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Datos principales


Desarrollo


De la relación y carta que escribimos a su majestad con nuestros procuradores Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco de Montejo, la cual iba firmada de algunos capitanes y soldados Después de poner en el principio aquel muy debido acato que somos obligados a tan gran majestad del emperador nuestro señor, que fue así: "Siempre sacra, católica, cesárea, real majestad"; y poner otras cosas que se convenían decir en la relación y cuenta de nuestra vida y viaje, cada capítulo por sí, fue esto que aquí diré en suma breve. Cómo salimos de la isla de Cuba con Hernando Cortés, los pregones que se dieron, cómo veníamos a poblar, y que Diego Velázquez secretamente enviaba a rescatar, y no a poblar; cómo Cortés se quería volver con cierto oro rescatado, conforme a las instrucciones que de Diego Velázquez traía, de las cuales hicimos presentación; cómo hicimos a Cortés que poblase y le nombramos por capitán general y justicia mayor hasta que otra cosa su majestad fuese servido mandar; cómo le prometimos el quinto de lo que se hubiese, después de sacado su real quinto; cómo llegamos a Cozumel y por qué ventura se hubo Jerónimo de Aguilar en la punta de Cotoche, y de la manera que decía que allí aportó él y un Gonzalo Guerrero, que se quedó con los indios por estar casado y tener hijos y estar ya hecho indio; cómo legamos a Tabasco, y de las guerras que nos dieron y batallas que con ellos tuvimos; cómo los atrajimos de paz; cómo a do quiera que llegamos se les hacen buenos razonamientos para que dejen sus ídolos, y se les declara las cosas tocantes a nuestra santa fe; cómo dieron la obediencia a su real majestad y fueron los primeros vasallos que tiene en aquestas partes; cómo hicieron un presente de mujeres, y en él una cacica, para india, de mucho ser, que sabe la lengua de México, que es la que se usa en toda la tierra, y que con ella y el Aguilar tenemos verdaderas lenguas; cómo desembarcamos en San Juan de Ulúa, y de las pláticas de los embajadores del gran Montezuma, y quién era el gran Montezuma y lo que se decía de sus grandeza s y del presente que trajeron; y cómo fuimos a Cempoal, que es un pueblo grande, y desde allí a otro pueblo que se dice Quiahuistlán, que estaba en fortaleza, y cómo se hizo la liga y confederación con nos otros y quitaron la obediencia a Montezuma en aquel pueblo; de más de treinta pueblos que todos le dieron la obediencia y están en su real patrimonio, y la ida de Cingapacinga; cómo hicimos la fortaleza; y que ahora estamos de camino para ir la tierra adentro hasta vernos con el Montezuma.

