El 17 de julio de 1936 se produjo el levantamiento de la guarnición militar de Melilla contra el gobierno republicano, declarando el estado de guerra en el Marruecos español. Un día más tarde, los generales Goded en Baleares y Franco en Canarias su suman al golpe de estado, tomando este último el mando del ejército en Marruecos. Simultáneamente, militares afines ideológicamente al levantamiento fascista imponen el control sobre ciudades como Sevilla, Pamplona, Cádiz, Oviedo o Zaragoza. El 6 de agosto, las tropas de Marruecos comandadas por Franco cruzan el estrecho de Gibraltar ayudadas por aviones alemanes, estableciéndose en Algeciras. El avance de los sublevados continúa imparable tomando Extremadura, Toledo, San Sebastián y llegando hasta las puertas de Madrid, fuertemente defendida por las tropas gubernamentales. Ante la presión, el gobierno republicano se ve obligado a trasladarse a Valencia. Málaga, tomada por soldados italianos, Bilbao, Santander y Gijón caen a lo largo de 1937, completando el dominio sublevado sobre la mitad occidental del país. Tras esto, Franco proyecta la ruptura de las comunicaciones entre Cataluña, por un lado, y Valencia y Madrid, por otro, mediante una ofensiva sobre las líneas republicanas en el Ebro y el avance hacia el Mediterráneo. Así, el 23 de junio de 1938 los sublevados llegan a Castellón, partiendo en dos el territorio republicano. Aislada Cataluña de Valencia y Madrid, las tropas republicanas inician la ofensiva del Ebro, con el objetivo de distraer la atención de los ejércitos de Franco que se dirigen hacia Valencia. Las fuerzas republicanas se componen de las divisiones 44, 3, 42 y 35, en el área norte, de la 11 y la 46, en la zona central, y la 45, 135 y 151 por el sur. Enfrente, las divisiones franquistas 13, 50 y 105 respectivamente protegen la otra orilla del Ebro de sur a norte. Con el general Juan Modesto al frente, 80.000 hombres escasamente provistos, protegidos por 100 cazas suministrados por la Unión Soviética, comenzaron una ofensiva sobre un frente de 65 kilómetros entre Mequinenza y Amposta. La batalla comenzó a las 0,15 horas del día 25 de julio, franqueando el río Ebro en todo tipo de embarcaciones y por tres flancos diferentes. Por la zona norte, en el sector entre Mequinenza y Fayón, la 42 división republicana cruzó el río con 9.500 hombres, estableciendo un frente avanzado inicialmente exitoso. La contraofensiva de los sublevados durante los días 1, 2 y 3 de agosto dio lugar a una lucha encarnizada con constantes avances y retiradas. El 6 de agosto, 3.500 soldados republicanos se vieron obligados a volver a cruzar el río en retirada. En el frente sur, el avance republicano se vio rápidamente frenado por las defensas franquistas, siendo obligado a replegarse no sin contar con un gran número de bajas. En el sector central, entre Ribarroja y Benifallet, el avance republicano supuso un éxito inicial. Las tropas avanzaron rápidamente, logrando en dos días un importante avance de 50 km. en las líneas enemigas. Tomaron Ascó, Flix, Mora de Ebro, Pinell, Bot, La Fatarella y Corbera y consiguieron llegar a las cercanía de la Pobla de Masaluca, Villalva de los Arcos y Gandesa, pueblo de gran valor estratégico. Sin embargo, en Gandesa se producirá el inicio del contraataque franquista, a base de constantes bombardeos aéreos a cargo de la aviación alemana y un permanente castigo artillero. Más de mil toneladas de explosivos cayeron sobre las líneas republicanas, que hubieron de replegarse con el río a sus espaldas. La apertura de los embalses subió el nivel de las aguas, lo que hacía aun más penosa la retirada. Hasta primeros de agosto, los enfrentamientos se caracterizaron por su ferocidad. En Pinell de Brai, en la cota 705, el 10 de agosto se libraron violentos combates entre las tropas republicanas, bajo el mando de Líster, y las franquistas, que acabaron cinco días después por agotamiento de ambos contendientes. El momento del relevo de la 11 división republicana por la 35 división internacional fue aprovechado por el 5? de regulares de Ceuta para finalmente ocupar la cota de manera definitiva en la tarde del 14 de agosto. El 19 de agosto, una nueva ofensiva franquista tuvo lugar entre Villalba de los Arcos y