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Rafael Bergamín Gutiérrez (1891-1971) y Luis Blanco Soler (1896-1988) habían realizado en la Ciudad Universitaria la desaparecida Fundación del Amo (1928-1930), manteniendo los mismos principios racionales en la Colonia Parque Residencia (1931-1932, Madrid, en promoción con Gregorio Iturbe y Javier Gómez de la Serna), unas viviendas sencillas y dignas destinadas a profesionales liberales. Este experimento es perseguido por Rafael Bergamín en la Colonia El Viso (1933-1936, Madrid), con 242 viviendas pareadas o en hilera y pequeño jardín, muy racionalistas en medios y soluciones (higiene, ventilación, aprovechamiento del espacio, elementos repetitivos para acelerar el proceso constructivo, supresión de elementos superfluos para economizar). El pensamiento de Loos, Gropius, Oud, Le Corbusier está aquí presente, con un estilo espléndido según los mínimos manejados y emparentado con su misma Casa del Marqués de Víllora (1928-1929. Calle de Serrano, Madrid). Rafael Bergarnín dirá: "Se hizo una arquitectura simple, muy cúbica, quizá inspirada en las casas que habíamos visto en Alemania y Holanda, arquitectura un poco seca, pero que yo espera compensar con los distintos colores con que se pintaron las fachadas de los diferentes bloques y, sobre todo, pensando en la vegetación que pronto habría de crecer". ("Arquitectura". Mayo, 1967). Casto Fernández-Shaw, moderno heterodoxo y futurista, introduce pronto también un estilo aerodinámico en la desaparecida Gasolinera de Petróleos Porto Pí (1927. Calle Alberto Aguilera, Madrid), deudor de T. Garnier pero reducido al anti-estilo generado por la estricta función de los elementos esenciales integrados en la obra. Su admiración por las nuevas tecnologías y por el progreso constructivo norteamericano le lleva a adoptar, en colaboración con Pedro Muguruza, el esquema de rascacielos de malla depurada en el Edificio Coliseum (1931-1933. Gran Vía, Madrid). Luis Gutiérrez Soto, tantea por su parte varios estilos en Madrid. En el Cine Callao (1926-1927) se deja influir por un art déco que revisará en sus siguientes Cine Europa (1928) y Cine Barceló (1930), donde depura las líneas expresivamente y, al solucionar un edificio en esquina, se acerca a la lección dada por E. Mendelsohn y R. Neutra en el Berliner Tageblatt (1921-1923. Berlín). Llega a poner en práctica un soberbio estilo aeronáutico -cercano al GATEPAC- en su primitivo y desaparecido Aeropuerto de Barajas (1930) o en su desaparecida Piscina La Isla (1931. Río Manzanares), que es publicada además en la revista portavoz del grupo "A.C." (n?7. 1932). Vicente Eced y Luis Martínez-Feduchi introducen también el rasgo expresionista mendelsohniano fundido con ribetes art déco -al margen de la ortodoxia defendida por el GATEPAC- en una obra ya plurifuncional e integral (no sólo cine, sino también novedoso hotel-apartamentos, oficinas, locales comerciales, sala de fiestas, etc.), que asume la irregular forma aguda del solar y emerge impetuosa creando paisaje urbano de la mejor calidad: el Edificio Carrión o Capitol (1931-1933. Gran Vía, Madrid). Javier Ferrero Llusiá tuvo oportunidad de aplicar criterios racionalistas de asepsia e higiene gracias a un Plan Municipal de creación de nuevos mercados en Madrid (Mercado Central de Pescados, 1931-1934, hoy transformado en Centro Comercial Puerta de Toledo; Mercado de Olavide, 1931-1934, derribado; Mercado Central de Frutas y Verduras, 1932-1935) y de realizar, mediante la nueva tecnología del hormigón visto, una emblemática obra pública de primera magnitud como es el Viaducto (1932-1942). Secundino Zuazo Ugalde, tras la aproximación a un estilo nacionalista enraizado con el barroco andaluz en su ecléctico Palacio de la Música (1924-1928. Gran Vía, Madrid), crea una obra cumbre de este período con su Casa de las Flores (1930-1932, Madrid. Colab. con M. Fleischer). Se trataba de organizar 288 viviendas de 88 m2 a 170 m2, en un bloque compacto y armonioso de tan sólo seis plantas, trabajado y aparejado impecablemente con el ladrillo, calado en las esquinas sur con espléndidas terrazas aún en galería, componiendo una manzana entera cuyo corazón se abre al aire libre y contiene jardines de recreo. Esto permite una mejor ventilación y vistas para las habitaciones interiores, solución inexistente en los edificios prerracionalistas. El esquema, aun ensayado ya en Centroeuropa (concretamente en Amsterdam y en algunos grupos residenciales de Viena, servidos por calles-jardines-espacios públicos), suponía una alternativa a la degenerada manzana del ensanche madrileño proveniente del Plan Castro. Coincide, en el fondo, con el interés higienista del GATEPAC cuando aborde un "Ensayo de distribución de una manzana del ensanche de Barcelona" ("A.C." n.? 11. 1933). También colaborará Zuazo con el ingeniero Eduardo Torroja en el estructuralista y desaparecido Frontón de Recoletos (1935, Madrid). Torroja colabora a su vez en obras de gran interés con Sánchez Arcas (Central Térmica, Hospital Clínico, Mercado en Algeciras, 1933). Con Carlos Arniches -que acababa con un racionalismo lleno de sensibilidad su Residencia de Señoritas (1932-1933. C/ Miguel Angel c/v General Martínez Campos, Madrid)- y con Martín Domínguez -que trabaja normalmente con Arniches en obras ya de ruptura (Instituto-Escuela, 1930-1933, Instituto Ramiro de Maeztu, Madrid)- realiza otra de las obras maestras no sólo española sino universal, el Hipódromo de la Zarzuela (1934-1936, Madrid). La solución de tribuna es ejemplar, pues consigue una experimentada cubierta alabeada de 12,8 m y sólo 5 cm de espesor en el extremo de los voladizos, nivelada mediante montantes traseros de los que se cuelga el voladizo del hall posterior para que haga de contrapeso, resistiendo la fuerza de la gravedad y los empujes del viento sin nervios, ni apoyos que restarían visibilidad y sinceridad a la pura matemática materializada en leve hormigón flotante. En Barcelona, la tendencia clasicista y monumentalista del Noucentisme entra en crisis y son cada vez más los contactos con las vanguardias. Obras como el pomposo Cine Coliseum (1923. Gran Vía, Barcelona) de Francisco P. Nebot, influido por la Opera de París de Ch. Garnier, dejan de tener sentido. Rafael Benet habla de la nueva arquitectura en 1928 (Gaseta de les Arts). La Associació d'Arquitectes de Catalunya contribuye a la transición mediante actividades como la publicación de "Arquitectura i Urbanisme" (1931-1937). Sin embargo, las manifestaciones son esporádicas y nunca dentro de una ortodoxia respecto al racionalismo internacional de moda. Esta labor se la reservará el GATCPAC, encajando por ello muy serias críticas de otros arquitectos como Pedro Benavent y Francisco Folguera, quienes valoran el acto de la creación artística y se rebelan tanto contra los órdenes de Vignola como contra las órdenes del CIRPAC. Antonio Puig Gairalt (1887-1935) registraría muy bien esa transición en su Fábrica Myrurgia (1928-1930. C/ Mallorca, 341, Barcelona). Sobre una composición axial, introduce sin embargo elementos funcionales requeridos en esta obra, la estructura de hierro vista, los amplios huecos horizontales que se recortan limpiamente en el plano terso de fachada. Su hermano Ramón Puig Gairalt realiza el Gratacelst (1931-1933, Hospitalet), donde trata la vivienda racional en edificio de altura, integrando la terraza como elemento compositivo junto con los retranqueos y personalizando el tipo de rascacielos insípido. Francisco Folguera Grassi (1891-1960) realiza con su Casa de Sant Jordi (1929-1931. Vía Layetana c/v Caspe, Barcelona) el ejercicio más brillante de composición que pudiera cerrar el chaflán de cualquier manzana en el ensanche barcelonés. La sutileza en la graduación de los huecos y su relación con el macizo no es sino traducción funcional nítida (oficinas y viviendas). Su posible relación con el expresionismo alemán y con las ideas vertidas en "Moderne Bauformen", queda anulada por la gran personalidad puesta en esta obra, curiosamente adelantada a la postmodernidad. Así pues, arquitectos con obras personales, más o menos afectadas por los vientos europeos, se van a encontrar por toda España y coexistiendo con las del grupo GATEPAC. Será rara la ciudad que no posea algún edificio relativamente moderno durante los años 20-30, de espacios limpios o líneas claras, más contaminado por el lastre regionalista o por modas como la del art déco (tal como ha estudiado Javier Pérez Rojas en un esfuerzo titánico) o menos ornamentado, incluso consustancial con su medio como en el caso del racionalismo canario (tan bien estudiado por María Isabel Navarro Segura en su Tesis Doctoral). La nómina sería muy larga, de norte a sur: Eugenio Aguinaga, Emiliano Amann, Tomás Bilbao, Mario Camiña, Francisco Castro, Víctor Eusa, Ignacio Galíndez, Pedro Ispizua; Ramón Argilés, José Goday, Amadeo Llopart, Joaquín Llovet, Jaime Mestres, Ramón Raventos, Enrique Viedma; Francisco Albiñana, José Beltrán; Gustavo Fernández Balbuena; Angel Pérez; Rafael Arévalo, José Granados, Gabriel Lupiáñez; Francisco Casas, en el ámbito balear; José Blasco, Miguel Martín, Richard E. Oppel, en ámbito canario; Lorenzo Ros, en Melilla; o el mismo José Blein activo en Ceuta. Ahora bien, la mayoría de estas obras continuaban satisfaciendo las necesidades de una clase acomodada o de alto nivel. Pero los problemas de la gran población seguían pendientes y la misión del GATEPAC -con todas las virtudes y con todos los riesgos contraídos- se orientará con hermandad en este sentido.
