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Dos pequeños países de Europa meridional, Portugal y España, habían recogido la tradición náutica europea y estaban surcando el Atlántico meridional con un nuevo tipo de embarcación, la carabela. Los portugueses fueron los primeros en lanzarse al Océano, pues concluyeron antes su reconquista. Tras sufragar el descubrimiento de las Canarias en 1336, iniciaron una serie de exploraciones que les permitió hallar las Madeira y Azores, pobladas a partir de 1418 con gentes del Algarve. Don Enrique el Navegante (1394-1460), hijo y hermano de monarcas portugueses, recibió en señorío los archipiélagos atlánticos, así como derechos de exploración y pesca en la costa africana. Dedicó su vida a la exploración de la costa occidental africana, aprovechando las cualidades de navegación de la carabela. Este tipo de embarcación fue inventada posiblemente en el sur de Portugal poco antes de 1441, cuando se registra la primera mención a ella. De allí pasó inmediatamente a la cercana costa occidental andaluza. La carabela era una síntesis de las embarcaciones europeas del norte y del Mediterráneo. De las primeras tomó su alto bordo, su casco redondo con gran capacidad de carga, sus velas cuadradas con rizos y bonetas, y el timón central. De la tradición mediterránea tomó la solidez de la construcción del casco, con cuadernas de roble, y el afilamiento de su línea, así como las velas latinas (que permitían navegar con viento de costado), y la multitud de mástiles y velas. Resultó así un buque redondo, pero veloz y, sobre todo, maniobrero. Incluso podía explorar costas con bajos. Cuando estuvo totalmente perfeccionado llegó a tener tres mástiles, con velas cuadradas y latinas y una eslora (oscilaba de 15 a 25 metros), que era cuatro veces la manga. Podía almacenar entre 30 y 80 toneladas de arqueo. Suficiente para cargar el alimento, agua y leña que necesitaban sus 20 a 40 tripulantes durante varios meses de navegación. Era, en suma, un vehículo náutico de gran autonomía. Otra de sus dotes era poder navegar con viento contrario, de bolina. Para ello se utilizaba un lastrado móvil (un peso que se pasaba a popa para hundirla y luego volvía a proa), que evitaba los bandazos laterales. Los portugueses habían doblado el Cabo Bojador en 1434 y en 1444 alcanzaron las bocas del Senegal, donde se configuraron su gran negocio: esclavos, marfil, pimienta africana y cera a cambio de manufacturas europeas, caballos y sal. En 1475 descubrieron lo que luego se llamaría la "volta da Mina" o ruta de regreso desde el golfo de Guinea. Para ello había que separarse de la costa africana y navegar con auxilio de la brújula hacia el sur, coger los alisios y la corriente ecuatorial, y poner luego rumbo hacia el oeste hasta alcanzar la latitud de las Azores, desde donde los vientos soplaban ya a Portugal. En 1479-80 se firmó el Tratado de Alcaçobas-Toledo, por el que los castellanos se quedaron con las Canarias y los portugueses con el resto de África. En 1482 se efectuó el primer viaje de Diego Cao al sur del Congo y se fundó la gran factoría de Sáo Jorge da Mina (fondeadero, almacén, aldea de comercio y fortificación), que tanto impresionó a Colón. Castilla impulsó menos las exploraciones. Aunque era el estado más poderoso de la Península, pues tenía más de cuatro millones de habitantes (Aragón tenía 865.000 y Portugal no llegaba al millón) y contaba con una antigua tradición atlántica (los castellanos lucharon contra los ingleses por el dominio del Canal de la Mancha, derrotándoles el año 1372 en la batalla naval de La Rochela), no pudo dedicarse a los descubrimientos por haberse embarcado sus reyes en la obra de estructuración de la unidad española, que no acabó hasta 1492. Tras una larga guerra civil entre los partidarios de doña Isabel la Católica y de doña Juana la Beltraneja, los castellanos marcharon a la reconquista de Granada, reino musulmán que comprendía en realidad las provincias de Granada, Málaga y Almería, y que absorbió todos los recursos de la monarquía durante diez interminables años. Pese a esto mantuvieron su presencia en el Atlántico. En 1393 una expedición a Lanzarote dominó sus principales reinos indígenas y abrió el camino hacia la conquista, continuada en 1402-03 por los aventureros