Corbera. La cota 481, un promontorio estratégicamente situado, se convirtió en el escenario de cruentos combates. Defendida por tropas republicanas de la 3? división, el ataque lo inició el Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, que debía ser apoyado en un movimiento envolvente por los Batallones B de Ceuta y Bailén. Sin embargo, el apoyo esperado no se produjo y el Tercio emprendió el ataque en solitario, siendo repelido por las defensas republicanas. Al día siguiente, las tropas franquistas consiguieron vencer la oposición y conquistar la cota 481. Entre septiembre y octubre de 1938, aun se combatió entre Gandesa, Villalba de los Arcos y Corbera del Ebro. La artillería y la aviación franquistas soltaron miles de toneladas de bombas sobre la línea de frente republicano, permitiendo un muy lento avance de las tropas. Finalmente, el 15 de noviembre, los escasos efectivos del XV Ejército republicano hubieron de volver a cruzar el Ebro, esta vez en retirada, a la altura de Flix. Atrás quedaba una batalla de 116 días con un balance de 100.000 muertos entre ambos bandos. La batalla del Ebro fue la última ofensiva republicana. Tras su pérdida, la guerra se convirtió en un constante repliegue de los diezmados ejércitos gubernamentales, permitiendo el avance de los sublevados hacia Barcelona y Madrid. El 10 de febrero Cataluña quedará definitivamente ocupada, mientras que Madrid caerá el 28 de marzo de 1939. Franco ha ganado la Guerra Civil y con él los totalitarismos continúan su avance en Europa.
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De acuerdo con sus planes, los japoneses se pusieron en marcha tras el primer desembarco. La flota de Ozawa (portaaviones Chiyoda, Zuikaku, Zuiho y Chitose, más dos portaaviones auxiliares, dos acorazados y varios cruceros y destructores) buscó a la americana para servir de reclamo, mientras la de Kurita (7 acorazados, 13 cruceros, 3 cruceros ligeros y 23 destructores) se dividía en tres formaciones para tratar de sorprender a los norteamericanos, destruir sus transportes y bombardear a las tropas desembarcadas en Leyte. La fuerza principal (mandada directamente por Kurita) se dirigió hacia el estrecho de San Bernardino, y las secundarias (vicealmirantes Nishimura y Shima), al estrecho de Surigao, para converger ambas sobre las cabezas de playa norteamericanas en el golfo de Leyte. Incomprensiblemente, Halsey mordió el anzuelo y siguió a Ozawa, que se llevó tras su casi desarmada escuadra a la más poderosa agrupación naval de la tierra, mientras que la 7.? Flota (Kinkaid) quedaba en peligro de ser envuelta, como en efecto ocurrió. Pero no adelantemos los acontecimientos. Entre los días 24 y 26 de octubre se libró en tres escenarios diferentes lo que luego se denominaría batalla de Leyte, donde la superioridad armamentista norteamericana, pese a los errores de sus mandos, se impuso abrumadoramente a los japoneses, con un armamento cada vez más obsoleto. En los prolegómenos de la batalla, madrugada del 23 de octubre, las cosas comenzaron a rodar mal para los japoneses. La escuadra de Kurita, que avanzaba en paralelo a la cota de Palawan, fue descubierta y seguida por dos submarinos norteamericanos, que dieron la alerta a Halsey y, de paso, lanzaron con fortuna sus torpedos, hundiendo dos cruceros pesados. Durante el día 24, la escuadra de Ozawa multiplicó sus esfuerzos para atraer a Halsey, enviando repetidas oleadas de aviones contra su escuadra, que también fue atacada por aviones con base en tierra. Ese día perdieron los norteamericanos a su portaaviones Princeton; pero los aviones de Halsey, que no hallaron a Ozawa, descubrieron a Kurita. El gigantesco acorazado Musashi (70.000 toneladas) sufrió media docena de ataques aéreos. Alcanzado por 16 bombas de 500 y 1.000 kilos y por 21 torpedos, aquel coloso, tras ocho horas de combate y agonía, se hundió al atardecer, llevándose al abismo 1.023 muertos. Kurita dio media vuelta para escapar de los aviones, pero al terminar la luz del día 24 volvió proa hacia el estrecho de San Bernardino. Los aviadores de Halsey creyeron haber hundido todos los acorazados de Kurita, pues cada una de las formaciones que alcanzó al Musashi se atribuyó el hundimiento. Ante esto, Halsey, que