque con las limitaciones y obligaciones propias de un vasallo feudal. Portugal sigue formando parte de León, aunque tenga a su frente a un rey pues éste es vasallo del emperador. Librarse de la dependencia feudal será el objetivo de Alfonso I de Portugal, que seguirá el sistema empleado por otros reyes y condes: frente al señorío de León elegirá el de la Santa Sede, a la que encomienda el reino y a la que se compromete a pagar un tributo anual; treinta y cinco años más tarde, Roma dará validez legal a la situación de hecho y concederá al monarca portugués el título real (1179), que éste utiliza libremente desde la separación de Castilla y León tras la muerte de Alfonso VII en 1157, pues el monarca portugués considera que su dependencia feudal termina con la vida de su señor. La independencia política fue reforzada con la eclesiástica al unir todos los obispados portugueses bajo la dirección del metropolitano de Braga. La vinculación de Portugal a Roma facilitó su independencia y, al mismo tiempo, la puso en peligro. Obtenido el título real y desaparecido el peligro castellano, el rey portugués descuidó sus obligaciones como vasallo de Roma y se atrajo las iras de Inocencio III, convencido defensor de la teocracia pontificia, que exigió en 1198 el pago de los censos debidos desde 1179 y amenazó en caso de no ser obedecido con estimular la alianza de castellanos y leoneses contra Portugal. Por otra parte, obligado por la necesidad política o movido por la piedad, Alfonso I hizo amplias donaciones al clero, que se convirtió en la mayor potencia económica de Portugal; la inmunidad de los señoríos eclesiásticos y la excesiva riqueza de sus propietarios lesionaba los intereses de la monarquía que, con Sancho I (1185-1211), intentó reducir el poder del clero. Los enfrentamientos entre el monarca y el obispo de Porto tienen como objetivo último el control de la ciudad cuyos habitantes, dependientes del señorío eclesiástico desde comienzos del siglo XI, aprovecharon, con la ayuda de los oficiales reales, las dificultades del obispo para poner fin a su autoridad y declararse súbditos directos del rey del mismo modo que habían hecho cien años antes los burgueses de Sahagún y Santiago. Roma, en la cumbre de su prestigio, no podía tolerar el despojo de la sede y obligó a Sancho y a sus partidarios a volver a la situación anterior y a hacer nuevas concesiones al clero portugués, lo que daría lugar a nuevos enfrentamientos entre los eclesiásticos y la monarquía durante los reinados de Alfonso II (1211-1223) y Sancho II (1223-1247). Este último será depuesto por los clérigos portugueses y sustituido por su hermano Alfonso III conde de Boulogne. La candidatura fue abiertamente apoyada por Roma, interesada en hacer una demostración pública de fuerza y conseguir a través del ejemplo portugués la sumisión del emperador alemán Federico II. Como señor de Portugal y dirigente de la Cristiandad, Inocencio IV depuso a Sancho y aceptó el nombramiento de Alfonso después de que éste se comprometiera a guardar los fueros, usos y costumbres del tiempo de su abuelo y a suprimir las modificaciones introducidas por su padre Alfonso II y por su hermano Sancho, quien, abandonado por sus partidarios, tuvo que refugiarse en Castilla.
