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Alcalde de Madrid entre 1835 y 1836, anteriormente había residido en París. En esta ciudad se familiarizó con las cajas de ahorro francesas, instituciones privadas de carácter no lucrativo auspiciadas por el gobierno francés. Como alcalde de la capital española, es impulsor de la realización de un plano topográfico de la Villa, ya entonces dividida en cinco distritos y 50 barrios. También ordenó numerar las calles y poner el nombre de éstas en sus dos extremos. El 23 de septiembre de 1838 propuso la creación de una Caja de Ahorros en Madrid, que fue aprobada finalmente el 25 de octubre de 1838.
obra
Fotografía cedida por la Sociedade Anónima de Xestión do Plan Xacobeo
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Fotografía cedida por la Sociedade Anónima de Xestión do Plan Xacobeo
lugar
Como la de tantas otras ciudades, la historia de la fundación de Pontevedra tienen componentes mitológicos, siendo atribuida al guerrero griego Teucro, quien fundaría un asentamiento denominado Helenes. Las primeras evidencias arqueológicas pertenecen a la Edad del Bronce, y hablan de pobladores cuya principal actividad económica sería el marisqueo. La cultura castreña deja también restos en el solar de la actual Pontevedra, con un conjunto arqueológico en el lugar ocupado por las iglesias de Santa María y San Francisco. La romanización también afectó al primitivo núcleo poblador, denominado Ad Duas Pontes, que comenzó a crecer gracias a la construcción de un puente sobre el río Lérez. En el siglo VII, la población y su comarca es cristianizada por San Fructuoso, gracias a la fundación de monasterios como los de Armenteira y Meis. No obstante, no se tendrán mayores noticias de la localidad hasta el siglo XII, en que el nombre de Pontus Veteri será citado en varios documentos, que hablan de la construcción de un nuevo puente sobre el primitivo romano. Es en esta etapa cuando comienza un cierto auge de la población: recibe privilegios por parte de Fernando II y otros monarcas -como el alusivo a la fabricación de grasa de saín y el de curar pescado (1229), la feria franca de San Bartolomé (1467) y el de ser puerto de carga y descarga de Galicia (1452)-, se beneficia de su puerto y su comercio, y de sus astilleros saldrán los buques que, al mando de Paio Gómez Chariño, conquisten Sevilla. Los siglos XV y XVI son para Pontevedra su etapa de mayor desarrollo, gracias al importante papel en el comercio internacional que su puerto le permite. Esto permite un crecimiento en el número de sus habitantes, que demandan mayores cantidades de alimentos: la pesca, fundamentalmente de sardina, y las industrias de secado y salazón contribuyen a lanzar la economía pontevedresa. A este periodo corresponde también la erección de un monumento acorde a la pujanza de la localidad: la basílica de Santa María, costeada por el poderoso gremio de los mareantes. Sin embargo, el siglo XVII supone el inicio de una larga etapa de decadencia. Las frecuentes guerras en que se ve envuelta España, así como la inestabilidad política y la decadencia del papel español en el conjunto de las naciones europeas afectan, como no podía ser de otra manera, a Pontevedra. Las guerras de Sucesión e Independencia, además de los conflictos con portugueses y británicos, la perjudican especialmente, dada su posición geográfica, abierta al Atlántico y a ambos países. Por si fuera poco, la sedimentación del río Lérez obliga a cerrar el puerto a los buques de gran calado, por lo que pierde importancia su papel comercial y pesquero, circunstancia esta última agudizada por el agotamiento de los caladeros. Una consecuencia más: la población acaba por reducirse a la mitad. Con todo, la citada Guerra de Independencia dará lugar a uno de los episodios más notables en la historia de Pontevedra, cuando la población rechaza a las tropas del general francés Ney en su intento por ocuparla, como al resto del país. Las reformas administrativas del siglo XIX convierten a Pontevedra en capital de provincia, configurando su carácter de población administrativa y comercial, cabecera de una comarca circundante. Aunque no demasiado notable, el paulatino incremento de población y los nuevos aires urbanos provocan el derribo de la vieja muralla y la construcción de edificios públicos más acordes con los nuevos tiempos. En el siglo XX, Pontevedra conocerá dos acontecimientos principales. A principios de la centuria, en un ambiente de efervescencia cultural y política, surgirá allí el Partido Galeguista, con las figuras de Castelao y Alexandre Bóveda. El segundo acontecimiento será la Guerra Civil, que en Pontevedra deja, como en tantas otras localidades, un triste reguero de violencia y destrucción. Las dos primeras décadas de la dictadura del general Franco serán un periodo de dificultades económicas para la mayoría de la población. En la década de 1960 se inicia un periodo de crecimiento económico que empieza a manifestarse con mayor claridad coincidiendo con la muerte del dictador y los primeros años de la transición. El auge de la construcción será uno de los principales motores de la economía de la ciudad, incluso a día de hoy.