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Si bien la arquitectónica italiana abarca un amplio campo de la actividad, la tendencia francesa también quedó bien advertida desde los inicios del siglo. Se ha subrayado la influencia de De Cotte y Carlier con motivo de la reconstrucción del Buen Retiro, vía por la cual el bon gout de la corte de Versalles incidía en la corte de Madrid y con él la defensa de un clasicismo barroco europeo de gran interés. Tras las iniciativas de Felipe V del traslado de la influencia francesa, muy latente entre 1708 y 1715, continuó el mismo impulso en una corriente que fue ampliada al mundo de la ingeniería, jardinería, escultura, etc., con motivo de la remodelación de Aranjuez y la construcción de La Granja de San Ildefonso. Los nombres de Brachelieu, Marchand y Rodolphe van a ser de gran relieve en las obras de planificación, hidráulica, ordenación de territorios, caminos, puentes, puertas, etc. Algunos franceses como es el caso de Degroz participaron en el trazado de la obra del Palacio Real, y en una actividad no transitoria sino de gran continuidad y eficacia se señala al arquitecto Francisco Antonio Carlier, autor de remodelaciones en el Buen Retiro y sobre todo de grandes intervenciones en el Pardo, realizando la Capilla Real y la remodelación del Palacio al que transforma con el nuevo diseño de las torres y las galerías del Patio principal.La obra de Carlier más significativa fue el conjunto de monasterio, palacio y templo de la Visitación de Madrid (Salesas Reales) obra que conjuga el clasicismo francés estricto y elementos brillantes de acento rococó. Jaime Marquet llegó procedente de París en 1750. Su obra fue representativa por su labor de urbanista en Aranjuez continuando en la tarea emprendida por Bonavia, tanto a nivel de ciudad como de territorio. Como constructor realizó numerosos edificios urbanos y rústicos en el mismo lugar y fue el tracista del palacio del Real Correo en la Puerta del Sol madrileña, inaugurando una tipología netamente francesa a la que también serviría de ejemplo el palacio de Piedrahíta para el Duque de Alba. Fue el creador de una arquitectura de Teatros de los que son ejemplos los de Aranjuez, El Escorial y el Pardo. Creó asimismo el tipo que caracterizó al edificio de Postas que se prodigó por el entorno de la capital, sirviendo el modelo también para otras provincias.La arquitectura francesa influyó en el desarrollo de una arquitectra palacial específica, y otra de carácter racionalista, funcional, muy escueta en su diseño, pero noble y apropiada para el cumplimiento de su cometido.
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Ningún edificio alcanza las dimensiones colosales de los monumentos funerarios de la IV Dinastía; pero esa falta de grandiosidad la suplen con la abundancia y la delicadeza de sus elementos decorativos. En un contraste que no puede ser más flagrante, la nueva época opone un alborozado naturalismo al geometrismo de su antecesora. De los templos de Re, que los faraones se consideran obligados a erigir como deber filial, las excavaciones permiten reconstruir en el papel la forma del de Neuserre (2416-2391 a. C.) en Abu Gurab, cerca de Abusir, donde estaban sus congéneres y las tumbas de los reyes. Sus partes fundamentales son las mismas que las de una pirámide: a) Un pórtico en el valle (parecidísimo al de la pirámide del mismo faraón); 2) Una calzada cubierta; 3) Un nuevo pórtico en lo alto, y 4) Un recinto rectangular a cielo abierto, donde en vez de la pirámide se eleva a gran altura un recio obelisco (no la aguja monolítica de los obeliscos del Imperio Nuevo, sino una voluminosa obra de cantería, rematada por una piececita independiente, el piramídion, probablemente revestida de metal). El acceso a éste se efectuaba por un corredor en ángulo, adosado al muro del patio. Entre ambos había, además, una capilla con unas estelas delante. El altar era un voluminoso conjunto de piezas de alabastro, dispuestas alrededor de un cilindro y situadas en el eje esteoeste del patio. A su derecha quedaban un lugar reservado para el sacrificio de animales y una hilera de almacenes en dos pisos superpuestos. Como ya hemos apuntado, el obelisco no era un objeto de culto, sino un lugar simbólico en donde primero se posaban los rayos del sol al despuntar el día. Quienes hoy creen que Heliópolis fue el centro de donde irradió el culto de Re, consideran como antecedente de los obeliscos una piedra existente allí, y denominada Benben, que se menciona en los cultos arcaicos de aquel santuario. Fuera del patio de Abu Gurab quedan las huellas de un barco de adobe de 34 metros de eslora que en su tiempo estuvo enlucido y pintado. Esta barca solar pertenecía a un edificio de ladrillo semejante al que hoy reconstruimos, y que lo precedió en algunos años hasta que Neuserre se decidió a reemplazarlo por uno de piedra. Sólo la barca se mantuvo con su forma y sus materiales de origen. Esta nave era trasunto de la que, según creencia egipcia, servía de vehículo al dios solar en su travesía del cielo. Tanto las paredes de la capilla (cámara del mundo) como las del corredor que rodea la mitad oriental del patio están decoradas con relieves. En ellas aparecen personificadas las tres estaciones del año egipcio -inundación (=verano), invierno y primavera- en compañía de las actividades humanas propias de cada una de ellas, y además una representación muy detallada del acto fundacional de un templo y de las ceremonias del Hebsed, la fiesta de renovación de la realeza del monarca. Las figuras de las estaciones hacen ofrenda de sus respectivos frutos, pero su interés es más iconográfico que artístico; las escenas complementarias de la vida del hombre, de los animales y de las plantas acreditan que el origen de estas escenas se produjo en los santuarios de Re, y que de ellos pasaron, extremando aún más la exquisitez de su arte, a las tumbas regias y privadas, y tal vez también, aunque de ello no subsistan pruebas, a las mansiones reales y aristocráticas. La pirámide de Userkaf, en Sakkara, está rodeada de un patio semejante al de la pirámide de Keops y lleva adosado, al sur, un recinto bastante extenso para la pirámide secundaria -la acostumbrada desde la IV Dinastía para el Ka del faraón- y demás edificios rituales: patio porticado por tres lados, con una gran estatua del faraón, sala de pilares cerrada, etc. Sahuré (2455-2443 a. C.) inaugura el nuevo cementerio real de Abusir con tres pirámides, émulas de las de Giza, a escala mucho menor. Su pirámide medía antaño 49 metros de alto (hoy 38 m). Es evidente que tanto la suya como las de sus sucesores, Neferirkaré y Neuserre, procuran atenerse a un mismo patrón, que las circunstancias permiten o no hacer realidad. Así nos encontramos con lados de 150, 200 y otra vez 150 codos egipcios (= 78,75 m, o bien 106 m) y una altura aproximada de 50 metros. Probablemente por la misma razón, los revestimientos de las tres pirámides difieren: la primera y la última, caliza fina; la segunda, granito rojo. La disposición de los elementos sigue la pauta de Giza, con el corredor ascendente y la cámara funeraria fechada mediante grandes bloques superpuestos a dos vertientes. Según el patrón instaurado por Sahuré, el templo funerario consta de tres partes fundamentales, colocadas una en pos de otra en la prolongación del eje de la pirámide y que son -de oeste a este- las siguientes: una cámara alargada, como santuario, con puerta falsa al fondo, que más tarde es imitada en las tumbas privadas; una cámara con cinco nichos para otras tantas estatuas (las de los cinco nombres) que pueden quedar cerradas tras sus correspondientes puertas y, finalmente, un patio porticado rodeado de un corredor. Este patio se deriva de los de la IV Dinastía, pero con la importante novedad de que los pilares son reemplazados por verdaderas columnas, de fuste cilíndrico, rematadas por capiteles. Los fustes pueden ser lisos o acanalados, imitando unas veces tallos de papiro y otras de loto; las flores de estas mismas plantas, o las hojas de una palmera inspiran el diseño de los capiteles. Estas columnas sostenían techos salpicados de estrellas doradas sobre fondo azul. Los muros cincundantes desplegaban en relieves polícromos las múltiples actividades de los seres vivos. Nunca se habían prodigado tanto los relieves. Los cálculos hechos sobre los del templo de Sahuré, comprendidos el patio, el corredor que lo rodea, y la calzada