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A su llegada a París en la primavera de 1886 Van Gogh se matriculó en la academia de Cormon en su afán de afianzarse en el dibujo y perfeccionar su estilo, incluso hacerlo más académico. Pero en el taller parisino sólo se realizaban copias de escayolas - elaborando Vincent una amplia serie de la que forma parte esta imagen - lo que pronto aburrió al holandés, frecuentando los cafés y los estudios de artistas involucrados en el impresionismo como Pissarro, con el que iniciará una estrecha amistad. Desde ese momento, Vincent empezará a desarrollar una nueva concepción del arte donde el color ocupará un lugar privilegiado. En estos trabajos de taller nos encontramos al Van Gogh más clásico, preocupado por conceptos relacionados con el dibujo y el volumen que pronto cederán su lugar a la intensidad cromática.
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La joven camarera del Folies Bergère fue al estudio de Manet para posar ante el maestro, que tenía en mente realizar una obra dedicada al templo de ocio más destacado de París. De nombre Suzon, protagoniza el famoso lienzo titulado el Bar del Folies. Manet realizó también este retrato de perfil al pastel de la muchacha con sombrero y vestido a juego, decorado con una flor en el cuello. El aspecto distante de Suzon queda claramente de manifiesto en esta obra, demostrando el pintor su capacidad para realizar retratos y captar el alma de sus modelos. La técnica rápida del pastel - que había puesto de moda años atrás Degas - servirá a Manet para realizar un buen número de retratos femeninos de altísima calidad como Mery Laurent con sombrero o Madame Jacob.
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En realidad, la introducción del socialismo en Inglaterra está ligada a la aparición de un nuevo sindicalismo, procedente de las crisis industriales que sufre Gran Bretaña desde 1873. Los jefes de este nuevo sindicato -entre los que destaca Keir Hardie- preconizan una acción basada en los intereses de toda la clase obrera, no sólo de los más cualificados. La agitación que produce culmina en la huelga de los estibadores del puerto de Londres en 1889, que terminó con victoria de los obreros; los efectivos de las "Trade Unions" crecen a partir de entonces; el número de sindicados se dobla entre 1888 y 1892 (de 750.000 a 1.500.000 afiliados). Al tiempo se introduce también el socialismo en Gran Bretaña a través de la "Sociedad Fabiana", un grupo de intelectuales provenientes de variados horizontes políticos, cuyos miembros más notables eran Sidney Webb, Bernard Shaw y H. G. Wells; los fabianos excluían la filosofía de la definición del socialismo (en este sentido nada deben al marxismo), partían de un pragmatismo que les llevaba a sólo hacer cuestión de las vías concretas que el socialismo podía tomar en Gran Bretaña. Presentaban al socialismo no como un movimiento revolucionario, sino como el desarrollo y la evolución de las instituciones existentes. Su número fue siempre pequeño (apenas 3.000 en menos de 100 sociedades en 1914) pero su influencia, relativamente grande. Por su parte, H. M. Hyndman funda en 1881 la Federación Social Democrática, constituida con cierto número de intelectuales radicales y miembros de la I Internacional. Encarnaba el renacimiento del cartismo, pero con tan fuerte influencia marxista (colaboraba también Eleonore Marx-Eveling, hija de Marx) que llegó hasta un doctrinarismo que chocaba con el mundo obrero británico, por lo que, en opinión de Droz, no pudo nunca convertise en el gran partido sindicalista que tenía la ambición de ser. Del sindicalismo de los años ochenta surgió un nuevo partido político, inspirado por Keir Hardie, minero, autodidacta de gran cultura y sediento de justicia social. Se trata del Partido Laboralista Independiente constituido en 1893, que se distanció tanto del marxismo de la Federación Social Democrática como del "trade-unionismo" poco combativo. El nuevo partido se instaló con fuerza en