ya había descubierto a Ozawa, marchó contra él despreciando la amenaza de Kurita, a quien suponía en retirada. Simultáneamente, Nishimura, sin ninguna fe en el triunfo, se lanzó a una carga suicida en el estrecho de Surigao. A la salida le esperaban los viejos y potentes acorazados de Oldendorf (encuadrados ahora en la flota de Kinkaid). No tuvo posibilidad alguna: atacado en los estrechos parajes por lanchas torpederas y destructores que le hicieron mucho daño, a la salida del estrecho Oldendorf le disparó más de 4.500 granadas de grueso calibre, valiéndose de la guía del radar, ya muy precisa en aquellos momentos, mientras Nishimura respondía a ciegas, guiándose sólo por los lejanos resplandores de los cañones enemigos. Deslumbrados, ensordecidos y abatidos por la tempestad de metralla, los japoneses continuaron disparando y avanzando hasta que sus acorazados Yamashiro y Fuso, un crucero y cuatro destructores fueron hundidos. La pequeña formación que le seguía a distancia, mandada por Shima, recogió a los náufragos que halló a su paso y se retiró, sufriendo algunas pérdidas el día 25 bajo el ataque de los aviones de Kinkaid. Y mientras los siete buques de Nishimura se hundían destrozados, llevándose entre su ardiente chatarra más de 5.000 vidas japonesas con su vicealmirante al frente, Halsey aceleraba su persecución contra Ozawa, que se alejaba hacia el norte. Al amanecer del día 25 lanzó el norteamericano sus aviones contra la casi indefensa flota japonesa y en seis oleadas consecutivas con un total de 527 salidas logró hundirle cuatro portaaviones, un crucero y dos destructores. Pero Halsey no podría saborear las mieles de la victoria, porque pocos minutos después de haber iniciado su ataque recibía las desesperadas llamadas de auxilio de Kinkaid: Kurita atacaba. Efectivamente, el almirante japonés, con dos acorazados (entre ellos el Yamato), dos cruceros de batalla, ocho cruceros pesados y 15 destructores, amaneció a 30 kilómetros de 16 portaaviones de escolta, protegidos por 15 destructores, pertenecientes a la 7.? Escuadra norteamericana. Era como un sueño maravilloso para Kurita y como una pesadilla para el jefe de aquella agrupación, contralmirante Clifton A. Sprague, que se vio sentenciado a la más completa destrucción. Sin embargo, en el combate que se desarrolló a continuación, calificado por Nimitz como las dos horas más gloriosas de la Marina americana, las pérdidas japonesas casi igualaron a las americanas, que perdieron un portaaviones y tres destructores y sufrieron graves destrozos dos portaaviones más y otros cuatro destructores. Después de haber perdido tres cruceros, Kurita tocó retirada a las 9.25 horas, cuando Sprage estaba ya a su merced. Esta fase de la batalla demostró lo anticuado de la flota japonesa: sus inmensos cañones resultaron inefectivos contra un enemigo que se protegía tras cortinas de humo, desde las que lanzaba oleadas de torpedos y una lluvia de proyectiles ligeros, pero eficaces. Esa impotencia fue lo que hizo retirarse a Kurita, que sin radares poderosos y precisos no podía saber dónde se hallaba el resto de la escuadra norteamericana. Esta serie de choques aislados, denominados batalla de Leyte, constituyó la mayor contienda naval de todos los tiempos. Se habían enfrentado 282 buques de guerra, con un desplazamiento total de más de dos millones de toneladas (en Jutlandia apenas si alcanzaban las flotas 1.600.000 toneladas) y más de 2.000 aviones. En esta batalla, parte de las pérdidas sufridas por los norteamericanos fueron ocasionados por un nuevo factor introducido en la guerra, los pilotos suicidas, los kamikazes ("viento divino"), que si bien habían tenido alguna actuación aislada anterior, aparecieron como fuerza organizada. El día 25 lanzaron cuatro ataques con cinco aviones cada uno. Once pilotos suicidas fueron derribados sin que ocasionaran percances, pero los nueve restantes alcanzaron con mayor o menor acierto siete portaaviones de escolta norteamericanos. Uno se fue a pique y los demás sufrieron daños de diversa gravedad. Once aviones fueron destruidos dentro de los buques, que tuvieron cerca de 600 bajas (más de la mitad muertos). Pese a todo, tampoco su actuación pudo cambiar el curso de la guerra.