Personaje
Político
Los cuatro matrimonios de Felipe II se llevaron a cabo por cuestiones políticas, intentando con ellos estrechar relaciones diplomáticas. Continuando la dirección de su padre, Felipe casó en primeras nupcias, siendo aún príncipe, con una joven portuguesa de nombre María Manuela. La princesa portuguesa había nacido en Coimbra el 15 de octubre de 1527; sus padres eran el rey Juan III, hermano de la emperatriz Isabel, y la infanta Catalina, hermana de Carlos I, por lo que los cónyuges eran primos hermanos por partida doble, necesitando para la boda una dispensa papal. El enlace se realizó por poderes en la localidad portuguesa de Almeirim el 12 de mayo de 1543, partiendo la princesa inmediatamente a Salamanca para encontrarse con su marido. La misa de velaciones se celebró en la ciudad castellana el 15 de noviembre del mismo año, recibiendo los novios la bendición del arzobispo de Toledo, Juan Pardo de Tavera. La joven pareja se trasladó pronto a Valladolid, donde Felipe dio muestras de su preocupación por la obesidad de su mujer, a pesar de que nos la describen como mujer atractiva, "en palacio, donde hay damas de buenos gestos, ninguna está mejor que ella". El padre del joven esposo estaba muy preocupado por evitar excesos en las relaciones sexuales de la pareja, abusos que se creían habían causado la muerte al príncipe Juan, hijo mayor de los Reyes Católicos. Para evitar dichos excesos, Carlos dio las pertinentes recomendaciones a su hijo y al ayo de Felipe para evitar frecuentes visitas del príncipe a su esposa e incluso que durmiesen juntos. Por eso se cuenta que en la noche de bodas, sobre las tres de la madrugada, don Juan de Zúñiga entró en la alcoba nupcial y separó a los jóvenes. La recomendación de Zúñiga es que el príncipe no mantenga continuas relaciones con su esposa para que "cada vez que llegue a su mujer lo haría con tanto deseo que sería muchas veces novio al año". La madre de María aconseja a su hija sobre la obesidad que disgusta a Felipe y la advierte sobre los celos: "Pon todos los sentidos en el propósito de no dar jamás a tu marido una impresión de celos, porque ello significaría el final de vuestra paz y contento". Tras un año de matrimonio el deseado sucesor no llegaba por lo que se decidió aplicar a la joven frecuentes sangrías en las piernas, con el fin de quedar embarazada, lo que ocurrió en los primeros días de septiembre de 1544, seguramente que no debido a las sangrías. En la medianoche del 8 de julio de 1545 nacía, tras un complicado parto, un niño que recibiría el nombre de Carlos. A los cuatro días del alumbramiento fallecía la princesa María Manuela, posiblemente debido a las temidas fiebres puerperales. En su momento se alegaron cuestiones peregrinas para justificar la muerte de la princesa como el haber comido un limón - otros cronistas apuntan a un melón - demasiado pronto tras dar a luz. A los 18 años Felipe quedaba viudo y con un hijo legítimo ya que se apunta a una posible relación por estas fechas con doña Isabel de Osorio, hermana del marqués de Astorga, con quien tendría dos hijos llamados Pedro y Bernardino.
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Antes de su llegada a Flandes, Alberto de Austria había ocupado durante una decena de años el virreinato de Portugal a partir de 1583. La unión de Portugal a la Monarquía constituye, sin duda, el mayor logro exterior de Felipe II, y con ella habría pretendido el Rey Católico relanzar toda su política septentrional, tanto en los Países Bajos como en Inglaterra. La llamada Sucesión de Portugal se abre con la muerte de Sebastián I de Avis en la batalla de Alcazarquivir en el verano de 1578. El trono portugués pasa a ocuparlo el anciano Cardenal Enrique (Enrique I), y queda abierto el pleito sucesorio entre los descendientes del rey Manuel el Afortunado. Entre ellos se encuentra Felipe II como hijo de la primogénita Isabel de Portugal y, en función de ello, pretende desbancar a Catalina, Duquesa de Braganza, y a Antonio, Prior de Ocrato, hijo ilegítimo, aunque con la pretensión de haber sido reconocido, del Infante Don Luis. El