La mujer en la vida social y económica
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Datos principales
Rango
Edad Moderna
Desarrollo
En las sociedades del Antiguo Régimen, las mujeres como los hombres vivieron en una sociedad estamental desarrollada de acuerdo a reglamentaciones estrictas. En cuanto a las mujeres nobles y aristócratas se ha desarrollado el estudio de sus ocupaciones, bienes, herencia, moda y joyas. Especialmente su vida cotidiana y su trascendencia social. También los procesos de enfermedad, muerte y exequias, donde se percibía el simbolismo de su estatus. En cuanto al estamento religioso, la historia de la religiosidad femenina ha sido uno de los temas más estudiados en la Época Moderna, pues ha interesado mucho el modo en que las mujeres desarrollaron su espiritualidad y sus prácticas de devoción; lo cual si bien fue un rasgo común en la educación de los hombres y de las mujeres, lo fue muy especialmente en ellas, seguramente por ser un campo próximo a la sensibilidad y plena generosidad que se les demandaba y por ser éste también un espacio en el que ellas podían obtener algún reconocimiento social, muy difícil en cualquier otro ámbito de su vida. De ahí que haya que considerar, en primer lugar, el gran número de mujeres que siguieron el camino de la clausura. Algunas de ellas llegaron a ser religiosas bien conocidas como Teresa de Ávila o Sor María de Jesús de Ágreda , pero también destacaron muchas mujeres abadesas, que desempañaron un gran papel debido a que una abadesa era una autoridad espiritual, organizativa y política y desempeñaba funciones intelectuales importantes en la sociedad del Antiguo Régimen.
Finalmente, también hay que tener en cuenta a las beatas o visionarias del periodo, todas ellas ejemplos del protagonismo espiritual logrado por numerosas mujeres en los siglos XVI al XVIII. Algunas de estas mujeres nobles, aristócratas y religiosas dejaron por escrito sus prácticas religiosas cotidianas, su ortodoxia y heterodoxia; también escribieron sobre cuestiones de amor, matrimonio y conflictos con los hombres y, en general, sus experiencias en la sociedad que les tocó vivir. Muchas de estas mujeres fueron lectoras de estos y otros libros escritos por hombres. Este interés literario se hizo más visible en el siglo XVIII pues fueron más numerosas las que podían leer, escribir e interesarse por la marcha de las ediciones. Gráfico En cuanto al estamento de las mujeres trabajadoras, algunos estudios sobre el trabajo femenino y las economías familiares se ha desarrollado con fuerza. Contra el tópico que considera el trabajo femenino como una función y una relación secundaria, se subraya la importancia de las tareas femeninas, así como las aportaciones de las mujeres a la economía familiar. El trabajo de las mujeres en la Época Moderna se caracterizó por su diversidad y por su multiplicidad que no siempre se traducían en monetarización, lo cual ha obligado a contemplar las diferentes modalidades laborales, revisando el concepto de trabajo tradicional que se asimila a ganancia monetaria. La identificación del trabajo con la remuneración económica sólo se extendió a partir de la Revolución Industrial: antes el trabajo venía pautado como todo esfuerzo humano que tuviera una viabilidad o utilidad grupal o social; y ahí es donde ha de insertarse el trabajo femenino, sobre el cual ahora sabemos mucho más.