varias zonas del país -especialmente Escocia- y obtuvo algún éxito en las elecciones, sin llegar a ser aún el gran partido, debido a que el sindicalismo moderado propugnaba la colaboración con los liberales, en lugar de crear un partido independiente. Pero tras la poderosa reacción patronal de los años noventa del siglo XIX, muchos sindicatos se decidieron a fomentar la relación entre ellos y las agrupaciones de base obrera partidarias de la acción política. Así nació el "Comité para la Representación del Trabajo" con finalidades electorales en 1899 y que agrupaba a trade-unionistas, Partido Laboralista Independiente, Federación Social Democrática y Fabianos. Su secretario general era R. Mac Donald. Éste será el origen del Partido Laboralista, de carácter obrero y resuelto a aceptar en su seno diversidad de opiniones y tendencias jurídicamente, fue creado en febrero de 1906 a partir de los diputados que habían sido elegidos en ese año por el esfuerzo del Comité y algunos otros por su colaboración con el Partido Liberal. Poco después de la fundación del partido, se puso de manifiesto el divorcio entre la dirección parlamentaria -que propugnaba una mejora lenta y sin tensiones- y las masas obreras, impacientes por ver mejorar su suerte y que respondían con un vasto movimiento de huelgas, haciendo crecer el sindicalismo, que agrupaba 4.000.000 de miembros al comienzo de la I Guerra Mundial. El mayor exponente del "Socialismo de Estado" fue Ferdinand Lasalle (1825-1864). Negaba la necesidad de la revolución y encomendaba al Estado el establecimiento del socialismo. Su doctrina, de fuerte influencia hegeliana, se puede resumir diciendo que la historia de la Humanidad es la lucha por la libertad frente a la naturaleza, la miseria, la pobreza y la debilidad que rodean al hombre; para conseguir la victoria es necesaria la unión de los trabajadores y esta unión la crea el Estado, pues sólo él es capaz de conseguir el desarrollo de la humanidad hacia la libertad. Con este fin creó el primer partido político obrero en 1863 (La Asociación General Alemana de las Clases Trabajadoras) para, con la ayuda del Estado, lograr la transformación de la sociedad. Fue influido también por el marxismo, pero Marx y Engels rompieron con él en 1862, entre otras cosas por su convivencia con Bismarck, quien utilizó las teorías lasallianas para someter a la clase obrera. Su huella se dejó sentir persistentemente en el socialismo alemán (a pesar de que los "ortodoxos" condenaron sus doctrinas en el Congreso de Erfurt, en 1891) e incluso en el laborismo inglés, a través de su discípulo Wagner.
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En 1603 Rubens llega a España para hacer entrega al rey Felipe III y su valido, el poderoso duque de Lerma, una importante colección de pinturas renacentistas como obsequio de su señor, el duque de Mantua, quien quería obtener el cargo de almirante de la flota española. El embajador de Mantua presionó al joven pintor para que realizara la restauración de una serie de cuadros, obteniendo el artista un importante éxito en la corte española. Pero será con el retrato ecuestre de Lerma cuando alcance la gloria. Se trata de una obra dentro de la tradición veneciana, cargada de dinamismo y de seguridad, que constituye una reformulación de la manera barroca del retrato ecuestre clásico, teniendo como referencia los retratos de Carlos V en Mülhberg de Tiziano y el San Martín partiendo la capa con el pobre de El Greco, así como las obras de Pordenone y Tintoretto. El duque avanza hacia el espectador, utilizando una perspectiva de "sotto-in-sù" que hace más imponente la figura del valido, nombrado en aquellas fechas gran capitán de la caballería española. La única diferencia respecto al lienzo definitivo la encontramos en el rostro del modelo, joven y barbado -¿un autorretrato?- así como en las condecoraciones que porta el noble -una cadena de oro con la concha de la Orden de Santiago- y el fondo donde se observa un potente ejército de caballería.
