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Restauración

Desarrollo


Si de Cánovas se dijo en su época que constituía él solo la Restauración, también se afirmó, con razón, que el partido conservador es Cánovas. Y es que el político malagueño no sólo fue el principal inspirador de las instituciones de la nueva monarquía sino el artífice y la personalidad más destacada de uno de los partidos de gobierno de la misma, el partido de la derecha o liberal-conservador. El primer núcleo de este partido fue el pequeño grupo de oposición liberal-conservadora en las Cortes Constituyentes de 1869 a 1871 en el que, junto a Cánovas, aparecía ya Francisco Silvela, quien, después de aquél, fue la personalidad conservadora más importante de la época. Aquel grupo se manifestaba distante tanto respecto de los moderados -que habían protagonizado la vida política durante los últimos años del reinado de Isabel II- como de los revolucionarios de 1868 y, aunque defendieron la candidatura de Alfonso de Borbón al trono de España, votaron favorablemente la Constitución de 1869, y mantuvieron una actitud expectante frente a la monarquía de Amadeo de Saboya. Para Cánovas lo más importante no era una dinastía, sino que España consiguiera la estabilidad política y, con ella, la convivencia en paz. Por ello afirmó que, si la monarquía de Saboya hubiera logrado este objetivo fundamental, jamás habría servido personalmente a la dinastía extranjera, pero tampoco habría militado nunca entre sus sistemáticos adversarios.

Pero la monarquía de Saboya fracasó, lo mismo que los intentos de Isabel II por conseguir la restauración bien mediante una acción militar promovida por los generales moderados, o por una política de atracción de los revolucionarios menos radicales. El proyecto canovista de restauración de los Borbones en la persona del príncipe Alfonso -y no de Isabel II-, hecha sin espíritu de revancha, fue ganando fuerza en el ánimo de quienes -especialmente de aquellos que tenían intereses que defender- deseaban la vuelta al orden. El pequeño grupo canovista fue aumentando progresivamente con antiguos componentes de la Unión Liberal y con revolucionarios arrepentidos, como Francisco Romero Robledo, a los que Cánovas se mostraba dispuesto a integrar en su proyecto siempre que pensaran como él. Además comenzó a edificar "un movimiento de opinión importante, para lo que entonces eran aquellas cosas", como ha escrito José Varela Ortega. Por todo ello, a mediados de 1873, Cánovas terminó siendo encargado de dirigir los trabajos en favor de la restauración del príncipe Alfonso. El campo borbónico quedó así dividido entre moderados y canovistas, unidos por la causa dinástica pero profundamente enfrentados por sus respectivos proyectos: la vuelta a lo anterior a 1868, o la creación de algo completamente distinto. Aunque Cánovas no descartaba la posibilidad de una proclamación de Alfonso XII por una representación significativa del Ejército, e hizo planes en dicho sentido, prefería que la restauración se produjera por un procedimiento civil, la proclamación por las Cortes.

Lo que no quería, en absoluto, es que la monarquía que debía acabar con los pronunciamientos naciera ella misma de un pronunciamiento y ello, además de por la cuestión de principio, por temor a la preponderancia que los moderados pudieran alcanzar en el bando alfonsino, si eran ellos los que protagonizaban el golpe. Como esto fue, en definitiva, lo que ocurrió, Cánovas -que presidió y compuso a su gusto el primer gobierno de la Restauración- tuvo que hacer frente a la avalancha de los moderados. En el proyecto canovista estaba clara la necesidad de dos partidos que alternaran en el poder pero, en los momentos iniciales del nuevo régimen, nadie sabía exactamente cuáles serían estos partidos. Para muchos, Cánovas, con la inclusión de más ex revolucionarios, debería liderar el partido de la izquierda del sistema, mientras que los moderados ocuparían la derecha. Lo que de hecho pasó fue que Cánovas se impuso a los moderados, y formó él mismo la derecha, mientras que la izquierda fue ocupada por uno de los partidos revolucionarios, el constitucional, que Sagasta, actuando hábilmente, supo adaptar a la nueva situación. Si esto ocurrió así es porque el proyecto canovista, por la amplitud de su liberalismo, estaba mucho más próximo a los planteamientos de los revolucionarios menos radicales que al de los antiguos moderados. El enfrentamiento entre Cánovas y los moderados tuvo lugar a lo largo del año 1875.