En la práctica, el trabajo de las mujeres era una fusión de tareas, reproductivas, productivas y las derivadas del consumo familiar, que incluían desde el parto hasta procurar y preparar los alimentos, cuidar a ancianos y niños, trabajar en el negocio familiar o en el exterior si era preciso. Las mujeres realizaban una profusa actividad cotidiana, por la que, en general, no recibían salario alguno, aunque obtenían un evidente reconocimiento familiar y social. La invisibilidad del trabajo de las mujeres no lo hace menos importante y necesario para la "casa", que funcionaba como una unidad de producción familiar, presidida por el cabeza de familia, cuyo trabajo se visualizaba mejor, y así ha sido recogido por la historiografía, que ha dado a conocer más escasamente el trabajo femenino. Durante la Edad Moderna la mayoría de la población española vivía en los entornos rurales y allí las mujeres cotidianamente realizaban numerosos trabajos, propios y esenciales en una economía básicamente campesina como la española. Así, pues, el colectivo femenino fue importante en la construcción de las economías familiares y en el bienestar del grupo, así como en el progreso social. Es un grave error, demasiado extendido, suponer que las actividades laborales de las mujeres tenían sólo una dimensión privada. Aunque no sea fácil determinar la productividad real de su dedicación -porque es difícil asignarle un valor en términos de mercado- parece incuestionable la dimensión económica de todo lo que se gestaba en el ámbito del hogar y fuera del él.
En esa construcción de la economía familiar, la mujer se dedicó también a trabajar en el negocio familiar o en el exterior si era preciso, de ahí el interés por los estudios sobre las mujeres y el sistema gremial, y su presencia como compradoras y vendedoras e, incluso, como tratantes y empresarias, sobre todo cuando llegaban a la viudedad. No deja de ser interesante el papel de la mujer en los oficios artísticos de los que no estaban ausentes. Mujeres entalladoras, pintoras, impresoras, burilistas, etc.. La familia ha sido otro de los temas privilegiados de estudios para la historia de las mujeres. La familia como lugar de reproducción social, pero también como espacio de relación entre los esposos. La organización político-social de la monarquía, basada en principios de jerarquización estrictos, se trasladaba a la familia, en la que el papel activo y representativo se concede al varón, y en cambio, el pasivo y dependiente a la mujer. Esta imagen es la que aflora en los textos normativos, que estructura la familia en torno a la figura del cabeza de familia, representado como "padre, esposo y señor", mientras que la pertenencia al sexo femenino determinaba su exclusión del marco público y su diferenciación marcada por ser el agente máximo de honorabilidad del grupo familiar. Pero la familia era, también, si no el único, sí un lugar importante para la manifestación de los afectos, los sentimientos y los conflictos entre los esposos. El tema de los afectos se ha introducido en el discurso histórico.
Ha parecido conveniente estudiar las relaciones de la familia desde este supuesto y no sólo en su vertiente material, social o política. Las fuentes judiciales arrojan alguna luz sobre las conductas amorosas y sexuales, aunque estén sesgadas por el carácter transgresor. La normalidad de la vida se escapa utilizando sólo estas fuentes. Las fuentes judiciales, sin embargo, permiten evidencias la existencia de cierto protagonismo femenino en el mundo de los afectos y en la defensa del honor y de los sentimientos ultrajados. Lo cual desmiente los textos de filósofos, médicos, juristas o moralistas que reiteraban la existencia de un tipo de mujer pasiva, contenida y a menudo sumisa a la autoridad del padre de familia. El estudio de las mujeres heterodoxas, marginadas y perseguidas por la justicia ha tenido también su desarrollo. La sociedad desarrolló mecanismos de vigilancia activa sobre las mujeres casadas o solteras, pues su honorabilidad era algo necesario para que el clan familiar pudiera ser respetado en su comunidad. Muchos moralistas denunciaron severamente algunas costumbres femeninas -la prostitución la más denostada- y otros 'vicios' femeninos como la vanidad y el deseo de poder. La apariencia física ha tenido siempre gran importancia en la vida de las mujeres. La belleza y la respetabilidad moral han sido valoradas -y obligadas- en las mujeres, en cualquier periodo histórico, pero sin duda lo fueron mucho más desde comienzos del Renacimiento, cuando resurge un discurso neoplatónico que enunciaba como sinónimos la belleza y la bondad humana, a la par que se equiparaban en los comportamientos humanos la fealdad física con la fealdad moral.