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Uno de los problemas que hoy despierta mayor interés en la investigación reside en el hecho de contrastar los modelos y procesos seguidos por las colonizaciones fenicia y griega. Tradicionalmente se han propuesto como dos sistemas antagónicos: mercantil que tiende a agrario en el caso fenicio, y al contrario para el caso griego, con un punto de inflexión en ambos que viene a coincidir con la mitad del siglo VII a.C. El tema es especialmente interesante porque nos permite afrontar aspectos tales como los modelos de colonización, la naturaleza de las relaciones que los producen y los conflictos que en el ámbito del Mediterráneo surgen entre colonizadores, sin olvidar las relaciones que la presencia de éstos provoca en el mundo indígena y en el propio grupo colonizador. Hoy coinciden los investigadores en poner en cuestión la simplicidad con que ha sido tratada la alternativa colonizadora fenicio-griega. E. Lepore, en sus análisis sobre las primeras colonizaciones griegas del siglo VIII a.C., duda que el factor demográfico y agrario sea la única causa del proyecto. El caso de Pitecusa, demasiado alejada de los centros griegos y del Egeo y muy próxima al área etrusco-lacial de la península italiana, podría constituir un magnífico ejemplo para poner en duda el dominio exclusivo de razones demográficas en su fundación; pero del mismo modo se podría pensar si se analizara la posición de Zancle y Regio y lo que implicaría su localización para el control del estrecho de Mesina. En realidad, la vieja oposición obtenida de las fuentes entre apokía y emporio, oponiendo la colonia agraria al centro mercantil, cada vez resulta menos precisa. Otro tanto se puede indicar del modelo fenicio. Aubet ha propuesto una clasificación de los tipos de asentamientos fenicios occidentales, llegando a la conclusión de que al menos podrían sintetizarse en tres casos diferentes: el modelo de metrópolis mercantil, observable en casos como Gades, fundada en función de los recursos de la Baja Andalucía y con ánimo de controlar, en términos mercantiles, el hinterland tartésico; el modelo de Cartago, fundada como auténtica colonia, con un componente de población aristocrática y que muy pronto adquiere carácter urbano y, por último, lo que cabría definir como colonias de explotación agrícola, entre las que sitúan los casos de Toscanos y Almuñécar, en la costa andaluza, por tratarse de asentamientos dispuestos en unidades dispersas y en territorios escasamente poblados por grupos indígenas. Sin duda alguna es difícil para la investigación fijar un modelo agrario anterior o posterior a otro mercantil, pero, sobre todo, resulta complejo aceptar que sea sólo una causa la que provoque el despliegue mediterráneo de griegos y fenicios. Cada día se hace más necesario para realizar estos análisis conocer el proceso que llegó a producir la colonización y para ello es imprescindible pensar en el marco económico en que se mueve el grupo colonizador. Respecto al factor mercantil, se han desarrollado tres corrientes: de una parte, la escuela sustantivista que, con el concepto de comercio de tratado, ha establecido un modelo económico en el que es el Estado el único capacitado para fijar las reglas de intercambio, con el único objetivo de obtener los bienes de que se carece y, en consecuencia, renunciando al lucro y al beneficio. Desde su perspectiva no existe mercado, ni empresa privada, ni riesgo, ni ganancia; desde este punto de vista, el puerto de comercio es la institución por excelencia del modelo y la que articula a los mercaderes y sus actividades bajo la autoridad del Estado y su proyecto redistribuidor. Frente al sustantivismo de Polanyi o Finley, la corriente formalista defiende la viabilidad de los conceptos de la economía moderna en las sociedades antiguas, de este modo se acepta la presencia de la iniciativa privada, sin duda difícil de aislar de la pública, por el propio sistema económico, de las fluctuaciones de los precios, de los beneficios y de la especulación, en suma de los factores indicativos de actividad mercantil. Especial interés dentro de esta última corriente tiene el modelo de la diáspora comercial de Curtin, presentado con carácter atemporal y que presupone la existencia de una red de comunidades especializadas, socialmente