Mesopotamia

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Datos principales


Desarrollo


El Antiguo Oriente Medio y Mesopotamia conforman una vasta región y una de las cunas de la civilización. Es en esta extensa zona donde se produjo la transición fundamental desde las formas de vida basadas en la caza y la recolección hacia la agricultura. Es aquí donde por primera vez fueron levantados templos y ciudades, donde primero se trabajó el metal, donde apareció la escritura y donde surgieron grandes reinos e imperios. El corazón del Oriente Medio es Mesopotamia, "país entre ríos", como la llamaron los historiadores griegos. Esta inmensa área geográfica, de casi 80.000 km2, comprende el actual Irak y zonas de Irán y Siria. Fueron los ríos Tigris y Eufrates quienes, gracias a irrigar las fértiles llanuras por las que discurren, posibilitaron la vida en esta región de condiciones extremas, con temperaturas actuales por encima de los 50? en verano y muy escasas lluvias anuales. La tierra y el agua fueron los principales recursos, proporcionando abundantes pastos y una próspera agricultura. Los habitantes de Mesopotamia dispusieron de una gran variedad de animales como alimento. Las estepas estaban pobladas por gacelas, gamos y onagros. En las montañas había ciervos, jabalíes, tigres, leones, osos y cabras salvajes. Hacia el 6500 a.C., ovejas, cabras, cerdos y vacas están en la dieta de las gentes de Mesopotamia. No será hasta finales del III milenio a.C. cuando el caballo y el camello sean domesticados.

Las condiciones del terreno eran, pues, favorables para la subsistencia y el incremento de las poblaciones. Hace aproximadamente unos 10.000 años, los pequeños grupos nómadas que viven de la caza, la pesca y la recolección comienzan a experimentar con nuevas formas de subsistencia, a conocer el ciclo de las plantas y a domesticar animales, un proceso acumulativo que está en el origen de la civilización. El cultivo de plantas como el trigo y la cebada y la cría de animales significaba disponer de comida durante todo el año, independientemente de las estaciones. Hacía innecesario, también, desplazarse siguiendo a las manadas, pudiendo ahora vivir en poblados permanentes. Ahora las casas debían ser construidas para durar más, empleando ladrillos de barro. Y era necesario fabricar más utensilios: azadas para trabajar la tierra, morteros para moler el grano, hoces para recoger la cosecha... En unos pocos milenios, los grupos de cazadores-recolectores, cuya forma de vida se había desarrollado durante millones de años, fueron sustituidos por los poblados. La aparición de la agricultura supuso grandes cambios. A partir del 8.500 a.C. la sedentarización se extiende por el Oriente Próximo. Lugares como Jericó, Shanidar, Zawi Chemi, Karim Shefir, Cayönü, Jarmo y otros presentan grandes avances en la agricultura y las técnicas materiales. En la meseta de Anatolia, Hacilar, Suberde y Can Hasan muestran un alto grado de civilización, pero el asentamiento más grande y mejor conservado es Çatal Huyuk.

Con una superficie de 12 ha., en todo el asentamiento pudo haber unas 1000 viviendas, en las que debió vivir una población de más de 5000 personas. Hechas de muros de adobe y prácticamente pegadas unas a otras, la entrada a las casas se hacía desde el tejado, al que se accedía por una escalerilla. La decoración de las viviendas, con pinturas, cráneos y cuernos de toro, entre otros elementos, así como las estructuras llamadas santuarios, han permitido sugerir que su población alcanzó un alto grado de ritualización. Hacia el VI milenio, algunos lugares evolucionados, como Hassunna o Samarra, presentan una cerámica decorada con motivos geométricos. Más importante aún que estas culturas fue la de Tell Halaf, entre el 5600 y el 4500 a.C. Sus habitantes desarrollaron nuevos conocimientos técnicos y crearon una de las más hermosas cerámicas de toda la historia de esta región. Poco tiempo más tarde, en el sur mesopotámico tiene lugar un floreciente poblamiento. Las gentes, venidas quizás del este o del sur iraní, llegan atraídas por los recursos naturales de la zona: agua abundante, exuberantes palmerales y condiciones para la caza y la pesca. Los yacimientos más significativos fueron los de Eridu, El Obeid, Uruk y Jemdet Nasr. El Obeid, entre el 4800 y el 3750, presentó los rasgos de una sociedad evolucionada y una organización teocrática. El periodo Obeid es característico por sus singulares viviendas, siendo Tell Madhhur, en Irak, uno de los lugares mejor estudiados.

En este sitio, las excavaciones arqueológicas sacaron a la luz una vivienda, la casa de Usaid, construida con paredes hechas de ladrillos de adobe. Constaba de una larga habitación central, flanqueada por una serie de cuartos de menor tamaño. Pero lo más interesante de todo fue que en el lugar se hallaron restos de la vida cotidiana, como vasijas para comer, beber, cocinar o almacenar alimentos, azadas de piedra, piedras de moler, etc. Uruk aporta a la Humanidad los más antiguos ejemplos conocidos de escritura, entre el 3500 y el 3000 a.C. Es ésta ya un sistema completo con más de 700 signos distintos, y su función debió ser sobre todo económica, para el control y la administración de la riqueza de los templos. Las primeras tablillas de barro consignan la cesión de productos tales como el grano, cerveza o ganado. Otras, son listas en las que los escribas aprenden a leer y escribir. Los signos son muchas veces sencillas figuras de significado evidente en las que, por ejemplo, una espiga representa a la cebada. Con el paso del tiempo se adaptó la forma de los signos para escribirlos con un punzón de junco. El resultado fue que las incisiones tenían forma de cuña, de ahí el nombre de escritura cuneiforme. Junto con la escritura, otras invenciones de este periodo están en el camino de la civilización. La cultura de Uruk, ya sumeria y extendida por toda la baja Mesopotamia, proporciona el pleno dominio de nuevas técnicas, como la rueda y el carro, la navegación, el torno de alfarero, el arado o la fundición de metales.