de acceso, arrojan un total de cerca de 10.000 metros cuadrados. Este deslumbrante panorama es fruto de la reacción, promovida por los seguidores de Re, para oponerse a las formas abstractas y geométricas patrocinadas por la IV Dinastía y sustituirlas por una arquitectura naturalista, que no sólo reflejase en sus proporciones la armonía del cosmos, sino que incorporase a la piedra la multiforme riqueza de sus elementos y la vibración de sus colores en el reino luminoso del dios sol. En la esfera privada, las mastabas constituyen el más claro exponente de la diferencia de clases existente entre la población, entre los económicamente débiles, que han de conformarse con pobres construcciones de adobe o con el aprovechamiento de otras anteriores de piedra, y las mastabas de los ricos, verdaderos palacios funerarios con multitud de cámaras. Al principio, el nicho, con la placa de la escena del banquete, es reemplazado por una cámara accesible desde el exterior, donde se rinde culto al muerto ante una falsa puerta, donde él aparece representado en estatua-relieve, como si acabase de retornar del otro mundo, o en dos bajorrelieves en las jambas de la puerta misma. A sus pies se extiende, en leve resalte sobre el suelo, el altar en que hacen las ofrendas sus deudos o los responsables del cuidado de la tumba, provistos a veces de cazoletas rectangulares o circulares. Esto equivalía al restablecimiento del serdab, que Keops había hecho desaparecer. No conformes con ello, los poderosos multiplican estas cámaras de culto y las ponen en fácil comunicación con el exterior, de modo que los visitantes pueden admirar las estatuas, las escenas de la vida y las relaciones de títulos y dignidades del ocupante de la tumba. Una de las mastabas más ricas que se conocen, la de Rawer, en Giza, tenía 25 serdabs con más de 100 estatuas. Comparables por su riqueza artística y admirables por la exquisita calidad de sus relieves son las tumbas de Ti y Ptahotep, en Sakkara.
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Su peculiar talante, poco propicio a las finezas, no les había dado hasta ahora a los tebanos, y en general a las gentes del Alto Egipto, ocasión de demostrar qué eran capaces de hacer con el arte. Y así les vemos en el Imperio Antiguo seguir dóciles las directrices menfitas, haciendo de ellas el mejor uso que su índole les permitía. La topografía y la geología del territorio imponían casi, en lugar de mastabas, tumbas rupestres abiertas a ras del suelo en los paredones rocosos, los llamados hipogeos en lengua griega. Solían constar de una o varias cámaras rectangulares situadas una a continuación de otra y mostrando todas una tendencia a que el ancho predominase sobre el fondo, esto es, a cortar perpendicularmente el eje transversal o a formar un ángulo recto con el corredor de entrada. Desde la VI Dinastía esta relación se invierte, es decir, predomina el fondo sobre la anchura y se dejan en reserva, como si sostuviesen el techo, columnas o pilares de roca natural con sus correspondientes capiteles. Se trata de imitar el aspecto de la arquitectura arquitrabada y de reforzar el efecto de los relieves. El Imperio Medio acentuará la tendencia a alargar en profundidad las estancias de la tumba para situar al fondo de la misma, bien a ras del suelo, bien en lo alto de una escalerilla, el nicho donde la estatua del difunto es objeto de culto. En el largo túnel que es ahora la tumba pueden interponerse salas o mediar hileras de columnas o pilares a un lado y otro del pasillo. Como variante del hipogeo nace, bajo el patrocinio de los tres reyes de nombre Antef, la tumba en saff (serie, en arábigo), de la que sobreviven más de cien ejemplos. Cuando el primero de los Antef adopta este tipo, sus arquitectos eligen una ligera pendiente para ponerle como antesala un rebaje de 300 metros de longitud y 70 de ancho, y como fondo, la pared de la montaña tebana en la que se abre el ancho pórtico de la tumba rupestre con sus dos filas de pilares cuadrados labrados en la roca. El hipogeo no era mayor de lo corriente: se internaba en la roca desde el centro del inmenso pórtico y podía estar acompañado de otras tumbas de esposas y miembros de la familia. Lo importante y revolucionario es un nuevo concepto de la arquitectura, en virtud del cual la tumba deja de ser un cuerpo ajeno al paisaje, un sólido geométrico que se le impone a éste como un acto de voluntad o de fuerza (la pirámide), para entender el edificio como espacio que se modela y engasta en el paisaje. He aquí algo en que Menfis no había pensado, una novedad tebana de tremendas consecuencias. La más inmediata de ellas fue el mausoleo de Mentuhotep en Deir el-Bahari.
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La romanidad había dejado una importante herencia arquitectónica en Inglaterra, pero pronto el arte de construir edificios pétreos se fue perdiendo. De tal manera se desconocía el arte de la construcción, que se consideraba que los restos romanos eran obra de seres sobrenaturales. Un texto de Beda (673-735) nos habla del asombro de los ingleses del Norte, cuando hacia el año 670, Benito Biscop (628-690) introdujo entre ellos los primeros albañiles y vidrieros. El mismo texto nos informa que no encontró en las islas mano de obra capaz y tuvo que importarla de la Galias:"Benito, atravesado el Océano, llegó a las Galias donde buscó, encontró y se llevó albañiles para que le construyeran una iglesia de piedra según la forma de los romanos, que siempre le había gustado... en el transcurso de un año, desde que se abrieron los cimientos desconocidos por los britanos, para cerrar con celosías las ventanas de la iglesia, del pórtico y de las partes altas... De esta manera no sólo vinieron a cumplir con el encargo, sino que además hicieron así que el pueblo de los anglos conociera y aprendiera este arte...".La enseñanza no debió ser profunda ni los aprendices perseverarían en el poco oficio que habían aprendido. Los primeros edificios de piedra que conocemos corresponden al siglo siguiente y muestran un arte de la construcción tan carente de técnica que parecen obra de inexpertos. Sobre la tipología de estas construcciones nada hay novedoso con referencia a la arquitectura más simple del Continente. Aunque son obras muy transformadas aún durante la plena Alta Edad Media, lo que hace más difícil la separación de etapas constructivas, podemos apreciar que se trataba de pequeños oratorios de una nave y un ábside rectangular. De la eclesiola, dedicada a San Lorenzo en Bradfort-on-Avon por Adhelm, obispo de Sherbone, muerto en el 709, sabemos que fue realizada con materiales reaprovechados. Las partes altas con su articulación paramental y la aplicación de escultura corresponden a fines de la décima centuria. Con materiales romanos reaprovechados de un campamento próximo se construyó San Juan de Escomb. En el arco triunfal de este templo nos encontramos con un sistema de aparejar sillares muy característico, disponiéndolo vertical y horizontal alternadamente, que terminará recibiendo como denominación el nombre de este lugar.La obra más ambiciosa de este período es el templo de Todos los Santos de Brisworth, que en origen adoptaba una forma basilical con un ábside recto y un pórtico torreado. Ha perdido las naves colaterales, pero la arqueología ha constatado su existencia. La referencia más antigua corresponde al 675, aunque la datación de las partes más antiguas de lo conservado habría que situarla en el 700. La excepcionalidad de su planta ha hecho pensar que habría sido proyectada por un artista extranjero, posiblemente originario de Italia, mientras que su materialización ruda e inexperta sería obra de artesanos locales.La mayoría de los templos se construiría en madera. El mismo Beda nos refiere la existencia de construcciones de este tipo en el siglo VII: la iglesia de Lindisfarne era de "troncos hendidos", tal como son las "stavkirker", o iglesias de madera en Noruega. Los yacimientos arqueológicos nos suministran abundante información sobre los hoyos de los troncos o de las estructuras pétreas que fueron utilizadas como basamento de los mismos. De manera sorprendente se ha conservado la nave de una de estas iglesias leñosas, San Andrés de Greensted-Just-Ongar. La nave se componía de veintinueve postes en el muro septentrional, y veintitrés en el meridional; torre de madera y ábside son obra moderna. Los postes estaban serrados por la mitad, colocándose