interdependientes pero espacialmente dispersas; recuerda el caso el modelo de las etnias especializadas de Amin, que tienden en algunos casos a desarrollar un modelo de jerarquización funcional y de dependencia entre centros con la cúspide en la metrópolis, de aquí que cuando ésta entre en crisis, lo haga todo el modelo. La tercera línea, caracterizada en el materialismo italiano, del que podría ser un clásico representante Lepore, enfatiza las relaciones con los indígenas como uno de los factores más olvidados del sistema colonizador, rechazando la posibilidad de extrapolar conceptos actuales de la economía de mercado al mundo antiguo, pero también los modelos de redistribución que plantea el sustantivismo. Que el factor mercantil resulta hoy difícil de aislar como causa única de la colonización, lo prueba un rápido análisis del factor agrario. La stenochoría o falta de tierras estuvo también presente, tal y como se ha advertido, en el trasfondo de la colonización griega y la fundación de apokíai, es decir, la separación de un grupo de ciudadanos de la metrópolis en que residían, su instalación en una fundación y su independencia política y administrativa. La consecuencia directa de este proceso ha sido la definición de la chora o tierra controlada por la colonia en casos tan evidentes como Metaponte y, según algunos autores, en modelos tan mercantiles como Ampurias. En el área de la colonización fenicia, la presencia de estas zonas de tierras urbanizadas podría justificarse en casos como los centros de la Andalucía mediterránea, si bien sin olvidar su base mercantil. El debate, sin embargo, está muy vivo en casos como Gades, donde los recientes estudios de Ruiz Mata en Torre de Doña Blanca defienden la existencia de un poblado fortificado situado entre el límite de la Campiña y la Bahía y con amplias posibilidades de mostrar el ámbito territorial controlado directamente por la fundación fenicia, en tanto que desde otra perspectiva se defiende el papel de emporio para el enclave fenicio. Lo cierto es que Tiro sufrió un proceso de sobrepoblación, con déficit alimentario a consecuencia de su limitado territorio agrícola, que se hace patente no sólo por el crecimiento del asentamiento, sino por su política expansionista entre los siglos X y VIII a.C. Un caso paradigmático de análisis puede valorarse a través de la secuencia del asentamiento de Toscanos, que resumimos a continuación. El lugar se funda en un pequeño altozano entre los años 740-730 a.C. construyendo varias viviendas aisladas y de gran tamaño. Se define por su carácter marcadamente mercantil. En el desarrollo del siglo VIII a.C. se advierte un fuerte incremento demográfico y se constata un aumento del nivel de riqueza a través del sistema constructivo. ¿Se podría hablar para esta fase de una segunda oleada de colonos coincidentes con la construcción del primer sistema de fortificación? Durante la fase que marca el siglo VII a.C. se observa el momento de mayor auge económico. Se construye el llamado Gran Almacén, y surge un barrio industrial dedicado a la manufactura de objetos de cobre y hierro. El asentamiento alcanza su máxima expansión. Se calcula que hacia el 640-630 a.C. alcanza entre los 1.000 y los 1.500 habitantes y es en ese momento cuando se refuerza la fortificación con la construcción de una nueva muralla. Algo después del periodo de esplendor se inicia una crisis en el asentamiento, que termina por ser abandonado hacia el año 550 a.C. En el marco del análisis que aquí se plantea, el asentamiento constituye una clave en este debate, ya que su localización no responde a un esquema preferentemente comercial para contactar con los indígenas del entorno inmediato, pues se busca para su ubicación un territorio bastante despoblado, si bien desde él se puede acceder, aunque a cierta distancia, a los ricos núcleos indígenas de las altiplanicies granadinas. Por otra parte, se localiza el sitio en un fértil valle de tierra de aluvión, bien definido territorialmente respecto al interior y en dos momentos diferentes de su historia refuerza el sistema de fortificación propio. De forma significativa, frente a este factor agrario evidente, en las características internas de su estructura urbana priman los elementos mercantiles, con la construcción del gran almacén y la disposición del barrio metalúrgico.