De ahí que las mujeres desearan utilizar en su provecho las artes de la cosmética, denostada por los moralistas. Muy pocas desaprovecharon estos saberes y estrategias pues existen gran cantidad de libros de recetas de cosmética, cocina, dietética o salud en los archivos españoles. 2. 1. Las mujeres nobles y aristócratas 2. 2. Mujer y clausura: las abadesas. 2. 3. Mujer y trabajo: el trabajo doméstico. Las mujeres y el sistema gremial. Mujeres compradoras y vendedoras. Mujeres comerciantes, tratantes y empresarias. Mujeres viudas. 2. 4. La mujer en los oficios artísticos. 2. 5. Mujer y familia 2. 6. Mujeres marginadas, pobres y gitanas 2. 8. Las mujeres y la Inquisición: brujas, conversas, solicitadas
Finalmente, también hay que tener en cuenta a las beatas o visionarias del periodo, todas ellas ejemplos del protagonismo espiritual logrado por numerosas mujeres en los siglos XVI al XVIII. Algunas de estas mujeres nobles, aristócratas y religiosas dejaron por escrito sus prácticas religiosas cotidianas, su ortodoxia y heterodoxia; también escribieron sobre cuestiones de amor, matrimonio y conflictos con los hombres y, en general, sus experiencias en la sociedad que les tocó vivir. Muchas de estas mujeres fueron lectoras de estos y otros libros escritos por hombres. Este interés literario se hizo más visible en el siglo XVIII pues fueron más numerosas las que podían leer, escribir e interesarse por la marcha de las ediciones. Gráfico En cuanto al estamento de las mujeres trabajadoras, algunos estudios sobre el trabajo femenino y las economías familiares se ha desarrollado con fuerza. Contra el tópico que considera el trabajo femenino como una función y una relación secundaria, se subraya la importancia de las tareas femeninas, así como las aportaciones de las mujeres a la economía familiar. El trabajo de las mujeres en la Época Moderna se caracterizó por su diversidad y por su multiplicidad que no siempre se traducían en monetarización, lo cual ha obligado a contemplar las diferentes modalidades laborales, revisando el concepto de trabajo tradicional que se asimila a ganancia monetaria. La identificación del trabajo con la remuneración económica sólo se extendió a partir de la Revolución Industrial: antes el trabajo venía pautado como todo esfuerzo humano que tuviera una viabilidad o utilidad grupal o social; y ahí es donde ha de insertarse el trabajo femenino, sobre el cual ahora sabemos mucho más.
En la práctica, el trabajo de las mujeres era una fusión de tareas, reproductivas, productivas y las derivadas del consumo familiar, que incluían desde el parto hasta procurar y preparar los alimentos, cuidar a ancianos y niños, trabajar en el negocio familiar o en el exterior si era preciso. Las mujeres realizaban una profusa actividad cotidiana, por la que, en general, no recibían salario alguno, aunque obtenían un evidente reconocimiento familiar y social. La invisibilidad del trabajo de las mujeres no lo hace menos importante y necesario para la "casa", que funcionaba como una unidad de producción familiar, presidida por el cabeza de familia, cuyo trabajo se visualizaba mejor, y así ha sido recogido por la historiografía, que ha dado a conocer más escasamente el trabajo femenino. Durante la Edad Moderna la mayoría de la población española vivía en los entornos rurales y allí las mujeres cotidianamente realizaban numerosos trabajos, propios y esenciales en una economía básicamente campesina como la española. Así, pues, el colectivo femenino fue importante en la construcción de las economías familiares y en el bienestar del grupo, así como en el progreso social. Es un grave error, demasiado extendido, suponer que las actividades laborales de las mujeres tenían sólo una dimensión privada. Aunque no sea fácil determinar la productividad real de su dedicación -porque es difícil asignarle un valor en términos de mercado- parece incuestionable la dimensión económica de todo lo que se gestaba en el ámbito del hogar y fuera del él.