El presidente del gobierno, que siempre contó con el respaldo incondicional de Alfonso XII, hizo algunas concesiones iniciales, como la abolición del matrimonio civil y la clausura de algunos templos y escuelas protestantes, pero resistió a las tres grandes demandas moderadas: el restablecimiento de la Constitución de 1845, la prohibición de todo culto no católico y la vuelta a España de Isabel II, que permanecía en París. La incompatibilidad de proyectos de unos y otros quedó de manifiesto con motivo de la llamada segunda cuestión universitaria, ocasionada por el ministro de Fomento, Orovio, de procedencia moderada, quien pretendió encerrar la enseñanza oficial en los límites de la ortodoxia católica y la monarquía constitucional. Cánovas lo consideró una barbaridad y medió personalmente, aunque sin éxito, para tratar de evitar la salida de la Universidad de quienes se negaron a aceptar las imposiciones oficiales, algunos de los cuales formarían la Institución Libre de Enseñanza. Orovio desapareció del ministerio en la primera ocasión. En mayo, tuvo lugar la maniobra para la elaboración del proyecto constitucional. Muchos moderados terminaron integrándose en el canovismo, recibiendo su recompensa en forma de nombramientos y favores; los que no lo hicieron fueron definitivamente marginados a partir de las elecciones de enero de 1876, cuando Romero Robledo, desde el ministerio de Gobernación, sólo les permitió obtener un puñado de actas frente a las cerca de trescientas del partido de Cánovas.

Aislados de la savia del poder, los moderados terminaron por disolverse siete años más tarde. El partido liberal conservador fue acusado numerosas veces, durante aquellos años, de ser un partido sin principios, de estar dispuesto a sacrificarlo todo con tal de disfrutar del poder: "Una oligarquía egoísta y absorbente, formado por elementos heterogéneos, sin cohesión moral ni vínculos de doctrina, más atenta al monopolio del poder que alas inspiraciones del patriotismo, que ha ido tendiendo por todas partes (...) la espesa malla de su influencia oficial". Es cierto que, frente a la nitidez de los planteamientos moderados, la agrupación dirigida por Cánovas parecía oscilar entre la reacción y la revolución. Pero éste era precisamente el carácter ecléctico que Cánovas -que se preciaba de rendir el debido "tributo a la prudencia, al espíritu de transación, a la ley de la realidad"- pretendía dar a su partido, y a través de él a las instituciones, para poder integrar en las mismas al mayor número posible de fuerzas políticas. Desde el comienzo de la Restauración hasta 1881 gobernaron los conservadores, aunque Cánovas estuvo ausente de la presidencia del Consejo durante dos breves períodos. Entre septiembre y diciembre de 1875, fue presidente el general Jovellar porque Cánovas, que era favorable a la convocatoria de elecciones de acuerdo con la ley vigente de sufragio universal, pero que al mismo tiempo era opuesto a este principio, prefirió que la responsabilidad de la convocatoria por este procedimiento recayese sobre otra persona. Nuevamente, en marzo de 1879, Cánovas fue sustituido en la presidencia, en esta ocasión por el general Martínez Campos, que ya aquél no quería dirigir dos veces consecutivas unas elecciones generales. Una vez celebradas éstas, la mayoría conservadora que resultó elegida no prestó el suficiente apoyo a la política de Martínez Campos -especialmente a sus reformas coloniales y militares- por lo que éste dimitió, apartándose de las filas conservadoras. En diciembre de 1879, Cánovas volvía de nuevo a ocupar la cabecera del consejo de ministros.

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