la parte recta para el interior. Hasta el siglo XIX los troncos se clavaban directamente en el suelo, entonces se construyó el actual zócalo de ladrillos. Aunque su cronología ha sido muy discutida, existe una cierta unanimidad en situarla entre la novena y la undécima centurias.Los edificios antes citados y esta tradicional forma de construir configuraron un característico arquetipo de templo que ha sido considerado como sajón, aunque realmente deberíamos de clasificarlo como "saxon-norman overlap". En un principio se componía de una nave rectangular que comunicaba con un presbisterio de testero recto. A veces esta simple estructura se ampliaba con un tercer espacio, generalmente una torre. La combinación torre, nave y presbisterio era susceptible de múltiples variaciones. En algunas ocasiones recibía la adjudicación de unos edículos cuadriláteros en los laterales cuya funcionalidad resulta problemática, tal como se aprecia en la planta de Santa Maria del Castillo, en Dover. Edificios que conservan partes de una cierta calidad en el tratamiento de los muros y sobre todo en el arco triunfal son la iglesia de Todos los Santos de Witering y la de la Trinidad de Bosham.Serán las torres de estos templos, las partes mejor conservadas y, seguramente, uno de sus elementos más característicos. La de Earis Barton, de cronología discutida, posiblemente del XI, estaba en la parte occidental del templo. Es de proporciones moderadas, veinte metros de altura por ocho de anchura. Con sus esquinas articuladas con una cantería de alternancia (long and short work) y la geométrica disposición de las lesenas nos recuerda a una arquitectura realizada con madera. La Torre de Sompting es más esbelta, un veinticinco por cinco; sin embargo, la mediocridad de su mampostería de sílex, característica en la construcción local, como la supresión de muchos de los resaltes de los paramentos, la convierten en una pobre copia de la rica decoración sajona. Junto a estas torres de base cuadrangular existen numerosas de sección circular. Esta forma surge en contacto con la arquitectura irlandesa; su máxima difusión por las islas se debe ya a los normandos.La estrecha relación de los monasterios ingleses con los del continente contribuirá, aunque sea tardíamente, en la introducción de algunos elementos arquitectónicos de las iglesias monásticas carolingias y otonianas. La disposición occidental de ciertas torres, conteniendo tribunas con altares o palcos principales, se considera influencia del "westwerk" continental. La doble torre en fachada aparecerá, ya tardíamente, con las primeras manifestaciones del románico, tal como podemos apreciar en reconstrucciones de carácter arqueológico, como la de la abadía de Westminster (1050-1066), que ya antes había sido ampliada con una cabecera del tipo de Cluny II. Criptas como las de Repton, hacia el año 1000, o la descubierta en las excavaciones de San Agustín de Canterbury, se explican por el conocimiento de iguales espacios en las iglesias monásticas continentales.En la época de Alfredo, el arte de la fabricación de códices conocerá un importante renacimiento. Los escritorios monásticos de estos momentos no realizan grandes ilustraciones, se limitan a detalles ornamentales. Iniciales, decoradas con lacerías y cabezas de cuadrúpedos y pájaros que se atacan, denuncian un origen en la tradición insular. En cierto modo, este tipo de letra inicial, que los iluminadores habían recuperado de una tradición casi extinguida, se convertirá en una constante caracteriológica de la miniatura inglesa hasta influir decisivamente en las formas románicas.
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También tecnológicamente los mayas fueron un pueblo mesoamericano. Instalado en la Edad de la Piedra, su evolución estilística estuvo condicionada en parte por los instrumentos con que contó para realizar sus trabajos y con el medio circundante que le proporcionó los materiales básicos. En este sentido, los arquitectos dispusieron de piedra caliza -en raras ocasiones completadas con areniscas y tracitas- para sillares de revestimiento, bloques de relleno, estuco, cal y argamasa, maderas de gran calidad para ser usadas como tirantes y dinteles, palmas para las techumbres, etc.La arquitectura maya de carácter público, concentrada en los inicios del Clásico en el Petén Central, fue muy conservadora a lo largo de su existencia, y tuvo como objeto de inspiración básica la choza campesina. Es ésta una construcción rectangular alojada sobre una pequeña plataforma de unos 50 cm de altura, que aísla a la habitación de la humedad, el polvo y los animales del bosque tropical. Tiene una sola puerta en una de sus paredes longitudinales y carece de divisiones internas. En conjunto, es una construcción más alta que larga y está cubierta por un entramado de vigas, palos y palma dispuestos a cuatro aguas.Los principales edificios de la arquitectura pública respetaron, con mucho mayor volumen, esta forma básica. Estos fueron templos emplazados en grandes plataformas piramidales y palacios que, combinados en torno a plazas, urbanizaron los grandes centros administrativos. Los tipos de construcción, a pesar de su conservadurismo, evolucionaron de manera paralela a la sociedad, de manera que durante el Clásico Temprano existe un mayor interés por las altas construcciones templarias, siendo más comunes los palacios a partir del 600 d. C.El patrón de construcción básico consiste en colocar edificios en torno a plazas rectangulares, produciendo grandes espacios. Tales edificios pudieron ser templos, palacios o su combinación. A inicios del Clásico parece tener gran importancia ritual y política el denominado patrón triádico, consistente en tres templos que encierran una pequeña plaza colocados sobre una inmensa plataforma. Algunos de estos templos, decorados con escultura asociada en cresterías, frisos, y dinteles de madera que hacen referencia histórica y mitológica del gobernante que mandó erigir la construcción, ocultan espléndidas tumbas por debajo del nivel del pavimento, evidenciando el poder acumulado por los dirigentes. Este patrón se completa con estelas y altares esculpidos con referencias dinásticas y simbólicas, y es característico del Petén Central, en sitios como Tikal y Uaxactún.También de gran importancia fue el desarrollo de las acrópolis: una complicada combinación de patios y plazas rodeados a diferentes alturas por templos y palacios que se alojan en su conjunto en inmensas plataformas. Algunas de ellas fueron utilizadas con fines funerarios, como la Acrópolis del Norte de Tikal, mientras que otras estuvieron formadas por palacios, como la Acrópolis Central de esta misma ciudad. Su disposición indica el carácter privado de estas construcciones, en contraposición a los grandes espacios abiertos -las plazas-, adecuados para una mayor participación de los ocupantes de una ciudad y sus alrededores en las grandes ceremonias públicas.Escultura arquitectónica, pintura mural, estelas y altares, se transformaron aquí en un medio de propaganda política y religiosa, utilizado por las elites para emitir sus mensajes. Los grandes rituales participativos organizados en estos inmensos espacios abiertos, tuvieron una función vital para mantener cohesionada a la sociedad. Los asistentes a tales ceremonias veían confluir allí la organización del universo, la historia del sitio y su propia situación en el cosmos, de su territorio y de sus dirigentes. De esta manera, los gobernantes mayas sancionaron el modelo de sociedad desigual que ellos habían formulado.Estos espacios administrativos, rituales y políticos, distribuidos en grupos por el paisaje tropical, fueron urbanizados mediante calzadas -sacbeob- encargadas de cohesionar y poner en relación a los grupos más importantes. En ellos, en ocasiones, aparecen otros rasgos arquitectónicos, como pozos subterráneos de almacenaje -chultunes-, juegos de pelota, arcos, torres, etcétera; estos últimos más generalizados en los últimos tiempos del Clásico.Tras un breve período de decadencia cultural que se produce en el noroeste del Petén y que se conoce con el término de hiato (534-596/692 d. C.), la civilización maya entra en la época de su máximo esplendor, la cual se corresponde con el Clásico Tardío. Los centros son ahora más grandes y numerosos, se produce un aumento de la población, y las instituciones, el comercio, las artes y las ciencias tienen un florecimiento sin precedentes.