En esa construcción de la economía familiar, la mujer se dedicó también a trabajar en el negocio familiar o en el exterior si era preciso, de ahí el interés por los estudios sobre las mujeres y el sistema gremial, y su presencia como compradoras y vendedoras e, incluso, como tratantes y empresarias, sobre todo cuando llegaban a la viudedad. No deja de ser interesante el papel de la mujer en los oficios artísticos de los que no estaban ausentes. Mujeres entalladoras, pintoras, impresoras, burilistas, etc.. La familia ha sido otro de los temas privilegiados de estudios para la historia de las mujeres. La familia como lugar de reproducción social, pero también como espacio de relación entre los esposos. La organización político-social de la monarquía, basada en principios de jerarquización estrictos, se trasladaba a la familia, en la que el papel activo y representativo se concede al varón, y en cambio, el pasivo y dependiente a la mujer. Esta imagen es la que aflora en los textos normativos, que estructura la familia en torno a la figura del cabeza de familia, representado como "padre, esposo y señor", mientras que la pertenencia al sexo femenino determinaba su exclusión del marco público y su diferenciación marcada por ser el agente máximo de honorabilidad del grupo familiar. Pero la familia era, también, si no el único, sí un lugar importante para la manifestación de los afectos, los sentimientos y los conflictos entre los esposos. El tema de los afectos se ha introducido en el discurso histórico.
Ha parecido conveniente estudiar las relaciones de la familia desde este supuesto y no sólo en su vertiente material, social o política. Las fuentes judiciales arrojan alguna luz sobre las conductas amorosas y sexuales, aunque estén sesgadas por el carácter transgresor. La normalidad de la vida se escapa utilizando sólo estas fuentes. Las fuentes judiciales, sin embargo, permiten evidencias la existencia de cierto protagonismo femenino en el mundo de los afectos y en la defensa del honor y de los sentimientos ultrajados. Lo cual desmiente los textos de filósofos, médicos, juristas o moralistas que reiteraban la existencia de un tipo de mujer pasiva, contenida y a menudo sumisa a la autoridad del padre de familia. El estudio de las mujeres heterodoxas, marginadas y perseguidas por la justicia ha tenido también su desarrollo. La sociedad desarrolló mecanismos de vigilancia activa sobre las mujeres casadas o solteras, pues su honorabilidad era algo necesario para que el clan familiar pudiera ser respetado en su comunidad. Muchos moralistas denunciaron severamente algunas costumbres femeninas -la prostitución la más denostada- y otros 'vicios' femeninos como la vanidad y el deseo de poder. La apariencia física ha tenido siempre gran importancia en la vida de las mujeres. La belleza y la respetabilidad moral han sido valoradas -y obligadas- en las mujeres, en cualquier periodo histórico, pero sin duda lo fueron mucho más desde comienzos del Renacimiento, cuando resurge un discurso neoplatónico que enunciaba como sinónimos la belleza y la bondad humana, a la par que se equiparaban en los comportamientos humanos la fealdad física con la fealdad moral.
De ahí que las mujeres desearan utilizar en su provecho las artes de la cosmética, denostada por los moralistas. Muy pocas desaprovecharon estos saberes y estrategias pues existen gran cantidad de libros de recetas de cosmética, cocina, dietética o salud en los archivos españoles. 2. 1. Las mujeres nobles y aristócratas 2. 2. Mujer y clausura: las abadesas. 2. 3. Mujer y trabajo: el trabajo doméstico. Las mujeres y el sistema gremial. Mujeres compradoras y vendedoras. Mujeres comerciantes, tratantes y empresarias. Mujeres viudas. 2. 4. La mujer en los oficios artísticos. 2. 5. Mujer y familia 2. 6. Mujeres marginadas, pobres y gitanas 2. 8. Las mujeres y la Inquisición: brujas, conversas, solicitadas