contexto
Como la de tantas otras ciudades, la historia de la fundación de Pontevedra tienen componentes mitológicos, siendo atribuida al guerrero griego Teucro, quien fundaría un asentamiento denominado Helenes. Las primeras evidencias arqueológicas pertenecen a la Edad del Bronce, y hablan de pobladores cuya principal actividad económica sería el marisqueo. La cultura castreña deja también restos en el solar de la actual Pontevedra, con un conjunto arqueológico en el lugar ocupado por las iglesias de Santa María y San Francisco. La romanización también afectó al primitivo núcleo poblador, denominado Ad Duas Pontes, que comenzó a crecer gracias a la construcción de un puente sobre el río Lérez. En el siglo VII, la población y su comarca es cristianizada por San Fructuoso, gracias a la fundación de monasterios como los de Armenteira y Meis. No obstante, no se tendrán mayores de la localidad hasta el siglo XII, en que el nombre de Pontus Veteri será citado en varios documentos, que hablan de la construcción de un nuevo puente sobre el primitivo romano. Es en esta etapa cuando comienza un cierto auge de la población: recibe privilegios por parte de Fernando II y otros monarcas -como el alusivo a la fabricación de grasa de saín y el de curar pescado (1229), la feria franca de San Bartolomé (1467) y el de ser puerto de carga y descarga de Galicia (1452)-, se beneficia de su puerto y su comercio, y de sus astilleros saldrán los buques que, al mando de Paio Gómez Chariño, conquisten Sevilla. Los siglos XV y XVI son para Pontevedra su etapa de mayor desarrollo, gracias al importante papel en el comercio internacional que su puerto le permite. Esto permite un crecimiento en el número de sus habitantes, que demandan mayores cantidades de alimentos: la pesca, fundamentalmente de sardina, y las industrias de secado y salazón contribuyen a lanzar la economía pontevedresa. A este periodo corresponde también la erección de un monumento acorde a la pujanza de la localidad: la basílica de Santa María, costeada por el poderoso gremio de los mareantes. Sin embargo, el siglo XVII supone el inicio de una larga etapa de decadencia. Las frecuentes guerras en que se ve envuelta España, así como la inestabilidad política y la decadencia del papel español en el conjunto de las naciones europeas afectan, como no podía ser de otra manera, a Pontevedra. Las guerras de Sucesión e Independencia, además de los conflictos con portugueses y británicos, la perjudican especialmente, dada su posición geográfica, abierta al Atlántico y a ambos países. Por si fuera poco, la sedimentación del río Lérez obliga a cerrar el puerto a los buques de gran calado, por lo que pierde importancia su papel comercial y pesquero, circunstancia esta última agudizada por el agotamiento de los caladeros. Una consecuencia más: la población acaba por reducirse a la mitad. Con todo, la citada Guerra de Independencia dará lugar a uno de los episodios más notables en la historia de Pontevedra, cuando la población rechaza a las tropas del general francés Ney en su intento por ocuparla, como al resto del país. Las reformas administrativas del siglo XIX convierten a Pontevedra en capital de provincia, configurando su carácter de población administrativa y comercial, cabecera de una comarca circundante. Aunque no demasiado notable, el paulatino incremento de población y los nuevos aires urbanos provocan el derribo de la vieja muralla y la construcción de edificios públicos más acordes con los nuevos tiempos. En el siglo XX, Pontevedra conocerá dos acontecimientos principales. A principios de la centuria, en un ambiente de efervescencia cultural y política, surgirá allí el Partido Galeguista, con las figuras de Castelao y Alexandre Bóveda. El segundo acontecimiento será la Guerra Civil, que en Pontevedra deja, como en tantas otras localidades, un triste reguero de violencia y destrucción.