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Después de la derrota de Caporetto, en 1917, y la relativa retirada hasta el río Piave, en 1918, las tropas italianas se encontraban situadas a lo largo del borde meridional de los Alpes, desde el Stelvio hasta el Monte Grappa, y de aquí, a lo largo de la rivera derecha del río, hasta casi Venecia. En la otra orilla se encontraba el ejército austriaco, que había llegado hasta allí victorioso, aunque ya sin reservas y con una nación cansada y extenuada. Ya se percibía próximo el fin de la guerra, pero mientras que la industria bélica austriaca estaba en crisis por falta de materias primas, la italiana estaba en plena actividad, gracias también a la ayuda de los Estados Unidos de América, que pedía continuamente armas en grandes cantidades. En 1915 el ejército italiano tenía 900.000 fusiles y 170.000 mosquetones; al final de la guerra, tan sólo el arsenal de Terni había producido 2.100.000 fusiles, el de Brescia más de 500.000 mosquetones, y el de Turín y Torre Annunziata (Nápoles) una enorme cantidad de componentes para las reparaciones y las refundiciones. El fusil modelo 1891 lo tenían en dotación en la infantería, los granaderos, los tiradores al blanco, los artilleros de campaña y los alpinos, además de los carabineros y las tropas de desembarque de la Marina. Sin embargo, los tiradores al blanco ciclistas, los tiradores de metralleta, la artillería de montaña, el cuerpo de ingenieros, parte de la artillería y de la aviación, usaban el mosquetón de las tropas especiales. Todas las armas de caballería usaban el mosquetón de caballería. En junio de 1918, el mando austriaco decidió realizar una gran ofensiva que se convertiría en la última: incluso aunque no hubieran conseguido una victoria importante, al menos le habría permitido a Austria tratar la paz en condiciones ventajosas. La ofensiva se desencadenó al mismo tiempo en el altiplano de Asiago, en el Monte Grappa y en el río Piave. En las dos primeras zonas no tuvieron éxito y fueron reducidos rápidamente, mientras que en el Piave, en dos trayectos, las tropas austriacas consiguieron atravesar el río y establecer una cabeza fuerte en la orilla derecha. En teoría, las dos acciones habrían tenido que encontrarse y dirigirse hacia el Treviso, pero dicho encuentro no se produjo, por lo que se resolvieron en dos batallas separadas. Veamos la del Monte Grappa, el Montecillo. Se trata de una colina baja y larga que arranca de la llanura véneta, al norte del Treviso, de forma ovalada, con una punta hacia el noroeste y rodeada por un recodo del río Piave, en donde el lecho del río se estrecha considerablemente. Aquí, la mañana del 17 de junio, después de un mes de cuidadosa preparación, los austriacos atravesaron el río con tres divisiones de infantería (más de 30.000 hombres), de las cuales dos eran cazadores, es decir, tropas de choque bien adiestradas. Después de un duro combate con gases en las primeras líneas italianas y una ocultación con humo de todo el guijarral del río, los austriacos ocuparon sin mucho esfuerzo la avanzadilla italiana de la colina orientándose enseguida en dos direcciones. Una parte se dirigió hacia Nervesa intentando, aunque en vano, desembocar en la llanura, al sur, hacia la otra parte del puente que, mientras tanto, se había formado en el bajo Piave; la otra parte, más consistente, se dirigió hacia la orilla norte de la colina hasta Casa Serena, reorientándose después hacia el sur y atravesando y ocupando el costado del Montecillo hasta Ginebra. Esto ocurrió el primer día, pues en los dos días que siguieron, la fuerte resistencia italiana en las líneas que había a continuación y la imposibilidad de los austriacos de llevar más allá del río la artillería campal frenó el avance transformándolo en guerra de posiciones. Éste fue el comienzo de la derrota. Los italianos