Prior de Ocrato se proclamará rey de Portugal como Antonio I en Santarem en 1581 y agrupará en su torno a grupos populares y del bajo clero, pasando a oponerse militarmente a los ejércitos que, al mando del Duque de Alba, Felipe II envía a Portugal para que le garanticen un trono que asegura que es suyo. La resistencia es vencida pronto en Portugal continental y sólo se mantiene en los archipiélagos atlánticos (Empresa de las Terceras) mediante el apoyo inglés y francés. Don Antonio huye a Francia, desde donde intentará organizar un desembarco en las costas portuguesas o revueltas populares (Beja, 1593) que lo restauren como Antonio I. Pero, junto a la fuerza militar, Felipe II desarrolló una labor diplomática impresionante por la que concertó las condiciones en las que Portugal se incorporaría a la Monarquía Hispánica sin perder sus privilegios y su régimen particular. La negociación se hizo con la nobleza, el alto clero y los grupos de financieros, quienes estuvieron de acuerdo en la agregacíón de Portugal a la plural Monarquía de los Austrias porque tal integración redundaba en sus propios intereses. Las Cortes de Tomar de 1581 sancionan en el llamado Estatuto de Tomar los términos pactados, por los que Portugal pasa a ser la tercera Corona de la Monarquía del Rey Católico. De la posesión de Portugal se esperaba que resultase la posibilidad de actuar en mejores condiciones en los Países Bajos -mediante el bloqueo comercial de productos como la sal y la pimienta, que resultaban vitales al tráfico holandés- y en Inglaterra; y, en efecto, de Lisboa saldrá la Armada Invencible en mayo de 1588. En principio, las relaciones entre la Monarquía e Inglaterra habían sido tradicionalmente buenas, como prueba la política matrímonial que lleva a Catalina de Aragón o al propio Felipe de Austria al trono inglés. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XVI las relaciones se deterioran enormemente porque tanto Felipe II como Isabel I llevan adelante políticas de confesionalización, en las que ambos se presentan como los verdaderos Defensores de la Fe. La Empresa de Inglaterra tenía que ser intentada antes o después, y la ejecución de María Estuardo en 1587 fue considerada la ocasión más propicia. Después de su salida de Lisboa y de refugiarse en La Coruña en junio, la después llamada Armada Invencible parte hacia el Norte y combate con los navíos ingleses en agosto y septiembre, siendo totalmente derrotada. El proyecto inicial, que consistía en el transporte a Inglaterra de las tropas de Alejandro Farnesio, ha quedado en nada. La respuesta inglesa pasará por asaltos como los de La Coruña, Lisboa o Cádiz y la paz no se alcanzará hasta los Tratados de Londres-Madrid durante el reinado de Felipe III. A Farnesio no tardará en encargársele que actúe también en Francia en apoyo de la Liga Católica. En 1589 es asesinado Enrique III de Valois y el protestante Enrique de Borbón-Navarra es proclamado rey como Enrique IV. Felipe II se convierte en un decidido defensor de la Liga Católica, que no reconoce la realeza del Borbón, y, además, presenta a su propia hija Isabel Clara Eugenia al trono francés como heredera de su madre, Isabel de Valois. En 1593, los Estados Generales franceses desestimarán esta candidatura, Enrique IV se convierte al catolicismo y es definitivamente consagrado como rey de Francia. Felipe II acabará reconociendo al nuevo soberano y a la nueva dinastía en la Paz de Vervins de 1598 por la que se pone fin a la última guerra con Francia del siglo XVI. La década final de la centuria es verdaderamente crítica para el rey y la Monarquía. A todos estos conflictos exteriores se suman los efectos de la carestía y las epidemias, así como el descontento y las revueltas en la propia Península. Junto a las ya citadas alteraciones de Beja y la de Avila, las más resonantes fueron, sin duda, las de Aragón de 1591, en las que el caso Antonio Pérez -el antiguo secretario real es detenido por el Santo Oficio y liberado por el pueblo de Zaragoza, que dice actuar en defensa de los fueros del reino- se mezcla con el Pleito del Virrey Extranjero.