Cómo aquella tierra es muy grande y de muchas ciudades y muy pobladísima, y los naturales grandes guerreros; cómo entre ellos hay mucha diversidad de lenguas y tienen guerra unos con otros; cómo son idólatras y se sacrifican y, matan en sacrificios muchos hombres e niños y mujeres, y comen carne humana y usan otras torpedades; cómo el primer descubridor fue un Francisco Hernández de Córdoba, y luego cómo vino Juan de Grijalva. E que ahora al presente le servimos con el oro que hemos habido, que es el sol de oro y la luna de plata y un casco de oro en granos como se coge en las minas, y muchas diversidades y géneros de piezas de oro hechas de muchas maneras; mantas de algodón muy labradas de plumas, y primas; otras muchas piezas de oro, que fueron mosqueadores, rodelas y otras cosas que ya no se me acuerda, como ha ya tantos años que pasó; también enviamos cuatro indios que quitamos en Cempoal, que tenían a engordar en unas jaulas de madera para después de gordos sacrificarlos y comérselos. Y después de hecha esta relación e otras cosas, dimos cuenta y relación cómo quedábamos en estos sus reinos cuatrocientos y cincuenta soldados, a muy gran peligro entre tanta multitud del pueblo y gentes belicosos y muy grandes guerreros, para servir a Dios y a su real corona; y le suplicamos que en todo lo que se nos ofreciese nos haga mercedes. Y que no hiciese merced de la gobernación destas tierras ni de ningunos oficios reales a persona ninguna, porque son tales ricas y de grandes pueblos y ciudades, que conviene para un infante o gran señor; y tenemos pensamiento que, como don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, es su presidente y manda a todas las Indias, que lo dará a algún su deudo o amigo, especialmente a un Diego Velázquez que está por gobernador en la isla de Cuba; y la causa es, por qué se le dará la gobernación o otro cualquier cargo, que siempre le sirve con presentes de oro, y le ha dejado en la misma isla pueblos de indios que le sacan oro de las minas; de lo cual había primeramente de dar los mejores pueblos a su real corona, y no le dejó ninguno, que solamente por esto es digno de que no se le hagan mercedes; y que como en todo somos sus muy leales servidores, y hasta fenecer nuestras vidas le hemos de servir, se lo hacemos saber para que tenga noticia de todo; y que estamos determinados que, hasta que sea servido que nuestros procuradores que allá enviamos besen sus reales pies y vea nuestras cartas y nosotros veamos su real firma, que entonces, los pechos por tierra, para obedecer sus reales mandos; y que si el obispo de Burgos por su mandado nos envía a cualquiera persona a gobernar o ser capitán, que primero que le obedezcamos se lo haremos saber a su real persona a do quiera que estuviere, y lo que fuere servido de mandar, que le obedeceremos como mando de nuestro rey y señor, como somos obligados; y demás destas relaciones, le suplicamos que entre tanto que otra cosa sea servido mandar, que le hiciese merced de la gobernación a Hernando Cortés; y dimos tantos loores de él y que es tan gran servidor suyo, hasta ponerlo en las nubes.

Y después de haber escrito todas estas relaciones con todo el mayor acato y humildad que pudimos y convenía, y cada capítulo por sí, y declaramos cada cosa cómo y cuándo y de qué arte pasaron, como carta para nuestro rey y señor, y no del arte que va aquí en esta relación; y la firmamos todos los capitanes y soldados que éramos de la parte de Cortés, e fueron dos cartas duplicadas; y nos rogó que se la mostrásemos, y como vio la relación tan verdadera y los grandes loores que dél dábamos, hubo mucho placer y dijo que nos lo tenía en merced, con grandes ofrecimientos que nos hizo; empero no quisiera que dijéramos en ella ni mentáramos del quinto del oro que le prometimos, ni que declaráramos quiénes fueron los primeros descubridores; porque, según entendimos, no hacía en su carta relación de Francisco Hernández de Córdoba ni del Grijalva, sino a él solo se atribuía el descubrimiento y la honra e honor de todo; y dijo que ahora al presente aquello estuviera mejor por escribir, y no dar relación dello a su majestad; y no faltó quien le dijo que a nuestro rey y señor no se le ha de dejar de decir todo lo que pasa. Pues ya escritas estas cartas y dadas a nuestros procuradores, les encomendamos mucho que por vía ninguna entrasen en la Habana ni fuesen a una estancia que tenía allí el Francisco de Montejo, que se decía el Marien, que era puerto para navíos, porque no alcanzase a saber el Diego Velázquez lo que pasaba; y no lo hicieron así, como adelante diré.

Pues ya puesto todo a punto para se ir a embarcar, dijo misa el padre de la Merced, y encomendándoles al Espíritu Santo que les guiase, en 26 días del mes de julio de 1519 años partieron de San Juan de Ulúa a La Habana; y el Francisco de Montejo con grandes importunaciones convocó e atrajo al piloto Alaminos guiase a su estancia, diciendo que iba a tomar bastimento de puercos y cazabe, hasta que le hizo hacer lo que quiso. Fue a surgir a su estancia, porque el Puertocarrero iba muy malo, y no hizo cuenta de él; y la noche que allí llegaron, desde la nao echaron un marinero en tierra con cartas e avisos para el Diego Velázquez; y supimos que el Montejo le mandó que fuese con las cartas, y en posta fue el marinero por la isla de Cuba de pueblo en pueblo publicando todo lo aquí por mí dicho, hasta que el Diego Velázquez lo supo. Y lo que sobre ello hizo, adelante lo diré.

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