El trabajo del cobre y, a partir del IV milenio a.C., el método de la cera perdida, permitió fabricar objetos de oro, plata y plomo. Hacia el II milenio ya se manufacturan el hierro y el acero, que no adquirirán gran importancia hasta el primer milenio a.C. Al mismo tiempo que surgen estos avances, la sociedad se va haciendo cada vez más urbana. Ciudades-estado como Lagash, Ur, Kish o Tutub, entre otras muchas, pueblan el paisaje de la Mesopotamia meridional, ahora dividida -estamos en el III milenio- en dos grandes regiones, Sumer y Akkad. Las ciudades sumerias, como Kafadye, están dominadas por un gran templo, y aparecen rodeadas de murallas, pues son frecuentes las disputas. Algunas, incluso, llegan a los 24.000 habitantes y cuentan con un gran mercado. Proteger la propiedad individual y garantizar los tratos se convierte en una cuestión importante, y para ello se fabrican sellos cilíndricos, en los que se graban escenas que quedan marcadas al pasarlos sobre una superficie de arcilla. Las ciudades-estado, aunque eran políticamente autónomas, compartían rasgos culturales como el idioma o la religión. El gobernante de una de estas ciudades, Sargón de Akkad, se alzará sobre el resto y fundará el primer gran estado de la región, el acadio, hacia el 2400 a.C. Paralelamente, los templos de las ciudades van evolucionando hasta convertirse en zigurats escalonados.

Uno de los más antiguos y famosos se construyó en Ur, hacia el 2100 a.C. El gran zigurat de Babilonia pudo haber inspirado la descripción bíblica de la Torre de Babel. Hacia el 2000 a.C., desaparecida ya la supremacía acadia por presiones externas, Oriente Próximo es una tierra de ciudades-estado en guerra, donde cada una aspira a lograr la supremacía militar y política, estableciendo complicadas alianzas. El funcionamiento político se conoce bien gracias a las tablillas descubiertas en los palacios reales de Mari y Ebla. Estas tablas de barro ilustran tarifas e impuestos, cantidades de esclavos y artesanos o datos sobre las ciudades vecinas. Los reyes de Babilonia, Larsa y Eshnunna dirigen federaciones políticas. El más importante de todos es Hammurabi, rey de Babilonia entre 1792 y 1750 a.C. Hammurabi dictó un gran código legal que cubría gran variedad de temas: acuerdos comerciales, disputas matrimoniales, litigios sobre tierras, etc. La gran Babilonia, cuyo nombre significa la puerta de los dioses, vive ahora en todo su esplendor, gracias a ser el centro del culto al dios Marduk. Con su gran zigurat, sus murallas, su puerta de Ishtar, sus maravillosos jardines y sus relieves vidriados, Babilonia se convertirá en una ciudad mítica. A partir del 1500 a.C. la región vivirá tiempos convulsos. Mientras en Egipto se consolida el Imperio Nuevo, el Imperio hitita domina Anatolia y el Reino Mitanni controla la cuenca alta del Eufrates.

Las relaciones son tensas, se sitian las ciudades y se libran batallas en campo abierto. Durante este periodo, hasta el 1155 a.C., las ciudades del sur de Mesopotamia están dominadas por la Dinastía Cassita, que tenía su capital en Babilonia. Los cassitas introducirán el kudurru, un tipo de mojón usado para registrar las cesiones de tierra. Hacia el año 1000 a.C. comienza una época dominada por la construcción de grandes imperios. El primero es el asirio, que, hacia el 700, se extenderá desde el Mediterráneo Oriental hasta la llanura iraní. Los gobernantes asirios adornaban sus ciudades más importantes con templos y palacios, como los de Dur Sharrukin, ahora Jorsabad, ciudad levantada por Sargón II. El monarca es ahora el gran dominador de pueblos y caudillo de expediciones guerreras, y para su goce y señal de omnipotencia se levanta el palacio, símbolo de su poder. El poder asirio no durará mucho, pues una coalición enemiga saqueó las ciudades reales en el año 612. Esto dio paso a un nuevo imperio en Oriente, centrado en Babilonia, que será también derruido en el 539 por otro poder emergente, el de los persas. Ciro el Grande será el fundador de un imperio que con el tiempo se extenderá por Irán, Mesopotamia, Siria, Asia Menor, Tracia y parte de la India. Uno de sus grandes gobernantes, Darío, mandará fijar su residencia en Persépolis, ciudad que comenzará a enriquecerse de manera fastuosa, gracias especialmente a sus palacios. Las tumbas de estos y otros gobernantes dejarán constancia del esplendor de la civilización persa. Sin embargo, diversas rebeliones y guerras debilitaron el poder persa. Las ambiciones expansionistas de un joven rey macedonio, Alejandro Magno, le llevaron a enfrentarse y derrotar fácilmente al otrora poderoso Imperio persa. Era el año 331 a.C., y la derrota persa no sólo ponía punto final a una era en la que Mesopotamia fue, de alguna manera, el centro del mundo, sino que marcaba el inicio de otra en la que el poder se trasladaba, en adelante, a las florecientes naciones del Mediterráneo.

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