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La fundación de la ciudadela de Troya y en particular de su segundo nivel, supone la aparición por primera vez en el Egeo de una fortificación de cierto empaque, no al modo de los muros de Dímini, sino verdaderas murallas, de unos 8 metros de altura y 3 a 4 m. de ancho en la parte superior, provistos de amplias rampas de acceso y macizas torres cuadradas. El área abarcada por el recinto es de 7.850 metros cuadrados. Para traspasar las monumentales murallas, un nuevo dispositivo hace su aparición, el própylon o propíleo. Tomado del esquema de la casa llamada mégaron, consiste en una entrada cubierta, formada por dos largos muros paralelos con paredes transversales en las que se abren las puertas. Delante y detrás de éstas, dos elegantes porches forman sendos vestíbulos, también cubiertos. Se trata de un acceso monumental que da paso, desde el espacio abierto exterior, al recinto interior, también abierto, en el cual se disponen las viviendas, ordenadas con un criterio urbanístico, otra novedad en las ciudades del Bronce Antiguo egeo. Las calles y rampas se hallan pavimentadas con losas poligonales bien ajustadas. Antes de llegar al edificio principal, otra entrada, del tipo de propíleo ya descrito, da acceso al patio interior del palacio; éste es un mégaron de grandes proporciones: 45 metros de longitud por 13 de anchura. Los muros, de unos 1,5 metros de espesor, cuentan con cimientos de sillería y están hechos de adobes con un entramado de madera. Los suelos eran de tierra batida, de gran espesor. En la fachada principal, los muros se hallaban protegidos por una fila de seis tablones asentados en sendas basas de piedra, lo cual proporcionaba al edificio un aspecto imponente. De la cubierta del edificio no han quedado restos y, aunque no existen pilares o soportes interiores, se imagina una obra de carpintería a caballete para cubrir los 10 metros de hueco, lo que no parece descabellado al contemplar la construcción conservada. En el centro de la habitación se encontraba situada la "eschara" u hogar, un zócalo circular de tierra batida, endurecido por el fuego. Lo más destacable del edificio es el logro de un avanzado concepto de espacio interior, algo que tan sólo conservaron los mégara micénicos y que se perderá con la caída de esta cultura, sin reaparecer la idea de organización del espacio interior hasta la época romana, con la excepción del Partenón de Atenas. La expansión comercial por todo el Egeo iniciada hacia el 2000 a. C. será la responsable de la aparición de estructuras arquitectónicas de envergadura en las islas y la Grecia continental. Hacia el 2600, fecha del comienzo del Bronce Antiguo II y como consecuencia de un período difícil en el reparto de áreas de influencia, se observa en los lugares de hábitat costeros una progresiva necesidad de protección que se traduce en sus murallas, tales como las de Khalandrianí, en la cicládica Siros, Hagios Kosmas en Atica o las de Lerna, al fondo del golfo de Nauplion, en la Argólida. Son murallas que presentan la novedad de sus torres exteriores, de forma absidada y con una habitación interior. Las aldeas interiores, como Orcómenos o Eutresis, igualmente pujantes, no tienen estas defensas. Las nuevas aldeas están constituidas por una aglomeración de casas de planta totalmente rectangular en las zonas próximas a Anatolia, como por ejemplo, en Poliojni (Lemnos), Thermi (Lesbos) o Samos. En las Cícladas, y en las escasas excavaciones que se han podido realizar sobre aldeas, algunas casas cuentan con un extremo absidado, remate que también encontraremos en viviendas de Grecia continental, como Lerna o Thermos (Etolia). En las islas, estas construcciones se realizaron a partir del material básico allí presente, la piedra, sin ningún acabado o enlucido de barro. En Poliojni, los muros de piedra se hicieron hasta el nivel del techo. Las casas continentales se hicieron al modo descrito para el mégaron de Troya: muros de adobe sobre un zócalo de piedra y con un entramado de madera como refuerzo, todos ellos enlucidos. En Lerna, un gran edificio de esta época ha conservado los restos de su cubierta a base de tejas de arcilla y placas de pizarra. La así llamada Casa de las Tejas es una construcción de gran porte, de 25 por 12 metros, con numerosas habitaciones interiores y largos pasillos laterales. A lo largo de la cara exterior de los muros, un banco corrido de barro rojo permitía sentarse al abrigo del alero, de pizarra y muy sobresaliente. Una vez destruido en un incendio, no se reconstruyó jamás, permaneciendo como un montón de ruinas de 4 metros de alto, en el centro de una aldea que sí se rehizo en varias ocasiones. Este edificio fue respetado, quizá por su carácter sacro y sus escombros acumulados en el centro, con su perímetro delimitado mediante un círculo de piedras hincadas. Las aglomeraciones humanas citadas, con un buen número de casas ordenadas según un concepto urbanístico, tienen aspecto de pequeñas ciudades, de calles pavimentadas, plazas, fuentes y cisternas. El edificio circular, el tholos, de gran arraigo en el Neolítico final de Chipre y de Creta, apenas se utiliza ahora para vivienda, excepción hecha del enorme y sorprendente edificio circular del Tirinto, anterior al palacio micénico. Con sus 28 metros de diámetro, tres muros concéntricos están reforzados mediante contrafuertes exteriores; todo el conjunto tiene el aspecto de una gran torre, de una altura calculada en 26 metros. Se ha interpretado como la residencia del señor local, a modo de torre de habitación, aunque algunos autores prefieren ver en este edificio un gran silo para el grano de la llanura de Argos, pues se conocen otros ejemplos, si bien de menor entidad, en Orcómenos o Asine. En las Cícladas quedan restos de graneros circulares, tal y como aparece plasmado en el conocido modelo de esteatita procedente de la isla de Milo. Según esta maqueta, siete grandes silos cilíndricos se hallan alrededor de un patio central, cerrado por una fachada porticada que da acceso al recinto. En la arquitectura funeraria es donde se utilizó con profusión el modelo de tholos neolítico. En Chipre y Creta, el tipo de cabaña circular fue empleado por los habitantes para sus tumbas. Con paredes hechas de piedras, su diámetro interior oscila entre los 8 y los 9 metros, pudiendo llegar en algún caso a los 13 metros. Casi todas ellas cuentan con una habitación a modo de vestíbulo, destinada tanto a alojar enterramientos como al culto a los muertos. Llegados a este punto, hay que aclarar el término tholos y la pretendida dependencia de las tumbas micénicas de este nombre con respecto a las cretenses de la llanura de Mesará. Mientras los thóloi micénicos son cámaras funerarias excavadas en la roca y recubiertas con una cúpula hecha de aproximación de hiladas de piedra de sillería, las tumbas cretenses son edificios construidos en plena llanura, como si de una cabaña se tratase; se hacen con piedras de pequeño tamaño, lo cual no permite más que una leve inclinación de sus muros y una cubierta a base de ramaje y barro, nunca una falsa cúpula. Los thóloi cretenses son tumbas colectivas y alguna de ellas ha mantenido su función hasta el pasado siglo XIX. Las más importantes son las tumbas de Kumasa, el doble tholos de Lebena o la serie de Plátanos, en la fértil planicie de Mesará, al sur de Creta. A fines del Minoico Antiguo, las tumbas circulares cretenses conviven con otro tipo, los llamados osarios, cuyas plantas son un reflejo de las casas primitivas, de varias habitaciones, generalmente dos, una delantera que da acceso a otra interior. También en este período, en las cuevas del interior y del norte, hacen su aparición los enterramientos en cajas de arcilla, a modo de sarcófagos, los lárnakes, y otros en grandes vasijas de cerámica o pitos (pithoi). En las islas cicládicas, las tumbas están bien documentadas, al contrario de lo que ocurre con las aldeas. Más de dos mil tumbas conocidas de este período han proporcionado interesantes materiales. Sus formas son, básicamente, cámaras pequeñas excavadas en el terreno y delimitadas con lajas de piedra formando cistas. Algunas son verdaderos hipogeos tallados en la roca, con su corredor de acceso o dromos. Este tipo de enterramientos convive con otro en el que el difunto es colocado dentro de un pithos y éste dentro de una fosa. De estas tumbas procede la mayor parte de los ídolos cicládicos, así como su cerámica y otros objetos de arte menor. En Creta, las aldeas del Minoico Antiguo son escasas y, aparte de los trasuntos de casas que son los osarios arriba citados, los restantes ejemplos conocidos son los primeros niveles de Cnosós, así como la llamada Casa de la Colina en Vasiliki, al noreste de la isla, un verdadero palacete, prototipo en miniatura de los espléndidos palacios minoicos posteriores. Lo que se conserva son tan sólo dos alas de un edificio en ángulo, a completar, con toda probabilidad, con otras dos alas, en torno a un pequeño patio central. Las esquinas del edificio están orientadas a los puntos cardinales como era costumbre en Mesopotamia y el Cercano Oriente, algo desconocido hasta entonces en el Egeo. Abonando el origen oriental, el material cerámico de este yacimiento, el conocido estilo de Vasiliki es de formas cuyo origen está en Anatolia. Las habitaciones de esta gran vivienda son de diversos tamaños y formas, de tendencia rectangular e integradas mediante pasillos, algo que será característico en los palacios del Minoico Medio. Los muros están reforzados con maderos, en un dispositivo que proporciona elasticidad a una construcción en zonas de abundantes seísmos pero que, en el momento de un incendio, éste destruye por completo el edificio. En los paramentos de los muros, un enlucido de cal con estuco rojo cubría las paredes, lo cual daba a éstas gran dureza y proporcionaba una superficie ideal para recibir decoración pictórica, algo en lo que sobresaldrán los palacios minoicos. En estas mismas fechas del período prepalacial, entre 2200 y 2000, se construye en Cnosós una importante cámara subterránea y que Evans denominó mazmorra. Se trata de un silo excavado en la roca al modo de hipogeo, con planta circular de 10 metros de diámetro y una cubierta de forma cupular, de 15 metros de altura; un pasillo y una escalera de caracol ceñida a su contorno permite el acceso al interior. Este enorme granero proporciona una perspectiva excelente acerca de la capacidad de producción agrícola y de organización social de los habitantes de Cnosós; constituye un buen ejemplo de la continuidad histórica de la Edad del Bronce en Creta y es el antecedente directo de los almacenes del futuro palacio.