hicieron llegar rápidamente refuerzos en todas las líneas alrededor del Montecillo, dos cuerpos de la armada, de los cuales uno provenía del norte y otro del sur (además de las tropas que ya se encontraban en el campo de batalla, casi 80.000 hombres). Con esta gran fuerza de maniobra, los italianos intentaron cercar a los austriacos. Nervesa fue conquistada y apresada en varias ocasiones en medio de duros ataques de la infantería, que combatió valerosamente por ambas partes, tanto que los austriacos confundieron con tropas de asalto los destacamentos de infantería italianos. La artillería campal bloqueó los movimientos de los cazadores austriacos, mientras que la artillería pesada barrió continuamente la retaguardia enemiga. La aviación italiana, claramente superior tanto en calidad como en cantidad, destruyó en repetidas ocasiones los puentes y pasarelas sobre el río Piave, realizando un servicio continuo de señalización para la artillería, y atacando a baja cuota a la infantería. En estas condiciones fue abatido el as italiano Francesco Baraca, al parecer de un disparo de fusil austriaco. En el Montecillo combatían ininterrumpidamente al menos una veintena de carros italianos; los austriacos comentaron después que no podían ni tan siquiera levantar la cabeza de las trincheras. Por otra parte, los italianos tenían una gran abundancia de municiones (150 disparos por cada fusil), que transportaban en camiones hasta las líneas enemigas, mientras que los austriacos tan sólo disponían de un centenar y tenían que transportarlas a hombros hasta la otra orilla del río Piave. Los austriacos se dieron cuenta rápidamente que seguir era un fracaso y que, por otra parte, no podían quedarse quietos en el Montecillo si no querían encontrarse cercados más allá del río. Por tanto, tan sólo quedaba la opción de rendirse. A pesar de ello, la derrota no se convirtió en una derrota total, ya que los destacamentos austriacos se retiraron con calma y en orden, llevándose más allá del río la poca artillería que les quedaba. Un momento difícil fue cuando los primeros infantes italianos, en avanzadilla, aparecieron a orillas del Montecillo haciendo fuego sobre la retaguardia, delante de los cuales no había más que puentes destruidos. Sin embargo, utilizando las últimas barcazas con las que se habían construido los puentes, consiguieron ponerse al seguro. Lo mismo sucedió en las cabezas de puente del bajo Piave, las cuales, ya solas, no tenían ninguna posibilidad de hundirse. Los italianos renunciaron a seguirles más allá del río, seguimiento para el que sus líneas defensivas no estaba preparado. Dicho seguimiento se producirá tres meses después, y se conocerá con el nombre de avanzada de Vittorio Veneto, con la que se pondrá fin a la guerra.
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Goya se puso en contacto con los duques de Alba alrededor de 1795, realizando un retrato del duque y otro de la duquesa. La relación entre la pareja y el pintor se fue estrechando, especialmente con doña Cayetana, protectora de artistas, toreros y actrices. El palacio de los de Alba en la madrileña calle Barquillo fue frecuentado por el maestro, realizando escenas íntimas que narran la vida y el ambiente de la noble dama. Así surgen escenas como la Duquesa de Alba y la Beata o ésta que aquí contemplamos en la que dos niños - Luis de Berganza, el hijo pequeño del mayordomo de la duquesa, y María de la Luz, hija adoptiva de Cayetana - estiran del vestido de la Beata, vieja criada de cámara llamada así por su afición a los rezos. La anciana se agarra a un hombre vestido de negro que podría ser el abate Pichurris. La rápida pincelada no impide crear sensaciones de calidad en las telas o recoger las expresiones de las figuras, demostrándonos el pintor se elevada calidad a pesar del pequeño tamaño de sus obras de "capricho".
