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Dentro de las sociedades del Antiguo Régimen la falta de salud del rey podía poner en peligro el bienestar y la tranquilidad de los reinos a la vez que suponía un duro revés, de producirse su pérdida. En el mismo sentido, la continuidad de la dinastía era la que aseguraba el mantenimiento de una serie de valores comunes y la conservación de la Monarquía (27), de ahí que la preocupación por obtener descendencia se extendiera a todos los estratos del cuerpo social. La presencia de un heredero configuraba la salvaguarda de un patrimonio colectivo a la vez que proporcionaba estabilidad política, evitando los peligrosos interregnos. Por todo ello, la primera obligación de la esposa del rey era la de proporcionar seguridad con el alumbramiento de una abundante prole de vástagos regios que asegurasen la pervivencia de la dinastía, convirtiéndose en madre de reyes. Esta realidad explica la cuidada atención que se mostraba desde los distintos reinos e instituciones ante el delicado trance de un parto regio (28), manifiesta en las múltiples rogativas pro regna pregnante. La tradición de la Monarquía Hispánica contemplaba el recurso al favor de santos como San Juan de Ortega, Santo Domingo de Silos o Santo Domingo de Guzmán cuando las reinas se hallaban encinta para solicitar un buen parto o cuando enfermaban (29). Gráfico El éxito era celebrado con gran alegría, traducida en los festejos y regocijos que solemnizaban la venida al mundo de un renuevo del árbol de la Monarquía. Del mismo modo se ha de entender la dedicación y especial atención mostrada por la ciudad ante la enfermedad de alguno de estos sucesores regios, que ponía en peligro el edificio monárquico. Este cuidado no era el mismo con todos los frutos del matrimonio real, debido a las altas tasas de mortalidad infantil propias de la sociedad de la Época Moderna que afectaba a todos los estratos sociales, aunque en los más altos se tuviera mayor capacidad para mitigarlas. El interés se centraba en aquel infante o infanta (30) que estaba llamado a ocupar el trono, en los príncipes jurados o en los que la muerte de los hermanos que les antecedían en el orden sucesorio les convertían en próximos candidatos al trono. Su restablecimiento era de tal importancia que se organizaron rogativas, no actuando de la misma manera con el resto de la prole regia. Los actos impetratorios no se generalizaron a la vasta progenie de algunas reinas. La noticia de su enfermedad y fallecimiento pasó muchas veces inadvertida, sobre todo cuando eran infantes recién nacidos o de tierna edad (momento en el que eran tremendamente vulnerables y sumamente susceptibles de pasar a mejor vida).
Personaje Pintor
Francisco Lameyer forma con Alenza y Lucas la escuela madrileña del costumbrismo romántico español, el denominado costumbrismo de veta brava que tiene sus raíces en Goya. Nace en el gaditano Puerto de Santa María en 1825, pero pronto su familia se traslada a Madrid, donde simultanea estudios de Hacienda con los de pintura en la Academia de San Fernando. En 1843 ingresa en el cuerpo administrativo de la Armada, lo que motiva sus numerosos viajes: París, Italia, Filipinas, Japón, ... Pero en 1857 contrae una grave enfermedad reumática que le hace retirarse de su empleo seis años después, dedicándose a la pintura por gusto, sin encargos que le presionen. Se relacionará estrechamente con los Madrazo, sus mejores amistades madrileñas. Un viaje con Fortuny a Marruecos hará que el colorismo y los temas árabes sean sus favoritos, como el Asalto a un barrio judío. El estilo suelto y rápido de Delacroix también le llamará la atención. De su producción sólo conocemos unas diez obras, destacando sus copias de Goya y sus litografías en un estilo totalmente goyesco. Lameyer falleció en Madrid en 1877.
Personaje
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