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En el campo de la arquitectura del Protomanierismo destacarán las figuras de Miguel Angel, Giulio Romano, Sebastiano Serlio, Jacopo Sansovino y Sanmicheli. Las primeras tareas de Miguel Angel como arquitecto tendrían por marco la iglesia de San Lorenzo, el templo patrocinado por la dinastía Médicis y construido por Brunelleschi, en Florencia. Después trabajará en la Sacristía Nueva y en la Biblioteca Laurenciana. Tras este capítulo arquitectural florentino, Miguel Angel desarrollará más tarde en Roma otro trascendental programa que dará paso a una interesantísima tarea urbanística y a la definitiva construcción de la Basílica petriana. La faceta de arquitecto de Giulio Romano está ligada a Mantua, donde le llamó ya desde 1524 el marqués Federico II Gonzaga, a indicación de Baltasar de Castiglione. Fábrica de gran amplitud es el Palacio del Té así como la ampliación del Palacio Ducal. Más importante que por sus actuaciones como arquitecto en Bolonia, Venecia y más tarde en Francia, en las que se declaró seguidor de Peruzzi, la fama de Serlio se cimentó en la labor teórica a través de su estimable "Tratado de Arquitectura", en siete volúmenes, editados en Venecia entre 1537 y 1551, que alcanzó enorme difusión y traducciones a otras lenguas. Asentado definitivamente desde 1529 en la ciudad de los canales, Jacopo Sansovino hizo gran amistad con Tiziano y Aretino, convirtiéndose en el gran nexo entre la cultura artística de la Italia central y Venecia, hasta su muerte en 1570. Como arquitecto su huella sobre la ciudad es permanente y proporcionó en sus fábricas poderosa acogida a la ornamentación plástica con estatuas y relieves también ejecutados por él. Como Sansovino, también fue desplazado hacia el norte de Italia por el estallido del Saco de Roma el veronés Michele Sanmicheli (1484-1559). En Verona quedó lo más sobresaliente de su producción, inspirada en Roma, Bramante y Sangallo el Joven, pero en fórmulas cercanas a Giulio Romano.
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Tras la poética mención de Homero "a los que habitan la isla de Creta con sus cien ciudades" (Iliada II-649), se encuentra la realidad de un territorio controlado por numerosos centros administrativos, entre grandes palacios, residencias nobiliarias y villas o aldeas. Actualmente conocemos un buen número de ellos, en orden de extensión e importancia: Cnosós, Faistós, Malia, Zakros, Palaikastro, Gurniá, Hagia Tríada, Niru Jani, Amnisos, Arjánes, Arkalojori, Tilisós, Vatípetron, etc. De otros palacios quedan indicios, aunque todavía no hayan sido encontrados: Rétimnon y Jania o Canea, al noroeste de la isla, o Sitía al este y conocidos tan sólo por el hallazgo de tablillas con escritura, lo cual indica la existencia de un archivo palacial. Cada palacio está situado en una colina de suave relieve, no muy elevada y en el interior, a unos kilómetros de la costa salvo algún caso, como Zakros, que está enclavado prácticamente en la playa. Una constante en los palacios minoicos es la unión del paisaje con la construcción, y la inexistencia de fortificaciones. Los edificios se desparraman colina abajo, escalonadamente y sin un orden urbanístico determinado. Los palacios minoicos son diferentes entre sí, pero comparten una serie de características que detallamos a continuación: - Su situación, en lo alto de una suave y extensa colina, está en función de las vías de comunicación óptimas para el control del territorio bajo su dominio. Estos lugares cuentan, en muchos casos, con una larga tradición, con la existencia de niveles desde el Neolítico que, en el caso de Cnosós, llegan a tener cerca de 7 metros de potencia estratigráfica. - Salvo imperativos topográficos, que imponen alguna desviación, los planos están orientados de norte a sur, como en los palacios orientales y el rasgo dominante es un extenso patio central. En torno a él, se disponen los edificios, compuestos de habitaciones desiguales en formas y tamaños, unidas por medio de corredores y escaleras. Los muros están alineados tan sólo en los frentes o fachadas que dan al patio central. - En conjunto, la planta de cada palacio es compleja, como resultado de una construcción progresiva de habitaciones y edificios según imponen las necesidades de cada momento, a modo de ampliaciones sucesivas hechas a partir del núcleo central en torno al patio. Por tanto, no existen fachadas exteriores, los muros presentan entrantes y salientes de una habitación a otra. El concepto del edificio como un todo perfectamente establecido en el inicio de la obra, al modo mesopotámico o egipcio es, pues, inexistente en Creta. - Todos los palacios tienen una serie de áreas especializadas, según la función a desempeñar: una parte oficial, generalmente situada al oeste, engloba las funciones administrativas o de poder y religiosas; las dependencias residenciales de los príncipes, sacerdotes o quienes fuesen sus señores; unos almacenes donde se atesoran los productos excedentes del campo y, por último, los talleres donde los artesanos fabrican las conocidas manufacturas minoicas (alfareros, talladores de sellos y vasijas pétreas, orfebres, etcétera). - Estas diversas zonas no se hallan claramente definidas ni con muros de separación, pasillos ni patios, entremezclándose las habitaciones limítrofes. - La existencia de al menos dos pisos queda probada por las múltiples escaleras que, en diversas partes del palacio, pueden tener más pisos. En Cnosós, la Gran Escalera daba acceso, como mínimo, a cinco plantas. La ampliación paulatina del palacio, por adición de habitaciones, impide a un buen número de éstas tener luz y ventilación por lo que se crea el dispositivo denominado pozo de luz, un patinillo o bien el hueco de las escaleras y que proporcionan a las habitaciones interiores una luz suave, casi de penumbra (muy de agradecer; por otra parte, en las épocas de calor, dado el ambiente fresco que reina en las habitaciones bajas). - Las habitaciones residenciales cuentan con instalaciones de baños y retretes, con un drenaje perfectamente realizado, dando buena idea de la calidad de vida existente en estos palacios. - Los muros están construidos con mampostería (piedras más o menos grandes y regulares, unidas con argamasa y piedra menuda) reforzada con maderos, formando una estructura sólida y elástica, preparada para resistir los frecuentes seísmos que sacuden la isla. Puertas y ventanas están limitadas con cercos de madera o de piedra. Las esquinas y algunos zócalos de los muros son de sillería y los paramentos están enlucidos con argamasa y estuco de gran consistencia, muchos de los cuales reciben una decoración pictórica. - Las entradas, escaleras y pozos de luz emplean columnas, muy características por tener su disminución de arriba abajo. Para aislar las columnas de tronco de ciprés, luego estucadas y pintadas, unas rodajas de piedra o bien sillares ahuecados hacen de basa. En la parte superior, ya se aprecia la estructura del capitel clásico, compuesto de un collarino, un voluminoso equino y un ábaco de grandes dimensiones para sostener un entablamento hecho de vigas que sostienen el techo; éste consiste en troncos, uno al lado de otro, cuyos extremos se dejan a la vista y dan lugar a una característica decoración de círculos, a modo de friso, algo similar a los dentículos del orden jónico. - Los suelos están, en su mayoría, pavimentados con losas de tamaño considerable y ajustadas unas a otras. Cuando no son de piedra, los pisos están cubiertos con una capa de tierra batida muy consistente. - En el exterior de los palacios es común la existencia de otros patios, de forma irregular en su mayoría y pavimentados con losas de piedra. En este suelo destaca una fila de placas bien escuadradas y ajustadas que sobresalen algo de la superficie del patio, son las llamadas vías procesionales, de unos 60 a 80 cm de ancho. La vía procesional finaliza en una esquina del patio que, en esta parte, cuenta con una serie de bajos escalones a modo de graderío y que Evans denominó área teatral, suponiendo su función como tal, para ceremonias de tipo religioso o el conocido juego del toro. - Otros patios exteriores se hallan, en algún caso, horadados por grandes silos o koulouras, enormes habitaciones circulares excavadas y forradas de mampostería, con pilar o soporte central del techo, éste realizado en materiales perecederos. - Alrededor del palacio y conectadas directamente con él se extienden las diversas casas señoriales, sin contar tampoco con una clara limitación con las partes del palacio. Este ha sido el principal dato que ha permitido calificar de jerarquía armónica a la convivencia pacífica entre las diferentes clases sociales que residían en torno al palacio, pues resulta difícil distinguir donde acaba éste y donde comienzan las residencias particulares, hecho que sería imposible si hubiera existido algún tipo de conflictividad social.