normandos Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle, el primero de los cuales era vasallo del rey de Castilla. Las islas fueron pasando luego a manos de varias familias castellanas hasta ir a parar a las de Pedro de Herrera, cuando éste se casó con doña Inés de Peraza. En 1477 los Reyes Católicos hicieron realengas Gran Canaria, La Palma y Tenerife (aún sin conquistar), mediante un tratado con el citado matrimonio. Durante la guerra con Portugal se hizo el primer gran establecimiento castellano en el archipiélago, pero Gran Canaria no fue sometida hasta 1483, Las Palmas hasta 1492 y Tenerife hasta 1494. Las Canarias fueron una pieza clave para el descubrimiento de América, pues los castellanos tuvieron con ellas la llave de acceso a los alisios atlánticos
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monumento
Los peregrinos que no necesitaban de la hospitalidad de los canónigos, es decir, que tenían mayores rentas, podían optar por los servicios de posadas y otro tipo de establecimientos. Este es el caso de la posada de Roncesvalles, de cuya existencia sabemos al menos desde principios del siglo XVII, aunque ha sido varias veces reformada posteriormente. En la actualidad continua su función hostelera.
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En los años centrales de la década de 1860 Renoir pasaba buena parte de su tiempo en la aldea de Marlotte, en el bosque de Fontainebleau, acompañado de sus amigos Monet, Sisley y Bazille. Se alojaban en la posada de "Mère" Anthony y en esta composición aparecen retratados en un ambiente relajado y tranquilo. La mujer que vemos en la izquierda es Nana, la hija de la posadera -que parece de espaldas al fondo de la escena- ; de pie, liando un cigarrillo, está Monet mientras que Sisley aparece sentado, con un amplio sombrero blanco y con el diario "L´Evénement" sobre la mesa. El personaje sentado que dirige su atenta mirada a Sisley es el también pintor Jules Le Coeur. En el fondo observamos unas caricaturas y notas musicales garabateadas. La obra está influida por Courbet y Manet al emplear unas tonalidades oscuras que contrastan con el blanco de las camisas, la vajilla, el delantal y los manteles, interesándose el joven artista por crear la escena más realista posible. El ambiente atmosférico está captado con gran maestría, consiguiendo de manera acertada el retrato de un grupo de jóvenes pintores charlando sobre asuntos artísticos, jóvenes que intentan luchar contra el academicismo del Salón de París al igual que hacía Zola desde su periódico que, a modo de icono, aparece sobre la mesa. La importancia de las figuras en la composición será una constante en la producción de Renoir, al igual que su acertado dibujo y la pincelada rápida y breve con la que organiza la escena.
Personaje Político
Cursa la carrera de leyes en la Universidad de Oviedo y desde 1838 imparte clases de Economía Política en este mismo centro. En esta época se ingresa en el Partido Progresista y poco después es nombrado diputado por Asturias. Su fuerte era la oratoria. Aunque en un primer momento defendió la regencia de Espartero, luego se pasó a las filas del partido moderado, que en 1843 derrocaría a Espartero del poder. Según pasaron los años Posada fue tomando posiciones en el terreno político hasta encabezar el ministerio de Gobernación con Istúriz en el poder. Con la legislación de O'Donnell mantuvo su cargo, al tiempo que hizo las labores de portavoz oficial. En sus debates con los opositores volvió a demostrar su gran capacidad como orador. Al término del mandado de O'Donnell pasó a la oposición. En 1865 volvió a ocupar la cartera de Gobernación bajo la nueva presidencia de O'Donnell. En este cargo estuvo hasta que Narváez se hace con el poder. Poco tiempo después falleció O'Donnell, por lo que se pensó en Posada como su sustituto. Sin embargo, éste rechazó y se mantuvo retirado de la vida política hasta el estallido de la revolución de 1868. Se trasladó a Roma en misión diplomática para que el Papa reconociera lo acontecido en España y luego, como diputado, fue uno de los miembros que redactaron las Constitución. En tiempos de Alfonso XII no quiso trabajar con Canovas del Castillo y aunque continuó en activo en el ámbito de la política su implicación fue menor que antaño, hasta que se retiró definitivamente.