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A finales del siglo XIII la pugna entre el Pontificado y el Imperio aparece, en cierto modo, como un enfrentamiento del pasado; un largo enfrentamiento que se ha saldado con un triunfo indiscutible del primero. La derrota del Imperio había quedado plenamente de manifiesto ya en el reinado de Federico II y se había ratificado con el fin de los Staufen, las graves dificultades del interregno en Alemania, y la infeudación del Reino de Sicilia en Carlos I de Anjou, haciendo realidad la plena potestad pontificia. Desde Inocencio III el Pontificado ha reclamado la subordinación del poder temporal al espiritual; aun respetando una cierta autonomía de aquél, y reconociendo una esfera propia de actuación del emperador y los reyes, el Pontificado reclama para si el derecho a intervenir en aquellas circunstancias en que el poder de los príncipes se desvía de un recto proceder o de la colaboración con el poder espiritual, o para dirimir aquellas cuestiones en las que ningún poder tuviera competencia reconocida. El Pontífice, como Vicario de Cristo, dirige con plena autoridad los asuntos espirituales y se reserva la intervención en diversos asuntos temporales sin negar la autonomía de Imperio y reinos. Pronto se apreciará una radicalización de la expresión teocrática, tendente a negar progresivamente la autonomía de lo temporal, reclamando la construcción de la sociedad laica sobre el modelo de la Iglesia, sociedad perfecta. El fragor del nuevo enfrentamiento entre el pontificado y el Imperio, entre Gregorio IX e Inocencio IV y Federico II, impulsará en el plano práctico la radicalización teocrática. Inocencio IV había expuesto la plena potestad del Pontificado, su absoluta soberanía tanto en lo espiritual como en lo temporal. La intervención del poder espiritual no está sujeta a determinadas razones o limitada a ciertos asuntos, sino a la voluntad del Pontífice, cuya autoridad tiene su fundamento en la delegación de la divinidad que el Pontificado ha recibido. La soberanía es indivisible, ostentada por el Pontífice en virtud de la superioridad del sacerdocio sobre el Imperio, lo que le confiere poder para deponer a los príncipes, e incluso al emperador, si no hacen un recto uso de la autoridad que, a través del Pontificado, han recibido de Dios. La afirmación de la indivisibilidad de la soberanía será una arma que se vuelva contra el poder pontificio, a medida que los poderes temporales proclamen su autonomía. La lucha no será ya la del Pontificado con el Imperio, muy debilitado en la segunda mitad del siglo XIII, sino con las Monarquías, que están afirmando su poder mediante el desarrollo de instituciones y la incorporación de juristas a su servicio; unas Monarquías cuya autonomía ha favorecido el propio Pontificado para debilitar las pretensiones universalistas imperiales. Las Monarquías han desarrollado durante el siglo XIII unos cuadros administrativos y fiscales que fortalecen su papel en el interior del Reino. Además, se realiza una construcción teórica y jurídica de las Monarquías que, cada vez más netamente, reclaman para sí la plena potestad dentro de los limites de su propio Reino, el poderío real absoluto; el peso de los usos y costumbres sofocará cualquier intento de situar al monarca por encima de la ley. Es, por tanto, perfectamente lógico que la siguiente confrontación con el sacerdocio, en respuesta a una nueva formulación teocrática, sea protagonizada por una Monarquía, la de los Capeto, probablemente la que más ha avanzado en la afirmación de su autonomía. Derrotado Federico II, toda la política pontificia se había orientado al objetivo de borrar la presencia de los Staufen del Mediodía italiano. La investidura de Carlos I de Anjou debía inaugurar una nueva época en la que, más visiblemente, los poderes temporales recibieran del Pontífice su potestad. Los excesos de Carlos y su ambiciosa política mediterránea plantearon pronto reservas a alguno de los Pontífices; otros, estrechamente vinculados a los intereses de Francia, caso de Martín IV, le apoyaron más allá de lo que aconsejaban los propios intereses pontificios. La Vísperas sicilianas -la sublevación contra la administración angevina en el Reino de Sicilia- son el acontecimiento que abre una nueva época. Pedro III de Aragón se convierte en rey de la parte insular del Reino siciliano, y atrae sobre sí las sentencias pontificias y una cruzada dirigida por Felipe III de Francia, en el curso de la cual fallece el monarca. De estas circunstancias nace la primera ruptura, temporal, entre la Monarquía francesa y el Pontificado.
contexto
Las relaciones entre el poder temporal -representado por el Emperador- y el poder espiritual -en manos del Pontificado- serán intensas durante los siglos XI-XIII. La mayor parte de estas relaciones estarán caracterizadas por el enfrentamiento, luchando por el dominium mundi, especialmente Federico Barbarroja y Alejandro III. El III Concilio de Letrán en 1179 se presentó como un gran triunfo de la perseverancia de Alejandro III. El prestigio alcanzado por la institución conciliar tutelada por los Papas era incuestionable. Los 18 años de pontificado de Inocencio III supondrán el triunfo del pontificado -Plenitudo Potestatis- ante el cúmulo de elementos negativos con los que se enfrentó. El triunfo de la política papal se pondrá de manifiesto en la convocatoria del IV Concilio de Letrán, cuyos objetivos serán afianzar la reforma y promover la cruzada. La primera mitad del siglo XIII conoce el último capítulo de la gran prueba de fuerza entre Pontificado e Imperio. Tres Papas (Honorio III, Gregorio X e Inocencio IV) y un monarca (Federico II) serán los principales protagonistas del drama, poniéndose de manifiesto el apogeo y la crisis de la política Staufen cuya culminación será el Gran Interregno.