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La principal víctima de la nueva situación creada tras la caída de los palacios micénicos es la arquitectura. Con la sola excepción de Atenas, ciudad que no sucumbió ante los dorios, el empuje destructor de éstos (sea como invasores o como sometidos que se sublevaron) fue general. La Acrópolis conservó, durante mucho tiempo, los restos de la muralla micénica con sus nueve puertas (el pelárgikon eneapylon de las fuentes clásicas) y de la que aún hoy día es posible ver un trecho, al lado del templo de Atenea Niké. Del resto de los muros así como del palacio micénico tan sólo han quedado huellas labradas en la roca madre, debajo del Erecteion. En los restantes lugares de Grecia, durante el período Submicénico no se construyó nada, salvo las reparaciones de urgencia requeridas en una reutilización precaria de las ruinas. En Creta, sin embargo, durante el período Subminoico se levantó un buen número de santuarios que, en la mayor parte de los casos, eran reedificaciones de otros anteriores, abandonados tras la destrucción de los Nuevos Palacios y la llegada de los aqueos a la isla. Estos santuarios se alzaban por toda la campiña cretense y consistían en capillas diminutas que recordaban en su forma a la parte esencial del mégaron, de tamaño reducido. Se trataba de una habitación casi cuadrada o más ancha que profunda, a la que antecedía un vestíbulo formado por unas paredes laterales rematadas en antae; entre las antas podía haber o no columnas, anticipando la forma que los clásicos denominarán templum in antis y que nunca será olvidada en la isla a lo largo de todo el período Geométrico. En el interior del santuario, figuras de terracota con representaciones de la diosa se colocaban en un banco corrido situado a lo largo de la pared trasera. Un magnífico ejemplo de este tipo de santuario, aunque excepcionalmente es de forma circular, lo constituye un modelo en terracota hallado en Arjánes y correspondiente al Subminoico. En esta maqueta, una diosa con los brazos alzados se sienta en el interior de una cabaña circular con una abertura en el tejado, donde están dos personajes masculinos y un animal. Estos ídolos, junto a los objetos de culto asociados a ellos, nos indican que tanto las divinidades como el ritual eran restos del culto típicamente minoico. Santuarios de este tipo se han conservado en diferentes lugares de Creta, como por ejemplo Karfi, Vrokastro, Olous o Kavusi, entre otros. En la isla cicládica de Keos, el santuario de Hagia Irini es de este tipo y ha proporcionado un gran número de estatuas de culto, desde época micénica hasta el final del período Geométrico. La forma de templo in antis tiene su culminación en el conocido santuario de Apolo de Dreros, al noreste de la isla de Creta. Tiene una sola nave, de unos 10,80 x 7,20 m, con muros de 70 cm de anchura, de sillares irregulares. En el interior aparecieron las estatuas de culto de Apolo, Latona y Artemis, fabricadas en bronce martilleado y correspondientes al siglo VII, ya en plena época orientalizante. Las viviendas de Creta y las islas del Egeo son también muy características. Se han excavado en multitud de lugares, tales como Vrokastro, Kavusi, Faistós y el más conocido de todos, el poblado de Karfi. En realidad, constituyen la pervivencia del tipo de casa que se había utilizado en el Egeo desde principios de la Edad de Bronce. Eran casas de planta rectangular o cuadrada, adosadas unas junto a otras y cubiertas de tejados planos o terrazas. Los muros cuentan con un zócalo de hasta 1 m de altura hecho de piedra; por encima, las paredes combinan el adobe con postes de madera. Las formas de las viviendas varían, según sus plantas: la casa cuadrada se combina con la llamada casa ancha, con la entrada en un lado corto y el techo sostenido por un par de postes colocados en el centro de la habitación siguiendo su eje mayor. Todas estas formas pueden contar con fachadas in antis, complicando la tipología de las mismas. Ya se ha dicho que se trata de prototipos isleños, directamente entroncados con las últimas aldeas minoicas, como la de Gurniá o la que rodeaba el palacio de Palaikastro. Aparecen por todo el Egeo; son considerados como los precedentes de las formas clásicas del palacio y de la vivienda. En el continente, la forma básica de construcción era el mégaron, derivado de los mégara micénicos, muchos de ellos construidos en la época oscura y geométrica. Pero también se conocía la casa absidada desde el Heládico Medio y surgió, de nuevo, a lo largo del Submicénico y Protogeométrico, tanto en su forma alargada como reducida, casi cuadrada. La técnica de construcción es sumamente pobre en todo el período; hasta inicios del arcaísmo, a fines del siglo VII, en el continente no se utilizará la piedra más que para el zócalo de los muros y, aún así, tan sólo para una hilada o dos, en bloques irregulares unidos con barro y cascajo. Encima de este somero murete se levantan las paredes, hechas mediante un armazón de postes relleno con adobes recubiertos con barro; no hay ni rastro de cualquier tipo de acabado pictórico en este enlucido. El tejado era a dos aguas, a base de ramaje, como es típico en los países centroeuropeos, de clima mucho más lluvioso. La planta de las casas, tanto en su versión alargada como en la reducida, suele presentar su pared posterior más o menos curvada, en forma de ábside, debido precisamente a la disposición del tejado a dos aguas y a su material, ramas y arbustos entrelazados, mucho más fáciles de construir si el remate es curvo, a la manera de las chozas pastoriles o las pallozas galaico-leonesas. Con este tipo de cubierta vegetal, las casas griegas del Geométrico tienen su entrada siempre en el lado corto, el opuesto al ábside, y las habitaciones se disponen unas tras otras, separadas por muros interiores transversales que difícilmente son perpendiculares á los muros largos. El aspecto general es realmente pobre, pues los materiales empleados son perecederos y de estas casas lo único que nos queda son sus mínimos zócalos de piedra y las huellas dejadas por los postes en el suelo, apreciables únicamente en el curso de una meticulosa excavación arqueológica. Esta forma de la vivienda es un claro trasunto del mégaron micénico, cuyas ruinas son reutilizadas en algunos lugares como edificio de culto. En Tirinto, por ejemplo, la construcción del edificio geométrico se realizó sobre el antiguo mégaron, se ha reducido su anchura y algo de su longitud, pero mantiene la forma y la estructura interna. Evidentemente el prestigio de estos palacios micénicos, como lugares donde residieron los príncipes aqueos, mantuvo viva la forma de su construcción y su función para ceremonias de importancia. La evolución de la casa alargada, desde el mégaron micénico hasta el templo arcaico está bastante bien documentada, aunque durante el período geométrico no resulta totalmente demostrada su función religiosa hasta que no aparezca una estatua de culto, lo cual no sucede hasta el siglo VIII. El mejor ejemplo de esto se ha podido conocer en un yacimiento marginal, el santuario de Apolo en Thermos (Etolia). Allí existió un mégaron micénico hasta el período Protogeométrico. En el siglo X la planta de un nuevo edificio presenta la conjunción del mégaron con unas interesantes novedades: al remate levemente absidado se une, en el exterior, una serie de basas de piedra que indican un posible apuntalamiento de la construcción. Las basas se disponen paralelamente a las paredes y, en el ábside, la curva de esta línea de soportes es más pronunciada que la del muro del fondo. Se trata del precedente de la perístasis o columnata exterior que rodea al templo griego arcaico y clásico. En el interior, el tejado está sostenido por muros transversales, perpendiculares