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En el caso de la caída del comunismo, tanto en la antigua URSS como en Europa del Este, el "efecto demostración", transmitido por unos medios de comunicación instantáneos y más fieles que nunca, jugó un papel decisivo, destruyendo la presunta omnipotencia de aquellos regímenes. Idéntico "snowballing" (literalmente: efecto de bola de nieve) se ha producido en otras partes del mundo, como Hispanoamérica. Además, el cambio parece mucho más irreversible que el que tuvo lugar durante los años de entreguerras: si entonces se produjo un reflujo que tuvo como consecuencia nada menos que la aparición del fascismo, ahora sólo se han producido fenómenos de autoritarismo o de cesarismo democrático en países africanos o hispanoamericanos -el Perú de Fujimori, la Venezuela de Chávez...- menos trascendentes, de cualquier modo, para el conjunto del mundo que la Alemania de los años treinta. Pero si ése es el balance positivo que se puede hacer de esta "tercera oleada", al mismo tiempo también se debe constatar su debilidad. Por más que una treintena de naciones haya llevado a cabo su transición desde mediados de los años setenta hasta los noventa, una ojeada superficial al mundo permite constatar que hay continentes enteros, como África, en que las circunstancias económicas y sociales ponen todo tipo de obstáculos al desarrollo de la democracia, mientras que en Medio Oriente y en Asia las razones que hacen aparecer barreras aparentemente infranqueables son de carácter cultural. En este panorama de carácter general, merece la pena señalar que la situación existente en la Europa Central y Balcánica poscomunistas resulta bastante satisfactoria, en especial estableciendo una comparación con las repúblicas de la antigua URSS. Además, esta afirmación vale tanto en el terreno de la vida política como en el de la economía. A veces, las noticias de prensa acerca del mundo poscomunista transmiten la impresión de que, al tratar de este área geográfica, hay que hablar de conflicto y no de democracia. De los veintisiete países poscomunistas hay algunos que no tienen nada de democráticos como puede ser el caso de Turkmenistán, Uzbekistán y Serbia pero en este último cuando se han realizado elecciones, a pesar de no reunir las condiciones exigibles, las cifras globales parecen indicar el deseo de la mayor parte de la población. La mención a estos tres casos nos permite constatar una geografía de la libertad que resulta coincidente con la de la prosperidad económica y que distingue a la Europa del Este y a los países de la antigua URSS. Incluso cabe establecer una clara diferencia en los primeros entre la Europa Central y la Balcánica. Así se aprecia en materia de libertades políticas y vigencia de los valores democráticos. De acuerdo con los criterios objetivos elaborados por organismos independientes del mundo occidental, en Europa Central el régimen de libertades resultaba aceptable a mediados de los noventa, con la excepción de Eslovaquia y, en los Balcanes, con la de Rumania. En cambio, de los que formaban parte de la URSS sólo en los países bálticos existía una situación parecida. Relativamente tolerable era la situación de Rusia, Armenia y Ucrania, mientras en la antigua Yugoslavia sólo Eslovenia podía presentar una equivalencia en grado de libertad a los Estados de Europa Central. Aun así, estos últimos países han tenido problemas políticos de gravedad, relacionados, por ejemplo, con un sistema de partidos muy inestable y una espectacular volatilidad del electorado que triplica, al menos, el de Europa Occidental. El aprecio del ciudadano por el sistema democrático sufrió una pronta quiebra en los primeros años de su vigencia y hoy, aun habiéndose recuperado, está claramente por debajo de Europa del Sur, que hizo su transición en los años setenta. No obstante, aun así, la situación es mucho mejor que en Rusia. En Polonia, por ejemplo, la satisfacción con la democracia pasó en los noventa de un tercio a tres cuartos de los ciudadanos -en la República Checa parece haber sido más alta-, cifras situadas muy por encima de las de Rusia. Otra cuestión política importante en Europa Central se refiere al regreso de los comunistas al poder en Polonia (1993) y Hungría (1994). Como el fenómeno tuvo un carácter