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Aunque el siglo por excelencia del mercantilismo fue el XVII, a fines del XV y a lo largo del XVI se desarrolló una fase inicial de política mercantilista. En muchas ocasiones lo único que se hizo fue trasladar al ámbito nacional el proteccionismo económico municipal de la Edad Media, traducido en ordenanzas y leyes especiales que protegían el comercio o la industria locales. En otros casos, como en la obligación de comerciar con navíos nacionales decretada por el monarca castellano Enrique III, se hallan prefiguradas medidas proteccionistas tan propias del siglos posteriores como las famosas "Actas de Navegación". Sin salir de España, la política económica de los Reyes Católicos (1474-1516) suele ser calificada como pre-mercantilista, aunque esta clasificación ofrece dudas. El principal rasgo de esta política fue el proteccionismo ganadero, en detrimento de la agricultura. La actividad de la Mesta se vio respaldada por un conjunto de leyes favorables. El motivo consistía en que la Monarquía lograba buenos ingresos de las exacciones fiscales sobre el tránsito de ganados y, especialmente, sobre las masivas exportaciones de lana merina hacia los centros manufactureros del norte de Europa (Países Bajos, Inglaterra). Tales exportaciones, en cambio, no favorecían el desarrollo de la industria textil nacional y obligaban a importaciones de manufacturas. Fue esta una de las razones que contribuyeron a la precoz decadencia del sector pañero castellano, que asistió a un efímero auge durante la primera mitad del siglo. Mucho más en línea con los cánones de la política mercantilista estuvo la organización del comercio con América en régimen de monopolio español, con exclusión legal de los comerciantes extranjeros. En cualquier caso, este proceder parece también más ligado a razones de eficacia fiscal que a una auténtica política económica con amplitud de miras. En realidad, las manufacturas extranjeras encontraron una relativa facilidad para penetrar en el mercado español, dada la orientación liberal de la política comercial, e incluso en el propio mercado americano. Por lo demás, las medidas tomadas para evitar la exportación de metal precioso carecieron por completo de eficacia. En Francia se constatan a lo largo del siglo XVI diversos esfuerzos por imponer una política mercantilista. Leyes suntuarias intentaron poner freno a las importaciones de productos extranjeros de lujo (paños de oro y plata, satenes, damascos). En los Estados Generales de 1576 se pidió al monarca que prohibiera la importación de todo producto manufacturado. En 1581 se impuso, por vez primera, un arancel general en todas las fronteras. Las sederías de Tours y Orleans fueron objeto de protección por parte de Luis XI, mientras que Enrique II intentó promover la fabricación de paños al estilo veneciano. Finalmente, se impulsaron las ferias de crédito de Lyon, que jugaron un importante papel comercial y financiero. En Inglaterra, los monarcas Tudor favorecieron la producción textil, impulsaron la marina e intentaron equilibrar la balanza comercial apoyando las exportaciones. También protegieron la ganadería lanar al objeto de aumentar sus ingresos fiscales, pero en este caso dicha política operó efectos favorables sobre la industria nacional, que se desarrolló lo suficiente como para competir económicamente con la industria lanera flamenca, por entonces hegemónica.