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En la periferia del mundo, pero con un Imperio y una situación estratégica privilegiada, Portugal presenció desde 1926 un caso de longevidad política sin posible comparación. Oliveira Salazar estuvo en el poder 36 años, en teoría como jefe de Gobierno pero en realidad como dictador. Antiguo seminarista y profesor de Economía en Coimbra, Salazar procedía de los medios católicos y fue un modelo un tanto inesperado de dictador. Sus ideas tenían poco de totalitario y su liderazgo no tuvo nada de carismático: el poder no lo conquistó sino que le fue entregado. Su amplia obra de economista nacía de la ortodoxia del buen contable que pretendía "gastar bien lo que se puede y no depender nada más que de los propios recursos". Su ideal político estaba en un régimen sincrético o incluso liberal autoritario, que tardó mucho en decantarse, en teoría basado en recetas pragmáticas para los males del parlamentarismo excesivo. Convertido en imprescindible, Salazar, sólo en 1930 y con el apoyo del general Carmona ganó definitivamente la partida en el sentido de no volver al régimen parlamentario anterior. La Constitución de 1933 previó un ejecutivo bicéfalo en el que no había responsabilidad ante la Asamblea. El presidente era elegido cada siete años pero los poderes efectivos le correspondían al jefe de Gobierno. La estructura corporativa responsabilizó al Estado de los proletarios. El partido oficial, la Uniao Nacional, no monopolizaba los canales de acceso al poder, ni agotaba la representación social, ni mediatizaba las relaciones de la dictadura con otras fuerzas. En los años de mayor influencia del fascismo se crearon otros organismos de masas, la Mocidade y la Legiao, pero siempre carecieron de una vertiente totalitaria propiamente dicha. El monopartidismo salazarista siempre fue pragmático y no totalitario: en realidad no fue un régimen de partido único sino con partido único. La censura fue establecida en 1933 y, al año siguiente, tras una huelga general derrotada quedó desarbolado el movimiento obrero. Además, Salazar logró fácilmente la desmovilización de los monárquicos y los católicos pero le costó mucho más enfrentarse con los militares y la derecha radical. Con estos antecedentes nos interesa de forma especial tratar aquí de los años posteriores a 1939. Portugal salió indemne e incluso enriquecido de la crisis mundial de 1939-45. Salazar llegó a asumir, durante el período, las carteras más importantes. Si hubiera sido menos neutralista es muy posible que la guerra hubiera cruzado los Pirineos. Su ideal hubiera sido la constitución de un bloque latino por lo que tanto la postura italiana como la española le resultaron muy inconvenientes. Mantuvo, sin embargo, una neutralidad geométrica que no evitó que los aliados en algún momento pensaran en la ocupación de las islas atlánticas. Luego cedió ante ellos pero negociando desde un criterio muy nacionalista y obteniendo contrapartidas por permitir bases en ellas. La balanza comercial del período fue positiva y la producción creció al ritmo del 3%. Esta actitud le permitió al régimen sobrevivir y readaptarse a la situación en 1945. Hubo un sector del Ejército que pretendió en relación con Carmona una presión liberalizadora. Salazar tomó la decisión de convocar elecciones e incluso admitió que se presentaran otros partidos pero la oposición acabó por retirarse. En el Gobierno de febrero de 1947 combinó el sector más conservador - el general Santos Costa- con el más aperturista (Caetano). Mantuvo una actitud reticente con respecto el nuevo orden mundial hasta el punto de renunciar a recibir la ayuda del Plan Marshall, pretendiendo que la OTAN cubriera el Imperio portugués y que en ella ingresara España. Cuando no lo logró acabó por conformarse con lo que dieron y pudo estar presente en la OTAN. Mientras tanto, desarticuló al Partido Comunista e hizo inviable la llegada al poder de una oposición legal. De una etapa plebiscitaria y sin concurrencia se pasó a otra de hegemonía garantizada y concurrencia simulada en la posguerra. A diferencia de España, Portugal no permaneció aislado en la Posguerra Mundial sino que recibió a los presidentes de Brasil y Estados Unidos y a la reina de Inglaterra. El régimen quedó estabilizado sin excesivos problemas y con oscilaciones políticas mínimas. La presidencia de la República fue ejercida por Carmona hasta 1951 y luego por Craveiro Lopes hasta 1958 y por Americo Thomas hasta 1974; únicamente el segundo fue independiente. En el seno del régimen Caetano defendió, sin lograrla, una despersonalización del régimen intentando que Salazar asumiera la presidencia de la República. La oposición se reunió en un Directorio Democrático y Social que reunía a un grupo importante de intelectuales pero estuvo reducida a la impotencia. Humberto Lopes, que había sido partidario del régimen, agregado militar en Estados Unidos y director de Aviación civil, se convirtió en candidato de la oposición y consiguió un 25% del voto ejerciendo una oposición muy dura. Para evitar que pudiera haber