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Entre los cuadros pintados por Tiziano para el duque de Urbino destaca este retrato femenino cuyo nombre se desconoce -las fuentes se refieren a él como "esa mujer del vestido azul"- y que según Pope-Hennesy fue adquirido sólo por su valor artístico, abandonando el valor conmemorativo o sentimental. La bella joven es la misma modelo que Tiziano empleará para la Venus de Urbino y la Muchacha con manto de piel.La Bella sigue el esquema de los retratos realizados por el maestro veneciano en esta etapa al colocar la figura ante un fondo neutro y recibir ésta un potente foco de luz procedente de la izquierda para resaltar su fisonomía y su expresión. La dama aparece girada en tres cuartos, dirigiendo su inteligente mirada hacia el espectador, vistiendo un elegante traje en tonalidades azuladas con adornos en oro y un amplio escote que deja ver buena parte de su torso. Sin embargo, a pesar de la opulencia del vestido, nuestra atención se centra en la inteligente y sensual mirada, penetrando el artista en la captación psicológica de sus modelos.
obra
Excelente retrato de Marie-Angelique Satre realizado durante la segunda estancia en Bretaña (1889). La retratada aparece desplazada hacia un lateral, dentro de un óvalo, eliminando así la perspectiva por lo que recuerda a los grabados japoneses. Por eso cuando Gauguin enseñó el retrato a la señora Satre, ésta rechazó el cuadro, sobre todo por el primitivismo con el que pintó su rostro. Y es que Gauguin está interesado en la búsqueda de lo primitivo por lo que primero se traslada a Bretaña y luego a Tahití. El artista se detiene más en los detalles del típico vestido bretón que en el rostro y las manos de la mujer, que parecen estereotipos. El simbolismo que define la pintura de Gauguin se aprecia aquí en el fondo, donde observamos unas flores sobre azul lila que representan la inocencia de la retratada, junto a una cerámica que sería el recuerdo de lo primitivo. La gama de colores azules que utiliza el artista llamó la atención de Van Gogh, aunque fue Degas quien compró el cuadro.
obra
Rafael pintó a la Virgen con su niño y San Juanito en mitad de un huerto lleno de plantas, a la manera medieval que consideraba a la propia María un huerto cerrado lleno de plantas aromáticas, flores y frutos. De ahí el apodo del cuadro, la Bella Jardinera. Rafael era proverbialmente hábil a la hora de pintar hermosas madonnas. En general sus personajes son de una hermosura ideal que les convierte en tremendamente atractivos. La imagen está firmada en la orla del manto, identificándose como una obra ejecutada para el patricio sienés Filippo Sesgardi que quedará inconclusa tras la marcha de Sanzio a Roma, acabándola Ridolfo de Ghirlandaio. La influencia de Miguel Ángel y Leonardo en esta tabla es significativa, trasmitiendo en ella una dulzura que enlaza con la filosofía humanista imperante en Italia durante el Renacimiento. En el siglo XIX Ingres sintió verdadera admiración por la obra de Rafael y copió este lienzo. Además, adaptó los modos pictóricos del artista italiano en sus propios cuadros.
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Tanto el autor como la identidad de la modelo están muy discutidos hoy día. Generalmente se considera obra de Leonardo, aunque algunos críticos prefieren considerar que se trata de una pintura de su discípulo Boltraffio. Sin embargo, la pose de la muchacha, su expresión a un tiempo misteriosa y melancólica, el suavísimo modelado de las facciones a través de la luz, hacen pensar en la experta mano de Leonardo más que en Boltraffio, que no era un gran artista, pese a imitar el estilo de su maestro.La identidad de la muchacha es también un problema. El título por el que se la conoce es La Belle Ferronière. Desde la muerte de Leonardo se ha conservado en las colecciones reales de Francia (recordemos que Luis XII fue el último protector de Leonardo, quien murió en Francia). Por ello, algunos creen que se trata de la amante de Enrique II, rey francés, conocida por dicho sobrenombre. Sin embargo, la posible fecha de realización hace pensar que se trata del retrato de otra de las numerosas amantes del duque de Milán, Ludovico. Sería así el retrato de Lucrezia Crivelli, muy similar a los retratos de otras amantes de Ludovico como Cecilia Gallerani o Ginevra de Benci, todas ellas mujeres muy jóvenes de una belleza misteriosa que Leonardo captó de manera inigualable.