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También las iglesias de los dominicos han dejado ejemplos deslumbradores de riqueza en el afán de recrear la imagen del cielo en el interior de los templos. En este sentido hay que citar la capilla del Rosario en el convento de Santo Domingo, de Tunja, en la que los dorados sobre fondo rojo y la decoración de los arcos torales crean un cielo en la tierra de riqueza y desmesura. De la capilla del Rosario en la iglesia de Santo Domingo de Puebla, con sus yeserías invadiendo los muros para configurar un espacio sagrado casi irreal (como más tarde en la capilla del Rosario de Oaxaca) se escribió un libro en el que era llamada la "Octava maravilla del Nuevo Mundo". Asimismo en Brasil se crearon los espacios de las capelas douradas con el mismo horror al vacío y la misma riqueza que en Tunja o en México.Muchas veces los resultados dependieron de circunstancias ajenas a la orden, y por eso pueden ser tan similares los claustros del convento de San Francisco y de Santo Domingo en Lima, que combinan -con variantes- arcos y óculos en la planta superior. Por otra parte, el modelo para la iglesia de la Merced de Quito cuando se reconstruyó a comienzos del siglo XVIII fue la iglesia de la Compañía, es decir, que la validez de un modelo lo hizo en ocasiones válido también para otras órdenes. Si a todo ello añadimos el que los terremotos obligaron muchas veces a reconstrucciones que cuando era posible conservaban parte de la primitiva fábrica se puede comprender mejor el carácter retardatario de algunas obras o la superposición de estilos y modelos.Algunas órdenes crearon en su misión evangelizadora asentamientos cuyo interés para la historia del arte es manifiesto. Se destacaron sobre todo los franciscanos y los jesuitas. Si el virrey Toledo había quitado las misiones a los dominicos para dárselas a los jesuitas, cuando éstos fueron expulsados las misiones que tenían en California pasaron a ser de franciscanos y dominicos. Los franciscanos sí habían seguido desempeñando su labor misionera en el norte de México desde que fundaron San Bartolomé en 1560, pero de los restos que se conservan no se puede concluir la existencia de un modelo, aunque las iglesias solían ser sencillas y grandes, esto último a fin de facilitar la predicación.El modelo franciscano de agrupar indios para trabajar en comunidad fue el seguido por los jesuitas en sus reducciones o doctrinas de la provincia jesuita del Paraguay, que abarcaba una zona que hoy está en tres países: Paraguay, Argentina y Brasil. Los edificios se organizaban en torno a una plaza, con una cruz o imagen de la Virgen en el centro y cuatro pequeñas cruces o capillas posas en los ángulos. En el frente principal se situaba la iglesia con las dependencias de los jesuitas a un lado y el cementerio al otro, y el resto de la plaza lo formaban los barracones de los indios, derivados del tipo de habitación de los indios guaraníes. Si bien por la disposición de plaza e iglesia se ha hablado en algún momento de urbanismo barroco, lo que tiene de barroco en todo caso es su carácter teatral -que se refleja en la envergadura arquitectónica que fueron adquiriendo las iglesias dentro del conjunto para materializar así su carácter de eje de toda la vida que allí se desarrollaba- pues pueden ser muy cuestionadas como verdaderos ámbitos urbanos.Para finalizar habría que aludir a la existencia de una región en la que se prohibió la presencia de las órdenes religiosas, lo cual también condicionó su arquitectura. Se trata de Minas Gerais, en Brasil, donde Juan V prohibió la entrada de miembros de las órdenes religiosas en 1711 -se nao consinta que nos minas assita trade algum, antes os lance fora a todos com violencia, se por outro modo nao quizerem salir- dejando la religión en manos de las parroquias, cofradías o hermandades. No hubo por lo tanto conventos, lo cual posibilitó que el volumen de sus iglesias, con su profunda capilla mayor y sus torres, apareciera exento mostrando los juegos curvos de unos alzados que responden a unas características plantas elípticas. Se ha hablado de influencias borrominesas, de Guarini (debido al trabajo de éste en Lisboa), o de las iglesias centroeuropeas, probablemente a través de grabados.Su interior, según P. Dias, se concebía casi como una sala de ópera, con palcos para las celebraciones litúrgicas y desde luego su exterior, por el atrio que suelen tener delante y porque se suelen situar en lugares elevados de la ciudad adquiere unas connotaciones escenográficas que más que atraer parecen absorber la mirada.