peligros semejantes, en 1959 se suprimió la elección directa del presidente de la República. La secuela de la derrota de Humberto Delgado fue la subsistencia de conspiraciones militares hasta 1962 con el secuestro del "Santa María" incluido en enero de 1961. Los años entre 1958 y 1962 fueron críticos pero Salazar se mantuvo frente a las presiones internas. Otro peligro le acechaba. A mediados de los años cincuenta surgieron los movimientos independentistas en las colonias y se planteó el problema de Goa con India. A partir de ese momento el régimen vivió en una "imposible lucha contra el tiempo". Si la guerra fría había sido, para Salazar, una "clarificación" la sublevación de las colonias dejó a Portugal "orgullosamente solo" es decir "atacado por los enemigos y abandonado por los amigos". Estados Unidos embargó la venta de armas a Portugal y España siguió una política más adaptada a la realidad internacional. Ya en los años sesenta empezaron a surgir los movimientos guerrilleros, pero Salazar pudo bandearse temporalmente gracias a la amenaza de abandonar la OTAN y de negar las bases de las Azores. Francia y Alemania mostraron una actitud más comprensiva y en África austral Rhodesia y Sudáfrica le prestaron ayuda. Además, se tomaron medidas reformistas en el orden colonial como otorgar la igualdad jurídica (1961), se incrementó la inmigración de forma que a fines de los sesenta había unos 300.000 portugueses en Angola y 200.000 en Mozambique y se posibilitaron las inversiones extranjeras en las colonias. También se recurrió a aprovechar la división del adversario, en especial en Angola. Pero Portugal tuvo unos 6.300 muertos en la guerra colonial y hubo de utilizar 150.000 combatientes y gastar el 40% de su presupuesto en una guerra que carecía de horizontes de victoria. Mientras tanto Salazar trató de mantener a su país aislado de la "histeria política de corre por el mundo". La policía política actuó de forma creciente a partir de 1961. El propio Caetano dimitió del rectorado de la Universidad de Lisboa por la actuación de la policía y hubo diversas derivaciones de la oposición hacia la lucha armada. Pero lo que más afectó al régimen fue, sobre todo, la desbandada de la propia sociedad. En 1970 todavía la agricultura suponía el 32% de la población pero durante el período 1965-7 el crecimiento fue del 6. 3% y alcanzó el 8% en los últimos años del régimen. Esa sociedad identificada con el cambio social poco tenía que ver con el recuerdo del Imperio. Cuando en 1968 Oliveira Salazar sufrió un derrame cerebral, Americo Thomas recurrió a Caetano, consciente de que la opinión pública reclamaba una solución reformista. Su proyecto empezó por ser liberalizador pero Caetano siempre estuvo estrechamente vigilado por la dictadura. El presidente Thomas desde el primer momento advirtió que la situación de las colonias no podía ser sometida a discusión por lo que, en la cuestión esencial, dispuso de un margen de maniobra mínimo. Los intentos reformistas se concretaron, no obstante, en la vuelta de algunos exiliados y la aparición de reformistas. Soares y Ferreira, obispo de Oporto, pudieron retornar a su país mientras Sa Carneiro y Pinto Balsemao figuraron como independientes en las listas del partido oficial para luego desempeñar un papel importante en la política democrática. A partir de 1970 las perspectivas de evolución disminuyeron hasta reducirse a la nada. En 1971 la reforma constitucional que pretendía autonomía para las colonias chocó con los integracionistas y al año siguiente Caetano aceptó la reelección de Americo Thomas, con lo que demostraba haberse adaptado al fracaso de cualquier posible cambio pacífico. Fue la guerra colonial quien liquidó el régimen. En 1973, mientras estallaba la crisis económica, la oposición se unió y el Ejército expresó su descontento. Ya en el pasado se había opuesto a los integracionistas pero ahora el "Movimiento de los capitanes"se opuso al nombramiento de oficiales de complemento y tuvo la simpatía de los generales Spínola y Costa Gomes. En febrero de 1974 un libro del primero le hizo a Caetano cerrar filas con la derecha pero en abril un golpe militar incruento acabó con la dictadura. Pero la transición a la democracia resultó muy complicada en Portugal. El Movimiento de las Fuerzas Armadas, dotado de un ideario tercermundista semejante a la guerrilla independentista a la que había combatido, adquirió una clara preeminencia; y las nacionalizaciones, la presión sobre la prensa y los partidos de derecha o incluso el socialista y la cercanía de un sector del Ejército al Partido Comunista hicieron temer que la antigua dictadura de derechas acabara en dictadura de izquierdas. No obstante, a partir del verano de 1975 la situación empezó a cambiar decantándose hacia los militares moderados y el partido socialista. De todos modos, la existencia de un consejo revolucionario se mantuvo hasta 1982 y sólo en 1986 los militares tuvieron un status semejante al del resto de los países democráticos occidentales. La transición había durado mucho pero había llegado a su final.