general, Michnik pudo hablar de una "restauración de terciopelo", en paralelo con la revolución previa. Pero estas victorias electorales -como la de los ex comunistas en Lituania (1992)-, según el propio Michnik, no significaron una vuelta al pasado. Los ex comunistas llegaron al poder a menudo en colaboración con otras fuerzas y habían cambiado ya de forma sustancial su ideario. El presidente de Polonia, Kwasniewski, por ejemplo, había sido uno de los más aperturistas negociadores con "Solidaridad". En el fondo, este fenómeno constituyó la demostración de que la democracia se estaba convirtiendo en la única posibilidad política vigente y de que la antigua oposición anticomunista debía someterse a las mismas exigencias ante el elector que sus adversarios. En general, en toda Europa Central ha habido alternancia política real y escasos problemas con las minorías: el caso de la secesión de Eslovaquia se solucionó de un modo no sólo pacífico sino ejemplar. En los Balcanes, la alternancia se ha producido en Bulgaria y Rumania tan sólo a mediados de los años noventa, pero tampoco se han producido problemas graves con las minorías. Como veremos, el caso yugoslavo resultó diametralmente distinto testimoniando que allí, como en la antigua Unión Soviética, el nacionalismo se había convertido en un sustitutivo de la antigua ideología totalitaria. Un ensayista francés, Jacques Julliard, ha llegado a escribir que ese género de nacionalismo es "el fascismo del futuro". En realidad, parece más oportuno describirlo como un autoritarismo o una dictadura tradicional apoyada en un sentimiento de identidad más que en una ideología: en este sentido, sería más correcto afirmar que, en el mundo poscomunista, las posibilidades no democráticas más cercanas a la realidad tienen mucho más que ver con un régimen cercano a lo que fue el franquismo que con el fascismo propiamente dicho. La evolución de la economía está, como es lógico, muy relacionada con el juicio de la población respecto al régimen político. En todos los países del área poscomunista ha sido imprescindible una profunda reforma económica: en Europa del Este, por ejemplo, el porcentaje de la producción en manos del Estado variaba entre el 65 y el 97%. Los cambios que han tenido lugar han respondido a dos modelos distintos, la terapia de choque o la actuación más lenta, pero siempre han producido un resultado a corto plazo negativo que, de todos modos, lo ha sido mucho menos que el obtenido en la antigua Unión Soviética. En 1992, ningún país poscomunista tuvo crecimiento positivo, excepto Polonia; en toda Europa del Este, la disminución de la renta per cápita debió ser del orden del 25% pero las cifras variaron mucho. Durante el período 1989-1993, la inflación fue del 52% en la República Checa, pero en Polonia los precios se multiplicaron por siete (en Armenia y Tayikistan, en la antigua URSS, lo hicieron por 100 y 70, respectivamente). La producción industrial se mantuvo en los años cruciales en un volumen aproximado de dos tercios de la cifra previa en Europa del Este, pero en Yugoslavia fue de tan sólo un tercio. En general, en Europa Central no hubo una resistencia dramática a la reforma económica y a partir de 1993 se produjo un crecimiento, que resultó muy rápido en alguno de esos países. No es casual que existiera esta diferencia en lo que respecta al modo de realizar la transición económica entre la Europa del Este y la antigua Unión Soviética. En parte, se explica por la subsistencia de unos sectores económicos privados -la agricultura polaca, por ejemplo- pero también de tradiciones culturales previas. De cualquier modo, un papel fundamental en la prosperidad económica se explica por la realización completa de una reforma política e institucional capaz de crear un marco estable e igual para todos, de cara al desarrollo económico. Lo fundamental ha sido crear una "sociedad económica" más que un mercado absolutamente libre desde el primer momento; es decir, sentar unos fundamentos en forma de reglas e instituciones antes de poner en marcha la competencia. De hecho, en la antigua URSS, la privatización ha podido producir desastres a corto plazo cuando no se había creado el imprescindible marco para que el mercado funcionara con normalidad.
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