a unos muros largos también levemente curvos. En conjunto, este edificio mide unos 21,40 m de longitud y 7,30 m de anchura en la fachada, desprovisto de un porche o vestíbulo. Sobre esta interesante construcción de la que tan sólo quedan los escasos restos del zócalo, se edificó el templo arcaico de Apolo, en el siglo VII. El nuevo templo se hizo conforme a un patrón muy extendido en la Grecia de fines del Geométrico, tal como lo revelan los hallazgos de los Heraia de Samos, Argos y Olimpia, o los templos de Delos, Lefkandi y Eretria (ambos en Eubea), entre otros. En ellos se puede reconocer ya las características de los templos griegos arcaicos, aunque construidos todavía con materiales perecederos, adobe y madera sobre muros bajos de piedra. Los muros largos son paralelos y acaban rematados en antas; con esquinas cuadradas, pierden los trazados curvos o absidados de sus paredes terminales. En el interior, el tejado se sustenta por medio de una hilera central de columnas de madera sobre placas de piedra. En el yacimiento de Eretria, el templo largo constituye un perfecto ejemplo de esta evolución. Por su longitud es ya un hekatonpédon, un edificio de cien pies de longitud, unos 35 metros, con la columnata central en el interior y todavía con su ábside al final. No tiene aún la columnata exterior o perístasis y la entrada es ya un vestíbulo con antas o pilastras en el remate de los muros. Fechado en el siglo VIII, cuenta con un altar delante de su fachada, dispuesto más o menos siguiendo el eje del templo. Al lado del hekatonpédon de Eretria, un templo similar, el Dafnephorion, pertenece al mismo período y consiste en una versión, reducida en longitud, del templo mayor. Con dos columnas ante la fachada, es un verdadero templum in antis, como el examinado en Creta, pero con un ábside. Un modelo en terracota, depositado como exvoto en el templo de Hera Akraia de Perajora (Corintia), permite hacernos una buena idea de este tipo de templo. Las columnas de la fachada, dobles en el modelo de terracota, sostienen el porche; sobre él, un amplio hueco formado por el tejado a dos aguas, permite la iluminación del interior así como la salida de humos. Este triángulo es el antecedente del frontón o tímpano del templo arcaico, que será cerrado por una decoración pintada primero y esculpida después. Otro modelo de terracota pintada, hallado en el Heraion de Argos y datado a fines del VIII, es una variante del anterior, un verdadero dístilo in antis de planta rectangular. En el Heraion de Samos, su primer nivel supone un nuevo paso en la evolución del templo griego. El edificio, de comienzos del siglo VIII, es un hekatonpédon con esquinas en ángulo recto y cuenta con una columnata central y tres columnas entre las antae. Al fondo se ha encontrado la base de la imagen de culto, descentrada para evitar su colocación detrás de las columnas. En el exterior, y a lo largo del siglo VIII, el templo es rodeado por una fila de columnas o perístasis. En el templo arcaico de Thermos, perteneciente al siglo VII, se aprecian otras novedades. La columnata central y las antas del vestíbulo tienen su correspondencia en tres columnas de una fachada de cinco; las otras dos son las primeras de la perístasis. El sentido de la simetría en el volumen exterior del edificio obligó al arquitecto de este templo a prolongar los muros largos, más allá de su pared postrera, dando lugar a una habitación nueva, el opistódomos, y a una segunda fachada. Surge así la idea del templo anfipróstilo o de doble fachada, lo que proporciona una visión nueva del edificio como un conjunto simétrico, exento (sin ninguna obra adosada a él o tan próxima que dificulte su contemplación) y con un claro predominio de su volumen exterior sobre el espacio interior. En todo el período geométrico, los templos cuentan con una única serie de columnas en el interior, y será ya a fines del siglo VII, cuando los griegos se decidan a dar el siguiente paso: desdoblar la columnata central en dos y dar lugar a un espacio interior de tres estrechas naves. De esta manera, la entrada y la imagen quedan dispuestas en el centro, de un modo más acorde con la simetría que ha de poseer el edificio. En el exterior, las columnas de la fachada serán, a partir de estos templos del Geométrico Final, de número par, generalmente de seis columnas (hexástilo). El entablamento, construido en madera, presenta una disposición de sus elementos ya de forma definitiva: las caras terminales de las vigas sobre los arquitrabes darán lugar a los triglifos y los huecos intermedios, de madera pintada primero y terracota después, constituyen los precedentes de las metopas. Con la paulatina sustitución de estos elementos de madera, adobe y terracota por los de piedra, queda totalmente establecido el templo arcaico. El mejor ejemplo de este proceso es el Heraion de Olimpia, algo anterior al año 600. Con el basamento escalonado de piedra, al igual que los muros del templo hasta una altura de 1 metro, el resto del edificio se construyó en madera y adobe. Las columnas de madera fueron sustituidas, a lo largo del tiempo, por otras de piedra, lo que explica sus diferencias de proporciones entre unas y otras. A partir de estos momentos, ya en la época arcaica, las diferencias entre los templos griegos serán de orden matemático (con sus juegos de proporciones y medidas), material (piedra y mármol) y decorativo, con sus diversos relieves en metopas (orden dórico), frisos (orden jónico) y conjuntos escultóricos de los frontones. En cuanto a las viviendas, los restos arqueológicos de Grecia continental y Asia Menor revelan una evolución tipológica similar a la que acabamos de ver en el templo. A la casa absidada (tanto alargada como casi cuadrada) conocida desde el Heládico Medio, hay que añadir diversas formas de casas ovales y alguna rectangular, ésta procedente de las islas, principalmente de Creta. Son muy numerosos los ejemplos hallados en los últimos años, debidos a la aplicación de nuevas técnicas de excavación que permiten recuperar los escasos restos, hasta entonces prácticamente imperceptibles, a veces tan sólo huellas de los postes de madera convertidos en simples manchas de color en la tierra. Por lo general, los muros de adobe y madera se asientan sobre un zócalo de piedras irregulares, tal como hemos visto en el caso de los templos. A lo largo del período geométrico; estas formas absidadas irán desapareciendo, al ser sustituidas por el modelo de casa cuadrada o ancha, con o sin columnas en la fachada, según los modelos isleños. La casa cuadrada o ancha acabará por constituir el núcleo de las casas griegas de época arcaica y posterior. Las aldeas y ciudades del período geométrico apenas han dejado huellas de sus obras de fortificación. Sólo algunos restos de murallas y torres se han documentado en Vroulia (Rodas), Emporio (Quíos) y sobre todo en la primitiva ciudad de Esmirna (Asia Menor). A lo largo del Geométrico, entre mediados del siglo VIII y fines del VII, las fortificaciones de Esmirna sufrieron cuatro reformas. Encerraban una ciudad de unos 350 x 250 m, con casas alargadas y ovales, además de otras, totalmente circulares, usadas como graneros. La pobreza del material de las casas contrasta con el de las imponentes murallas, hechas de piedra y adobe. En algunas zonas, la anchura de la muralla alcanza los 18 m y su altura los 17 m. El basamento era de piedra hasta los 4 m de altura y su aparejo, poligonal, de grandes bloques bien ajustados. Esta técnica de construcción se atribuyó a los griegos de Asia Menor; ya en pleno período orientalizante, será adoptada por otras ciudades griegas. Las murallas, a partir de entonces, constituyen la salvaguarda de la independencia de las poleis o ciudades, ya en fase de expansión merced a la colonización de nuevas tierras.