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Durante la larga trayectoria vital de Poussin fue recurrente el tratamiento de temas relativos a la vida de Moisés. En este sentido, conviene recordar que pintó varios lienzos sobre Moisés salvado de las aguas. La historia es, por tanto, conocida. En esta escena, pintada en 1654, evoca el momento en que Moisés es confiado a las aguas del Nilo por su madre para evitar que sea asesinado por los servidores del faraón. Amran, el padre, se aleja cabizbajo, acompañado por el pequeño Aarón. En el centro, Miriam, la hermana, quien pide silencio y anuncia que se ha de acercar a ver qué sucede aguas abajo, en donde vemos, a lo lejos, a la hija del faraón y sus sirvientas. A la derecha, el río Nilo es representado como dios fluvial. Al fondo, contra el luminoso cielo, se recorta una ciudad de estilo puramente romano; es más, Poussin se inspira en varios tratados sobre urbanismo clásico, como el de Pirro Ligorio. Como se podía notar en Cristo y la adúltera, Poussin ha tomado desde 1653 un nuevo rumbo en su estilo, más grave, que prefigura sus grandes meditaciones, su interiorización de los últimos años.
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Aunque el lienzo para el que se supone que fueron trazados estos dibujos no ha llegado hasta nosotros y se conoce sólo a través de un grabado posterior, se conservan varios estudios previos sobre este tema, como el de Moisés ahuyentando a los pastores del Museo Pushkin. Por su estilo suelen situarse hacia 1647. Éste en concreto presenta la particularidad de presentar unidos dos estudios independientes, que no casan bien ni en el trazo de las líneas ni en la aplicación de la aguada. La parte izquierda presenta a las hijas del sacerdote Jetró junto a la fuente, en una escena costumbrista, apacible. La parte de la derecha es la escena del combate, en que Moisés ahuyenta de forma violenta a los pastores que pretendían expulsar a las doncellas de la fuente.
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Esta obra, de similares título y tema que la conservada en Edimburgo, recrea de nuevo un pasaje de la vida de Moisés, tomada del Éxodo. Fue encargada por el pintor lionés Jacques Stella y ejecutada en 1649. Es un estudio de las pasiones humanas, los "afectos", desde la virtud de la generosidad, hasta la avaricia y el egoísmo, construido sobre la reflexión acerca de la Providencia divina. Su colorido es variado y fuerte, basado en el rojo, azul y naranja, sus colores más expresivos. Sin embargo, recibió numerosas críticas en París por la profundidad de la grieta que hace de fuente, a juicio de sus rivales excesiva, poco verosímil.
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En el techo de la sala superior de la veneciana Scuola Grande di San Rocco encontramos esta escena bíblica que acompaña a la Erección de la serpiente de bronce, aludiendo al deber de los cofrades de saciar la sed de los pobres. La figura de Moisés se emplea como premonición de Cristo; el agua que mana de la roca simboliza la sangre que brotará del costado de Jesús tras la Crucifixión. Junto al profeta está Dios Padre, sobre una nube tormentosa. En la zona baja de la composición se hallan los israelitas que esperan el agua milagrosa para aliviar su sed durante la travesía del desierto, destacando la madre que sostiene a su hijo en el regazo. Las figuras están muy escorzadas, interesándose por las torsiones contempladas desde abajo -según el artista copiaba en un teatrillo que construyó al efecto y al que aplicaba luces de antorcha- para crear una sensación de mayor dinamismo, anticipando al Barroco, mientras que Moisés se mantiene firme, inspirada la figura de Miguel Ángel. La verdadera protagonista de la escena es la luz, que crea un soberbio ritmo a través de los claroscuros para organizar un movimiento rotatorio de resultado espectacular. A esto debemos añadir la sensación atmosférica, esencial en una obra donde la luz y el color constituyen los elementos dominadores del conjunto, en la doctrina de la Escuela veneciana.
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Este dibujo, el primero de una serie dedicada al estudio de la composición de Moisés hace manar agua de la roca, presenta una serie de diferencias respecto a la obra final que lo sitúan en el primer estadio de trabajo. En este sentido, se encuentra próxima a la obra del mismo tema hoy conservada en Edimburgo. Así, y a diferencia del lienzo, Moisés y los hebreos que asisten con él al milagro se encuentran a la derecha, mientras que los sedientos personajes que se precipitan hacia el agua se sitúan a la izquierda, en sentido inverso al de la tela. Esto mismo, por ejemplo, sucede con las tiendas que se aprecian a la derecha, tras la multitud, en el dibujo. La intensidad dramática de esta escena viene determinada por el juego lumínico, que resalta a Moisés, en el centro de la composición, en blanco, ante la roca y el cielo de tono oscuro.
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Es uno de los dibujos previos al lienzo Moisés hace manar agua de la roca, encargado por su mecenas Melchor Gillier hacia 1633, que el pintor no terminó hasta dos años más tarde. Como en todas sus obras, lo primero que hacía Poussin al recibir el encargo era documentarse a fondo sobre la cuestión, tanto en el aspecto textual como en el iconográfico. Luego, realizaba numerosos dibujos previos a partir de un pequeño escenario con figuras de cera, que iba modificando a voluntad, hasta dar con la idea definitiva, Por ello, se conservan multitud de dibujos previos de este tipo, no estudios parciales de gestos, anatomías o ropajes, como hacía el Domenichino, sino escenas completas, muy cercanas a la pintura y con escasas variantes respecto a ésta. Así, en este caso, dibujo y lienzo son casi idénticos, salvo por la adición en aquél de un pequeño grupo de personas en segundo término que permanecen ajenas a la acción principal.
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Este lienzo fue comisionado por Melchor Gillier entre 1633 y 1635. Al igual que en el lienzo del mismo título, conservado en el Ermitage, de 1649, Poussin recrea en esta obra un pasaje del Éxodo relativo a la vida de Moisés. Durante su paso por el desierto, ante la sed general, Dios envía, por medio de Moisés, el agua que salvará la vida de los israelitas. Curiosamente, esta tela presenta similitudes con el dibujo realizado como estudio previo de aquél, dado que la orientación de la escena es diferente en las dos obras.
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A su retorno de París, Poussin pintó dos Moisés niño pisa la corona del faraón, una de las cuales, esta que nos ocupa, fue realizada para su rico protector de Lyon, Jean Pointel. Pointel pudo encargarla durante su viaje a Roma en 1645, fecha casi segura. No procede del libro del Éxodo, que no recoge el suceso, sino de las "Antigüedades Judaicas" de Flavio Josefo. Como recogía en el Moisés salvado de las aguas, Moisés fue recogido del Nilo por la hija del faraón, quien le crió como a un egipcio. En la ocasión en que es presentado al monarca, éste, para satisfacer a su hija, pone la corona sobre la cabeza del niño. Sin embargo, Moisés la arroja al suelo y la pisotea. Este es el momento representado, en el que Thereupon se precipita sobre el niño con la daga desenvainada. Ante la petición de su hija, el faraón ordena envainar y salva a la criatura. Su tema es, en realidad, el tema de la gracia y el destino, muy difundido entre los artistas barrocos. Su colorido fuerte resalta la intensidad de una escena en que, fiel a su concepción de la unidad de lugar y tiempo, Poussin ha reunido varios instantes de la historia de forma simultánea.