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La definición del virreinato como, en principio, una forma de respeto a los privilegios regnícolas resulta evidente en el caso lusitano. En Portugal, el proceso negociador para obtener el reconocimiento del Rey Católico había sido complicadísimo y estuvo presidido por el compromiso de respetar la pretensión portuguesa de ser siempre un reino de por sí. Esta demanda se tradujo de maneras distintas, como, por ejemplo, la creación en la corte de un consejo privativo para materias de Portugal, y la creación de un especial virreinato de sangre real. La Gracia III? del Estatuto de Tomar de 1581 establecía que para el gobierno superior en ausencia del monarca podía elegirse entre la designación de varios gobernadores siempre que todos ellos fueran portugueses o la provisión del virreinato en un extranjero siempre que fuera "persona real, hijo, sobrino o hermano suyo". Así, a la salida de Felipe II en 1583, después de que la emperatríz María de Austria fuera descartada para el cargo, pasó a ocupar el gobierno su sobrino el Cardenal Archiduque Alberto de Austria, quien iba a residir en el reino durante la siguiente década como virrey. Las funciones que se le señalaron en su Regimento eran amplísimas, recogiéndose todas las que solían encargarse a los virreyes de otros territorios, pero, además, un amplio número de atribuciones extraordinarias que permitieron presentar a los portugueses su virreinato como la prueba de que Portugal se incorporaba a la Monarquía Hispánica como un miembro que no dejaba de ser "reino de por sí". A Alberto de Austria le correspondía la presidencia del Conselho de Estado y las tareas de despacho con el resto de tribunales de la particular y muy desarrollada polisinodia portuguesa, cuya organización los Austrias mantuvieron íntegra. Se le encargaba el apresto de las armadas; podía resolver directamente en mercedes y oficios cuyo valor no superara ciertas cuantías; quedaban a su cargo la vigilancia de la residencia de los prelados y la recepción de pleitos homenajes en nombre del rey, incluso de los virreyes de la India. Por si esto fuera poco, en la persona del Archiduque Cardenal se reunieron las dignidades de Inquisidor General, Legado pontificio y Capitán General de la Gente de Guerra de Portugal. Asimismo, se creaba un pequeño consejo privado de tres personas (un eclesiástico, alguien de hacienda y el escribano de la puridad), con los que despacharía particularmente cada día. Además, los miembros de la casa real podían servir sus oficios junto a él. Así, con Alberto de Austria, Portugal podía incluso seguir manteniendo una suerte de corte propia, que giraba en torno a una persona de sangre real. A la salida del Archiduque en 1593, se procedió a la designación de cinco Gobernadores que en 1600 serían sustituidos por Cristóbal de Moura, Marqués de Castelo Rodrigo. Que una persona que no era de sangre real ocupase el virreinato fue interpretado como un ataque a los términos establecidos en Tomar para que Portugal siempre conservase su condición real, porque "cuanto al reino con la provisión de uno solo que no es Príncipe se redujo en provincia". Por si esto fuera poco, se auguró que la designación de Moura como virrey "facilita la entrada de los forasteros, prohibida en las gracias de las capitulaciones otorgados". Por tanto, el llamado virreinato de sangre era en Portugal una forma de expresar y mantener la eminencia de reino agregado dentro de la Monarquía Hispánica, y el nombramiento de virreyes que no fueran de la familia real se consideró un ataque a esa condición. Nombrar un virrey que, aunque portugués y ennoblecido, no era de sangre abría el camino para que se acabara enviando a virreyes extranjeros, con lo que la reducción a provincia del reino se habría completado.